lunes, 27 de abril de 2015

Instituto etnológico de la universidad del Cauca


Claustro de Santo Domingo, primera sede del Instituto etnológico de la universidad del Cauca, Popayán (foto Vargas).

Pareciera que en los últimos años se hubiera generado un vacío de tiempo histórico en la mayoría de las personas; los acelerados avances tecnológicos en los medios de comunicación han transformado el diario vivir en una permanente comunicación instantánea, desde cualquier lugar y a cualquier hora, a escala local y global. Esta revolución virtual ha producido cambios en el comportamiento cultural y relativizado las tradicionales percepciones del tiempo pasado, como una realidad que no hace falta para actuar en el presente o planificar un futuro inmediato. La trascendencia discursiva de la historia ha perdido el carácter que ayudaba a entender o justificaba el presente. Digo que pareciera, porque esta modernidad puede entenderse como un discurso, más visual que escrito, que se ha inventado la utopía del futuro que contrasta con la falacia de lo efímero, de lo intrascendente.

Como era de esperarse, en ciertos espacios académicos de las ciencias sociales o humanas se ha analizado esta situación de la modernidad, creando ambientes de escepticismo o de relativismo conceptual, en los que se considera que ya no tienen sentido un mapa de ruta y los debates o confrontaciones intelectuales, produciéndose una inercia, una horizontalidad de los pensamientos o un conformismo; se podría decir que el relativismo ha roto las fronteras entre las diversas áreas del conocimiento y la creación artística. Hemos llegado a posiciones en las que, al no existir un referente histórico, cronológico y teleológico, se puede pensar que todas las posiciones conceptuales conviven y son válidas, dependiendo su éxito, al final de cuentas, de un juego de intereses en los que priman los imaginarios de poder o prestigio académico creados, precisamente, en los medios de comunicación impresos o virtuales.

A manera de ejercicio intelectual, pienso que se vuelve atractivo recuperar a escala personal una memoria de los espacios profesionales que nos antecedieron, pensando en que no todo pasado fue mejor, pero tampoco peor. Es sentir la curiosidad del historiador que encuentra documentos antiguos en los que se descubren cosas que todavía tienen sentido en el presente, porque así como hay elementos culturales que perduran hay otros que se transforman; lo moderno puede tener contenidos que no son tan nuevos, al menos en su sentido propositivo.

En esta oportunidad he sentido la curiosidad por indagar documentos que conservo, escritos hace unas décadas por los que hoy consideramos pioneros de la investigación antropológica y arqueológica, en nuestro país. Al leerlos encuentro el gran esfuerzo que les tocó realizar, las dificultades superadas, los aportes científicos y preguntarme si todavía están vigentes los sentidos de realidad que crearon. Para no caer en generalidades y por ser menos conocida, he decidido publicar una mirada científica de un organismo oficial regional. Se trata de hacer un viaje de exploración al pasado, una breve reseña histórica del Instituto etnológico de la universidad del Cauca, algo que me motiva por haber trabajado en esta academia, en los inicios de mi carrera profesional (1975-1977), cuando me vinculé como profesor del recién fundado Departamento de antropología. Mis labores académicas, además de las clases, comprendía trabajar en el Archivo central del Cauca y recuperar las colecciones del antiguo instituto, que reposaban en el sótano del Museo Casa Mosquera y cuya existencia se había olvidado.


Héctor Llanos V., Guía museos de la casa Mosquera, Popayán (1976).

La década de los años cuarenta, podemos decir hoy en día, fue muy importante porque en ella por política gubernamental, se crearon organismos académicos y científicos, para formar los primeros antropólogos profesionales que se dedicarán a investigar las diversas realidades culturales arqueológicas y del presente. En el año 1941 se fundó el Instituto etnológico nacional y de manera inmediata, instituciones filiales en otras regiones colombianas, para generar, más o menos, una cobertura nacional, en ciudades como Medellín (1945), Santa Marta (1946), Popayán (1946) y Barranquilla (1947). No se trataba solamente de hacer investigaciones científicas, sino también, de divulgar en el país y a nivel internacional, la riqueza étnica colombiana y de su patrimonio arqueológico, por intermedio de museos, parques arqueológicos y publicaciones especializadas. Esta política nacional propuso conocer científicamente las culturas aborígenes americanas y africanas, las situaciones marginales y de pobreza en que se encontraban y los conflictos sociales, políticos y raciales a los que se habían visto abocados desde los tiempos de la llegada de los conquistadores españoles. También significó el proteccionismo, a través de leyes nacionales, del patrimonio arqueológico, que durante varios siglos había estado en manos de buscadores de tesoros y coleccionistas.


 Museo Casa Valencia, Popayán (foto Vargas).

Se escogió Popayán como sede del Instituto etnológico de la universidad del Cauca, por ser una ciudad con destacados rasgos culturales, coloniales y republicanos, que le otorgaban un prestigio histórico, y sobre todo, por ser una capital de la región andina en la que se mantienen resguardos de indígenas guambianos, paeces y yanaconas, con sus propias lenguas y costumbres. Hacia los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, el pequeño perímetro urbano de la ciudad conservaba su trazado histórico, establecido en tiempos de la colonia hispánica; lo más sobresaliente era su universidad y las antiguas casonas aristocráticas, iglesias y conventos, con valiosa arquitectura y tesoros de arte religioso. En ella habitaba una sociedad señorial en la que todavía gobernaban las familias descendientes de conquistadores españoles y próceres de la Independencia, que ostentaban marcadas diferencias ante los mestizos y los pueblos indígenas, que vivían en sus resguardos:

Púlpito de la iglesia de San Francisco, Popayán.

Breve historia[1]

La organización de un centro de investigaciones antropológicas adscrito a la Universidad del Cauca, se inició bajo la rectoría del dr. Antonio José Lemos Guzmán en el año de 1935 y se inauguró con trabajos encomendados al geólogo-ingeniero George Bürg, quien a comienzos del año de 1936, de acuerdo con la rectoría y la gobernación del departamento, organizó una expedición técnica para estudiar los monumentos arqueológicos mencionados primeramente por el general Carlos Cuervo Márquez, estudioso este que visitó a Tierradentro en el año de 1882 e informó sobre los extraños monumentos y grandes salas subterráneas.

Con la exploración sistemática de las tumbas conocidas y el descubrimiento de otras en el sitio de Segovia-San Andrés, municipio de Inzá, estas muestras admirables de arquitectura funeraria entran a formar parte del patrimonio científico del país. Posteriormente estas primeras investigaciones fueron ampliadas con la colaboración del profesor Gregorio Hernández de Alba, comisionado para ello por el Ministerio de educación nacional.

Fruto de las primeras exploraciones fueron traídas por Bürg algunas piezas de origen arqueológico de esa zona, entre ellas cabe mencionar dos cráneos deformados (uno de los cuales se exhibe en la sala de arqueología) y muestras de cerámica, elementos éstos con los cuales y por iniciativa del mismo investigador, se inició dentro del claustro universitario [antiguo convento de Santo Domingo] la formación de un museo arqueológico.

El museo como tal solamente vino a cristalizarse con la llegada a Popayán del etnólogo francés Henry Lehmann quien arribó al país en una misión de estudio encomendada a él por el Museo del hombre, de París, para investigar sobre las lenguas, costumbres, antropología y arqueología de los indios de Popayán, agrupados según este investigador bajo el nombre de “grupo Guambiano Kokonuco”. Lehmann fue contratado por la Universidad [del Cauca] en diciembre del año de 1942 para organizar el museo arqueológico y además para que realizara algunas investigaciones de su especialidad. Con la organización dada por el nuevo director, estas disciplinas se inician con un instituto científico de carácter permanente y dedicado a las ciencias del hombre.

Durante la dirección del museo arqueológico por el investigador Henry Lehmann las colecciones arqueológicas se enriquecieron con los materiales obtenidos por trabajos de campo realizados en las vecindades de la ciudad de Popayán, en la región de Corinto (colección Bennett-.Ford), Guachicono, etc. además de algunas estatuas de piedra de gran valor plástico y representativo pertenecientes al complejo cultural de San Agustín, halladas en la región de Moscopán, al este del departamento. Fueron adquiridas también estatuas de las regiones del Tambo y Tierradentro, estas, de factura más elemental. Fuera del material reunido por trabajos de exploración el museo se enriqueció con gran número de colecciones adquiridas por compra o donaciones. De esta procedencia cabe destacar las colecciones provenientes de Cuaspud (municipio de Potosí, Nariño) y Tumaco, que junto con las colecciones reunidas en Tierradentro por George Bürg, formaron un buen acopio de piezas que se exhibieron en salones acondicionados para ello y en la parte alta del tramo este del claustro de Santo Domingo.


Escultura de Moscopán, localizada antiguamente en el patio posterior del Museo Casa Mosquera (fotografía de Héctor Llanos V., 1975).

El 11 de febrero de 1946 y por acuerdo número 128 del Consejo directivo de la universidad bajo la rectoría del dr. Luis Carlos Zambrano y sobre la organización base que dejara Lehmann, fue fundado el Instituto etnológico de la universidad del Cauca como entidad filial del ese entonces Instituto etnológico nacional; por el mismo acuerdo también se fundó el museo de arte colonial e historia. La dirección del instituto lo mismo que la del museo de arte colonial e historia fue encomendada al conocido investigador colombiano profesor Gregorio Hernández de Alba, que con un nuevo plan dio una nueva organización a este centro científico.



Arqueólogos Luis Duque Gómez y Gregorio Hernández de Alba (1949)

La actividad cultural alrededor del instituto se inició, con un ciclo de conferencias sobre diversos temas antropológicos que constituyeron el campo preparatorio para la actividad docente, iniciada en octubre de 1946, abriendo con las demás dependencias universitarias sus puertas al estudiantado. Para esta nueva etapa se elaboró un plan de estudios antropológicos con la mira a preparar especialistas. Al lado de las dependencias administrativas y del museo arqueológico, como complemento de la enseñanza fue inaugurada una biblioteca especializada la cual se viene acrecentando día por día desde esta fructífera iniciación.

El instituto ha sido organizado con la colaboración económica de personal docente, tanto del Instituto etnológico nacional como de la Smithsonian Institution de los Estados Unidos. Bajo la dirección del profesor Hernández de Alba, los museos acrecentaron el número de colecciones arqueológicas y se inició también la recolección de material etnográfico. Todas estas dependencias fueron localizadas en el costado oeste del patio principal del claustro de Santo Domingo.

Entre las colecciones arqueológicas casi obtenidas en su mayoría por donación y compra cabe destacarse las relacionadas a la cultura Tumaco compradas al sr. Max Seidel del puerto de Tumaco, que reúne más de 600 piezas, constituyendo una de las colecciones más selecta y rica en elementos de cultura en Colombia. También se adquirieron numerosas piezas del Quindío, del Valle del Cauca y de procedencia extranjera pertenecientes a las culturas de Tancahuán, Ecuador; Chiriquí, Panamá; y Maya de Honduras.

Entre las colecciones etnográficas cabe destacarse materiales pertenecientes a los grupos indígenas Chocó del río Saija, departamento del Cauca y Noanamá depto. del Chocó, Guambía depto. del Cauca y Kofán de la región del Putumayo.


Niñas guambianas (foto Vargas, Popayán).

Los trabajos de investigación se radicaron preferentemente y en el terreno antropológico social, en la parcialidad de Guambía donde se realizaron encuestas etnográficas y lingüísticas. Perteneciente a este grupo indígena fue educado por el instituto durante tres años, el indígena Francisco Tumiñá Pillimué quien a partir del año de 1949 hasta los momentos actuales viene ocupando el cargo de director de la escuela rural de Pueblito, Guambía. Desde entonces ha sido progresivo el éxito registrado por la labor docente de este colombiano entre sus compañeros indios.




Portada y página del libro Nuestra Gente - Namuy Misag, con textos de Gregorio Hernández de Alba y dibujos de Francisco Tumiña Pillimue (segunda edición, Popayán, 1965).

Por delegación del Instituto etnológico nacional, el Instituto de la universidad del Cauca administró el parque arqueológico de Tierradentro localizado en San Andrés (Inzá), donde se cumplieron importantes trabajos de investigación como continuación de los iniciados por el profesor Hernández de Alba, en el año de 1936, construcción y preservación de las ruinas prehispánicas que allí se exhiben. Como fruto de divulgación fueron dadas al público algunos trabajos de carácter antropológico en la Revista de la universidad del Cauca.

La meritoria labor del profesor Hernández de Alba se prolongó hasta fines del año de 1950. De esta fecha en adelante hasta mediados del año de 1955 las funciones del instituto quedan en receso y solamente y en plan esporádico sus museos son abiertos al público.

Nueva etapa del Instituto etnológico

El 16 de julio de 1954 asumimos la dirección del Instituto etnológico de la universidad del Cauca bajo la rectoría del dr. Reinaldo Muñoz Zambrano. Inmediatamente y por conferencias sostenidas con las directivas de la universidad, de común acuerdo, se establecieron pautas de trabajo a seguir dentro de la nueva organización del mencionado instituto.



Arqueólogo Julio Cesar Cubillos Chaparro (fotografía de Héctor Llanos V., 1975).

Del público en general, era conocida la labor docente que ejerció el instituto en su anterior época. Para esta nueva, se consideró que esa labor era imposible de mantener primero, por incapacidad económica de la universidad y 2° por carencia de profesores especializados que pudieran garantizar un pensum de enseñanza tan completo como lo exigen las nuevas tendencias de la ciencia antropológica. El instituto desde este momento ha venido funcionando como un centro de carácter estrictamente investigativo, y con la ayuda económica de la Universidad del Cauca y del Instituto colombiano de antropología [anterior Instituto etnológico nacional].

Los museos que estaban instalados dentro del claustro de Santo Domingo con funciones limitadas por falta de dirección y de personal encargado, fueron trasladados a la Casa Mosquera lo mismo que la biblioteca y enseres que pertenecían al antiguo instituto. En esta casa, y en la parte anterior, se dio cabida a lo que hoy constituye las dependencias de este centro de investigación.

El Instituto etnológico actualmente funciona con las siguientes dependencias:

- Una oficina donde funciona la dirección, secretaría, biblioteca y equipo de dibujo.

- Dos salas de exposición: una para etnografía donde se exponen al público productos de la cultura material de algunas tribus indígenas que habitan o no en el territorio nacional, y otra de arqueología donde se exhiben muestras de culturas prehispánicas de diferentes lugares del país.

Un laboratorio archivo dedicado exclusivamente a investigaciones de carácter arqueológico y aledaño a este un salón sótano que provisionalmente se ha adaptado para laboratorio fotográfico.

- Un taller de reparación de piezas antropológicas y un patio [posterior] para exhibición de estatuas originales de piedra procedentes del dpto. del Cauca. Los corredores han sido utilizados también como lugares de exposición de elementos de cultura.

Material antropológico

Al encargarnos de la dirección del instituto el número de piezas arqueológicas sumó un total de 2.540 y el de piezas etnográficas 147, todas ellas pacientemente acopiadas por los antiguos directores y aumentadas últimamente, en su renglón arqueológico, por piezas obtenidas en trabajos de investigación realizados por nosotros en los alrededores de Popayán, además, de algunas donaciones de cerámica de distintos sitios del depto. De todo este material alguno se expone en las dos salas museos y los otros reposan en el archivo de los sótanos de la Casa Mosquera. Cada una de las piezas ha sido estrictamente reclasificada según las modernas técnicas recomendadas, numeradas, descritas e inventariadas en libros especiales para ello. Dentro de las piezas arqueológicas encontramos representados los siguientes complejos culturales: Popayán, Guachicono, Patía, Corinto, el Tambo, Moscopán, altiplano Nariñense, Cuaspud, Tumaco, Calima, Tierradentro, Quimbaya, Buga, Tuluá, Toro. Además se cuenta con una pequeña colección internacional procedente de las culturas Tancahuán, Chiriquí y Maya de Honduras. La colección etnográfica continua exactamente lo mismo como la describimos al referirnos a la organización dada por el profesor Hernández de Alba.

Museos

Teniendo en cuenta que los museos constituyen verdaderos templos de la cultura y esparcimiento espiritual, que a través de ellos y de manera objetiva puede brindarse educación a nuestro pueblo, el trabajo de adaptación, se redujo a aprovechar los salones más indicados y unas vitrinas existentes, para presentar en público un material de cultura, que aparte de constituir una suma de objetos curiosos, despertara la atención del espectador. La decoración de los muros con dibujos esquemáticos explicativos, los dioramas de cortes de tumbas empotrados en las paredes, el contraste de colores, las leyendas claras y dentro de la verdad científica, la sugestiva colocación de los objetos sin provocar el cansancio por cantidad, la luz adecuada, y los mapas explicativos fueron los principales medios de que nos valimos para el montaje de estos museos. En el patio interior y corredores se exhiben estatuas de piedra originales, así como copias principalmente del complejo agustiniano; todas ellas han sido colocadas sobre bases proyectadas para tal efecto y en concordancia con ornamentación en jardinería, con el ánimo de provocar un ajuste estético del conjunto.



Diorama de un hipogeo de Tierradentro hecho en un muro del antiguo museo arqueológico, del Instituto etnológico, Casa Mosquera, Popayán (fotografías de Héctor Llanos V., 1975).

Biblioteca

La biblioteca antropológica con que cuenta el instituto es por su carácter una de las pocas que funcionan en el país. La casi totalidad de los volúmenes fue adquirida por los anteriores directores y en los últimos años reposaba en calidad de depósito en la Biblioteca central de la universidad. Hoy funciona adscrita al instituto y el número de volúmenes de libros y revistas al iniciarse esta nueva etapa sumó un total aproximado de 1.200. Hoy en día esta biblioteca se ha enriquecido con el canje con instituciones similares del interior y del exterior del país. Actualmente el Instituto etnológico cuenta con el intercambio internacional de 150 centros dedicados a las investigaciones antropológicas. Para justificar y devolver el canje internacional como también para la conservación del prestigio de esta sección de la universidad, el Instituto acaba de publicar el primer número del Boletín antropológico órgano que está dando cabida a los trabajos de investigación que adelanté.

Trabajos de investigación arqueológica

De acuerdo con nuestro proyecto al asumir la dirección del instituto hemos realizado trabajos de investigación arqueológica en el terreno, siguiendo métodos de estratigrafía cultural dentro del valle de Pubén. Entre los meses de agosto y septiembre del año de 1956 llevamos a cabo trabajos de investigación en la finca “Pubenza”, al s.e. de la ciudad de Popayán y en propiedad del Sr. Guillermo Mosquera.

Los trabajos produjeron una cantidad suficiente de fragmentos de cerámica y otros elementos de cultura que permitieron estudiar y concluir algunas características tipológicas de la cerámica prehispánica, de esta zona de la ciudad de Popayán. Debemos anotar, que este ha sido uno de los primeros trabajos de tipo estratigráfico que se han emprendido en la zona andina del sur de Colombia. Con el nombre de PUBENZA, ARQUEOLOGÍA DE POPAYÁN, CAUCA COLOMBIA S. A. este trabajo corre publicado en el Boletín antropológico N° 1 correspondiente a enero de 1958. A raíz del descubrimiento de un centro ceremonial prehispánico en el Morro de Tulcán de la ciudad de Popayán, el instituto planeó una temporada de trabajo y exploración sistemática, la cual se llevó a cabo durante un lapso de tres meses a partir del 15 de julio de 1957. Durante esta primera temporada se recogió gran cantidad de material de cultura el que se está elaborando con miras a publicar un estudio inicial en el próximo número del Boletín antropológico.




Morro de Tulcán, Popayán (fotografía de Julio Cesar Cubillos Ch., 1957).





Excavaciones del centro ceremonial prehispánico, Morro de Tulcán, Popayán (fotografías de Julio Cesar Cubillos Ch., 1957).

Como quiera que estos trabajos arqueológicos por su importancia para la historia prehispánica de Colombia, es indudable [que] tendrán que verificarse otras temporadas de investigación, la segunda de las cuales la acometerá el instituto el próximo verano de este año.

Con el escrito anterior hemos querido presentar una breve historia del Instituto etnológico de la universidad del Cauca, que entre otras cosas, hacía falta. Es natural que a muchas de las meritorias tareas del pasado y el presente no les hayamos dado cabida ya que nuestra intención estuvo lejos de la “rigurosidad histórica”.



Objetos de una tumba guaqueada, Mosoco, Cauca (1945).





[1] Esta breve historia fue escrita por el arqueólogo Julio Cesar Cubillos Chaparro, en el año 1958 (según se deduce del texto), cuando se desempeñaba como director del Instituto etnológico de la universidad del Cauca (1954-1959). Este centro de investigaciones fue establecido en 1946, o sea, que en el 2016 estaríamos conmemorando los 70 años de su fundación. He transcrito el texto original (inédito) respetando su escritura original; solamente con algunas pequeñas adecuaciones y aclaraciones que he insertado entre […]. 

lunes, 13 de abril de 2015

Arqueología, identidades culturales y cambios históricos




Arqueólogo Luis Duque Gómez y trabajador en la excavación de escultura femenina, de un cementerio en Quinchana, San Agustín (1946) (Catálogo exposición Espacios míticos y cotidianos, arqueología del alto Magdalena, Bogotá, 1994)

Pensar en que me encontraría con mi maestro me generaba incertidumbre al mismo tiempo que lo deseaba, porque teníamos mucho de qué hablar, sobre temas que compartíamos, desde tiempos en que fui auxiliar de su investigación, vínculo académico que con el pasar de los años se transformó en admiración por su obra, acompañada de una cordial amistad. Como profesor pude organizar un ciclo de conferencias en las que los expositores eran destacados colegas pertenecientes a varias generaciones, que hablarían de la trascendencia de sus trabajos, vistos en su dimensión histórica. Uno de los asistentes, por supuesto, era mi apreciado maestro.

Horas antes de su charla decidí invitarlo a mi oficina para que pudiéramos dialogar sin afanes y sobre todo, sin la interferencia de otras personas que seguramente estaban interesadas en conocerlo y en hacerle muchas preguntas sobre su trabajo. Nuestro saludo fue un afectuoso abrazo acompañado de frases de bienvenida y de agradecimiento de mi parte, por haber aceptado la invitación. Luego de servirle un buen café, le manifesté:

Profesor (P): Maestro, pienso que esta tarde asistirán muchos estudiantes y profesores a su conferencia, porque consideran que su trabajo científico representa la generación de arqueólogos que marcó una época, por tener una formación profesional, que rebasó los hallazgos de los primeros exploradores interesados más en las ruinas monumentales y en formalizar y clasificar culturas con los objetos excavados. Usted bien sabe que a los más jóvenes les atrae el debate, en el que se cuestiona el trabajo realizado por los mayores que les antecedieron. Me imagino que en su exposición hará referencia a estos cambios conceptuales, no sé si de manera explícita o sobreentendida.

Maestro (M): Mi querido colega, con el transcurrir de los años uno comprende los cambios que se dan entre las promociones de investigadores; para mí, hoy en día es normal que los más jóvenes tomen una posición crítica, si recordamos que nosotros también, a la misma edad,  tuvimos las pretensiones de superar a los mayores. Las diferencias conceptuales no invalidan los aportes que un científico logra durante décadas, con mucha responsabilidad profesional y superando muchas dificultades; nuestros proyectos los llevamos a cabo con fines académicos y pensando en que conocer el pasado aborigen era recuperar un valioso legado cultural, que con el paso de los siglos terminó bajo tierra. Al final de cuentas cada nueva generación lo que está buscando, en primer lugar, es adquirir una identidad con una escuela arqueológica, para luego obtener un posicionamiento, en el medio científico y académico, que le otorgue un reconocimiento en la jerarquía profesional, para poder adelantar su trabajo científico.

P.: No tengo dudas en afirmar que la investigación arqueológica en nuestro país ha sido realizada por profesionales, que sin tener en mente un ánimo de lucro, se han dedicado a conocer una historia prehispánica, con el recurso de tecnologías especializadas. Me gustaría saber qué piensa usted sobre los sentidos de realidad creados por la investigación arqueológica, o sea introducirnos en el campo ideológico de las ciencias humanas o sociales. Los más jóvenes han cuestionado el papel que han jugado los arqueólogos mayores en la creación de un imaginario de identidad cultural nacional, lo que ha propiciado un espacio de discusión necesario, aunque no veo muy definidas las propuestas alternativas, que respondan a la pregunta: ¿Para qué investigamos el pasado aborigen?

M.: Para algunos colegas conocer el pasado prehispánico es muy importante porque nos da una identidad como americanos. Al respecto, es bueno recordar que la historia hispanoamericana ha sido escrita de acuerdo con los intereses políticos y las mentalidades de los vencedores y no de los vencidos, de los criollos, herederos de la cultura traída e impuesta por los conquistadores y colonizadores españoles. En la historiografía oficial, los viajes de Cristóbal Colón han sido un hito fundacional de la historia, estableciendo una ruptura con el milenario pasado aborigen, que hasta ese momento tuvo una autonomía continental. Las investigaciones arqueológicas modernas, desde sus inicios han descubierto que en América existieron civilizaciones análogas a las del viejo mundo, cuestionando el discurso colonialista que las calificó como sociedades salvajes y bárbaras, para justificar su adoctrinamiento o sometimiento a la tradición Occidental. España construyó un sistema social y cultural colonial durante tres siglos, que no desapareció con la llegada de la independencia, a comienzos del siglo XIX. Las identidades culturales de las nuevas sociedades republicanas estaban vinculadas directamente con el período colonial, y muy poco con la época prehispánica, lo que ayuda a explicar por qué este pasado ha sido visto como una realidad distante y aislada de los procesos históricos posteriores.

P.: Lo que usted está diciendo se hace evidente en la aceptación internacional de una cronología arqueológica moderna que reafirma su condición judeo cristiana, al establecer dos grandes etapas, a partir del nacimiento de Cristo; los arqueólogos aceptamos la nomenclatura de las fechas diciendo antes de Cristo (a.C.) y después de Cristo (d.C.). Los viajes de Cristóbal Colón integraron el continente americano a la historia Occidental, separando o fracturando la milenaria historia anterior al descubrimiento de los europeos; con cierta ironía podríamos decir antes de Colón (a. C.) y después de Colón (d. C.); por eso hablamos de una historia precolombina o prehispánica, que algunos arqueólogos mexicanos propusieron llamar precortesiana.

M.: El lenguaje convencional usado por los arqueólogos parece algo secundario y tiene una apariencia objetiva que encubre una carga ideológica, que reitera un sentido hegemónico. La arqueología latinoamericana surge como una ciencia que investiga los asentamientos de culturas indígenas prehispánicas; los historiadores y no los arqueólogos serán los encargados de reconstruir la historia a partir de los viajes de Colón, con el recurso de las fuentes escritas conservadas en archivos y bibliotecas. Situación que cambia posteriormente cuando se habla de una arqueología prehistórica o precolombina, diferente a una arqueología histórica o poscolombina. Terminología ambigua que hemos aceptado sin cuestionar, a pesar de sus implicaciones ideológicas. ¿Por qué se llama historiadores a los que investigan el descubrimiento y su posterior colonización como si los arqueólogos que excavan ruinas precolombinas no estuvieran reconstruyendo una historia?; o será, que con la aceptación de esta división de grandes etapas, mantenemos prejuicios etnocéntricos que fragmentan la historia de América.

P.: Al escucharlo he recordado otra situación paradójica que tiene que ver con la manera como percibimos los hispanoamericanos, posteriormente llamados latinoamericanos, las tradiciones culturales, con las que nos identificamos, como naciones. En el siglo XIX surgió el cambio republicano que transformó el nombre de Hispanoamérica en el de Latinoamérica, algo muy diciente porque implica una diferenciación del mundo colonial español, al mismo tiempo que reitera que somos naciones que hacemos parte de la tradición latina; no sobra reiterar que España también hace parte de esta tradición. En nuestro país, destacados intelectuales criollos propusieron la creación de una república, en la que se mantenía la discriminación social de las castas y la primacía cultural española; para los más conservadores, lo más importante era conformar un estado republicano, que debería mantener el legado cultural de sus antepasados españoles, y para otros, más liberales, los gobiernos deberían impulsar la constitución de una sociedad mestiza, en la que el modelo a seguir era el del progenitor español; ningún partido político planteó la conformación de una sociedad multiétnica y pluricultural. A diferencia de Latinoamérica, en Europa, españoles, italianos, ingleses, franceses, alemanes y demás europeos han considerado que todos ellos, además de sus diferencias culturales y rivalidades políticas, integran una misma tradición, que hemos llamado Occidental. Para estos países ha sido muy importante la investigación arqueológica de las antiguas civilizaciones de Mesopotamia, Egipto, Creta, Micenas, Grecia y Roma, porque en ellas se encuentran los orígenes civilizados del judeo-cristianismo. Aunque la crisis del imperio romano y el surgimiento y auge del cristianismo significó una lucha contra las religiones paganas, por ser idolátricas, bien sabemos que la antigüedad clásica no desapareció en el Medioevo, claro está que cristianizada por los padres de la iglesia. Posteriormente, a partir del siglo XV, en Europa se dio un renacimiento de la filosofía y las artes clásicas, desde las cuales se desarrolló la modernidad. En Latinoamérica, los gobiernos republicanos impulsaron una identidad cultural Occidental en la que dominaron los valores que trasladaron las monarquías española y portuguesa, desde los viajes de descubrimiento y conquista; los europeos trasladaron y sembraron en el nuevo mundo, el árbol del bien y el mal, de los textos sagrados del Génesis, que suplantó el árbol de la vida de los mitos de origen de las cosmovisiones aborígenes. En América, a diferencia de Europa, no se ha dado un eterno retorno a los orígenes, un renacimiento del mundo antiguo, de las civilizaciones prehispánicas, como fundamento de la modernidad.

M.: Mi querido colega, sus reflexiones históricas me parecen muy acertadas y ayudan a entender las ambigüedades y ambivalencias de nuestras identidades culturales actuales. Primero, quiero decirle que las personas se identifican con elementos vivos que hacen parte de su tradición cultural, que le dan sentido a sus vidas. No sé hasta qué punto el descubrimiento arqueológico de una historia milenaria precolombina haya cambiado la mentalidad de la mayoría de los latinoamericanos, que tienen identidades culturales criollas o mestizas, inscritas en una historia teleológica en la que han dominado los valores filosóficos y morales del Cristianismo, que durante quinientos años adoctrinó a las culturas americanas y africanas. Es cierto que en nuestro país la historia patria incluyó las culturas indígenas del momento de la conquista, pero como una realidad sometida, como vasallos bárbaros que necesitaban ser civilizados. Con esto no quiero decir que hayan desaparecido todos los elementos culturales aborígenes; así como hubo pueblos adoctrinados que perdieron sus lenguas, otros las conservaron, por resistencia propia, favorecida, en algunas oportunidades, por habitar territorios de difícil acceso para los colonizadores; pudieron mantener sus ancestrales tradiciones, hasta tiempos modernos. Por eso, cuando los latinoamericanos de mentalidad criolla o mestiza visitamos exposiciones de museos arqueológicos, vemos las obras expuestas como cosas exóticas, porque las desconocíamos o subvalorábamos, por prejuicios etnocéntricos, inculcados en las mismas instituciones educativas o en los medios masivos de comunicación, que por tradición hegemónica han promocionado los valores occidentales. Por suerte esta situación empieza a dar un giro político y jurídico, a partir de la aceptación constitucional que reconoce que somos países multiculturales y pluriétnicos.

P. Estoy de acuerdo en destacar la importancia del trabajo de los arqueólogos pioneros en la recuperación de un pasado cultural prehispánico, que ha sido protegido como un patrimonio histórico nacional, pero también es necesario decir que su posición ha sido criticada, por su carácter dominante, que a nombre de una identidad cultural nacional, no ha tenido en cuenta las miradas de pueblos indígenas, y menos, de los afroamericanos. Hacia los comienzos del siglo XX se dieron cambios históricos como la revolución Mexicana, que además de sus implicaciones sociales y políticas, produjo movimientos literarios y artísticos que enaltecieron las civilizaciones precolombinas y valoraron los comportamientos culturales de sus descendientes. Se puede decir, de manera general, que estas reivindicaciones culturales indígenas trascendieron en Latinoamérica. Se logró construir una historia patria oficial con un imaginario de identidad nacional constituida por lo hispánico, lo indígena y lo africano. Este imaginario terminó siendo un discurso identitario retórico, porque en la realidad social y política se mantuvo el poder dominante en manos de una clase criolla o mestiza, que sustentó las grandes desigualdades entre las clases privilegiadas y los pobres, y las tradicionales discriminaciones raciales; hasta no hace muchos años decirle a una persona que era indio o negro era una ofensa, un estigma racial; la realidad prehispánica fue vista a través de imágenes de grandeza americana, de las civilizaciones mesoamericanas y andinas, imaginario que ayudaron a construir los arqueólogos pioneros. Paradójicamente se enseñó a los habitantes de las naciones latinoamericanas que debían sentir el orgullo de ser descendientes de dichas civilizaciones, sin dejar de ser católicos, y al mismo tiempo se impulsaron políticas que insistieron en la integración de los pueblos indígenas tradicionales, a la sociedad mayor, moderna y desarrollista, a través de las misiones católicas o directamente del mismo estado.

M.: Claro está, que aunque estas discusiones sobre identidades nacionales han contribuido con el reconocimiento de la autonomía de las organizaciones indígenas y afroamericanas, que venían defendiendo y reclamando sus derechos históricos, no me parece apropiada la posición que reduce nuestra complejidad cultural, a una problemática en la que priman las reivindicaciones políticas, porque esto sería una manera parcializada de tratar los problemas de la diversidad étnica en su dimensión histórica. Hay que reconocerle a los pioneros de la arqueología la inclusión de la época prehispánica como parte de la historia americana y el trabajo jurídico que impulsaron para proteger sus obras materiales como patrimonio histórico nacional; gracias a estos esfuerzos la historia americana no se inició con los viajes de Cristóbal Colón, aunque, de todas maneras, la problemática no quedó resuelta. Más allá de los debates que cuestionan la existencia de una identidad nacional, que para bien de todos los discriminados se dieron, como arqueólogo me sigo preguntando, qué sentido tiene conocer el pasado prehispánico, no solamente para los espacios académicos, sino para las mismas organizaciones indígenas y afroamericanas, y para toda la sociedad mestiza en la que actuamos.

P.: Al respecto puedo decirle que proponer hoy en día, un volver al pasado, para impulsar una re-etnización, para supuestamente recuperar identidades del pasado prehispánico, puede ser algo que no va más allá de una retórica culturalista, o es un discurso político, que se justifica como reclamo de derechos que fueron negados o desconocidos en siglos anteriores; pero, no hay que olvidarse de los riesgos políticos que implica la búsqueda del tiempo perdido, el pregonar un volver a un pasado idealizado, para recuperar identidades; conocer el pasado es importante porque nos ayuda a entender lo que hemos sido, a descubrir lo que no nos han permitido ser y por lo tanto, para saber lo que podemos ser como sociedades, en tiempos actuales. Las civilizaciones prehispánicas son fundamentales para entender que han existido otras maneras de interpretar la realidad, otras sabidurías que han dado respuestas diferentes a las de la tradición Occidental, que ha generado la sociedad moderna, con su poder homogeneizador y destructivo de la naturaleza y la diversidad étnica, en la que los recursos naturales fundamentales para la vida y las creaciones culturales se han deshumanizado.

M.: Pretender volver al pasado para recuperar el mito del paraíso perdido, por más americano que sea, es una falacia, que se puede prestar para revivir discursos nacionalistas, que como ya sabemos han sido utilizados por gobiernos conservadores, que terminan justificando ideales de superioridad racial y cultural, que discriminan o combaten la diversidad humana. En las cosmovisiones indígenas el mito de creación no es algo del pasado, no es un paraíso perdido con su pecado original, sino una realidad que siempre está presente en el devenir de sus comunidades. Aceptar ahora, algo que se había negado históricamente, que somos una nación multicultural, no implica hablar de purismos culturales excluyentes; por lo contrario lleva a reflexiones complejas y críticas, que no se pueden reducir a intereses políticos inmediatos.

P.: Los nuevos arqueólogos son categóricos en afirmar que desconocer los pueblos indígenas actuales, en el proceso de investigación, es tomar una posición científica colonialista. Algunos de ellos han expresado que la única manera de descolonizar la arqueología es haciendo una investigación dialógica con las organizaciones indígenas que habitan los territorios donde se realizarán los proyectos; otros, más radicales han llegado a proponer que dichas organizaciones son las que establecen qué clase de investigación se puede hacer, si es que se debe hacer, al estipular que ese pasado cultural les pertenece por ser de sus remotos antepasados, después de haber sido adoctrinados y discriminados durante cinco siglos. El problema se vuelve más complejo, si esta propuesta no solamente incluye a los indígenas, sino a los otros grupos culturales mestizos de ancestro africano: ¿Cómo perciben y valoran ellos ese pasado prehispánico?

M.: Su última pregunta si que agudiza la complejidad de lo que estamos hablando, sobre todo cuando hace referencia a las comunidades negras o afroamericanas, que han sufrido una mayor discriminación racial por ser descendientes de tribus africanas, que fueron esclavizadas por empresarios europeos. A diferencia de los grupos étnicos aborígenes de América, los de origen africano, no fueron tema prioritario de la investigación arqueológica, según parece, porque fueron arrebatados violentamente de sus territorios originales, trasladados en condiciones inhumanas al llamado Nuevo Mundo, negándoles todos sus derechos y todas sus identidades culturales. La arqueología nació como una ciencia que recuperaría una historia americana, sin pensar mucho que con esta actitud se estaba desconociendo la historia milenaria de la población de origen africano. Aunque esta situación ha cambiado en las últimas décadas, todavía, en nuestros países latinoamericanos, los arqueólogos poco se han planteado esta discriminación cultural, como sí lo hicieron desde los comienzos de la arqueología, con las culturas nativas de América. Si usted mira el conjunto de los programas de investigación arqueológica realizados hasta hoy en día, la gran mayoría se han llevado a cabo en yacimientos indígenas; es muy raro ver programas de estudio orientados a la excavación de asentamientos de africanos esclavizados, en reales de minas, en haciendas y en palenques.

P.: A las comunidades afroamericanas todavía se las sigue marginando científicamente; los arqueólogos, más allá de lo aportado por los historiadores, pueden contribuir con conocimientos sobre comportamientos culturales de comunidades afroamericanas, que no se registraron en documentos escritos, precisamente por la discriminación total a la que fueron sometidas; en los archivos, como era de esperarse, casi no existen relatos que expresen los pensamientos y comportamientos de los esclavizados. La arqueología afroamericana es un campo que está por cultivar, para recoger posteriormente sus frutos.

M.: Retomando lo que usted decía hace un momento, considero que los discursos que proponen un diálogo son muy atractivos, pero, no es fácil establecer un diálogo sobre la manera de hacer investigación arqueológica y sus significaciones con comunidades multiculturales. Políticamente es correcto aceptarlo y existen investigadores que para lograrlo, desde el comienzo de su trabajo, entran en contacto con las autoridades y organizaciones comunitarias locales para hacerles la propuesta y tener en cuenta sus miradas culturales y sus intereses políticos. Jurídica y políticamente está aceptado, pero, ¿Qué conlleva consultar a las comunidades?

P.: En una región donde se piensa adelantar un proyecto arqueológico, además de las autoridades gubernamentales, existen grupos sociales con mentalidades e intereses diversos, que también pretenden beneficios económicos y políticos, en la mayoría de los casos. Para no generar conflictos, es beneficioso no olvidarse de que la arqueología tiene, en primera instancia, como objetivo principal, conocer una realidad que ha sido declarada patrimonio cultural, por intermedio de una legislación nacional que la protege, en un contexto internacional; por eso, en nuestro país, el patrimonio arqueológico es jurídicamente inembargable, imprescriptible e inalienable. Tanto los investigadores, como las autoridades y las comunidades no pueden desconocer el contexto jurídico que protege el patrimonio arqueológico; esto no quiere decir que las instituciones que adelantan los trabajos de investigación desconozcan las organizaciones comunitarias y étnicas, porque la legislación también ha establecido jurisprudencia sobre su participación en la investigación, manejo y protección del patrimonio ancestral.

M.: El problema no es jurídico; si no fuera por la legislación existente, el patrimonio arqueológico seguiría expuesto al saqueo y comercialización, al que estuvo sometido por varios siglos, por parte de guaqueros y comerciantes inescrupulosos. En la actualidad, de las autoridades nacionales, regionales, las organizaciones locales y los científicos dependen la investigación, preservación y conservación del patrimonio arqueológico nacional.  

P.: Maestro, ahora me gustaría hablar un poco sobre aspectos más académicos. En principio se podría pensar que los nuevos enfoques constitucionales de la diversidad étnica traerían un cambio conceptual. Digo, en principio, porque soy de las personas que todavía acepta que la teoría y la praxis científicas no están aisladas. No soy muy optimista al respecto; lo que aprecio es que los colegas más nuevos critican las posiciones teóricas y metodológicas de los mayores, pero no han analizado en detalle las implicaciones sociales y culturales de su mundo conceptual y sus respectivos procedimientos de terreno y laboratorio, que están llevando a cabo; todavía seguimos haciendo una investigación aferrada a modelos conceptuales renovados de escuelas antropológicas, propuestos hace varias décadas. Con el auge y dominio de la arqueología de salvamento o privada, muchos colegas están realizando una investigación positivista, con análisis tecnológicos avanzados, que producen información muy valiosa, sin tener tiempo o mayores pretensiones en la interpretación de procesos sociales históricos o evolutivos. Por el contrario, ciertos programas de investigación institucional, efectuados a largo plazo y con la aplicación de estudios tecnológicos especializados, sí han tenido una propuesta teórica y metodológica, con objetivos precisos, que les han permitido analizar problemáticas culturales e históricas.

M.: En mi generación pudimos hacer programas de investigación como los que usted menciona, que fueron calificados por colegas más jóvenes, como culturalistas y colonialistas, por no responder a una posición dialógica con las organizaciones étnicas. Me parece que en el gremio se ha hecho más un reclamo político, que un análisis textual de los enfoques teóricos y de los cambios que produciría una mirada étnica. Si usted observa ciertas publicaciones, algunos autores han hecho una crítica general y ligera a la arqueología culturalista, que ellos llaman de los mayores, incluyéndose en esta palabra, a todos los investigadores que les antecedieron, como si la arqueología de ellos se pudiera reducir a una sola orientación científica. Casi no hay estudios monográficos sobre la intertextualidad, de los trabajos de los investigadores, que expliciten las orientaciones que ha tenido la arqueología en nuestro país, como lo son el Particularismo histórico, el Difusionismo, el Materialismo histórico y el Evolucionismo cultural o social. Pareciera que la arqueología se hubiera liberado de estas escuelas antropológicas.

P.: He leído algunos artículos, que como usted lo dice, son rápidos y poco intertextuales, aunque entiendo sus intenciones. Una de las críticas hace referencia al debate que se hizo hace varias décadas, en los medios académicos norteamericanos, en los que se rechazó la escuela de la antropología culturalista, por parte de los jóvenes, de ese entonces, que defendían la que se ha llamado una nueva arqueología, en la que lo más importante son los procesos evolutivos sociales y la aplicación de leyes matemáticas, con recursos estadísticos, a los que se les asigna el poder de la causalidad explicativa de las leyes científicas. En este sentido, los estudios de culturas arqueológicas locales se descalificaron, porque, aunque se hicieron a largo plazo, por parte de un científico, se aprecian como una sumatoria de excavaciones de yacimientos aislados, con los que se reconstruye una historia cultural local, y no son propuestas territoriales, con un carácter multidisciplinario y con sustentación estadística regional, propia de leyes demográficas y económicas, que explican el surgimiento y evolución de las sociedades complejas, en una escala mundial. ¿Será que no se dan cuenta del carácter universalizante de su posición, al presuponer que existen leyes de la evolución social? ¿Por qué estas propuestas arqueológicas del neoevolucionismo social no se han pensado como colonialistas?

M.: Más allá de estos cuestionamientos ideológicos, me parece importante destacar los estudios medioambientales especializados y realizados por los arqueólogos modernos, posteriores a los arqueólogos pioneros. La llamada arqueología medioambiental, que enfatiza los estudios multidisciplinarios, relacionados con los paleo climas, los suelos y los restos vegetales y animales, ha sido una apertura conceptual, en tanto los procesos sociales, económicos, políticos y culturales no se aíslan de los contextos naturales, como los cambios climáticos, con todas sus significaciones.

P.: Aprovecho lo que estamos diciendo para enfatizar una alternativa que cambiaría la manera de investigar el pasado. La arqueología medio ambiental no se puede reducir a obtener una información especializada sobre los procesos naturales, aislados de las maneras de pensar y actuar indígenas, de sus complejas cosmovisiones, que son muy diferentes a las de la tradición Occidental moderna, de la que hacen parte o participan los científicos. En las culturas aborígenes ancestrales de América, las cosmovisiones sagradas están presentes en todas las actividades económicas, políticas y sociales. Aceptar esto, por parte de los arqueólogos, conllevaría un replanteamiento de su esfera conceptual conformada por categorías universalizantes, espacio temporales, sobre la realidad social y cultural. Si estamos de acuerdo con que la arqueología hay que realizarla desde las percepciones indígenas, me parece que es contradictorio seguir aplicando modelos científicos modernos, en los que el espacio y el tiempo son formalizados como procesos lineales o cíclicos, y los recursos naturales son definidos como bienes de intercambio o mercancías, de cuya acumulación, se presupone, depende el poder de los señores principales y la evolución de las sociedades, sin tener en cuenta los contenidos simbólicos, que les asignan un poder mágico. Sería interesante que los arqueólogos conocieran las diferentes maneras como definen la historia las culturas indígenas.

M. Lo que usted está proponiendo no es un cambio fácil de lograr, porque el corpus teórico de la arqueología se ha construido en una tradición científica moderna, propia de Occidente, que define la naturaleza aparte de las sociedades humanas y para ser aprovechada como recursos económicos. Habría que conocer otras propuestas cognitivas y perceptivas, como las cosmovisiones aborígenes ancestrales, que perduraron hasta tiempos modernos, y desde ellas, intentar construir una nueva conceptualización, de categorías como tiempo-espacio mítico y cotidiano, naturaleza, territorialidad, vida, muerte y demás elementos constitutivos de la realidad. Esto sería posible intentarlo en medios académicos y con la participación directa de las comunidades indígenas, de ser posible; claro está que sería un trabajo complejo y a largo plazo.

P.: Es cierto que es una alternativa difícil de lograr, porque al fin y al cabo los arqueólogos hacemos parte de una tradición cultural y científica moderna, con la que nos identificamos. Pero, sin caer en idealismos, es posible experimentarlo y ver qué va resultando en el recorrido del camino; no olvidemos al poeta Machado que nos dijo: caminante no hay camino, el camino se hace al andar. No se trata de descalificar maniqueamente todos los avances tecnológicos de la arqueología, sino de pensar lo que significaría su aplicación, en contextos étnicos no occidentales.

M.: La arqueología ha desempeñado un papel sobresaliente a escala mundial no solamente en lo referente a los orígenes y transformaciones de las identidades culturales, que tanto interesan a los latinoamericanos, por aspectos particulares de sus procesos históricos. Desde la segunda mitad del siglo XX, en el mundo han surgido movimientos ecologistas preocupados por la contaminación ambiental con desechos tóxicos, que se ha incrementado con el crecimiento industrial, para satisfacer una sociedad consumista exagerada, que como ya sabemos está alterando la atmósfera terrestre. Hoy en día los países han tomado consciencia de que se está produciendo un cambio climático global, con consecuencias graves para la vida de la tierra. Según los estudios geológicos y arqueológicos multidisciplinarios, los cambios climáticos se vienen presentando a lo largo de la historia de la tierra y de la humanidad. Los científicos han podido constatar que las crisis de antiguas civilizaciones están asociadas a desequilibrios naturales causados por modelos económicos y por cambios climáticos que generaron derrumbes políticos y espirituales.

P.: Maestro, me parece muy atractivo que usted exponga lo anterior, porque la investigación arqueológica puede ayudar a comprender no solamente el surgimiento y auge de antiguos sistemas políticos, sociales y económicos, sino también las complejas causas de sus crisis; la modernidad no es invulnerable; todas las sociedades humanas generan sus propias crisis, si desconocen que ellas dependen del inestable equilibrio existente entre todas las energías de la naturaleza. La arqueología tiene mucho que decirnos sobre antiguos pensamientos filosóficos, religiosos y científicos relacionados directamente con el manejo de los recursos naturales.

M.: Mi querido y apreciado amigo, me produce gran satisfacción oír sus propuestas y veo que hemos dialogado como colegas  sobre temas muy importantes, de la arqueología contemporánea. Ojalá pueda, dentro de un rato, en mi conferencia, expresarle al auditorio, algunos de los puntos que hemos tratado, porque hemos visto la posibilidad de construir alternativas de investigación, que pueden ser la respuesta revitalizadora de nuestro campo de acción, que puede contrarrestar la acelerada globalización, no solamente económica, sino también de todas las maneras de actuar, sentir y pensar.

P.: Maestro, no sabe lo satisfecho que me encuentro por haber tenido el privilegio de hablar con usted, de manera directa. De nuevo, mil gracias, por haber aceptado mi invitación y por todas las cosas que me ha dicho, que son el resultado de su experiencia acumulada a largo de su vida profesional. Estoy seguro de que su exposición va a generar una reacción en el público asistente, sobre todo en los jóvenes estudiantes, que como usted bien lo dijo, están ansiosos por producir un cambio generacional, a partir de posiciones intelectuales e ideológicas particulares, que les permitan identificarse para desarrollar su propio trabajo. Definitivamente, aunque no lo parezca, la arqueología, además de ser un oficio apasionante, sigue teniendo gran importancia, porque desde sus inicios ha desempeñado un papel con el pasado, con el arché de nuestras tradiciones culturales, como fundamento de lo que somos hoy en día, en la atractiva, conflictiva y alienante modernidad.