viernes, 30 de mayo de 2014

¿Es la vida un laberinto?


  

Bartolomé Veneto, Retrato de joven con laberinto (siglo XVI)


Presentar un texto[1] es aceptar que la escritura es un acto, un deseo, una intención, un instante, es jugar con las palabras, es permanecer, ante el hastío de la cotidianidad. Escribir es una necesidad subjetiva que realizamos aunque sepamos que al mismo tiempo que es algo liberador del espíritu, es también una acción paradójica, cuando entendemos que el lenguaje limita nuestra libertad, como bien lo dijo Barthes, entonces no puede haber libertad sino fuera del lenguaje.[2] La escritura es el arte de las palabras, es el arte de la representación que nos extraña de la naturaleza y las cosas. El arte de la escritura es una necesidad que llena el vacío del silencio. Al escribir recreamos la realidad, algo que nos ayuda a ir más allá de las limitaciones de nuestras identidades. La escritura es un hacer solitario que reafirma nuestra subjetividad y nos permite inventar la realidad.

La vida es una secuencia de presentes, sin pasado ni futuro; es simplemente algo que aceptamos como si estuviéramos aquí y ahora, en este instante. Leer o escribir es aceptar un impulso que se vuelve una sublime obsesión que llena nuestra subjetividad. Hay momentos de la vida en que brota el deseo de escribir sin saber para qué, y al hacerlo es porque experimentamos sentimientos de tranquilidad, sin miedo a la culpabilidad o al fracaso.

¿Qué hacer cuando sabemos que no podemos emanciparnos de nuestras pulsiones, de la necesidad de afectos? Ante nuestras cotidianas insatisfacciones: ¿Será, que solamente tenemos la alternativa de lo bello o lo sublime? Escribir es sublimación del arte de amar. Lo sabemos y seguimos escribiendo. Escribir es nuestro destino, para, posiblemente evitar el desenlace trágico, aunque presentimos que es una alternativa ante la sinrazón de nuestro existir. ¿Estamos predestinados a las bellas apariencias, al sufrimiento que ocultan? ¿Estamos condenados a ser humanos, no divinos ni animales? El destino, a pesar del fin ineludible, es un misterio, es un espacio-tiempo en el que actuamos. El destino es un laberinto y como lo pregonó el iluminado Nietzsche, el destino es un eterno retorno de lo idéntico, que nos puede llevar a la puerta del Instante de Zaratustra, para volar en éxtasis creador, como lo han hecho los chamanes, desde tiempos inmemoriales, como hombres sabios que han podido ir más allá o más acá sin coordenadas, sin necesidad de ingresar al laberinto, que nos atrapa y nos obliga a recorrerlo con sus consecuencias trágicas.

Este escrito tiene una motivación subjetiva; he decidido, como lo anuncia el ángel de la historia de Benjamin, voltear y mirar con horror (¿o dolor?) las ruinas del pasado, sin temor, lo que me ha permitido acumular fragmentos para reconstruir el laberinto de nuestra historia. Cuando empecé a escribirlo, hace varios años, se fue creciendo rápidamente, al introducirme en una dimensión genealógica;[3] era como si se tratara de una necesidad existencial para entender el laberinto en que me encontraba. Para ello, me fui apropiando de lecturas e imágenes simbólicas que se fueron configurando alrededor de mis inquietudes particulares. En ese entonces, descubrí que no se trataba de llevar a cabo un proyecto de investigación más, sino entendí que los fragmentos de escrituras seleccionados tenían una correspondencia con mi vida y los hilaba, posiblemente para no perderme, como lo había hecho Teseo con el hilo de Ariadna en el laberinto construido por Dédalo para el rey Minos, en los tiempos míticos de Creta.

Este texto ha sido posible después de traspasar la puerta del laberinto de mi mente, para recorrerlo, pero sin tener la certeza de encontrar la salida al no sentirme poseedor de la espada y el hilo salvador de Teseo. Tampoco estaba seguro de recurrir al artificio de Dédalo, de construir alas para volar hacia el cielo y escaparme del laberinto, porque bien sabía que podía acercarme demasiado al sol y caer al mar, como le había sucedido al joven Ícaro.

El lector de este escrito podrá percibir que va más allá de la apropiación intelectiva propia de la lectura de textos e iconografías del pasado; como arqueólogo sentí la curiosidad de experimentar los espacios laberínticos en sus contextos originales, que como monumentos habían sobrevivido al demoledor paso del tiempo. He recurrido a los viajes literarios y artísticos que me han permitido vivir la experiencia de estar parado en el aquí y el ahora de los libros y las obras de arte en los que me introducía, y en algunas ocasiones, después de visitar algunos sitios emblemáticos del Viejo Mundo, como el palacio-convento del Escorial de Felipe II, la Sagrada Familia de Gaudí y el laberinto pétreo apenas iluminado por la luz tenue de las bellas vidrieras del azul profundo de la catedral de Chartres.



Catedral de Chartres (fotografía de Héctor Llanos V., 1997)

En estos momentos no se me olvida aquella mañana, de aquel día de fría primavera, que tomé el tren de París a Chartres para conocer su catedral y su misterioso laberinto. Desde la ventana del tren lo primero que vi fue su monumental silueta con sus dispares torres que brotaban de la verde campiña francesa y cuando llegamos a la estación, como todos los turistas, recorrí rápidamente aquellas callejuelas de origen medieval hasta encontrarme cara a cara con la imponente fachada de piedra gris que me dejó asombrado. Al tomar la decisión de entrar a su recinto, sentí temor de abandonar la luz del día e ingresar a la oscuridad de su espacio sagrado, algo que me recordó las cavernas míticas que servían para ingresar o salir del inframundo. Al caminar silencioso por sus naves y percibir las losas de piedra gastadas por el transitar de los peregrinos durante siglos, al dejarme iluminar por los suaves rayos solares de azul tenue que atravesaban las vidrieras, vi un hombre joven en posición hermética de adorante, dentro de un círculo de luz solar que se proyectaba sobre una piedra más oscura que las demás del enlosado, y me sentí en el medioevo, al recordar que esa laja había sido colocada por el maestro constructor de la catedral para precisar la dimensión cosmológica de su gran fábrica, de acuerdo con la orientación solar de la casa de Dios, en la posición equinoccial. Luego, empecé a buscar el laberinto, que sabía se localizaba a la entrada de la catedral y al no poderlo visualizar, recurrí a una anciana para preguntarle dónde estaba y ella, por suerte, al ser una fiel beata, me respondió, en tono regañón, que estaba parado encima de él, lo que me desconcertó y me hizo comprender mi actitud, que el laberinto era un espacio sagrado de dimensiones gigantescas, dibujado herméticamente con lajas sobre gran parte del piso de la entrada, para ser recorrido, no para ser visto, como lo habían hecho los cristianos en tiempos medievales, que conocían el argot del misterio de las catedrales.



Laberinto catedral de Chartres (www.vopus.org)

De igual manera no puedo olvidar mi primer viaje a España. Me veo parado en la Lonja frente a la imponente fachada de piedra del palacio-convento de San Lorenzo de El Escorial, iluminada por el cálido sol de la mañana; después de traspasar el pórtico principal ingresé al patio de Reyes y ante la fachada de su templo me sentí enclaustrado. Cuando tomé la decisión de subir por la primera gran escalera no sabía que me estaba introduciendo en un laberinto pétreo grisáceo, de grandes salones y pequeñas alcobas comunicados entre sí por galerías y estrechos corredores. Cuando salí de mi recorrido, por la puerta de la fachada norte, experimenté un alivio, porque al mismo tiempo me encontraba maravillado y desconcertado, luego de subir y bajar escaleras que me habían hecho perder mis coordenadas;  al volver a percibir el fresco aire y la brillante luz solar en la explanada, volví a gozar de una sensación de libertad.



Palacio convento de San Lorenzo El Escorial (fotografía de Héctor Llanos V., 1997))

El milenario mito del laberinto aún sigue vigente (aunque desacralizado), y encontrar la salida es todavía un reto difícil para la voluntad del ser humano. Antes de recurrir a actos heroicos como el de Teseo, es posible hacer una reflexión arqueológica sobre los discursos de saber-poder escritos alrededor de él. Aunque parezca una paradoja, la arqueología como saber científico ha estado ligada al surgimiento y definición de la modernidad, porque ha sido un medio apropiado con el que ha sido posible identificar y pensar escrituras arcaicas, acumuladas con el paso de los siglos en el palimpsestus sobre el que reposan las realidades discursivas de la modernidad.

A pesar del destino trágico y del Pecado Original, Occidente ha luchado para encontrar lo verdadero, recurriendo a la alternativa de lo verosímil, expresado en la creación artística e intelectual. Parece como si el sacrificio del Minotauro no hubiera sido la acción indicada para salir del laberinto y solucionar los conflictos del ser humano. El dominio de la razón como la manera apropiada para la existencia humana ha producido aporías y paradojas, que de generación en generación, los grandes filósofos han tratado de resolver, para evitar el desenlace trágico. ¿Es necesario concebir la vida como un laberinto?

Aunque este texto tiene un comienzo mitopoético, en la medida en que iba avanzando en su escritura comprendí que podía dilatarlo, con la inclusión de otras obras, cayendo en la trampa del laberinto. Bien sé que son muchos los fragmentos de textos laberínticos de la historia de los que no me he apropiado, pero, al fin y al cabo, mi intención no era enciclopédica, sino, satisfacer una necesidad subjetiva: recuperar lecturas de mi pasado que han perdurado en mi memoria; yuxtaponer laberintos históricos que han tenido repercusión en mi formación intelectual, como las escenas de un drama inconcluso, para al final preguntarme, a manera de epílogo: ¿Necesariamente el devenir es un laberinto? o ¿Existen otras estrategias culturales de concebir la vida? Espero que cada uno de los lectores de este texto tenga la paciencia de leer los fragmentos que he recopilado y tener la oportunidad de reflexionar sobre las implicaciones de los interrogantes que me han acompañado desde hace años.



Laberinto romano

EPÍLOGO: ¿NECESARIAMENTE EL DEVENIR ES UN LABERINTO?

En esta escritura, a partir de los relatos míticos de Creta, el ejercicio de la arqueología me ha permitido encontrar enigmáticos laberintos en antiguos palacios y templos, ya sean podados en hermosos jardines, tallados en piedra, fundidos en metal, pintados sobre lienzo o grabados en hermosos libros. Se encuentran como monumentos o iconografías aisladas y por su estilo me ha sido posible conocer en qué época fueron hechos, como cosas misteriosas. También he localizado textos, casi siempre escritos en un lenguaje hermético, metafórico, mitopoético o esotérico, que hablan de laberintos.

Impresiona constatar que en Occidente los laberintos no son construcciones de un remoto pasado, sino que han sido una constante histórica y aún siguen construyéndose, día a día. Como lo dice Corrado Bologna en su presentación de la edición española de los profundos textos sobre el laberinto, elaborados por Karl Kerényi, al constatar que existe una laberíntica bibliografía de Babel sobre el tema (más de dos mil títulos a principios de los años ochenta del siglo pasado): Toda encarnación del mito en formas nuevas es así mismo una variación y una interpretación en el sentido musical y hermenéutico: enriquece, desarrolla, despliega, revela un aspecto más del mitologema ‘originario’, cada vez más difícil de distinguir, en el bosque de los signos y de los sentidos que a lo largo de la historia se multiplica en torno a él. De la tensión con el presente de la interpretación extrae el ‘origen’ de su valor, su dialéctico significado, su historicidad, no diversamente definible. Al final resulta casi imposible ‘explicar’ el mito volviéndolo a situar en su ‘origen’, ya que la ‘explicación’ misma es un ‘origen’ nuevo del sentido.[4] Todo esto lleva a pensar en que los discursos que interpretan el laberinto terminan siendo laberínticos, que la mente es un laberinto que construye falacias laberínticas, en su permanente retornar al origen del drama trágico de Occidente.



Jorge Luis Borges y el Laberinto (www.edu.ar)

Un escritor moderno consciente de la mente laberíntica es Jorge Luis Borges (1899-1986). En varios de sus relatos y poemas se identifican estructuras laberínticas construidas por la mente de sus protagonistas y en las que se encuentran sin salida. Borges atrapa al lector, lo introduce de manera magistral en mundos lógicos y paradójicos. Borges ha conservado en su memoria el arquetipo del laberinto desde los tiempos de su infancia y como adulto, ante la perplejidad que siente por su misterio, lo transforma en poético pensamiento lógico, en metafísica aristotélica, como se lo reveló a María Esther Vázquez en entrevista realizada en 1973, cuando le preguntó:

-¿Cuándo, dónde y por qué aparece como tema el laberinto?
-Recuerdo un libro con un grabado en acero de las siete maravillas del mundo; entre ellas estaba el laberinto de Creta. Un edificio parecido a una plaza de toros con unas ventanas muy exiguas, unas hendijas. Yo, de niño, pensaba que si examinaba bien ese dibujo, ayudándome con una lupa, podría llegar a ver el Minotauro. Además, el laberinto es un símbolo evidente de perplejidad, y la perplejidad, el asombro del cual surge la metafísica según Aristóteles, ha sido una de las emociones más comunes de mi vida, como lo fue de Chesterton, quien dijo: todo pasa, pero siempre nos queda el asombro, sobre todo el asombro ante lo cotidiano. Yo, para expresar esa perplejidad,  que me ha acompañado a lo largo de la vida y que hace que muchos de mis propios actos me sean inexplicables, elegí el símbolo del laberinto, o, mejor dicho, el laberinto me fue impuesto, porque la idea de un edificio construido para que alguien se pierda es el símbolo inevitable de la perplejidad. He ensayado distintas variaciones sobre ese tema, que me han llevado al Minotauro y a cuentos como La casa de Asterión, Asterión es uno de los nombres del Minotauro. Luego el tema del laberinto se encuentra de un modo muy notorio en La muerte y la brújula, en diversos poemas de los últimos libros míos y en uno que voy a publicar hay también un poema breve sobre Minotauro.[5]

Más allá de la fantasía infantil de encontrarse con el Minotauro, Borges ha descubierto que el laberinto es la perplejidad o capacidad de asombro de la mente humana de la que surge el pensamiento metafísico, que no necesariamente crea realidades explicables, sino, también, actos inexplicables. Para Borges el laberinto no es una construcción externa a la mente, sino algo que le fue impuesto, porque la idea de un edificio construido para que alguien se pierda es el símbolo inevitable de la perplejidad.




 Biblioteca de El Escorial (fotografía de Juan Camilo Sanclemente, 1997)

La biblioteca de Babel es una laberíntica fábrica literaria, construida en términos lógicos y paradójicos, geométricos y matemáticos. Borges empieza su narración afirmando: El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono, se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. En la Biblioteca de Babel hay contenedores de libros regulados matemáticamente: A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas, de cuarenta renglones; cada renglón de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dicen las páginas.[6]

Para encontrar una solución a la ilimitada Biblioteca, Borges, como arquitecto del pensamiento infinito, establece dos axiomas, o verdades que no necesitan ser explicadas: El primero: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo corolario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente saludable puede dudar. El segundo axioma es: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: La naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno de estos enigmáticos libros: (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice oh tiempo tus pirámides.[7]

Uno de los antiguos bibliotecarios descubrió la ley fundamental de los signos de la escritura alfabética que potencializa el conocimiento total y universal, contenido en la Biblioteca:

Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay, en la vasta Biblioteca, no hay dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas.[8]

Al final del relato, Borges encuentra una solución lógica al problema paradójico del conocimiento que simboliza la Biblioteca de Babel, como el Universo-laberinto del conocimiento: La Biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden. El Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.[9]

Es claro que para Borges, la mente, que ante la perplejidad se inventa realidades metafísicas, es laberíntica; pero: ¿Qué significa Asterión para Borges? ¿Qué hace Borges con el Minotauro o Asterión? ¿Está de acuerdo con Teseo? En el cuento La casa de Asterión, este monstruo se define así mismo, de la siguiente manera dialéctica:

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres, como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprenda a leer. A veces lo deploro, porque la noche y los días son largos.[10]  
Asterión no es un filósofo, es un solitario analfabeto, además de ser acusado de soberbio y tal vez, de misántropo y loco. Estos rasgos de personalidad lo condenan o justifican su muerte sacrificial por parte del apolíneo Teseo; sacrificio que Borges transforma en la redención de una culpa (su ignorancia), o en el deseo de Asterión, porque la muerte es la manera de liberarse de la soledad a la que ha sido condenado, en su casa laberíntica. Borges, termita su relato, con las siguientes palabras de Teseo, después de haber matado al Minotauro: ¿Lo creerás Ariadna? -dijo Teseo- El Minotauro apenas se defendió.



Teseo matando al Minotauro, mosaico romano

Otro escritor que se dejó provocar por el misterioso laberinto fue Julio Cortázar (1914-1984); a diferencia de Borges decidió recrear el mito arquetípico con otra mirada; en lugar de un cuento lógico, prefirió escribir un bello poema en prosa dramatizado, que tituló, curiosamente, Los reyes (1949). En realidad, Cortázar comprende que el mito es un drama en el que más que un desenlace trágico, como consecuencia del sacrificio de una víctima, por parte de un héroe, lo que propone es un juego dialógico, en el que el Minotauro, aunque sacrificado por Teseo y a pesar de ser un monstruo, está enamorado de Ariana (Ariadna) y es poseedor de una aguda inteligencia y sensibilidad poética humanas.

Los reyes es un breve poema dramático estructurado, según parece, en un solo acto con cinco escenas. A excepción de la tercera escena, que podríamos llamar el monólogo de Ariana, las cuatro restantes son diálogos entre Minos y su hija Ariana, entre Minos y Teseo, entre éste y el Minotauro y la escena final, entre la bestia humana que agoniza y un anónimo citarista. Los diálogos, que recuperan el espíritu poético de la tragedia griega original, le permiten a Cortázar caracterizar en sus intereses a cada uno de los protagonistas, estableciendo un giro interpretativo diferente: Ariana, como representante de lo femenino, tiene el privilegio del monólogo en el que expresa su amor, no por Teseo, sino, por su hermano, el Minotauro. Se puede pensar que la protagonista principal, o la que teje la trama dramática, es Ariana.



Ariadna dormida, Museo Vaticano, Roma

La preocupación de Minos es la culpa y el temor obsesivo al laberinto que vive en sus sueños (o pesadillas), como rey poderoso (y como padre), generado por el Minotauro, engendrado por su infiel esposa, la reina Pasifae, como se lo dice a su hija Ariana:

Allí mora, [en el laberinto] legítimo habitante, esta tortura de mis noches, Minotauro insaciable. Allí medita y urde las puertas del futuro, los párpados de piedra que su sagaz perfidia alza contra mi trono en la muralla. Mis sueños aguzados de astas. Todo remo me es cuerno, toda bocina mugir. ¡Minotauro, hijo de reina ilustre, prostituida! Nadie hallará el artificio armonioso capaz de medir sin engaño un temor de rey.
Minotauro, silencio en asecho, signo de mi poder sobre la concavidad del mar y sus ramos de azules islas. Testimonio vivo de mi fuerza, del filo abominable de la doble hacha. ¡Sí, preso y condenado para siempre! Pero mis sueños entran al laberinto, allí estoy solo y desceñido, a veces con el cetro que se va doblando en mi puño. Y tú adelantas, enorme y dulce, enorme y libre. ¡Oh sueños en que ya no soy el señor![11]

Ariana no está preocupada por las angustias de poder de su padre, sino que le pregunta, por qué le tiene miedo, y le reclama su sentimiento como  hermana del Minotauro, al ser hijos de la misma madre: Los dos nos modelamos en el seno de Pasifae. Los dos la hicimos gritar y desangrarse para arrojarnos a la tierra.[12] Más adelante, Ariana, en su monólogo, después de haberle entregado el ovillo salvador a Teseo, expresa sus miedos, como hermana del Minotauro e hija de Pasifae, al comprender que es poseedora del secreto amor fraternal prohibido y esperar el desenlace funesto que le depara el destino:

No sabré ya nunca por qué su prisión alza en mí las máquinas del miedo. Tal vez entonces comprendí que estaba envuelto en una existencia ajena a la del hombre. Los hermanos parecen menos hombres y menos vivos, imágenes adheridas a la nuestra, apenas libres. Duele decir: hermano. ¡Lo es tan poco, turbio anochecer de nuestra madre! ¡Oh Minotauro, no quiero pensar en Pasifae, tú eres el Toro, el cabeza de toro recogido y amargo! Y alguien marcha contra ti mientras mi ovillo decrece, vacila, brinca como un cachorro en mis manos y bulle quedamente […]
[…]
Sólo yo sé. ¡Espanto, aleja esas alas pertinaces! ¡Cede lugar a mi secreto amor, no calcines sus plumas con tanta horrible duda! ¡Cede lugar a mi secreto amor! ¡Ven, hermano, ven, amante al fin! ¡Surge de la profundidad que nunca osé salvar, asoma desde la hondura que mi amor ha derribado! ¡Brota asido al hilo que te lleva el insensato! ¡Desnudo y rojo, vestido de sangre, emerge y ven a mí, oh hijo de Pasifae, ven a la hija de la reina, sedienta de tus belfos rumorosos!
El ovillo está inmóvil. ¡Oh azar![13]



Antonio Canova, Teseo y el Minotauro, Museo Victoria y Alberto, Londres (1781)

Teseo es desnudado como héroe apolíneo. El diálogo que establece con Minos, es de poder, es un diálogo entre dos reyes rivales, que se recriminan mutuamente, entre el heredero del trono de Atenas y el rey de Creta; en el fondo los dos son parecidos, ambos necesitan liberarse del Minotauro, como ser libre victimizado, como un acto de prepotencia. (Es posible, que Cortázar, por este motivo, haya llamado su hermoso drama, Los reyes). A Teseo, más que el amor de Ariana, (quien es ofrecida por su padre como recompensa y alianza de poder entre Creta y Atenas), le importa liberarse de la condena a que están sometidos los atenienses; así lo expresa en la parte final de su diálogo con Minos:

Teseo
Ya ningún monstruo vivo.

Minos
Sólidos nuestros tronos.

Teseo
Ningún monstruo vivo. Solamente los hombres.

Minos
Los hombres sostén de los tronos.

Teseo
Y tú me darías a Ariana.

Minos
Mira si nos parecemos.[14]

Como era de esperarse, el diálogo entre Teseo y el Minotauro es entre un héroe mítico, que siente la seguridad de su espada y de su destino, y un ser que ha sido privado de su libertad, cuando fue encerrado en el laberinto; por eso, el Minotauro le responde que extraña la poesía del sol, del hilo de agua que permite salir hacia el bello mar de Creta:

Habrá tanto sol en los patios del palacio. Aquí el sol parece plegarse a la forma de mi encierro, volverse sinuoso y furtivo. ¡Y el agua! Extraño tanto el agua, era la única que aceptaba el beso de mi belfo. Se llevaba mis sueños como una mano tibia. Mira qué seco es esto, qué blanco y duro, qué cantar de estatua. El hilo está a tus pies como un primer arrollo, una viborilla de agua que señala hacia el mar.[15]

Cuando el Minotauro descubre que Ariana le ha entregado el hilo salvador a Teseo, vuelve a sentirse otra vez prisionero en el laberinto, porque Ariana para él es el mar que tanto desea; esto no implica que sea un cobarde, como el arrogante Teseo se lo recrimina; no le ofrece resistencia, sino que se deja matar, para liberarse del aislamiento y la soledad a que ha sido sometido, injustamente; por eso, le revela un secreto laberíntico, que Teseo ignora:

Estoy decidido. Desde un repentino separarse de aguas en lo hondo, la libertad final se adelanta en el filo que nace de tu puño. Qué sabes tú de muerte, dador de la vida profunda.
Mira, sólo hay un medio para matar los monstruos: aceptarlos.[16]

De todas maneras, el Minotauro, cuando Teseo lo hiere mortalmente, sigue con la ilusión de su amor por Ariana:

Minotauro
Ariana, en tu profundidad inviolada iré surgiendo como un delfín azulísimo. Como la ráfaga libre que soñabas vanamente. ¡Yo soy tu esperanza! ¡Tú volverás a mí porque estaré instaurado, incitante y urgido, en tu desconcertada doncellez de sueño!

Teseo
¡Inclínate más!

Minotauro
¡Ah, qué torpemente heriste!

Teseo
Te desangras con suavidad y sin sentirlo.

Minotauro
Mi sangre sabe a adelfas, se me va entre los dedos llena de pequeños soles movientes.

Teseo
¡Calla! ¡Muere al menos callado! ¡Estoy harto de palabras, perras sedientas! ¡Los héroes odian las palabras!

Minotauro
                              Salvo las del canto de alabanza.[17]

En los tiempos mitopoéticos de Creta, Teseo, al matar al Minotauro, realizó un acto heroico que ha sido interpretado como el triunfó de lo apolíneo sobre lo dionisíaco. El laberinto de por sí es una trampa del destino, porque una vez traspasada su puerta de entrada es obligatorio recorrerlo para matar al Minotauro y con la ayuda del hilo de Ariadna volver a encontrar la puerta de salida, por la que se había entrado.

Desde el siglo XIX se han producido cambios acelerados con respecto al origen sagrado de la tragedia y la comedia, en tiempos clásicos. Joseph Campbell recuerda que el conde León Tolstoi inició su novela Ana Karenina con estas ominosas palabras: Las familias felices son todas iguales; las que no lo son, tienen su propia manera de infelicidad. Además, que la sociedad ha producido una literatura realista y valerosa, que muestra el carácter enfermizo de la tragedia en la modernidad, con sus insatisfacciones, desilusiones y fracasos, en donde ya no tienen sentido el cuento de hadas infantil de la felicidad, el mito, ni las comedias divinas de la redención, como si lo tuvieron, como verdades profundas y difíciles, en un antiguo pasado:

La literatura moderna se ha dedicado en gran parte a hacer una observación valerosa y exacta de las figuras enfermizas y rotas que pululan ante nosotros, a nuestro alrededor y en nuestro interior, donde se ha reprimido el impulso natural de protestar en contra del holocausto, de proclamar las culpas o anunciar las panaceas, ha encontrado realización la magnificencia de un arte trágico más potente para nosotros que el arte griego: la tragedia realista, íntima e interesante desde varios aspectos, de la democracia, donde se muestra al dios crucificado con su cara lacerada y rota en las catástrofes no sólo de las grandes casas sino de los hogares más comunes. Y no hay ninguna creencia hecha sobre el cielo, la futura felicidad y la compensación para sobrellevar la majestad amarga, sino la oscuridad más absoluta, el vacío de la insatisfacción, que reciben y se comen las vidas que han sido expulsadas del vientre sólo para fracasar […] Demasiado bien sabemos cuánta amargura de fracaso, de pérdida, de desilusión y de insatisfacción irónica circula en la sangre hasta de los seres más envidiados del mundo. De ahí que no estemos dispuestos a asignar a la comedia el alto rango de la tragedia. La comedia como sátira es aceptable, como diversión es un agradable medio de escape, pero el cuento de hadas de la felicidad ya no puede ser tomado seriamente en cuenta; pertenece a la “tierra del nunca jamás” de la infancia, protegida de las realidades que bien pronto serán conocidas en forma terrible; así como el mito del cielo eterno sólo tiene vigencia para los viejos, cuyas vidas están detrás de ellos y cuyos corazones tienen que ser preparados para pasar el último portal del tránsito a la noche; pero ese serio juicio occidental moderno está fundado en un malentendido total de las realidades representadas en el cuento de hadas, en el mito y en las comedias divinas de la redención. Estas, en el mundo antiguo, se consideraban de más alto rango que la tragedia, de verdad más profunda, de realización más difícil, de estructura más sólida y de revelación más completa.[18]

Las dos grandes guerras mundiales del siglo XX significaron millones de víctimas y el arrasamiento de ciudades, que pusieron en evidencia el derrumbe de los tradicionales y hegemónicos valores morales cristianos y la desacralización del destino de la tragedia clásica. En la civilización moderna, fundamentada en el devenir de la razón científica, paradójicamente, se ha creado un vacío de tiempo y espacio tanto mítico como histórico; los mitos de la antigüedad ya no poseen la energía profunda del arcano misterio de la palabra y el ritual mitopoéticos. El acelerado proceso de la ciencia y la tecnología ha globalizado los desarrollos y conflictos de los sistemas económicos, políticos y sociales estatales de jurisdicción nacional, lo que ha afectado la compleja diversidad cultural, las maneras de pensar, sentir y actuar de los miles de millones de habitantes que habitan la Tierra.

La revolución científica iniciada con el giro copernicano del siglo XV ha producido en las centurias posteriores grandes transformaciones en los pensamientos filosóficos y en las doctrinas religiosas, con sus repercusiones directas en la economía y los sistemas políticos y sociales. El auge de la nueva ciencia (positiva y experimental) con su acelerado desarrollo tecnológico, aplicable en todos los campos del saber, han terminado sustentando la modernidad. Los especializados campos del conocimiento científico han desquebrajado el viejo orden político y social y cuestionado las cosmovisiones que se habían consolidado en siglos anteriores. El saber poder científico moderno con sus aplicaciones tecnológicas ha rebasado el dogmático saber ontoteológico cristiano, que durante siglos había justificado el sistema mundo dominante. Su éxito como saber radica en que no solamente tiene la pretensión filosófica de explicar la realidad, de imponerse como lo verosímil, de sustituir a Dios-mundo, sino, sobre todo, por ser conocimientos positivos con implicaciones tecnológicas lucrativas, de los que dependen el sistema económico globalizado y los medios masivos de comunicación global.

Cada día que pasa son más admirables los descubrimientos producidos por las ciencias positivas y sus tecnologías innovadoras: la revolución cuántica, la nanotecnología y la biotecnología. Aunque es necesario distinguir la admiración por los avances científicos y tecnológicos logrados por los científicos en especializados laboratorios, de la admiración por sus aplicaciones económicas y sus repercusiones políticas, sociales y culturales. Es difícil no sentir asombro por la revolución científica moderna y por los alcances de los medios de comunicación masiva como acceso a la información y al intercambio de mensajes, de manera abierta e inmediata, pero también es importante analizar los efectos o consecuencias, que la admiración por este conocimiento, está produciendo a escala mundial. 

El saber poder de la ciencia con sus aplicaciones tecnológicas está reemplazando los tradicionales medios de comunicación por unas poderosas redes sociales mundiales, virtuales y colectivas. En el siglo XX, los complejos saberes ancestrales han sido sustituidos por voces e imágenes atractivas, instantáneas de programas de radio, televisión, cine, videos y telefonía celular, ahora computarizados y mediatizados con fines mercantiles en una sociedad en la que se imponen los valores del éxito individual, el enriquecimiento y el consumo obsesivo.

Antes de dichos descubrimientos científicos modernos se educaba o adoctrinaba a las personas de manera presencial, de generación en generación; el grupo social minoritario que sabía leer y escribir tenía el privilegio de acceder a los conocimientos como un saber que lo capacitaba para gobernar. En la actualidad, aunque la mayoría de las personas han sido alfabetizadas, se ha producido una situación paradójica, porque la lectura tradicional de textos, que permitía un aprendizaje memorístico o reflexivo, se ha visto desplazada por los avanzados medios tecnológicos de comunicación masiva. La lectura de un texto exige dedicarse exclusivamente a esta actividad, algo que está siendo reemplazado por la actitud pragmática de escuchar la radio. En este sentido, muchas personas, aunque alfabetizadas o ilustradas, prefieren y dedican mucho más tiempo a escuchar los programas radiales que a leer textos impresos o digitalizados. A diferencia del lector, el radioescucha es un receptor pasivo que se apropia de manera más emocional que reflexiva, de los diversos mensajes ideológicos que escucha.

Las invenciones de la fotografía y el cine alteraron las tradicionales costumbres y la manera de comunicarse con el lenguaje, el individuo con su comunidad. El invento del cinematógrafo ha sido llamado con justa razón el séptimo arte, por su potencial poder creativo y persuasivo que le permite a cada uno de los espectadores soñar despiertos, mientras dura la proyección de la película, en la oscuridad de las salas. El cine, como los sueños, manipula deseos, temores e ideas con los que se pueden identificar los espectadores. Situación que se incrementó con el avance tecnológico de la televisión que irrumpió como la radio, en la privacidad de todos los hogares, como algo continuo y permanente.

El poder de comunicación de la televisión es más eficiente que el de las salas de cine, al transmitir simultáneamente diversas programaciones, en múltiples espacios y a cualquier hora. La televisión con su poder persuasivo de la imagen sonora y móvil se distingue de la radio porque exige observarla y escucharla, de tal manera, que no permite hacer otras actividades, pero también, a diferencia de la lectura de libros, los individuos que la observan y escuchan son receptores atentos, ensimismados, más emocionales que intelectivos. Leer un libro mentalmente o en voz alta permite imaginar (inventar) el discurso leído, si se trata de un texto literario, o reflexionar (apropiarse) de su contenido si se trata de un texto conceptual o ideológico. La inmediatez y premura de la televisión y la radio no dan tiempo a la imaginación o a la reflexión. Son medios virtuales que transmiten sin establecer un diálogo entre el emisor y el receptor; en este sentido han logrado el poder hegemónico de comunicar los discursos retóricos modernos que definen virtualmente lo que es la realidad y las pautas de comportamiento de millones de personas, en todo el Mundo, de manera instantánea y permanente.

El interés comercial presente en todos los medios de comunicación masiva cada vez más condiciona los contenidos de los programas de radio y televisión. Como lo establece la divisa de la modernidad, el fin justifica los medios. La privatización de dichos medios ha subordinado la transmisión de noticias, información científica y cultural, a los intereses políticos y económicos de las pautas comerciales de las empresas o instituciones que los patrocinan. Lo que prima es el rating de los programas establecido de manera aleatoria por los mismos productores o patrocinadores de los programas: el rating construye un imaginario, no representa la opinión de la mayoría del público receptor, aunque en apariencia se haga creer lo contrario, por su efecto masificador.

Los avances científicos mediáticos han relativizado o casi anulado las dimensiones espacio-temporales tradicionales. La percepción del día y la noche ha sido trastornada. Con el recurso de los transmisores satelitales, los especializados medios de comunicación masiva emiten sus contenidos de manera ininterrumpida las veinte y cuatro horas del día, sin diferenciar las diurnas de las nocturnas. La inmediatez ha incrementado el deseo de consumo de la programación y de hecho ha relativizado o banalizado sus contenidos, ahora transformados en productos de consumo que se emiten desde un contexto homogeneizador, que establece el dueño del medio de comunicación, de acuerdo, más que todo, con sus intereses políticos y comerciales. En esta medida se ha llegado a una situación en la que el pensar, el sentir y el actuar de la mayoría de los seres humanos depende del sentido de realidad y verosimilitud que generan los medios de comunicación mundiales.

En la historia universal la producción y circulación de conocimiento estuvo restringida durante milenios a un sector social privilegiado. La modernidad alcanzó de manera inmediata con la Internet, lo que se propusieron los ilustrados enciclopedistas del siglo XVIIII, crear el acceso sistemático a la mayor acumulación de conocimiento e información posible (La Enciclopedia). Paradójicamente, los eficientes e instantáneos medios de comunicación no han sido creados con el fin primordial de generar procesos de reflexión intelectiva o creación artística, sino, más que todo, para reproducir, imitar y consumir los diversos contenidos en la red informática (globalización).

En el mito de la caverna de Platón, la mente como fuente de luz del saber metafísico que proyecta la realidad como sombras sobre la pared de una oscura caverna, ha sido reemplazada por un receptor ordenado por programas computarizados, que muestran ideales, sentimientos, deseos y divulgan conocimientos. El laberinto  en la actualidad es la Internet, que convierte la realidad fenoménica en un mundo virtual, con un acceso directo en línea (blackberry, e-mail, facebook, twitter, ipod y ipad tablets) para navegar, no por la plenitud poética de la mar Océana, sino por diversas rutas o carreras virtuales, que no conducen a un centro donde la mente pueda encontrar la fuente de su propio ser o la esencia de su propia naturaleza, al diluirse o perderse el navegante en una maraña de informaciones heterogéneas y fragmentadas o mercantilizadas y banalizadas, la mayoría de las veces.

La economía mundial del siglo XXI y la estabilidad social y política global dependen en primera instancia de los descubrimientos científicos a través de sus innovaciones tecnológicas, que económicamente siguen privilegiando la acumulación de riquezas por intermedio del incremento de la producción y el consumo acelerado de información, mercancías y otros bienes culturales banalizados, la mayoría de ellos. Hoy en día domina la realidad virtual; al mundo se lo gobierna por intermedio de los avanzados medios de comunicación masiva: lo que no aparezca en dichos medios es como si no tuviera una existencia real. Relación de dependencia peligrosa porque la línea de frontera entre las realidades on-line y out-line se diluye o es fantasmagórica. Los comportamientos humanos individuales y colectivos están predeterminados en un gran porcentaje por las realidades discursivas virtuales (textos e imágenes sonoras) manipulables. Situación que se facilita por el estrés de tiempo inherente a la acelerada vida moderna: el tiempo es oro y por lo tanto hay que aprovecharlo al máximo, para poder subsistir o alcanzar un mayor rendimiento, que se reconoce como el éxito individual.

La globalización científica y tecnológica ha traspasado las fronteras y las economías nacionales, imponiéndose una economía mundial capitalista cuya estabilidad depende de la obsesiva competitividad entre unos cuantos monopolios transnacionales. Esto no ha significado que las históricas desigualdades en los desarrollos económicos y políticos hayan desaparecido. Las nuevas generaciones de profesionales y de obreros pueden capacitarse y trabajar en distintos países. Ya es una imperiosa necesidad aprender otra lengua de cobertura internacional, diferente a la materna, lo que está rompiendo los aislamientos culturales y fomentando intercambios, integraciones o competencias multiculturales, que generan tensiones o conflictos étnicos y sociales, por su carácter discriminatorio. A los conflictos internacionales causados por el control de recursos energéticos como el petróleo se le integran diferencias étnicas, en las que brotan las tradicionales divergencias religiosas entre los tres grandes monoteísmos: cristianismo, islamismo y judaísmo.



Laberinto de jardín inglés (tectonicablog.com)

En el siglo XX, el laberinto ha sido despojado de sus misterios simbólicos, es un laberinto virtual, en el que el individuo al introducirse en él no busca su centro o la salida a la realidad externa, sino que se queda atrapado en una dimensión espacial inagotable que le permite informarse, jugar con el conocimiento y manifestar, sobre todo, sus estados emocionales maníacos, sus deseos sin satisfacciones corporales o plenitudes espirituales.

Cada vez más, en su vida cotidiana, en sus hogares, oficinas y sitios públicos, el sujeto se encuentra la mayoría del tiempo controlado y asediado por cámaras de video y pantallas de proyección (privadas y colectivas) que lo vigilan y atemorizan, que le transmiten un mundo imaginario que lo seduce, al mismo tiempo que le configura su peculiar realidad social y cultural; su cerebro se ve condicionado a responder simultáneamente a diversos estímulos electrónicos, de manera inmediata.

Es cierto que el individuo puede establecer diálogos virtuales instantáneos (escritos, sonoros y visuales) con personas conocidas o extrañas, en los que están presentes sus palabras e imágenes, pero están ausentes sus cuerpos. La acción creativa y reflexiva, propia del diálogo, la escritura o la lectura, necesariamente no desaparece pero se ve abocada a la mediatez electrónica, que estimula y exige respuestas rápidas y limitadas. La seducción y las tensiones naturales del diálogo real entre sujetos corporales, siguen siendo algo innato a la condición humana, pero ahora se han visto interferidas por medios virtuales, lo que produce una insatisfacción, una sensación de vacío temporal, espacial y emocional, de no presencia del atractivo corporal del otro: los cuerpos de los que se comunican están ausentes, son una realidad virtual. Las consecuencias de esta manera de comunicarse ya se aprecian en el pathos de la mayoría de los habitantes y sobretodo identifican los rasgos de personalidad de las nuevas generaciones, que desde la infancia han establecido contacto permanente con equipos electrónicos interactivos: eficiencia, ensimismamiento y estrés.

La Internet alcanzó lo que se propusieron los constructores de la torre de Babel del Antiguo Testamento, unir el cielo con la tierra, pero de acuerdo con lo narrado en la Biblia, el poder de la palabra de Dios ha sido sustituido por el lenguaje de los especializados medios de comunicación. El lenguaje codificado de los ordenadores con su poderosa fuerza tecnológica tiene la intención de colonizar las diversas lenguas, de imponer sus reglas del juego, como lo dijo Wittgenstein. Esta colonización lingüística electrónica ha logrado una mayor eficiencia en comparación con la llevada a cabo durante siglos, desde los tiempos de Alejandro Magno, por las civilizadas metrópolis en sus expansiones imperiales a los continentes bárbaros y salvajes. Los poderosos sistemas de gobierno contemporáneos saben que para gobernar el mundo, además de las especializadas guerras con armas de avanzada tecnología, cada vez más son indispensables, por su eficacia, los masivos sistemas de comunicación activados las veinte y cuatro horas de cada día del año, en los receptores privados y públicos.

En el siglo XXI, con la biotecnología ya es posible manipular los genes humanos, vegetales y animales. La manipulación de las células en especializados laboratorios ya es una realidad: la fertilización in vitro y la clonación de seres vivos, entre los cuales se encuentra el ser humano. Además, los científicos están creando elementos celulares sintéticos que pueden sustituir los componentes naturales vitales. Si la aplicación tecnológica de los conocimientos modernos ha generado la irracionalidad económica de la contaminación y destrucción de la Naturaleza, alterando cada vez más el clima y consumiendo o destruyendo los recursos naturales, ¿qué se puede esperar de la manipulación de los principios naturales que originan la vida y causan la muerte? Los patrocinadores de la investigación científica responden que con la biotecnología se solucionan los problemas del hambre y se combaten las enfermedades, pero encubriendo que las consecuencias a largo plazo de estos avances se desconocen, y que ellos responden a intereses económicos y políticos específicos que compiten en una sociedad capitalista mundial, en la que el crecimiento económico ha significado mayores ganancias para los dueños de la economía, al mismo tiempo que ha incrementado la miseria en los sectores sociales desposeídos. Más aún, cuando se conoce que así como la civilización y la barbarie son las caras de la misma moneda, también lo son la pobreza y la riqueza. ¿Es posible mantener la confianza en un sistema económico y político globalizado que no resuelve la pobreza, y condena a la desnutrición, al sufrimiento y a la muerte a millones de seres humanos? La racionalidad económica moderna genera desconfianza al tener entre sus objetivos dominar la Tierra y el Universo y la pretensión divina de crear vida artificial o al menos de alargar el ciclo vital natural, de volver una realidad el ancestral imaginario de La fuente de la eterna juventud o de construir, a manera de retorno, la falacia del Paraíso perdido: ¿Para quién? ¿Con qué finalidad?

La ciencia moderna ha relativizado o desplazado saberes y creencias milenarios. Las sociedades antiguas al crear sus cosmovisiones de carácter mágico, religioso o filosófico comprendieron las potencialidades y limitaciones del ser humano; aceptaron la existencia de energías naturales más poderosas o de dioses con poderes sobrenaturales, a los que respetaron y les rindieron culto porque creyeron que de ellos dependía todo lo existente. Por intermedio de estos poderosos seres vinculados al arquetipo del Padre o la Madre creadores se lograron respuestas a los enigmáticos interrogantes sobre el origen de la vida y el Universo; conjunto de creencias que le daba sentido a la vida y a la muerte. En el presente, millones de personas todavía siguen creyendo en la presencia de un ser divino, porque más allá de la tecnología moderna, no tienen otra alternativa que su fe religiosa para alimentar la esperanza de redención de sus empobrecidas vidas, alimentadas, en muchos casos, por charlatanes; creencias que ahora están acompañadas de las estrellas rutilantes de banales héroes mitificados por los medios de comunicación masiva, que a diferencia de los héroes de la antigüedad, ahora son invenciones desacralizadas y mercantilizadas, que guían sus deseos y alimentan sus esperanzas.

Los seres humanos, por instinto como los demás especies animales y por consciencia necesitan de un padre y una madre, imagen arquetípica que ha estado presente en todas sus elaboraciones culturales y en todos sus modelos de organización social, política y económica. En la modernidad, el conocimiento científico ha posibilitado que individuos o sistemas económicos y políticos transnacionales se atribuyan el rango de los progenitores biológicos y divinos y se apropien de los derechos de autor de la biodiversidad, con fines comerciales, sustituyendo lo que por tradición eran considerados derechos sagrados o bienes culturales ancestrales.

Con la reflexión arqueológica además de encontrar laberintos también es posible descubrir realidades culturales que plantean soluciones a los conflictos sociales y culturales distintas al destino trágico de Occidente, generado por las tensiones entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Este es el caso de las sociedades chamánicas que modifican sus estados de conciencia de diversas maneras, logrando soluciones diferentes a los conflictos de la condición humana. Son respuestas culturales que no separan el cuerpo del alma, que no niegan, reprimen o subliman los conflictos humanos; dichas sociedades al aceptar que la gente hace parte de una sola realidad cósmica (no de un mundo globalizado), encuentran creativas explicaciones y soluciones, en su contexto original, sin necesidad de entrar al laberinto como lo hizo Teseo. Los chamanes del pasado y del presente han sido y son guerreros del espíritu que aún luchan por mantener a sus comunidades, en medio de las energías que generan la vida, las enfermedades, las catástrofes, el sufrimiento y la muerte. Para ellas, no se trata de la manía de guerrear para destruir y volver a construir, sino para crear el arte de la mantica, para resolver los conflictos, en medio de tensiones y desequilibrios innatos a la naturaleza humana. Son culturas que no han sentido la necesidad de construir los laberintos de la tradición Occidental, con sus falaces salidas o soluciones lógicas y moralizantes, porque al volver a sus orígenes cósmicos, en sus estados de éxtasis, han revitalizado sus vidas de manera permanente, sin tener la necesidad de recurrir al eterno retorno de lo mismo, a los orígenes de drama trágico de Occidente.



Baile Yukuna, río Caquetá, Amazonia (fotografía de Diego Samper, 1987)

También se sabe que existen otras propuestas culturales originadas en antiguas civilizaciones asiáticas poseedoras de otros lenguajes y escrituras. Este fue el descubrimiento de Roland Barthes en el viaje que realizó al Japón, cuando tuvo la oportunidad de conocer los signos de la escritura japonesa (budismo zen), que le confrontaron su sistema reflexivo y de creación literaria alfabético:

El signo japonés está vacío: su significado huye, no hay dios, ni verdad, ni moral en el fondo en estos significantes que reinan sin contrapartida.
[…]
El texto no ‘comenta’ las imágenes. Las imágenes no ‘ilustran’ el texto: tan sólo cada una ha sido para mí la salida de una especie de oscilación visual, análoga quizá a esa ‘pérdida de sentido’ que el Zen llama un ‘satori’; texto e imágenes en sus trazos, quieren asegurar la circulación, el intercambio de estos significantes: el cuerpo, el rostro, la escritura y leer ahí la distancia de los signos.
[…]
El Japón lo ha deslumbrado con múltiples destellos; o mejor aún: el Japón lo ha puesto en la situación de escribir. Esta situación es, en sí misma, el lugar donde se opera un cierto estremecimiento de la persona, una inversión de las antiguas lecturas, una sacudida del sentido, desgarrado, extenuado hasta su vacío insubstituible, sin que el objeto nunca deje de ser significante, deseable. La escritura es, en suma, a su manera, un satori: el satori (el acontecimiento Zen) es un seísmo más o menos fuerte (en ningún momento solemne) que hace vacilar al conocimiento, al sujeto: realiza un vacío de palabra. Y es también un vacío de palabra lo que constituye la escritura.[19]

En el Oriente tradicional, los deseos y las frustraciones que surgen con la no-satisfacción de aquellos han motivado diversas respuestas místicas o de éxtasis, en las que el yo consciente desaparece o se relativiza:

En la corriente samkhya yoga de la mística hindú, el sujeto se sumerge sólo en sí mismo, no pretende una unidad con algo objetivo. En el budismo, el sujeto no se sumerge ni en sí ni en la identificación con el mundo; el ideal es el vacío. En el taoísmo, como también en Heráclito, ni el sujeto ni la pluralidad de los entes desaparecen, sino que se sostiene que todo es uno por tener una estructura de ser y desvanecer común.[20]



Buda, arte antiguo de la India, Museo de Arte del Condado de los Ángeles

La sabiduría budista ofrece otra alternativa de vida al concebir la realidad de otra manera, como una renunciación o negación de los vitales deseos que evita el sufrimiento humano:

Según Buda, toda vida consiste en sufrimiento, y no habría sufrimiento si no hay deseos y concupiscencia, y la especial capacidad del hombre dentro del reino animal es que puede desistir de sus deseos, y este es el camino de la liberación.[21]

En estados de meditación del budismo zen las personas pueden ir más allá del yo consciente, para alcanzar percepciones o sensaciones íntimas, de armonía y belleza, en un jardín zen o en la ceremonia del té:

[…] cualquier arte o conocimiento que un hombre consigue por medios externos no es realmente suyo, no le pertenece intrínsecamente; es sólo lo que procede de su ser interior lo que puede reclamar verdaderamente como suyo. Y su interior abre sus profundos secretos sólo cuando ha agotado todo lo perteneciente a su intelecto o sus deliberaciones conscientes. Es verdad que el genio nace y no se hace. Pero nunca se manifestará plenamente a menos que pase por todas las fases de una severa disciplina. El “genio” zen duerme en cada uno de nosotros y pide un despertar. El despertar es satori.[22]  

En el taoísmo la sabiduría es integrar en el tao o camino de la vida, en una unidad, los elementos antagónicos y conflictivos:

El taoísmo es igualmente un misticismo, porque también contiene una referencia a un uno en relación al cual el sabio se libera de su yo, pero este uno no es algo fuera de la multiplicidad de la vida - como en el budismo y el hinduismo -, sino el orden que une los opuestos. En un lugar Chuang-Tse dice que su nombre es ‘Paz en conflicto’ […] Esta concepción de la unidad de los opuestos no es en primer lugar una concepción teórica, sino práctica: la unidad primaria es la unidad entre vida y muerte y entre subida y bajada […] La palabra ‘Tao’ significa ‘camino’, pero adquiere en el taoísmo un segundo significado: el de ser aquello de lo cual todo nace y a lo que todo vuelve.[23]

El sabio taoísta puede alcanzar un estado de plenitud por intermedio de la relajación de su voluntad, del abandono de la reflexión egocéntrica, lo que se expresa en el término wu-wei, que literalmente significa no actúa, o sea, actuar sin buscar el reconocimiento o la fama:

Con esto los taoístas no quieren decir que el hombre no debe ser activo, sino que debe hacer lo que tiene que hacer sin exageraciones y empeño, y en particular sin hacerlo para ganar fama o prestigio. Según Lao-Tse, el hombre debe tratar de retroceder al estado de infante, de bebé, y en Chuang-Tse se enfatiza la vuelta a la espontaneidad de los animales.[24]

Las personas no encuentran la paz espiritual porque están dominadas por su voluntad deliberativa egocéntrica, con la que logran cosas:

[…] lo deliberativo lleva a un egoísmo específico humano que se distingue del egoísmo animal: el animal no está preocupado con su ego[…] el hombre puede volver a acercarse a la espontaneidad animal sólo si da otro paso reflexivo más allá de su reflexión deliberativa; es en la conciencia del cielo y la consciencia explícita de la unidad de los opuestos –del Tao- que el hombre reencuentra la paz del alma en que se deshace de su enredo consigo mismo[…] lo importante es aquello y no yo… la voluntad humana que, en un primer momento, se toma así misma como punto de referencia de todo lo que le parece importante, como el centro de su mundo, puede, en un segundo momento, relativizar esta importancia, puede abrirse al mundo mismo y verse así como una partícula dentro de él, como un ser entre otros seres.[25]

En la actualidad globalizante es evidente que pensamientos orientales como el hinduismo, el budismo y el taoísmo son temas de interés mediático, lo mismo que lo relativo a las cosmovisiones chamánicas de culturas aborígenes. Este atractivo es ambivalente. Para ciertas personas esta situación tiene un carácter alternativo ante la desilusión, insatisfacción o vacío existencial causados por la modernidad; para otros se reduce a una moda más, propia de la alienante sociedad de consumo. No es la primera vez que a Occidente le atrae lo no occidental o exótico; desde sus orígenes ha entrado en contacto con el próximo y el lejano Oriente y desde el siglo XV con las culturas americanas y africanas desconocidas, pero la mayoría de las veces lo ha hecho como sujeto dominante que expande sus fronteras, que conquista y coloniza: apropiación, alteración o destrucción. Es una lucha patológica por el poder en la que los dirigentes han justificado los medios con tal de alcanzar el fin propuesto, han propiciado la guerra a muerte en los campos de batalla y las masacres de civiles.

En estos momentos es conveniente hacer una indagación arqueológica para establecer una genealogía reflexiva y crítica de los discursos sobre la realidad. No se trata de viajar al pasado para rescatar elementos de identidad cultural, sino para comprender lo que somos (lo que nos han permitido ser)[26] y lo que podemos ser. En el mundo contemporáneo la sabiduría se ha circunscrito a la ciencia y la tecnología. El positivismo científico y sus innovaciones tecnológicas, en apariencia son una ruptura radical con el pasado, pero en realidad también hacen parte de la Gran cadena del ser [27] iniciada en los discursos metafísicos de la antigüedad clásica, aunque se han desprendido de la mitopoesía y liberado del carácter sagrado del dogmatismo ontoteológico.

Desde la aparición de los primeros homo sapiens, hace miles de años, la especie no ha evolucionado, ni fisiológicamente, ni emocionalmente. Aceptar esto no significa desconocer la multiplicidad etológica y su gran capacidad creativa, en el devenir de la tradición Occidental. Vale la pena preguntarse, ¿hasta qué punto la ciencia moderna es la culminación del proceso iniciado por los filósofos de la antigua Grecia? Ellos se propusieron alcanzar una ciencia o conocimiento universal con la filosofía, y según parece, han sido sustituidos por los científicos modernos que tienen la pretensión de encontrar el arché de todas las cosas: Los primeros filósofos de la naturaleza partieron de la premisa de que había que encontrar el fundamento único de la multiplicidad natural, la base y comienzo, el arché de todas las cosas que en la apariencia se nos presentan como varias y multiformes y mudables.[28]

Después de dos mil quinientos años de haber sido previsto, por los sabios de la antigua Grecia, el destino de Occidente, sigue siendo el gran teatro social del mundo, en el que se representan crueles dramas trágicos, comedias y sátiras. Aunque en tiempos modernos, las maneras de concebir la vida mitopoéticas no desaparecieron del todo, el imperio del cogito ergo sum, la racionalidad ha estado siempre acompañada de la Estulticia o Locura, expresada no solamente en actos demenciales, sino también en maravillosas obras de creación humana. En Occidente, el eterno retorno de lo mismo, o ese volver a los orígenes, puede pensarse no como un devenir mecánico, sino como una imposibilidad de no poder desprenderse en sus comportamientos de la original separación entre las fuerzas instintivas y el yo consciente, de la separación entre el ser y el devenir histórico, en una permanente relación dialéctica.

En la modernidad, la hybris establecida por el racionalismo y la ciencia ha sido, como en los actos heroicos de la antigua Grecia, un despropósito o atrevimiento con el orden divino impuesto por la ontoteologìa cristiana durante siglos, pero no ha sido un punto cero o  ruptura con el pasado. El mundo moderno no se puede entender si se desconocen sus fuertes vínculos con el clasicismo greco-romano, revivido por los humanistas del Renacimiento y los ilustrados del siglo de las luces. El triunfo de los ideales de la democracia moderna, con su economía capitalista y su moralidad cristiana de las bellas apariencias burguesas, no surgió de la noche a la mañana, sino que ha sido el resultado de un largo proceso histórico, que estaba anunciado desde el origen de la filosofía y la tragedia en Grecia. Los aristócratas, los demócratas, los tiranos y los esclavistas de las antiguas ciudades griegas no desaparecieron, sino que se transformaron en el devenir histórico hasta tiempos modernos. Los privilegios de la nobleza del antiguo régimen fueron reemplazados por los privilegios de la clase burguesa; los magníficos palacios de los emperadores, senadores y ricos comerciantes romanos, y de sus descendientes nobles del régimen monárquico absoluto, fueron sustituidos por las opulentas mansiones de aristócratas y burgueses; los siervos de la gleba fueron convertidos en trabajadores asalariados o jornaleros del campo, y junto con  los descendientes de los esclavos liberados por los gobiernos burgueses, fueron declarados ciudadanos del llamado proletariado de la sociedad capitalista.

La tradición Occidental es una genealogía de la relación dialéctica entre el ser y el devenir. Al mismo tiempo que se ha luchado por mantener las ideas trascendentales también se ha propiciado el cambio. Cambio, con metas utópicas (teleológicas), que ha producido frustraciones, o proceso histórico, que ha generado escepticismo y miedo, ante los sufrimientos humanos y los constantes desastres de las guerras. Occidente se ha mantenido fiel a su arché, a sus fundamentos filosóficos, al mito del Ave Fénix, a la necesidad de auto consumirse para renacer de las cenizas, para recrearse con nuevos discursos metafísicos y científicos, con sublimes creaciones artísticas, que lo identifican y lo engrandecen de manera permanente: de las ruinas de su pasado, Occidente reinventa su presente.

Por eso, se puede hablar del laberinto del eterno retorno de lo idéntico. Umberto Eco y Paolo Santarcangeli (1999), se atrevieron a pensar en la solución del antilaberinto, como alternativa de liberación, pero les fue imposible desarrollarlo, al estar atrapados en el laberinto, en el dualismo occidental, de entrada y salida. Como lo anota Eco:

Estaba planeando, con algunos amigos y como juego (y, por tanto, con suma seriedad metafísica), una enciclopedia negativa o cacopedia, donde los grandes conceptos de la cultura se presentasen vueltos como un guante y pudiesen mostrar un rostro singular y diabólico. Pensábamos en una gramática abortiva capaz de generar el silencio, en una caja negra sin output, que generase la nada, en una teoría de las anástrofes, en una lógica de los mundos imposibles, en sistemas estructurados de oposiciones donde hubiese un deslizamiento que produjese contrastes semánticamente muy densos… Y sugerí a Santarcangeli que inventase un antilaberinto.[29]





Eco le propuso a su amigo Santarcangeli la atractiva idea de crear un antilaberinto, dos siglos después de que Giovanni Battista Piranesi (1720-1778), sin pretender negar la existencia del laberinto, había representado en sus grabados las carceri, un laberinto diferente al de Creta, sin Teseo con su espada, sin el hilo de Ariadna y sin necesidad de matar al Minotauro. Piranesi, antes que Freud y Nietzsche desvelaran la tradición Occidental, había concebido laberintos como prisiones que oprimen al ser humano y de los cuales no se atrevió a proponer una salida, posiblemente al percibir que la solución a los mismos no estaba en su capacidad intelectual. Hay que comprender, no sólo que el sueño de la razón produce monstruos, sino también que el mundo lógico es inestable o contradictorio porque en él todo puede llegar a ser lógico, de acuerdo con las circunstancias.



Francisco de Goya, El sueño de la razón produce monstruos (1797)

Hoy en día, domina la indiferencia hacia el pasado, la mayoría de los ciudadanos aceptan vivir en la sociedad moderna como la hybris del punto cero, como si estuvieran condenados a vivir en ella, para bien o para mal; según parece, aceptan que no tienen otra alternativa mejor que su presente, no porque sea la panacea que resuelve sus conflictos, sino porque se han visto abocados a aceptar que el mundo es mejor así, tal cual como es. Individual y colectivamente, las personas ya no necesitan reflexionar, sino, más que todo, actuar para acumular y consumir, responder a estímulos electrónicos y ante las dificultades del amar buscan satisfacer o mitigar sus pulsiones con el consumo de imágenes, mercancías y drogas estimulantes o tranquilizantes. Para la mayoría de los seres humanos occidentales y occidentalizados ya no tiene mayor sentido hacerse preguntas, para encontrar respuestas que expliquen la realidad en la que viven; ellos ya no sienten la curiosidad de cuestionar, no necesitan reflexionar, porque los omnipotentes medios de comunicación masiva les dicen cotidianamente lo que es la realidad verdadera y la manera como deben actuar, para supuestamente alcanzar la felicidad. Ya no le encuentran ningún sentido a las preguntas: ¿De dónde venimos? (origen-pasado: devenir) ¿Quiénes somos? (presente: ontología) y ¿Para dónde vamos? (futuro: teleología). Las verdades de la ciencia y la tecnología dominantes, sin considerar sus falacias y aporías, son categóricas al pregonar que se han superado las respuestas dadas a dichos interrogantes, que en tiempos anteriores respondieron pensadores sagrados y profanos, desde la más remota antigüedad; la modernidad ofrece a los seres humanos las falacias del fin de la historia y la ironía de un mundo feliz. Ante el pragmatismo reinante, irónicamente, la mayoría de los seres humanos ya no tienen la necesidad de conocer las obras de pensadores o creadores del pasado porque aceptan el supuesto de que sus obras han sido superadas en la modernidad.

Lo cierto es que detrás del velo de las bellas apariencias y la tecnología siguen presentes la locura, el hastío, el desamor, la soledad, el individualismo y la competitividad. También, que la mayoría de los seres humanos están transformando sus mentes y cuerpos en medios instrumentalizados como receptores, reproductores o consumidores de lo estipulado por los ordenadores del mundo. Nuevos ordenadores del mundo que permiten una comunicación global, nunca antes vista, comunicación virtual que conlleva la pérdida de la dimensión temporal y su circunscripción, lo que, como ya lo había anunciado Marx, paradójicamente potencializa un mundo moderno en el que: Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.[30]

¿La vida es un laberinto? ¿Será que la alternativa es montarse en una nave espacial para volar a la velocidad de la luz y comprender que el ser humano es parte del Cosmos y que no es el único que lo habita y menos, dueño de él? ¿Por qué no aceptar que se vive la vida y se envejece? No será mejor tener el derecho a morir después de haber vivido, como lo hacen la bella flor, la alondra madrugadora que despierta a Romeo y Julieta después de haberse amado, el gato que se despereza y hasta los perros de Tonaya, que como en todo pueblo, ladran en el silencio de la noche, llenando el vacío, como una presencia de vida, cuando todos sus pobladores duermen; aunque en esta ocasión Ignacio, según lo cuenta Juan Rulfo, sobre los hombros de su anciano padre, no puede oírlos porque se estaba muriendo. El padre le dice a su hijo:

¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías oír si ladran los perros. Haz por oír.
[…]
Sintió que el hombre que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolos de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza, allá arriba, se sacudía como si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
[…]
Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaban se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.
-¿Y tú no los oías, Ignacio? –dijo-. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.[31]





Juan Rulfo no es el único poeta que ha percibido el sentido onírico de la realidad. No hay que olvidarse del grabado de Goya en el que el sueño de la razón produce monstruos, ni tampoco del drama La vida es sueño de Calderón de la Barca, en el que el príncipe Segismundo considera que los seres humanos sueñan lo que son, hasta despertar, para evitar la locura, el desenlace dramático del destino de Hamlet. El sueño no es solamente el espacio de la muerte en el que las personas se liberan de los infortunios de la vida. Desde hace miles de años personas sabias han comprendido que los sueños no son creaciones fantasiosas, sino expresión misteriosa, real, verdadera e innata de la condición humana, que libera al espíritu, como lo han experimentado ciertos artistas del cuerpo, la música, la danza, la plástica, la poesía  y los chamanes en los rituales mitopoéticos, cuando traspasan el umbral que separa el adentro del afuera, la luz de la oscuridad, la vigilia del sueño, la vida de la muerte; claro está que sin olvidarse de que el sueño es el mito personalizado mientras que el mito es el sueño despersonalizado. ¿Será que todavía es posible recuperar el derecho humano de introducirse en la dimensión desconocida de la mente, para encontrarse cara a cara con los seres llamados fantasmas oníricos y así vivenciar lo que realmente el individuo es en su devenir?

Un ser humano que luchó para no dejarse atrapar por las falacias laberínticas fue el genial Vincent Van Gogh (1853-1890). Nietzsche y Van Gogh fueron dos seres contemporáneos y aunque sus vidas no se cruzaron, después de haber sufrido y luchado como Dionisos, pudieron, por su propia voluntad de vida, alcanzar el éxtasis clarividente que les permitió ir más allá del bien y el mal, de las bellas apariencias y del eterno retorno de lo idéntico. Van Gogh estaba convencido de lo que deseaba, sin importarle la falsa moral del qué dirán; así se lo comunicó a su amigo Van Rappard: Sé demasiado bien el objetivo que persigo y estoy demasiado convencido de que aprés tout estoy en el buen camino cuando quiero pintar lo que pinto como para preocuparme de lo que los demás puedan decir.[32]



Vincent van Gogh, Autoretrato (1889)


                     
La lucidez de Van Gogh y su amor a la vida están presentes en todos sus cuadros, sobre todo en los brillantes paisajes estacionales de la Provenza del sur de Francia. Al mirar los retratos de los provincianos y sus autorretratos se comprende que Van Gogh tuvo la voluntad y la sensibilidad suficientes, de un ser dionisíaco, para transformar el dolor y la locura en pinturas maravillosas; como le expresó a su hermano Theo en una carta: Sea en la figura, sea en el paisaje, yo quisiera expresar no algo así como un sentimentalismo melancólico, sino un profundo dolor. Por encima de todo, quiero llegar a un punto en que se diga de mi obra: este hombre siente profundamente y este hombre siente delicadamente.[33] Van Gogh poseyó la misteriosa fuerza de voluntad de crear, el éxtasis clarividente del hombre de conocimiento nietzscheano que transformó la experiencia trágica de su vida en una obra de arte.

Definitivamente, la muerte o asesinato del Minotauro ha sido una gran falacia porque Asterión siempre ha estado presente, de manera evidente o reprimida; de lo contrario no se explicarían las grandes creaciones artísticas y la presencia de la locura en las actitudes cotidianas, a escala individual o colectiva. La muerte del Minotauro ha sido el fundamento de morales represivas, de coercitivos sistemas sociales y políticos que han justificado las guerras a nombre de la civilización.



Pablo Picasso, Minotauro



Pablo Picasso, Minotauromaquia

Picasso en su Minotauromaquia entendió que la naturaleza dual del Minotauro (hombre-toro) correspondía a la naturaleza de la condición humana. El toro era ofrendado a los dioses porque se lo consideraba una fuerza vital poderosa, un símbolo de erotismo y destrucción, energía natural que también poseen los seres humanos. Es bueno recordar que el dios Zeus se transformó en un hermoso toro, de pelaje blanco y brillante, para seducir a la bella princesa Europa, de cuya unión nació la civilización mediterránea. ¿Por qué pretender ser como Teseo, cuando el precio de este heroísmo narcisista significa sacrificar o reprimir las pulsiones instintivas? En realidad hay que reconocer que Teseo también era un Minotauro, de lo contrario no hubiera dado muerte a Asterión, de manera violenta. Aceptar el componente minotáurico y aprender a vivir con él debería ser un fundamento cultural, y de esta manera no sentir la culpa del Rey Minos generada por la pasión infiel de su esposa Pasifae, que motivó un destino trágico. No hay que condenar la pasión de la reina Pasifae, porque al fin y al cabo los seres humanos son el fruto de un deseo amoroso, de una pasión humana. A diferencia de los dioses, los humanos son seres naturales, no son inmortales, pero sí poseen el soplo divino, la imagen y la semejanza, el don de la palabra creadora otorgada por el Creador del Universo.



Expulsión de Adán y Eva del Paraíso Terrenal (1871)

Los seres humanos no están condenados a heredar el temor y el sufrimiento generado por la culpa del Pecado Original de Adán y Eva. Tampoco están obligados a ser héroes que reprimen voluntariamente su naturaleza humana, que aceptan sufrir en el valle de lágrimas, o a escoger el patológico martirio que rechaza la vida. Los seres humanos no son víctimas sacrificiales según lo establecido por un corpus doctrinal sacralizado y anclado en el sufrimiento y la violencia, como alternativa de redención espiritual. Los sacrificios de seres humanos de la antigüedad, condenados como actos de bárbaros paganos, no han desaparecido en la modernidad; aún se siguen justificando en aras que invocan causas políticas y económicas sacralizadas. Los seres humanos modernos no son ni héroes ni santos.

Aunque se pregone lo contrario, es ingenuo pensar que las ciencias y las tecnologías satisfacen todas las necesidades vitales de los seres humanos modernos. A pesar de su gran poder, es una manera de pensar reduccionista que se olvida, al fin al cabo, de que todavía la naturaleza de los seres humanos no solamente los impulsa a luchar por el derecho a la subsistencia, sino también a satisfacer necesidades personales de índole emocional, afectiva y espiritual. Borges no cuestiona el sacrificio de Asterión (por no ser un filósofo) y por lo tanto acepta que es mejor crear lógicos y paradójicos libros como los conservados desde hace mucho tiempo en las laberínticas salas hexagonales de la ilimitada Biblioteca de Babel. Pero, no hay que olvidarse del irónico discurso de Erasmo de Rotterdam en el que hace un Elogio de la Locura y no de los hombres de ciencia que la combaten, porque los seres humanos son felices en tanto aman la locura.[34] Tampoco, del absurdo de las bellas apariencias, que de acuerdo con Nietzsche han sustituido la locura o sabiduría extática de Dionisos y la sabiduría adivinatoria de Apolo.[35] La clarividencia de los antiguos griegos, desde hace dos milenios y medio, vaticinó el destino trágico de la tradición Occidental: el mundo moderno sigue teniendo un desenlace trágico, porque seguimos atrapados en el laberinto del eterno retorno de lo mismo.[36]




Las verosimilitudes y las apariencias siempre están cambiando, pero los seres humanos siguen comportándose de igual manera. ¿No será posible ir más allá del escepticismo, del nihilismo ante el conformismo del eterno retorno de lo idéntico y las falaces utopías esperanzadoras de la modernidad? La consciencia del eterno retorno de lo mismo no significa quedarse en el escepticismo, sino como lo propuso Nietzsche, no hay que tenerle miedo, sino potenciarlo como el acto de mayor nihilismo, como una voluntad de poder que integre en un hombre de conocimiento las contradictorias sabidurías dionisíaca y  apolínea, a partir no de las bellas apariencias, sino del  éxtasis creador: ¿El ser humano puede liberarse del destino que lo obliga a representar un papel en el drama trágico o cómico de la vida?  



Bacantes, Museo Nacional de Nápoles

Es difícil aceptar el éxtasis clarividente, como forma de vida, que transforma el sufrimiento en actitud vital, pero esta dificultad no significa que no sea posible. Es necesario hacer un alto en el camino del devenir Occidental para no seguir construyendo engañosos laberintos. ¿Será que la enigmática puerta del Instante es la alternativa del misterioso éxtasis clarividente? ¿Será posible reclamar el derecho propio a la dimensión mitopoética de la vida, a la locura del amor, a los fantasmas oníricos, para recuperar la dimensión perdida del tiempo del ser, de la puerta del Instante, del aquí y el ahora, en el difícil y contradictorio, cotidiano vivir?






[1] Este texto corresponde a la Presentación y al Epílogo de mi libro El laberinto del eterno retorno, Bogotá, 2011; los publico una vez más, porque considero, que los dos juntos corresponden a la entrada-salida de mi laberinto personal.
[2] Barthes, Roland. Lección inaugural de la cátedra de Semiología literaria del Collège de France. Siglo XXI Editores, México, 2000.
[3] Este libro resulta de mi interés por las mitopoesías clásicas e indígenas y aúna procesos de lecturas hechas a lo largo de mi vida profesional. La lectura específica de los libros referenciados en este texto y la escritura preliminar del mismo se llevó a cabo entre los años 2000 y 2003. Una vez terminado, decidí guardarlo, porque pensé que con él había logrado satisfacer una necesidad intelectual íntima. Pero después de transcurridos varios años en los que llevé a cabo otros trabajos, lo volví a leer y comprendí que además de haber cumplido con el fin propuesto, pensé que podía ampliarlo y enriquecerlo con fragmentos poéticos que tenían que ver con la intimidad de mi vida, para compartirlo con mis lectores. Agradezco mucho a Gladys mi hermana y a mis amigos Betty Rojas y Fabio Téllez, quienes al comprender mis deseos en ese entonces, aceptaron leerlo en voz alta, en su primera versión, lo que para mí fue un valioso soporte emocional. Lo mismo puedo agradecerle a mis colegas y amigos Guido Barona y Oscar Romero que tuvieron la paciencia de escuchar mi obsesión laberíntica, cada vez que nos encontrábamos. A Guido también le agradezco el reflexivo y acertado Prólogo.
[4] Kerényi, Karl. En el laberinto. Ediciones Siruela, Madrid, 2006, págs. 40,45.
[5] Borges, Jorge Luis. Veinticinco de agosto 1983 y otros cuentos de Jorge Luis Borges. La Biblioteca de Babel, Ediciones Siruela, Madrid, 1984, pág. 79.
[6] Borges, Jorge Luis. Ficciones – El Aleph. El informe de Brodie. Fundación Biblioteca Ayacucho, número 118, Caracas, 1986, págs. 36, 37.
[7] Idem., pág. 37.
[8] Idem., pág. 38.
[9] Idem., pág. 41.
[10] Idem., pág. 123.
[11] Cortázar, Julio. Los reyes. Alfaguara, Biblioteca Cortázar, Grupo Santillana, Buenos Aires, 1996, pág. 15.
[12] Idem., pág. 18.
[13] Idem., págs. 54, 55.
[14] Idem., pág. 46.
[15] Idem., pág. 63.
[16] Idem., pág. 69.
[17] Idem., pág. 71.
[18] Campbell, Joseph. El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. Fondo de Cultura Económica, México, 1980, págs. 31, 32.
[19] Barthes, Roland. El imperio de los signos. Mondadori España S. A. Madrid, 1991, págs. 3, 5, 10.
[20] Tugendhat, Ernst. “Las raíces antropológicas de la religión y la mística”. En Revista Ideas y Valores, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2001, pág. 15.
[21] Idem., pág. 16.
[22] Suzuki, Daisetz. El zen y la cultura japonesa. Ediciones Paidós Ibérica S. A., Barcelona, 1996, pág. 150.
[23] Tugendhat, Ernest, Op. cit., pág. 17.
[24] Idem., pág. 18.
[25] Idem., pág. 19.
[26] Foucault, Michel. ¿Qué es la Ilustración? Colección de textos Señal que cabalgamos, número 5, año 1, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2002.
[27] Lovejoy, Arthur. La gran cadena del ser. Historia de una idea. Icaria Editorial S. A., Barcelona, 1983.
[28] García, Carlos. Los siete sabios (y tres más).Alianza Ediciones del Prado, Madrid, 1989, pág. 52.
[29] Santarcangeli, Paolo. El libro de los laberintos. Prólogo de Umberto Eco; La Biblioteca sumergida, Ediciones Siruela, Gaez, 1999, pág. 13.
[30] Berman, Marshall. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. Siglo XXI Editores de Colombia S. A., 1991, pág. 7.
[31] Rulfo, Juan. “No oyes ladrar los perros” En El llano en llamas, Editorial Plaza Janés, Barcelona, 2000, págs. 165-166.
[32] Van Gogh, Vincent. Cartas a van Rappard. Parsifal Ediciones, Barcelona, 1992, pág. 200.
[33] Idem., pág. 10.
[34] Rotterdam, Erasmo de. Elogio de la locura. Ediciones Zeus, Barcelona, 1998.
[35] Nietzsche, Federico. El nacimiento de la tragedia. Biblioteca Nietzsche, Alianza Editorial, Madrid, 2000.
[36] Nietzsche, Federico. Así hablo Zaratustra. Biblioteca Nietzsche, Alianza Editorial, Madrid, 1999.