jueves, 11 de agosto de 2016

El ser y el devenir de la realidad virtual



Leonardo Pineda, Bruno, Bogotá, 2002


Presentación


Cuando uno realiza un trabajo de investigación y lo publica siente la satisfacción de haberlo logrado; pero esta satisfacción genera una incertidumbre al no saber qué impacto tiene en los lectores; sobre todo, hoy en día, cuando se conoce que los libros sobre papel y con cubierta están perdiendo su protagonismo en la transmisión de información o conocimientos, no solamente por factores económicos (costos), sino, también, porque el mundo de las comunicaciones se ha transformado radicalmente con las redes virtuales. En el año 2011 publiqué el libro El laberinto del eterno retorno en el que acumulé de manera independiente, al no tener un patrocinio institucional, un conjunto de fragmentos de conocimiento producidos en la genealogía de La gran cadena del ser. Historia de una idea (Arthur Lovejoy, 1936) de la tradición occidental, que había unido como eslabones a lo largo de mi experiencia profesional como arqueólogo e historiador.

No se trata de plantear el falso dilema de si hoy en día vale la pena el esfuerzo que significa investigar y editar los resultados obtenidos, o por el contrario, si hay que caer en la tentación de publicar, en los medios electrónicos, breves escritos en los que se expresan opiniones personales. Es un falso dilema porque pienso que la segunda opción es complementaria de la primera. Un libro se escribe con ciertos recursos metodológicos que ayudan a profundizar la problemática tratada, al mismo tiempo que con formalismos académicos necesarios que exigen una lectura y una escritura más pausadas. Un artículo, como este que publico en mi blog, es un escrito más rápido que pude concebirlo como un derivado de la obra publicada. No pretende ser un absurdo resumen, sino, por el contrario, contiene una reflexión particular relacionada con el contenido del libro, que surge con el paso de unos años; por eso, al hacerlo satisfago el deseo de ser más directo, al liberar mi escritura de citas de autores, que me otorgan una autoridad intelectual.

Los medios de comunicación contemporáneos


En la historia de la humanidad la trasmisión del conocimiento ha desempeñado cambios revolucionarios, primero con la invención de las escrituras, que configuró con ideogramas, signos alfabéticos y numéricos o con símbolos jeroglíficos la permanencia material de los antiguos saberes y facilitó el funcionamiento de las culturas; en segundo lugar, con la invención de la imprenta por Gutenberg en el siglo XV, importante mecanismo que contribuyó con el auge de la primera etapa de la modernidad, al ampliar la cobertura e incrementar y facilitar la transmisión individual de los conocimientos, con la circulación de los libros impresos. 

En el presente, las transformaciones tecnológicas de los medios de comunicación a escala global, desde la segunda mitad del siglo XX, han llevado a proponer el inicio de una nueva era llamada digital o de la informática por el dominio de los computadores o procesadores en todas las actividades humanas. No es exagerado decir que el mundo moderno depende de ellos a escala institucional, empresarial e individual; todo está mediado por los computadores constituidos por un software o conjunto de programas informáticos, con instrucciones y reglas que ejecutan actividades relacionadas con la producción y comunicación de conocimientos e información general.

Hablar de computadores implica utilizar la Internet como una gran red universal que asocia varias redes de comunicación de manera intercomunicada, simultánea, interactiva y con alta velocidad (fibra óptica, radio frecuencia, línea telefónica y otras). La Internet integra todos los medios de comunicación modernos: páginas web, transmisión de archivos, conversaciones en línea, mensajería instantánea (correo electrónico, chat), comunicación multimedia (telefonía y  televisión), blogs, redes o portales sociales y canales para el entretenimiento (juegos, música, películas). Las prodigiosas memorias de los ordenadores no solo almacenan millones de datos (escritos, visuales y sonoros), sino que actúan de manera sistemática con algoritmos que determinan el comportamiento de las sociedades. Se puede afirmar que de la Internet depende el funcionamiento de la economía global, los sistemas políticos, religiosos y de cualquier orden cultural, al afectar los discursos ideológicos y los comportamientos emocionales de la población mundial.

En primera instancia la Internet es valorada como el mayor avance científico de los medios de comunicación. Las llamadas redes sociales le posibilitan a millones de individuos, de manera interactiva, llenar el vacío de su soledad con discursos e imágenes en los que explicitan sus ideales, creencias y manifiestan  sus afectos, deseos, pasiones y frustraciones; esto ayuda a explicar la gran acogida y eficacia que han tenido estos medios a escala individual y grupal; importante aceptación que mitiga las ansiedades, generando la homeostasis necesaria en la regulación de los desequilibrios inherentes a la sociedad contemporánea.

La Internet es el mayor logro del antropocentrismo de la modernidad que ha privilegiado el conocimiento científico y sus innovaciones tecnológicas, por su eficacia inmediata que aventaja el efecto producido por las teorías filosóficas y las verdades teológicas dogmáticas. Todavía es difícil medir las consecuencias o cambios que las tecnologías de la informática están produciendo en el mundo; hasta ahora es admirable la libertad que tienen las personas para comunicarse, pero, es bueno no olvidar que del control de los medios de comunicación depende el equilibrio de los poderes locales y mundiales; los grandes avances científicos también han servido para fortalecer la locura del poder, propia de las pasiones humanas.

A diario y de manera permanente durante las 24 horas del día, la radio, la televisión y los teléfonos celulares transmiten información internacional sobre lo que acontece en los campos político, económico y cultural de manera simultánea y acelerada, como si se tratara de la oferta de un supermercado global en el que se venden en línea, como mercancías, discursos ideológicos y estados anímicos. Lo que divulgan los medios de comunicación masiva tiene el poder persuasivo de establecer lo que es la realidad.

Los sucesos se presentan en un mismo horizonte informativo que los relativiza y transforma en una realidad virtual. Los encuentros de los gobernantes de los países más poderosos que se reúnen para tomar medidas económicas de impacto mundial, se transmiten de manera sincrónica en la misma frecuencia en la que se muestran escenas de una catástrofe natural, una guerra o un atentado terrorista, un campeonato de fútbol, la extrema pobreza en que viven los habitantes de un barrio marginal, un concierto de rock, un partido de fútbol, un desfile de modas y un viaje turístico en el que se indican las últimas tendencias de restaurantes y hoteles de lujo, accesibles a un sector social privilegiado. Los hechos se estandarizan al perder la esencia que los diferencia; se transforman en opiniones que se consumen como las avasalladoras pautas publicitarias que  patrocinan noticieros y programas de entretenimiento.  

Antes de la revolución digital, el aprendizaje de normas culturales y conocimientos se llevaba a cabo en un espacio local o regional, con la intervención directa de las personas y los libros impresos como mediadores que establecían la dimensión universal del conocimiento. En la educación tradicional el maestro o profesor transfería su saber al aprendiz o alumno (receptor, sin luz del conocimiento) con silogismos y con el recurso aristotélico de las tres potencias del alma: entendimiento, memoria y voluntad. Ahora, los individuos no necesitan ejercitarlas, porque ellas han sido transferidas a los medios de comunicación y aprendizaje con una tecnología especializada. Las personas no memorizan porque para eso existe el disco duro, la memoria RAM de los computadores que les responde de manera instantánea e induce su voluntad para adquirir un conocimiento.

La enseñanza habitual, unidireccional y encasillada, se transformó en un laberinto, que a diferencia del cretense, tiene muchas entradas y salidas. El internauta corre el riesgo de naufragar o perderse en los pliegues y repliegues de las olas informáticas, al no existir el hilo de Ariadna con el que podría alcanzar el centro del conocimiento verdadero o encontrar la única salida después de dominar al Minotauro y sortear los oscuros pasajes y recodos de su mente; Ariadna (Araña) ha transformado su hilo conductor en la trama y la urdimbre de una red de comunicaciones virtuales, que teje y desteje de manera permanente.

El tiempo y el espacio

El tiempo y el espacio son dimensiones inmanentes al cosmos y la naturaleza porque todo lo que tiene un principio se transforma y tendrá un fin. En la tierra todos los seres orgánicos, animales y vegetales, perciben el espacio y el tiempo porque son los elementos físicos de los ciclos vitales que se reiteran desde su origen en un mar primigenio: todo organismo unicelular o pluricelular que nace se desarrolla, reproduce y muere en un determinado ecosistema; nacer para luego morir es el tiempo biológico; la vida y la muerte dependen del tiempo climático, de un ciclo estacional variable que es la interacción de elementos físicos y químicos, terrestres y atmosféricos, que hacen parte de la dimensión astronómica del sistema solar, y que son determinados principalmente por la atracción gravitacional  mutua del sol y la luna con la tierra, que se protege con su campo magnético. Los organismos compiten para sobrevivir, adaptándose a un espacio natural y durante el tiempo que dura su ciclo vital. El tiempo de la evolución de la vida en la tierra está inmerso en el periplo solar, que a su vez hace parte del espacio ilimitado de la energía oscura del universo, donde el tiempo se desplaza a la velocidad de la luz.

Los animales sienten el espacio y el tiempo de diversas maneras, pero la única especie que toma conciencia de ellos es la humana; de ahí la necesidad que ha sentido, desde la aparición de los primeros homo sapiens, de explicarlos, medirlos o controlarlos. El tiempo y el espacio como creaciones culturales han tenido múltiples interpretaciones mágicas, religiosas, filosóficas y científicas. Desde épocas prehistóricas, las sociedades humanas han comprendido que los ciclos de la vida terrestre eran el tiempo inscrito en una dimensión espacial astronómica; que el día depende del sol y la noche de la luna y otros astros. En este sentido el espacio y el tiempo siderales dieron origen a las cosmovisiones o pensamientos míticos, a las astrologías en las que los fenómenos climáticos y los astros principales fueron sacralizados por ser energías poderosas de las que dependía la sobrevivencia; el espacio y el tiempo míticos fluyen a partir de su creación por los dioses o padres originales que en el principio llenaron el vacío de la nada o determinaron y ordenaron el caos existente.

Con la observación del espacio celeste se estableció el devenir de los astros o estrellas, la regularidad de sus desplazamientos y su vinculación a los cambios climáticos en la tierra, creando calendarios solares, lunares y venusinos, en los que se ritualizaban los registros siderales, las etapas de transformación del cosmos, el tiempo de la creación de los seres vivos y  de los fenómenos que se dan en la tierra.

En la antigua Grecia algunos pensadores presocráticos empezaron a observar la naturaleza y a dar explicaciones lógicas sobre la materia animada e inanimada, diferentes a las de los relatos míticos, en los que intervenían los dioses. Sus deducciones dieron origen a la filosofía en la tradición occidental, ciencia del logos que se estructuró como un corpus teórico con Sócrates, su discípulo Platón y luego con Aristóteles. La filosofía significó la potencialización creativa de la mente, la separación del mundo físico del metafísico, del ser humano de su entorno natural; la diferenciación (fragmentación) del cuerpo como realidad material (mortal) y del alma como mundo ideal (inmortal); del  ser como pensamiento, como espacio de las ideas y conceptos que perduran a diferencia del devenir, de los fenómenos o hechos que son realidades temporales, perecederas.

La mitopoesía y la danza de tiempos arcaicos integrantes de la sabiduría chamánica y el culto dionisíaco, como coro ditirámbico, se transformaron en la tragedia, la puesta en escena apolínea en la que además del corifeo dialogan algunos actores que representan dioses, héroes o  seres humanos que no pueden liberarse de un destino trágico. El tiempo y espacio de lo cantos de la Ilíada y la Odisea fueron escritos por Homero transformándolos en mitología; los mitos, fueron considerados por Aristóteles como relatos imperfectos por no ser producidos por la razón, y fueron desplazados por la filosofía como ciencia amiga de la verdad que explica la realidad, con argumentos lógicos. Las ideas, de acuerdo con Platón, por trascender todos los entes, son realidades inmateriales, increadas, eternas e inteligibles que constituyen la esencia de todo lo que existe. La realidad sensible es material y existe como proyección imperfecta de las ideas. El ser humano esta compuesto de una parte material (cuerpo), sensible y corruptible, que deviene, y una sustancia espiritual (alma), indivisible, eterna, con funciones cognitivas y virtudes que animan al cuerpo. El Dios creador del universo (Demiurgo) contempla las ideas y las utiliza como modelos para crear las cosas, y establece las clases de seres en el mundo sensible y temporal.

En la antigüedad, la historia era una secuencia de hechos propios de cada civilización, como en el antiguo Egipto donde está asociada al poder sagrado de los gobernantes, a una genealogía de dinastías, en las que con el recurso de la escritura y una cronología jeroglíficas talladas en las rocas de santuarios y monumentos se dejó constancia de sus grandes empresas. Estas historias políticas y militares tenían un carácter religioso no solamente porque se iniciaban con el acto divino del génesis de todo lo existente, sino, además, porque los reyes o emperadores eran descendientes de los dioses creadores o tenían una investidura divina, que los autorizaba para mandar en sus territorios y que dependía de una clase sacerdotal que le rendía culto a las divinidades en grandiosos templos.

En la Grecia antigua, los primeros historiadores como Heródoto consideraron que el pasado de una civilización extranjera o bárbara se podía indagar visitando su ruinas y preguntándole a los habitantes por el origen de su construcción y su posible significado. En este sentido la historia eran relatos conservados por una tradición oral (leyendas) que se escribía al lado de observaciones y descripciones de las costumbres nativas que le llamaban la atención al viajero; más que una secuencia cronológica de hechos era una descripción cultural y etnocéntrica, en la cual el pasado estaba vivo en el presente.

La historia sagrada del Antiguo testamento es la memoria del pueblo judío, de la revelación divina que luego se integró a la vida, pasión y muerte de Jesucristo como Dios e hijo de Dios encarnado, a sus enseñanzas morales narradas por los apóstoles (Nuevo testamento), surgiendo la religión monoteísta cristiana que propone una historia humana y sagrada al mismo tiempo, con una proyección teleológica, de redención y salvación, que tiene un fin apocalíptico, el triunfo del reino de Dios, al final de los tiempos. Los padres de la iglesia medieval se encargaron de transformar los misterios cristianos en verdades dogmáticas, aceptadas por la fe con el recurso de la razón, constituyendo la filosofía Escolástica; ontoteologìa establecida como el único credo verdadero, que justificó la destrucción de las antiguas religiones por ser calificadas como paganas o idolátricas, al rendirle culto a falsos dioses.

La Escolástica contiene entre sus principios doctrinales la existencia de un ser humano constituido por un cuerpo como realidad material y mortal, de naturaleza diferente al alma como presencia divina inmortal; la humanidad tiene un origen sagrado y un devenir controlado por Dios y con un fin espiritual predeterminado, que de acuerdo con Agustín de Hipona es alcanzar la ciudad celestial. El Cristianismo, a diferencia del Judaísmo y las religiones politeístas del mundo antiguo, se definió como una religión universalizante que debía expandirse e imponerse a todas las culturas, marcando el comienzo de una historia universal dividida en dos grandes épocas, con un referente religioso: antes de Cristo (a. de C.) y después de Cristo (d. de C.). 

A partir del siglo XV en Italia, el renacimiento de los textos antiguos de los filósofos y tratadistas greco-romanos, el descubrimiento de ruinas arquitectónicas y obras de arte de la antigüedad clásica fomentaron un ambiente intelectual propicio para el impulso de una filosofía racional moderna, y de una ciencia experimental, con cálculos matemáticos y observaciones telescópicas de los astros que llevaron a la creación de una nueva Astronomía, ciencia que desplazaría el geocentrismo medieval, al reemplazarlo por un modelo heliocéntrico; revolución copernicana que replanteó la cosmología aristotélica y la exégesis escolástica de las sagradas escrituras.

La tierra al dejar de ser el axis mundi del universo y girar alrededor del sol como otros planetas fortaleció la propuesta de un tiempo astronómico y fomentó el desarrollo de nuevas teorías físicas, como la de Newton, que propuso la ley de la gravedad y explicó el movimiento de los astros inscritos en la armonía de una ley gravitacional. Las cronologías de reyes y emperadores que se remontaban a los libros sagrados bíblicos, de profetas que revelaban la venida de Jesucristo como redentor de la culpa del pecado original y anunciaban un devenir teleológico se relativizaron como asuntos de fe religiosa, al generarse la apertura de una mirada hacia un universo real, de magnitudes temporales y espaciales conocibles. Los relojes solares y las clepsidras fueron opacados por las observaciones astronómicas que se podían lograr con aparatos de medición celeste y con el perfeccionamiento de los relojes de engranajes y péndulo de gran precisión mecánica. El tiempo y el espacio astronómicos como realidades científicas fueron el soporte de pensamientos filosóficos modernos, en los que los fenómenos naturales se podían definir y comprobar con procedimientos experimentales, que servían para deducir leyes mecánicas, independientes de aspectos religiosos o mágicos, y sobretodo, con una validez universal.

En los albores de la modernidad occidental, la separación entre el ser y el devenir establecida por los filósofos de la antigua Grecia y dogmatizados por el cristianismo, se mantuvo como algo fundamental. Lo nuevo o moderno fue la desviación o separación establecida por la ciencia nueva que sin pretender rechazar las verdades cristianas se atrevió a conceptualizar la naturaleza y el universo como realidades materiales que se podían conocer empíricamente, más allá de su origen divino. Los científicos pensaron que no se oponían a las autoridades eclesiásticas porque ellos estaban investigando la parte corpórea u orgánica de los seres naturales y no el mundo sobrenatural de lo divino, de los ideales neoplatónicos y de los valores espirituales de la moral cristiana, que estaban controlados por los teólogos. Los pioneros de la ciencia a partir del siglo XVII así como se inventaron el telescopio para indagar los misterios del cielo, también construyeron los primeros microscopios ópticos para ir más allá de lo que el sentido de la vista les permitía  apreciar de las formas y empezaron a descubrir los elementos de un micro universo con el que terminarán explicando la vida de los seres orgánicos y las estructuras de las cosas inorgánicas, conocimientos que se perfeccionarán en los siglos posteriores con los avances tecnológicos de la óptica que aumentarán el campo de visión de los lentes.

Entre los siglos XVIII y XIX se multiplicaron los viajes científicos alrededor del mundo para obtener conocimientos que consolidaron las teorías de las nuevas ciencias de la naturaleza, la Cartografía, la Botánica, la Zoología, la Mineralogía, la Medicina, la Astronomía y se despertó un interés por explicar la historia de la tierra con estudios geológicos y paleontológicos que empezaron a descubrir que la naturaleza no era inmutable, desde su creación divina, que se había transformado de manera permanente en un tiempo geológico, generando preguntas con respuestas diferentes a las dadas en los textos sagrados del Antiguo testamento.

El siglo XIX fue un período histórico de grandes cambios sociales, económicos, políticos, jurídicos, artísticos y científicos. Con la revolución francesa, el antiguo y despótico régimen monárquico entró en crisis y fue suplantado por los estados nacionales y los gobiernos democráticos que implementaron el sistema económico capitalista fortalecido con la revolución industrial. Las nuevas generaciones de escritores además de expresar un sentimiento romántico también escribieron sobre una realidad social conflictiva, no idealizada; los filósofos hablaron del derrumbe de los valores filosóficos y morales de la tradición occidental y sintieron la necesidad de encontrar el origen filológico de esta crisis, ya sea en la Grecia antigua o en los excesos espirituales y emocionales barrocos; los artistas se atrevieron a rechazar la estética impulsada por las academias de bellas artes que imponían los cánones ideales del clasicismo y crearon de manera irreverente lo que hasta ese momento no se había permitido.

Las ciencias naturales y sociales se consolidaron durante el siglo XIX con el desarrollo de las teorías del positivismo filosófico. El hallazgo de curiosos artefactos de piedra que definitivamente fueron tallados por seres humanos y no producto de fenómenos atmosféricos, unido al gusto ilustrado de coleccionar antigüedades y curiosidades en gabinetes, trajo como consecuencia otra ruptura con el mundo escolástico: los investigadores descubrieron que el ser humano, como máxima creación divina, con un alma inmortal, no había permanecido inmutable, lo mismo que los demás organismos naturales. Estos hallazgos fortalecieron el poder filosófico de la ciencia experimental que se incrementó cuando Lamarck propuso la evolución de las formas de vida, teoría que posteriormente Darwin demostró con sus postulados sobre la selección natural como formas de adaptación; entre las especies que evolucionaron estaba la de los homínidos. Los arqueólogos con la ayuda de geólogos y paleontólogos se vieron abocados a proponer una periodización no causada por el diluvio universal de la Biblia, sino identificada con los instrumentos líticos tallados por seres humanos; o sea, la existencia de una edad de piedra (paleolítico y neolítico) anterior a la historia de las antiguas civilizaciones que por eso llamaron prehistoria o historia primitiva, durante la cual las culturas evolucionaron desde los estadios de salvajismo y barbarie hasta alcanzar la civilización.

Por situaciones históricas de carácter colonial y razones científicas, hoy en día, los países se encuentran en condiciones de desigualdad social, económica y política. La revolución industrial europea fue el resultado del impulso dado a las ciencias experimentales que produjeron grandes descubrimientos físicos y químicos que se aplicaron de manera mecánica en nuevas fábricas. En esta primera revolución industrial (siglos XVIII-XIX) se realizaron cambios en los medios de comunicación (barcos y locomotoras a vapor y luego con motores eléctricos), que transformaron el sistema señorial en una estructura de clases sociales modernas conformada por el proletariado (campesinos pobres y obreros) y la burguesía, dueña de los medios de producción y por lo tanto de las rentas de capital; cambios acompañados de un crecimiento demográfico que no se ha detenido hasta el presente.

En el siglo XIX y durante el XX se elaboraron nuevas teorías científicas y se  efectuaron importantes descubrimientos, que con sus aplicaciones tecnológicas cambiaron las maneras de vivir y de comunicarse los seres humanos, a escala global: las teorías de la electromagnética, la relatividad y la energía atómica; la electricidad, la radio, la telefonía, la fotografía, la cinematografía, el fonógrafo, la computadora, la televisión, la aeronavegación, las naves y los satélites de comunicación espacial.

En un principio se pensó que las máquinas iban a desplazar la mano de obra, pero esta mirada romántica fue desdibujada por la economía capitalista industrializada que estableció unas reglas más complejas en los procesos de explotación de materias primas, de producción de mercancías y de comercialización de las mismas, estrechamente vinculadas al crecimiento poblacional (sociedad de consumo). En su etapa inicial la revolución industrial tuvo un distintivo nacional, que diferenció a los países más ricos o desarrollados por su economía industrial, de los más pobres o menos industrializados, antiguas colonias de aquellos.

Con el avance de una economía capitalista se han conformado empresas con capitales que trascienden las fronteras nacionales, ya sea para explotar recursos naturales que obtienen de otros países, llamados en vías de desarrollo, precisamente porque su economía de mercado depende más que todo de la exportación de materias primas y productos agropecuarios, y del consumo de las mercancías exportadas por los países desarrollados. La globalización económica y política ha profundizado la brecha existente entre el desarrollo de los países más ricos y los más pobres. En el presente la economía capitalista se fortalece no solamente con la explotación directa de riquezas naturales, sino que ha impuesto unas cadenas de producción industrial con empresas localizadas en los países más pobres, que así como abaratan los costos de producción (salarios miserables y condiciones de vida infrahumana), también aumentan las ganancias en la comercialización de las mercancías. La estabilidad social y política del mundo no depende solamente de los procesos y relaciones sociales de producción, del crecimiento económico, de la balanza de las importaciones y exportaciones, del producto interno bruto, de los salarios e impuestos, sino también de las rentables empresas transnacionales o sistema bancario, con grandes capitales, que a diario incrementan sus rentas, por intermedio de un recurso indispensable, las deudas públicas y particulares, que necesitan los gobiernos, las empresas privadas y los ciudadanos.

Comentario final: El tiempo y el espacio de los computadores

Las teorías filosóficas universalizantes han sido cuestionadas y han quedado subordinadas al poder económico y político de las ciencias modernas. De todos los avances científicos sobresalen los relacionados con los medios de comunicación con su tecnología digital que ha creado una realidad virtual en la que confluyen el ser y el devenir de la tradición occidental. En ella las coordenadas espacial y temporal se han reducido a una secuencia de instantes, en los que se expresan de manera permanente los pensamientos y comportamientos humanos. De lo que sucede en la realidad virtual depende el funcionamiento del mundo exterior a ella.

Otro aspecto sobresaliente de la Internet es la inmensa oferta que ofrece a las nuevas generaciones para satisfacer el mundo de los sentidos. Es una oferta en la que el consumidor participa de manera interactiva, que lo hace sentir como actor de un proceso (virtual), que impacta sus emociones de manera instantánea, pero, sin ser muy consciente de los elementos subliminales que lo predeterminan a actuar. Como era de esperarse los más atendidos son la vista y el oído, con videos, películas, fotografías, música y con el gran potencial de los juegos interactivos que hacen perdurables las fantasías infantiles y los deseos adolescenciales. El tacto interviene de manera permanente por intermedio de las yemas de los dedos que activan en las pantallas las entradas a todas las aplicaciones recreativas; el olfato y los sabores, hasta ahora son los más limitados, aunque de manera indirecta se satisfacen con imágenes provocativas. Todos estos goces son virtuales y tienen un papel muy importante como alternativa subliminal de los placeres corporales, que producen efectos en los estados anímicos y que pueden canalizar las tendencias obsesivas o los trastornos maníacos.

En síntesis, es posible plantear que la sociedad de la revolución informática se puede considerar como la culminación de un proceso histórico milenario. El ser y el devenir, la ontología y la fenomenología, como fundamentos de los pensamientos filosóficos occidentales se han logrado integrar en la Internet como una compleja red de comunicaciones que define y representa lo que es la realidad en la que actúan los seres humanos, con todos sus discursos ideológicos y estados emocionales. El ser ya sea como lo que hay o existe, como vida, como naturaleza; el ser como la idea de realidad inmaterial, absoluta e inmutable; el ser como sustancia compuesta de materia y forma o el ser como tiempo en tanto se da en un horizonte temporal han sido sustituidos por el ser de la realidad virtual en donde todo puede existir. De igual manera, el tiempo histórico como pasado-presente-futuro; el tiempo teológico, eterno e inmutable; el tiempo geológico y astronómico originado en el Big bang y como el eterno presente de los mitos, han sido integrados en la dimensión temporal de la Internet. En la actualidad, la vida cotidiana de millones de seres humanos depende de una realidad virtual en la que el tiempo se consume como una secuencia de instantes, con efectos inmediatos. 

Los medios de comunicación informáticos han desplazado a un segundo plano la importancia de los conceptos universales de los discursos filosóficos y desautorizado las verdades dogmáticas religiosas. El Demiurgo de Platón, como idea suprema y eterna, creador, determinador y clasificador de todo lo existente, ha sido sustituido por el conocimiento científico moderno, teórico y experimental, deductivo e inductivo, que transforma la realidad con sus aplicaciones tecnológicas en todos los campos del saber, al mismo tiempo que genera los poderosos medios de comunicación global, la realidad virtual, que contiene toda las expresiones de las actuaciones humanas y de la que depende el funcionamiento, la permanencia o desaparición, los desequilibrios o equilibrios de las sociedades y la naturaleza. Este gran poder está en manos de grandes empresas que manejan las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC), y de las industrias que desarrollan avanzadas aplicaciones tecnológicas, con justificaciones comerciales, como es de esperarse en una economía capitalista.

La concentración de información de los usuarios de la Internet en las memorias de los computadores, generan las big data (datos masivos), que están siendo aprovechados de muchas maneras por organismos oficiales y privados, con intereses científicos, políticos y económicos. Hoy en día ya no se necesitan las encuestas  para obtener estadísticas de los comportamientos humanos, públicos y privados, porque esta información se encuentra en las big data en las que se almacenan billones de datos o registros permanentes de muchas clases de información de los usuarios de los computadores. A partir de estos registros es posible identificar patrones que se pueden sistematizar con algoritmos estadísticos con la finalidad de prever, pronosticar o predecir los fenómenos naturales y los comportamientos sociales. La informática, por la eficiencia de sus aplicaciones que satisfacen necesidades institucionales e individuales, es cada vez más aceptada, al poderse controlar electrónicamente; de hecho están transformando al mundo.

La informática se puede concebir como una panacea global que puede curar todos los males y prolongar la existencia; pero no hay que olvidarse que así como existe la entropía en la física y la química, en la lingüística y la informática, también en la naturaleza y los comportamientos humanos hay tendencias al caos, al desequilibrio, que son precisamente las energías o fuerzas que generan la dinámica contradictoria del cambio. Los sistemas computarizados ofrecen la seguridad de los sistemas matemáticos, pero también ya se conoce de la existencia de los virus informáticos, de sus consecuencias desastrosas y de los hackers, además del reto que tienen las comunicaciones para enfrentar los cambios de las radiaciones solares y del campo magnético que protege la tierra.

Así como hay hackers que como ciudadanos del mundo defienden e impulsan la apropiación social de las tecnologías, de la creación de un software de libre acceso colectivo, también hay los especializados en invadir las memorias institucionales o privadas, para espiar sus contenidos, como piratas de la informática o como  personas heroicas que se atreven a denunciar manejos políticos y económicos perversos que justifican las ambiciones del poder encubiertas por los gobiernos. Estas vulnerabilidades llevan a los que controlan el poder a pensar en colocar medidas restrictivas o de control a las libertades de la internet, como sucede con la radio, la televisión y los periódicos impresos.

La realidad virtual es un pozo sin fondo o un gran espejo laberíntico en el que se contiene o refleja la realidad. Por su complejidad tecnológica y su carácter interactivo pareciera caótica, en cuanto no existe una sola ruta de comunicación, pero esto no es así, porque la Internet al estar computarizada no es una rueda suelta, sino que puede ser sistematizada con procedimientos matemáticos que producen efectos de cualquier orden en la realidad. La información no se divulga de manera aleatoria como pareciera; un observador atento puede apreciar que hay una jerarquía de valores, en la que los temas económicos y políticos son dominantes, lo mismo que actividades recreativas como los deportes que se transmiten todo el tiempo, sobre todo la gran empresa del fútbol que apasiona cada vez más a hombres y mujeres de todas las edades. Esa libertad de comunicación de múltiples conocimientos y de expresión de estados anímicos puede ser controlada. En este sentido, por su temporalidad y espacialidad del aquí y el ahora, de la opresora o liberadora inmediatez, puede estar generando un ser humano menos reflexivo, cada vez más ideológico y sensorial; su individualidad puede ser predeterminada y masificada de manera eficiente e inscrita en una economía globalizada que también impulsa de manera sistemática, la libertad de acción de acuerdo con los intereses controlados por sectores empresariales de la población mundial. Este  modelo económico es dominante al imponerse y condicionar la autonomía política y social internacional.

La paradoja moderna de la sociedad actual es muy atractiva. Al mismo tiempo que las avanzadas aplicaciones tecnologías en los medios de comunicación han liberado los tradicionales límites en la trasmisión de conocimientos y de informaciones polifacéticas, los internautas debido a la inmediatez y limitación espacial de su escritura en las redes sociales y a la libertad de hacerlo sin censuras, las están aprovechado para expresar sus posiciones ideológicas asociadas a estados emocionales, sin mayores contenidos reflexivos. Por eso, los miles de mensajes que se producen en dichas redes están impregnados de subjetividad con fines políticos, sin mayor control, que producen efectos inmediatos. Los avances científicos están impulsando la masificación de los discursos ideológicos afines a la lucha por el poder en la desigual y conflictiva sociedad contemporánea.

Hasta el presente se puede constatar que los medios de comunicación son indispensables para el crecimiento económico por su eficacia, inmediatez y carácter competitivo internacional, lo que favorece las transacciones en mercados directos y en las bolsas de mercado de acciones y la comercialización de toda clase de productos. Lo cierto es que las riquezas del mundo está en manos del 1% de la población mundial y que la miseria y los conflictos bélicos, con trasfondos económicos, se han agudizado; que la pobreza en la tierra se ha incrementado; que el consumo acelerado de los recursos naturales está contribuyendo con la contaminación de la tierra con basuras y desechos radioactivos y de la atmósfera, con desequilibrios climáticos que de hecho son catastróficos. Los constantes y atroces hechos criminales, las guerras y los actos terroristas ahora se perciben o manipulan ideológicamente en los medios de comunicación, como si fueran proyecciones cinematográficas, que paradójicamente, aunque impactan la memoria, dejan de horrorizar cuando se termina la representación.

Las modernas redes de la informática así como ofrecen las mayores libertades de comunicación hasta ahora alcanzadas, también hacen pensar en los cambios que están produciendo en el mundo; hacen recordar las ficciones sociales distópicas creadas por escritores que reflexionaron sobre lo que podría ser la sociedad contemporánea; Aldous Huxley con su irónica ficción de Un mundo feliz (1932); Herbert Marcuse quien pensó en las consecuencias del consumismo y la cosificación de El hombre unidimensional (1964), y George Orwell, que en su visionaria novela 1984 (1949), destaca el poder del Gran hermano o hermano mayor, que controla un lenguaje absoluto con el que sustenta su poder totalitario. Una bella metáfora que resume magistralmente la trascendencia de los medios de comunicación es la secuencia de cuadros simbólicos de la creación cinematográfica, 20001: Odisea del espacio (1968), con los que Stanley Kubrick recrea la evolución de la especie humana en una dimensión planetaria, que se remonta a los gestos agresivos y sonidos guturales de primates, antepasados remotos de los astronautas que luego de una gran elipsis temporal y espacial viajan en el universo gracias a HAL 9000, una supercomputadora que controla el funcionamiento de la nave, y que en un momento dado con su gran inteligencia artificial intenta dominar a los científicos que la han creado. Definitivamente los seres humanos han desarrollado poderosos medios de comunicación, analógicos y digitales, sagrados y profanos, lenguajes orales, escrituras alfabéticas, jeroglíficas y códigos computarizados, de los cuales ha dependido y depende la supervivencia de la vida en la tierra.

jueves, 14 de julio de 2016




Un documento escrito por un intelectual colombiano nos hace recordar la fuerza que tuvo el indigenismo marxista en Latinoamérica



Portada de la tesis de grado de Diego Montaña Cuéllar (1934)


En una de mis constantes visitas a mis amigos libreros tuve la ocasión de encontrar un texto no impreso y protegido con pastas de cartón recubiertas de papel estampado con un diseño abstracto, que distingue las encuadernaciones artesanales llevadas a cabo entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Al mirarlo con curiosidad descubrí que tenía un título  y el nombre de su autor grabado en letras de molde doradas: “Diego Montaña C. – Problemas de la cultura en Colombia”. Tema que me atrajo y me llevó a hojearlo; al abrir sus cubiertas constaté que se trataba de un texto escrito con una máquina de tipos de metal, sobre 28 hojas de papel periódico de tamaño oficio, que se había logrado como copia de un original con el artificio de papel carbón. El título específico de este trabajo académico es: “Posibilidades de que Colombia sirva de marco a una cultura”
En la portadilla mi curiosidad se incremento cuando pude leer:

TESIS SUSTENTADA POR
DIEGO MONTAÑA CUELLAR
PARA OBTENER EL TITULO DE DOCTOR EN
DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS SOCIALES
DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL
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Bogotá, julio de 1934

En la siguiente hoja se especificaba lo siguiente:

RECTOR DE LA UNIVERSIDAD - Dr. Juan Samper Sordo
PRESIDENTE DE TESIS               - Monseñor José Alejandro Bermúdez
EXAMINADORES                         - Dres.   Rafael Escallón,
                                                                      Darío Echandía y
                                                                      Juan Samper Sordo.
SECRETARIO DE LA FACULTAD – Dr. Abelardo Gómez Naranjo

En primera instancia pude identificar algunos de los nombres de los profesores por su desempeño político  en la historia de Colombia, y de manera particular, al abogado, Diego Montaña Cuéllar (1910-1991), por haber sido un destacado intelectual con una posición ideológica liberal y marxista. En realidad no había leído las obras de este personaje y tenía una referencia general de que en algunas de ellas se había interesado por las culturas prehispánicas, pero de manera parcial, por lo cual no figuraba en la lista de los antropólogos y arqueólogos de su época, que me interesaba investigar.



Primera página de la tesis de grado de Diego Montaña Cuéllar: "Posibilidades de que Colombia sirva de marco a una cultura"


El contenido de la tesis está directamente dedicado a sustentar una propuesta liberal que defendía la inclusión de la sociedad Chibcha o Muisca como una civilización, en una época en que los intelectuales liberales y conservadores promovían discusiones sobre las razas y se preguntaban si en Colombia era posible hablar de una identidad nacional que incluyera, no solamente y de manera dominante, la herencia hispánica, sino también la de los aborígenes americanos. Estos discursos ideológicos todavía se argumentaban con postulados ilustrados coloniales en los que el medio ambiente geográfico era un determinante para justificar la existencia de razas y el prejuicio de que en la zona tropical no se dieron procesos civilizatorios, por influencia del clima. También perduraban propuestas republicanas del siglo XIX en las que todavía se mantenían discriminaciones raciales o de castas, y se debatía si lo más conveniente era considerar al país como una República mestiza.

“Posibilidades de que Colombia sirva de marco a una cultura” parece un título  extraño para un trabajo de grado para obtener el título de abogado, por su sentido general, pero después de leer su contenido se comprende el sentido de realidad que proyecta para el momento en el que fue escrito. En Colombia, la década de los años veinte hizo parte de la hegemonía de los gobiernos conservadores que impusieron una educación con orientación neo-escolástica, que dependía directamente de la iglesia católica, de acuerdo con un Concordato con el Vaticano, y por lo tanto, los pueblos indígenas, como en tiempos coloniales, eran considerados como sociedades salvajes que necesitaban ser adoctrinadas para incorporarlas a la civilización. Desde el siglo XIX las culturas precolombinas se valoraban de manera ilustrada como antigüedades obtenidas por los guaqueros y coleccionadas por particulares y algunos incipientes museos oficiales. Intelectuales pioneros interpretaron las culturas aborígenes en el momento de la conquista española, con el recurso de los cronistas. Entre estos estudiosos sobresalen algunos por su enfoque conceptual sociológico. Este es el caso de Miguel Triana que publicó el libro “La civilización Chibcha”, en 1922; obra que retomó el joven Montaña Cuéllar para argumentar su tesis de grado, que tiene como objetivo mostrar que  en Colombia sí era posible hablar de una cultura de la humanidad, de los Chibcha porque desarrollaron un sistema de gobierno jerarquizado, un código jurídico, una religión o mitología, una economía agrícola y comercial, tejidos elaborados y un arte orfebre de técnicas avanzadas, además de  una escritura jeroglífica o simbólica; conjunto de elementos propios de una civilización antigua.

Montaña Cuéllar, como lo expone en su tesis, se atrevió a cuestionar los valores de la civilización Occidental, fundamentándose en planteamientos teóricos e ideológicos del filósofo e historiador alemán Oswald Spengler (1880-1936) contenidos en su obra “La decadencia de Occidente” (1918 y 1922). Este controvertido pensador nacionalista propuso una teoría historiográfica en la que confluyen elementos de la teoría evolucionista de Darwin y conceptos de Nietzsche como “decadencia” y la “voluntad de poder”, además de ser un admirador de la obra de Goethe. Spengler estableció una morfología de la historia universal, en la que cada civilización, como sucede en los ciclos de vida natural, pasa por las siguientes etapas o edades culturales: “juventud, crecimiento, florecimiento y decadencia”. Para Montaña Cuéllar es fundamental lo propuesto por Spengler, que la civilización Occidental estaba viviendo la etapa de la decadencia, lo que apoya su posición a favor de reivindicar la civilización Chibcha, como marco para una cultura de la república de Colombia.

Mi sorpresa fue mayor cuando, además del texto encuadernado de la tesis de grado, había 10 hojas sueltas que conformaban un ensayo con el título “La lucha por la tierra y el indigenismo cultural”, referente al surgimiento histórico de esta problemática social en México, Perú y Colombia; también escritas a máquina y con correcciones manuales, que supuse eran del mismo Montaña Cuéllar. Todas estas motivaciones me llevaron a adquirir el mencionado documento académico con la ansiedad propia de un investigador interesado por la historia de las culturas latinoamericanas.



Primera página del ensayo indigenista de Diego Montaña Cuéllar: "La lucha por la tierra y el indigenismo cultural"

En primer lugar investigué  la biografía de Diego Montaña Cuéllar y consulté sus obras. Durante los años finales de su vida, además de sus compromisos políticos, se dedicó a escribir sus “Memorias” que quedaron inéditas después de su muerte, en 1991. Por suerte fueron publicadas por la Universidad Nacional de Colombia, en 1996. Mi mayor preocupación era saber si el escrito sobre el indigenismo había sido redactado por el autor de la tesis de grado. Algo que pude constatar al leerlo, porque en él hay una alusión directa a dicho trabajo para obtener el título de abogado. Montaña Cuéllar en varios de sus libros mostró interés por la cultura Chibcha.

Otro problema por resolver era saber cuándo había sido escrito el ensayo indigenista, ya que no estaba fechado, y si había sido publicado por el autor o después de su fallecimiento. Al leer las “Memorias” encontré que en uno de sus capítulos había párrafos con contenidos similares al documento sobre el indigenismo, en el que se mencionaba la revolución cubana (1959); o sea, Montaña Cuéllar lo escribió como un borrador de un capítulo de sus “Memorias”, que redactó en los años ochenta. Este texto es un recuerdo histórico de los movimientos y luchas indigenistas en México y el Perú, que lo influenciaron en sus años juveniles.

Diego Montaña Cuéllar sobresalió a lo largo de su vida por sus ideas liberales y comunistas; desempeñó algunos cargos públicos y fue miembro de movimientos o partidos políticos de la izquierda colombiana, hasta su muerte; durante varios años fue asesor intelectual de los sindicatos de la explotación de petróleo, profesor de Sociología de la Universidad Nacional y compañero de Camilo Torres, además de escritor sobre la sociología americana, la historia política de Colombia y otros aspectos jurídicos.

Más allá de estas necesarias pesquisas documentales y bibliográficas me pareció importante el contenido del ensayo indigenista, porque después de leerlo varias veces y transcribirlo, comprendí que me hizo recuperar una memoria sobre una realidad política y social conflictiva que hoy parece olvidada en los medios universitarios y políticos. Digo recuperar una memoria, como recientemente lo hice en compañía del antropólogo Oscar Romero, con la historia documental del Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca (1946-1960), que será publicada este año, por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia.

Montaña Cuéllar escribió un atractivo documento que contiene de manera explícita una posición ideológica y teórica marxista latinoamericana; es una síntesis comprometida con los movimientos políticos y culturales indigenistas en México durante los años posteriores a la revolución de 1910, en tiempos de intelectuales y políticos como José Vasconcelos (1882-1959), y  en los Andes peruanos, con las posiciones lideradas por el escritor José Carlos Mariátegui (1894-1930) y el antropólogo Luis E. Valcárcel (1891-1987). Leer este escrito nos lleva a recrear una memoria olvidada en un presente en el que dominan los intereses y conflictos de una política y una economía capitalista globalizada y una tecnología de los medios de comunicación, en los que prima el lenguaje de “lo políticamente correcto” y en apariencia, se plantea la falacia de que los conflictos del pasado ya no tienen vigencia. Pienso que leer hoy en día este escrito de Montaña Cuéllar nos recuerda un período de la historia, cuando los gobiernos latinoamericanos, democráticos o dictatoriales, construyeron una modernidad estableciendo dependencias económicas con los Estados Unidos de América. En las décadas de los años veinte y treinta surgieron posiciones intelectuales y artísticas liberales y de izquierda que reivindicaban las culturas indo-americanas e impulsaban la lucha de los pueblos indígenas, empobrecidos y sometidos durante siglos, a diferencia de otros intelectuales conservadores, como Laureano Gómez (1889-1965), que hacían dudar de la posibilidad de un progreso nacional por “la decadencia de Colombia como consecuencia de la mezcla de razas”, en sus controvertidas conferencias dictadas en el teatro Municipal de la ciudad de Bogotá, en 1928, que, precisamente, impactaron la mente del estudiante Montaña Cuéllar.

Leer el texto de Montaña Cuéllar pareciera una curiosidad de historiador, pero en realidad puede motivar otras reflexiones y emociones. Es evidente que se trata de una mirada histórica de los movimientos indigenistas desde una tópica marxista, desde una retórica que ha perdido su poder político y cultural. Es muy grande, como un abismo, el contraste entre la semiótica indigenista de izquierda de Montaña Cuéllar y los discursos políticos y culturales posteriores a la nueva Constitución de 1991, en la que se establece que Colombia es un país pluricultural y multiétnico, doctrina que de hecho ha cuestionado la existencia de una identidad cultural nacional y otorgado a los pueblos indígenas ciertas prerrogativas jurídicas, ambivalentes en la interpretación de los procedimientos legales a escala nacional.

En la historia latinoamericana del siglo XX, hasta la década de los años setenta, más o menos, sobresalen los sectores que impulsaron la lucha, la defensa y el fortalecimiento de valores culturales de origen americano, en un contexto nacional, lo que significó la conformación de institutos, centros académicos universitarios y museos dedicados a la investigación antropológica y arqueológica, que tuvieron como fin rescatar y proteger jurídicamente el  patrimonio cultural precolombino, y valorar los pensamientos de los pueblos indígenas vivos, solidarizándose con sus luchas. De igual manera, se fortalecieron posiciones artísticas y literarias que permitieron hablar de una identidad cultural latinoamericana, en el espacio internacional. Hoy en día, cuando la desvelada realidad pos-moderna permite apreciar la violencia de los problemas mundiales no resueltos, bien vale la pena volver a mirar lo que ha significado la avasalladora y conflictiva historia del siglo pasado. ¿De ese pasado político, intelectual y artístico, qué ha perdurado hasta el presente?

A continuación transcribimos el ensayo indigenista de Diego Montaña Cuéllar:


LA LUCHA POR LA TIERRA Y EL INDIGENISMO CULTURAL.

1.      LA REVOLUCIÓN AGRARIA MEXICANA.


Mientras la burguesía mercantil latinoamericana entregaba las naciones a los poderes de las naciones industrializadas, a cambio de fragmentos de ferrocarriles, herramientas técnicas y culturales, desde México hasta la Patagonia los pueblos indígenas reclamaban tierra. Los vínculos de nacionalidad para ellos no tenían contenido sin la posesión de la tierra de que habían sido despojados sus padres aborígenes.

La milagrosa imagen de la Virgen de Guadalupe que Hidalgo había convertido en el símbolo de la independencia mexicana, sólo tenía significado para los ejércitos de indios levantados por Emiliano Zapata y Pancho Villa como signo de la tierra.

La lucha por la tierra suscitó la gran tarea de salvar a América de la codicia saxoamericana. Fue así como la revolución mexicana de 1917 conectó la lucha de Juárez con la lucha por rescatar el suelo y el subsuelo hipotecados a los poderes petroleros.

Mientras la burguesía buscaba la superación del atraso en la cultura occidental, los pueblos americanos la encuentran en el conocimiento de ellos mismos.

En México los intelectuales se incorporaron a la tarea de restaurar el pasado indigenista. La arqueología y el folklore se unieron en un nuevo ciclo que integra el pasado indígena con el futuro mexicano. José Vasconcelos, siendo Ministro de Educación, organizó las misiones culturales para llevar el resurgimiento de la cultura nacional hasta los lugares remotos. De pueblo en pueblo, grupos de misioneros, en que marchan un médico, una enfermera, un artesano, un agricultor, un pintor y un maestro de escuela, despiertan el espíritu de continuidad con el  pasado cultural y con la posesión de la tierra. Las escuelas de Juárez se abren y los arquitectos y pintores levantan y ornamentan las casas culturales del pueblo. Renacen los alfareros, los plateros, los tejedores, los talladores, y los grandes pintores indígenas: José Clemente Orozco, Diego Rivera recogen la aurora detenida en los cuadros de Abraham Ángel y llenan las paredes de los palacios coloniales con pinturas vivas que magnifican la tierra y la vida de los mexicanos. La gran tradición cultural Maya y Azteca, se convirtió en programa de redención del pueblo campesino. Esa nueva mística indigenista se extendió por toda la América India: como el anhelo de independencia económica y renacimiento cultural.

Pero la revolución agraria mexicana fracasó porque se convirtió en máscara de los políticos y la reivindicación de los ejidos en objeto de especulación electoral. Una promesa vana desarraigó de la tierra a siete millones de hijos de los antiguos peones rompió sus vínculos tradicionales y los dejó sin tierra. La reforma agraria había fracasado en 1930, como lo reconoció expresamente el presidente Plutarco Elías Calles y México era gobernado suavemente desde los Estados Unidos a través de una hábil y conciliadora diplomacia pacifista, al servicio de los petroleros.

Vasconcelos a quien la juventud latinoamericana convirtió en guía, lanzó su candidatura presidencial que fue derrotada implacablemente. Apologista cultural del mestizo, su concepto de la “Raza cósmica”, se basaba en la creencia de que una nueva cultura cósmica podría nacer determinada sólo por la raza y la variedad de culturas. Su metafísica no tenía asidero en ningún método para lograr la liberación económica y cultural del influjo norteamericano y su concepción política religiosa ahuyentó  a los radicales que eran el soporte contra la dominación imperialista.

Invitado por la Federación de Estudiantes, Vasconcelos visitó a Colombia y dictó conferencias en Bogotá y Medellín que impresionaron profundamente a los sectores estudiantiles y vigorizaron nuestros sentimientos antimperialistas.

La revuelta mexicana de 1910 había fracasado; le faltó la compenetración con el espíritu que Diego Rivera trajo de fuera, el misticismo de Carlos Marx. La verdad es que la reivindicación indígena carece de concreción histórica si se mantiene en un plano simplemente cultural o filosófico. Para adquirir realidad  necesita transformarse en reivindicación económica y política. No es un problema étnico sino un problema social y económico. No es solo un problema jurídico de propiedad de la tierra, es además un complejo de relaciones sociales.

En México convirtieron a algunos caudillos indígenas en generales, pero no se trata de que algunos indios sean generales sino de que no haya generales por encima del poder de la comunidad popular e indígena.

La miseria moral y material de las masas indígenas es una consecuencia del régimen social y político que pesa sobre ellas desde la conquista y que no se modificó sustancialmente con la independencia. Es un hecho político que solo puede ser resuelto políticamente, es decir, con el poder político.

En su “Carta de Jamaica” el Libertador Simón Bolívar lanzó el más lúcido y profundo programa político de América. En él planteó por primera vez, la indiscutible vinculación entre la independencia y soberanía de los pueblos americanos, y la vindicación política y social de los imperios de Moctezuma, Atahualpa, Caupolicán y el Zipa de Bogotá, despojados, traicionados, usurpados a base de tormentos inauditos y vilipendios vergonzosos. Por eso el día del renacimiento indoamericano, no puede ser sino el día de la resurrección de las culturas precolombinas detenidas pero no extinguidas.


LA TEMPESTAD EN LOS ANDES


En 1927 se adelantó una gran polémica sobre el tema del indigenismo en las letras y en la vida social del Perú, en la que participaron José Carlos Mariátegui, Luis Alberto Sánchez, José Ángel Escalante, Atenor Orrego, Luis E. Valcárcel y Manuel Seoane, y otros escritores.

La polémica de que en aquella época solo tuvimos vagas noticias, se inició por motivos literarios y folklóricos pero respondía a un movimiento intelectual más hondo, determinado por las modalidades nacidas de la Primera Guerra Mundial.[1]

El libro de Oswald Spengler “La decadencia de Occidente” había constituido el acontecimiento más estruendoso del siglo XX. El libro fue la consagración intelectual de la derrota de Alemania y de la inauguración de la crisis de la llamada Cultura Occidental, pero ante todo representa una nueva concepción de la filosofía de la historia, en que el concepto de cultura universal desaparece para abrir el paso a la concepción de las culturas que tienen un ciclo propio independiente de las razas, una idea o alma específica, un devenir y una caducidad. Los conceptos fundamentales del mundo orgánico, nacimiento, muerte, juventud, vejez, duración de la vida, tendrían también un sentido riguroso en la órbita de las culturas, concebidas como ciclos vitales, con su propia personalidad. Las conclusiones del pensamiento occidental son despojadas de su contenido universal, tienen únicamente un valor histórico relativo y la validez concreta referente sólo a una época y a un espacio determinados. La validez universal es falsa. Las verdades eternas del pensamiento occidental son verdaderas sólo para Occidente y eternas sólo para su propia visión del mundo.

En el marco de este movimiento, el alma india replegada e intravertida en la inmensa mayoría de pobladores campesinos indoamericanos, hacía acto de presencia histórica.

El Perú como Rusia es un pueblo de campesinos. De los cinco millones de habitantes que tenía en 1927 el Perú, cuatro quintas partes constituían labradores indígenas. Bolivia, El Ecuador, Colombia, la mitad de la Argentina, integran la colectividad agraria de los Andes, cuyos problemas son comunes a otros países como Venezuela, como el Brasil, como México y la América Central. Un fuerte porcentaje de pobladores de raza aborigen forma el elemento básico de las naciones americanas. Estas repúblicas contienen un conflicto no resuelto entre dos mundos: la minoría europeizada y las grandes mayorías indígenas. La realidad trágica es que estas repúblicas ostentan un ridículo republicanismo democrático en que el progreso y los derechos son privilegios de minorías, de los cuales están al margen millones de indios “piojosos mal olientes, ignorantes, analfabetos” que no son ciudadanos, no pertenecen al Estado, están fuera de la sociedad. Para el campesino indio, toda relación con el Estado y la sociedad se resuelve en obligaciones. El campesino indio está fuera de la órbita del derecho, sin embargo de que las constituciones y las leyes lo proclaman jurídicamente igual a sus opresores.

Después de haber ensayado la interpretación esquemática de la historia del incanato, Luis E. Valcárcel, anunció el advenimiento de un nuevo mundo, de un nuevo indio, en un movimiento histórico sobre la resurrección de la cultura inca. “La tempestad en los Andes”, de Luis E. Valcárcel, tiene una entonación profética en que la sierra peruana se llena de esperanzas en una nueva sociedad integrada por los indios nuevos que superan y reivindican al pueblo parasitario anquilosado, canceroso, alcohólico y carcomido, en que ha degenerado el mestizaje negativo del español y el indio; que se liberan del despotismo del gamonal indígena y la mita, del latifundista y el gendarme. Es el indio revolucionario, el indio socialista.

La fe en el resurgimiento indígena no proviene de un proceso de occidentalización de la tierra kechua. No es la civilización, ni el alfabeto de los blancos lo que levanta el alma del indio. Es el mito, la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena en Valcárcel, como en José Carlos Mariátegui, es absolutamente revolucionaria. El pueblo incaico que construyó el más desarrollado y armonioso sistema comunista ve una clara relación en su futuro con las corrientes revolucionarias mundiales abiertas por el proceso universal de la revolución proletaria. El proletariado indígena esperaba su Lenin, y este se anunciaba en Mariátegui, quien llegó a la valoración justa de lo indígena por la vía [del] Socialismo Científico, en sus prodigiosos ensayos sobre la realidad peruana, que expresaron la trágica realidad indoamericana.

Los que no habían roto el cerco de la educación liberal burguesa, se entretenían en barajar el problema racial y escamoteaban la realidad social y sus consecuencias políticas en un lenguaje idealista.

La solución del problema indígena, según ellos, no parte de una transformación social y política, sino de una evolución lenta y normal,  que transforme la multitud de costumbres y vicios de las poblaciones indias, sin cambios revolucionarios.

Según Mariátegui, el problema indígena no admite ya la mistificación a que perpetuamente lo han sometido los abogados y literatos agentes de la casta latifundista. La miseria material y moral de la raza indígena aparece netamente como una simple consecuencia, como el resultado necesario del régimen económico y social que sobre ella pesa desde los siglos de la Conquista, que fue un hecho político, agravado por la Colonia que también fue otro hecho político. La Independencia, otro hecho político, no correspondió a la radical transformación de la estructura económica y social de las naciones americanas. Sin haber tocado la estructura colonial, abrió sin embargo a las masas el camino de la emancipación política y social. La república desvió el proceso al convertir la obra de los libertadores en usufructo de una minoría de gamonales. El gamonalismo designa, a la luz del análisis profundo que hace Mariátegui, todo el fenómeno. El gamonalismo está representado no sólo en los latifundistas; comprende una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes y parásitos. El indio alfabetizado también se transforma en gamonal explotador de su propia raza cuando se pone al servicio del sistema. El factor esencial está en la hegemonía de la gran propiedad semifeudal, en la política semifeudal y en el mecanismo del Estado. Por consiguiente es sobre ese factor sobre el que se debe actuar si se quiere atacar en su raíz el mal. La liquidación del gamonalismo, o del régimen semifeudal, podía haber sido realizada por la República dentro de los principios liberales y capitalistas, pero estos principios se han visto ahogados por la propia clase encargada de aplicarlos, en razón de su dependencia del imperialismo. Por eso el pensamiento revolucionario, no puede ser ya liberal, sino socialista. El Socialismo aparece en la historia de América como una necesidad y una exigencia histórica, porque el régimen económico y social que rige se ha convertido gradualmente en una fuerza de colonización de los países latinoamericanos por el capitalismo imperialista extranjero. Por eso ya no es posible, sostiene Mariátegui,  ser efectivamente nacionalista y revolucionario sin ser socialista.

Contra la proposición de Mariátegui de redimir al indio insertando el indigenismo dentro del movimiento revolucionario mundial por el Socialismo se alzaron los indigenistas puros con José Ángel Escalante a la delantera, escritor de linaje indiano, parlamentario, propietario del periódico El Comercio del Cuzco. Ellos consideraban falsa la presentación del indio gemebundo y humilde, servil y melancólico que se arrastra lleno de taras físicas y morales bajo el látigo del gamonalismo. A su juicio el indio estaba entero: No había tal degeneración. El indio se conservaría puro en la máxima integridad de sus cualidades étnicas. El porvenir del Perú, y el predominio de América estarían vinculados al papel histórico que correspondía jugar a esa raza en los destinos de la humanidad. En el seno de la gran raza  deberían fundirse los mestizajes. Debería ser el indio el que absorbiera al mestizo, al cuarterón, al cholo, al mulato.

Pero en el fondo se defendía la política paternalista del “déspota ilustrado” Leguía, que había fundado patronatos y organismos protectores del indio. El olfato de los intelectuales defensores del sistema les permitía percibir el anuncio de una tendencia revolucionaria que utilizaría la fuerza y la exasperación de las grandes masas indígenas para el entronizamiento de los ideales proletarios en América. Les asustaba la demolición social.

En el Cuzco nació el grupo “Resurgimiento”, asociación de trabajadores intelectuales y manuales para realizar una gran cruzada por el indio. Como lo anotaba Mariátegui, el grupo no parecía sólo como consecuencia de las denuncias de los desmanes y crueldades del gamonalismo. El proceso de gestación del grupo hundía sus raíces en el movimiento espiritual de los que consideraban que el progreso del Perú sería falso, si no llegaba a constituir la obra de redención de la gran masa en su mayoría indígena y campesina.

Por su parte Luis Alberto Sánchez terció, sosteniendo que no le parecía sincera la posición indigenista de los “vanguardistas”, de los falsos apóstoles del indigenismo, de los costeños que no conocen al indio. Sánchez pugna por que al indio se le libre de las taras presentes y futuras y especialmente de la compasión irritante con que sus defensores le tienden la mano protectora, en vez de contentarse por el momento con hacerle la vida llevadera y mañana ponerlo en aptitud de resolver sus propios problema. En el fondo lo que repudiaba era la aleación del indigenismo y el socialismo. La infundada alusión de Sánchez provocó contundente réplica de Mariátegui quien con toda lógica sostuvo que en cuanto el socialismo ordena y define las reivindicaciones de las masas, de la clase trabajadora, siendo en el Perú la clase trabajadora integrada en su inmensa mayoría por indios, no podría haber socialismo peruano, ni siquiera socialismo, si no se solidarizase, primeramente con las reivindicaciones indígenas. En esta actitud no se esconde ninguna actitud oportunista, ni se descubre nada de artificio, si se reflexiona sobre lo que es el socialismo. En este indigenismo que tanta aprehensión producía a Luis Alberto Sánchez, no existe ningún nacionalismo exótico, sino la creación de un real nacionalismo peruano. “Confieso –agrega Mariátegui- haber llegado a la comprensión, al entendimiento del valor y el sentido de lo indígena en nuestro tiempo, no por el camino de la erudición libresca ni de la intuición estética, ni siquiera de la especulación teórica, sino por el camino –a la vez intelectual, sentimental y práctico- del socialismo.” No había en Mariátegui dogmatismo, ni esquematismo, sino convicción profunda, pasión ideológica y fervor. El espíritu de Mariátegui no era dogmático, sino certeramente afirmativo, y constructivo, sin temor a las consecuencias y asumiendo los riesgos de sus afirmaciones. Sánchez representaba el papel de los intelectuales “espectadores”. Profesaban el indigenismo como un movimiento literario de vanguardia sin muchos compromisos políticos ni sociales. La defensa del indio sin demoler las estructuras sociales, ni combatir el sistema, era más una escuela literaria que una posición de combate. Mariátegui por el contrario fue un combatiente con una filiación y una fe, sometidas a la confrontación, a la contradicción y al choque de contrarios. Su revista “Amauta” que se difundió por América y España, fue un faro. “AMAUTA” fue una revista de vanguardia, pero con una ideología y un espíritu; fue una tribuna, en la que participaban diferentes opiniones sociales y económicas y colaboraban los más avanzados escritores en el campo artístico, literario y científico. Pero fue una revista, de definición ideológica, de izquierda, de coordinación de ideales históricos revolucionarios, para identificar un nuevo nacionalismo. No el nacionalismo conservador,  en Europa reaccionario y precursor del fascismo, sino el nacionalismo revolucionario de los pueblos coloniales, anti-imperialista que confluye al socialismo.

Al término de la polémica, Mariátegui inició la publicación de los SIETE ENSAYOS SOBRE LA REALIDAD PERUANA, la primera y más completa interpretación histórica de la realidad americana, bajo la guía del Marxismo. Desde ese ángulo, declarando superados los puntos de vista humanitarios o filantrópicos, en que se apoyó la causa pro-indígena como prolongación de la campaña de fray Bartolomé de las Casas, trató el problema de la tierra identificado con el problema del indio, como el problema de la liquidación de la feudalidad que el régimen demo-burgués fue incapaz de resolver. En cien años de República, no había existido una verdadera clase burguesa, una verdadera clase capitalista. La antigua clase feudal camuflada de burguesía republicana, mantenía sus posiciones de clase dirigente. La supervivencia de un régimen de latifundistas como clase dirigente produjo el mantenimiento del latifundio. La desamortización de bienes de encomiendas y resguardos coloniales que inició la independencia, no condujo al desenvolvimiento de la pequeña propiedad sino al latifundio de los grandes republicanos. La gran propiedad territorial se engrandeció y fortaleció a despecho del liberalismo teórico de nuestras constituciones. El fraccionamiento del latifundio es tarea liberal y democrático-burguesa, pero la forma individualista resultaría ineficaz y antagónica ante el factor incontestable y concreto que da un carácter peculiar a nuestro problema agrario: la supervivencia de la comunidad y de elementos del socialismo práctico en la producción agrícola y en la vida indígenas.

La subordinación del problema indígena al problema de la tierra resulta de razones específicas: El pueblo inkaico era un pueblo de campesinos dedicado a la agricultura y el pastoreo. Las industrias, las artes, tenían carácter doméstico y rural. En el Perú de los Inkas, es más cierto que en ninguno otro pueblo el principio de que “la vida viene de la tierra”. Las obras colectivas más admirables del Tawantisuyu tuvieron un objeto militar, religioso en función de las labores agrícolas. Los canales de irrigación de a sierra y de la costa, los andenes y terrazas de cultivo de los Andes quedan como los mejores testimonios del grado de organización económica alcanzado por el Perú Inkaico, cuya civilización agraria se extendió por todo el continente suramericano. El culto de “Mama Pacha” es el culto de la tierra, es par de la heliolatría e implica el comunismo agrario. Como el Sol, la tierra no es propiedad de nadie sino de la comunidad.

La propiedad colectiva de la tierra cultivable por el Ayllú o conjunto de familias; la propiedad colectiva de las aguas, de las tierras de pastoreo, de los bosques; la federación de los Ayllús; la cooperación común en el trabajo; la apropiación tripartita de la producción, entre el Sol, el Inka y el Ayllú, es lo que se ha denominado comunismo inkaico.

La destrucción de esta economía y de la cultura que se nutría de su savia fue la obra del coloniaje, no aportó la sustitución de una estructura superior. El régimen colonial aniquiló y destruyó la economía agraria sin reemplazarla por una economía de mayores rendimientos. Bajo la dominación inkaica, hubo una nación de diez millones de hombres con estado eficaz y orgánico cuya acción benéfica llegaba a todos los ámbitos. Bajo la colonización, los nativos se dispersaron y redujeron a una anárquica masa de un millón de siervos oprimidos y en proceso de retroceso. El coloniaje impotente para organizar una economía feudal, enjertó en ésta elementos de la esclavitud. Estas formas no pueden ser liquidadas dentro de los principios liberales y capitalistas. El Socialismo aparece no por razones de azar, ni por circunstancias de imitación o de moda, sino como un sino histórico. El régimen económico y social de las clases dirigentes se ha conservado en una fuerza de colonización del país por “La tempestad de los Andes” de Valcárcel, según Mariátegui, no parte de una doctrina, es un evangelio algo apocalíptico. Allí no están los principios que harán la revolución de la raza indígena, pero están sus mitos y el Mito en la formación de los grandes movimientos populares, no pueden desestimarse ni subestimarse.

Mariátegui el Lenin de América, murió prematuramente, el16 de abril de 1930. Era limeño y desde su infancia padeció de gran debilidad física. Sufrió su primera crisis grave a los siete años y desde entonces quedó lisiado con una pierna encogida. Frecuentes crisis lo ponían al borde de la muerte. Periodista, escribió cuentos, frecuentó artistas, bailarinas, violinistas, pintores. Evadido de la literatura frívola, se matriculó en la Universidad Católica para estudiar latín, promovió el movimiento de Reforma Universitaria y después de combatir la dictadura de Leguía se ausentó a Europa, donde halló la confirmación de su socialismo en el estudio y el conocimiento del Marxismo y encontró la compañera de su vida, la italiana Anita Chiappe. A su regreso a Lima funda con Haya de La torre el movimiento de fusión del estudiantado y el proletariado. Se agrupó con los organizadores de la Universidad Popular González Prada conjunto de escuelas de enseñanza política de orientación marxista, foco principal del huracán revolucionario, que en marzo y octubre de 1923 enfrentó los núcleos de obreros y estudiantes al régimen y produjo la deportación masiva de dirigentes intelectuales. Mariátegui sufrió continuas prisiones. Desde la revista Amauta se convirtió en dirigente continental. La fundación del APRA (Alianza Proletaria Revolucionaria Americana) por la socialización de la tierra y contra el imperialismo americano tuvo un sentido continental y el alcance de unir a todos los progresistas del continente, entre los cuales se contaban figuras de tanta importancia como Waldo Frank. Cuando se disponía a viajar a la Argentina y cuando era aclamado su nombre en Chile, la enfermedad que lo acompañaba lo redujo al lecho y lo obligó a internarse en una clínica, donde murió pocos días después. Su sepelio fue una grandiosa manifestación de obreros y estudiantes con banderas rojas y cantando la Internacional”. Homenajes a su memoria se rindieron en la Argentina, El Uruguay, Chile y Cuba. En Colombia Mariátegui fue el paradigma de cuantos nos iniciábamos en el conocimiento de nuestro pueblo y en la vía del Socialismo.

Al expirar Mariátegui, la tempestad se apagó en los Andes y se dispersó sobre el continente. El advenimiento del fascismo a Europa, la derrota de la República española, el proceso de la segunda guerra mundial, la guerra fría con sus regímenes militares y las falsas reformas agrarias financiadas por el imperialismo americano y realizadas por la demoburguesía reformista, transformaron el APRA en movimiento conciliador y proimperialista. La estrella de la revolución pasó al Norte, se instaló en la Sierra Maestra y llevó el Socialismo a Cuba. No obstante el espíritu de Mariátegui está presente en todos los movimientos revolucionarios de América, como está presente y aún no resuelto el problema de la tierra para las mayorías de campesinos y trabajadores descendientes de los aborígenes. Si Mariátegui no pudo ser el Lenin de indoamérica, es el precursor de la revolución socia-lista por él comenzada, represada, inconclusa  y ahora más necesaria cuanto el desarrollo por la vía del capitalismo independiente ha entrado en su crisis final.



Texto manuscrito escrito por Montaña Cuéllar en el reverso de la página 3 de su ensayo indigenista (Nota complementaria).

Nota complementaria


La vocación hacia la Sociología y la convicción de que el camino de la dependencia era falso, nos llevó al estudio de las culturas precolombinas y específicamente a investigar la cultura Chibcha.

Desde un seminario organizado por el profesor de Sociología Monseñor José Alejandro Bermúdez hicimos el primer [ilegible] sobre la cultura Chibcha con base en los valiosos trabajos de Don Miguel Triana; la ampliación de su trabajo fue presentada como tesis para obtener el grado de doctor en Derecho y Ciencias Sociales en la Facultad Nacional de Derecho, bajo el título “Posibilidades de que Colombia sirva de marco a una cultura”. Era un homenaje a la cultura aborigen, pero ante todo una inscripción en la línea de combate contra la postura de la generación del Centenario aparecida en 1910 que se caracteriza por su desmesurado culto al mundo europeo y su grande escepticismo sobre las posibilidades del hombre colombiano.

El 5 de junio de 1928, en un ciclo de conferencias organizado por Alfonso López Pumarejo para desestabilizar el régimen conservador decadente, Laureano Gómez dictó su conferencia sobre  “Interrogantes al progreso nacional” que reunía las ideas y sentimientos de la generación del Centenario a saber: Colombia no podía aspirar a su tierra en humanidad porque jamás había servido de marco natural a una verdadera cultura, ni reunía los caracteres de las comarcas propicias al desenvolvimiento de actividades aptas para el sustentamiento de grandes empresas humanas.

Para sustentar tan arbitraria afirmación se sostenía que dentro de la zona en que se halla ubicado nuestro país, 10 grados al Norte y 10 al Sur de la línea equinoccial, no existía ninguna comarca que a todo lo largo de la historia del género humano haya sido asiento a una cultura. En segundo lugar que nuestra raza [?] resultante de una deplorable aleación [?] de españoles, indios y negros carece de los privilegios para la construcción [?] de una civilización independiente y autónoma.





[1] Sobre la margen  izquierda y en el reverso de la página 3  del documento original, su autor redactó con su puño y letra un texto relacionado con el contenido del escrito principal, como algo que se debería incluir más adelante; por eso hemos decidido colocarlo de manera independiente al final, como una nota complementaria.