jueves, 14 de julio de 2016




Un documento escrito por un intelectual colombiano nos hace recordar la fuerza que tuvo el indigenismo marxista en Latinoamérica



Portada de la tesis de grado de Diego Montaña Cuéllar (1934)


En una de mis constantes visitas a mis amigos libreros tuve la ocasión de encontrar un texto no impreso y protegido con pastas de cartón recubiertas de papel estampado con un diseño abstracto, que distingue las encuadernaciones artesanales llevadas a cabo entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Al mirarlo con curiosidad descubrí que tenía un título  y el nombre de su autor grabado en letras de molde doradas: “Diego Montaña C. – Problemas de la cultura en Colombia”. Tema que me atrajo y me llevó a hojearlo; al abrir sus cubiertas constaté que se trataba de un texto escrito con una máquina de tipos de metal, sobre 28 hojas de papel periódico de tamaño oficio, que se había logrado como copia de un original con el artificio de papel carbón. El título específico de este trabajo académico es: “Posibilidades de que Colombia sirva de marco a una cultura”
En la portadilla mi curiosidad se incremento cuando pude leer:

TESIS SUSTENTADA POR
DIEGO MONTAÑA CUELLAR
PARA OBTENER EL TITULO DE DOCTOR EN
DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS SOCIALES
DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL
---------------------
Bogotá, julio de 1934

En la siguiente hoja se especificaba lo siguiente:

RECTOR DE LA UNIVERSIDAD - Dr. Juan Samper Sordo
PRESIDENTE DE TESIS               - Monseñor José Alejandro Bermúdez
EXAMINADORES                         - Dres.   Rafael Escallón,
                                                                      Darío Echandía y
                                                                      Juan Samper Sordo.
SECRETARIO DE LA FACULTAD – Dr. Abelardo Gómez Naranjo

En primera instancia pude identificar algunos de los nombres de los profesores por su desempeño político  en la historia de Colombia, y de manera particular, al abogado, Diego Montaña Cuéllar (1910-1991), por haber sido un destacado intelectual con una posición ideológica liberal y marxista. En realidad no había leído las obras de este personaje y tenía una referencia general de que en algunas de ellas se había interesado por las culturas prehispánicas, pero de manera parcial, por lo cual no figuraba en la lista de los antropólogos y arqueólogos de su época, que me interesaba investigar.



Primera página de la tesis de grado de Diego Montaña Cuéllar: "Posibilidades de que Colombia sirva de marco a una cultura"


El contenido de la tesis está directamente dedicado a sustentar una propuesta liberal que defendía la inclusión de la sociedad Chibcha o Muisca como una civilización, en una época en que los intelectuales liberales y conservadores promovían discusiones sobre las razas y se preguntaban si en Colombia era posible hablar de una identidad nacional que incluyera, no solamente y de manera dominante, la herencia hispánica, sino también la de los aborígenes americanos. Estos discursos ideológicos todavía se argumentaban con postulados ilustrados coloniales en los que el medio ambiente geográfico era un determinante para justificar la existencia de razas y el prejuicio de que en la zona tropical no se dieron procesos civilizatorios, por influencia del clima. También perduraban propuestas republicanas del siglo XIX en las que todavía se mantenían discriminaciones raciales o de castas, y se debatía si lo más conveniente era considerar al país como una República mestiza.

“Posibilidades de que Colombia sirva de marco a una cultura” parece un título  extraño para un trabajo de grado para obtener el título de abogado, por su sentido general, pero después de leer su contenido se comprende el sentido de realidad que proyecta para el momento en el que fue escrito. En Colombia, la década de los años veinte hizo parte de la hegemonía de los gobiernos conservadores que impusieron una educación con orientación neo-escolástica, que dependía directamente de la iglesia católica, de acuerdo con un Concordato con el Vaticano, y por lo tanto, los pueblos indígenas, como en tiempos coloniales, eran considerados como sociedades salvajes que necesitaban ser adoctrinadas para incorporarlas a la civilización. Desde el siglo XIX las culturas precolombinas se valoraban de manera ilustrada como antigüedades obtenidas por los guaqueros y coleccionadas por particulares y algunos incipientes museos oficiales. Intelectuales pioneros interpretaron las culturas aborígenes en el momento de la conquista española, con el recurso de los cronistas. Entre estos estudiosos sobresalen algunos por su enfoque conceptual sociológico. Este es el caso de Miguel Triana que publicó el libro “La civilización Chibcha”, en 1922; obra que retomó el joven Montaña Cuéllar para argumentar su tesis de grado, que tiene como objetivo mostrar que  en Colombia sí era posible hablar de una cultura de la humanidad, de los Chibcha porque desarrollaron un sistema de gobierno jerarquizado, un código jurídico, una religión o mitología, una economía agrícola y comercial, tejidos elaborados y un arte orfebre de técnicas avanzadas, además de  una escritura jeroglífica o simbólica; conjunto de elementos propios de una civilización antigua.

Montaña Cuéllar, como lo expone en su tesis, se atrevió a cuestionar los valores de la civilización Occidental, fundamentándose en planteamientos teóricos e ideológicos del filósofo e historiador alemán Oswald Spengler (1880-1936) contenidos en su obra “La decadencia de Occidente” (1918 y 1922). Este controvertido pensador nacionalista propuso una teoría historiográfica en la que confluyen elementos de la teoría evolucionista de Darwin y conceptos de Nietzsche como “decadencia” y la “voluntad de poder”, además de ser un admirador de la obra de Goethe. Spengler estableció una morfología de la historia universal, en la que cada civilización, como sucede en los ciclos de vida natural, pasa por las siguientes etapas o edades culturales: “juventud, crecimiento, florecimiento y decadencia”. Para Montaña Cuéllar es fundamental lo propuesto por Spengler, que la civilización Occidental estaba viviendo la etapa de la decadencia, lo que apoya su posición a favor de reivindicar la civilización Chibcha, como marco para una cultura de la república de Colombia.

Mi sorpresa fue mayor cuando, además del texto encuadernado de la tesis de grado, había 10 hojas sueltas que conformaban un ensayo con el título “La lucha por la tierra y el indigenismo cultural”, referente al surgimiento histórico de esta problemática social en México, Perú y Colombia; también escritas a máquina y con correcciones manuales, que supuse eran del mismo Montaña Cuéllar. Todas estas motivaciones me llevaron a adquirir el mencionado documento académico con la ansiedad propia de un investigador interesado por la historia de las culturas latinoamericanas.



Primera página del ensayo indigenista de Diego Montaña Cuéllar: "La lucha por la tierra y el indigenismo cultural"

En primer lugar investigué  la biografía de Diego Montaña Cuéllar y consulté sus obras. Durante los años finales de su vida, además de sus compromisos políticos, se dedicó a escribir sus “Memorias” que quedaron inéditas después de su muerte, en 1991. Por suerte fueron publicadas por la Universidad Nacional de Colombia, en 1996. Mi mayor preocupación era saber si el escrito sobre el indigenismo había sido redactado por el autor de la tesis de grado. Algo que pude constatar al leerlo, porque en él hay una alusión directa a dicho trabajo para obtener el título de abogado. Montaña Cuéllar en varios de sus libros mostró interés por la cultura Chibcha.

Otro problema por resolver era saber cuándo había sido escrito el ensayo indigenista, ya que no estaba fechado, y si había sido publicado por el autor o después de su fallecimiento. Al leer las “Memorias” encontré que en uno de sus capítulos había párrafos con contenidos similares al documento sobre el indigenismo, en el que se mencionaba la revolución cubana (1959); o sea, Montaña Cuéllar lo escribió como un borrador de un capítulo de sus “Memorias”, que redactó en los años ochenta. Este texto es un recuerdo histórico de los movimientos y luchas indigenistas en México y el Perú, que lo influenciaron en sus años juveniles.

Diego Montaña Cuéllar sobresalió a lo largo de su vida por sus ideas liberales y comunistas; desempeñó algunos cargos públicos y fue miembro de movimientos o partidos políticos de la izquierda colombiana, hasta su muerte; durante varios años fue asesor intelectual de los sindicatos de la explotación de petróleo, profesor de Sociología de la Universidad Nacional y compañero de Camilo Torres, además de escritor sobre la sociología americana, la historia política de Colombia y otros aspectos jurídicos.

Más allá de estas necesarias pesquisas documentales y bibliográficas me pareció importante el contenido del ensayo indigenista, porque después de leerlo varias veces y transcribirlo, comprendí que me hizo recuperar una memoria sobre una realidad política y social conflictiva que hoy parece olvidada en los medios universitarios y políticos. Digo recuperar una memoria, como recientemente lo hice en compañía del antropólogo Oscar Romero, con la historia documental del Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca (1946-1960), que será publicada este año, por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia.

Montaña Cuéllar escribió un atractivo documento que contiene de manera explícita una posición ideológica y teórica marxista latinoamericana; es una síntesis comprometida con los movimientos políticos y culturales indigenistas en México durante los años posteriores a la revolución de 1910, en tiempos de intelectuales y políticos como José Vasconcelos (1882-1959), y  en los Andes peruanos, con las posiciones lideradas por el escritor José Carlos Mariátegui (1894-1930) y el antropólogo Luis E. Valcárcel (1891-1987). Leer este escrito nos lleva a recrear una memoria olvidada en un presente en el que dominan los intereses y conflictos de una política y una economía capitalista globalizada y una tecnología de los medios de comunicación, en los que prima el lenguaje de “lo políticamente correcto” y en apariencia, se plantea la falacia de que los conflictos del pasado ya no tienen vigencia. Pienso que leer hoy en día este escrito de Montaña Cuéllar nos recuerda un período de la historia, cuando los gobiernos latinoamericanos, democráticos o dictatoriales, construyeron una modernidad estableciendo dependencias económicas con los Estados Unidos de América. En las décadas de los años veinte y treinta surgieron posiciones intelectuales y artísticas liberales y de izquierda que reivindicaban las culturas indo-americanas e impulsaban la lucha de los pueblos indígenas, empobrecidos y sometidos durante siglos, a diferencia de otros intelectuales conservadores, como Laureano Gómez (1889-1965), que hacían dudar de la posibilidad de un progreso nacional por “la decadencia de Colombia como consecuencia de la mezcla de razas”, en sus controvertidas conferencias dictadas en el teatro Municipal de la ciudad de Bogotá, en 1928, que, precisamente, impactaron la mente del estudiante Montaña Cuéllar.

Leer el texto de Montaña Cuéllar pareciera una curiosidad de historiador, pero en realidad puede motivar otras reflexiones y emociones. Es evidente que se trata de una mirada histórica de los movimientos indigenistas desde una tópica marxista, desde una retórica que ha perdido su poder político y cultural. Es muy grande, como un abismo, el contraste entre la semiótica indigenista de izquierda de Montaña Cuéllar y los discursos políticos y culturales posteriores a la nueva Constitución de 1991, en la que se establece que Colombia es un país pluricultural y multiétnico, doctrina que de hecho ha cuestionado la existencia de una identidad cultural nacional y otorgado a los pueblos indígenas ciertas prerrogativas jurídicas, ambivalentes en la interpretación de los procedimientos legales a escala nacional.

En la historia latinoamericana del siglo XX, hasta la década de los años setenta, más o menos, sobresalen los sectores que impulsaron la lucha, la defensa y el fortalecimiento de valores culturales de origen americano, en un contexto nacional, lo que significó la conformación de institutos, centros académicos universitarios y museos dedicados a la investigación antropológica y arqueológica, que tuvieron como fin rescatar y proteger jurídicamente el  patrimonio cultural precolombino, y valorar los pensamientos de los pueblos indígenas vivos, solidarizándose con sus luchas. De igual manera, se fortalecieron posiciones artísticas y literarias que permitieron hablar de una identidad cultural latinoamericana, en el espacio internacional. Hoy en día, cuando la desvelada realidad pos-moderna permite apreciar la violencia de los problemas mundiales no resueltos, bien vale la pena volver a mirar lo que ha significado la avasalladora y conflictiva historia del siglo pasado. ¿De ese pasado político, intelectual y artístico, qué ha perdurado hasta el presente?

A continuación transcribimos el ensayo indigenista de Diego Montaña Cuéllar:


LA LUCHA POR LA TIERRA Y EL INDIGENISMO CULTURAL.

1.      LA REVOLUCIÓN AGRARIA MEXICANA.


Mientras la burguesía mercantil latinoamericana entregaba las naciones a los poderes de las naciones industrializadas, a cambio de fragmentos de ferrocarriles, herramientas técnicas y culturales, desde México hasta la Patagonia los pueblos indígenas reclamaban tierra. Los vínculos de nacionalidad para ellos no tenían contenido sin la posesión de la tierra de que habían sido despojados sus padres aborígenes.

La milagrosa imagen de la Virgen de Guadalupe que Hidalgo había convertido en el símbolo de la independencia mexicana, sólo tenía significado para los ejércitos de indios levantados por Emiliano Zapata y Pancho Villa como signo de la tierra.

La lucha por la tierra suscitó la gran tarea de salvar a América de la codicia saxoamericana. Fue así como la revolución mexicana de 1917 conectó la lucha de Juárez con la lucha por rescatar el suelo y el subsuelo hipotecados a los poderes petroleros.

Mientras la burguesía buscaba la superación del atraso en la cultura occidental, los pueblos americanos la encuentran en el conocimiento de ellos mismos.

En México los intelectuales se incorporaron a la tarea de restaurar el pasado indigenista. La arqueología y el folklore se unieron en un nuevo ciclo que integra el pasado indígena con el futuro mexicano. José Vasconcelos, siendo Ministro de Educación, organizó las misiones culturales para llevar el resurgimiento de la cultura nacional hasta los lugares remotos. De pueblo en pueblo, grupos de misioneros, en que marchan un médico, una enfermera, un artesano, un agricultor, un pintor y un maestro de escuela, despiertan el espíritu de continuidad con el  pasado cultural y con la posesión de la tierra. Las escuelas de Juárez se abren y los arquitectos y pintores levantan y ornamentan las casas culturales del pueblo. Renacen los alfareros, los plateros, los tejedores, los talladores, y los grandes pintores indígenas: José Clemente Orozco, Diego Rivera recogen la aurora detenida en los cuadros de Abraham Ángel y llenan las paredes de los palacios coloniales con pinturas vivas que magnifican la tierra y la vida de los mexicanos. La gran tradición cultural Maya y Azteca, se convirtió en programa de redención del pueblo campesino. Esa nueva mística indigenista se extendió por toda la América India: como el anhelo de independencia económica y renacimiento cultural.

Pero la revolución agraria mexicana fracasó porque se convirtió en máscara de los políticos y la reivindicación de los ejidos en objeto de especulación electoral. Una promesa vana desarraigó de la tierra a siete millones de hijos de los antiguos peones rompió sus vínculos tradicionales y los dejó sin tierra. La reforma agraria había fracasado en 1930, como lo reconoció expresamente el presidente Plutarco Elías Calles y México era gobernado suavemente desde los Estados Unidos a través de una hábil y conciliadora diplomacia pacifista, al servicio de los petroleros.

Vasconcelos a quien la juventud latinoamericana convirtió en guía, lanzó su candidatura presidencial que fue derrotada implacablemente. Apologista cultural del mestizo, su concepto de la “Raza cósmica”, se basaba en la creencia de que una nueva cultura cósmica podría nacer determinada sólo por la raza y la variedad de culturas. Su metafísica no tenía asidero en ningún método para lograr la liberación económica y cultural del influjo norteamericano y su concepción política religiosa ahuyentó  a los radicales que eran el soporte contra la dominación imperialista.

Invitado por la Federación de Estudiantes, Vasconcelos visitó a Colombia y dictó conferencias en Bogotá y Medellín que impresionaron profundamente a los sectores estudiantiles y vigorizaron nuestros sentimientos antimperialistas.

La revuelta mexicana de 1910 había fracasado; le faltó la compenetración con el espíritu que Diego Rivera trajo de fuera, el misticismo de Carlos Marx. La verdad es que la reivindicación indígena carece de concreción histórica si se mantiene en un plano simplemente cultural o filosófico. Para adquirir realidad  necesita transformarse en reivindicación económica y política. No es un problema étnico sino un problema social y económico. No es solo un problema jurídico de propiedad de la tierra, es además un complejo de relaciones sociales.

En México convirtieron a algunos caudillos indígenas en generales, pero no se trata de que algunos indios sean generales sino de que no haya generales por encima del poder de la comunidad popular e indígena.

La miseria moral y material de las masas indígenas es una consecuencia del régimen social y político que pesa sobre ellas desde la conquista y que no se modificó sustancialmente con la independencia. Es un hecho político que solo puede ser resuelto políticamente, es decir, con el poder político.

En su “Carta de Jamaica” el Libertador Simón Bolívar lanzó el más lúcido y profundo programa político de América. En él planteó por primera vez, la indiscutible vinculación entre la independencia y soberanía de los pueblos americanos, y la vindicación política y social de los imperios de Moctezuma, Atahualpa, Caupolicán y el Zipa de Bogotá, despojados, traicionados, usurpados a base de tormentos inauditos y vilipendios vergonzosos. Por eso el día del renacimiento indoamericano, no puede ser sino el día de la resurrección de las culturas precolombinas detenidas pero no extinguidas.


LA TEMPESTAD EN LOS ANDES


En 1927 se adelantó una gran polémica sobre el tema del indigenismo en las letras y en la vida social del Perú, en la que participaron José Carlos Mariátegui, Luis Alberto Sánchez, José Ángel Escalante, Atenor Orrego, Luis E. Valcárcel y Manuel Seoane, y otros escritores.

La polémica de que en aquella época solo tuvimos vagas noticias, se inició por motivos literarios y folklóricos pero respondía a un movimiento intelectual más hondo, determinado por las modalidades nacidas de la Primera Guerra Mundial.[1]

El libro de Oswald Spengler “La decadencia de Occidente” había constituido el acontecimiento más estruendoso del siglo XX. El libro fue la consagración intelectual de la derrota de Alemania y de la inauguración de la crisis de la llamada Cultura Occidental, pero ante todo representa una nueva concepción de la filosofía de la historia, en que el concepto de cultura universal desaparece para abrir el paso a la concepción de las culturas que tienen un ciclo propio independiente de las razas, una idea o alma específica, un devenir y una caducidad. Los conceptos fundamentales del mundo orgánico, nacimiento, muerte, juventud, vejez, duración de la vida, tendrían también un sentido riguroso en la órbita de las culturas, concebidas como ciclos vitales, con su propia personalidad. Las conclusiones del pensamiento occidental son despojadas de su contenido universal, tienen únicamente un valor histórico relativo y la validez concreta referente sólo a una época y a un espacio determinados. La validez universal es falsa. Las verdades eternas del pensamiento occidental son verdaderas sólo para Occidente y eternas sólo para su propia visión del mundo.

En el marco de este movimiento, el alma india replegada e intravertida en la inmensa mayoría de pobladores campesinos indoamericanos, hacía acto de presencia histórica.

El Perú como Rusia es un pueblo de campesinos. De los cinco millones de habitantes que tenía en 1927 el Perú, cuatro quintas partes constituían labradores indígenas. Bolivia, El Ecuador, Colombia, la mitad de la Argentina, integran la colectividad agraria de los Andes, cuyos problemas son comunes a otros países como Venezuela, como el Brasil, como México y la América Central. Un fuerte porcentaje de pobladores de raza aborigen forma el elemento básico de las naciones americanas. Estas repúblicas contienen un conflicto no resuelto entre dos mundos: la minoría europeizada y las grandes mayorías indígenas. La realidad trágica es que estas repúblicas ostentan un ridículo republicanismo democrático en que el progreso y los derechos son privilegios de minorías, de los cuales están al margen millones de indios “piojosos mal olientes, ignorantes, analfabetos” que no son ciudadanos, no pertenecen al Estado, están fuera de la sociedad. Para el campesino indio, toda relación con el Estado y la sociedad se resuelve en obligaciones. El campesino indio está fuera de la órbita del derecho, sin embargo de que las constituciones y las leyes lo proclaman jurídicamente igual a sus opresores.

Después de haber ensayado la interpretación esquemática de la historia del incanato, Luis E. Valcárcel, anunció el advenimiento de un nuevo mundo, de un nuevo indio, en un movimiento histórico sobre la resurrección de la cultura inca. “La tempestad en los Andes”, de Luis E. Valcárcel, tiene una entonación profética en que la sierra peruana se llena de esperanzas en una nueva sociedad integrada por los indios nuevos que superan y reivindican al pueblo parasitario anquilosado, canceroso, alcohólico y carcomido, en que ha degenerado el mestizaje negativo del español y el indio; que se liberan del despotismo del gamonal indígena y la mita, del latifundista y el gendarme. Es el indio revolucionario, el indio socialista.

La fe en el resurgimiento indígena no proviene de un proceso de occidentalización de la tierra kechua. No es la civilización, ni el alfabeto de los blancos lo que levanta el alma del indio. Es el mito, la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena en Valcárcel, como en José Carlos Mariátegui, es absolutamente revolucionaria. El pueblo incaico que construyó el más desarrollado y armonioso sistema comunista ve una clara relación en su futuro con las corrientes revolucionarias mundiales abiertas por el proceso universal de la revolución proletaria. El proletariado indígena esperaba su Lenin, y este se anunciaba en Mariátegui, quien llegó a la valoración justa de lo indígena por la vía [del] Socialismo Científico, en sus prodigiosos ensayos sobre la realidad peruana, que expresaron la trágica realidad indoamericana.

Los que no habían roto el cerco de la educación liberal burguesa, se entretenían en barajar el problema racial y escamoteaban la realidad social y sus consecuencias políticas en un lenguaje idealista.

La solución del problema indígena, según ellos, no parte de una transformación social y política, sino de una evolución lenta y normal,  que transforme la multitud de costumbres y vicios de las poblaciones indias, sin cambios revolucionarios.

Según Mariátegui, el problema indígena no admite ya la mistificación a que perpetuamente lo han sometido los abogados y literatos agentes de la casta latifundista. La miseria material y moral de la raza indígena aparece netamente como una simple consecuencia, como el resultado necesario del régimen económico y social que sobre ella pesa desde los siglos de la Conquista, que fue un hecho político, agravado por la Colonia que también fue otro hecho político. La Independencia, otro hecho político, no correspondió a la radical transformación de la estructura económica y social de las naciones americanas. Sin haber tocado la estructura colonial, abrió sin embargo a las masas el camino de la emancipación política y social. La república desvió el proceso al convertir la obra de los libertadores en usufructo de una minoría de gamonales. El gamonalismo designa, a la luz del análisis profundo que hace Mariátegui, todo el fenómeno. El gamonalismo está representado no sólo en los latifundistas; comprende una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes y parásitos. El indio alfabetizado también se transforma en gamonal explotador de su propia raza cuando se pone al servicio del sistema. El factor esencial está en la hegemonía de la gran propiedad semifeudal, en la política semifeudal y en el mecanismo del Estado. Por consiguiente es sobre ese factor sobre el que se debe actuar si se quiere atacar en su raíz el mal. La liquidación del gamonalismo, o del régimen semifeudal, podía haber sido realizada por la República dentro de los principios liberales y capitalistas, pero estos principios se han visto ahogados por la propia clase encargada de aplicarlos, en razón de su dependencia del imperialismo. Por eso el pensamiento revolucionario, no puede ser ya liberal, sino socialista. El Socialismo aparece en la historia de América como una necesidad y una exigencia histórica, porque el régimen económico y social que rige se ha convertido gradualmente en una fuerza de colonización de los países latinoamericanos por el capitalismo imperialista extranjero. Por eso ya no es posible, sostiene Mariátegui,  ser efectivamente nacionalista y revolucionario sin ser socialista.

Contra la proposición de Mariátegui de redimir al indio insertando el indigenismo dentro del movimiento revolucionario mundial por el Socialismo se alzaron los indigenistas puros con José Ángel Escalante a la delantera, escritor de linaje indiano, parlamentario, propietario del periódico El Comercio del Cuzco. Ellos consideraban falsa la presentación del indio gemebundo y humilde, servil y melancólico que se arrastra lleno de taras físicas y morales bajo el látigo del gamonalismo. A su juicio el indio estaba entero: No había tal degeneración. El indio se conservaría puro en la máxima integridad de sus cualidades étnicas. El porvenir del Perú, y el predominio de América estarían vinculados al papel histórico que correspondía jugar a esa raza en los destinos de la humanidad. En el seno de la gran raza  deberían fundirse los mestizajes. Debería ser el indio el que absorbiera al mestizo, al cuarterón, al cholo, al mulato.

Pero en el fondo se defendía la política paternalista del “déspota ilustrado” Leguía, que había fundado patronatos y organismos protectores del indio. El olfato de los intelectuales defensores del sistema les permitía percibir el anuncio de una tendencia revolucionaria que utilizaría la fuerza y la exasperación de las grandes masas indígenas para el entronizamiento de los ideales proletarios en América. Les asustaba la demolición social.

En el Cuzco nació el grupo “Resurgimiento”, asociación de trabajadores intelectuales y manuales para realizar una gran cruzada por el indio. Como lo anotaba Mariátegui, el grupo no parecía sólo como consecuencia de las denuncias de los desmanes y crueldades del gamonalismo. El proceso de gestación del grupo hundía sus raíces en el movimiento espiritual de los que consideraban que el progreso del Perú sería falso, si no llegaba a constituir la obra de redención de la gran masa en su mayoría indígena y campesina.

Por su parte Luis Alberto Sánchez terció, sosteniendo que no le parecía sincera la posición indigenista de los “vanguardistas”, de los falsos apóstoles del indigenismo, de los costeños que no conocen al indio. Sánchez pugna por que al indio se le libre de las taras presentes y futuras y especialmente de la compasión irritante con que sus defensores le tienden la mano protectora, en vez de contentarse por el momento con hacerle la vida llevadera y mañana ponerlo en aptitud de resolver sus propios problema. En el fondo lo que repudiaba era la aleación del indigenismo y el socialismo. La infundada alusión de Sánchez provocó contundente réplica de Mariátegui quien con toda lógica sostuvo que en cuanto el socialismo ordena y define las reivindicaciones de las masas, de la clase trabajadora, siendo en el Perú la clase trabajadora integrada en su inmensa mayoría por indios, no podría haber socialismo peruano, ni siquiera socialismo, si no se solidarizase, primeramente con las reivindicaciones indígenas. En esta actitud no se esconde ninguna actitud oportunista, ni se descubre nada de artificio, si se reflexiona sobre lo que es el socialismo. En este indigenismo que tanta aprehensión producía a Luis Alberto Sánchez, no existe ningún nacionalismo exótico, sino la creación de un real nacionalismo peruano. “Confieso –agrega Mariátegui- haber llegado a la comprensión, al entendimiento del valor y el sentido de lo indígena en nuestro tiempo, no por el camino de la erudición libresca ni de la intuición estética, ni siquiera de la especulación teórica, sino por el camino –a la vez intelectual, sentimental y práctico- del socialismo.” No había en Mariátegui dogmatismo, ni esquematismo, sino convicción profunda, pasión ideológica y fervor. El espíritu de Mariátegui no era dogmático, sino certeramente afirmativo, y constructivo, sin temor a las consecuencias y asumiendo los riesgos de sus afirmaciones. Sánchez representaba el papel de los intelectuales “espectadores”. Profesaban el indigenismo como un movimiento literario de vanguardia sin muchos compromisos políticos ni sociales. La defensa del indio sin demoler las estructuras sociales, ni combatir el sistema, era más una escuela literaria que una posición de combate. Mariátegui por el contrario fue un combatiente con una filiación y una fe, sometidas a la confrontación, a la contradicción y al choque de contrarios. Su revista “Amauta” que se difundió por América y España, fue un faro. “AMAUTA” fue una revista de vanguardia, pero con una ideología y un espíritu; fue una tribuna, en la que participaban diferentes opiniones sociales y económicas y colaboraban los más avanzados escritores en el campo artístico, literario y científico. Pero fue una revista, de definición ideológica, de izquierda, de coordinación de ideales históricos revolucionarios, para identificar un nuevo nacionalismo. No el nacionalismo conservador,  en Europa reaccionario y precursor del fascismo, sino el nacionalismo revolucionario de los pueblos coloniales, anti-imperialista que confluye al socialismo.

Al término de la polémica, Mariátegui inició la publicación de los SIETE ENSAYOS SOBRE LA REALIDAD PERUANA, la primera y más completa interpretación histórica de la realidad americana, bajo la guía del Marxismo. Desde ese ángulo, declarando superados los puntos de vista humanitarios o filantrópicos, en que se apoyó la causa pro-indígena como prolongación de la campaña de fray Bartolomé de las Casas, trató el problema de la tierra identificado con el problema del indio, como el problema de la liquidación de la feudalidad que el régimen demo-burgués fue incapaz de resolver. En cien años de República, no había existido una verdadera clase burguesa, una verdadera clase capitalista. La antigua clase feudal camuflada de burguesía republicana, mantenía sus posiciones de clase dirigente. La supervivencia de un régimen de latifundistas como clase dirigente produjo el mantenimiento del latifundio. La desamortización de bienes de encomiendas y resguardos coloniales que inició la independencia, no condujo al desenvolvimiento de la pequeña propiedad sino al latifundio de los grandes republicanos. La gran propiedad territorial se engrandeció y fortaleció a despecho del liberalismo teórico de nuestras constituciones. El fraccionamiento del latifundio es tarea liberal y democrático-burguesa, pero la forma individualista resultaría ineficaz y antagónica ante el factor incontestable y concreto que da un carácter peculiar a nuestro problema agrario: la supervivencia de la comunidad y de elementos del socialismo práctico en la producción agrícola y en la vida indígenas.

La subordinación del problema indígena al problema de la tierra resulta de razones específicas: El pueblo inkaico era un pueblo de campesinos dedicado a la agricultura y el pastoreo. Las industrias, las artes, tenían carácter doméstico y rural. En el Perú de los Inkas, es más cierto que en ninguno otro pueblo el principio de que “la vida viene de la tierra”. Las obras colectivas más admirables del Tawantisuyu tuvieron un objeto militar, religioso en función de las labores agrícolas. Los canales de irrigación de a sierra y de la costa, los andenes y terrazas de cultivo de los Andes quedan como los mejores testimonios del grado de organización económica alcanzado por el Perú Inkaico, cuya civilización agraria se extendió por todo el continente suramericano. El culto de “Mama Pacha” es el culto de la tierra, es par de la heliolatría e implica el comunismo agrario. Como el Sol, la tierra no es propiedad de nadie sino de la comunidad.

La propiedad colectiva de la tierra cultivable por el Ayllú o conjunto de familias; la propiedad colectiva de las aguas, de las tierras de pastoreo, de los bosques; la federación de los Ayllús; la cooperación común en el trabajo; la apropiación tripartita de la producción, entre el Sol, el Inka y el Ayllú, es lo que se ha denominado comunismo inkaico.

La destrucción de esta economía y de la cultura que se nutría de su savia fue la obra del coloniaje, no aportó la sustitución de una estructura superior. El régimen colonial aniquiló y destruyó la economía agraria sin reemplazarla por una economía de mayores rendimientos. Bajo la dominación inkaica, hubo una nación de diez millones de hombres con estado eficaz y orgánico cuya acción benéfica llegaba a todos los ámbitos. Bajo la colonización, los nativos se dispersaron y redujeron a una anárquica masa de un millón de siervos oprimidos y en proceso de retroceso. El coloniaje impotente para organizar una economía feudal, enjertó en ésta elementos de la esclavitud. Estas formas no pueden ser liquidadas dentro de los principios liberales y capitalistas. El Socialismo aparece no por razones de azar, ni por circunstancias de imitación o de moda, sino como un sino histórico. El régimen económico y social de las clases dirigentes se ha conservado en una fuerza de colonización del país por “La tempestad de los Andes” de Valcárcel, según Mariátegui, no parte de una doctrina, es un evangelio algo apocalíptico. Allí no están los principios que harán la revolución de la raza indígena, pero están sus mitos y el Mito en la formación de los grandes movimientos populares, no pueden desestimarse ni subestimarse.

Mariátegui el Lenin de América, murió prematuramente, el16 de abril de 1930. Era limeño y desde su infancia padeció de gran debilidad física. Sufrió su primera crisis grave a los siete años y desde entonces quedó lisiado con una pierna encogida. Frecuentes crisis lo ponían al borde de la muerte. Periodista, escribió cuentos, frecuentó artistas, bailarinas, violinistas, pintores. Evadido de la literatura frívola, se matriculó en la Universidad Católica para estudiar latín, promovió el movimiento de Reforma Universitaria y después de combatir la dictadura de Leguía se ausentó a Europa, donde halló la confirmación de su socialismo en el estudio y el conocimiento del Marxismo y encontró la compañera de su vida, la italiana Anita Chiappe. A su regreso a Lima funda con Haya de La torre el movimiento de fusión del estudiantado y el proletariado. Se agrupó con los organizadores de la Universidad Popular González Prada conjunto de escuelas de enseñanza política de orientación marxista, foco principal del huracán revolucionario, que en marzo y octubre de 1923 enfrentó los núcleos de obreros y estudiantes al régimen y produjo la deportación masiva de dirigentes intelectuales. Mariátegui sufrió continuas prisiones. Desde la revista Amauta se convirtió en dirigente continental. La fundación del APRA (Alianza Proletaria Revolucionaria Americana) por la socialización de la tierra y contra el imperialismo americano tuvo un sentido continental y el alcance de unir a todos los progresistas del continente, entre los cuales se contaban figuras de tanta importancia como Waldo Frank. Cuando se disponía a viajar a la Argentina y cuando era aclamado su nombre en Chile, la enfermedad que lo acompañaba lo redujo al lecho y lo obligó a internarse en una clínica, donde murió pocos días después. Su sepelio fue una grandiosa manifestación de obreros y estudiantes con banderas rojas y cantando la Internacional”. Homenajes a su memoria se rindieron en la Argentina, El Uruguay, Chile y Cuba. En Colombia Mariátegui fue el paradigma de cuantos nos iniciábamos en el conocimiento de nuestro pueblo y en la vía del Socialismo.

Al expirar Mariátegui, la tempestad se apagó en los Andes y se dispersó sobre el continente. El advenimiento del fascismo a Europa, la derrota de la República española, el proceso de la segunda guerra mundial, la guerra fría con sus regímenes militares y las falsas reformas agrarias financiadas por el imperialismo americano y realizadas por la demoburguesía reformista, transformaron el APRA en movimiento conciliador y proimperialista. La estrella de la revolución pasó al Norte, se instaló en la Sierra Maestra y llevó el Socialismo a Cuba. No obstante el espíritu de Mariátegui está presente en todos los movimientos revolucionarios de América, como está presente y aún no resuelto el problema de la tierra para las mayorías de campesinos y trabajadores descendientes de los aborígenes. Si Mariátegui no pudo ser el Lenin de indoamérica, es el precursor de la revolución socia-lista por él comenzada, represada, inconclusa  y ahora más necesaria cuanto el desarrollo por la vía del capitalismo independiente ha entrado en su crisis final.



Texto manuscrito escrito por Montaña Cuéllar en el reverso de la página 3 de su ensayo indigenista (Nota complementaria).

Nota complementaria


La vocación hacia la Sociología y la convicción de que el camino de la dependencia era falso, nos llevó al estudio de las culturas precolombinas y específicamente a investigar la cultura Chibcha.

Desde un seminario organizado por el profesor de Sociología Monseñor José Alejandro Bermúdez hicimos el primer [ilegible] sobre la cultura Chibcha con base en los valiosos trabajos de Don Miguel Triana; la ampliación de su trabajo fue presentada como tesis para obtener el grado de doctor en Derecho y Ciencias Sociales en la Facultad Nacional de Derecho, bajo el título “Posibilidades de que Colombia sirva de marco a una cultura”. Era un homenaje a la cultura aborigen, pero ante todo una inscripción en la línea de combate contra la postura de la generación del Centenario aparecida en 1910 que se caracteriza por su desmesurado culto al mundo europeo y su grande escepticismo sobre las posibilidades del hombre colombiano.

El 5 de junio de 1928, en un ciclo de conferencias organizado por Alfonso López Pumarejo para desestabilizar el régimen conservador decadente, Laureano Gómez dictó su conferencia sobre  “Interrogantes al progreso nacional” que reunía las ideas y sentimientos de la generación del Centenario a saber: Colombia no podía aspirar a su tierra en humanidad porque jamás había servido de marco natural a una verdadera cultura, ni reunía los caracteres de las comarcas propicias al desenvolvimiento de actividades aptas para el sustentamiento de grandes empresas humanas.

Para sustentar tan arbitraria afirmación se sostenía que dentro de la zona en que se halla ubicado nuestro país, 10 grados al Norte y 10 al Sur de la línea equinoccial, no existía ninguna comarca que a todo lo largo de la historia del género humano haya sido asiento a una cultura. En segundo lugar que nuestra raza [?] resultante de una deplorable aleación [?] de españoles, indios y negros carece de los privilegios para la construcción [?] de una civilización independiente y autónoma.





[1] Sobre la margen  izquierda y en el reverso de la página 3  del documento original, su autor redactó con su puño y letra un texto relacionado con el contenido del escrito principal, como algo que se debería incluir más adelante; por eso hemos decidido colocarlo de manera independiente al final, como una nota complementaria.