martes, 8 de agosto de 2017

ARQUEOLOGÍA HECHA EN COLOMBIA



Presentación

Entre el 6 y el 9 de junio del presente año (2017) se realizó el XVI Congreso de Antropología en Colombia, aunado al V Congreso de la Asociación Latinoamericana de Antropología, en la Pontificia Universidad Javeriana, en Bogotá. Por iniciativa de los organizadores del evento, a las personas inscritas les obsequiaron uno de los dos tomos de la obra Antropología Hecha en Colombia, editada por Eduardo Restrepo, Axel Rojas y Marta Saade, y patrocinada por la Asociación Latinoamericana de Antropología, el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) y la Universidad del Cauca. El contenido de esta obra recoge una colección de artículos de la historia de la Antropología en Colombia, que incluye investigadores de varias generaciones, desde los pioneros hasta el presente. La selección se hizo para cada una de las áreas que conforman la compleja ciencia de la Antropología. Causa sorpresa, que en esta valiosa recopilación institucional no se haya incluido la investigación arqueológica hecha en Colombia, como si esta ciencia no hiciera parte integral de la Antropología, a escala nacional o internacional. Las relaciones entre la Antropología y la Arqueología han sido una constante histórica, como se ha expuesto en el último ensayo publicado en este mismo blog: Sentidos de la historia de la Antropología en Colombia.

La investigación arqueológica en Colombia no ha jugado el papel ideológico que tuvo en países como México después de la revolución de 1910, cuando el partido gobernante, PRI, hizo apología de la grandeza de las civilizaciones precortesianas, creando un sentimiento popular de orgullo cultural nacional, que terminó justificando su permanencia en el poder. En Colombia, a lo largo de la primera mitad del siglo XX, en el imaginario de una identidad cultural nacional todavía dominaba el ancestro cultural hispánico, que discriminaba las culturas aborígenes del pasado y el presente. A diferencia de Colombia, en México y el Perú se construyeron grandes museos nacionales de Antropología y Arqueología. No sobra recordar que el único país que rinde homenaje al gran descubridor, es Colombia. Precisamente, constatar esta realidad lleva a resaltar la importancia que han tenido las instituciones y el trabajo de los arqueólogos, iniciado por los pioneros y continuado por las  generaciones posteriores. En el gremio antropológico, según parece, todavía no se ha podido establecer una conexión entre el pasado arqueológico y el presente indígena; aunque, también, se puede deducir que la Arqueología ha adquirido una autonomía profesional.

En sus inicios,  en la segunda mitad del siglo XIX, la Antropología se consolidó como una ciencia moderna interesada en conocer, primordialmente, las llamadas culturas o sociedades primitivas, del pasado prehistórico (arqueológico) y del presente (etnográfico-etnológico). A lo largo del siglo XX, los antropólogos fundaron diversas escuelas teóricas para interpretar, no solamente las llamadas sociedades aborígenes, sino, también, campesinas y urbanas, en su dimensión histórica y contemporánea. La Antropología se fue subdividiendo en áreas del conocimiento, de acuerdo con la complejidad social y cultural producida por los seres humanos a lo largo de su milenaria historia. Mientras los etnólogos o antropólogos se dedicaban a conocer los comportamientos y problemas de las culturas vivas, los arqueólogos hacían lo mismo, pero con las evidencias materiales de sociedades desaparecidas. En este sentido, la Arqueología necesitaba de los discursos antropológicos para interpretar el pasado, al mismo tiempo que los antropólogos  comprendían que la realidad presente era el resultado de una historia.

A partir de la década de los sesenta, del siglo XX,  en Colombia se produjo un cambio significativo en la formación académica y científica de los antropólogos, iniciándose una segunda etapa de su proceso histórico. A diferencia de los pioneros, que habían estudiado y trabajado en el Instituto Etnológico Nacional (IEN) y el Instituto Colombiano de Antropología (ICAN), las nuevas promociones de antropólogos se formaron en los primeros departamentos de Antropología, fundados en cuatro universidades. En sus planes curriculares se produjeron cambios teóricos y políticos, y se conservaron las áreas de la Etnología, la Antropología Social y la Arqueología.

Entre los años setenta y ochenta se dio un auge de la Arqueología en Colombia; el número de egresados de las universidades aumentó y se diversificó, si se compara con el reducido grupo de los pioneros. Los arqueólogos, como profesores universitarios o como investigadores de institutos y fundaciones, establecieron programas de investigación, interdisciplinarios y con enfoques conceptuales medioambientales, a los que vincularon estudiantes para que hicieran prácticas de terreno y laboratorio, que los prepara para hacer trabajos de grado. Algunos de los nuevos arqueólogos adelantaron estudios de posgrado en universidades de países como Francia, Inglaterra y USA., diversificándose el ambiente teórico y metodológico, en las carreras de Antropología. Varios proyectos tuvieron un carácter multinacional, al ser dirigidos por arqueólogos nacionales y extranjeros, en los que participaron estudiantes colombianos y foráneos.

Así como se propone una Antropología de las antropologías, se puede plantear una Arqueología de las arqueologías hechas en Colombia; o sea, hacer un análisis de las actividades académicas y científicas, continuidades y rupturas, que impulsaron los profesores y estudiantes de las primeras generaciones de arqueólogos universitarios, entre los finales de la década del sesenta y los años noventa.

Emerge la Arqueología universitaria

En la década de los años sesenta se crearon los primeros departamentos de Antropología en las universidades de los Andes (1963), Nacional (1966)  y Antioquia (1966), con planes curriculares que capacitaron las nuevas promociones de arqueólogos. En la fundación de estos departamentos participaron pioneros de la Antropología que ingresaron como profesores, después de haber desarrollado un destacado trabajo como investigadores; inicialmente, durante los años cuarenta, en el IEN y sus filiales regionales, y luego, en el ICAN. En el año 1970 se fundó el Departamento de Antropología de la Universidad del Cauca, que en su primera etapa tuvo el impulso de antropólogos egresados de la Universidad de los Andes.

Los departamentos de Antropología se establecieron en un período caracterizado por reformas universitarias, que impulsaron el desarrollo de las Ciencias Sociales y las Humanidades. El gobierno aprobó programas de Estudios Generales, para asignarles a los estudiantes de las diferentes carreras, un fundamento social y humanístico, logrado por intermedio del Plan Básico (primer año). Esta renovación académica fomentó la creación de facultades de Humanidades o Ciencias Sociales, con departamentos de Antropología, que además de ofrecer cursos generales de servicio, establecieron planes de estudio de Licenciatura.

Los primeros cuatro currículos de Antropología se programaron a cuatro años, con cursos generales de Etnología, Antropología Social, Arqueología y Antropología Física, que culminaban con un trabajo de grado. En términos generales, se pueden hacer equivalencias entre los planes de estudio, pero cada uno de ellos tuvo sus particularidades, establecidas por los fundadores. A los primeros departamentos de Antropología, recién fundados, les correspondió vivir un período de conflictos universitarios, entre finales de los sesentas y la década de los setentas. Son varias las causas que explican esta etapa crítica de las universidades. A nivel internacional, este período tuvo grandes movimientos artísticos e intelectuales, que impulsaron rupturas con el pasado. Es famoso lo sucedido en París, en mayo del 68, que tuvo repercusiones inmediatas en otros países europeos y Latinoamericanos. En las universidades colombianas emergieron las teorías y posiciones políticas marxistas que tuvieron gran acogida entre los estudiantes. Los problemas particulares académicos, como el rechazo al Plan Básico, se asociaron a los problemas sociales, políticos y económicos del país, generándose una situación de crisis general que afectó la estabilidad de los Departamentos de Antropología.

A diferencia de los pioneros, los nuevos profesionales de la Antropología se desempeñaron, no solamente como investigadores del ICAN, sino, también, como profesores de los departamentos de Antropología y como investigadores en instituciones museográficas y centros científicos regionales. Es importante hacer una primera aproximación general a las dinámicas profesionales que se establecieron entre los programas académicos universitarios y otras instituciones científicas.

Arqueología en la Universidad de los Andes

En la Universidad de los Andes, en 1963, se creo el Departamento de Antropología. Hasta ese momento, la capacitación profesional de antropólogos había sido responsabilidad directa del Estado colombiano; inicialmente en el IEN (1941-1952), y luego, en el ICAN (1953-1964). En la fundación del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes intervinieron directamente los investigadores pioneros, Gerardo Reichel y Alicia Dussán de Reichel, que habían hecho trabajos arqueológicos, etnológicos y de antropología social, en la Sierra Nevada de Santa Marta y la Costa Atlántica, durante las décadas del cuarenta y cincuenta. Gerardo Reichel (1912-1994) llegó a Colombia en 1939, con una formación profesional europea; ingresó como investigador al IEN, a partir de su creación en 1941; Alicia Dussán hizo parte de la primera promoción de etnólogos que egresó de dicho instituto.

El Programa de Antropología respondió a la experiencia profesional y a los contactos internacionales alcanzados por los antropólogos  Reichel y Dussán de Reichel, que significaron compromisos científicos y el apoyo económico de algunas fundaciones norteamericanas. El primer Plan de Estudios incluyó cursos de Antropología Física (teoría de la evolución) y de Antropología  cultural (Arqueología, Etnología, Lingüística y Antropología Aplicada). En este currículo se enfatizaron los estudios arqueológicos y de las culturas indígenas del Altiplano Cundiboyacense, la Costa Caribe y la Sierra Nevada de Santa Marta. Los esposos Reichel solamente fueron profesores de los primeros egresados de la Carrera, hasta el año 1968, cuando renunciaron como consecuencia de problemas internos con las directivas de la universidad y de protestas estudiantiles, que cuestionaron el Plan de Estudios por no enfatizar la Antropología Social, que se pudiera aplicar a realidades no indígenas, como las sociedades campesinas y urbanas.

En el año 1970 se aprobó la primera reforma del Plan de Estudios, en la que se establecieron dos áreas principales: Arqueología y Antropología Social de campesinos, urbanos e indígenas. Además de los cursos principales se ofrecieron cursos de antropologías especiales, para profundizar contenidos específicos. Las materias se organizaron en un ciclo básico (primeros dos años) y un ciclo superior (dos últimos años); a partir del octavo semestre, el estudiante hizo un trabajo de campo, como monografía de grado.







Entre 1968 y 1985, de un total de 225 monografías de grado, 30 (13%) fueron de Arqueología. Los fundadores del Departamento, desde un comienzo vincularon antropólogos extranjeros, como profesores. En el área de Arqueología, a Silvia Broadbent y Marianne Cardale, con una formación profesional anglosajona. Las dos investigadoras se conocieron cuando llegaron a vivir a Colombia, en los años sesenta; ambas se interesaron por investigar la cultura de los muiscas en la Sabana de Bogotá y sus alrededores, haciendo importantes excavaciones con las que establecieron una periodización de dicha cultura. Al mismo tiempo, en Bogotá, estaba radicada la antropóloga inglesa, Ann Osborn, como profesora de los Andes, y quien durante varios años investigó los mitos de los W’ua, además de participar en excavaciones con Cardale. Desde un comienzo, estudiantes de los Andes hicieron monografías de grado sobre el territorio de los muiscas y grupos vecinos: Helena Uprimmy (1969), Mariana Brando (1971), Clemencia Plazas (1972), María Victoria Palacios (1972), Luisa Fernanda Herrera (1972), Ana María Falchetti (1973), Ana Cecilia Montoya (1974), Inés Elvira Montoya (1974), Lucia Rojas (1974), Juanita Arango (1975), Marcela Torres (1980), Lieselotte de García y Sylvia de Gutiérrez (1982), Carmenza Díaz (1983), Ana María Boada (1984), María Cristina Hoyos (1985), Carl Langeback (1985), Eduardo Londoño (1985), Sonia Archila (1986), Juanita Sáenz (1986), Betty Scorcia (1986), Haydee Ribero (1986), Martha Perea (1989) y Monika  Therrien (1991).








La Sierra Nevada de Santa Marta fue otra de las regiones arqueológicas investigadas, cuando Álvaro Soto, uno de los primeros egresados (1969), ocupó los cargos de director del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes y del ICAN (1973-1980).   Estudiantes y egresados se vincularon a varios proyectos realizados por el ICAN; entre 1973 y 1976, Luisa Fernanda Herrera y Gilberto Cadavid hicieron una exploración sistemática para localizar los asentamientos taironas de las vertientes norte y occidental de la sierra. Uno de estos yacimientos, Buritaca 200 o Ciudad Perdida (1976), por su arquitectura monumental y su localización topográfica en la cima de una montaña, cubierta de bosques, motivó la creación de un proyecto (1976-1979) dirigido por Soto. Luego, entre 1979 y 1982, el proyecto quedó en manos de la Fundación Cultura Tairona, entidad sin ánimo de lucro, de la que hacía parte el Instituto Colombiano de Cultura. La fundación se estableció para conseguir mayores recursos económicos, que permitieran la reconstrucción de los yacimientos urbanos, de manera prioritaria; actitud que motivó críticas por parte de algunos investigadores. Desde 1983, el proyecto volvió a ser administrado y dirigido por el ICAN. Los trabajos tuvieron un carácter multidisciplinario en el que participaron arqueólogos, arquitectos y especialistas en el manejo del medio ambiente tropical. En este proyecto también trabajaron otros egresados de los Andes, Ana María Groot (1974) y Roberto Lleras (1978). En 1980, Luisa Fernanda Herrara hizo un estudio palinológico en la vertiente norte, con el objetivo de conocer las prácticas agrícolas taironas hasta el momento de la conquista española. Sobre la sierra y la región Caribe se presentaron los siguientes trabajos de grado: Liliana Laverde (1972), Marina Villamizar (1972), David Behar (1976), Zaida Castellanos (1975), Ángela Andrade (1980), Carlos Castaño (1981), Felipe Cárdenas (1983), Augusto Oyuela (1985) y Patricia Cardozo (1986). De estos egresados, algunos, como Oyuela mantuvieron su interés científico por las ocupaciones prehispánicas de la Costa Caribe, haciendo importantes aportes. Oyuela en compañía de Renée Bonzani excavaron, en 1991, en San Jacinto, departamento de Bolívar, un asentamiento de cazadores recolectores que elaboraron artefactos líticos de molienda y la cerámica más antigua de América (6000 antes del presente); alfarería con desgrasante de fibra vegetal que no se usó para cocinar alimentos, sino para el consumo de bebidas y otros alimentos.








En la Carrera de Antropología de los Andes también sobresalió el interés por la región de Tierradentro en donde excavó el primer egresado, Juan Yanguez (1968), Ana María Groot (1974) y el equipo conformado por el profesor Álvaro Chaves y el egresado Mauricio Puerta, quienes, entre 1973 y 1983, llevaron a cabo un reconocimiento de la estatuaria, desenterraron valiosos hipogeos y algunos sitios de vivienda.



Las primeras promociones de arqueólogos de la Universidad de los Andes expandieron su área de influencia cuando se vincularon a varias instituciones, como el ICAN, los departamentos de Antropología de las universidades Nacional y del Cauca, y el Museo del Oro. Los nexos con este museo tenían antecedentes establecidos por Alicia Dussán, cuando fue  asesora del montaje de la nueva sede del museo, entre 1967 y 1968.






En los años setenta, en el Museo del Oro se produjo un cambio muy favorable para la investigación, al conformarse un equipo profesional de Arqueología y Museografía. En el año 1976, Clemencia Plazas, Ana María Falchetti y Juanita Sáenz Obregón comenzaron el Proyecto de Arqueología del río San Jorge que se continuó durante los años ochenta. En este proyecto se investigó el manejo que hicieron los indígenas zenúes de un medio ambiente lacustre (depresión Momposina), con la construcción de un complejo sistema de campos de cultivo elevados, durante varios siglos. 




A escala internacional, el Departamento de Antropología de los Andes reforzó sus nexos académicos y científicos con la Arqueología norteamericana, con el Proyecto de Arqueología del Valle del Río la Plata, que luego se transformó en el Proyecto de Arqueología del Alto Magdalena, dirigido por el arqueólogo Robert Drennan, de la Universidad de Pittsburg (1984) y según acuerdo establecido con el ICAN. En este programa participó, como coinvestigador colombiano, el profesor Carlos Alberto Uribe y en su etapa inicial, estudiantes de la Carrera de Antropología; posteriormente, se vincularon estudiantes de otros departamentos de Antropología; algunos de ellos, como parte del intercambio bilateral establecido, hicieron estudios de posgrado en la Universidad de Pittsburg. El proyecto regional de Drennan implicó el arraigo de un enfoque teórico, en el que el tema principal era el surgimiento y evolución de las sociedades complejas, en relación con el manejo de recursos y los crecimientos demográficos, identificados con estudios cuantitativos de materiales cerámicos obtenidos en un reconocimiento sistemático regional. Asociados a la Arqueología del Alto Magdalena se encuentran las monografías de María Alicia Uribe (1986), Fernando Piñeros (1988), María Ángela Ramírez (1988), Elizabeth Ramos (1988) y Víctor González(1993).

Arqueología en la Universidad Nacional de Colombia

El surgimiento de la Antropología en la Universidad Nacional tuvo un contexto diferente al de la Universidad de los Andes. En la Nacional surgió como un apéndice de la Carrera de Sociología (1959), como una especialización en Antropología Social, que cursaron Gloria Triana y Ligia Echeverri, en 1964. Dos años después se fundó el Departamento y la Carrera adscritos a la nueva Facultad de Ciencias Humanas, por parte de Enrique Valencia (1926-1998), antropólogo de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México (1960) y Luis Duque Gómez (1916-2000), quien fue su primer director (1967-1970).

Definir los primeros planes de estudio no fue una tarea fácil, por la misma complejidad que significa la Antropología como una ciencia moderna, que ha tenido la pretensión, teórica y práctica, de conocer y explicar los comportamientos de los grupos culturales o sociales, tanto del pasado prehistórico como del presente. El primer Plan de Estudio de la Nacional tuvo como meta formar un antropólogo general, con mayor énfasis en lo social y lo cultural; la Arqueología, a diferencia de otras áreas, solamente aparece en un curso de Prehistoria Colombiana y en otro de Arqueología (Teoría básica).Situación que se puede explicar porque en la fundación de la Carrera participaron pioneros de la Antropología, egresados del IEN, que con el pasar de los años habían orientado su trabajo profesional hacia la Antropología Social: Virginia Gutiérrez de Pineda, Roberto Pineda Giraldo, Milciades Chaves, Segundo Bernal y Luis Duque, el único arqueólogo. El primer Plan de Estudios fue criticado por la primera promoción de estudiantes, lo que llevó a una reforma del mismo, en 1967. En este Plan se incluyó un área de Arqueología, conformada por los siguientes cursos: Prehistoria General, Arqueología General, Arqueología y Etnología de Colombia, Mesoamérica, Norteamérica y los Andes Centrales; y un seminario de Monografía vinculado a un Trabajo de campo.

Los años finales de la década del sesenta y los setentas fueron un período de conflictos, de movimientos estudiantiles, que desde posiciones marxistas cuestionaron las políticas académicas universitarias y rechazaron la injerencia de fundaciones norteamericanas, por hacer parte de una política imperialista. El Plan de Estudios de Antropología fue rechazado por los estudiantes por impulsar las teorías Funcionalista y Culturalista y por no tener una proyección hacia la solución de los problemas sociales del país. En 1970 se Aprobó un nuevo  Plan de Estudios, que en términos generales se caracterizó por un mayor énfasis en las teorías antropológicas (Durkheim, Marx, Morgan, Malinowski y Levi Strauss); el área de Arqueología se redujo a dos cursos de Prehistoria, uno de Teoría y Método de Arqueología y un Trabajo de Campo.

La crisis vivida en la Universidad Nacional afectó la estabilidad de los planes de estudio en que se formaron los primeros estudiantes que hicieron un trabajo de grado en Arqueología. En una primera etapa, esta área dependió fundamentalmente del profesor Gonzalo Correal, que desde el año 1967 había iniciado su proyecto de investigación sobre las ocupaciones tempranas, de cazadores y recolectores del período Paleoindio. Entre los años 1968 y 1971 fue profesor del Departamento de Antropología de la Universidad Nacional; de 1971 a 1973 se desempeñó como director del ICAN y a partir de 1975 se reintegró a la universidad, como jefe de la Sección de Antropología del Instituto de Ciencias Naturales. Desde esta última posición continuó su programa arqueológico El Medio ambiente pleistocénico y el hombre prehistórico en Colombia, llevado a cabo en varias excavaciones en las que intervinieron estudiantes. A la Sección de Antropología también ingresó la profesora María Pinto, especialista en el Precerámico de la sabana de Bogotá y en la fauna y  sistemas de clasificación tecnológica y funcional de artefactos líticos.






Durante los primeros 20 años de existencia del Departamento de Antropología (1966 y 1986) se graduaron 179 estudiantes, de los cuales, 21 (12%) hicieron un trabajo de grado sobre temas arqueológicos: Mauricio Londoño, Panorama del desarrollo de la Arqueología en Colombia (1975); Juan Pinedo, Ensayos geofísicos en Arqueología (1976); Gustavo Santos, El proceso de hominización (1976), Álvaro Botiva, La fuente histórica y su validez ante la investigación arqueológica (1977); Carmen Neyla Castillo, Excavaciones arqueológicas en Tunja (1981); Luz Amparo Adames, Glosario de terminología técnica de cerámica arqueológica para Colombia (1982); Clara Inés Casilimas y María Imelda López, Etnohistoria muisca: jeques a los doctrineros (1982); Martha Emilia Galarza, La deformación craneal en Colombia (1982); Fernando Lemus, Investigaciones arqueológicas en la antigua provincia de Ocaña (1982); Arnold Tovar, Análisis y síntesis de la Arqueología en el Tolima (1982); Guillermo Alfonso Casabuenas y Myriam Amparo Espinosa, Asentamientos prehispánicos en el Alto río Sinú (1983); Héctor Salgado, Investigaciones arqueológicas en el noroccidente del Departamento del Valle del Cauca (1983); Sofía Botero, Tras el pensamiento y los pasos de los taitas guambianos (1984);Luis Manuel Salamanca, Exploraciones arqueológicas en la Bota Caucana (1984); Gerardo Ignacio Ardila, Chía, un sitio precerámico en la sabana de Bogotá (1986), Jesús Arturo Cifuentes, Prospección y excavación arqueológica en la vereda de Montalvo, Municipio El Espinal (1986); María del Pilar Gutiérrez, Exploración arqueológica en Sutatausa (1986); Luis Gonzalo Jaramillo, Reconocimiento regional sistemático en el Municipio de la Argentina, Huila (1986), Carlos Augusto Sánchez, Prospección arqueológica en el valle superior del río La Plata (1986); Graciela Escobar, Prospección arqueológica en el Municipio de Medina (1986)  y Victoria Margarita Silva, Clasificación y análisis de los volantes de huso muiscas (1986).





Del listado anterior de monografías se pueden hacer las siguientes valoraciones. Las primeras 4 fueron tardías (1975-1977) y no implicaron la realización de un trabajo de campo; entre 1981 y 1986, hubo 12 con excavaciones, de las cuales solamente una correspondió a la etapa Precerámica; las 5 restantes fueron sobre temas afines a la Arqueología.

En el año 1981 ingresó al Departamento de Antropología, Héctor Llanos, en un momento en que los profesores adelantaban una reforma de la Carrera. El profesor Llanos  fue nombrado jefe de la Sección de Antropología Prehistórica y como miembro del Comité Asesor de Carrera se encargó de establecer los contenidos de los cursos de Arqueología, de un nuevo Plan de Estudios.

El profesor Llanos, desde su ingreso, inició el Programa de Investigaciones Arqueológicas del Alto Magdalena (PIAAM); programa que sirvió de modelo para la propuesta de creación de una nueva Sección de Arqueología, en el Departamento de Antropología. Al mismo tiempo que promovió debates teóricos y metodológicos sobre la Arqueología realizada en Colombia, en cursos especiales o de profundización que no hacían parte del Plan de Estudios, realizó excavaciones en el territorio de San Agustín, con la participación de estudiantes, y creó el Laboratorio de Arqueología, para clasificar los materiales y analizar los datos obtenidos en terreno. Los cursos dictados fueron: Arqueología de Colombia, Técnicas de Laboratorio y Métodos de Clasificación de la Cerámica (1982). En 1981, también se organizaron otras actividades especiales; dos cursos de extensión universitaria sobre Arte Prehispánico de Colombia, a cargo del profesor Pablo Gamboa, y Arqueología Agustiniana, por parte de los profesores Héctor Llanos y Anabella Durán. En 1983 se hizo un ciclo de conferencias sobre arqueología colombiana al que fueron invitados doce investigadores de diferentes regiones del país, para que expusieran los resultados de sus últimas excavaciones.

Es importante resaltar los objetivos propuestos para impulsar la nueva Sección de Arqueología. En su etapa inicial, en los cursos de profundización, ofrecidos por el profesor Llanos, se analizaron las posiciones teóricas del Materialismo Histórico y Dialéctico que se debatían, desde la década de los setenta, en universidades latinoamericanas; de igual manera, las alternativas que ofrecía la Nueva Arqueología Procesual y la Etnoarqueología, de Lewis Binford. Los estudiantes de la Nacional tuvieron la ocasión de leer textos de la Arqueología Social marxista, como Arqueología de la América Andina, del maestro peruano Luis Guillermo Lumbreras; de Iraida Vargas y Mario Sanoja de Venezuela y de profesores de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México, como Felipe Bate, y los escritos de La vieja nueva arqueología, de Manuel Gándara, que con magistral ironía cuestionaba la Arqueología norteamericana; también, la obra de Ian Hodder, La interpretación en Arqueología. Corrientes actuales, que representaba la alternativa de la escuela Posprocesualista.






En la Carrera de Antropología surgió la propuesta de hacer una investigación arqueológica de común acuerdo con los pensamientos e intereses políticos de comunidades indígenas. Varios estudiantes, como Martha Urdaneta y Sofía Botero, en coordinación con el profesor Luis Guillermo Vasco, conformaron un grupo de Solidarios para trabajar con el resguardo de Guambía (Cauca). Botero hizo como monografía, una recopilación histórica: Tras el pensamiento y pasos de los taitas guambianos. Intentos de aproximación a su historia, siglos XVI-XVII-XVIII (1984); mientras que Urdaneta decidió hacer su trabajo de grado para buscar las huellas de los antiguos guambianos (1987), que significó el comienzo de un proyecto en el resguardo de Guambía, durante varios años, que a diferencia de otros, se llevó a cabo después de ser aprobado por las autoridades del Cabildo y con la participación de comuneros, como Cruz Troches Tunubalá y Miguel Flor Camayo. Los indígenas establecieron un diálogo cultural con profesores y estudiantes con la finalidad de encontrarle otros sentidos a la investigación arqueológica. El Laboratorio de Arqueología de la Nacional fue visitado por  guambianos, que en compañía de un grupo de estudiantes y los profesores Vasco y Llanos analizaron y confrontaron la validez de los sistemas de clasificación de los materiales cerámicos y la interpretación de los asentamientos aborígenes.






Las actividades antes mencionadas crearon el ambiente propicio para que una nueva promoción de estudiantes se interesara por la Arqueología. En el Departamento de Antropología, a comienzos del año 1984, se produjo un movimiento estudiantil que solicitaba cambios en el Plan de Estudios, la implementación de prácticas de terreno y laboratorio y cuestionaba el trabajo de algunos profesores. Las protestas internas se unieron a problemas políticos mayores de la Universidad Nacional, relacionados con el Bienestar Estudiantil (residencias y cafeterías), y la venta de estupefacientes en predios universitarios. La crisis desembocó en graves enfrentamientos de estudiantes con la fuerza pública, que motivaron la renuncia del rector y el cierre de la universidad, durante el resto del año; tiempo que los profesores del Departamento aprovecharon para concretar la reforma académica. El nuevo Plan de Estudio, aprobado en 1985, se caracterizó por un equilibrio entre las materias teóricas y los cursos prácticos de terreno y laboratorio, que capacitaron a los estudiantes para hacer su monografía de grado. Los primeros dos años fueron un Ciclo Básico, para todos los estudiantes; a partir del quinto semestre empezaba un Ciclo Superior en el que los estudiantes tomaban materias relacionadas con las sociedades modernas (Antropología Sociocultural y Etnología) o con las sociedades prehistóricas (Arqueología y Antropología Física).

Las reformas establecidas ofrecieron a los estudiantes la posibilidad de escoger una línea de formación en Arqueología, conformada por una secuencia de cursos, que se iniciaba en el primer semestre, con Fundamentos de Arqueología y se continuaba luego, con Arqueología del Viejo Mundo, América y Colombia, además de cursos sobre problemáticas particulares; secuencia de materias que culminaba en el octavo semestre, con la signatura  Técnicas y Métodos de Arqueología de Terreno y un Laboratorio de Investigación. Los profesores programaron en sus cursos, salidas de campo cortas, para visitar regiones arqueológicas, como San Agustín, Tierradentro, Calima, Valle de Tenza y la Sierra Nevada de Santa Marta; en el último semestre, los estudiantes participaron en temporadas de excavación, antes de hacer su monografía de grado, inscritas en los proyectos que adelantaban los profesores.

El área de Arqueología de la Universidad Nacional se fortaleció a partir de vínculos o intercambios con otras instituciones académicas, científicas y museográficas. Una de las limitaciones que han tenido las universidades públicas ha sido no disponer de recursos para proyectos de investigación en Ciencias Sociales, como la Antropología y la Arqueología. Las universidades han aportado los recursos humanos (profesores, estudiantes, personal administrativo), laboratorios con sus equipos y herramientas y el transporte a los sitios arqueológicos. En este sentido, fue muy importante la creación, en 1971, de la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales (FIAN), por parte del Banco de la República, para dar ayudas financieras a los proyectos de investigación, para subvencionar la asistencia de los arqueólogos a seminarios o congresos y publicar en el Boletín de Arqueología y en una colección de libros los resultados obtenidos en cada proyecto. Bajo la Dirección Ejecutiva del arqueólogo Luis Duque (1977-2000), se apoyó el crecimiento de la investigación arqueológica en Colombia, y de manera específica, en el Departamento de Antropología de la Universidad Nacional. Algo muy acertado de la FIAN fue la ayuda económica que otorgó a los proyectos de grado, para que los estudiantes pudieran realizar sus prospecciones y excavaciones. La FIAN, desde el comienzo de sus actividades en 1972  hasta el año 1984, financió 76 proyectos de profesionales y 30 trabajos de grado. De los proyectos financiados, entre 1978 y el 2000, publicó 112 libros, y múltiples avances de investigación y otros artículos, en 45 números del Boletín de Arqueología (1986 y el 2000).





Los proyectos del PIAAM recibieron de la FIAN un soporte económico para la realización y publicación de sus resultados: Quinchana (1983), Saladoblanco (1988), Valle de Laboyos (1990), Garzón (1993), Alto de Betania (1995), Altos de Lavaderos (1998) y Llanura de Matanzas (1999). El PIAAM se hizo con la intención de vincular estudiantes a la problemática arqueológica de la llamada cultura de San Agustín, con su participación en excavaciones y en el análisis y clasificación de los materiales culturales, en el Laboratorio. En el PIAAM se enfatizó una Arqueología referente a las pautas de asentamiento en el proceso histórico del sur del Alto Magdalena; pautas domésticas y rituales inscritas en una naturaleza conformada por paisajes correspondientes a los pisos térmicos cálido, templado y frío. De manera particular, se profundizó el estudio de un pensamiento cosmológico plasmado en los centros funerarios monumentales y en el mundo mágico del arte escultórico megalítico, como se aprecia en el libro del profesor Llanos, Los chamanes jaguares de San Agustín, génesis de un pensamiento mitopoético (1995). En el PIAAM se pudo establecer un nexo cultural directo del Alto Magdalena con el mundo cultural amazónico, con los pensamientos míticos de comunidades indígenas, que perduraron hasta tiempos modernos y que fueron estudiados por expertos, como el profesor Fernando Urbina. Además de los estudiantes, que participaron como auxiliares de investigación, en algunas excavaciones trabajaron los antropólogos egresados del Departamento, Jorge Ruiz, Arturo Cifuentes, Jorge Alarcón y Juan Manuel Llanos. Con la investigadora del Instituto de Ciencias Naturales, María Pinto, se hizo el estudio, Las industrias líticas de San Agustín (1997), con base en todos los artefactos excavados en los proyectos del PIAAM y de acuerdo con su ubicación, en la periodización histórica.








La Subgerencia Cultural del Banco de la República también contribuyó con el desarrollo de la investigación arqueológica en la Universidad Nacional, por intermedio del Museo del Oro y áreas culturales regionales, donde, en algunas de ellas, se estabecieron museos con temáticas orfebres y arqueológicas específicas, localizadas en las principales ciudades de Colombia. La Sección de Arqueología de la Nacional estableció un intercambio directo con los investigadores del Museo del Oro, de Bogotá, bajo la dirección de Luis Duque y Clemencia Plazas: Ana María Falchetti, Roberto Lleras, Eduardo Londoño, Luz Alba Gómez, María Alicia Uribe, Juanita Sáenz Samper y Juana Sáenz Obregón. El profesor Llanos fue invitado para hacer guiones museográficos y participar en el montaje de los museos Quimbaya de las ciudades de Armenia, Pereira y Manizales (1985-1986); de la exposición realizada con motivo de la conmemoración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, La Respuesta Americana 1492-1992 (1991), y de la muestra de orfebrería llamada Los Tesoros de los Señores de Malagana (1994), en el Museo del Oro de la ciudad de Cali. Varios profesores fueron invitados de manera consecutiva a dar conferencias en las sucursales, para divulgar los resultados obtenidos en sus respectivos proyectos. La orfebrería prehispánica y sus colecciones adquirieron importancia para los estudiantes de la Carrera de Antropología, de la Universidad Nacional. Además de analizar las investigaciones llevadas a cabo por los arqueólogos del Museo del Oro, también estudiaron las obras de Anne Legast, financiadas y publicadas por la FIAN, sobre la fauna simbólica de la orfebrería prehispánica.






Otro intercambio científico se estableció con el ICAN, con sus directores e investigadores, sobre todo en lo relacionado con el desarrollo del PIAAM, que se pudo hacer gracias al respaldo de dicho instituto, por tratarse de una región arqueológica con sitios monumentales declarados Patrimonio Nacional y de la Humanidad. Un contacto directo entre ICAN y la Universidad Nacional se estableció con base en la Resolución 626 bis, que en 1973 expidió el Instituto Colombiano de Cultura, adscrito al Ministerio de Educación: Por la cual se reglamentan las actividades de expediciones científicas extranjeras de índole antropológica. Esta normativa, además de definir unas condiciones equitativas entre los investigadores extranjeros y nacionales, bajo la supervisión del ICAN, estableció que en dichos proyectos deberían participar estudiantes de las universidades colombianas, para que tuvieran la oportunidad de hacer prácticas de terreno y laboratorio.

Como consecuencia de la mencionada Resolución, durante los años ochenta y noventa, estudiantes de la Carrera de Antropología pudieron beneficiarse como practicantes en varios proyectos internacionales. La fundación Pro Calima, creada en 1976, en compañía del ICAN, hicieron un programa de investigaciones arqueológicas en la región Calima (Valle del Cauca), bajo la dirección de Warwick Bray, profesor del Instituto de Arqueología de la Universidad de Londres, Marianne Cardale y Leonor Herrera. En este proyecto interdisciplinario se enfatizó la relación entre los asentamientos humanos y las características medioambientales de los diversos paisajes, en un proceso histórico prehispánico regional. Estudiantes e investigadores de varias universidades colombianas y extranjeras participaron en las diferentes temporadas de campo de dicho proyecto.




El desarrollo de la Arqueología en Colombia también se dio a escala regional. A nombre de la Gobernación del Valle del Cauca, el pionero de la historia de la Etnobotánica, Víctor Manuel Patiño, en compañía del arqueólogo Julio Cesar Cubillos (1919-1994), crearon el Instituto Vallecaucano de Investigaciones Científicas (INCIVA), en 1979. Desde sus inicios, esta institución impulsó la Arqueología regional con la vinculación de Carlos Armando Rodríguez y Héctor Salgado, recién egresado del Departamento de Antropología de la Universidad Nacional. Los dos arqueólogos, durante la dirección de Guillermo Barney, en el Municipio de Darién, fundaron un centro de investigaciones y el  Museo Arqueológico Calima. El INCIVA hizo un convenio de intercambio científico y académico con la Universidad Nacional, lo que significó un intercambio permanente entre el Área de Arqueología de la Nacional y los proyectos adelantados por los arqueólogos Rodríguez y Salgado, y por lo tanto, conllevó la participación de estudiantes en sus excavaciones y prácticas de Laboratorio.




El PIAAM siempre mantuvo intercambios con el Instituto Huilense de Cultura de la Gobernación del Huila, dependencia en la que trabajaron dos antropólogos egresados de la Universidad Nacional, Arnold Tovar y Jorge Armando Ruiz. Con este último investigador se hicieron varias actividades de divulgación del patrimonio arqueológico. Con motivo de la conmemoración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, el profesor Héctor Llanos fue convocado por el Instituto Huilense de Cultura, para hacer el video Proceso histórico de la cultura de San Agustín (1991), el guion y montaje del Museo Arqueológico de la Gobernación del Huila (1993) y la exposición Espacios míticos y cotidianos, Arqueología del Alto Magdalena, en el Museo Nacional de Colombia (1994). La gobernación del Huila, con el apoyo del ICAN, la FIAN y la asesoría del PIAAM, realizó un proyecto comunitario en San Agustín. El antropólogo Jorge Ruiz excavó un cementerio con los campesinos de la vereda Obando (1993) y coordinó el montaje de un museo de sitio, con las tumbas excavadas en el que se incluyó un punto de venta de artesanías locales.





Los intercambios académicos y científicos interinstitucionales antes expuestos promovieron el encuentro de arqueólogos que investigaban las problemáticas culturales prehispánicas del Suroccidente y el Alto Magdalena. Durante la década de los años ochenta, el INCIVA, Pro Calima, el Museo del Oro, la FIAN, la fundación ERIGAIE y los departamentos de Antropología de las universidades Nacional y del Cauca organizaron seminarios y conferencias en las ciudades de Bogotá, Cali, Popayán y Neiva, en los museos del Oro de Bogotá y Cali, y en el Parque Arqueológico de San Agustín.




Un buen ejemplo de estos intercambios entre colegas se dio con motivo del insólito saqueo de las tumbas de Malagana, en el municipio de Palmira, Valle del Cauca, entre 1992 y 1994. Ante la imposibilidad del ICAN y las autoridades regionales de controlar la escandalosa destrucción masiva del sitio, y ante la impotencia, que quinientos años después ratificaba la guaquería iniciada por los conquistadores españoles, en el siglo XVI, por iniciativa de Marianne Cardale, el gremio de arqueólogos del Suroccidente hizo un trabajo de salvamento, en el que participó cada investigador, durante una semana. Apropiadamente este proyecto fue bautizado La minga de Malagana, que le dio parcialmente un contexto científico a las maravillosas piezas de orfebrería y cerámica, que luego fueron recuperadas por el Museo del Oro y las autoridades regionales.

En el año 1985 ingresaron al Departamento de Antropología, Luisa Fernanda Herrera y Virgilio Becerra. El profesor Becerra abrió nuevas perspectivas a los estudiantes con una propuesta de investigación en el Valle Medio del río Magdalena. La profesora Herrera introdujo nuevas áreas de investigación, la región amazónica, el Valle del río la Plata y la Sierra Nevada de Santa Marta. En compañía de Inés Cavelier y Santiago Mora, la investigadora Herrera creó la fundación privada ERIGAIE, para hacer estudios arqueológicos medioambientales en la zona del Araracuara (río Caquetá). Desde la década de los setenta, el mundo cultural y natural de la Amazonia, adquirió gran importancia, como problemática científica multidisciplinaria. El manejo histórico dado por parte de las comunidades indígenas a los ecosistemas selváticos, a su compleja biodiversidad, fue tema de investigación de antropólogos y arqueólogos, como se aprecia en el proyecto realizado por Ángela Andrade, sobre suelos antrópicos, en el cañón del Araracuara. Los estudiantes de la Universidad Nacional tuvieron la oportunidad de participar en los trabajos amazónicos impulsados por la fundación ERIGAIE; oportunidad que les permitió descubrir la trascendencia que tienen los estudios de suelos, restos vegetales y palinológicos, para entender el manejo que han dado las sociedades indígenas a los bosques tropicales. Entre los estudiantes se encontraban Fernando Montejo y Sneider Hernán Rojas, que luego egresaron de la Nacional en, 1995. El profesor Héctor Llanos en compañía de dicha fundación y con el patrocinio de la FIAN, hicieron tres Cd ROM, sobre las culturas Tairona, San Agustín y Tierradentro, con fines educativos (1998-1999).





Las transformaciones políticas, académicas y científicas en el Departamento de Antropología de la Nacional, en los años ochenta, se pueden constatar en la iniciativa que tomaron los estudiantes de crear sus propias revistas, para expresar sus puntos de vista, inicialmente, en Antropos (1982), y luego, la opinión de varios profesores, su humor y gustos literarios, referentes a las Ciencias Sociales y  la Antropología, en Uroboros (1987); otro grupo editó la revista Arqueología (1987), que años después motivó a otros estudiantes para editar la Revista de Estudiantes de Arqueología (2003), en la que se enfatizaron problemas teóricos.







Entre los años 1987 y 1991, los trabajos de grado en Arqueología se aumentaron considerablemente, como consecuencia de los logros alcanzados durante el proceso de la reforma de 1985. En el año 1987-88, de un total de 53 monografías inscritas, 15 fueron trabajos de Arqueología (28%): Maritza Avellaneda, en Agua de Dios (Cundinamarca); Wilman Díaz, en el Municipio de Oiba (Santander); Rafael Gómez, en el Municipio La Dorada (Caldas); Carlos Eduardo López, en Cimitarra (Santander); Leonardo Moreno, en el Valle del río Granates, Municipio de Saladoblanco (Huila); Camilo Rodríguez y Joel García, en la Hoya del Quindío; Martha Urdaneta, en el resguardo de Guambía (Cauca); Fernando Vásquez, en el río Alpujarra (Tolima); Jairo Nieto, en el Araracuara (Caquetá); Pablo Pérez, en los municipios de Sativa Norte y Sur (Boyacá); Germán Peña, en el municipio de Cachipay (Cundinamarca); Sergio Rivera en la región de Neusa (Cundinamarca); Luis Alberto Torres, en el municipio de Suarez (Tolima) y Marcela Chávez, trabajó los problemas de identidad y el Museo del Oro de la ciudad de Pasto (Nariño). A este grupo se pueden agregar otras monografías hechas en 1991: Regina Chasín, en el Municipio de Chaparral (Tolima), Juan Carlos García y David Flórez, en el Valle de la Plata (Huila); Alberto Martínez, en el Municipio de Gigante (Huila); Eduardo Forero, en el Valle del Cauca y Jorge Alarcón, en el territorio de los Sutagaos. Todas, a excepción del trabajo de Marcela Chávez, implicaron la realización de un trabajo de campo, y solamente dos se relacionaron con la etapa Precerámica.




En la década de los años ochenta, el Área de Arqueología se incrementó con la llegada de nuevos profesores, que impulsaron otras áreas de investigación. En 1986, Gerardo Ardila, egresado de la Carrera de Antropología de la Nacional y dedicado a la investigación de la etapa de cazadores y recolectores, de la Sabana de Bogotá; en 1987, José Vicente Rodríguez, quien se encargó de la creación del laboratorio de Antropología Biológica y del primer Programa de Antropología Forense, en América Latina (1990); en este laboratorio, los tradicionales estudios de antropología Física, con restos óseos arqueológicos, se transformaron en investigaciones Bíoarqueológicas, aplicando los avances genéticos (dietas alimenticias, morbilidad y mortalidad). Ana María Groot, en 1989, se interesó por las ocupaciones precerámicas, después de haber trabajado durante varios años  en el ICAN (1976-1988); y Carlos Sánchez, también, egresado de la Carrera de Antropología, de la Universidad Nacional, con experiencia en la Arqueología del Alto Magdalena. En los años noventa ingresaron como investigadores del Instituto de Ciencias Naturales, otros egresados de la Carrera de Antropología: Germán Peña, especializado en Arqueozoología del río Magdalena y Gaspar Morcote, dedicado al estudio de fitolitos, polen y semillas, en asentamientos amazónicos.







Como era de esperarse, en la década de los noventa, el área de Arqueología continuó su fortalecimiento. El profesor Llanos, a nombre del Departamento de Antropología, fue nombrado Coordinador del Área de Arqueología de la recién creada Maestría de Antropología, de la Universidad Nacional (1995); y miembro del Comité Nacional de Arqueología Preventiva (CONAP), establecido por el ICAN, para definir los términos de referencia de los proyectos de rescate, en el país (1997-1999). También, en 1990, a nombre de la Nacional, fue elegido miembro del Comité Organizador del Segundo Congreso Mundial de Arqueología (WAC II) que se realizó en la ciudad de Barquisimeto (Venezuela), y organizó el simposio central del Primer Congreso de Arqueología en Colombia, que programó la Sociedad de Arqueología de Colombia, en la ciudad de Manizales (1999).

Arqueología en la Universidad de Antioquia

Los inicios de la Antropología como ciencia moderna en Antioquia también hunden sus raíces en el IEN, por intermedio de uno de sus egresados, Graciliano Arcila (1912-2003), que en lugar de quedarse en Bogotá, como lo hicieron la mayoría de sus condiscípulos, regresó a su tierra natal, para sembrar las enseñanzas recibidas de sus maestros Paul Rivet y Gregorio Hernández de Alba. Arcila, en 1945, fundó el Servicio Etnológico y el Museo Arqueológico de la Universidad de Antioquia, que años más tarde, en 1953, transformó en el Instituto de Antropología, que nació acompañado de la Sociedad Antropológica de Antioquia y del Boletín de Antropología. El maestro Arcila adelantó trabajos pioneros de investigación etnográfica y arqueológica, en diversas regiones antioqueñas.

Los departamentos de Antropología de las universidades Nacional y de Antioquia han estado muy cercanos, desde su nacimiento, en 1966. En este año, las directivas de la Universidad de Antioquia aprobaron la creación del Departamento de Antropología con un Plan de Estudios de Licenciatura. El primer director del Departamento fue Graciliano Arcila. Como sucedió en la Universidad Nacional, el primer currículo académico se propuso formar antropólogos generales, en ocho semestres. El estudiante, en el primer año tomaba  cursos de Estudios Generales, y a partir del tercer semestre, asignaturas de Antropología Física, Arqueología, Etnografía y Museografía. Las siguientes materias estaban relacionadas con la Arqueología: Arqueología Prehistórica, Arqueología Colombiana, Prehistoria del Viejo Mundo y un Laboratorio que se hacía en el museo, en donde el estudiante aprendía a hacer ficheros y a clasificar piezas arqueológicas y etnográficas.

Desde su fundación, al Departamento de Antropología le hicieron falta profesores; este vacío se llenó provisionalmente contratando, de manera temporal, antropólogos pioneros residentes en Bogotá: Julio César Cubillos, Blanca Ochoa, Yolanda Mora, Gonzalo Correal y Pablo Gamboa. Como sucedió en la Universidad Nacional, en la de Antioquia, desde finales de la década del sesenta y durante los años setenta, se generó una crisis política que alteró la vida académica; se formaron movimientos estudiantiles que cuestionaron el Plan de Estudio y protestaron contra las políticas educativas gubernamentales del Plan Básico y los Estudios Generales; fueron años de huelgas y de cierres universitarios prolongados, que afectaron la estabilidad de los departamentos de Antropología. En 1971, Graciliano Arcila se vio presionado para renunciar como director del Departamento de Antropología y se reformó el Plan de Estudio, en el que se introdujo un trabajo de campo y una monografía de grado. En medio de los conflictos se inició una segunda etapa, con el ingreso de nuevos profesores recién egresados de la misma universidad de Antioquia y del Departamento de Antropología de la Nacional. En 1976, fueron nombrados como profesores de Arqueología, Gustavo Santos y Álvaro Botiva, egresados de la Universidad Nacional.

En esta nueva etapa, del desarrollo de la Arqueología en la Universidad de Antioquia se estableció un vínculo de parentesco académico con el Departamento de Antropología de la Universidad Nacional; además de compartir los conflictos y debates políticos universitarios, también, tuvieron el propósito común de consolidar una propuesta académica, teórica y metodológica, referente a la investigación arqueológica. Precisamente, dos egresados de la Nacional fueron los que estructuraron el primer proyecto arqueológico, en el que se integró la docencia a la investigación de terreno y laboratorio, con la participación de estudiantes. Los profesores Santos y Botiva, en 1977, crearon el Grupo de Investigación de Arqueología y Prehistoria (GIAP), con la finalidad de adelantar el proyecto de Investigación Arqueológica y Prehistórica de un yacimiento Arcaico en la Costa atlántica, localizado en la finca el Estorbo, del Municipio de Turbo. En el GIAP trabajaron profesores de otras disciplinas de la Universidad de Antioquia y un grupo de estudiantes del Departamento de Antropología. Sobre las ocupaciones prehispánicas de dicho territorio se tenía muy poca información; las excavaciones llevadas a cabo en un montículo de conchas aportaron conocimientos sobre un modo de vida prehispánico, en el que se combinaron las actividades agrícolas, la caza, la pesca, y la recolección de moluscos.



Entre los años 1981 y 1983, el profesor Santos dirigió una segunda etapa del GIAP, rectificando la cronología e interpretaciones iniciales e impulsando entre los estudiantes la realización de monografías: Dora Mejía, Helda Otero y Héctor Ramírez, en Necoclí (1981); Carmen Bedoya y Helena Naranjo, en Capurganá (1985); Gustavo Román, en Turbo (1985) y Hernán Morales, en Tarena (1985). El GIAP impulsó la realización de otros proyectos en la costa Caribe, como Arqueocaribe, de acuerdo con un convenio interinstitucional Colombo-holandés.

El profesor Gustavo Santos también hizo un proyecto relacionado con la explotación de fuentes salinas, en la región central de Antioquia (1986). Priscila Boucher, profesora del Departamento, desde el año 1975, realizó una investigación sobre Las raíces de la Arqueología en Colombia y La teoría de las invasiones en la Arqueología Colombiana: El caso de las invasiones caribes, que promovió el debate sobre una de las posiciones difusionistas, que habían sustentado los arqueólogos pioneros (1985).

En el Departamento de Antropología surgieron otros proyectos arqueológicos propuestos por nuevos profesores. Este es el caso de Neila Castillo, antropóloga egresada de la Nacional (1981), que ingresó a la de Antioquia, en 1982. Realizó un primer trabajo de salvamento de tumbas indígenas, en Sopetrán (1983), que amplió a regiones vecinas y que asoció a fuentes etnohistóricas, referentes a la conquista española del occidente antioqueño, motivando nuevos trabajos de grado: Henry Arboleda, en Santafé de Antioquia (1988); Luz Elena Martínez, en Peque (1990) y Martha Montoya, en Anzá (1992); también se presentó el trabajo de grado de Amanda Delgado y Clara Uribe, sobre la colección cerámica Alzate, del Museo Universitario (1989).

Posteriormente, en el año 1991 ingresó como profesor, Carlos López, antropólogo egresado de la Nacional (1988), que investigó las ocupaciones precerámicas, en el Magdalena Medio; de igual manera, Sofía Botero, también egresada de la Nacional (1984), que en compañía del profesor Norberto Vélez (Nacional, sede Medellín) adelantaron trabajos sobre las prácticas agrícolas precolombinas, en el oriente antioqueño. En 1991, los profesores Neila Castillo y Gustavo Santos hicieron el Proyecto de Arqueología Valle de Aburrá, en sitios de vivienda y en un cementerio localizado en el cerro El Volador, con el patrocinio de la Secretaría de Educación de Medellín; proyecto que fue continuado por Santos, en compañía de Helda Botero, y que culminó con la creación de un parque arqueológico y turístico. En tiempos más recientes ingresaron al equipo profesoral, los arqueólogos Francisco Javier Aceituno, experto en industrias líticas; Alba Nelly Gómez, que ha investigado la Arqueología de paisajes en la región del Tolima, y Sneider Rojas, especialista en Arqueología Ambiental.








En la década de los noventa, la investigación arqueológica en Colombia tuvo un incremento muy significativo debido al auge de la Arqueología de Rescate o Salvamento, con motivo de la creación del Ministerio del Medio Ambiente (Ley 99 de 1993). La nueva legislación reglamentó que los impactos producidos a la naturaleza y al patrimonio arqueológico,  por parte de los proyectos de obras de infraestructura, debían ser tenidos en cuenta, para mitigar su destrucción. A dichos proyectos se les exigió una licencia otorgada por el Ministerio del Medio Ambiente y otra, de parte del Instituto Colombiano de Antropología (ICAN), encargado por el Estado para proteger el patrimonio arqueológico nacional (Ley 163 de 1959, con su Decreto Reglamentario N° 264, de 1963; y Ley 39 de 1997, que creó el Ministerio de Cultura). Esta última obligación generó la necesidad de crear el Consejo Nacional de Arqueología Preventiva (CONAP), por el ICAN (1997-1999); comité conformado por representantes del gremio arqueológico, vinculados a los departamentos de Antropología y a otras instituciones científicas arqueológicas, que se encargó de establecer los términos de referencia de los proyectos de rescate, desde el inicio del proyecto de ingeniería: etapas de prefactibilidad, factibilidad y ejecución de la obra.

La arqueología de Rescate o Preventiva, en Colombia, tuvo sus antecedentes, en proyectos que recibieron ayudas económicas de empresas privadas, como el realizado en el río San Jorge, por el Museo del Oro, con motivo de la explotación minera de Cerromatoso, entre los años setentas y ochentas. En la década de los noventa se incrementó, debido a las políticas gubernamentales neoliberales que impulsaron la construcción de grandes obras de infraestructura, para implementar un crecimiento económico. En un comienzo, los investigadores del ICAN se encargaron de hacer los proyectos de rescate, como el dirigido por  Álvaro Botiva, con motivo de la construcción del oleoducto Vasconia-Coveñas (1990). Al incrementarse la solicitud de licencias, el ICAN decidió, que los proyectos de salvamento los podían realizar profesionales del gremio; modalidad privada que se llamó Arqueología de Contrato (libre oferta y demanda), con la condición de presentar, a nombre de la compañía, una propuesta que sería evaluada y aprobada por el ICAN, lo que garantizaba un salvamento científico del patrimonio arqueológico y por lo tanto, el otorgamiento de una licencia.



La Arqueología Preventiva significó un gran apoyo financiero para los departamentos de Antropología, en tanto que los profesores tuvieron la oportunidad de hacer grandes proyectos de investigación, en los que trabajaron grupos de estudiantes y otros profesionales multidisciplinarios. En los años noventa, el Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia incrementó considerablemente la investigación arqueológica, con la participación de profesores, egresados y estudiantes en proyectos de rescate, impulsados por la empresa de Interconexión Eléctrica, ISA, que construyó varias redes en diversas regiones colombianas; este programa fue impulsado desde esta compañía, por dos egresados de la Universidad de Antioquia: el profesor Sergio Iván Carmona, en la Gerencia Ambiental y el antropólogo Carlos Emilio Piazzini, coordinador del Programa de Arqueología. El Departamento de Antropología estableció un Laboratorio de Arqueología (CISH), para satisfacer la demanda generada por los proyectos de rescate. Otro salvamento arqueológico, patrocinado por ISA, fue el Proyecto Hidroeléctrico Porce II, dirigido por la profesora Neila Castillo. Durante varios años se llevó a cabo una prospección arqueológica en el territorio donde se construiría una central hidroeléctrica. 




Hacia finales de los años noventa, el panorama prehispánico del Departamento de Antioquia cambió considerablemente con los resultados obtenidos en los proyectos antes mencionados, y como se muestra en el Atlas Arqueológico de Antioquia (software), financiado por ISA y ejecutado por los arqueólogos Jorge Luis Acevedo, Silvia Helena Botero y Carlos Emilio Piazzini (1999).

Arqueología en la Universidad del Cauca

El Departamento de Antropología de la Universidad del Cauca fue creado en 1970, como una dependencia de la Facultad de Humanidades, por parte del arqueólogo Miguel Méndez, egresado de la última promoción del ICAN (1964) y director del Instituto de Antropología (1967), y por Hernán Torres, antropólogo formado en la Universidad de Washington (USA) y jefe del Departamento de Humanidades (1970).  

El primer Plan de estudios, que correspondió a una Licenciatura (4 años), tuvo como meta formar un antropólogo general en el contexto de las Ciencias Humanas, sin tener una especificidad disciplinaria aplicable a la investigación de la realidad social y cultural regional y del país. Los contenidos de las materias eran magistrales y trataban pocos elementos teóricos. Las tres asignaturas correspondientes a la Arqueología contenían aspectos relacionados con el Viejo Mundo, Norte y Sur América y no se estudiaba la Arqueología de Colombia; los cursos metodológicos tenían un enfoque sociológico y no existía un trabajo de campo.

En el año 1973 se reformó el programa inicial, proceso que implicó el nombramiento de nuevos profesores, de antropólogos egresados de la Universidad de los Andes y de historiadores de la Universidad del Valle, que se encargaron de implementar un nuevo Plan de Estudios, que fue aprobado en 1976. De manera análoga a lo que había sucedido en los departamentos de Antropología de las universidades Nacional y de Antioquia, el nuevo currículo se organizó en dos áreas, la Antropología Socio-cultural y la Arqueología. Se introdujeron materias teóricas sobre el Evolucionismo, el Funcionalismo, el Estructuralismo, el Funcional-estructuralismo, el Materialismo Cultural y el Particularismo Histórico; y otros con contenidos teóricos particulares de la Antropología Económica, Política y sobre las religiones. La orientación de la Carrera estuvo dirigida a formar un antropólogo investigador; por eso, el estudiante recibió cursos sobre metodologías y culminaba su carrera, con un trabajo de campo, como monografía de grado. En el área de Arqueología se dictaron las siguientes materias a partir del primer semestre: Introducción a la Arqueología, Arqueología de Colombia, Arqueología de Sur América, Técnicas de Investigación en Arqueología y cursos complementarios de topografía, geología y algunos seminarios de contenidos variables, que culminaban con una experiencia de terreno, como monografía de grado.

En esta etapa académica, a la Sección de Arqueología ingresaron como profesores, el arqueólogo Juan Yanguez y el historiador Héctor Llanos. El profesor Yanguez había sido el primer egresado de la Universidad de los Andes (1968), con un trabajo de grado sobre Arqueología de Tierradentro, y luego, había realizado estudios de doctorado en la Universidad de Illinois. Los estudiantes de Arqueología, de la primera promoción, tuvieron la oportunidad de recibir en los cursos del profesor Yanguez, una información arqueológica, teórica y empírica, que resumía las propuestas contemporáneas de la Arqueología norteamericana, de acuerdo con la experiencia que había adquirido en la Alta Amazonia, bajo la dirección de Donald Lathrap. Además, a pesar de las limitaciones presupuestales, con el profesor Llanos organizaron  prácticas de terreno con estudiantes, para enseñar técnicas de excavación, en las regiones del Bordo y en Calima (Valle del Cauca).

El profesor Héctor Llanos, egresado del Departamento de Historia, de la Universidad del Valle, en el año 1974, con un trabajo de grado sobre la estatuaria de San Agustín, dirigido por el arqueólogo Julio Cesar Cubillos, fue nombrado, en 1975, para hacer una nueva clasificación de la colección arqueológica, del antiguo Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca, y para dictar los cursos de Arqueología de Colombia y de Etnohistoria del Cauca. La Sección de Arqueología se vinculó a la Etnohistoria, lo que significó el estudio de las crónicas de la conquista española y de las fuentes documentales del Archivo Central del Cauca, José María Arboleda. Los estudiantes también tuvieron la oportunidad de valorar la colección del Museo Casa Mosquera, que había sido creada por Henri Lehmann, en los años cuarenta, e incrementada por Gregorio Hernández de Alba y Julio César Cubillos, cuando se desempeñaron como directores e investigadores del Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca, entre 1946 y 1960.




La propuesta etnohistórica del profesor Llanos recuperaba los trabajos realizados por investigadores pioneros, sobre los pueblos indígenas de la antigua Gobernación de Popayán. La conquista española fue considerada como un momento histórico fundamental para comprender, tanto la etapa precolombina, investigada por los arqueólogos, como los procesos de colonización de los pueblos indígenas, con las fuentes del Archivo Central del Cauca, que llegaba hasta los tiempos modernos, cuando se iniciaron los movimientos indigenistas liderados por Manuel Quintín Lame. Los estudiantes comprendieron la importancia de las investigaciones etnohistóricas de Gregorio Hernández de Alba, Kathleen Romoli, Juan Friede, Jesús María Otero, José María Arboleda y Diego Castrillón, entre los principales.

La dinámica académica adquirida por el  Departamento de Antropología, correspondiente a la reforma del Plan de Estudios aprobado en 1976, se vio alterada porque varios de los profesores decidieron retirarse de la Universidad del Cauca, para continuar sus actividades profesionales en Bogotá y Cali. Entre 1976 y 1979 egresaron los primeros 17 antropólogos, con monografías relacionadas con diversos grupos étnicos, del Departamento del Cauca; de las cuales, 4 (24%) fueron sobre temas arqueológicos: Holberg Dorado, excavaciones en Pubenza, Popayán (1977); Rodrigo López, excavaciones en la hacienda la María, Popayán (1978); Diego Herrera, la guaquería en Colombia (1979) y Gustavo Antonio Legarda, en la zona arqueológica de Moscopán (1979). Dorado y López fueron nombrados profesores y en compañía de Miguel Méndez se encargaron de los cursos de Arqueología. El profesor Méndez, en los años ochenta, realizó hallazgos arqueológicos de ocupaciones tempranas, en Cajibío (Cauca), y en otros yacimientos del Municipio de Popayán; también, con motivo de las reconstrucciones arquitectónicas realizadas en esta ciudad, después del terremoto de 1983, llevó a cabo un conjunto de excavaciones históricas, en diferentes conventos e iglesias.

En los primeros años de la década de los ochenta se incrementaron los egresados con trabajo de grado en Arqueología (segunda promoción): Carlos Humberto Illera, en Calima, Valle del Cauca (1981); Cristóbal Cnecco, en Cajibío, Cauca (1982); Diógenes Patiño, en Mercaderes, Cauca (1982); Marta Iribarne, en Cajibío, Cauca (1983); Ligia Gómez, en Popayán (1983); Patricia Escobar, Amparo Velásquez, Gloria Inés Villalobos  y Diego Alfonso Paz, en Popayán (1984); Hedwig Hartmann, con un estudio del material arqueológico de Popayán, de la colección del Museo Casa Mosquera (1984), y Gladys Liliana Garcés, con un análisis de los volantes de uso quimbayas (1984). De estos nuevos egresados, Illera, Gnecco y Patiño ingresaron como profesores del Departamento de Antropología, y Hartman, como directora del Archivo del Instituto de Investigaciones Históricas José María Arboleda Llorente, de la Universidad del Cauca (1984).






El profesor Gnecco, a partir de 1991, realizó investigaciones relacionadas con ocupaciones precerámicas y en la Bota Caucana; también, se dedicó a las teorías contemporáneas en tiempos de la multiculturalidad, relacionadas con el discurso del otro, con la multivocalidad histórica o la praxis de una Arqueología dialógica, que cuestiona el ejercicio profesional, en la modernidad. El profesor Patiño, desde 1997, ha hecho proyectos de Arqueología de Rescate, patrocinados por Interconexión Eléctrica S. A. - ISA (1998) y la Empresa Colombiana de Petróleos - Ecopetrol (1995), e investigaciones sobre Arqueología histórica y patrimonio, en Popayán.

En el año 1985 se logró otra reforma del Plan de Estudios; el Área de Arqueología se fortaleció con las siguientes asignaturas: Fundamentos de Arqueología, Arqueología I, Arqueología II (Norte y Mesoamérica), Arqueología III (Suramérica), Arqueología IV y V (Colombia), Métodos y técnicas de Arqueología y los cursos complementarios de Topografía, Geología, Taller de Patrimonio Cultural y Taller de análisis de material arqueológico. Los siguientes estudiantes hicieron trabajo de grado: Marta Villamarín y Marta Barbosa, con excavaciones en abrigos rocosos, Municipio de Suarez, Cauca (1992); Rosa Ortíz y Ruby Pipicano, en la Elvira, Popayán (1992); Sandra Patricia Vargas, en el Municipio de Villa Vieja, Huila (1995); Bethy Díaz, hizo una clasificación de la colección cerámica del Museo de Historia Natural, Popayán (1996); Marta Hernández, en el Alto Saija (1998) y María Eugenia Orjuela, en el Alto Guachicono (1998).

Una novedad del nuevo Plan de Estudios fue la transformación de la tradicional Antropología Física en la Bioantropología. En sus orígenes, aquella área del conocimiento estuvo relacionada con estudios raciales (serológicos y antropométricos), en comunidades vivas y con el estudio clasificatorio de restos óseos arqueológicos. Los avances de la Genética y otros campos de la Medicina, transformaron las descripciones fisiológicas en investigaciones más especializadas y complejas, relacionadas con la nutrición, la dieta alimentaria, la morbilidad y la mortalidad, que se identificaron con el nombre de Bioantropología, si analizaba sociedades vivas y Bioarqueología, cuando se aplicaba a culturas arqueológicas. En el Plan de Estudios de 1995, por primera vez, se crearon cursos de Bioantropología y Bioarqueología y en el año 1999 se nombró como profesora de esta sección a Elizabeth Tabares, egresada de la Universidad del Cauca, en 1986. El profesor Hugo Portela conformó un grupo de estudiantes para hacer estudios de Bioarqueología: Astrid Lorena Perafán (2001) y Ernesto Rodríguez (2002) hicieron su trabajo de grado en esta área.

Epílogo

La visión de conjunto antes expuesta, sobre la Arqueología hecha en los primeros departamentos universitarios de Antropología, permite hacer un conjunto de reflexiones históricas, sobre los sentidos de realidad que establecieron las primeras promociones de antropólogos y sus proyecciones actuales. Más aún, si se recuerda que las propuestas iniciales de lo que debería ser un Programa de Estudios de Antropología, se hicieron en los años sesenta, década de conflictos sociales, económicos y políticos, de movimientos contraculturales y cuestionamientos marxistas radicales, que produjeron cambios a escala mundial.

La Arqueología no se desconoció en los primeros planes de estudio de los departamentos de Antropología, de las universidades Nacional y de Antioquia, pero, se incluyó, como un área secundaria, que se fue fortaleciendo en las reformas posteriores, de los años setenta. En la Universidad de los Andes, desde la aprobación del primer Plan de Estudios, la Arqueología tuvo un mayor espacio curricular y el impulso de un grupo de investigadores extranjeros, lo que explica que haya tenido una acogida inmediata por parte de los estudiantes, de las primeras promociones.

Una vez superados los conflictos políticos en las universidades públicas y de aprobarse planes de estudio más definitivos, en los años ochenta, la Arqueología ingresó en una nueva etapa, al  lograr un espacio curricular, teórico y práctico, que permitió la formación de una segunda generación de arqueólogos, con la participación de nuevos profesores y la creación de laboratorios de investigación. Los departamentos de Antropología de las universidades de los Andes y Nacional, como era de esperarse, tuvieron un alcance nacional, mientras que en las universidades del Cauca y Antioquia, los estudiantes y los egresados se dedicaron a profundizar los conocimientos de las culturas prehispánicas, en sus respectivos territorios.



En la década de los noventa, el grupo de arqueólogos se incrementó considerablemente. Además del patrocinio de instituciones como la FIAN y el INCIVA, los arqueólogos tuvieron la oportunidad de hacer grandes proyectos de Rescate o Salvamento, financiados por empresas que realizaron obras de infraestructura. La investigación arqueológica que se hizo en los departamentos de Antropología, en los años ochenta, fue programada de acuerdo con unos objetivos académicos y un Plan de Estudios, con una secuencia semestral de cursos. Esta situación se vio alterada con la irrupción de la Arqueología de Rescate en los años noventa. Se puede plantear que esta modalidad marcó el inicio de una nueva etapa en la historia de la Arqueología en Colombia, porque, como sistema de contratación profesional, de carácter privado, terminó dominando en el gremio de arqueólogos. Los proyectos de Rescate no han surgido como parte de una política académica de las universidades, sino como respuesta a un mandato legal que protege el patrimonio arqueológico del país, bajo la responsabilidad del ICAN o Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH). Jurídicamente, los proyectos de Rescate se han hecho entre los investigadores y las empresas constructoras, con la intermediación del ICAN- ICANH, que ha sido la única dependencia oficial autorizada para otorgar las licencias de ejecución de las obras de ingeniería, que impactan el patrimonio arqueológico. 

En varias oportunidades, los departamentos de Antropología han realizado grandes proyectos de Rescate adecuándolos a sus planes de estudio. Hasta cierto punto, se puede decir que las programaciones académicas se han visto abocadas a ajustar sus cronogramas a las etapas de la obra de ingeniería, causándoles problemas a los estudiantes, en el cumplimiento de sus horarios semestrales.

Con la Arqueología de Rescate, las universidades empezaron a solucionar la dificultad que generaba financiar los cursos de Laboratorio de investigación. Ante las limitaciones presupuestales, las universidades públicas se vieron favorecidas, cuando se trataba de grandes proyectos de Rescate, en tanto recibían un porcentaje del presupuesto, por administrarlos.

Desde los años ochenta, los departamentos de Antropología, después de muchos esfuerzos, habían logrado constituir planes de estudio de pregrado, con un apropiado espacio teórico y práctico, correspondiente a las áreas principales de la Antropología, que capacitaban a los estudiantes para hacer un trabajo de investigación, como monografía de grado. Propuesta académica que perduró hasta la aprobación, inicialmente, de programas de maestría, y posteriormente, de doctorado. Al estudiante dejó de exigírsele una investigación como trabajo de grado. La capacitación científica del currículo de pregrado se trasladó a los estudios de posgrado.

Bien se sabe, que los investigadores pioneros del IEN recibieron una formación académica general, no especializada en ninguna de las áreas del conocimiento antropológico; sus primeros trabajos de campo fueron interdisciplinarios. Posteriormente, la mayoría de los pioneros realizaron estudios de posgrado en universidades  norteamericanas, con el apoyo de institutos y fundaciones científicas de este país; unos se dedicaron de tiempo completo a la investigación arqueológica, mientras que otros prefirieron la antropología social aplicada a las comunidades indígenas, campesinas o urbanas. Este primer grupo de antropólogos hizo un trabajo científico, en un momento histórico, en el que la política del Estado colombiano promovió la creación ideológica de una identidad cultural nacional. En este sentido, el patrimonio arqueológico fue fundamental para sustentar el imaginario de una nacionalidad colombiana. Los pioneros, como etnógrafos, también valoraron las culturas de origen americano y africano, en contra de un racismo histórico que las discriminaba. Su contacto directo con la realidad indígena los llevó a tomar actitudes indigenistas, en las que denunciaron el estado marginal y de pobreza en que se encontraban, pensando en que era posible que el gobierno nacional estableciera una política que remediara sus problemas, respetando, al mismo tiempo, sus tradiciones culturales, para integrarlas a la modernidad dominante.

Aunque los pioneros participaron como profesores en la creación de los primeros departamentos de Antropología universitarios, las nuevas tendencias internacionales de la Antropología y la Arqueología, marcaron diferencias con ellos, lo que, en algunos casos, implicó su renuncia. Las primeras promociones de arqueólogos, egresadas de los departamentos de Antropología, tuvieron una orientación teórica y metodológica diferente a la de los pioneros. En su formación fue evidente la influencia de una Arqueología anglosajona, que enfatizaba los estudios medioambientales, multidisciplinarios, con nuevas tecnologías de terreno y  laboratorio; al mismo tiempo, también se debatieron las posiciones teóricas de la Arqueología Social latinoamericana. Para estas nuevas generaciones ya no tuvo mayor sentido pensar en que su trabajo científico contribuía con el imaginario de una identidad cultural nacional.

Hacia los años noventa, los proyectos de Arqueología de Rescate o Salvamento, relativizaron las posiciones teóricas y metodológicas impulsadas en los planes de estudio universitarios. Los términos de referencia de los sistemas de contratación han estado sometidos a la ley de la oferta y demanda laboral. La contratación privada  ha fragmentado la investigación arqueológica en múltiples proyectos particulares, de los que se desconoce su orientación teórica y metodológica, en tanto  los resultados obtenidos en la mayoría de ellos no se han  publicado, ni se han analizado en los medios académicos y científicos.

Una tendencia internacional más reciente, surgida en los espacios universitarios, ha sido la Arqueología llamada Poscolonial o Multicultural, que ha tomado una posición teórica  e ideológica desde la que se ha cuestionado la investigación arqueológica moderna, por considerar que son epistemologías que desconocen a los grupos étnicos investigados. En Colombia, esta posición surgió a partir de la nueva Constitución, aprobada en 1991, en la que, por primera vez, se aceptó, jurídica y políticamente, que Colombia es un país multiétnico o multicultural. La nueva carta constitucional ha permitido a los pueblos indígenas, entre otros, fortalecer una autonomía política, jurídica y cultural, por la que habían luchado históricamente. De manera específica, algunos colegas han planteado que el trabajo científico de los arqueólogos debería estar subordinado a los intereses políticos de los pueblos indígenas; de igual manera, los bienes arqueológicos que hasta el presente han sido protegidos por leyes nacionales, que los han declarado patrimonio histórico de la Nación.

En términos generales, sin lugar a dudas, la investigación arqueológica hecha en Colombia, históricamente ha desempeñado un importante papel, que hoy en día necesita ser  analizado en los espacios académicos y científicos. A diferencia de las escuelas norteamericanas, la Arqueología institucional en Colombia, como en otros países latinoamericanos, desde sus inicios, se caracterizó por recibir influencias internacionales, que a veces se han aceptado acríticamente, o en otras oportunidades, se han adaptado a la situación científica del país, resultando una investigación diversificada con una dinámica propia. Esta situación, en el presente, se ha debilitado, con el dominio de la Arqueología privada o de contrato. Cada arqueólogo está aplicando el enfoque teórico y los procedimientos metodológicos que ha considerado más apropiados. La investigación arqueológica está cumpliendo con un mandato legal, pero, en gran proporción, se desconocen sus contribuciones científicas.

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