Presentar un texto[1] es aceptar que la
escritura es un acto, un deseo, una intención, un instante, es jugar con las
palabras, es permanecer, ante el hastío de la cotidianidad. Escribir es una
necesidad subjetiva que realizamos aunque sepamos que al mismo tiempo que es
algo liberador del espíritu, es también una acción paradójica, cuando
entendemos que el lenguaje limita nuestra libertad, como bien lo dijo Barthes, entonces no puede haber libertad sino fuera
del lenguaje.[2]
La escritura es el arte de las palabras, es el arte de la representación que
nos extraña de la naturaleza y las cosas. El arte de la escritura es una
necesidad que llena el vacío del silencio. Al escribir recreamos la realidad, algo que nos
ayuda a ir más allá de las limitaciones de nuestras identidades. La escritura
es un hacer solitario que reafirma nuestra subjetividad y nos permite inventar
la realidad.
La vida es una secuencia de presentes, sin pasado
ni futuro; es simplemente algo que aceptamos como si estuviéramos aquí y ahora,
en este instante. Leer o escribir es aceptar un impulso que se vuelve una
sublime obsesión que llena nuestra subjetividad. Hay momentos de la vida en que
brota el deseo de escribir sin saber para qué, y al hacerlo es porque
experimentamos sentimientos de tranquilidad, sin miedo a la culpabilidad o al
fracaso.
¿Qué hacer cuando sabemos que no podemos
emanciparnos de nuestras pulsiones, de la necesidad de afectos? Ante nuestras
cotidianas insatisfacciones: ¿Será, que solamente tenemos la alternativa de lo
bello o lo sublime? Escribir es sublimación del arte de amar. Lo sabemos y
seguimos escribiendo. Escribir es nuestro destino, para, posiblemente evitar el
desenlace trágico, aunque presentimos que es una alternativa ante la sinrazón
de nuestro existir. ¿Estamos predestinados a las bellas apariencias, al sufrimiento que ocultan? ¿Estamos condenados
a ser humanos, no divinos ni animales? El destino, a pesar del fin ineludible,
es un misterio, es un espacio-tiempo en el que actuamos. El destino es un
laberinto y como lo pregonó el iluminado Nietzsche, el destino es un eterno retorno de lo idéntico, que
nos puede llevar a la puerta del Instante
de Zaratustra, para volar en éxtasis
creador, como lo han hecho los chamanes, desde tiempos inmemoriales, como
hombres sabios que han podido ir más allá o más acá sin coordenadas, sin
necesidad de ingresar al laberinto, que nos atrapa y nos obliga a recorrerlo
con sus consecuencias trágicas.
Este escrito tiene una motivación subjetiva; he
decidido, como lo anuncia el ángel de la
historia de Benjamin, voltear y mirar con horror (¿o dolor?) las ruinas del
pasado, sin temor, lo que me ha permitido acumular fragmentos para reconstruir
el laberinto de nuestra historia. Cuando empecé a escribirlo, hace varios años,
se fue creciendo rápidamente, al introducirme en una dimensión genealógica;[3] era como si se tratara de
una necesidad existencial para entender el laberinto en que me encontraba. Para
ello, me fui apropiando de lecturas e imágenes simbólicas que se fueron
configurando alrededor de mis inquietudes particulares. En ese entonces,
descubrí que no se trataba de llevar a cabo un proyecto de investigación más,
sino entendí que los fragmentos de escrituras seleccionados tenían una
correspondencia con mi vida y los hilaba, posiblemente para no perderme, como
lo había hecho Teseo con el hilo de Ariadna en el laberinto construido por
Dédalo para el rey Minos, en los tiempos míticos de Creta.
Este texto ha sido posible después de traspasar la
puerta del laberinto de mi mente, para recorrerlo, pero sin tener la certeza de
encontrar la salida al no sentirme poseedor de la espada y el hilo salvador de
Teseo. Tampoco estaba seguro de recurrir al artificio de Dédalo, de construir
alas para volar hacia el cielo y escaparme del laberinto, porque bien sabía que
podía acercarme demasiado al sol y caer al mar, como le había sucedido al joven
Ícaro.
El lector de este escrito podrá percibir que va más
allá de la apropiación intelectiva propia de la lectura de textos e
iconografías del pasado; como arqueólogo sentí la curiosidad de experimentar los
espacios laberínticos en sus contextos originales, que como monumentos habían
sobrevivido al demoledor paso del tiempo. He recurrido a los viajes literarios
y artísticos que me han permitido vivir la experiencia de estar parado en el aquí y el ahora de los libros y las
obras de arte en los que me introducía, y en algunas ocasiones, después de
visitar algunos sitios emblemáticos del Viejo Mundo, como el palacio-convento
del Escorial de Felipe II, la Sagrada Familia de Gaudí y el laberinto pétreo
apenas iluminado por la luz tenue de las bellas vidrieras del azul profundo de
la catedral de Chartres.
Catedral de Chartres (fotografía de Héctor Llanos V., 1997)
En estos momentos no se me olvida aquella mañana,
de aquel día de fría primavera, que tomé el tren de París a Chartres para
conocer su catedral y su misterioso laberinto. Desde la ventana del tren lo
primero que vi fue su monumental silueta con sus dispares torres que brotaban
de la verde campiña francesa y cuando llegamos a la estación, como todos los
turistas, recorrí rápidamente aquellas callejuelas de origen medieval hasta
encontrarme cara a cara con la imponente fachada de piedra gris que me dejó
asombrado. Al tomar la decisión de entrar a su recinto, sentí temor de
abandonar la luz del día e ingresar a la oscuridad de su espacio sagrado, algo
que me recordó las cavernas míticas que servían para ingresar o salir del
inframundo. Al caminar silencioso por sus naves y percibir las losas de piedra
gastadas por el transitar de los peregrinos durante siglos, al dejarme iluminar
por los suaves rayos solares de azul tenue que atravesaban las vidrieras, vi un
hombre joven en posición hermética de adorante, dentro de un círculo de luz
solar que se proyectaba sobre una piedra más oscura que las demás del enlosado,
y me sentí en el medioevo, al recordar que esa laja había sido colocada por el
maestro constructor de la catedral para precisar la dimensión cosmológica de su
gran fábrica, de acuerdo con la orientación solar de la casa de Dios, en la
posición equinoccial. Luego, empecé a buscar el laberinto, que sabía se
localizaba a la entrada de la catedral y al no poderlo visualizar, recurrí a
una anciana para preguntarle dónde estaba y ella, por suerte, al ser una fiel
beata, me respondió, en tono regañón, que estaba parado encima de él, lo que me
desconcertó y me hizo comprender mi actitud, que el laberinto era un espacio
sagrado de dimensiones gigantescas, dibujado herméticamente con lajas sobre
gran parte del piso de la entrada, para ser recorrido, no para ser visto, como
lo habían hecho los cristianos en tiempos medievales, que conocían el argot del
misterio de las catedrales.
Laberinto catedral de Chartres (www.vopus.org)
De igual manera no puedo olvidar mi primer viaje a España.
Me veo parado en la Lonja frente a la imponente fachada de piedra del
palacio-convento de San Lorenzo de El Escorial, iluminada por el cálido sol de
la mañana; después de traspasar el pórtico principal ingresé al patio de Reyes
y ante la fachada de su templo me sentí enclaustrado. Cuando tomé la decisión
de subir por la primera gran escalera no sabía que me estaba introduciendo en
un laberinto pétreo grisáceo, de grandes salones y pequeñas alcobas comunicados
entre sí por galerías y estrechos corredores. Cuando salí de mi recorrido, por
la puerta de la fachada norte, experimenté un alivio, porque al mismo tiempo me
encontraba maravillado y desconcertado, luego de subir y bajar escaleras que me
habían hecho perder mis coordenadas; al
volver a percibir el fresco aire y la brillante luz solar en la explanada,
volví a gozar de una sensación de libertad.
Palacio convento de San Lorenzo El Escorial (fotografía de Héctor Llanos V., 1997))
El
milenario mito del laberinto aún sigue vigente (aunque desacralizado), y
encontrar la salida es todavía un reto difícil para la voluntad del ser humano.
Antes de recurrir a actos heroicos como el de Teseo, es posible hacer una
reflexión arqueológica sobre los discursos de saber-poder escritos alrededor de
él. Aunque parezca una paradoja, la arqueología como saber científico ha estado
ligada al surgimiento y definición de la modernidad, porque ha sido un medio
apropiado con el que ha sido posible identificar y pensar escrituras arcaicas,
acumuladas con el paso de los siglos en el palimpsestus
sobre el que reposan las realidades discursivas de la modernidad.
A pesar
del destino trágico y del Pecado Original, Occidente ha luchado para encontrar
lo verdadero, recurriendo a la alternativa de lo verosímil, expresado en la
creación artística e intelectual. Parece como si el sacrificio del Minotauro no
hubiera sido la acción indicada para salir del laberinto y solucionar los
conflictos del ser humano. El dominio de la razón como la manera apropiada para
la existencia humana ha producido aporías y paradojas, que de generación en
generación, los grandes filósofos han tratado de resolver, para evitar el
desenlace trágico. ¿Es necesario concebir la vida como un laberinto?
Aunque este texto tiene un comienzo mitopoético, en la medida en que iba
avanzando en su escritura comprendí que podía dilatarlo, con la inclusión de
otras obras, cayendo en la trampa del laberinto. Bien sé que son muchos los
fragmentos de textos laberínticos de la historia de los que no me he apropiado,
pero, al fin y al cabo, mi intención no era enciclopédica, sino, satisfacer una
necesidad subjetiva: recuperar lecturas de mi pasado que han perdurado en mi
memoria; yuxtaponer laberintos históricos que han tenido repercusión en mi
formación intelectual, como las escenas de un drama inconcluso, para al final
preguntarme, a manera de epílogo: ¿Necesariamente el devenir es un laberinto? o
¿Existen otras estrategias culturales de concebir la vida? Espero que cada uno
de los lectores de este texto tenga la paciencia de leer los fragmentos que he
recopilado y tener la oportunidad de reflexionar sobre las implicaciones de los
interrogantes que me han acompañado desde hace años.
Laberinto romano
EPÍLOGO: ¿NECESARIAMENTE EL DEVENIR ES UN LABERINTO?
En esta
escritura, a partir de los relatos míticos de Creta, el ejercicio de la
arqueología me ha permitido encontrar enigmáticos laberintos en antiguos
palacios y templos, ya sean podados en hermosos jardines, tallados en piedra, fundidos en metal, pintados
sobre lienzo o grabados en hermosos libros. Se encuentran como monumentos o
iconografías aisladas y por su estilo me ha sido posible conocer en qué época
fueron hechos, como cosas misteriosas. También he localizado textos, casi
siempre escritos en un lenguaje hermético, metafórico, mitopoético o esotérico,
que hablan de laberintos.
Impresiona
constatar que en Occidente los laberintos no son construcciones de un remoto
pasado, sino que han sido una constante histórica y aún siguen construyéndose,
día a día. Como lo dice Corrado Bologna en su presentación de la edición
española de los profundos textos sobre el laberinto, elaborados por Karl
Kerényi, al constatar que existe una laberíntica
bibliografía de Babel sobre el tema (más
de dos mil títulos a principios de los años ochenta del siglo pasado): Toda encarnación del mito en formas nuevas
es así mismo una variación y una interpretación en el sentido musical y
hermenéutico: enriquece, desarrolla, despliega, revela un aspecto más del
mitologema ‘originario’, cada vez más difícil de distinguir, en el bosque de
los signos y de los sentidos que a lo largo de la historia se multiplica en
torno a él. De la tensión con el presente de la interpretación extrae el
‘origen’ de su valor, su dialéctico significado, su historicidad, no
diversamente definible. Al final resulta casi imposible ‘explicar’ el mito volviéndolo
a situar en su ‘origen’, ya que la ‘explicación’ misma es un ‘origen’ nuevo del
sentido.[4]
Todo esto lleva a pensar en que los discursos que interpretan el laberinto
terminan siendo laberínticos, que la mente es un laberinto que construye
falacias laberínticas, en su permanente retornar al origen del drama trágico de
Occidente.
Jorge Luis Borges y el Laberinto (www.edu.ar)
Un
escritor moderno consciente de la mente laberíntica es Jorge Luis Borges (1899-1986).
En varios de sus relatos y poemas se identifican estructuras laberínticas
construidas por la mente de sus protagonistas y en las que se encuentran sin
salida. Borges atrapa al lector, lo introduce de manera magistral en mundos
lógicos y paradójicos. Borges ha conservado en su memoria el arquetipo del
laberinto desde los tiempos de su infancia y como adulto, ante la perplejidad
que siente por su misterio, lo transforma en poético pensamiento lógico, en
metafísica aristotélica, como se lo reveló a María Esther Vázquez en entrevista
realizada en 1973, cuando le preguntó:
-¿Cuándo, dónde y por qué aparece como tema el laberinto?
-Recuerdo un libro con un grabado en acero de las siete maravillas del
mundo; entre ellas estaba el laberinto de Creta. Un edificio parecido a una
plaza de toros con unas ventanas muy exiguas, unas hendijas. Yo, de niño,
pensaba que si examinaba bien ese dibujo, ayudándome con una lupa, podría
llegar a ver el Minotauro. Además, el laberinto es un símbolo evidente de
perplejidad, y la perplejidad, el asombro del cual surge la metafísica según
Aristóteles, ha sido una de las emociones más comunes de mi vida, como lo fue
de Chesterton, quien dijo: todo pasa, pero siempre nos queda el asombro, sobre
todo el asombro ante lo cotidiano. Yo, para expresar esa perplejidad, que me ha acompañado a lo largo de la vida y
que hace que muchos de mis propios actos me sean inexplicables, elegí el
símbolo del laberinto, o, mejor dicho, el laberinto me fue impuesto, porque la
idea de un edificio construido para que alguien se pierda es el símbolo
inevitable de la perplejidad. He ensayado distintas variaciones sobre ese tema,
que me han llevado al Minotauro y a cuentos como La casa de Asterión, Asterión
es uno de los nombres del Minotauro. Luego el tema del laberinto se encuentra
de un modo muy notorio en La muerte y la brújula, en diversos poemas de los
últimos libros míos y en uno que voy a publicar hay también un poema breve
sobre Minotauro.[5]
Más allá
de la fantasía infantil de encontrarse con el Minotauro, Borges ha descubierto
que el laberinto es la perplejidad o capacidad de asombro de la mente humana de
la que surge el pensamiento metafísico, que no necesariamente crea realidades
explicables, sino, también, actos inexplicables. Para Borges el laberinto no es
una construcción externa a la mente, sino algo que le fue impuesto, porque la idea de un edificio construido
para que alguien se pierda es el símbolo inevitable de la perplejidad.
Biblioteca de El Escorial (fotografía de Juan Camilo Sanclemente, 1997)
La biblioteca de Babel es una laberíntica fábrica literaria,
construida en términos lógicos y paradójicos, geométricos y matemáticos. Borges
empieza su narración afirmando: El
universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido y
tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en
el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono, se ven los
pisos inferiores y superiores: interminablemente. En la Biblioteca de Babel
hay contenedores de libros regulados matemáticamente: A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles;
cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es
de cuatrocientas diez páginas, de cuarenta renglones; cada renglón de unas
ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro;
esas letras no indican o prefiguran lo que dicen las páginas.[6]
Para
encontrar una solución a la ilimitada Biblioteca, Borges, como arquitecto del
pensamiento infinito, establece dos axiomas, o verdades que no necesitan ser
explicadas: El primero: La Biblioteca
existe ab aeterno. De esa verdad cuyo corolario inmediato es la eternidad
futura del mundo, ninguna mente saludable puede dudar. El segundo axioma
es: El número de símbolos ortográficos es
veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una
teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que
ninguna conjetura había descifrado: La naturaleza informe y caótica de casi
todos los libros. Uno de estos enigmáticos libros: (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la
página penúltima dice oh tiempo tus pirámides.[7]
Uno de
los antiguos bibliotecarios descubrió la ley fundamental de los signos de la
escritura alfabética que potencializa el conocimiento total y universal,
contenido en la Biblioteca:
Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean,
constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós
letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han
confirmado: No hay, en la vasta Biblioteca, no hay dos libros idénticos. De
esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus
anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos
símbolos ortográficos (número aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que
es dable expresar: en todos los idiomas.[8]
Al final
del relato, Borges encuentra una solución lógica al problema paradójico del
conocimiento que simboliza la Biblioteca
de Babel, como el
Universo-laberinto del conocimiento: La
Biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en
cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes
se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden. El Orden). Mi
soledad se alegra con esa elegante esperanza.[9]
Es claro
que para Borges, la mente, que ante la perplejidad se inventa realidades
metafísicas, es laberíntica; pero: ¿Qué significa Asterión para Borges? ¿Qué
hace Borges con el Minotauro o Asterión? ¿Está de acuerdo con Teseo? En el
cuento La casa de Asterión, este
monstruo se define así mismo, de la siguiente manera dialéctica:
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda
transmitir a otros hombres, como el filósofo, pienso que nada es comunicable
por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida
en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la
diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido
que yo aprenda a leer. A veces lo deploro, porque la noche y los días son
largos.[10]
Asterión
no es un filósofo, es un solitario analfabeto, además de ser acusado de
soberbio y tal vez, de misántropo y loco. Estos rasgos de personalidad lo
condenan o justifican su muerte sacrificial por parte del apolíneo Teseo;
sacrificio que Borges transforma en la redención de una culpa (su ignorancia),
o en el deseo de Asterión, porque la muerte es la manera de liberarse de la
soledad a la que ha sido condenado, en su casa laberíntica. Borges, termita su
relato, con las siguientes palabras de Teseo, después de haber matado al
Minotauro: ¿Lo creerás Ariadna? -dijo
Teseo- El Minotauro apenas se defendió.
Otro escritor que se dejó provocar por el misterioso laberinto fue Julio Cortázar (1914-1984); a diferencia de Borges decidió recrear el mito arquetípico con otra mirada; en lugar de un cuento lógico, prefirió escribir un bello poema en prosa dramatizado, que tituló, curiosamente, Los reyes (1949). En realidad, Cortázar comprende que el mito es un drama en el que más que un desenlace trágico, como consecuencia del sacrificio de una víctima, por parte de un héroe, lo que propone es un juego dialógico, en el que el Minotauro, aunque sacrificado por Teseo y a pesar de ser un monstruo, está enamorado de Ariana (Ariadna) y es poseedor de una aguda inteligencia y sensibilidad poética humanas.
Teseo matando al Minotauro, mosaico romano
Otro escritor que se dejó provocar por el misterioso laberinto fue Julio Cortázar (1914-1984); a diferencia de Borges decidió recrear el mito arquetípico con otra mirada; en lugar de un cuento lógico, prefirió escribir un bello poema en prosa dramatizado, que tituló, curiosamente, Los reyes (1949). En realidad, Cortázar comprende que el mito es un drama en el que más que un desenlace trágico, como consecuencia del sacrificio de una víctima, por parte de un héroe, lo que propone es un juego dialógico, en el que el Minotauro, aunque sacrificado por Teseo y a pesar de ser un monstruo, está enamorado de Ariana (Ariadna) y es poseedor de una aguda inteligencia y sensibilidad poética humanas.
Los reyes es un breve poema
dramático estructurado, según parece, en un solo acto con cinco escenas. A
excepción de la tercera escena, que podríamos llamar el monólogo de Ariana, las
cuatro restantes son diálogos entre Minos y su hija Ariana, entre Minos y
Teseo, entre éste y el Minotauro y la escena final, entre la bestia humana que
agoniza y un anónimo citarista. Los diálogos, que recuperan el espíritu poético
de la tragedia griega original, le permiten a Cortázar caracterizar en sus
intereses a cada uno de los protagonistas, estableciendo un giro interpretativo
diferente: Ariana, como representante de lo femenino, tiene el privilegio del
monólogo en el que expresa su amor, no por Teseo, sino, por su hermano, el
Minotauro. Se puede pensar que la protagonista principal, o la que teje la
trama dramática, es Ariana.
Ariadna dormida, Museo Vaticano, Roma
La
preocupación de Minos es la culpa y el temor obsesivo al laberinto que vive en
sus sueños (o pesadillas), como rey poderoso (y como padre), generado por
el Minotauro, engendrado por su infiel esposa, la reina Pasifae, como se lo dice a su
hija Ariana:
Allí mora, [en el
laberinto] legítimo habitante, esta
tortura de mis noches, Minotauro insaciable. Allí medita y urde las puertas del
futuro, los párpados de piedra que su sagaz perfidia alza contra mi trono en la
muralla. Mis sueños aguzados de astas. Todo remo me es cuerno, toda bocina
mugir. ¡Minotauro, hijo de reina ilustre, prostituida! Nadie hallará el
artificio armonioso capaz de medir sin engaño un temor de rey.
Minotauro, silencio en asecho, signo de mi poder sobre la concavidad del
mar y sus ramos de azules islas. Testimonio vivo de mi fuerza, del filo
abominable de la doble hacha. ¡Sí, preso y condenado para siempre! Pero mis
sueños entran al laberinto, allí estoy solo y desceñido, a veces con el cetro
que se va doblando en mi puño. Y tú adelantas, enorme y dulce, enorme y libre.
¡Oh sueños en que ya no soy el señor![11]
Ariana no
está preocupada por las angustias de poder de su padre, sino que le pregunta,
por qué le tiene miedo, y le reclama su sentimiento como hermana del Minotauro, al ser hijos de la
misma madre: Los dos nos modelamos en el
seno de Pasifae. Los dos la hicimos gritar y desangrarse para arrojarnos a la
tierra.[12]
Más adelante, Ariana, en su monólogo, después de haberle entregado el ovillo
salvador a Teseo, expresa sus miedos, como hermana del Minotauro e hija de
Pasifae, al comprender que es poseedora del secreto amor fraternal prohibido y
esperar el desenlace funesto que le depara el destino:
No sabré ya nunca por qué su prisión alza en mí las máquinas del miedo.
Tal vez entonces comprendí que estaba envuelto en una existencia ajena a la del
hombre. Los hermanos parecen menos hombres y menos vivos, imágenes adheridas a
la nuestra, apenas libres. Duele decir: hermano. ¡Lo es tan poco, turbio
anochecer de nuestra madre! ¡Oh Minotauro, no quiero pensar en Pasifae, tú eres
el Toro, el cabeza de toro recogido y amargo! Y alguien marcha contra ti
mientras mi ovillo decrece, vacila, brinca como un cachorro en mis manos y
bulle quedamente […]
[…]
Sólo yo sé. ¡Espanto, aleja esas alas pertinaces! ¡Cede lugar a mi
secreto amor, no calcines sus plumas con tanta horrible duda! ¡Cede lugar a mi
secreto amor! ¡Ven, hermano, ven, amante al fin! ¡Surge de la profundidad que
nunca osé salvar, asoma desde la hondura que mi amor ha derribado! ¡Brota asido
al hilo que te lleva el insensato! ¡Desnudo y rojo, vestido de sangre, emerge y
ven a mí, oh hijo de Pasifae, ven a la hija de la reina, sedienta de tus belfos
rumorosos!
El ovillo está inmóvil. ¡Oh azar![13]
Antonio Canova, Teseo y el Minotauro, Museo Victoria y Alberto, Londres (1781)
Teseo es
desnudado como héroe apolíneo. El diálogo que establece con Minos, es de poder,
es un diálogo entre dos reyes rivales, que se recriminan mutuamente, entre el
heredero del trono de Atenas y el rey de Creta; en el fondo los dos son
parecidos, ambos necesitan liberarse del Minotauro, como ser libre victimizado,
como un acto de prepotencia. (Es posible, que Cortázar, por este motivo, haya
llamado su hermoso drama, Los reyes).
A Teseo, más que el amor de Ariana, (quien es ofrecida por su padre como
recompensa y alianza de poder entre Creta y Atenas), le importa liberarse de la
condena a que están sometidos los atenienses; así lo expresa en la parte final
de su diálogo con Minos:
Teseo
Ya ningún monstruo vivo.
Minos
Sólidos nuestros tronos.
Teseo
Ningún monstruo vivo. Solamente los hombres.
Minos
Los hombres sostén de los tronos.
Teseo
Y tú me darías a Ariana.
Minos
Mira si nos parecemos.[14]
Como era
de esperarse, el diálogo entre Teseo y el Minotauro es entre un héroe mítico,
que siente la seguridad de su espada y de su destino, y un ser que ha sido privado
de su libertad, cuando fue encerrado en el laberinto; por eso, el Minotauro le
responde que extraña la poesía del sol, del hilo de agua que permite salir
hacia el bello mar de Creta:
Habrá tanto sol en los patios del palacio. Aquí el sol parece plegarse a
la forma de mi encierro, volverse sinuoso y furtivo. ¡Y el agua! Extraño tanto
el agua, era la única que aceptaba el beso de mi belfo. Se llevaba mis sueños
como una mano tibia. Mira qué seco es esto, qué blanco y duro, qué cantar de
estatua. El hilo está a tus pies como un primer arrollo, una viborilla de agua
que señala hacia el mar.[15]
Cuando el
Minotauro descubre que Ariana le ha entregado el hilo salvador a Teseo, vuelve
a sentirse otra vez prisionero en el laberinto, porque Ariana para él es el mar
que tanto desea; esto no implica que sea un cobarde, como el arrogante Teseo se
lo recrimina; no le ofrece resistencia, sino que se deja matar, para liberarse
del aislamiento y la soledad a que ha sido sometido, injustamente; por eso, le
revela un secreto laberíntico, que Teseo ignora:
Estoy decidido. Desde un repentino separarse de aguas en lo hondo, la
libertad final se adelanta en el filo que nace de tu puño. Qué sabes tú de
muerte, dador de la vida profunda.
Mira, sólo hay un medio para matar los monstruos: aceptarlos.[16]
De todas
maneras, el Minotauro, cuando Teseo lo hiere mortalmente, sigue con la ilusión
de su amor por Ariana:
Minotauro
Ariana, en tu profundidad inviolada iré surgiendo como un delfín
azulísimo. Como la ráfaga libre que soñabas vanamente. ¡Yo soy tu esperanza!
¡Tú volverás a mí porque estaré instaurado, incitante y urgido, en tu
desconcertada doncellez de sueño!
Teseo
¡Inclínate más!
Minotauro
¡Ah, qué torpemente heriste!
Teseo
Te desangras con suavidad y sin sentirlo.
Minotauro
Mi sangre sabe a adelfas, se me va entre los dedos llena de pequeños
soles movientes.
Teseo
¡Calla! ¡Muere al menos callado! ¡Estoy harto de palabras, perras
sedientas! ¡Los héroes odian las palabras!
Minotauro
Salvo las del canto de alabanza.[17]
En los
tiempos mitopoéticos de Creta, Teseo, al matar al Minotauro, realizó un acto
heroico que ha sido interpretado como el triunfó de lo apolíneo sobre lo
dionisíaco. El laberinto de por sí es una trampa del destino, porque una vez
traspasada su puerta de entrada es obligatorio recorrerlo para matar al
Minotauro y con la ayuda del hilo de Ariadna volver a encontrar la puerta de
salida, por la que se había entrado.
Desde el
siglo XIX se han producido cambios acelerados con respecto al origen sagrado de
la tragedia y la comedia, en tiempos clásicos. Joseph Campbell recuerda que el
conde León Tolstoi inició su novela Ana Karenina con estas ominosas palabras: Las familias felices son todas iguales; las
que no lo son, tienen su propia manera de infelicidad. Además, que la
sociedad ha producido una literatura realista y valerosa, que muestra el
carácter enfermizo de la tragedia en la modernidad, con sus insatisfacciones,
desilusiones y fracasos, en donde ya no tienen sentido el cuento de hadas
infantil de la felicidad, el mito, ni las comedias divinas de la redención,
como si lo tuvieron, como verdades profundas y difíciles, en un antiguo pasado:
La literatura moderna se ha dedicado en gran parte a hacer una
observación valerosa y exacta de las figuras enfermizas y rotas que pululan
ante nosotros, a nuestro alrededor y en nuestro interior, donde se ha reprimido
el impulso natural de protestar en contra del holocausto, de proclamar las
culpas o anunciar las panaceas, ha encontrado realización la magnificencia de
un arte trágico más potente para nosotros que el arte griego: la tragedia
realista, íntima e interesante desde varios aspectos, de la democracia, donde
se muestra al dios crucificado con su cara lacerada y rota en las catástrofes
no sólo de las grandes casas sino de los hogares más comunes. Y no hay ninguna
creencia hecha sobre el cielo, la futura felicidad y la compensación para
sobrellevar la majestad amarga, sino la oscuridad más absoluta, el vacío de la
insatisfacción, que reciben y se comen las vidas que han sido expulsadas del
vientre sólo para fracasar […] Demasiado bien sabemos cuánta amargura de
fracaso, de pérdida, de desilusión y de insatisfacción irónica circula en la
sangre hasta de los seres más envidiados del mundo. De ahí que no estemos
dispuestos a asignar a la comedia el alto rango de la tragedia. La comedia como
sátira es aceptable, como diversión es un agradable medio de escape, pero el
cuento de hadas de la felicidad ya no puede ser tomado seriamente en cuenta;
pertenece a la “tierra del nunca jamás” de la infancia, protegida de las
realidades que bien pronto serán conocidas en forma terrible; así como el mito
del cielo eterno sólo tiene vigencia para los viejos, cuyas vidas están detrás
de ellos y cuyos corazones tienen que ser preparados para pasar el último
portal del tránsito a la noche; pero ese serio juicio occidental moderno está
fundado en un malentendido total de las realidades representadas en el cuento
de hadas, en el mito y en las comedias divinas de la redención. Estas, en el
mundo antiguo, se consideraban de más alto rango que la tragedia, de verdad más
profunda, de realización más difícil, de estructura más sólida y de revelación
más completa.[18]
Las dos
grandes guerras mundiales del siglo XX significaron millones de víctimas y el
arrasamiento de ciudades, que pusieron en evidencia el derrumbe de los
tradicionales y hegemónicos valores morales cristianos y la desacralización del
destino de la tragedia clásica. En la civilización moderna, fundamentada en el
devenir de la razón científica, paradójicamente, se ha creado un vacío de
tiempo y espacio tanto mítico como histórico; los mitos de la antigüedad ya no
poseen la energía profunda del arcano misterio de la palabra y el ritual
mitopoéticos. El acelerado proceso de la ciencia y la tecnología ha globalizado
los desarrollos y conflictos de los sistemas económicos, políticos y sociales
estatales de jurisdicción nacional, lo que ha afectado la compleja diversidad
cultural, las maneras de pensar, sentir y actuar de los miles de millones de
habitantes que habitan la Tierra.
La
revolución científica iniciada con el giro
copernicano del siglo XV ha producido en las centurias posteriores grandes
transformaciones en los pensamientos filosóficos y en las doctrinas religiosas,
con sus repercusiones directas en la economía y los sistemas políticos y
sociales. El auge de la nueva ciencia (positiva y experimental) con su
acelerado desarrollo tecnológico, aplicable en todos los campos del saber, han
terminado sustentando la modernidad. Los especializados campos del conocimiento
científico han desquebrajado el viejo orden político y social y cuestionado las
cosmovisiones que se habían consolidado en siglos anteriores. El saber poder
científico moderno con sus aplicaciones tecnológicas ha rebasado el dogmático
saber ontoteológico cristiano, que durante siglos había justificado el sistema
mundo dominante. Su éxito como saber radica en que no solamente tiene la
pretensión filosófica de explicar la realidad, de imponerse como lo verosímil,
de sustituir a Dios-mundo, sino, sobre todo, por ser conocimientos positivos
con implicaciones tecnológicas lucrativas, de los que dependen el sistema
económico globalizado y los medios masivos de comunicación global.
Cada día
que pasa son más admirables los descubrimientos producidos por las ciencias
positivas y sus tecnologías innovadoras: la revolución cuántica, la
nanotecnología y la biotecnología. Aunque es necesario distinguir la admiración
por los avances científicos y tecnológicos logrados por los científicos en
especializados laboratorios, de la admiración por sus aplicaciones económicas y
sus repercusiones políticas, sociales y culturales. Es difícil no sentir
asombro por la revolución científica moderna y por los alcances de los medios
de comunicación masiva como acceso a la información y al intercambio de
mensajes, de manera abierta e inmediata, pero también es importante analizar
los efectos o consecuencias, que la admiración por este conocimiento, está
produciendo a escala mundial.
El saber
poder de la ciencia con sus aplicaciones tecnológicas está reemplazando los
tradicionales medios de comunicación por unas poderosas redes sociales mundiales,
virtuales y colectivas. En el siglo XX, los complejos saberes ancestrales han
sido sustituidos por voces e imágenes atractivas, instantáneas de programas de
radio, televisión, cine, videos y telefonía celular, ahora computarizados y
mediatizados con fines mercantiles en una sociedad en la que se imponen los
valores del éxito individual, el enriquecimiento y el consumo obsesivo.
Antes de
dichos descubrimientos científicos modernos se educaba o adoctrinaba a las
personas de manera presencial, de generación en generación; el grupo social
minoritario que sabía leer y escribir tenía el privilegio de acceder a los conocimientos
como un saber que lo capacitaba para gobernar. En la actualidad, aunque la
mayoría de las personas han sido alfabetizadas, se ha producido una situación
paradójica, porque la lectura tradicional de textos, que permitía un
aprendizaje memorístico o reflexivo, se ha visto desplazada por los avanzados
medios tecnológicos de comunicación masiva. La lectura de un texto exige
dedicarse exclusivamente a esta actividad, algo que está siendo reemplazado por
la actitud pragmática de escuchar la radio. En este sentido, muchas personas,
aunque alfabetizadas o ilustradas, prefieren y dedican mucho más tiempo a
escuchar los programas radiales que a leer textos impresos o digitalizados. A
diferencia del lector, el radioescucha es un receptor pasivo que se apropia de
manera más emocional que reflexiva, de los diversos mensajes ideológicos que
escucha.
Las
invenciones de la fotografía y el cine alteraron las tradicionales costumbres y
la manera de comunicarse con el lenguaje, el individuo con su comunidad. El
invento del cinematógrafo ha sido llamado con justa razón el séptimo arte, por su potencial poder creativo y persuasivo que
le permite a cada uno de los espectadores soñar
despiertos, mientras dura la proyección de la película, en la oscuridad de
las salas. El cine, como los sueños, manipula deseos, temores e ideas con los
que se pueden identificar los espectadores. Situación que se incrementó con el
avance tecnológico de la televisión que irrumpió como la radio, en la
privacidad de todos los hogares, como algo continuo y permanente.
El poder
de comunicación de la televisión es más eficiente que el de las salas de cine,
al transmitir simultáneamente diversas programaciones, en múltiples espacios y
a cualquier hora. La televisión con su poder persuasivo de la imagen sonora y
móvil se distingue de la radio porque exige observarla y escucharla, de tal
manera, que no permite hacer otras actividades, pero también, a diferencia de
la lectura de libros, los individuos que la observan y escuchan son receptores
atentos, ensimismados, más emocionales que intelectivos. Leer un libro
mentalmente o en voz alta permite imaginar (inventar) el discurso leído, si se
trata de un texto literario, o reflexionar (apropiarse) de su contenido si se
trata de un texto conceptual o ideológico. La inmediatez y premura de la
televisión y la radio no dan tiempo a la imaginación o a la reflexión. Son
medios virtuales que transmiten sin establecer un diálogo entre el emisor y el
receptor; en este sentido han logrado el poder hegemónico de comunicar los
discursos retóricos modernos que definen virtualmente lo que es la realidad y
las pautas de comportamiento de millones de personas, en todo el Mundo, de
manera instantánea y permanente.
El
interés comercial presente en todos los medios de comunicación masiva cada vez
más condiciona los contenidos de los programas de radio y televisión. Como lo
establece la divisa de la modernidad, el
fin justifica los medios. La privatización de dichos medios ha subordinado
la transmisión de noticias, información científica y cultural, a los intereses
políticos y económicos de las pautas comerciales de las empresas o
instituciones que los patrocinan. Lo que prima es el rating de los programas establecido de manera aleatoria por los
mismos productores o patrocinadores de los programas: el rating construye un imaginario, no representa la opinión de la
mayoría del público receptor, aunque en apariencia se haga creer lo contrario,
por su efecto masificador.
Los
avances científicos mediáticos han relativizado o casi anulado las dimensiones
espacio-temporales tradicionales. La percepción del día y la noche ha sido
trastornada. Con el recurso de los transmisores satelitales, los especializados
medios de comunicación masiva emiten sus contenidos de manera ininterrumpida
las veinte y cuatro horas del día, sin diferenciar las diurnas de las
nocturnas. La inmediatez ha incrementado el deseo de consumo de la programación
y de hecho ha relativizado o banalizado sus contenidos, ahora transformados en
productos de consumo que se emiten desde un contexto homogeneizador, que
establece el dueño del medio de comunicación, de acuerdo, más que todo, con sus
intereses políticos y comerciales. En esta medida se ha llegado a una situación
en la que el pensar, el sentir y el actuar de la mayoría de los seres humanos
depende del sentido de realidad y verosimilitud que generan los medios de
comunicación mundiales.
En la
historia universal la producción y circulación de conocimiento estuvo
restringida durante milenios a un sector social privilegiado. La modernidad
alcanzó de manera inmediata con la Internet, lo que se propusieron los
ilustrados enciclopedistas del siglo XVIIII, crear el acceso sistemático a la
mayor acumulación de conocimiento e información posible (La Enciclopedia). Paradójicamente, los eficientes e instantáneos
medios de comunicación no han sido creados con el fin primordial de generar
procesos de reflexión intelectiva o creación artística, sino, más que todo,
para reproducir, imitar y consumir los diversos contenidos en la red
informática (globalización).
En el
mito de la caverna de Platón, la mente como fuente de luz del saber metafísico
que proyecta la realidad como sombras sobre la pared de una oscura caverna, ha
sido reemplazada por un receptor ordenado por programas computarizados, que
muestran ideales, sentimientos, deseos y divulgan conocimientos. El
laberinto en la actualidad es la Internet,
que convierte la realidad fenoménica en un mundo virtual, con un acceso directo
en línea (blackberry, e-mail, facebook, twitter,
ipod y ipad tablets) para navegar, no por la plenitud poética de la mar Océana,
sino por diversas rutas o carreras virtuales, que no conducen a un centro donde
la mente pueda encontrar la fuente de su
propio ser o la esencia de su propia
naturaleza, al diluirse o perderse el navegante en una maraña de
informaciones heterogéneas y fragmentadas o mercantilizadas y banalizadas, la
mayoría de las veces.
La
economía mundial del siglo XXI y la estabilidad social y política global
dependen en primera instancia de los descubrimientos científicos a través de
sus innovaciones tecnológicas, que económicamente siguen privilegiando la
acumulación de riquezas por intermedio del incremento de la producción y el
consumo acelerado de información, mercancías y otros bienes culturales
banalizados, la mayoría de ellos. Hoy en día domina la realidad virtual; al
mundo se lo gobierna por intermedio de los avanzados medios de comunicación
masiva: lo que no aparezca en dichos medios es como si no tuviera una
existencia real. Relación de dependencia peligrosa porque la línea de frontera
entre las realidades on-line y out-line se diluye o es fantasmagórica.
Los comportamientos humanos individuales y colectivos están predeterminados en
un gran porcentaje por las realidades discursivas virtuales (textos e imágenes
sonoras) manipulables. Situación que se facilita por el estrés de tiempo
inherente a la acelerada vida moderna: el
tiempo es oro y por lo tanto hay que aprovecharlo al máximo, para poder
subsistir o alcanzar un mayor rendimiento, que se reconoce como el éxito
individual.
La
globalización científica y tecnológica ha traspasado las fronteras y las
economías nacionales, imponiéndose una economía mundial capitalista cuya
estabilidad depende de la obsesiva competitividad entre unos cuantos monopolios
transnacionales. Esto no ha significado que las históricas desigualdades en los
desarrollos económicos y políticos hayan desaparecido. Las nuevas generaciones
de profesionales y de obreros pueden capacitarse y trabajar en distintos
países. Ya es una imperiosa necesidad aprender otra lengua de cobertura
internacional, diferente a la materna, lo que está rompiendo los aislamientos
culturales y fomentando intercambios, integraciones o competencias
multiculturales, que generan tensiones o conflictos étnicos y sociales, por su
carácter discriminatorio. A los conflictos internacionales causados por el
control de recursos energéticos como el petróleo se le integran diferencias
étnicas, en las que brotan las tradicionales divergencias religiosas entre los
tres grandes monoteísmos: cristianismo, islamismo y judaísmo.
Laberinto de jardín inglés (tectonicablog.com)
En el
siglo XX, el laberinto ha sido despojado de sus misterios simbólicos, es un
laberinto virtual, en el que el individuo al introducirse en él no busca su
centro o la salida a la realidad externa, sino que se queda atrapado en una
dimensión espacial inagotable que le permite informarse, jugar con el
conocimiento y manifestar, sobre todo, sus estados emocionales maníacos, sus
deseos sin satisfacciones corporales o plenitudes espirituales.
Cada vez
más, en su vida cotidiana, en sus hogares, oficinas y sitios públicos, el
sujeto se encuentra la mayoría del tiempo controlado y asediado por cámaras de
video y pantallas de proyección (privadas y colectivas) que lo vigilan y
atemorizan, que le transmiten un mundo imaginario que lo seduce, al mismo
tiempo que le configura su peculiar realidad social y cultural; su cerebro se
ve condicionado a responder simultáneamente a diversos estímulos electrónicos,
de manera inmediata.
Es cierto
que el individuo puede establecer diálogos virtuales instantáneos (escritos, sonoros
y visuales) con personas conocidas o extrañas, en los que están presentes sus
palabras e imágenes, pero están ausentes sus cuerpos. La acción creativa y
reflexiva, propia del diálogo, la escritura o la lectura, necesariamente no
desaparece pero se ve abocada a la mediatez electrónica, que estimula y exige
respuestas rápidas y limitadas. La seducción y las tensiones naturales del
diálogo real entre sujetos corporales, siguen siendo algo innato a la condición
humana, pero ahora se han visto interferidas por medios virtuales, lo que
produce una insatisfacción, una sensación de vacío temporal, espacial y
emocional, de no presencia del atractivo corporal del otro: los cuerpos de los
que se comunican están ausentes, son una realidad virtual. Las consecuencias de
esta manera de comunicarse ya se aprecian en el pathos de la mayoría de los habitantes y sobretodo identifican los
rasgos de personalidad de las nuevas generaciones, que desde la infancia han
establecido contacto permanente con equipos electrónicos interactivos:
eficiencia, ensimismamiento y estrés.
La
Internet alcanzó lo que se propusieron los constructores de la torre de Babel
del Antiguo Testamento, unir el cielo con la tierra, pero de acuerdo con lo
narrado en la Biblia, el poder de la palabra de Dios ha sido sustituido por el
lenguaje de los especializados medios de comunicación. El lenguaje codificado
de los ordenadores con su poderosa fuerza tecnológica tiene la intención de
colonizar las diversas lenguas, de imponer sus reglas del juego, como lo dijo
Wittgenstein. Esta colonización lingüística electrónica ha logrado una mayor
eficiencia en comparación con la llevada a cabo durante siglos, desde los
tiempos de Alejandro Magno, por las civilizadas
metrópolis en sus expansiones imperiales a los continentes bárbaros y salvajes. Los poderosos sistemas de gobierno
contemporáneos saben que para gobernar el mundo, además de las especializadas
guerras con armas de avanzada tecnología, cada vez más son indispensables, por
su eficacia, los masivos sistemas de comunicación activados las veinte y cuatro
horas de cada día del año, en los receptores privados y públicos.
En el
siglo XXI, con la biotecnología ya es posible manipular los genes humanos,
vegetales y animales. La manipulación de las células en especializados
laboratorios ya es una realidad: la fertilización in vitro y la clonación de seres vivos, entre los cuales se
encuentra el ser humano. Además, los científicos están creando elementos
celulares sintéticos que pueden sustituir los componentes naturales vitales. Si
la aplicación tecnológica de los conocimientos modernos ha generado la
irracionalidad económica de la contaminación y destrucción de la Naturaleza,
alterando cada vez más el clima y consumiendo o destruyendo los recursos
naturales, ¿qué se puede esperar de la manipulación de los principios naturales
que originan la vida y causan la muerte? Los patrocinadores de la investigación
científica responden que con la biotecnología se solucionan los problemas del
hambre y se combaten las enfermedades, pero encubriendo que las consecuencias a
largo plazo de estos avances se desconocen, y que ellos responden a intereses
económicos y políticos específicos que compiten en una sociedad capitalista
mundial, en la que el crecimiento económico ha significado mayores ganancias
para los dueños de la economía, al mismo tiempo que ha incrementado la miseria
en los sectores sociales desposeídos. Más aún, cuando se conoce que así como la
civilización y la barbarie son las caras de la misma moneda, también lo son la
pobreza y la riqueza. ¿Es posible mantener la confianza en un sistema económico
y político globalizado que no resuelve la pobreza, y condena a la desnutrición,
al sufrimiento y a la muerte a millones de seres humanos? La racionalidad
económica moderna genera desconfianza al tener entre sus objetivos dominar la
Tierra y el Universo y la pretensión divina de crear vida artificial o al menos
de alargar el ciclo vital natural, de volver una realidad el ancestral
imaginario de La fuente de la eterna
juventud o de construir, a manera de retorno, la falacia del Paraíso perdido: ¿Para quién? ¿Con qué
finalidad?
La
ciencia moderna ha relativizado o desplazado saberes y creencias milenarios.
Las sociedades antiguas al crear sus cosmovisiones de carácter mágico, religioso
o filosófico comprendieron las potencialidades y limitaciones del ser humano;
aceptaron la existencia de energías naturales más poderosas o de dioses con
poderes sobrenaturales, a los que respetaron y les rindieron culto porque
creyeron que de ellos dependía todo lo existente. Por intermedio de estos
poderosos seres vinculados al arquetipo del Padre o la Madre creadores se
lograron respuestas a los enigmáticos interrogantes sobre el origen de la vida
y el Universo; conjunto de creencias que le daba sentido a la vida y a la
muerte. En el presente, millones de personas todavía siguen creyendo en la
presencia de un ser divino, porque más allá de la tecnología moderna, no tienen
otra alternativa que su fe religiosa para alimentar la esperanza de redención
de sus empobrecidas vidas, alimentadas, en muchos casos, por charlatanes;
creencias que ahora están acompañadas de las estrellas rutilantes de banales
héroes mitificados por los medios de comunicación masiva, que a diferencia de
los héroes de la antigüedad, ahora son invenciones desacralizadas y
mercantilizadas, que guían sus deseos y alimentan sus esperanzas.
Los seres
humanos, por instinto como los demás especies animales y por consciencia
necesitan de un padre y una madre, imagen arquetípica que ha estado presente en
todas sus elaboraciones culturales y en todos sus modelos de organización
social, política y económica. En la modernidad, el conocimiento científico ha
posibilitado que individuos o sistemas económicos y políticos transnacionales
se atribuyan el rango de los progenitores biológicos y divinos y se apropien de
los derechos de autor de la
biodiversidad, con fines comerciales, sustituyendo lo que por tradición eran
considerados derechos sagrados o bienes culturales ancestrales.
Con la
reflexión arqueológica además de encontrar laberintos también es posible
descubrir realidades culturales que plantean soluciones a los conflictos
sociales y culturales distintas al destino trágico de Occidente, generado por
las tensiones entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Este es el caso de las
sociedades chamánicas que modifican sus estados de conciencia de diversas
maneras, logrando soluciones diferentes a los conflictos de la condición
humana. Son respuestas culturales que no separan el cuerpo del alma, que no
niegan, reprimen o subliman los conflictos humanos; dichas sociedades al
aceptar que la gente hace parte de una sola realidad cósmica (no de un mundo
globalizado), encuentran creativas explicaciones y soluciones, en su contexto
original, sin necesidad de entrar al laberinto como lo hizo Teseo. Los chamanes
del pasado y del presente han sido y son guerreros del espíritu que aún luchan
por mantener a sus comunidades, en medio de las energías que generan la vida,
las enfermedades, las catástrofes, el sufrimiento y la muerte. Para ellas, no
se trata de la manía de guerrear para destruir y volver a construir, sino para
crear el arte de la mantica, para
resolver los conflictos, en medio de tensiones y desequilibrios innatos a la
naturaleza humana. Son culturas que no han sentido la necesidad de construir
los laberintos de la tradición Occidental, con sus falaces salidas o soluciones
lógicas y moralizantes, porque al volver a sus orígenes cósmicos, en sus
estados de éxtasis, han revitalizado sus vidas de manera permanente, sin tener
la necesidad de recurrir al eterno
retorno de lo mismo, a los orígenes de drama trágico de Occidente.
Baile Yukuna, río Caquetá, Amazonia (fotografía de Diego Samper, 1987)
También
se sabe que existen otras propuestas culturales originadas en antiguas
civilizaciones asiáticas poseedoras de otros lenguajes y escrituras. Este fue
el descubrimiento de Roland Barthes en el viaje que realizó al Japón, cuando
tuvo la oportunidad de conocer los signos de la escritura japonesa (budismo
zen), que le confrontaron su sistema reflexivo y de creación literaria
alfabético:
El signo japonés está vacío: su significado huye, no hay dios, ni
verdad, ni moral en el fondo en estos significantes que reinan sin
contrapartida.
[…]
El texto no ‘comenta’ las imágenes. Las imágenes no ‘ilustran’ el texto:
tan sólo cada una ha sido para mí la salida de una especie de oscilación
visual, análoga quizá a esa ‘pérdida de sentido’ que el Zen llama un ‘satori’;
texto e imágenes en sus trazos, quieren asegurar la circulación, el intercambio
de estos significantes: el cuerpo, el rostro, la escritura y leer ahí la
distancia de los signos.
[…]
El Japón lo ha deslumbrado con múltiples destellos; o mejor aún: el
Japón lo ha puesto en la situación de escribir. Esta situación es, en sí misma,
el lugar donde se opera un cierto estremecimiento de la persona, una inversión
de las antiguas lecturas, una sacudida del sentido, desgarrado, extenuado hasta
su vacío insubstituible, sin que el objeto nunca deje de ser significante,
deseable. La escritura es, en suma, a su manera, un satori: el satori (el
acontecimiento Zen) es un seísmo más o menos fuerte (en ningún momento solemne)
que hace vacilar al conocimiento, al sujeto: realiza un vacío de palabra. Y es
también un vacío de palabra lo que constituye la escritura.[19]
En el
Oriente tradicional, los deseos y las frustraciones que surgen con la
no-satisfacción de aquellos han motivado diversas respuestas místicas o de
éxtasis, en las que el yo consciente desaparece o se relativiza:
En la corriente samkhya yoga de la mística hindú, el sujeto se sumerge
sólo en sí mismo, no pretende una unidad con algo objetivo. En el budismo, el
sujeto no se sumerge ni en sí ni en la identificación con el mundo; el ideal es
el vacío. En el taoísmo, como también en Heráclito, ni el sujeto ni la
pluralidad de los entes desaparecen, sino que se sostiene que todo es uno por
tener una estructura de ser y desvanecer común.[20]
Buda, arte antiguo de la India, Museo de Arte del Condado de los Ángeles
La
sabiduría budista ofrece otra alternativa de vida al concebir la realidad de
otra manera, como una renunciación o negación de los vitales deseos que evita
el sufrimiento humano:
Según Buda, toda vida consiste en sufrimiento, y no habría sufrimiento
si no hay deseos y concupiscencia, y la especial capacidad del hombre dentro
del reino animal es que puede desistir de sus deseos, y este es el camino de la
liberación.[21]
En
estados de meditación del budismo zen las personas pueden ir más allá del yo
consciente, para alcanzar percepciones o sensaciones íntimas, de armonía y
belleza, en un jardín zen o en la ceremonia del té:
[…] cualquier arte o conocimiento que un hombre
consigue por medios externos no es realmente suyo, no le pertenece
intrínsecamente; es sólo lo que procede de su ser interior lo que puede
reclamar verdaderamente como suyo. Y su interior abre sus profundos secretos
sólo cuando ha agotado todo lo perteneciente a su intelecto o sus
deliberaciones conscientes. Es verdad que el genio nace y no se hace. Pero
nunca se manifestará plenamente a menos que pase por todas las fases de una severa
disciplina. El “genio” zen duerme en cada uno de nosotros y pide un despertar.
El despertar es satori.[22]
En el
taoísmo la sabiduría es integrar en el tao o camino de la vida, en una unidad, los
elementos antagónicos y conflictivos:
El taoísmo es igualmente un misticismo, porque también contiene una
referencia a un uno en relación al cual el sabio se libera de su yo, pero este
uno no es algo fuera de la multiplicidad de la vida - como en el budismo y el
hinduismo -, sino el orden que une los opuestos. En un lugar Chuang-Tse dice
que su nombre es ‘Paz en conflicto’ […] Esta concepción de la unidad
de los opuestos no es en primer lugar una concepción teórica, sino práctica: la
unidad primaria es la unidad entre vida y muerte y entre subida y bajada […] La palabra ‘Tao’ significa ‘camino’, pero
adquiere en el taoísmo un segundo significado: el de ser aquello de lo cual
todo nace y a lo que todo vuelve.[23]
El sabio
taoísta puede alcanzar un estado de plenitud por intermedio de la relajación de
su voluntad, del abandono de la reflexión egocéntrica, lo que se expresa en el
término wu-wei, que literalmente
significa no actúa, o sea, actuar sin
buscar el reconocimiento o la fama:
Con esto los taoístas no quieren decir que el hombre no debe ser activo,
sino que debe hacer lo que tiene que hacer sin exageraciones y empeño, y en particular
sin hacerlo para ganar fama o prestigio. Según Lao-Tse, el hombre debe tratar
de retroceder al estado de infante, de bebé, y en Chuang-Tse se enfatiza la
vuelta a la espontaneidad de los animales.[24]
Las
personas no encuentran la paz espiritual porque están dominadas por su voluntad
deliberativa egocéntrica, con la que logran cosas:
[…] lo deliberativo lleva a un egoísmo
específico humano que se distingue del egoísmo animal: el animal no está
preocupado con su ego[…] el hombre
puede volver a acercarse a la espontaneidad animal sólo si da otro paso
reflexivo más allá de su reflexión deliberativa; es en la conciencia del cielo
y la consciencia explícita de la unidad de los opuestos –del Tao- que el hombre
reencuentra la paz del alma en que se deshace de su enredo consigo mismo[…] lo importante es aquello y no yo… la
voluntad humana que, en un primer momento, se toma así misma como punto de
referencia de todo lo que le parece importante, como el centro de su mundo,
puede, en un segundo momento, relativizar esta importancia, puede abrirse al
mundo mismo y verse así como una partícula dentro de él, como un ser entre
otros seres.[25]
En la
actualidad globalizante es evidente que pensamientos orientales como el hinduismo,
el budismo y el taoísmo son temas de interés mediático, lo mismo que lo
relativo a las cosmovisiones chamánicas de culturas aborígenes. Este atractivo
es ambivalente. Para ciertas personas esta situación tiene un carácter
alternativo ante la desilusión, insatisfacción o vacío existencial causados por
la modernidad; para otros se reduce a una moda más, propia de la alienante
sociedad de consumo. No es la primera vez que a Occidente le atrae lo no
occidental o exótico; desde sus
orígenes ha entrado en contacto con el próximo y el lejano Oriente y desde el
siglo XV con las culturas americanas y africanas desconocidas, pero la mayoría
de las veces lo ha hecho como sujeto dominante que expande sus fronteras, que
conquista y coloniza: apropiación, alteración o destrucción. Es una lucha
patológica por el poder en la que los dirigentes han justificado los medios con
tal de alcanzar el fin propuesto, han propiciado la guerra a muerte en los
campos de batalla y las masacres de civiles.
En estos
momentos es conveniente hacer una indagación arqueológica para establecer una
genealogía reflexiva y crítica de los discursos sobre la realidad. No se trata
de viajar al pasado para rescatar elementos de identidad cultural, sino para
comprender lo que somos (lo que nos han permitido ser)[26] y lo
que podemos ser. En el mundo
contemporáneo la sabiduría se ha circunscrito a la ciencia y la tecnología. El
positivismo científico y sus innovaciones tecnológicas, en apariencia son una
ruptura radical con el pasado, pero en realidad también hacen parte de la Gran cadena del ser [27] iniciada
en los discursos metafísicos de la antigüedad clásica, aunque se han
desprendido de la mitopoesía y liberado del carácter sagrado del dogmatismo
ontoteológico.
Desde la
aparición de los primeros homo sapiens,
hace miles de años, la especie no ha evolucionado, ni fisiológicamente, ni
emocionalmente. Aceptar esto no significa desconocer la multiplicidad etológica
y su gran capacidad creativa, en el devenir de la tradición Occidental. Vale la
pena preguntarse, ¿hasta qué punto la ciencia moderna es la culminación del
proceso iniciado por los filósofos de la antigua Grecia? Ellos se propusieron
alcanzar una ciencia o conocimiento universal con la filosofía, y según parece,
han sido sustituidos por los científicos modernos que tienen la pretensión de
encontrar el arché de todas las
cosas: Los primeros filósofos de la
naturaleza partieron de la premisa de que había que encontrar el fundamento
único de la multiplicidad natural, la base y comienzo, el arché de todas las
cosas que en la apariencia se nos presentan como varias y multiformes y
mudables.[28]
Después
de dos mil quinientos años de haber sido previsto, por los sabios de la antigua
Grecia, el destino de Occidente, sigue siendo el gran teatro social del mundo,
en el que se representan crueles dramas trágicos, comedias y sátiras. Aunque en
tiempos modernos, las maneras de concebir la vida mitopoéticas no
desaparecieron del todo, el imperio del cogito
ergo sum, la racionalidad ha estado siempre acompañada de la Estulticia o
Locura, expresada no solamente en actos demenciales, sino también en
maravillosas obras de creación humana. En Occidente, el eterno retorno de lo mismo, o ese volver a los orígenes, puede
pensarse no como un devenir mecánico, sino como una imposibilidad de no poder
desprenderse en sus comportamientos de la original separación entre las fuerzas
instintivas y el yo consciente, de la separación entre el ser y el devenir
histórico, en una permanente relación dialéctica.
En la
modernidad, la hybris establecida por
el racionalismo y la ciencia ha sido, como en los actos heroicos de la antigua
Grecia, un despropósito o atrevimiento con el orden divino impuesto por la ontoteologìa
cristiana durante siglos, pero no ha sido un
punto cero o ruptura con el pasado.
El mundo moderno no se puede entender si se desconocen sus fuertes vínculos con
el clasicismo greco-romano, revivido por los humanistas del Renacimiento y los
ilustrados del siglo de las luces. El
triunfo de los ideales de la democracia moderna, con su economía capitalista y
su moralidad cristiana de las bellas
apariencias burguesas, no surgió de la noche a la mañana, sino que ha sido
el resultado de un largo proceso histórico, que estaba anunciado desde el
origen de la filosofía y la tragedia en Grecia. Los aristócratas, los
demócratas, los tiranos y los esclavistas de las antiguas ciudades griegas no
desaparecieron, sino que se transformaron en el devenir histórico hasta tiempos
modernos. Los privilegios de la nobleza del antiguo régimen fueron reemplazados
por los privilegios de la clase burguesa; los magníficos palacios de los
emperadores, senadores y ricos comerciantes romanos, y de sus descendientes
nobles del régimen monárquico absoluto, fueron sustituidos por las opulentas
mansiones de aristócratas y burgueses; los siervos de la gleba fueron
convertidos en trabajadores asalariados o jornaleros del campo, y junto
con los descendientes de los esclavos
liberados por los gobiernos burgueses, fueron declarados ciudadanos del llamado
proletariado de la sociedad capitalista.
La
tradición Occidental es una genealogía de la relación dialéctica entre el ser y
el devenir. Al mismo tiempo que se ha luchado por mantener las ideas
trascendentales también se ha propiciado el cambio. Cambio, con metas utópicas
(teleológicas), que ha producido frustraciones, o proceso histórico, que ha
generado escepticismo y miedo, ante los sufrimientos humanos y los constantes
desastres de las guerras. Occidente se ha mantenido fiel a su arché, a sus fundamentos filosóficos, al
mito del Ave Fénix, a la necesidad de
auto consumirse para renacer de las cenizas, para recrearse con nuevos
discursos metafísicos y científicos, con sublimes creaciones artísticas, que lo
identifican y lo engrandecen de manera permanente: de las ruinas de su pasado,
Occidente reinventa su presente.
Por eso, se puede hablar del laberinto
del eterno retorno de lo idéntico. Umberto Eco y Paolo Santarcangeli
(1999), se atrevieron a pensar en la solución del antilaberinto, como
alternativa de liberación, pero les fue imposible desarrollarlo, al estar
atrapados en el laberinto, en el dualismo occidental, de entrada y salida. Como
lo anota Eco:
Estaba planeando, con
algunos amigos y como juego (y, por tanto, con suma seriedad metafísica), una
enciclopedia negativa o cacopedia, donde los grandes conceptos de la cultura se
presentasen vueltos como un guante y pudiesen mostrar un rostro singular y diabólico.
Pensábamos en una gramática abortiva capaz de generar el silencio, en una caja
negra sin output, que generase la nada, en una teoría de las anástrofes, en una
lógica de los mundos imposibles, en sistemas estructurados de oposiciones donde
hubiese un deslizamiento que produjese contrastes semánticamente muy densos… Y
sugerí a Santarcangeli que inventase un antilaberinto.[29]
Eco le
propuso a su amigo Santarcangeli la atractiva idea de crear un antilaberinto,
dos siglos después de que Giovanni Battista Piranesi (1720-1778), sin pretender negar la existencia del
laberinto, había representado en sus grabados las carceri, un laberinto diferente al de Creta, sin Teseo con su
espada, sin el hilo de Ariadna y sin necesidad de matar al Minotauro. Piranesi,
antes que Freud y Nietzsche desvelaran la tradición Occidental, había concebido
laberintos como prisiones que oprimen al ser humano y de los cuales no se
atrevió a proponer una salida, posiblemente al percibir que la solución a los
mismos no estaba en su capacidad intelectual. Hay que comprender, no sólo que
el sueño de la razón produce monstruos,
sino también que el mundo lógico es inestable o contradictorio porque en él
todo puede llegar a ser lógico, de acuerdo con las circunstancias.
Francisco de Goya, El sueño de la razón produce monstruos (1797)
Hoy en
día, domina la indiferencia hacia el pasado, la mayoría de los ciudadanos
aceptan vivir en la sociedad moderna como la hybris del punto cero, como si estuvieran condenados a vivir en ella, para bien o para mal; según parece,
aceptan que no tienen otra alternativa mejor que su presente, no porque sea la
panacea que resuelve sus conflictos, sino porque se han visto abocados a
aceptar que el mundo es mejor así, tal cual como es. Individual y
colectivamente, las personas ya no necesitan reflexionar, sino, más que todo,
actuar para acumular y consumir, responder a estímulos electrónicos y ante las
dificultades del amar buscan satisfacer o mitigar sus pulsiones con el consumo
de imágenes, mercancías y drogas estimulantes o tranquilizantes. Para la
mayoría de los seres humanos occidentales y occidentalizados ya no tiene mayor
sentido hacerse preguntas, para encontrar respuestas que expliquen la realidad
en la que viven; ellos ya no sienten la curiosidad de cuestionar, no necesitan
reflexionar, porque los omnipotentes medios de comunicación masiva les dicen cotidianamente
lo que es la realidad verdadera y la
manera como deben actuar, para supuestamente alcanzar la felicidad. Ya no le encuentran ningún sentido a las preguntas:
¿De dónde venimos? (origen-pasado: devenir) ¿Quiénes somos? (presente:
ontología) y ¿Para dónde vamos? (futuro: teleología). Las verdades de la
ciencia y la tecnología dominantes, sin considerar sus falacias y aporías, son
categóricas al pregonar que se han superado las respuestas dadas a dichos
interrogantes, que en tiempos anteriores respondieron pensadores sagrados y
profanos, desde la más remota antigüedad; la modernidad ofrece a los seres
humanos las falacias del fin de la
historia y la ironía de un mundo feliz.
Ante el pragmatismo reinante, irónicamente, la mayoría de los seres humanos ya
no tienen la necesidad de conocer las
obras de pensadores o creadores del pasado porque aceptan el supuesto de que
sus obras han sido superadas en la modernidad.
Lo cierto
es que detrás del velo de las bellas
apariencias y la tecnología siguen presentes la locura, el hastío, el
desamor, la soledad, el individualismo y la competitividad. También, que la
mayoría de los seres humanos están transformando sus mentes y cuerpos en medios
instrumentalizados como receptores, reproductores o consumidores de lo
estipulado por los ordenadores del mundo. Nuevos ordenadores del mundo que
permiten una comunicación global, nunca antes vista, comunicación virtual que
conlleva la pérdida de la dimensión temporal y su circunscripción, lo que, como
ya lo había anunciado Marx, paradójicamente potencializa un mundo moderno en el
que: Todo lo sólido se desvanece en el
aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a
considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones
recíprocas.[30]
¿La vida
es un laberinto? ¿Será que la alternativa es montarse en una nave espacial para
volar a la velocidad de la luz y comprender que el ser humano es parte del
Cosmos y que no es el único que lo habita y menos, dueño de él? ¿Por qué no
aceptar que se vive la vida y se envejece? No será mejor tener el derecho a
morir después de haber vivido, como lo hacen la bella flor, la alondra
madrugadora que despierta a Romeo y Julieta después de haberse amado, el gato
que se despereza y hasta los perros de Tonaya, que como en todo pueblo, ladran
en el silencio de la noche, llenando el vacío, como una presencia de vida,
cuando todos sus pobladores duermen; aunque en esta ocasión Ignacio, según lo
cuenta Juan Rulfo, sobre los hombros de su anciano padre, no puede oírlos
porque se estaba muriendo. El padre le dice a su hijo:
¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y
han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías oír si ladran
los perros. Haz por oír.
[…]
Sintió que el hombre que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las
rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolos de un lado para otro. Y le
pareció que la cabeza, allá arriba, se sacudía como si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
[…]
Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la
luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que
las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaban se
recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo
hubieran descoyuntado.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido
sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes
ladraban los perros.
-¿Y tú no los oías, Ignacio? –dijo-. No me ayudaste ni siquiera con esta
esperanza.[31]
Juan Rulfo no es el único poeta que ha percibido el sentido onírico de la realidad. No hay que olvidarse del grabado de Goya en el que el sueño de la razón produce monstruos, ni tampoco del drama La vida es sueño de Calderón de la Barca, en el que el príncipe Segismundo considera que los seres humanos sueñan lo que son, hasta despertar, para evitar la locura, el desenlace dramático del destino de Hamlet. El sueño no es solamente el espacio de la muerte en el que las personas se liberan de los infortunios de la vida. Desde hace miles de años personas sabias han comprendido que los sueños no son creaciones fantasiosas, sino expresión misteriosa, real, verdadera e innata de la condición humana, que libera al espíritu, como lo han experimentado ciertos artistas del cuerpo, la música, la danza, la plástica, la poesía y los chamanes en los rituales mitopoéticos, cuando traspasan el umbral que separa el adentro del afuera, la luz de la oscuridad, la vigilia del sueño, la vida de la muerte; claro está que sin olvidarse de que el sueño es el mito personalizado mientras que el mito es el sueño despersonalizado. ¿Será que todavía es posible recuperar el derecho humano de introducirse en la dimensión desconocida de la mente, para encontrarse cara a cara con los seres llamados fantasmas oníricos y así vivenciar lo que realmente el individuo es en su devenir?
Juan Rulfo no es el único poeta que ha percibido el sentido onírico de la realidad. No hay que olvidarse del grabado de Goya en el que el sueño de la razón produce monstruos, ni tampoco del drama La vida es sueño de Calderón de la Barca, en el que el príncipe Segismundo considera que los seres humanos sueñan lo que son, hasta despertar, para evitar la locura, el desenlace dramático del destino de Hamlet. El sueño no es solamente el espacio de la muerte en el que las personas se liberan de los infortunios de la vida. Desde hace miles de años personas sabias han comprendido que los sueños no son creaciones fantasiosas, sino expresión misteriosa, real, verdadera e innata de la condición humana, que libera al espíritu, como lo han experimentado ciertos artistas del cuerpo, la música, la danza, la plástica, la poesía y los chamanes en los rituales mitopoéticos, cuando traspasan el umbral que separa el adentro del afuera, la luz de la oscuridad, la vigilia del sueño, la vida de la muerte; claro está que sin olvidarse de que el sueño es el mito personalizado mientras que el mito es el sueño despersonalizado. ¿Será que todavía es posible recuperar el derecho humano de introducirse en la dimensión desconocida de la mente, para encontrarse cara a cara con los seres llamados fantasmas oníricos y así vivenciar lo que realmente el individuo es en su devenir?
Un ser
humano que luchó para no dejarse atrapar por las falacias laberínticas fue el
genial Vincent Van Gogh (1853-1890). Nietzsche y Van Gogh fueron dos seres
contemporáneos y aunque sus vidas no se cruzaron, después de haber sufrido y
luchado como Dionisos, pudieron, por su propia voluntad de vida, alcanzar el éxtasis clarividente que les permitió ir
más allá del bien y el mal, de las bellas apariencias y del eterno retorno de lo idéntico. Van Gogh
estaba convencido de lo que deseaba, sin importarle la falsa moral del qué dirán; así se lo comunicó a su
amigo Van Rappard: Sé demasiado bien el
objetivo que persigo y estoy demasiado convencido de que aprés tout estoy en el
buen camino cuando quiero pintar lo que pinto como para preocuparme de lo que
los demás puedan decir.[32]
Vincent van Gogh, Autoretrato (1889)
La
lucidez de Van Gogh y su amor a la vida están presentes en todos sus cuadros,
sobre todo en los brillantes paisajes estacionales de la Provenza del sur de
Francia. Al mirar los retratos de los provincianos y sus autorretratos se
comprende que Van Gogh tuvo la voluntad y la sensibilidad suficientes, de un
ser dionisíaco, para transformar el dolor y la locura en pinturas maravillosas;
como le expresó a su hermano Theo en una carta: Sea en la figura, sea en el paisaje, yo quisiera expresar no algo así
como un sentimentalismo melancólico, sino un profundo dolor. Por encima de
todo, quiero llegar a un punto en que se diga de mi obra: este hombre siente
profundamente y este hombre siente delicadamente.[33] Van
Gogh poseyó la misteriosa fuerza de voluntad de crear, el éxtasis clarividente del hombre
de conocimiento nietzscheano que transformó la experiencia trágica de su
vida en una obra de arte.
Definitivamente,
la muerte o asesinato del Minotauro ha sido una gran falacia porque Asterión
siempre ha estado presente, de manera evidente o reprimida; de lo contrario no
se explicarían las grandes creaciones artísticas y la presencia de la locura en
las actitudes cotidianas, a escala individual o colectiva. La muerte del
Minotauro ha sido el fundamento de morales represivas, de coercitivos sistemas
sociales y políticos que han justificado las guerras a nombre de la
civilización.
Picasso
en su Minotauromaquia entendió que la
naturaleza dual del Minotauro (hombre-toro) correspondía a la naturaleza de la
condición humana. El toro era ofrendado a los dioses porque se lo consideraba
una fuerza vital poderosa, un símbolo de erotismo y destrucción, energía
natural que también poseen los seres humanos. Es bueno recordar que el dios
Zeus se transformó en un hermoso toro, de pelaje blanco y brillante, para
seducir a la bella princesa Europa, de cuya unión nació la civilización
mediterránea. ¿Por qué pretender ser como Teseo, cuando el precio de este
heroísmo narcisista significa sacrificar o reprimir las pulsiones instintivas?
En realidad hay que reconocer que Teseo también era un Minotauro, de lo
contrario no hubiera dado muerte a Asterión, de manera violenta. Aceptar el
componente minotáurico y aprender a vivir con él debería ser un fundamento
cultural, y de esta manera no sentir la culpa del Rey Minos generada por la
pasión infiel de su esposa Pasifae, que motivó un destino trágico. No hay que
condenar la pasión de la reina Pasifae, porque al fin y al cabo los seres
humanos son el fruto de un deseo amoroso, de una pasión humana. A diferencia de
los dioses, los humanos son seres naturales, no son inmortales, pero sí poseen
el soplo divino, la imagen y la semejanza, el don de la palabra creadora otorgada por
el Creador del Universo.
Expulsión de Adán y Eva del Paraíso Terrenal (1871)
Los seres
humanos no están condenados a heredar el temor y el sufrimiento generado por la
culpa del Pecado Original de Adán y Eva. Tampoco están obligados a ser héroes
que reprimen voluntariamente su naturaleza humana, que aceptan sufrir en el valle de lágrimas, o a escoger el
patológico martirio que rechaza la vida. Los seres humanos no son víctimas
sacrificiales según lo establecido por un corpus
doctrinal sacralizado y anclado en el sufrimiento y la violencia, como
alternativa de redención espiritual. Los sacrificios de seres humanos de la
antigüedad, condenados como actos de bárbaros
paganos, no han desaparecido en la modernidad; aún se siguen justificando
en aras que invocan causas políticas y económicas sacralizadas. Los seres
humanos modernos no son ni héroes ni santos.
Aunque se
pregone lo contrario, es ingenuo pensar que las ciencias y las tecnologías
satisfacen todas las necesidades vitales de los seres humanos modernos. A pesar
de su gran poder, es una manera de pensar reduccionista que se olvida, al fin
al cabo, de que todavía la naturaleza de los seres humanos no solamente los
impulsa a luchar por el derecho a la subsistencia, sino también a satisfacer
necesidades personales de índole emocional, afectiva y espiritual. Borges no
cuestiona el sacrificio de Asterión (por no ser un filósofo) y por lo tanto
acepta que es mejor crear lógicos y paradójicos libros como los conservados
desde hace mucho tiempo en las laberínticas salas hexagonales de la ilimitada Biblioteca de Babel. Pero, no hay que olvidarse del irónico
discurso de Erasmo de Rotterdam en el que hace un Elogio de la Locura y no de los hombres
de ciencia que la combaten, porque los seres humanos son felices en tanto
aman la locura.[34]
Tampoco, del absurdo de las bellas
apariencias, que de acuerdo con Nietzsche han sustituido la locura o sabiduría
extática de Dionisos y la sabiduría adivinatoria de Apolo.[35] La
clarividencia de los antiguos griegos, desde hace dos milenios y medio,
vaticinó el destino trágico de la tradición Occidental: el mundo moderno sigue
teniendo un desenlace trágico, porque seguimos atrapados en el laberinto del eterno retorno de lo mismo.[36]
Las verosimilitudes
y las apariencias siempre están cambiando, pero los seres humanos siguen
comportándose de igual manera. ¿No será posible ir más allá del escepticismo,
del nihilismo ante el conformismo del eterno
retorno de lo idéntico y las falaces utopías esperanzadoras de la
modernidad? La consciencia del eterno
retorno de lo mismo no significa quedarse en el escepticismo, sino como lo
propuso Nietzsche, no hay que tenerle miedo, sino potenciarlo como el acto de
mayor nihilismo, como una voluntad de
poder que integre en un hombre de
conocimiento las contradictorias sabidurías dionisíaca y apolínea, a partir no de las bellas apariencias, sino del éxtasis
creador: ¿El ser humano puede liberarse del destino que lo obliga a
representar un papel en el drama trágico o cómico de la vida?
Bacantes, Museo Nacional de Nápoles
Es
difícil aceptar el éxtasis clarividente,
como forma de vida, que transforma el sufrimiento en actitud vital, pero esta
dificultad no significa que no sea posible. Es necesario hacer un alto en el
camino del devenir Occidental para no seguir construyendo engañosos laberintos.
¿Será que la enigmática puerta del Instante
es la alternativa del misterioso éxtasis
clarividente? ¿Será posible reclamar el derecho propio a la dimensión
mitopoética de la vida, a la locura del amor, a los fantasmas oníricos, para
recuperar la dimensión perdida del tiempo del ser, de la puerta del Instante, del aquí y el ahora, en el
difícil y contradictorio, cotidiano vivir?
[1] Este texto corresponde a la Presentación y al Epílogo de mi libro El laberinto del eterno retorno, Bogotá,
2011; los publico una vez más, porque considero, que los dos juntos
corresponden a la entrada-salida de mi laberinto personal.
[2] Barthes, Roland. Lección
inaugural de la cátedra de Semiología literaria del Collège de France.
Siglo XXI Editores, México, 2000.
[3] Este libro resulta de mi interés por las mitopoesías clásicas e
indígenas y aúna procesos de lecturas hechas a lo largo de mi vida profesional.
La lectura específica de los libros referenciados en este texto y la escritura
preliminar del mismo se llevó a cabo entre los años 2000 y 2003. Una vez terminado,
decidí guardarlo, porque pensé que con él había logrado satisfacer una
necesidad intelectual íntima. Pero después de transcurridos varios años en los
que llevé a cabo otros trabajos, lo volví a leer y comprendí que además de
haber cumplido con el fin propuesto, pensé que podía ampliarlo y enriquecerlo
con fragmentos poéticos que tenían que ver con la intimidad de mi vida, para
compartirlo con mis lectores. Agradezco mucho a Gladys mi hermana y a mis
amigos Betty Rojas y Fabio Téllez, quienes al comprender mis deseos en ese
entonces, aceptaron leerlo en voz alta, en su primera versión, lo que para mí
fue un valioso soporte emocional. Lo mismo puedo agradecerle a mis colegas y
amigos Guido Barona y Oscar Romero que tuvieron la paciencia de escuchar mi obsesión
laberíntica, cada vez que nos encontrábamos. A Guido también le agradezco el
reflexivo y acertado Prólogo.
[4] Kerényi, Karl. En el
laberinto. Ediciones Siruela, Madrid, 2006, págs. 40,45.
[5] Borges, Jorge Luis. Veinticinco
de agosto 1983 y otros cuentos de Jorge Luis Borges. La Biblioteca de
Babel, Ediciones Siruela, Madrid, 1984, pág. 79.
[6] Borges, Jorge Luis. Ficciones
– El Aleph. El informe de Brodie. Fundación Biblioteca Ayacucho, número
118, Caracas, 1986, págs. 36, 37.
[7] Idem., pág. 37.
[8] Idem., pág. 38.
[9] Idem., pág. 41.
[10] Idem., pág. 123.
[11] Cortázar, Julio. Los reyes. Alfaguara, Biblioteca Cortázar, Grupo
Santillana, Buenos Aires, 1996, pág. 15.
[12] Idem., pág. 18.
[13] Idem., págs. 54, 55.
[14] Idem., pág. 46.
[15] Idem., pág. 63.
[16] Idem., pág. 69.
[17] Idem., pág. 71.
[18] Campbell, Joseph. El héroe de
las mil caras. Psicoanálisis del mito. Fondo de Cultura Económica, México,
1980, págs. 31, 32.
[19] Barthes, Roland. El imperio
de los signos. Mondadori España S. A. Madrid, 1991, págs. 3, 5, 10.
[20] Tugendhat, Ernst. “Las raíces antropológicas de la religión y la
mística”. En Revista Ideas y Valores,
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2001, pág. 15.
[21] Idem., pág. 16.
[22] Suzuki, Daisetz. El zen y la cultura japonesa. Ediciones Paidós
Ibérica S. A., Barcelona, 1996, pág. 150.
[23] Tugendhat, Ernest, Op. cit., pág. 17.
[24] Idem., pág. 18.
[25] Idem., pág. 19.
[26] Foucault, Michel. ¿Qué es la Ilustración? Colección de textos Señal que
cabalgamos, número 5, año 1, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad
Nacional de Colombia, Bogotá, 2002.
[27] Lovejoy, Arthur. La gran
cadena del ser. Historia de una idea. Icaria Editorial S. A., Barcelona,
1983.
[28] García, Carlos. Los siete
sabios (y tres más).Alianza Ediciones del Prado, Madrid, 1989, pág. 52.
[29] Santarcangeli, Paolo. El
libro de los laberintos. Prólogo de Umberto Eco; La Biblioteca sumergida,
Ediciones Siruela, Gaez, 1999, pág. 13.
[30] Berman, Marshall. Todo lo
sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. Siglo XXI
Editores de Colombia S. A., 1991, pág. 7.
[31] Rulfo, Juan. “No oyes ladrar los perros” En El llano en llamas, Editorial Plaza Janés, Barcelona, 2000, págs. 165-166.
[32] Van Gogh, Vincent. Cartas a
van Rappard. Parsifal Ediciones, Barcelona, 1992, pág. 200.
[33] Idem., pág. 10.
[34] Rotterdam, Erasmo de. Elogio
de la locura. Ediciones Zeus, Barcelona, 1998.
[35] Nietzsche, Federico. El
nacimiento de la tragedia. Biblioteca Nietzsche, Alianza Editorial, Madrid,
2000.
[36] Nietzsche, Federico. Así
hablo Zaratustra. Biblioteca Nietzsche, Alianza Editorial, Madrid, 1999.
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