Héctor Llanos V. y Oscar Romero A., Memoria recuperada, Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca (1946-1960), ICANH (2016)
Presentación
La realización del proyecto Memoria
recuperada, Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca (1946-1960),
publicado por Instituto Colombiano de Antropología e Historia (2016), ha sido
una experiencia que permite hacer una serie de reflexiones sobre la historia de
la antropología en Colombia, en su etapa inicial. Más o menos desde el año 2000
se nota una tendencia que indaga esta problemática, con diversos enfoques, ya
sea de carácter biográfico o institucional.
El soporte objetivo de este trabajo historiográfico ha sido el archivo
del Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca creado en 1946, como una
filial del Instituto Etnológico Nacional. Aquel instituto tuvo una corta
existencia hasta el año 1960, período en el que fue dirigido por Gregorio
Hernández de Alba, su fundador (1946-1950), y luego, después de unos años de
receso, por Julio Cesar Cubillos (1955-1960).
El archivo del Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca está
conformado por informes de actividades académicas y científicas, inventarios de
las colecciones arqueológica y etnográfica, artículos de divulgación
periodística, publicaciones y cartas de intercambio de los directores con
colegas nacionales y extranjeros. Es un conjunto de documentos que a pesar de
su carácter oficial expresan posiciones teóricas, aspectos subjetivos y
posiciones ideológicas de pioneros de la antropología. La breve historia de
este instituto es interesante porque en ella se aprecian los comienzos del
ejercicio profesional de la antropología en Colombia, sus fundamentos
conceptuales y sus proyecciones sociales y políticas. Recuperar la memoria de
ese pasado es indispensable para comprender los cambios que están produciendo
las nuevas generaciones de antropólogos.
Antropología e identidad cultural
nacional
En Colombia, como en otros países hispanoamericanos, en el siglo XIX,
los criollos establecieron gobiernos republicanos después de lograr la
independencia de la monarquía española. La independencia política no significó
una ruptura con la tradición cultural colonial. En la nueva república se
constituyó un sistema social en el que subyacen discriminaciones raciales y
culturales propias del sistema colonial de castas: blancos criollos, mestizos,
indios, negros, pardos, mulatos y zambos. Las personas, ricas o de escasos
recursos económicos, por tener rasgos físicos blancos tenían un estatus
superior. Los blancos criollos, descendientes de españoles y mártires de la
independencia, mantuvieron los privilegios económicos de sus antepasados, como
una clase social ilustrada que se consideraba la indicada para gobernar el país.
Los demás grupos raciales permanecieron en una condición marginada, de pobreza
y segregación cultural, que de acuerdo con las autoridades civiles y religiosas
todavía necesitaban ser civilizados, por parte de las misiones católicas. Para
los conservadores, como Sergio Arboleda, el modelo ideal era la configuración
de una República española, y para los
liberales, como José María Samper, la creación de una Democracia mestiza de hispano-colombianos. El blanqueamiento todavía
se pensaba como el procedimiento más indicado para adquirir un ascenso social. La
mayoría de los ciudadanos no sabían leer
ni escribir, y por lo tanto la educación superior estaba circunscrita al sector
social de los privilegiados.
Tipos blanco, mestizo y zambo de Santander, Comisión Corográfica (1951)
En la Constitución centralista de 1886 se estableció que Colombia era
una república católica, que tenía el español como lengua nacional. De esta manera,
se subvaloraban las lenguas, las creencias mágicas o religiosas y las
costumbres que no eran de origen hispánico. Por eso, en la década de los años veinte
del siglo XX, los intelectuales y políticos todavía discutían si existía una
decadencia social como consecuencia del cruce de razas y si era posible crear
una cultura nacional.
El establecimiento de un estado republicano conllevó la necesidad de
escribir una historia patria. Durante la hegemonía de los gobiernos
conservadores, en el año 1902, se fundó la Academia Nacional de Historia, cuyos
miembros se encargarían de escribir la historia oficial de Colombia; hecho que
se concretó con motivo de la celebración del centenario de la independencia, en
el año 1910. Uno de los actos conmemorativos consistió en hacer un concurso con
tal finalidad; el texto ganador fue Historia de Colombia, escrito por los
miembros de número de dicha academia, Jesús María Henao y Gerardo Arrubla. El
trabajo premiado se convirtió en el texto oficial para la enseñanza secundaria
de la historia patria, desde el momento de su publicación en 1911 y a lo largo
de la primera mitad del siglo XX. En esta obra, la historia de Colombia se
inicia con el capítulo El Descubrimiento
en el que lo más importante son los cuatro viajes de Cristóbal Colón, su vida y
obra, su muerte y la autenticidad de su tumba y restos mortales. En este
capítulo, de manera rápida se hace referencia a la posibilidad de que hayan
existido viajes anteriores a los de Colón, desde la hipótesis que supone la
existencia de la legendaria Atlántida, referida en los diálogos de Platón; y se
acepta la llegada de navegantes escandinavos a la América del norte. El segundo
capítulo de la obra esta dedicado a esclarecer los orígenes de los primitivos
americanos, a partir del principio de la
unidad de la especie humana escrito en el Génesis de Moisés. Para
sustentarlo se acepta la teoría científica del paso por el estrecho de Bering,
de tribus de raza mongólica, procedentes de Asia, lo que permite concluir, como
lo más verosímil, que los primitivos habitantes de américa pertenecen a la gran raza semítica.
Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, Historia de Colombia (1911)
Cristobal Colón alza la cruz en el nuevo mundo (1952)
En la Historia de Henao y Arrubla perduran conceptos de los tiempos de
la Ilustración cuando se habla de pueblos civilizados, bárbaros y salvajes; se
acepta que en América se desarrollaron civilizaciones precolombinas: los
mexicanos, los mayas, los quechuas y los aimaras, que desaparecieron en la
hecatombe de la conquista española. En el caso colombiano, los civilizados eran
los muiscas o chibchas del altiplano cundiboyacense. Llama la atención que la
orfebrería y las monumentales ruinas arqueológicas también se valoraban como
propias de una sociedad civilizada: los caminos taironas de la Sierra Nevada de
Santa Marta, las columnas de piedra de El Infiernito (Villa de Leiva) y
Ramiriquí, y sobre todo, los monolitos y adoratorios de piedra de San Agustín. Tanto los valiosos objetos de cerámica y oro
como las ruinas monumentales eran vistos como patrimonio histórico, que luego,
será coleccionado en museos oficiales, investigado por científicos y protegido por leyes nacionales.
Lo que sucedió después de la conquista no era tema de investigación de los arqueólogos porque eran hechos que serían investigados por los historiadores, con base en fuentes escritas. La historia americana se fracturó, en un antes y en un después de la llegada de Cristóbal Colón, en una etapa precolombina y en otra colonial y republicana, reiterándose la tradición Occidental: AC. y DC. Esta escisión historiográfica fue uno de los problemas que afrontaron los pioneros de la antropología y la arqueología que egresaron del Instituto Etnológico Nacional, en la década del cuarenta, del siglo XX. Los arqueólogos empezaron a descubrir que las culturas indígenas tenían una historia milenaria e independiente de la tradición Occidental; los etnólogos se interesaron por la problemática situación en que se encontraban los indígenas modernos, como resultado de la colonización española que había sometido y adoctrinado a sus antepasados prehispánicos.
Lo que sucedió después de la conquista no era tema de investigación de los arqueólogos porque eran hechos que serían investigados por los historiadores, con base en fuentes escritas. La historia americana se fracturó, en un antes y en un después de la llegada de Cristóbal Colón, en una etapa precolombina y en otra colonial y republicana, reiterándose la tradición Occidental: AC. y DC. Esta escisión historiográfica fue uno de los problemas que afrontaron los pioneros de la antropología y la arqueología que egresaron del Instituto Etnológico Nacional, en la década del cuarenta, del siglo XX. Los arqueólogos empezaron a descubrir que las culturas indígenas tenían una historia milenaria e independiente de la tradición Occidental; los etnólogos se interesaron por la problemática situación en que se encontraban los indígenas modernos, como resultado de la colonización española que había sometido y adoctrinado a sus antepasados prehispánicos.
Antropología social e
indigenismo en los años cuarentas y cincuentas
En la década de los años treinta del siglo XX se produjeron cambios en
la política nacional educativa, regentada hasta ese momento por la iglesia
católica. Los gobiernos de la llamada hegemonía liberal (1930-1946) fomentaron
una educación laica y moderna basada en las ciencias naturales y sociales. Con
tal fin, en 1936 se fundó la Escuela Normal Superior con un destacado grupo de
profesores nacionales y extranjeros, expertos en la investigación y en la
docencia. En 1941, como una dependencia de esta normal, se creó el Instituto
Etnológico Nacional, por parte del americanista francés Paul Rivet (1876-1958) y
el antropólogo colombiano, Gregorio Hernández de Alba (1904-1973). Como se
impulsaba una cobertura nacional, se crearon filiales regionales del Instituto
Etnológico Nacional bajo la dirección de profesores y egresados del mismo:
Servicio Etnológico de la Universidad de Antioquia, en Medellín, con Graciliano
Arcila (1945); Instituto Etnológico del Magdalena, en Santa Marta, con Gerardo
Reichel Dolmatoff y Alicia Dussán de Reichel (1946); Instituto Etnológico de la
Universidad del Cauca, en Popayán, dirigido por Gregorio Hernández de Alba
(1946) y el Instituto de Investigación Etnológica de la Universidad del Atlántico, en
Barranquilla, con Aquiles Escalante (1947).
Con la etnología, el estado colombiano pretendía construir el
imaginario de una identidad cultural nacional en la que coexistirían lo hispánico
y lo aborigen americano; objetivo que se alcanzaría rescatando el patrimonio
aborigen prehispánico y reconociendo las culturas indígenas que habían logrado
sobrevivir. En menor proporción, se tenía en cuenta la historia de las poblaciones negras, sus costumbres y
pensamientos de origen africano, que fueron reivindicadas por los pioneros Aquiles Escalante, egresado del Instituto Etnológico Nacional y Rogerio Velásquez, del Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca.
La misión gubernamental de crear una cultura nacional fue encargada a los primeros antropólogos, quienes, como expertos, entraron en contacto con una realidad con desarrollos sociales y culturales complejos y desiguales. Las comunidades indígenas y de origen africano estaban reducidas a una condición marginada y de pobreza como resultado de un proceso histórico en el que habían sido discriminadas, racial y culturalmente, desde los tiempos de la conquista española, en el siglo XVI, cuando fueron, respectivamente, sometidas a servidumbre y esclavitud. Si bien, muchos de los pueblos indígenas y negros habían vivido un proceso de mestizaje, existían otros que por habitar en territorios selváticos de difícil acceso, habían conservado en mayor proporción sus costumbres ancestrales, sus formas de organización comunitaria, sus pensamientos y rituales religiosos tradicionales. Los pueblos indígenas que conservaban la condición jurídica de los resguardos se encontraban organizados en cabildos que gobernaban tierras comunitarias, que les permitían una vida precaria; también, estaban obligados por las autoridades y hacendados a someterse a vínculos laborales señoriales, como el terraje. Para los indígenas era fundamental conservar sus tierras colectivas porque les permitían sobrevivir y mantener cierta autonomía, ante el asedio permanente de terratenientes y colonos inescrupulosos.
Revista del Instituto de Investigación Etnológica de la Universidad del Atlántico, volumen IV, número 6 (1955)
Aquiles Escalante, La minería del Hambre (1971)
Rogerio Velásquez, Ensayos escogidos (2010)
La misión gubernamental de crear una cultura nacional fue encargada a los primeros antropólogos, quienes, como expertos, entraron en contacto con una realidad con desarrollos sociales y culturales complejos y desiguales. Las comunidades indígenas y de origen africano estaban reducidas a una condición marginada y de pobreza como resultado de un proceso histórico en el que habían sido discriminadas, racial y culturalmente, desde los tiempos de la conquista española, en el siglo XVI, cuando fueron, respectivamente, sometidas a servidumbre y esclavitud. Si bien, muchos de los pueblos indígenas y negros habían vivido un proceso de mestizaje, existían otros que por habitar en territorios selváticos de difícil acceso, habían conservado en mayor proporción sus costumbres ancestrales, sus formas de organización comunitaria, sus pensamientos y rituales religiosos tradicionales. Los pueblos indígenas que conservaban la condición jurídica de los resguardos se encontraban organizados en cabildos que gobernaban tierras comunitarias, que les permitían una vida precaria; también, estaban obligados por las autoridades y hacendados a someterse a vínculos laborales señoriales, como el terraje. Para los indígenas era fundamental conservar sus tierras colectivas porque les permitían sobrevivir y mantener cierta autonomía, ante el asedio permanente de terratenientes y colonos inescrupulosos.
Páez de Tierradentro, fotografía de Henri Lehmann (1941-1945). Biblioteca ICANH (27. Caja 9 FG 1442 Número 1464)
Comunidad páez de Tierradentro, fotografía de Henri Lehmann (1941-1945). Biblioteca ICANH (Caja 9 FG 1442 Número 1463)
La antropología en Colombia nació como una práctica profesional oficial
fundamentada en diversas corrientes teóricas y metodológicas internacionales. Aunque
el Instituto Etnológico Nacional fue creado siguiendo el modelo científico del
maestro Paul Rivet, no se puede hablar propiamente del surgimiento de una
escuela antropológica, sino de la creación de un plan de estudios, con dos
ciclos de cursos básicos e introductorios, que capacitaron a un grupo de normalistas, con título de Licenciado, para ejercer como etnólogos, con la finalidad de contribuir a la conformación
de una identidad cultural nacional, investigando el pasado aborigen
prehispánico y las culturas indígenas del presente. La presencia del maestro
Rivet fue muy corta (1941-1943), tiempo que le alcanzó para impartir unas
directrices a sus discípulos, para organizar las primeras expediciones
científicas, pero no para dirigir un programa académico y científico, a largo
plazo. Hasta cierto punto, es admirable, que los primeros egresados, siendo muy
jóvenes, pudieron consolidar el Instituto Etnológico Nacional, con el apoyo del
estado colombiano. Situación histórica que le imprimió un rasgo sobresaliente a
la antropología en Colombia, en su etapa inicial: cada uno de los pioneros,
después de realizar las primeras prácticas etnográficas planificadas por Rivet,
tuvo la oportunidad de definir una posición conceptual específica, sobre la
marcha del camino, en una región diferente y de acuerdo con circunstancias laborales,
que aprovecharon al máximo, más allá de las limitaciones presupuestales y
políticas. Esta actitud se vio reforzada por la presencia de investigadores del
Smithsonian Institution y otros organismos extranjeros que adelantaron
proyectos de investigación en Colombia; lo mismo, por intermedio de las becas
Guggenheim que les permitieron especializarse en diferentes escuelas
antropológicas, de prestigiosas universidades norteamericanas.
El Dr. Eduardo Santos elogia la vida y obra de Paul Rivet, periódico El Tiempo, 30 de marzo de 1958
El Dr. Eduardo Santos elogia la vida y obra de Paul Rivet, periódico El Tiempo, 30 de marzo de 1958
La etnología, de acuerdo con las enseñanzas de Paul Rivet, pretendía
alcanzar unos conocimientos universales de las llamadas sociedades primitivas,
como parte de la historia de la humanidad, lo que implicaba un rechazo a los
prejuicios evolucionistas y a las discriminaciones raciales; estudios que en el
caso americano adquirían un carácter apremiante, al estar las culturas nativas expuestas
a su desaparición por el impacto avasallador de la modernidad. Rivet promovió
entre sus discípulos la realización de trabajos de campo con sociedades
indígenas, para obtener datos lingüísticos y etnográficos (cultura material,
antropometría, serología), que sustentaran su teoría del poblamiento original
del continente americano, por diversas rutas, desde Asia, Polinesia y
Australia, como se aprecia en su obra Los
orígenes del hombre americano (1943). Las expediciones iniciales produjeron
estudios monográficos en los que se describen ciclos de vida, costumbres
familiares, rituales y creencias religiosas ancestrales, sin mayores
pretensiones de hacer interpretaciones etnológicas.
Paul Rivet, Los orígenes del hombre americano (1978)
La influencia de Rivet estuvo acompañada de otras corrientes
antropológicas norteamericanas; inicialmente, por intermedio de las enseñanzas
del profesor Gregorio Hernández de Alba, que además de haber estudiado con
Rivet, en París, había tenido, en sus años juveniles, afinidades con la
antropología norteamericana, cuando participó en el proyecto de la Guajira
realizado por la comisión de estudios de las universidades de Columbia y
Pensilvania (1935); aprendizaje que luego se fortaleció gracias a los vínculos
con Julian Steward (1902-1972), quien le consiguió una beca de la Fundación
Guggenheim, para estudiar en el Smithsonian Institution, en 1944. Steward fue
un destacado científico que propuso el modelo de ecología cultural, de áreas
culturales y el evolucionismo multilineal; además, fue el primer director del
Instituto de Antropología Social del Smithsonian Institution (1943-1946) y el
editor del Handbook of South American
Indians, en el que participaron con artículos varios de los pioneros de la
etnología en Colombia.
Gregorio Hernández de Alba, Etnología guajira (1936)
Handbook of South American Indians, volumen 5 (1949)
Hernández de Alba, como fundador y primer director del Instituto
Etnológico de la Universidad del Cauca (1946-1950), estableció un programa
académico y científico con la participación directa del Instituto de
Antropología Social del Smithsonian Institution, dirigido entre 1946 y 1952,
por el antropólogo estadounidense George Foster (1913-2006), teórico y promotor
de la escuela de antropología social aplicada. Hernández de Alba llamó la
atención sobre la necesidad que existía en Colombia de promover investigaciones
que produjeran trasformaciones sociales y culturales en beneficio de un
progreso nacional, a la manera como lo estaban haciendo antropólogos
norteamericanos, que analizaban todos los aspectos de la complejidad social,
política, económica, jurídica y cultural de diversas comunidades; información
indispensable para producir una transculturación o integración a la modernidad.
La antropología social aplicada se orientó, de manera prioritaria, al estudio
de la situación en que se hallaban los pueblos indígenas. En 1940 se llevó a
cabo el Primer Congreso Indigenista Interamericano de Pátzcuaro, México, en el
que se propuso una política continental y la creación de organismos
indigenistas nacionales, en todos los países americanos, para conocer los
problemas económicos, jurídicos, políticos, administrativos y sociales de las
comunidades indígenas; también, para asesorar, planear o ejecutar políticas
oficiales que buscaban integrarlas a la vida nacional, mejorando la situación
en que se encontraban. Hernández de Alba fue nombrado representante del
Instituto Indigenista Interamericano en Colombia, dirigido en México, por su
amigo Manuel Gamio. Al año siguiente, en 1941, en compañía de Antonio García y
otros colegas, fundaron el Instituto Indigenista de Colombia, al que se
inscribieron artistas, intelectuales y pioneros de la antropología: Blanca
Ochoa de Molina, Edith Jiménez de Muñoz, Juan Friede, Gerardo Cabrera, Luis
Alberto Acuña, Luis E. Valencia, Guillermo Hernández, Luis Duque, Gabriel
Giraldo, Gerardo Reichel, Alicia Dussán, Roberto Pineda G., Diego Castrillón,
Armando Solano, Gerardo Molina, Francisco Socarrás, Eliécer Silva, entre otros.
Los investigadores de este instituto se propusieron conocer las culturas
indígenas, sus lenguas, rescatar su historia, defender las tierras de resguardo
y resolver dificultades sociales relacionadas con la educación y la salud. El
Instituto Indigenista de Colombia publicó investigaciones en las que se
denunciaban el maltrato histórico con las parcialidades indígenas, el pago de
terraje, el despojo de sus tierras comunitarias y se rechazaba la parcelación
de las mismas, promovida por los gobiernos liberales y conservadores de la
época.
Juan Friede, El indio en lucha por la tierra. Historia de los resguardos del Macizo Central Colombiano (1944)
Los antropólogos
indigenistas llevaron a cabo sus proyectos en la década de los años cuarenta,
cuando se agudizó la lucha por el poder entre los partidos Liberal y
Conservador, incrementándose la violencia que produjo la muerte de miles de
colombianos, entre los que se encontraban miembros de los resguardos indígenas.
Como era de esperarse, durante el período presidencial del dirigente
conservador radical Laureano Gómez (1950-1953), los proyectos académicos y
científicos adelantados por los institutos etnológicos fueron suspendidos, y
varios investigadores tuvieron que renunciar a sus cargos. En este período de
represión política, el Instituto Etnológico Nacional fue reformado y
transformado en el Instituto Colombiano de Antropología (1953); el Instituto
Etnológico de la Universidad del Cauca suspendió sus actividades académicas y
su programa indigenista y de antropología social urbana, hasta el año de 1955,
cuando fue reabierto, bajo la dirección de Julio Cesar Cubillos. En el año
1953, el antiguo Plan de Estudios del Instituto Etnológico Nacional establecido
por Rivet, fue reemplazado por uno nuevo, con una mayor variedad de materias e intensidad
académica (Licenciatura), en el que se formaría el último grupo de antropólogos
y arqueólogos egresados de dicho instituto, hasta el año 1963, cuando el
gobierno decidió terminar con su misión académica, de manera definitiva. En el
nuevo Plan de Estudios se incluyeron cursos análogos a los del currículo
anterior y otros, en el que se enfatizaba la sociología, la historia de las
teorías antropológicas y el africanismo.
Revista Colombiana de Antropología, volumen 1, número 1, ICAN (1953)
No todos los
proyectos antropológicos pioneros se llevaron a cabo con pueblos indígenas. En
el Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca, investigadores
norteamericanos adelantaron trabajos de antropología social en la ciudad de
Popayán: el geógrafo cultural Raymond Crist, del Instituto of Social
Anthropology del Smithsonian Institution y Andrew Hunter Whiteford del Logan Museum,
Beloit College (Wisconsin). Crist, como geógrafo humano, se interesó por
conocer las causalidades históricas que explicaban la situación subdesarrollada
en que se encontraban regiones como el Cauca (La personalidad de Popayán, 1950). Whiteford, de manera particular,
hizo una pionera investigación de las clases sociales y sus comportamientos
culturales, en Popayán, hacia finales de los cuarenta; en esta investigación
participaron los etnólogos Roberto Pineda y su esposa Virginia Gutiérrez,
experiencia que los aproximó a una antropología social, diferente al trabajo
con pueblos indígenas (Popayán y Querétaro,
comparación de sus clases sociales, 1963).
Raymond E. Crist, La personalidad de Popayán (1950)
Andrew Hunter Whiteford, Popayán y Qurétaro (1963)
En los años
cincuenta se enfatizaron otros sentidos de la antropológica en Colombia. Los
pioneros cada vez más se alejaron de los primeros estudios etnográficos descriptivos,
para realizar trabajos de antropología social aplicada relacionados con la
aculturación o transculturación de sociedades campesinas, indígenas y urbanas. Se
hicieron investigaciones con un enfoque sociológico y cultural en su dimensión
histórica sobre las familias, la personalidad y la cultura, el papel social y
cultural del hombre y la mujer, en las diversas regiones colombianas. En estas
obras se hace evidente la aplicación de nuevas metodologías estadísticas, de
encuestas y entrevistas, además de la observación participante que buscaban no
solo identificar realidades socio-culturales, sino también establecer
diagnósticos que permitieran encontrar soluciones a las problemáticas. A manera
de ejemplo se puede mencionar la investigación de Gerardo Reichel Dolmatoff y
su esposa Alicia Dussán, realizada entre 1951 y 1952, en el pueblo de Atanques
de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde convivían mestizos-criollos e
indígenas, en un proceso de aculturación (The
people of Aritama. The cultural personality of a Colombian mestizo village,
1961). Además, los trabajos de antropología social adelantados por Julio Cesar
Cubillos con una parcialidad de Poblazón
y en el barrio obrero Alfonso López, de la ciudad de Popayán (1955-1960); posteriormente este mismo investigador se vinculó a la Facultad de Medicina de la Universidad del Valle, en 1960, para trabajar en un programa de medicina social. Algo análogo hizo Gerardo Reichel Dolmatoff cuando fue profesor de antropología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena (1957-1959); también, Gerardo Reichel y Alicia Dussán, realizaron un trabajo específico sobre el estado de la salud de la comunidad de Aritama, sus interpretaciones culturales de las enfermedades y sus implicaciones sociales: "Nivel de salud y medicina popular en una aldea mestiza colombiana" (Revista Colombiana de Antropología, volumen VII, 1958). Virginia Gutiérrez de Pineda fue pionera en analizar el contexto cultural del
alcoholismo en un barrio obrero y la mortalidad infantil, en la ciudad de
Bogotá: “Alcohol y alcoholismo en una clase obrera de Bogotá” (Homenaje a Paul Rivet, Academia Colombiana de Historia, 1955); “Causas culturales
de la mortalidad infantil" (Revista Colombiana de Antropología, volumen IV, 1955). Gutiérrez de Pineda, al realizar estos ensayos
de investigación, introdujo la antropología a los problemas de la salud, lo que
le permitió ingresar como profesora de la Facultad de Medicina, de la Universidad Nacional (1956). La misma investigadora también fue precursora en las
investigaciones antropológicas sobre las familias en Colombia, analizadas en su
dimensión histórica y como resultado de procesos de aculturación (La familia en Colombia, trasfondo histórico,
1963; Familia y cultura en Colombia, 1968). Otro estudio social fue el adelantado en la comunidad campesina de
Saucío por Orlando Fals Borda (Peasant
society in the Colombian Andes: a sociological study of the Saucío, 1955). Este
sociólogo, en compañía del sacerdote Camilo Torres, fundaron la Facultad de
Sociología de la Universidad Nacional de Colombia (1959); espacio académico en
el que cuatro años más tarde emergió, primero, una especialización de
antropología y posteriormente, en 1966, el Departamento de Antropología, de la
Facultad de Ciencias Humanas. El enfoque antropológico dado a la Carrera de Sociología, por sus fundadores, ofreció la oportunidad para que se vincularan como profesores de tiempo parcial, a los investigadores pioneros del Instituto Etnológico Nacional, Virginia Gutiérrez de Pineda, Roberto Pineda Giraldo, Ernesto Guhl, Segundo Bernal Villa y Milciades Chavez Chamorro; todos ellos interesados en la antropología social aplicada, tanto rural como urbana.
Alicia Dussán de Reichel y Gerardo Reichel-Dolmatoff, La gente de Aritama (2012)
Virginia Gutiérrez de Pineda, Familia y cultura en Colombia (1968)
Orlando Fals Borda, Campesinos de los Andes, estudio sociológico de Saucío (1961)
En el año 1954,
Ernesto Guhl Nimtz, antiguo profesor e investigador del Instituto Etnológico
Nacional, fue nombrado director del Departamento Técnico de Seguridad Social Campesina, del Ministerio de Trabajo, lo que le permitió adelantar un programa
de investigación para identificar los problemas de los campesinos y resguardos
indígenas, con el fin de encontrar soluciones a los mismos. Para lograrlo
conformó un grupo de trabajo con antiguos colegas, como Roberto Pineda Giraldo
y Luis Duque Gómez, y con la colaboración de Julio Cesar Cubillos, recién
nombrado director del Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca (1955). Guhl
como geógrafo cultural y su equipo de etnólogos colaboradores hicieron un
estudio socio-económico de la situación en que se encontraban los resguardos
del Cauca, con la aplicación de métodos estadísticos sobre demografía; tamaño,
tenencia y uso de la tierra; mercadeo de los productos agrícolas, vías de
comunicación y relaciones con los colonos.
Otra sentido de
la investigación antropológica pionera que se puede identificar, aunque menos
explícito, hace referencia a la escuela norteamericana llamada Cultura y personalidad, establecida por Ralph
Linton (1893-1953). En este enfoque teórico se establecen vínculos interdisciplinarios
entre la antropología, la sociología y la psicología; para entender los
comportamientos culturales de los grupos humanos es importante estudiar la
conducta de los individuos, su personalidad. Las obras de Linton, Estudio del Hombre (1936) y Cultura y personalidad (1945), según se
puede deducir, fueron leídas por varios de los pioneros de la antropología. De
manera explícita existe la referencia hecha a este autor en el trabajo pionero
de José de Recasens y su esposa Rosa Mallol, “El ´”test Rorschach” aplicado al
estudio cultural etnográfico”, publicado en el Boletín de Arqueología, del Instituto Etnológico Nacional (volumen
II, número 4, 1946). En otros trabajos antropológicos de la década de los
cincuenta, aunque no se hagan citas directas de libros de Linton, se puede
pensar en que se tuvieron en cuenta, porque entre los temas que se tratan se
hace alusión a la personalidad u otros comportamientos psicológicos de los
individuos investigados. De mismo modo puede decirse que en investigaciones, como la realizada por Alicia Dussán de Reichel, "Características de la Personalidad Masculina y Femenina en Taganga" (Revista Colombiana de Antropología, vol II, N° 2, 1954), existen referencias
indirectas a trabajos sobre cultura y sexualidad, de Margaret Mead (1901-1978), y de su colega, Ruth
Benedict (1887-1948), a su texto, Patrones
en la cultura (1934). Estas influencias de las obras de Mead y Benedict remiten a la escuela norteamericana de antropología cultural fundada por su maestro Franz Boas (1858-1942), en la que se destaca el relativismo cultural o particularismo histórico, en contra del evolucionismo y el difusionismo.
Ralph Linton, Cultura y personalidad (1945)
A manera de
síntesis general, se puede proponer que desde la década de los años cincuenta
se establecieron cambios en la orientación de la antropología en Colombia;
período que corresponde con la crisis política nacional del gobierno
conservador de Laureano Gómez y Rafael Urdaneta (1950-1953), lo que implicó el final
del Instituto Etnológico Nacional y el nacimiento del Instituto Colombiano de
Antropología (1953). Paradójicamente la difícil crisis política del país llevó
a los pioneros a encontrar nuevas corrientes teóricas de la antropología social
norteamericana. Los investigadores ampliaron su campo de acción a la compleja y diversa realidad social y
cultural del país, en la que se incluían los problemas de las comunidades
indígenas, los campesinos y los habitantes de pueblos y ciudades. Hacia los
años finales de esta década, después del gobierno del general Gustavo Rojas
Pinilla (1953-1957), se estableció un acuerdo de paz política entre los
partidos Conservador y Liberal, que significó la creación del Frente Nacional,
en el que de común acuerdo, se turnarían en el gobierno. Durante la presidencia
del liberal Alberto Lleras Camargo (1958-1962) se formalizó definitivamente una
política indigenista oficial con la creación de la Sección de Resguardos
Indígenas, del Ministerio de Agricultura, bajo la jefatura administrativa de
Gregorio Hernández de Alba, que luego, en 1960, se trasladó al Ministerio de
Gobierno, como la División de Asuntos Indígenas. Hernández de Alba tuvo la
oportunidad de llevar a cabo las propuestas antropológicas con los resguardos
indígenas, por las que había luchado en la década de los cuarenta.
Ernesto Guhl y otros, Indios y blancos en la Guajira (1963)
Pasado arqueológico como
patrimonio nacional
El descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo significo para la
monarquía española establecer una
política de colonización, de apropiación de sus inmensos territorios y
sometimiento de sus pobladores
aborígenes. Desde los primeros viajes de Colón se hizo evidente la presencia
del oro que portaban los indígenas en sus cuerpos, lo que incentivó el deseo de
poseerlo, la pasión de la codicia de capitanes y soldados que lograron sus
fines buscando el legendario Dorado.
Cuando los conquistadores descubrieron que los indígenas enterraban a
sus familiares con los preciosos objetos dorados, nació la guaquería en
América. Las autoridades españolas legalizaron el saqueo de las tumbas en tanto
se les entregara el quinto real establecido por las Leyes de Indias. La iglesia
católica también participó de la expropiación y saqueo de los objetos de oro y
los fabricados en otros materiales, bajo la justificación de que eran representaciones
demoníacas, de ídolos o falsos dioses que necesitaban ser destruidos; se
trataba de una causa justificada, de la extirpación de idolatrías. Las piezas
de oro fueron a parar a los hornos de las casas reales de fundición, donde
fueron registrados en los libros, como oro de guaca.
Ezequiel Uricoechea, Tunjos Neogranadinos en Memorias sobre las antigüedades Neogranadinas (1854)
Esta primera valoración hispánica de los objetos de guaca tuvo una transformación hacia los
finales del siglo XVIII, por parte de los intelectuales ilustrados, quienes los
apreciaron como curiosidades científicas, que merecían ser coleccionadas.
Después de la independencia de España, las curiosidades, transformadas en
antigüedades arqueológicas, fueron compradas por coleccionistas,
estableciéndose un comercio del que participaron viajeros-científicos
interesados en descubrir la naturaleza tropical y en obtener piezas
etnográficas y arqueológicas, para los grandes museos europeos, que
patrocinaban sus expediciones. Estos exploradores se pueden considerar como los
pioneros de la antropología y la arqueología, profesiones creadas en
universidades o institutos europeos y norteamericanos. Para ellos, las
antigüedades y las piezas etnográficas eran fundamentales para conocer las
sociedades primitivas. Los objetos culturales se transformaron en piezas
científicas que permitían investigar las costumbres y pensamientos de dichas
sociedades, inscritas en una dimensión histórica universal. Durante el siglo
XIX, al mismo tiempo que las colonias españolas lograban su independencia de la
corona española, otras monarquías europeas consolidaban sus fronteras
imperiales en África y Asia. Nueva expansión que implicó el
sometimiento de culturas nativas y el hallazgo de ruinas de las antiguas
civilizaciones del Próximo Oriente, Asia y África. Los antropólogos y los
arqueólogos, a nombre de los grandes museos, se encargarían de investigarlas y
obtener objetos etnográficos y arqueológicos, que hoy en día conforman sus
valiosas colecciones.
E. André, Costume de voyage (1877)
En el caso colombiano, como en otros países hispanoamericanos, las
antigüedades arqueológicas empezaron a ser protegidas por una política
gubernamental, a comienzos del siglo XX, cuando se configuró una historia nacional.
Los trabajos de los arqueólogos pioneros, a partir de los llevados a cabo por
Konrad Th. Preuss en la región de San Agustín, en los años 1913-1914, fueron
valorados porque mostraban que en el territorio colombiano había existido una
misteriosa cultura avanzada, como se apreciaba en su monumental arte
escultórico y construcciones funerarias megalíticas, hallazgos que daban un
prestigio internacional. El envío, por parte de Preuss, de piezas arqueológicas
al museo Etnológico de Berlín despertó sentimientos nacionales en algunos
colombianos que solicitaron a las autoridades que no se permitiera hacerlo;
petición que fue aceptada, como se aprecia en la aprobación de nuevas leyes en
las que los yacimientos y los objetos arqueológicos fueron declarados patrimonio
nacional, lo que obligó a protegerlos y a evitar su salida al extranjero, sin
una autorización gubernamental.
Konrad Th. Preuss, Arte monumental prehistórico (1931)
La aceptación de las nuevas leyes protectoras no fue fácil ni rápida,
porque esto implicaba cambiar una mentalidad con herencias coloniales: la
guaquería era una práctica cultural ancestral. Para los campesinos católicos el
miedo y el respeto a la muerte no fue impedimento para seguir saqueando las
antiguas tumbas de indígenas, porque las consideraban entierros de infieles. La
guaquería terminó convirtiéndose en un conjunto de creencias mágicas asociadas
a los tesoros arqueológicos y a los esqueletos enterrados por los indígenas prehispánicos.
Estas creencias también impactaron los pensamientos mágicos de comunidades
indígenas adoctrinadas por los misioneros desde tiempos coloniales. Se sabe que
muchas de ellas, hasta tiempos recientes, se negaron a excavar las tumbas de
los antiguos, por temor y respeto a los espíritus de los muertos, puesto que
podían causar enfermedades u otras calamidades; actitud espiritual que ayuda a
entender el distanciamiento o reserva que han mantenido hasta tiempos recientes
con relación a los yacimientos y objetos arqueológicos.
Objetos arqueológicos obtenidos por un guaquero en el Cauca (s.f.)
Desde su fundación, una de las funciones primordiales del Instituto
Etnológico Nacional fue investigar y proteger los monumentos y objetos
prehispánicos, como un patrimonio nacional. La mayoría de las culturas
precolombinas se identificaron con los nombres que los españoles les asignaron
al momento de la conquista, como se narra en las crónicas del siglo XVI y XVII.
En las primeras décadas del siglo XX se realizaron los primeros proyectos
arqueológicos modernos de manera aislada, por parte de investigadores
extranjeros. Luego, en las décadas de los años cuarenta y cincuenta, con la
fundación de los institutos etnológicos, varios de los primeros egresados
llevaron a cabo investigaciones en diferentes regiones, de manera continua,
bajo una orientación conceptual de la antropología cultural norteamericana: el Particularismo Histórico propuesto por Franz Boas (1858-1942) y el Evolucionismo
multilineal.
Escultura principal de Moscopán excavada por Henri Lehmann en 1943 (Biblioteca ICANH FG 0978)
Excavación de pirámide en el Morro de Tulcán (Popayán), por Julio César Cubillos (1957)
Los arqueólogos pioneros, además de cementerios, excavaron basureros de
viviendas utilizando el método de la estratigrafía, para establecer
clasificaciones tipológicas (complejos cerámicos), con las que definieron cronologías
regionales, precisadas con fechas de C14. Los elementos materiales de cada área
cultural los compararon con los de otras regiones americanas para identificar
las semejanzas estilísticas (más que las diferencias), que existían entre
ellas, lo que interpretaron como parentescos culturales. Algunos de ellos, como
lo hicieron Gerardo Reichel Dolmatoff y Alicia Dussán de Reichel, en la costa
Caribe, estuvieron muy interesados en armar el rompecabezas histórico regional;
los cambios culturales los explicaron como consecuencia de supuestas migraciones
o invasiones. Hacia los años sesenta publicaron la primera historia
prehispánica de los territorios colombianos, como una secuencia de etapas
evolutivas, que incluían las sociedades de cazadores-recolectores, el origen de
la alfarería y la agricultura, las aldeas ribereñas, las sociedades de cacicazgos
o señoríos, que como en el caso de los Muisca y los Tairona se confederaron,
estableciendo un sistema político más complejo (Colombia, 1965).
Gerardo Reichel Dolmatoff, Colombia (1965)
Los arqueólogos pioneros se encargaron de llenar el vacío milenario de
la historia americana anterior a los viajes de Cristóbal Colón. Al mismo
tiempo, con sus excavaciones recuperaron muchas evidencias de cultura material
que conformaron las colecciones de museos arqueológicos regionales, que fundaron
para exhibir los resultados de sus excavaciones. Otra labor que desempeñaron
fue la creación de parques arqueológicos para proteger las ruinas monumentales
con fines educativos y para promover un turismo nacional y extranjero. El
Instituto Etnológico Nacional y el Instituto Colombiano de Antropología,
también se encargaron de promover nuevas leyes protectoras del patrimonio arqueológico,
como se aprecia en la Ley 163 de 1959, que reglamentó la investigación, defensa
y conservación del patrimonio histórico, artístico y los monumentos nacionales
de Colombia.
Entre los últimos egresados del Instituto Colombiano de Antropología se
encontraban algunos arqueólogos, como Gonzalo Correal Urrego, que durante los
años sesenta inició un programa de investigaciones dedicado a descubrir la
etapa más antigua de la historia de Colombia, la correspondiente a los
cazadores-recolectores. En sus excavaciones hay un enfoque conceptual nuevo que
se identifica como arqueología y medio ambiente natural, en el que se enfatizan
las relaciones existentes entre las ocupaciones humanas tempranas y los cambios
climáticos del Pleistoceno tardío y el Holoceno.
Gonzalo Correal, Investigaciones arqueológicas en los abrigos rocosos de Nemocón y Sueva (1978)
Con la creación de las primeras carreras universitarias de antropología,
en la que intervinieron en su etapa inicial, varios de los etnólogos pioneros,
la formación de la nueva generación de arqueólogos se inició en un ambiente de
conflictos políticos, generados por las posiciones de la izquierda
internacional (hacia los años finales de los sesenta y primeros de los setenta);
período crítico que significó el rechazo político estudiantil de varios de los
pioneros. En medio de esta crisis se formó la nueva generación de arqueólogos,
que participó de corrientes teóricas internacionales más actuales, tanto
europeas como norteamericanas. Como algo positivo, para el impulso de la investigación
arqueológica, en 1971, el Banco de la República creó la Fundación de
Investigaciones Arqueológicas Nacionales, con el objetivo de patrocinar los
proyectos de investigadores pioneros, profesionales jóvenes y trabajos de grado
de estudiantes de los departamentos de antropología, y como un fondo para la
preservación del patrimonio de los parques arqueológicos; también, se encargó de publicar los resultados científicos obtenidos, en un Boletín y en una serie de
libros especializados, que se distribuyeron a escala internacional. Así, el crecimiento de la arqueología recibió un gran
apoyo, en un país en el que las universidades no han dispuesto de mayores
recursos económicos para la investigación arqueológica.
Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, Banco de la República, Proyectos de Investigación realizados entre 1972 y 1984 (1985)
Epílogo
Como se puede apreciar en el panorama
histórico antes expuesto, el ejercicio de la antropología en Colombia, en su
período de consolidación como disciplina académica y científica (1935-1960),
estableció unos fundamentos profesionales que ayudan a entender los cambios que
se produjeron a partir de la década de los sesenta, cuando esta disciplina se
trasladó a los medios universitarios.
Por determinantes históricos de
origen colonial es claro que la antropología, como ciencia moderna, fue creada
en los medios científicos y académicos europeos y norteamericanos durante la
segunda mitad del siglo XIX. En sus inicios, los territorios y los habitantes
de los países hispanoamericanos, asiáticos y africanos desempeñaron un
importante papel, como objetos de estudio, en la consolidación de las
propuestas teóricas y metodológicas sobre las culturas humanas llamadas primitivas, naturales o exóticas, en su
dimensión histórica universal (prehistórica y moderna). De esta manera se
configuró una diferenciación y una relación de interdependencia entre los
centros metropolitanos y el mundo periférico.
En los países latinoamericanos,
como Colombia, caracterizados por tener herencias culturales, sociales,
económicas y políticas de origen colonial hispánico, la antropología surgió
como la ciencia apropiada para la consolidación de una identidad cultural nacional,
promovida por los gobiernos republicanos (liberales y conservadores), hacia las
primeras décadas del siglo XX. Por su condición periférica, el Instituto
Etnológico Nacional no nació como una escuela antropológica nacional, sino como
una institución oficial, académica y científica, que tenía una orientación
teórica y metodológica procedente de escuelas antropológicas europeas y
norteamericanas. El trabajo de los etnólogos pioneros y la realización de las
expediciones científicas fueron financiadas por el estado colombiano con
presupuestos limitados que se complementaron con ayudas de fundaciones
extranjeras. Los intercambios profesionales se mantuvieron con la presencia de
comisiones conformadas por científicos extranjeros, entre los que sobresalen,
por una mayor permanencia en el país, los investigadores del Smithsonian
Institution. Además, los investigadores pioneros, en diferentes momentos,
recibieron los beneficios de las becas Guggenheim, para adelantar
especializaciones en prestigiosas universidades norteamericanas, lo que les
permitió renovar o cambiar la formación académica inicial impartida por Paul
Rivet.
Roberto Pineda Giraldo y Virginia Gutiérrez de Pineda, El mundo espiritual del indio Chocó (1958)
De izquierda a derecha, Juan Friede, Eliécer Silva, Luis Eduardo Unda y Carlos Margain, en el Alto de los Ídolos de San Agustín, en 1946 (Archivo fotográfico de Gregorio Hernández de Alba).
Las características históricas
anteriores ayudan a explicar la diversidad y gran dinámica que presentó el
trabajo científico de los pioneros. En una primera etapa, realizaron una
investigación interdisciplinaria, como etnógrafos, antropólogos físicos,
arqueólogos, etnohistoriadores y lingüistas, de acuerdo con las enseñanzas de
su maestro Paul Rivet. Luego, con la creación de institutos regionales como
filiales del Instituto Etnológico Nacional, los pioneros tuvieron la
oportunidad de adelantar programas personales, en las respectivas regiones.
Esto significó una diversidad en la orientación de la investigación
antropológica en el país. Los pioneros llevaron a cabo programas
interdisciplinarios en los que combinaron estudios arqueológicos, etnográficos y etnohistóricos. Si se comparan los informes que presentaron como resultados de
sus primeras exploraciones, en los años cuarenta, con los trabajos hechos en la
década de los cincuenta, se encuentran cambios en las temáticas investigadas,
en los enfoques teóricos y en la aplicación de metodologías de campo. En un
principio, excavaron sitios arqueológicos e hicieron trabajos etnográficos con
comunidades indígenas, de acuerdo con las enseñanzas culturalistas de Rivet;
posteriormente permearon otros campos del saber científico, como la sociología
y la medicina, orientando sus investigaciones al campo de la antropología
social aplicada, que además de las comunidades indígenas, incluía las
problemáticas de los campesinos y las clases sociales urbanas. Los antropólogos
investigaron los procesos de
aculturación y mestizaje, la configuración histórica de las familias
colombianas, la medicina tradicional y los componentes culturales vinculados a
la salud pública, entre los principales. Estas investigaciones las realizaron,
ya no pensando en la falacia de una identidad nacional, sino, creyendo en que
sus conocimientos eran una contribución a la solución de los complejos problemas culturales y
sociales, que impulsaban las políticas gubernamentales.
Aunque en la mayoría de las
obras de los primeros etnólogos, publicadas en diferentes revistas
especializadas, se aplican modelos de investigación con un estándar profesional
internacional, se distinguen rasgos que las particularizan. Son textos en los
que no se explicitan los discursos
teóricos que orientan sus proyectos de investigación, sino los procesos de
realización y los resultados obtenidos. Esto se puede explicar porque el
Instituto Etnológico Nacional no constituyó una escuela antropológica, como las
existentes en los departamentos de antropología de universidades
estadounidenses, establecidos por los fundadores de esta ciencia, con programas
de estudio de pregrado y posgrado. En el caso colombiano, los etnólogos
pioneros, después de compartir una formación académica, conformaron un pequeño
grupo de colegas, que mantuvieron un contacto profesional, con encuentros ocasionales
y por intermedio de una correspondencia; pero, hasta cierto punto, tuvieron la
oportunidad de definir y orientar sus propios programas de investigación; claro
está que con las limitaciones propias de una dependencia estatal, con escasos
recursos económicos y con unas directrices políticas del gobierno de turno.
Estas políticas oficiales terminaron siendo diferentes a las impulsadas por los
investigadores, sobre todo en el caso de los resguardos indígenas; mientras el
gobierno pretendía acabarlos, los etnólogos tomaron una posición a favor de los
pueblos indígenas, que defendían la autonomía de sus cabildos y el derecho a la
posesión de tierras comunitarias. El trabajo de los antropólogos sí tuvo
implicaciones directas con el medio social, político y cultural a escala
nacional y regional; por eso cuando se agudizó la violencia impulsada por la
lucha por el poder de los partidos Liberal y Conservador, los institutos
etnológicos entraron en crisis, afectando la situación laboral de los pioneros.
Indígenas del Macizo Colombiano (sin fecha)
Desde finales de la década de
los años cincuenta del siglo XX se produjeron cambios en las principales
universidades del país, relacionados con la antropología y otras ciencias
humanas o sociales. La formación académica y científica de estas ciencias, que
había estado a cargo de los institutos etnológicos , se transformaron en
programas universitarios. Gran parte de los pioneros de la antropología ingresaron
como profesores universitarios para crear carreras y departamentos de antropología, inicialmente, en las universidades de los Andes (1963), Nacional
(1966), Antioquia (1966) y del Cauca (1970). A escala nacional e internacional
se produjeron grandes conflictos que conllevaron cambios económicos, políticos,
sociales y culturales; las teorías culturalistas, que habían aplicado los
pioneros de la antropología, fueron cuestionadas por las nuevas generaciones
que participaron de otras teorías, como el Estructuralismo, el Materialismo Histórico, el Funcionalismo, el Estructural-Funcionalismo, el Materialismo Cultural,
la Antropología y la Ecología y la
llamada Nueva Arqueología.
En los años sesenta y setenta,
los compromisos profesionales de los pioneros se desplazaron a los espacios de
debate universitarios, adquiriendo un carácter político, desde una posición
marxista. En las universidades se consolidaron movimientos estudiantiles
inspirados en las protestas políticas e intelectuales de Mayo del 68, de París, y en el triunfo de las revoluciones
comunistas de Rusia (1917), China (1949) y Cuba (1959), fundamentadas en los
pensamientos de los grandes líderes de la izquierda: Marx, Lenin, Mao y
Trotsky. El mundo, maniqueámente, se dividió en dos hemisferios, la izquierda y la derecha y se inició la Guerra Fría, o amenaza irresponsable de una guerra atómica entre USA. y la URSS. De esta lucha por el poder mundial surgieron las guerrillas insurgentes de las FARC, (1964), el ELN. (1964), el EPL (1967) y el M-19 (1974). La violencia campesina de los partidos Liberal y Conservador, de los cuarenta y cincuenta, fue sustituida por una confrontación nacional, entre ejércitos de guerrilleros y las fuerzas armadas del estado colombiano. Fueron años de movimientos juveniles de contracultura, de conflictos, paros y marchas, de enfrentamientos con la policía, como expresiones de rechazo a los gobiernos del Frente Nacional, impulsados por asociaciones
universitarias, obreras, campesinas e indígenas. En las universidades las organizaciones estudiantiles pusieron en tela de juicio las políticas académicas de las directivas y rechazaron la presencia de fundaciones
académicas y científicas norteamericanas. Además, cuestionaron la orientación
teórica y metodológica que existía en los planes de estudio, produciéndose
reformas curriculares en las carreras de antropología, recién establecidas. El trabajo
de campo con comunidades indígenas fue uno de los temas principales que se
discutieron, planteándose el compromiso político de los antropólogos con sus
autoridades y con organizaciones
autónomas, como el Consejo Regional Indígena del Cauca, establecido, en 1971.
Definitivamente, la nueva etapa histórica de la antropología en Colombia nació en
medio de debates profesionales, luchas políticas y enfrentamientos armados.