Presentación
Entre el 6 y el 9 de junio del presente año (2017) se
realizó el XVI Congreso de Antropología en Colombia, aunado al V Congreso de la
Asociación Latinoamericana de Antropología, en la Pontificia Universidad
Javeriana, en Bogotá. Por iniciativa de los organizadores del evento, a las personas
inscritas les obsequiaron uno de los dos tomos de la obra Antropología Hecha en Colombia, editada por Eduardo Restrepo, Axel
Rojas y Marta Saade, y patrocinada por la Asociación Latinoamericana de
Antropología, el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) y la
Universidad del Cauca. El contenido de esta obra recoge una colección de
artículos de la historia de la Antropología en Colombia, que incluye
investigadores de varias generaciones, desde los pioneros hasta el presente. La
selección se hizo para cada una de las áreas que conforman la compleja ciencia
de la Antropología. Causa sorpresa, que en esta valiosa recopilación
institucional no se haya incluido la investigación arqueológica hecha en
Colombia, como si esta ciencia no hiciera parte integral de la Antropología, a
escala nacional o internacional. Las relaciones entre la Antropología y la
Arqueología han sido una constante histórica, como se ha expuesto en el último ensayo publicado en este mismo blog: Sentidos
de la historia de la Antropología en Colombia.
La investigación arqueológica en Colombia no ha jugado el
papel ideológico que tuvo en países como México después de la revolución de
1910, cuando el partido gobernante, PRI, hizo apología de la grandeza de las civilizaciones
precortesianas, creando un sentimiento popular de orgullo cultural nacional, que
terminó justificando su permanencia en el poder. En Colombia, a lo largo de la
primera mitad del siglo XX, en el imaginario de una identidad cultural nacional
todavía dominaba el ancestro cultural hispánico, que discriminaba las culturas
aborígenes del pasado y el presente. A diferencia de Colombia, en México y el
Perú se construyeron grandes museos nacionales de Antropología y Arqueología. No
sobra recordar que el único país que rinde homenaje al gran descubridor, es
Colombia. Precisamente, constatar esta realidad lleva a resaltar la importancia
que han tenido las instituciones y el trabajo de los arqueólogos, iniciado por
los pioneros y continuado por las
generaciones posteriores. En el gremio antropológico, según parece,
todavía no se ha podido establecer una conexión entre el pasado arqueológico y
el presente indígena; aunque, también, se puede deducir que la Arqueología ha
adquirido una autonomía profesional.
En sus inicios, en
la segunda mitad del siglo XIX, la Antropología se consolidó como una ciencia moderna
interesada en conocer, primordialmente, las llamadas culturas o sociedades
primitivas, del pasado prehistórico (arqueológico) y del presente
(etnográfico-etnológico). A lo largo del siglo XX, los antropólogos fundaron
diversas escuelas teóricas para interpretar, no solamente las llamadas
sociedades aborígenes, sino, también, campesinas y urbanas, en su dimensión
histórica y contemporánea. La Antropología se fue subdividiendo en áreas del
conocimiento, de acuerdo con la complejidad social y cultural producida por los
seres humanos a lo largo de su milenaria historia. Mientras los etnólogos o
antropólogos se dedicaban a conocer los comportamientos y problemas de las culturas
vivas, los arqueólogos hacían lo mismo, pero con las evidencias materiales de sociedades
desaparecidas. En este sentido, la Arqueología necesitaba de los discursos
antropológicos para interpretar el pasado, al mismo tiempo que los
antropólogos comprendían que la realidad
presente era el resultado de una historia.
A partir de la década de los sesenta, del siglo XX, en Colombia se produjo un cambio significativo
en la formación académica y científica de los antropólogos, iniciándose una
segunda etapa de su proceso histórico. A diferencia de los pioneros, que habían
estudiado y trabajado en el Instituto Etnológico Nacional (IEN) y el Instituto
Colombiano de Antropología (ICAN), las nuevas promociones de antropólogos se
formaron en los primeros departamentos de Antropología, fundados en cuatro
universidades. En sus planes curriculares se produjeron cambios teóricos y
políticos, y se conservaron las áreas de la Etnología, la Antropología Social y
la Arqueología.
Entre los años setenta y ochenta se dio un auge de la
Arqueología en Colombia; el número de egresados de las universidades aumentó y se
diversificó, si se compara con el reducido grupo de los pioneros. Los
arqueólogos, como profesores universitarios o como investigadores de institutos
y fundaciones, establecieron programas de investigación, interdisciplinarios y
con enfoques conceptuales medioambientales, a los que vincularon estudiantes
para que hicieran prácticas de terreno y laboratorio, que los prepara para
hacer trabajos de grado. Algunos de los nuevos arqueólogos adelantaron estudios
de posgrado en universidades de países como Francia, Inglaterra y USA.,
diversificándose el ambiente teórico y metodológico, en las carreras de
Antropología. Varios proyectos tuvieron un carácter multinacional, al ser
dirigidos por arqueólogos nacionales y extranjeros, en los que participaron estudiantes
colombianos y foráneos.
Así como se propone una Antropología de las antropologías,
se puede plantear una Arqueología de las arqueologías hechas en Colombia; o
sea, hacer un análisis de las actividades académicas y científicas,
continuidades y rupturas, que impulsaron los profesores y estudiantes de las primeras
generaciones de arqueólogos universitarios, entre los finales de la década del
sesenta y los años noventa.
Emerge la
Arqueología universitaria
En la década de los años sesenta se crearon los primeros departamentos
de Antropología en las universidades de los Andes (1963), Nacional (1966) y Antioquia (1966), con planes curriculares
que capacitaron las nuevas promociones de arqueólogos. En la fundación de estos
departamentos participaron pioneros de la Antropología que ingresaron como
profesores, después de haber desarrollado un destacado trabajo como investigadores;
inicialmente, durante los años cuarenta, en el IEN y sus filiales regionales, y
luego, en el ICAN. En el año 1970 se fundó el Departamento de Antropología de
la Universidad del Cauca, que en su primera etapa tuvo el impulso de antropólogos
egresados de la Universidad de los Andes.
Los departamentos de Antropología se establecieron en un período
caracterizado por reformas universitarias, que impulsaron el desarrollo de las
Ciencias Sociales y las Humanidades. El gobierno aprobó programas de Estudios
Generales, para asignarles a los estudiantes de las diferentes carreras, un
fundamento social y humanístico, logrado por intermedio del Plan Básico (primer
año). Esta renovación académica fomentó la creación de facultades de Humanidades
o Ciencias Sociales, con departamentos de Antropología, que además de ofrecer
cursos generales de servicio, establecieron planes de estudio de Licenciatura.
Los primeros cuatro currículos de Antropología se
programaron a cuatro años, con cursos generales de Etnología, Antropología Social,
Arqueología y Antropología Física, que culminaban con un trabajo de grado. En
términos generales, se pueden hacer equivalencias entre los planes de estudio,
pero cada uno de ellos tuvo sus particularidades, establecidas por los
fundadores. A los primeros departamentos de Antropología, recién fundados, les
correspondió vivir un período de conflictos universitarios, entre finales de
los sesentas y la década de los setentas. Son varias las causas que explican
esta etapa crítica de las universidades. A nivel internacional, este período
tuvo grandes movimientos artísticos e intelectuales, que impulsaron rupturas
con el pasado. Es famoso lo sucedido en París, en mayo del 68, que tuvo
repercusiones inmediatas en otros países europeos y Latinoamericanos. En las
universidades colombianas emergieron las teorías y posiciones políticas
marxistas que tuvieron gran acogida entre los estudiantes. Los problemas
particulares académicos, como el rechazo al Plan Básico, se asociaron a los
problemas sociales, políticos y económicos del país, generándose una situación
de crisis general que afectó la estabilidad de los Departamentos de
Antropología.
A diferencia de los pioneros, los nuevos profesionales de
la Antropología se desempeñaron, no solamente como investigadores del ICAN, sino,
también, como profesores de los departamentos de Antropología y como
investigadores en instituciones museográficas y centros científicos regionales.
Es importante hacer una primera aproximación general a las dinámicas
profesionales que se establecieron entre los programas académicos
universitarios y otras instituciones científicas.
Arqueología en la
Universidad de los Andes
En la Universidad de los Andes, en 1963, se creo el
Departamento de Antropología. Hasta ese momento, la capacitación profesional de
antropólogos había sido responsabilidad directa del Estado colombiano;
inicialmente en el IEN (1941-1952), y luego, en el ICAN (1953-1964). En la
fundación del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes
intervinieron directamente los investigadores pioneros, Gerardo Reichel y Alicia
Dussán de Reichel, que habían hecho trabajos arqueológicos, etnológicos y de
antropología social, en la Sierra Nevada de Santa Marta y la Costa Atlántica,
durante las décadas del cuarenta y cincuenta. Gerardo Reichel (1912-1994) llegó
a Colombia en 1939, con una formación profesional europea; ingresó como
investigador al IEN, a partir de su creación en 1941; Alicia Dussán hizo parte
de la primera promoción de etnólogos que egresó de dicho instituto.
El Programa de Antropología respondió a la experiencia
profesional y a los contactos internacionales alcanzados por los antropólogos Reichel y Dussán de Reichel, que significaron
compromisos científicos y el apoyo económico de algunas fundaciones
norteamericanas. El primer Plan de Estudios incluyó cursos de Antropología
Física (teoría de la evolución) y de Antropología cultural (Arqueología, Etnología, Lingüística
y Antropología Aplicada). En este currículo se enfatizaron los estudios
arqueológicos y de las culturas indígenas del Altiplano Cundiboyacense, la
Costa Caribe y la Sierra Nevada de Santa Marta. Los esposos Reichel solamente fueron
profesores de los primeros egresados de la Carrera, hasta el año 1968, cuando
renunciaron como consecuencia de problemas internos con las directivas de la
universidad y de protestas estudiantiles, que cuestionaron el Plan de Estudios
por no enfatizar la Antropología Social, que se pudiera aplicar a realidades no
indígenas, como las sociedades campesinas y urbanas.
En el año 1970 se aprobó la primera reforma del Plan de
Estudios, en la que se establecieron dos áreas principales: Arqueología y
Antropología Social de campesinos, urbanos e indígenas. Además de los cursos
principales se ofrecieron cursos de antropologías especiales, para profundizar
contenidos específicos. Las materias se
organizaron en un ciclo básico (primeros dos años) y un ciclo superior (dos
últimos años); a partir del octavo semestre, el estudiante hizo un trabajo de
campo, como monografía de grado.
Entre 1968 y 1985, de un total de 225 monografías de grado,
30 (13%) fueron de Arqueología. Los fundadores del Departamento, desde un
comienzo vincularon antropólogos extranjeros, como profesores. En el área de
Arqueología, a Silvia Broadbent y Marianne Cardale, con una formación
profesional anglosajona. Las dos investigadoras se conocieron cuando llegaron a
vivir a Colombia, en los años sesenta; ambas se interesaron por investigar la
cultura de los muiscas en la Sabana de Bogotá y sus alrededores, haciendo
importantes excavaciones con las que establecieron una periodización de dicha
cultura. Al mismo tiempo, en Bogotá, estaba radicada la antropóloga inglesa, Ann
Osborn, como profesora de los Andes, y quien durante varios años investigó los
mitos de los W’ua, además de participar en excavaciones con Cardale. Desde un
comienzo, estudiantes de los Andes hicieron monografías de grado sobre el
territorio de los muiscas y grupos vecinos: Helena Uprimmy (1969), Mariana
Brando (1971), Clemencia Plazas (1972), María Victoria Palacios (1972), Luisa
Fernanda Herrera (1972), Ana María Falchetti (1973), Ana Cecilia Montoya
(1974), Inés Elvira Montoya (1974), Lucia Rojas (1974), Juanita Arango (1975), Marcela
Torres (1980), Lieselotte de García y Sylvia de Gutiérrez (1982), Carmenza Díaz
(1983), Ana María Boada (1984), María Cristina Hoyos (1985), Carl Langeback
(1985), Eduardo Londoño (1985), Sonia Archila (1986), Juanita Sáenz (1986),
Betty Scorcia (1986), Haydee Ribero (1986), Martha Perea (1989) y Monika Therrien (1991).
La Sierra Nevada de Santa Marta fue otra de las regiones
arqueológicas investigadas, cuando Álvaro Soto, uno de los primeros egresados
(1969), ocupó los cargos de director del Departamento de Antropología de la Universidad
de los Andes y del ICAN (1973-1980). Estudiantes y egresados se vincularon a varios
proyectos realizados por el ICAN; entre 1973 y 1976, Luisa Fernanda Herrera y
Gilberto Cadavid hicieron una exploración sistemática para localizar los
asentamientos taironas de las vertientes norte y occidental de la sierra. Uno
de estos yacimientos, Buritaca 200 o Ciudad Perdida (1976), por su arquitectura
monumental y su localización topográfica en la cima de una montaña, cubierta de
bosques, motivó la creación de un proyecto (1976-1979) dirigido por Soto. Luego,
entre 1979 y 1982, el proyecto quedó en manos de la Fundación Cultura Tairona,
entidad sin ánimo de lucro, de la que hacía parte el Instituto Colombiano de
Cultura. La fundación se estableció para conseguir mayores recursos económicos,
que permitieran la reconstrucción de los yacimientos urbanos, de manera
prioritaria; actitud que motivó críticas por parte de algunos investigadores. Desde
1983, el proyecto volvió a ser administrado y dirigido por el ICAN. Los
trabajos tuvieron un carácter multidisciplinario en el que participaron arqueólogos,
arquitectos y especialistas en el manejo del medio ambiente tropical. En este
proyecto también trabajaron otros egresados de los Andes, Ana María Groot
(1974) y Roberto Lleras (1978). En 1980, Luisa Fernanda Herrara hizo un estudio
palinológico en la vertiente norte, con el objetivo de conocer las prácticas
agrícolas taironas hasta el momento de la conquista española. Sobre la sierra y
la región Caribe se presentaron los siguientes trabajos de grado: Liliana
Laverde (1972), Marina Villamizar (1972), David Behar (1976), Zaida Castellanos
(1975), Ángela Andrade (1980), Carlos Castaño (1981), Felipe Cárdenas (1983),
Augusto Oyuela (1985) y Patricia Cardozo (1986). De estos egresados, algunos, como Oyuela mantuvieron su interés científico por las ocupaciones prehispánicas de la Costa Caribe, haciendo importantes aportes. Oyuela en compañía de Renée Bonzani excavaron, en 1991, en San Jacinto, departamento de Bolívar, un asentamiento de cazadores recolectores que elaboraron artefactos líticos de molienda y la cerámica más antigua de América (6000 antes del presente); alfarería con desgrasante de fibra vegetal que no se usó para cocinar alimentos, sino para el consumo de bebidas y otros alimentos.
En la Carrera de Antropología de los Andes también
sobresalió el interés por la región de Tierradentro en donde excavó el primer
egresado, Juan Yanguez (1968), Ana María Groot (1974) y el equipo conformado
por el profesor Álvaro Chaves y el egresado Mauricio Puerta, quienes, entre
1973 y 1983, llevaron a cabo un reconocimiento de la estatuaria, desenterraron
valiosos hipogeos y algunos sitios de vivienda.
Las primeras promociones de arqueólogos de la Universidad
de los Andes expandieron su área de influencia cuando se vincularon a varias
instituciones, como el ICAN, los departamentos de Antropología de las
universidades Nacional y del Cauca, y el Museo del Oro. Los nexos con este
museo tenían antecedentes establecidos por Alicia Dussán, cuando fue asesora del montaje de la nueva sede del
museo, entre 1967 y 1968.
En los años setenta, en el Museo del Oro se produjo un
cambio muy favorable para la investigación, al conformarse un equipo
profesional de Arqueología y Museografía. En el año 1976, Clemencia Plazas, Ana
María Falchetti y Juanita Sáenz Obregón comenzaron el Proyecto de Arqueología del
río San Jorge que se continuó durante los años ochenta. En este proyecto se
investigó el manejo que hicieron los indígenas zenúes de un medio ambiente
lacustre (depresión Momposina), con la construcción de un complejo sistema de
campos de cultivo elevados, durante varios siglos.
A escala internacional, el Departamento de Antropología de
los Andes reforzó sus nexos académicos y científicos con la Arqueología
norteamericana, con el Proyecto de Arqueología del Valle del Río la Plata, que
luego se transformó en el Proyecto de Arqueología del Alto Magdalena, dirigido
por el arqueólogo Robert Drennan, de la Universidad de Pittsburg (1984) y según
acuerdo establecido con el ICAN. En este programa participó, como coinvestigador
colombiano, el profesor Carlos Alberto Uribe y en su etapa inicial, estudiantes
de la Carrera de Antropología; posteriormente, se vincularon estudiantes de
otros departamentos de Antropología; algunos de ellos, como parte del
intercambio bilateral establecido, hicieron estudios de posgrado en la
Universidad de Pittsburg. El proyecto regional de Drennan implicó el arraigo de
un enfoque teórico, en el que el tema principal era el surgimiento y evolución
de las sociedades complejas, en relación con el manejo de recursos y los
crecimientos demográficos, identificados con estudios cuantitativos de
materiales cerámicos obtenidos en un reconocimiento sistemático regional. Asociados
a la Arqueología del Alto Magdalena se encuentran las monografías de María
Alicia Uribe (1986), Fernando Piñeros (1988), María Ángela Ramírez (1988), Elizabeth Ramos (1988) y Víctor González(1993).
Arqueología en la
Universidad Nacional de Colombia
El surgimiento de la Antropología en la Universidad
Nacional tuvo un contexto diferente al de la Universidad de los Andes. En la
Nacional surgió como un apéndice de la Carrera de Sociología (1959), como una
especialización en Antropología Social, que cursaron Gloria Triana y Ligia
Echeverri, en 1964. Dos años después se fundó el Departamento y la Carrera
adscritos a la nueva Facultad de Ciencias Humanas, por parte de Enrique
Valencia (1926-1998), antropólogo de la Escuela Nacional de Antropología e
Historia de México (1960) y Luis Duque Gómez (1916-2000), quien fue su primer
director (1967-1970).
Definir los primeros planes de estudio no fue una tarea
fácil, por la misma complejidad que significa la Antropología como una ciencia
moderna, que ha tenido la pretensión, teórica y práctica, de conocer y explicar
los comportamientos de los grupos culturales o sociales, tanto del pasado
prehistórico como del presente. El primer Plan de Estudio de la Nacional tuvo
como meta formar un antropólogo general, con mayor énfasis en lo social y lo
cultural; la Arqueología, a diferencia de otras áreas, solamente aparece en un
curso de Prehistoria Colombiana y en otro de Arqueología (Teoría básica).Situación
que se puede explicar porque en la fundación de la Carrera participaron
pioneros de la Antropología, egresados del IEN, que con el pasar de los años
habían orientado su trabajo profesional hacia la Antropología Social: Virginia Gutiérrez
de Pineda, Roberto Pineda Giraldo, Milciades Chaves, Segundo Bernal y Luis
Duque, el único arqueólogo. El primer Plan de Estudios fue criticado por la
primera promoción de estudiantes, lo que llevó a una reforma del mismo, en 1967.
En este Plan se incluyó un área de Arqueología, conformada por los siguientes
cursos: Prehistoria General, Arqueología General, Arqueología y Etnología de
Colombia, Mesoamérica, Norteamérica y los Andes Centrales; y un seminario de
Monografía vinculado a un Trabajo de campo.
Los años finales de la década del sesenta y los setentas
fueron un período de conflictos, de movimientos estudiantiles, que desde
posiciones marxistas cuestionaron las políticas académicas universitarias y
rechazaron la injerencia de fundaciones norteamericanas, por hacer parte de una
política imperialista. El Plan de Estudios de Antropología fue rechazado por
los estudiantes por impulsar las teorías Funcionalista y Culturalista y por no
tener una proyección hacia la solución de los problemas sociales del país. En
1970 se Aprobó un nuevo Plan de Estudios,
que en términos generales se caracterizó por un mayor énfasis en las teorías
antropológicas (Durkheim, Marx, Morgan, Malinowski y Levi Strauss); el área de
Arqueología se redujo a dos cursos de Prehistoria, uno de Teoría y Método de
Arqueología y un Trabajo de Campo.
La crisis vivida en la Universidad Nacional afectó la estabilidad
de los planes de estudio en que se formaron los primeros estudiantes que
hicieron un trabajo de grado en Arqueología. En una primera etapa, esta área
dependió fundamentalmente del profesor Gonzalo Correal, que desde el año 1967
había iniciado su proyecto de investigación sobre las ocupaciones tempranas, de
cazadores y recolectores del período Paleoindio. Entre los años 1968 y 1971 fue
profesor del Departamento de Antropología de la Universidad Nacional; de 1971 a
1973 se desempeñó como director del ICAN y a partir de 1975 se reintegró a la
universidad, como jefe de la Sección de Antropología del Instituto de Ciencias
Naturales. Desde esta última posición continuó su programa arqueológico El Medio ambiente pleistocénico y el hombre
prehistórico en Colombia, llevado a cabo en varias excavaciones en las que
intervinieron estudiantes. A la Sección de Antropología también ingresó la
profesora María Pinto, especialista en el Precerámico de la sabana de Bogotá y
en la fauna y sistemas de clasificación
tecnológica y funcional de artefactos líticos.
Durante los primeros 20 años de existencia del
Departamento de Antropología (1966 y 1986) se graduaron 179 estudiantes, de los
cuales, 21 (12%) hicieron un trabajo de grado sobre temas arqueológicos:
Mauricio Londoño, Panorama del desarrollo
de la Arqueología en Colombia (1975); Juan Pinedo, Ensayos geofísicos en Arqueología (1976); Gustavo Santos, El proceso de hominización (1976),
Álvaro Botiva, La fuente histórica y su
validez ante la investigación arqueológica (1977); Carmen Neyla Castillo, Excavaciones arqueológicas en Tunja
(1981); Luz Amparo Adames, Glosario de
terminología técnica de cerámica arqueológica para Colombia (1982); Clara
Inés Casilimas y María Imelda López, Etnohistoria
muisca: jeques a los doctrineros (1982); Martha Emilia Galarza, La deformación craneal en Colombia
(1982); Fernando Lemus, Investigaciones
arqueológicas en la antigua provincia de Ocaña (1982); Arnold Tovar, Análisis y síntesis de la Arqueología en el
Tolima (1982); Guillermo Alfonso Casabuenas y Myriam Amparo Espinosa, Asentamientos prehispánicos en el Alto río
Sinú (1983); Héctor Salgado, Investigaciones
arqueológicas en el noroccidente del Departamento del Valle del Cauca
(1983); Sofía Botero, Tras el pensamiento
y los pasos de los taitas guambianos (1984);Luis Manuel Salamanca, Exploraciones arqueológicas en la Bota
Caucana (1984); Gerardo Ignacio
Ardila, Chía, un sitio precerámico en la
sabana de Bogotá (1986), Jesús Arturo Cifuentes, Prospección y excavación arqueológica en la vereda de Montalvo,
Municipio El Espinal (1986); María del Pilar Gutiérrez, Exploración arqueológica en Sutatausa
(1986); Luis Gonzalo Jaramillo, Reconocimiento
regional sistemático en el Municipio de la Argentina, Huila (1986), Carlos
Augusto Sánchez, Prospección arqueológica
en el valle superior del río La Plata (1986); Graciela Escobar, Prospección arqueológica en el Municipio de
Medina (1986) y Victoria Margarita
Silva, Clasificación y análisis de los
volantes de huso muiscas (1986).
Del listado anterior de monografías se pueden hacer las
siguientes valoraciones. Las primeras 4 fueron tardías (1975-1977) y no
implicaron la realización de un trabajo de campo; entre 1981 y 1986, hubo 12
con excavaciones, de las cuales solamente una correspondió a la etapa Precerámica;
las 5 restantes fueron sobre temas afines a la Arqueología.
En el año 1981 ingresó al Departamento de Antropología, Héctor
Llanos, en un momento en que los profesores adelantaban una reforma de la
Carrera. El profesor Llanos fue nombrado
jefe de la Sección de Antropología Prehistórica y como miembro del Comité
Asesor de Carrera se encargó de establecer los contenidos de los cursos de
Arqueología, de un nuevo Plan de Estudios.
El profesor Llanos, desde su ingreso, inició el Programa
de Investigaciones Arqueológicas del Alto Magdalena (PIAAM); programa que
sirvió de modelo para la propuesta de creación de una nueva Sección de
Arqueología, en el Departamento de Antropología. Al mismo tiempo que promovió
debates teóricos y metodológicos sobre la Arqueología realizada en Colombia, en
cursos especiales o de profundización que no hacían parte del Plan de Estudios,
realizó excavaciones en el territorio de San Agustín, con la participación de
estudiantes, y creó el Laboratorio de Arqueología, para clasificar los
materiales y analizar los datos obtenidos en terreno. Los cursos dictados
fueron: Arqueología de Colombia, Técnicas de Laboratorio y Métodos de Clasificación
de la Cerámica (1982). En 1981, también se organizaron otras actividades
especiales; dos cursos de extensión universitaria sobre Arte Prehispánico de
Colombia, a cargo del profesor Pablo Gamboa, y Arqueología Agustiniana, por
parte de los profesores Héctor Llanos y Anabella Durán. En 1983 se hizo un ciclo
de conferencias sobre arqueología colombiana al que fueron invitados doce
investigadores de diferentes regiones del país, para que expusieran los
resultados de sus últimas excavaciones.
Es importante resaltar los objetivos propuestos para
impulsar la nueva Sección de Arqueología. En su etapa inicial, en los cursos de
profundización, ofrecidos por el profesor Llanos, se analizaron las posiciones
teóricas del Materialismo Histórico y Dialéctico que se debatían, desde la
década de los setenta, en universidades latinoamericanas; de igual manera, las
alternativas que ofrecía la Nueva Arqueología Procesual y la Etnoarqueología,
de Lewis Binford. Los estudiantes de la Nacional tuvieron la ocasión de leer
textos de la Arqueología Social marxista, como Arqueología de la América Andina, del maestro peruano Luis
Guillermo Lumbreras; de Iraida Vargas y Mario Sanoja de Venezuela y de
profesores de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México, como
Felipe Bate, y los escritos de La vieja
nueva arqueología, de Manuel Gándara, que con magistral ironía cuestionaba la
Arqueología norteamericana; también, la obra de Ian Hodder, La interpretación en Arqueología. Corrientes
actuales, que representaba la alternativa de la escuela Posprocesualista.
En la Carrera de Antropología surgió la propuesta de hacer
una investigación arqueológica de común acuerdo con los pensamientos e
intereses políticos de comunidades indígenas. Varios estudiantes, como Martha
Urdaneta y Sofía Botero, en coordinación con el profesor Luis Guillermo Vasco,
conformaron un grupo de Solidarios para trabajar con el resguardo de Guambía
(Cauca). Botero hizo como monografía, una recopilación histórica: Tras el pensamiento y pasos de los taitas guambianos. Intentos de aproximación a su historia, siglos XVI-XVII-XVIII (1984); mientras que Urdaneta decidió hacer su trabajo de grado para buscar las huellas de los antiguos guambianos (1987), que significó el
comienzo de un proyecto en el resguardo de Guambía, durante varios años, que a
diferencia de otros, se llevó a cabo después de ser aprobado por las
autoridades del Cabildo y con la participación de comuneros, como Cruz Troches
Tunubalá y Miguel Flor Camayo. Los indígenas establecieron un diálogo cultural
con profesores y estudiantes con la finalidad de encontrarle otros sentidos a
la investigación arqueológica. El Laboratorio de Arqueología de la Nacional fue
visitado por guambianos, que en compañía
de un grupo de estudiantes y los profesores Vasco y Llanos analizaron y
confrontaron la validez de los sistemas de clasificación de los materiales
cerámicos y la interpretación de los asentamientos aborígenes.
Las actividades antes mencionadas crearon el ambiente
propicio para que una nueva promoción de estudiantes se interesara por la
Arqueología. En el Departamento de Antropología, a comienzos del año 1984, se
produjo un movimiento estudiantil que solicitaba cambios en el Plan de Estudios,
la implementación de prácticas de terreno y laboratorio y cuestionaba el
trabajo de algunos profesores. Las protestas internas se unieron a problemas políticos
mayores de la Universidad Nacional, relacionados con el Bienestar Estudiantil
(residencias y cafeterías), y la venta de estupefacientes en predios
universitarios. La crisis desembocó en graves enfrentamientos de estudiantes
con la fuerza pública, que motivaron la renuncia del rector y el cierre de la
universidad, durante el resto del año; tiempo que los profesores del
Departamento aprovecharon para concretar la reforma académica. El nuevo Plan de
Estudio, aprobado en 1985, se caracterizó por un equilibrio entre las materias
teóricas y los cursos prácticos de terreno y laboratorio, que capacitaron a los
estudiantes para hacer su monografía de grado. Los primeros dos años fueron un
Ciclo Básico, para todos los estudiantes; a partir del quinto semestre empezaba
un Ciclo Superior en el que los estudiantes tomaban materias relacionadas con
las sociedades modernas (Antropología Sociocultural y Etnología) o con las
sociedades prehistóricas (Arqueología y Antropología Física).
Las reformas establecidas ofrecieron a los estudiantes la
posibilidad de escoger una línea de formación en Arqueología, conformada por
una secuencia de cursos, que se iniciaba en el primer semestre, con Fundamentos
de Arqueología y se continuaba luego, con
Arqueología del Viejo Mundo, América y Colombia, además de cursos sobre problemáticas
particulares; secuencia de materias que culminaba en el octavo semestre, con la
signatura Técnicas y Métodos de
Arqueología de Terreno y un Laboratorio de Investigación. Los profesores
programaron en sus cursos, salidas de campo cortas, para visitar regiones
arqueológicas, como San Agustín, Tierradentro, Calima, Valle de Tenza y la
Sierra Nevada de Santa Marta; en el último semestre, los estudiantes
participaron en temporadas de excavación, antes de hacer su monografía de grado,
inscritas en los proyectos que adelantaban los profesores.
El área de Arqueología de la Universidad Nacional se
fortaleció a partir de vínculos o intercambios con otras instituciones
académicas, científicas y museográficas. Una de las limitaciones que han tenido
las universidades públicas ha sido no disponer de recursos para proyectos de
investigación en Ciencias Sociales, como la Antropología y la Arqueología. Las
universidades han aportado los recursos humanos (profesores, estudiantes,
personal administrativo), laboratorios con sus equipos y herramientas y el
transporte a los sitios arqueológicos. En este sentido, fue muy importante la
creación, en 1971, de la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales
(FIAN), por parte del Banco de la República, para dar ayudas financieras a los
proyectos de investigación, para subvencionar la asistencia de los arqueólogos
a seminarios o congresos y publicar en el Boletín
de Arqueología y en una colección de libros los resultados obtenidos en
cada proyecto. Bajo la Dirección Ejecutiva del arqueólogo Luis Duque
(1977-2000), se apoyó el crecimiento de la investigación arqueológica en
Colombia, y de manera específica, en el Departamento de Antropología de la
Universidad Nacional. Algo muy acertado de la FIAN fue la ayuda económica que
otorgó a los proyectos de grado, para que los estudiantes pudieran realizar sus
prospecciones y excavaciones. La FIAN, desde el comienzo de sus actividades en
1972 hasta el año 1984, financió 76
proyectos de profesionales y 30 trabajos de grado. De los proyectos
financiados, entre 1978 y el 2000, publicó 112 libros, y múltiples avances de
investigación y otros artículos, en 45 números del Boletín de Arqueología (1986 y el 2000).
Los proyectos del PIAAM recibieron de la FIAN un soporte
económico para la realización y publicación de sus resultados: Quinchana
(1983), Saladoblanco (1988), Valle de Laboyos (1990), Garzón (1993), Alto de
Betania (1995), Altos de Lavaderos (1998) y Llanura de Matanzas (1999). El
PIAAM se hizo con la intención de vincular estudiantes a la problemática
arqueológica de la llamada cultura de San Agustín, con su participación en
excavaciones y en el análisis y clasificación de los materiales culturales, en
el Laboratorio. En el PIAAM se enfatizó una Arqueología referente a las pautas
de asentamiento en el proceso histórico del sur del Alto Magdalena; pautas
domésticas y rituales inscritas en una naturaleza conformada por paisajes
correspondientes a los pisos térmicos cálido, templado y frío. De manera
particular, se profundizó el estudio de un pensamiento cosmológico plasmado en
los centros funerarios monumentales y en el mundo mágico del arte escultórico
megalítico, como se aprecia en el libro del profesor Llanos, Los chamanes jaguares de San Agustín,
génesis de un pensamiento mitopoético (1995). En el PIAAM se pudo establecer
un nexo cultural directo del Alto Magdalena con el mundo cultural amazónico,
con los pensamientos míticos de comunidades indígenas, que perduraron hasta
tiempos modernos y que fueron estudiados por expertos, como el profesor
Fernando Urbina. Además de los estudiantes, que participaron como auxiliares de
investigación, en algunas excavaciones trabajaron los antropólogos egresados
del Departamento, Jorge Ruiz, Arturo Cifuentes, Jorge Alarcón y Juan Manuel
Llanos. Con la investigadora del Instituto de Ciencias Naturales, María Pinto,
se hizo el estudio, Las industrias
líticas de San Agustín (1997), con base en todos los artefactos excavados
en los proyectos del PIAAM y de acuerdo con su ubicación, en la periodización
histórica.
La Subgerencia Cultural del Banco de la República también
contribuyó con el desarrollo de la investigación arqueológica en la Universidad
Nacional, por intermedio del Museo del Oro y áreas culturales regionales, donde,
en algunas de ellas, se estabecieron museos con temáticas orfebres y arqueológicas
específicas, localizadas en las principales ciudades de Colombia. La Sección de
Arqueología de la Nacional estableció un intercambio directo con los
investigadores del Museo del Oro, de Bogotá, bajo la dirección de Luis Duque y
Clemencia Plazas: Ana María Falchetti, Roberto Lleras, Eduardo Londoño, Luz
Alba Gómez, María Alicia Uribe, Juanita Sáenz Samper y Juana Sáenz Obregón. El
profesor Llanos fue invitado para hacer guiones museográficos y participar en
el montaje de los museos Quimbaya de las ciudades de Armenia, Pereira y
Manizales (1985-1986); de la exposición realizada con motivo de la
conmemoración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, La Respuesta Americana 1492-1992 (1991),
y de la muestra de orfebrería llamada Los
Tesoros de los Señores de Malagana (1994), en el Museo del Oro de la ciudad
de Cali. Varios profesores fueron invitados de manera consecutiva a dar
conferencias en las sucursales, para divulgar los resultados obtenidos en sus
respectivos proyectos. La orfebrería prehispánica y sus colecciones adquirieron
importancia para los estudiantes de la Carrera de Antropología, de la
Universidad Nacional. Además de analizar las investigaciones llevadas a cabo
por los arqueólogos del Museo del Oro, también estudiaron las obras de Anne
Legast, financiadas y publicadas por la FIAN, sobre la fauna simbólica de la
orfebrería prehispánica.
Otro intercambio científico se estableció con el ICAN, con
sus directores e investigadores, sobre todo en lo relacionado con el desarrollo
del PIAAM, que se pudo hacer gracias al respaldo de dicho instituto, por
tratarse de una región arqueológica con sitios monumentales declarados Patrimonio Nacional y de la Humanidad. Un contacto directo entre ICAN y la
Universidad Nacional se estableció con base en la Resolución 626 bis, que en
1973 expidió el Instituto Colombiano de Cultura, adscrito al Ministerio de
Educación: Por la cual se reglamentan las
actividades de expediciones científicas extranjeras de índole antropológica.
Esta normativa, además de definir unas condiciones equitativas entre los
investigadores extranjeros y nacionales, bajo la supervisión del ICAN,
estableció que en dichos proyectos deberían participar estudiantes de las
universidades colombianas, para que tuvieran la oportunidad de hacer prácticas
de terreno y laboratorio.
Como consecuencia de la mencionada Resolución, durante los
años ochenta y noventa, estudiantes de la Carrera de Antropología pudieron
beneficiarse como practicantes en varios proyectos internacionales. La
fundación Pro Calima, creada en 1976, en compañía del ICAN, hicieron un
programa de investigaciones arqueológicas en la región Calima (Valle del
Cauca), bajo la dirección de Warwick Bray, profesor del Instituto de
Arqueología de la Universidad de Londres, Marianne Cardale y Leonor Herrera. En
este proyecto interdisciplinario se enfatizó la relación entre los
asentamientos humanos y las características medioambientales de los diversos
paisajes, en un proceso histórico prehispánico regional. Estudiantes e investigadores
de varias universidades colombianas y extranjeras participaron en las
diferentes temporadas de campo de dicho proyecto.
El desarrollo de la Arqueología en Colombia también se dio
a escala regional. A nombre de la Gobernación del Valle del Cauca, el pionero
de la historia de la Etnobotánica, Víctor Manuel Patiño, en compañía del
arqueólogo Julio Cesar Cubillos (1919-1994), crearon el Instituto Vallecaucano de
Investigaciones Científicas (INCIVA), en 1979. Desde sus inicios, esta
institución impulsó la Arqueología regional con la vinculación de Carlos
Armando Rodríguez y Héctor Salgado, recién egresado del Departamento de
Antropología de la Universidad Nacional. Los dos arqueólogos, durante la dirección
de Guillermo Barney, en el Municipio de Darién, fundaron un centro de
investigaciones y el Museo
Arqueológico Calima. El INCIVA hizo un
convenio de intercambio científico y académico con la Universidad Nacional, lo
que significó un intercambio permanente entre el Área de Arqueología de la
Nacional y los proyectos adelantados por los arqueólogos Rodríguez y Salgado, y
por lo tanto, conllevó la participación de estudiantes en sus excavaciones y
prácticas de Laboratorio.
El PIAAM siempre mantuvo intercambios con el Instituto
Huilense de Cultura de la Gobernación del Huila, dependencia en la que
trabajaron dos antropólogos egresados de la Universidad Nacional, Arnold Tovar
y Jorge Armando Ruiz. Con este último investigador se hicieron varias
actividades de divulgación del patrimonio arqueológico. Con motivo de la
conmemoración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, el profesor
Héctor Llanos fue convocado por el Instituto Huilense de Cultura, para hacer el
video Proceso histórico de la cultura de
San Agustín (1991), el guion y montaje del Museo Arqueológico de la Gobernación
del Huila (1993) y la exposición Espacios
míticos y cotidianos, Arqueología del Alto Magdalena, en el Museo Nacional
de Colombia (1994). La gobernación del Huila, con el apoyo del ICAN, la FIAN y
la asesoría del PIAAM, realizó un proyecto comunitario en San Agustín. El
antropólogo Jorge Ruiz excavó un cementerio con los campesinos de la vereda
Obando (1993) y coordinó el montaje de un museo de sitio, con las tumbas
excavadas en el que se incluyó un punto de venta de artesanías locales.
Los intercambios académicos y científicos
interinstitucionales antes expuestos promovieron el encuentro de arqueólogos
que investigaban las problemáticas culturales prehispánicas del Suroccidente y
el Alto Magdalena. Durante la década de los años ochenta, el INCIVA, Pro
Calima, el Museo del Oro, la FIAN, la fundación ERIGAIE y los departamentos de
Antropología de las universidades Nacional y del Cauca organizaron seminarios y
conferencias en las ciudades de Bogotá, Cali, Popayán y Neiva, en los museos del
Oro de Bogotá y Cali, y en el Parque Arqueológico de San Agustín.
Un buen ejemplo de estos intercambios entre colegas se dio
con motivo del insólito saqueo de las tumbas de Malagana, en el municipio de
Palmira, Valle del Cauca, entre 1992 y 1994. Ante la imposibilidad del ICAN y
las autoridades regionales de controlar la escandalosa destrucción masiva del
sitio, y ante la impotencia, que quinientos años después ratificaba la
guaquería iniciada por los conquistadores españoles, en el siglo XVI, por
iniciativa de Marianne Cardale, el gremio de arqueólogos del Suroccidente hizo
un trabajo de salvamento, en el que participó cada investigador, durante una
semana. Apropiadamente este proyecto fue bautizado La minga de Malagana, que le dio parcialmente un contexto
científico a las maravillosas piezas de orfebrería y cerámica, que luego fueron
recuperadas por el Museo del Oro y las autoridades regionales.
En el año 1985 ingresaron al Departamento de Antropología,
Luisa Fernanda Herrera y Virgilio Becerra. El profesor Becerra abrió nuevas
perspectivas a los estudiantes con una propuesta de investigación en el Valle Medio
del río Magdalena. La profesora Herrera introdujo nuevas áreas de investigación,
la región amazónica, el Valle del río la Plata y la Sierra Nevada de Santa
Marta. En compañía de Inés Cavelier y Santiago Mora, la investigadora Herrera
creó la fundación privada ERIGAIE, para hacer estudios arqueológicos
medioambientales en la zona del Araracuara (río Caquetá). Desde la década de los setenta, el mundo cultural y natural de la Amazonia, adquirió gran importancia, como problemática científica multidisciplinaria. El manejo histórico dado por parte de las comunidades indígenas a los ecosistemas selváticos, a su compleja biodiversidad, fue tema de investigación de antropólogos y arqueólogos, como se aprecia en el proyecto realizado por Ángela Andrade, sobre suelos antrópicos, en el cañón del Araracuara. Los estudiantes de la Universidad Nacional tuvieron la oportunidad de participar en los trabajos amazónicos impulsados por la fundación ERIGAIE; oportunidad que les permitió descubrir
la trascendencia que tienen los estudios de suelos, restos vegetales y
palinológicos, para entender el manejo que han dado las sociedades indígenas a
los bosques tropicales. Entre los estudiantes se encontraban Fernando Montejo y
Sneider Hernán Rojas, que luego egresaron de la Nacional en, 1995. El profesor
Héctor Llanos en compañía de dicha fundación y con el patrocinio de la
FIAN, hicieron tres Cd ROM, sobre las culturas Tairona, San Agustín y
Tierradentro, con fines educativos (1998-1999).
Las transformaciones políticas, académicas y científicas
en el Departamento de Antropología de la Nacional, en los años ochenta, se
pueden constatar en la iniciativa que tomaron los estudiantes de crear sus
propias revistas, para expresar sus puntos de vista, inicialmente, en Antropos (1982), y luego, la opinión de
varios profesores, su humor y gustos literarios, referentes
a las Ciencias Sociales y la
Antropología, en Uroboros (1987);
otro grupo editó la revista Arqueología
(1987), que años después motivó a otros estudiantes para editar la Revista de Estudiantes de Arqueología
(2003), en la que se enfatizaron problemas teóricos.
Entre los años 1987 y 1991, los trabajos de grado en
Arqueología se aumentaron considerablemente, como consecuencia de los logros
alcanzados durante el proceso de la reforma de 1985. En el año 1987-88, de un
total de 53 monografías inscritas, 15 fueron trabajos de Arqueología (28%):
Maritza Avellaneda, en Agua de Dios (Cundinamarca); Wilman Díaz, en el
Municipio de Oiba (Santander); Rafael Gómez, en el Municipio La Dorada
(Caldas); Carlos Eduardo López, en Cimitarra (Santander); Leonardo Moreno, en
el Valle del río Granates, Municipio de Saladoblanco (Huila); Camilo Rodríguez
y Joel García, en la Hoya del Quindío; Martha Urdaneta, en el resguardo de
Guambía (Cauca); Fernando Vásquez, en el río Alpujarra (Tolima); Jairo Nieto,
en el Araracuara (Caquetá); Pablo Pérez, en los municipios de Sativa Norte y
Sur (Boyacá); Germán Peña, en el municipio de Cachipay (Cundinamarca); Sergio
Rivera en la región de Neusa (Cundinamarca); Luis Alberto Torres, en el
municipio de Suarez (Tolima) y Marcela Chávez, trabajó los problemas de
identidad y el Museo del Oro de la ciudad de Pasto (Nariño). A este grupo se
pueden agregar otras monografías hechas en 1991: Regina Chasín, en el Municipio
de Chaparral (Tolima), Juan Carlos García y David Flórez, en el Valle de la
Plata (Huila); Alberto Martínez, en el Municipio de Gigante (Huila); Eduardo
Forero, en el Valle del Cauca y Jorge Alarcón, en el territorio de los
Sutagaos. Todas, a excepción del trabajo de Marcela Chávez, implicaron la
realización de un trabajo de campo, y solamente dos se relacionaron con la
etapa Precerámica.
En la década de los años ochenta, el Área de Arqueología
se incrementó con la llegada de nuevos profesores, que impulsaron otras áreas
de investigación. En 1986, Gerardo Ardila, egresado de la Carrera de
Antropología de la Nacional y dedicado a la investigación de la etapa de
cazadores y recolectores, de la Sabana de Bogotá; en 1987, José Vicente Rodríguez,
quien se encargó de la creación del laboratorio de Antropología Biológica y del
primer Programa de Antropología Forense, en América Latina (1990); en este
laboratorio, los tradicionales estudios de antropología Física, con restos
óseos arqueológicos, se transformaron en investigaciones Bíoarqueológicas,
aplicando los avances genéticos (dietas alimenticias, morbilidad y mortalidad).
Ana María Groot, en 1989, se interesó por las ocupaciones precerámicas, después
de haber trabajado durante varios años en
el ICAN (1976-1988); y Carlos Sánchez, también, egresado de la Carrera de
Antropología, de la Universidad Nacional, con experiencia en la Arqueología del
Alto Magdalena. En los años noventa ingresaron como investigadores del Instituto
de Ciencias Naturales, otros egresados de la Carrera de Antropología: Germán
Peña, especializado en Arqueozoología del río Magdalena y Gaspar Morcote,
dedicado al estudio de fitolitos, polen y semillas, en asentamientos
amazónicos.
Como era de esperarse, en la década de los noventa, el área
de Arqueología continuó su fortalecimiento. El profesor Llanos, a nombre del
Departamento de Antropología, fue nombrado Coordinador del Área de Arqueología
de la recién creada Maestría de Antropología, de la Universidad Nacional (1995);
y miembro del Comité Nacional de Arqueología Preventiva (CONAP), establecido
por el ICAN, para definir los términos de referencia de los proyectos de rescate,
en el país (1997-1999). También, en 1990, a nombre de la Nacional, fue elegido
miembro del Comité Organizador del Segundo Congreso Mundial de Arqueología (WAC
II) que se realizó en la ciudad de Barquisimeto (Venezuela), y organizó el
simposio central del Primer Congreso de Arqueología en Colombia, que programó la Sociedad de Arqueología de Colombia, en la ciudad de Manizales (1999).
Arqueología en la
Universidad de Antioquia
Los inicios de la Antropología como ciencia moderna en
Antioquia también hunden sus raíces en el IEN, por intermedio de uno de sus egresados,
Graciliano Arcila (1912-2003), que en lugar de quedarse en Bogotá, como lo
hicieron la mayoría de sus condiscípulos, regresó a su tierra natal, para
sembrar las enseñanzas recibidas de sus maestros Paul Rivet y Gregorio
Hernández de Alba. Arcila, en 1945, fundó el Servicio Etnológico y el Museo Arqueológico
de la Universidad de Antioquia, que años más tarde, en 1953, transformó en el
Instituto de Antropología, que nació acompañado de la Sociedad Antropológica de
Antioquia y del Boletín de Antropología.
El maestro Arcila adelantó trabajos pioneros de investigación etnográfica y
arqueológica, en diversas regiones antioqueñas.
Los departamentos de Antropología de las universidades
Nacional y de Antioquia han estado muy cercanos, desde su nacimiento, en 1966. En
este año, las directivas de la Universidad de Antioquia aprobaron la creación
del Departamento de Antropología con un Plan de Estudios de Licenciatura. El
primer director del Departamento fue Graciliano Arcila. Como sucedió en la Universidad Nacional, el primer
currículo académico se propuso formar antropólogos generales, en ocho
semestres. El estudiante, en el primer año tomaba cursos de Estudios Generales, y a partir del
tercer semestre, asignaturas de Antropología Física, Arqueología, Etnografía y
Museografía. Las siguientes materias estaban relacionadas con la Arqueología:
Arqueología Prehistórica, Arqueología Colombiana, Prehistoria del Viejo Mundo y
un Laboratorio que se hacía en el museo, en donde el estudiante aprendía a
hacer ficheros y a clasificar piezas arqueológicas y etnográficas.
Desde su fundación, al Departamento de Antropología le
hicieron falta profesores; este vacío se llenó provisionalmente contratando, de
manera temporal, antropólogos pioneros residentes en Bogotá: Julio César
Cubillos, Blanca Ochoa, Yolanda Mora, Gonzalo Correal y Pablo Gamboa. Como
sucedió en la Universidad Nacional, en la de Antioquia, desde finales de la
década del sesenta y durante los años setenta, se generó una crisis política
que alteró la vida académica; se formaron movimientos estudiantiles que cuestionaron
el Plan de Estudio y protestaron contra las políticas educativas
gubernamentales del Plan Básico y los Estudios Generales; fueron años de
huelgas y de cierres universitarios prolongados, que afectaron la estabilidad
de los departamentos de Antropología. En 1971, Graciliano Arcila se vio
presionado para renunciar como director del Departamento de Antropología y se
reformó el Plan de Estudio, en el que se introdujo un trabajo de campo y una
monografía de grado. En medio de los conflictos se inició una segunda etapa,
con el ingreso de nuevos profesores recién egresados de la misma universidad de
Antioquia y del Departamento de Antropología de la Nacional. En 1976, fueron
nombrados como profesores de Arqueología, Gustavo Santos y Álvaro Botiva,
egresados de la Universidad Nacional.
En esta nueva etapa, del desarrollo de la Arqueología en la Universidad de Antioquia se estableció un
vínculo de parentesco académico con el Departamento de Antropología de la
Universidad Nacional; además de compartir los conflictos y debates políticos
universitarios, también, tuvieron el propósito común de consolidar una
propuesta académica, teórica y metodológica, referente a la investigación
arqueológica. Precisamente, dos egresados de la Nacional fueron los que
estructuraron el primer proyecto arqueológico, en el que se integró la docencia
a la investigación de terreno y laboratorio, con la participación de
estudiantes. Los profesores Santos y Botiva, en 1977, crearon el Grupo de Investigación de Arqueología y
Prehistoria (GIAP), con la finalidad de adelantar el proyecto de Investigación Arqueológica y Prehistórica de
un yacimiento Arcaico en la Costa atlántica, localizado en la finca el
Estorbo, del Municipio de Turbo. En el GIAP trabajaron profesores de otras
disciplinas de la Universidad de Antioquia y un grupo de estudiantes del
Departamento de Antropología. Sobre las ocupaciones prehispánicas de dicho
territorio se tenía muy poca información; las excavaciones llevadas a cabo en
un montículo de conchas aportaron conocimientos sobre un modo de vida
prehispánico, en el que se combinaron las actividades agrícolas, la caza, la
pesca, y la recolección de moluscos.
Entre los años 1981 y 1983, el profesor Santos dirigió una
segunda etapa del GIAP, rectificando la cronología e interpretaciones iniciales
e impulsando entre los estudiantes la realización de monografías: Dora Mejía,
Helda Otero y Héctor Ramírez, en Necoclí (1981); Carmen Bedoya y Helena
Naranjo, en Capurganá (1985); Gustavo Román, en Turbo (1985) y Hernán Morales,
en Tarena (1985). El GIAP impulsó la realización de otros proyectos en la costa
Caribe, como Arqueocaribe, de acuerdo con un convenio interinstitucional
Colombo-holandés.
El profesor Gustavo Santos también hizo un proyecto
relacionado con la explotación de fuentes salinas, en la región central de
Antioquia (1986). Priscila Boucher, profesora del Departamento, desde el año
1975, realizó una investigación sobre Las
raíces de la Arqueología en Colombia y La
teoría de las invasiones en la Arqueología Colombiana: El caso de las
invasiones caribes, que promovió el debate sobre una de las posiciones
difusionistas, que habían sustentado los arqueólogos pioneros (1985).
En el Departamento de Antropología surgieron otros
proyectos arqueológicos propuestos por nuevos profesores. Este es el caso de
Neila Castillo, antropóloga egresada de la Nacional (1981), que ingresó a la de
Antioquia, en 1982. Realizó un primer trabajo de salvamento de tumbas
indígenas, en Sopetrán (1983), que amplió a regiones vecinas y que asoció a
fuentes etnohistóricas, referentes a la conquista española del occidente
antioqueño, motivando nuevos trabajos de grado: Henry Arboleda, en Santafé de
Antioquia (1988); Luz Elena Martínez, en Peque (1990) y Martha Montoya, en Anzá
(1992); también se presentó el trabajo de grado de Amanda Delgado y Clara
Uribe, sobre la colección cerámica Alzate, del Museo Universitario (1989).
Posteriormente, en
el año 1991 ingresó como profesor, Carlos López, antropólogo egresado de la
Nacional (1988), que investigó las ocupaciones precerámicas, en el Magdalena
Medio; de igual manera, Sofía Botero, también egresada de la Nacional (1984),
que en compañía del profesor Norberto Vélez (Nacional, sede Medellín)
adelantaron trabajos sobre las prácticas agrícolas precolombinas, en el oriente
antioqueño. En 1991, los profesores Neila Castillo y Gustavo Santos
hicieron el Proyecto de Arqueología Valle de Aburrá, en sitios de vivienda y en
un cementerio localizado en el cerro El Volador, con el patrocinio de la
Secretaría de Educación de Medellín; proyecto que fue continuado por Santos, en
compañía de Helda Botero, y que culminó con la creación de un parque
arqueológico y turístico. En tiempos más recientes ingresaron al equipo
profesoral, los arqueólogos Francisco Javier Aceituno, experto en industrias
líticas; Alba Nelly Gómez, que ha investigado la Arqueología de paisajes en la
región del Tolima, y Sneider Rojas, especialista en Arqueología Ambiental.
En la década de los noventa, la investigación arqueológica
en Colombia tuvo un incremento muy significativo debido al auge de la
Arqueología de Rescate o Salvamento, con motivo de la creación del Ministerio
del Medio Ambiente (Ley 99 de 1993). La nueva legislación reglamentó que los
impactos producidos a la naturaleza y al patrimonio arqueológico, por parte de los proyectos de obras de
infraestructura, debían ser tenidos en cuenta, para mitigar su destrucción. A
dichos proyectos se les exigió una licencia otorgada por el Ministerio del
Medio Ambiente y otra, de parte del Instituto Colombiano de Antropología
(ICAN), encargado por el Estado para proteger el patrimonio arqueológico
nacional (Ley 163 de 1959, con su Decreto Reglamentario N° 264, de 1963; y Ley
39 de 1997, que creó el Ministerio de Cultura). Esta última obligación generó
la necesidad de crear el Consejo Nacional de Arqueología Preventiva (CONAP),
por el ICAN (1997-1999); comité conformado por representantes del gremio
arqueológico, vinculados a los departamentos de Antropología y a otras
instituciones científicas arqueológicas, que se encargó de establecer los
términos de referencia de los proyectos de rescate, desde el inicio del
proyecto de ingeniería: etapas de prefactibilidad, factibilidad y ejecución de
la obra.
La arqueología de Rescate o Preventiva, en Colombia, tuvo
sus antecedentes, en proyectos que recibieron ayudas económicas de empresas
privadas, como el realizado en el río San Jorge, por el Museo del Oro, con
motivo de la explotación minera de Cerromatoso, entre los años setentas y
ochentas. En la década de los noventa se incrementó, debido a las políticas
gubernamentales neoliberales que impulsaron la construcción de grandes obras de
infraestructura, para implementar un crecimiento económico. En un comienzo, los
investigadores del ICAN se encargaron de hacer los proyectos de rescate, como
el dirigido por Álvaro Botiva, con
motivo de la construcción del oleoducto Vasconia-Coveñas (1990). Al
incrementarse la solicitud de licencias, el ICAN decidió, que los proyectos de
salvamento los podían realizar profesionales del gremio; modalidad privada que
se llamó Arqueología de Contrato (libre oferta y demanda), con la condición de
presentar, a nombre de la compañía, una propuesta que sería evaluada y aprobada
por el ICAN, lo que garantizaba un salvamento científico del patrimonio
arqueológico y por lo tanto, el otorgamiento de una licencia.
La Arqueología Preventiva significó un gran apoyo
financiero para los departamentos de Antropología, en tanto que los profesores
tuvieron la oportunidad de hacer grandes proyectos de investigación, en los que trabajaron grupos de estudiantes y otros profesionales multidisciplinarios.
En los años noventa, el Departamento de Antropología de la Universidad de
Antioquia incrementó considerablemente la investigación arqueológica, con la participación
de profesores, egresados y estudiantes en proyectos de rescate, impulsados por
la empresa de Interconexión Eléctrica, ISA, que construyó varias redes en
diversas regiones colombianas; este programa fue impulsado desde esta compañía,
por dos egresados de la Universidad de Antioquia: el profesor Sergio Iván
Carmona, en la Gerencia Ambiental y el antropólogo Carlos Emilio Piazzini, coordinador
del Programa de Arqueología. El Departamento de Antropología estableció un Laboratorio
de Arqueología (CISH), para satisfacer la demanda generada por los proyectos de
rescate. Otro salvamento arqueológico, patrocinado por ISA, fue el Proyecto
Hidroeléctrico Porce II, dirigido por la profesora Neila Castillo. Durante
varios años se llevó a cabo una prospección arqueológica en el territorio donde
se construiría una central hidroeléctrica.
Hacia finales de los años noventa, el panorama
prehispánico del Departamento de Antioquia cambió considerablemente con los
resultados obtenidos en los proyectos antes mencionados, y como se muestra en
el Atlas Arqueológico de Antioquia
(software), financiado por ISA y ejecutado por los arqueólogos Jorge Luis
Acevedo, Silvia Helena Botero y Carlos Emilio Piazzini (1999).
Arqueología en la
Universidad del Cauca
El Departamento de Antropología de la Universidad del
Cauca fue creado en 1970, como una dependencia de la Facultad de Humanidades,
por parte del arqueólogo Miguel Méndez, egresado de la última promoción del
ICAN (1964) y director del Instituto de Antropología (1967), y por Hernán
Torres, antropólogo formado en la Universidad de Washington (USA) y jefe del
Departamento de Humanidades (1970).
El primer Plan de estudios, que correspondió a una
Licenciatura (4 años), tuvo como meta formar un antropólogo general en el
contexto de las Ciencias Humanas, sin tener una especificidad disciplinaria
aplicable a la investigación de la realidad social y cultural regional y del
país. Los contenidos de las materias eran magistrales y trataban pocos
elementos teóricos. Las tres asignaturas correspondientes a la Arqueología contenían
aspectos relacionados con el Viejo Mundo, Norte y Sur América y no se estudiaba
la Arqueología de Colombia; los cursos metodológicos tenían un enfoque
sociológico y no existía un trabajo de campo.
En el año 1973 se reformó el programa
inicial, proceso que implicó el nombramiento de nuevos profesores, de
antropólogos egresados de la Universidad de los Andes y de historiadores de la
Universidad del Valle, que se encargaron de implementar un nuevo Plan de
Estudios, que fue aprobado en 1976. De manera análoga a lo que había sucedido
en los departamentos de Antropología de las universidades Nacional y de
Antioquia, el nuevo currículo se organizó en dos áreas, la Antropología Socio-cultural
y la Arqueología. Se introdujeron materias teóricas sobre el Evolucionismo, el
Funcionalismo, el Estructuralismo, el
Funcional-estructuralismo, el Materialismo Cultural y el Particularismo
Histórico; y otros con contenidos teóricos particulares de la Antropología
Económica, Política y sobre las religiones. La orientación de la Carrera estuvo
dirigida a formar un antropólogo investigador; por eso, el estudiante recibió
cursos sobre metodologías y culminaba su carrera, con un trabajo de campo, como
monografía de grado. En el área de Arqueología se dictaron las siguientes
materias a partir del primer semestre: Introducción a la Arqueología,
Arqueología de Colombia, Arqueología de Sur América, Técnicas de Investigación
en Arqueología y cursos complementarios de topografía, geología y algunos
seminarios de contenidos variables, que culminaban con una experiencia de
terreno, como monografía de grado.
En esta etapa académica, a la Sección de Arqueología
ingresaron como profesores, el arqueólogo Juan Yanguez y el historiador Héctor
Llanos. El profesor Yanguez había sido el primer egresado de la Universidad de
los Andes (1968), con un trabajo de grado sobre Arqueología de Tierradentro, y
luego, había realizado estudios de doctorado en la Universidad de Illinois. Los
estudiantes de Arqueología, de la primera promoción, tuvieron la oportunidad de
recibir en los cursos del profesor Yanguez, una información arqueológica,
teórica y empírica, que resumía las propuestas contemporáneas de la Arqueología
norteamericana, de acuerdo con la experiencia que había adquirido en la Alta
Amazonia, bajo la dirección de Donald Lathrap. Además, a pesar de las
limitaciones presupuestales, con el profesor Llanos organizaron prácticas de terreno con estudiantes, para
enseñar técnicas de excavación, en las regiones del Bordo y en Calima (Valle
del Cauca).
El profesor Héctor Llanos, egresado del Departamento de
Historia, de la Universidad del Valle, en el año 1974, con un trabajo de grado
sobre la estatuaria de San Agustín, dirigido por el arqueólogo Julio Cesar
Cubillos, fue nombrado, en 1975, para hacer una nueva clasificación de la
colección arqueológica, del antiguo Instituto Etnológico de la Universidad del
Cauca, y para dictar los cursos de Arqueología de Colombia y de Etnohistoria del
Cauca. La Sección de Arqueología se vinculó a la Etnohistoria, lo que significó
el estudio de las crónicas de la conquista española y de las fuentes
documentales del Archivo Central del Cauca, José María Arboleda. Los
estudiantes también tuvieron la oportunidad de valorar la colección
del Museo Casa Mosquera, que había sido creada por Henri Lehmann, en los años
cuarenta, e incrementada por Gregorio Hernández de Alba y Julio César Cubillos,
cuando se desempeñaron como directores e investigadores del Instituto
Etnológico de la Universidad del Cauca, entre 1946 y 1960.
La propuesta etnohistórica del profesor Llanos recuperaba
los trabajos realizados por investigadores pioneros, sobre los pueblos
indígenas de la antigua Gobernación de Popayán. La conquista española fue considerada como un momento histórico fundamental para comprender, tanto la
etapa precolombina, investigada por los arqueólogos, como los procesos de
colonización de los pueblos indígenas, con las fuentes del Archivo Central del
Cauca, que llegaba hasta los tiempos modernos, cuando se iniciaron los
movimientos indigenistas liderados por Manuel Quintín Lame. Los estudiantes
comprendieron la importancia de las investigaciones etnohistóricas de Gregorio
Hernández de Alba, Kathleen Romoli, Juan Friede, Jesús María Otero, José María
Arboleda y Diego Castrillón, entre los principales.
La dinámica académica adquirida por el Departamento de Antropología, correspondiente
a la reforma del Plan de Estudios aprobado en 1976, se vio alterada porque
varios de los profesores decidieron retirarse de la Universidad del Cauca, para
continuar sus actividades profesionales en Bogotá y Cali. Entre 1976 y 1979
egresaron los primeros 17 antropólogos, con monografías relacionadas con diversos
grupos étnicos, del Departamento del Cauca; de las cuales, 4 (24%) fueron sobre
temas arqueológicos: Holberg Dorado, excavaciones en Pubenza, Popayán (1977); Rodrigo
López, excavaciones en la hacienda la María, Popayán (1978); Diego Herrera, la
guaquería en Colombia (1979) y Gustavo Antonio Legarda, en la zona arqueológica
de Moscopán (1979). Dorado y López fueron nombrados profesores y en compañía
de Miguel Méndez se encargaron de los cursos de Arqueología. El
profesor Méndez, en los años ochenta, realizó hallazgos arqueológicos de
ocupaciones tempranas, en Cajibío (Cauca), y en otros yacimientos del Municipio
de Popayán; también, con motivo de las reconstrucciones arquitectónicas realizadas
en esta ciudad, después del terremoto de 1983, llevó a cabo un conjunto de
excavaciones históricas, en diferentes conventos e iglesias.
En los primeros años de la década de los ochenta se
incrementaron los egresados con trabajo de grado en Arqueología (segunda
promoción): Carlos Humberto Illera, en Calima, Valle del Cauca (1981);
Cristóbal Cnecco, en Cajibío, Cauca (1982); Diógenes Patiño, en Mercaderes,
Cauca (1982); Marta Iribarne, en Cajibío, Cauca (1983); Ligia Gómez, en Popayán
(1983); Patricia Escobar, Amparo Velásquez, Gloria Inés Villalobos y Diego Alfonso Paz, en Popayán (1984); Hedwig
Hartmann, con un estudio del material arqueológico de Popayán, de la colección
del Museo Casa Mosquera (1984), y Gladys Liliana Garcés, con un análisis de los
volantes de uso quimbayas (1984). De estos nuevos egresados, Illera, Gnecco y
Patiño ingresaron como profesores del Departamento de Antropología, y Hartman, como
directora del Archivo del Instituto de Investigaciones Históricas José María
Arboleda Llorente, de la Universidad del Cauca (1984).
El profesor Gnecco, a partir de 1991, realizó
investigaciones relacionadas con ocupaciones precerámicas y en la Bota Caucana;
también, se dedicó a las teorías contemporáneas en tiempos de la
multiculturalidad, relacionadas con el discurso del otro, con la multivocalidad
histórica o la praxis de una Arqueología dialógica, que cuestiona el ejercicio
profesional, en la modernidad. El profesor Patiño, desde 1997, ha hecho proyectos
de Arqueología de Rescate, patrocinados por Interconexión Eléctrica S. A. - ISA
(1998) y la Empresa Colombiana de Petróleos - Ecopetrol (1995), e
investigaciones sobre Arqueología histórica y patrimonio, en Popayán.
En el año 1985 se logró otra reforma del Plan de Estudios;
el Área de Arqueología se fortaleció con las siguientes asignaturas:
Fundamentos de Arqueología, Arqueología I, Arqueología II (Norte y
Mesoamérica), Arqueología III (Suramérica), Arqueología IV y V (Colombia),
Métodos y técnicas de Arqueología y los cursos complementarios de Topografía,
Geología, Taller de Patrimonio Cultural y Taller de análisis de material
arqueológico. Los siguientes estudiantes hicieron trabajo de grado: Marta
Villamarín y Marta Barbosa, con excavaciones en abrigos rocosos, Municipio de
Suarez, Cauca (1992); Rosa Ortíz y Ruby Pipicano, en la Elvira, Popayán (1992);
Sandra Patricia Vargas, en el Municipio de Villa Vieja, Huila (1995); Bethy
Díaz, hizo una clasificación de la colección cerámica del Museo de Historia
Natural, Popayán (1996); Marta Hernández, en el Alto Saija (1998) y María Eugenia Orjuela, en el Alto
Guachicono (1998).
Una novedad del nuevo Plan de Estudios fue la
transformación de la tradicional Antropología Física en la Bioantropología. En
sus orígenes, aquella área del conocimiento estuvo relacionada con estudios
raciales (serológicos y antropométricos), en comunidades vivas y con el estudio
clasificatorio de restos óseos arqueológicos. Los avances de la Genética y
otros campos de la Medicina, transformaron las descripciones fisiológicas en
investigaciones más especializadas y complejas, relacionadas con la nutrición, la
dieta alimentaria, la morbilidad y la mortalidad, que se identificaron con el
nombre de Bioantropología, si analizaba sociedades vivas y Bioarqueología,
cuando se aplicaba a culturas arqueológicas. En el Plan de Estudios de 1995,
por primera vez, se crearon cursos de Bioantropología y Bioarqueología y en el
año 1999 se nombró como profesora de esta sección a Elizabeth Tabares, egresada
de la Universidad del Cauca, en 1986. El profesor Hugo Portela conformó un
grupo de estudiantes para hacer estudios de Bioarqueología: Astrid Lorena
Perafán (2001) y Ernesto Rodríguez (2002) hicieron su trabajo de grado en esta
área.
Epílogo
La visión de conjunto antes expuesta, sobre la Arqueología
hecha en los primeros departamentos universitarios de Antropología, permite
hacer un conjunto de reflexiones históricas, sobre los sentidos de realidad que
establecieron las primeras promociones de antropólogos y sus proyecciones
actuales. Más aún, si se recuerda que las propuestas iniciales de lo que debería
ser un Programa de Estudios de Antropología, se hicieron en los años sesenta, década
de conflictos sociales, económicos y políticos, de movimientos contraculturales
y cuestionamientos marxistas radicales, que produjeron cambios a escala mundial.
La Arqueología no se desconoció en los primeros planes de
estudio de los departamentos de Antropología, de las universidades Nacional y
de Antioquia, pero, se incluyó, como un área secundaria, que se fue
fortaleciendo en las reformas posteriores, de los años setenta. En la
Universidad de los Andes, desde la aprobación del primer Plan de Estudios, la
Arqueología tuvo un mayor espacio curricular y el impulso de un grupo de
investigadores extranjeros, lo que explica que haya tenido una acogida
inmediata por parte de los estudiantes, de las primeras promociones.
Una vez superados los conflictos políticos en las
universidades públicas y de aprobarse planes de estudio más definitivos, en los
años ochenta, la Arqueología ingresó en una nueva etapa, al lograr un espacio curricular, teórico y
práctico, que permitió la formación de una segunda generación de arqueólogos, con
la participación de nuevos profesores y la creación de laboratorios de
investigación. Los departamentos de Antropología de las universidades de los
Andes y Nacional, como era de esperarse, tuvieron un alcance nacional, mientras
que en las universidades del Cauca y Antioquia, los estudiantes y los egresados
se dedicaron a profundizar los conocimientos de las culturas prehispánicas, en
sus respectivos territorios.
En la década de los noventa, el grupo de arqueólogos se
incrementó considerablemente. Además del patrocinio de instituciones como la
FIAN y el INCIVA, los arqueólogos tuvieron la oportunidad de hacer grandes
proyectos de Rescate o Salvamento, financiados por empresas que realizaron
obras de infraestructura. La investigación arqueológica que se hizo en los
departamentos de Antropología, en los años ochenta, fue programada de acuerdo
con unos objetivos académicos y un Plan de Estudios, con una secuencia
semestral de cursos. Esta situación se vio alterada con la irrupción de la
Arqueología de Rescate en los años noventa. Se puede plantear que esta modalidad
marcó el inicio de una nueva etapa en la historia de la Arqueología en
Colombia, porque, como sistema de contratación profesional, de carácter
privado, terminó dominando en el gremio de arqueólogos. Los proyectos de
Rescate no han surgido como parte de una política académica de las
universidades, sino como respuesta a un mandato legal que protege el patrimonio
arqueológico del país, bajo la responsabilidad del ICAN o Instituto Colombiano
de Antropología e Historia (ICANH). Jurídicamente, los proyectos de Rescate se
han hecho entre los investigadores y las empresas constructoras, con la
intermediación del ICAN- ICANH, que ha sido la única dependencia oficial
autorizada para otorgar las licencias de ejecución de las obras de ingeniería,
que impactan el patrimonio arqueológico.
En varias oportunidades, los departamentos de Antropología
han realizado grandes proyectos de Rescate adecuándolos a sus planes de estudio. Hasta cierto punto, se puede decir que las
programaciones académicas se han visto abocadas a ajustar sus cronogramas a las
etapas de la obra de ingeniería, causándoles problemas a los estudiantes, en el
cumplimiento de sus horarios semestrales.
Con la Arqueología de Rescate, las universidades empezaron
a solucionar la dificultad que generaba financiar los cursos de Laboratorio de
investigación. Ante las limitaciones presupuestales, las universidades públicas
se vieron favorecidas, cuando se trataba de grandes proyectos de Rescate, en
tanto recibían un porcentaje del presupuesto, por administrarlos.
Desde los años ochenta, los departamentos de Antropología,
después de muchos esfuerzos, habían logrado constituir planes de estudio de
pregrado, con un apropiado espacio teórico y práctico, correspondiente a las
áreas principales de la Antropología, que capacitaban a los estudiantes para
hacer un trabajo de investigación, como monografía de grado. Propuesta
académica que perduró hasta la aprobación, inicialmente, de programas de
maestría, y posteriormente, de doctorado. Al estudiante dejó de exigírsele una
investigación como trabajo de grado. La capacitación científica del currículo
de pregrado se trasladó a los estudios de posgrado.
Bien se sabe, que los investigadores pioneros del IEN
recibieron una formación académica general, no especializada en ninguna de las
áreas del conocimiento antropológico; sus primeros trabajos de campo fueron
interdisciplinarios. Posteriormente, la mayoría de los pioneros realizaron
estudios de posgrado en universidades
norteamericanas, con el apoyo de institutos y fundaciones científicas de
este país; unos se dedicaron de tiempo completo a la investigación arqueológica,
mientras que otros prefirieron la antropología social aplicada a las
comunidades indígenas, campesinas o urbanas. Este primer grupo de antropólogos
hizo un trabajo científico, en un momento histórico, en el que la política del
Estado colombiano promovió la creación ideológica de una identidad cultural nacional.
En este sentido, el patrimonio arqueológico fue fundamental para sustentar el
imaginario de una nacionalidad colombiana. Los pioneros, como etnógrafos,
también valoraron las culturas de origen americano y africano, en contra de un
racismo histórico que las discriminaba. Su contacto directo con la realidad
indígena los llevó a tomar actitudes indigenistas, en las que denunciaron el
estado marginal y de pobreza en que se encontraban, pensando en que era posible
que el gobierno nacional estableciera una política que remediara sus problemas,
respetando, al mismo tiempo, sus tradiciones culturales, para integrarlas a la
modernidad dominante.
Aunque los pioneros participaron como profesores en la
creación de los primeros departamentos de Antropología universitarios, las
nuevas tendencias internacionales de la Antropología y la Arqueología, marcaron
diferencias con ellos, lo que, en algunos casos, implicó su renuncia. Las
primeras promociones de arqueólogos, egresadas de los departamentos de
Antropología, tuvieron una orientación teórica y metodológica diferente a la de
los pioneros. En su formación fue evidente la influencia de una Arqueología
anglosajona, que enfatizaba los estudios medioambientales, multidisciplinarios,
con nuevas tecnologías de terreno y
laboratorio; al mismo tiempo, también se debatieron las posiciones
teóricas de la Arqueología Social latinoamericana. Para estas nuevas
generaciones ya no tuvo mayor sentido pensar en que su trabajo científico
contribuía con el imaginario de una identidad cultural nacional.
Hacia los años noventa, los proyectos de Arqueología de
Rescate o Salvamento, relativizaron las posiciones teóricas y metodológicas
impulsadas en los planes de estudio universitarios. Los términos de referencia
de los sistemas de contratación han estado sometidos a la ley de la oferta y
demanda laboral. La contratación privada
ha fragmentado la investigación arqueológica en múltiples proyectos
particulares, de los que se desconoce su orientación teórica y metodológica, en
tanto los resultados obtenidos en la
mayoría de ellos no se han publicado, ni
se han analizado en los medios académicos y científicos.
Una tendencia internacional más reciente, surgida en los
espacios universitarios, ha sido la Arqueología llamada Poscolonial o Multicultural,
que ha tomado una posición teórica e ideológica
desde la que se ha cuestionado la investigación arqueológica moderna, por
considerar que son epistemologías que desconocen a los grupos étnicos
investigados. En Colombia, esta posición surgió a partir de la nueva
Constitución, aprobada en 1991, en la que, por primera vez, se aceptó, jurídica
y políticamente, que Colombia es un país multiétnico o multicultural. La nueva
carta constitucional ha permitido a los pueblos indígenas, entre otros, fortalecer
una autonomía política, jurídica y cultural, por la que habían luchado
históricamente. De manera específica, algunos colegas han planteado que el
trabajo científico de los arqueólogos debería estar subordinado a los intereses
políticos de los pueblos indígenas; de igual manera, los bienes arqueológicos
que hasta el presente han sido protegidos por leyes nacionales, que los han
declarado patrimonio histórico de la Nación.
En términos generales, sin lugar a dudas, la investigación
arqueológica hecha en Colombia, históricamente ha desempeñado un importante
papel, que hoy en día necesita ser
analizado en los espacios académicos y científicos. A diferencia de las
escuelas norteamericanas, la Arqueología institucional en Colombia, como en
otros países latinoamericanos, desde sus inicios, se caracterizó por recibir
influencias internacionales, que a veces se han aceptado acríticamente, o en
otras oportunidades, se han adaptado a la situación científica del país,
resultando una investigación diversificada con una dinámica propia. Esta
situación, en el presente, se ha debilitado, con el dominio de la Arqueología
privada o de contrato. Cada arqueólogo está aplicando el enfoque teórico y los
procedimientos metodológicos que ha considerado más apropiados. La
investigación arqueológica está cumpliendo con un mandato legal, pero, en gran
proporción, se desconocen sus contribuciones científicas.
Referencias
bibliográficas
Arcila, Zoraida. Las ciencias Sociales y Humanas en la
Universidad de Antioquia. Avatares históricos y epistemológicos; Universidad de
Antioquia, Medellín, 2015.
Bernal, Elizabeth. Antropología en Colombia en la década
de 1970. Terrenos revolucionarios y derrotas pírricas; Universidad Nacional de
Colombia, Bogotá, 2016.
Barragán, Carlos Andrés. Antropología colombiana: del
Instituto Etnológico Nacional a los programas universitarios (1941-1980). El
caso del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes;
monografía de grado, Departamento de Antropología, Universidad de los Andes,
Bogotá, 2000.
Cardale, Marianne. Sylvia
Broadbent: una mujer polifacética. RCA., ICANH, Vol. 50, N° 1, Bogotá,
2014.
Cardale, Marianne. Cincuenta
años de Arqueología en mi vida –
reflexiones; Revista Maguaré, Departamento de Antropología, Universidad
Nacional de Colombia, Vol. 27, N° 1, Bogotá, 2013.
Herrera, Leonor. El
panel de las momias; Revista Maguaré, Departamento de Antropología,
Universidad Nacional de Colombia, Vol. 27, N° 1, Bogotá, 2013.
Llanos, Héctor. Proyección
histórica de la Arqueología en Colombia; Boletín de Arqueología, Fundación
de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, N° 2, Bogotá, 1999.
Plazas, Clemencia. Abriendo
Brecha (entrevista). Revista Maguaré, Departamento de Antropología,
Universidad Nacional de Colombia, Vol. 27, N° 1, Bogotá, 2013.
Román, Álvaro. Apuntes para la historia del Departamento
de Antropología 1966-1986; Cuadernos de Antropología N° 11, Bogotá, 1986.
Tabares, Rosa Elizabeth y Meneses, Lucía Eufemia. Historia
de la Antropología en el Cauca; editorial Universidad del Cauca, Popayán,
2016.