En el principio no
había nada, todo estaba vacío y oscuro; sólo existía el verbo creador del día con
el sol y la noche con la luna, del cielo
con las estrellas y las aves, y de la tierra seca que separó de los mares para
que crecieran plantas verdes y animales para sustento de su obra máxima, el primer
hombre y la primera mujer, hechos a su imagen y semejanza, al darles un
espíritu inmortal.
En un principio, los
primeros homo sapiens empezaron a diferenciarse de otros homínidos porque pudieron
comunicarse entre ellos con sonidos articulados, que iban más allá de las
onomatopeyas y gestos corporales necesarios para la supervivencia. Su capacidad
cerebral les permitió desarrollar lenguas para comunicar sus emociones, ideas y
pensamientos lógicos, mágicos y fantásticos. Los primeros seres humanos no
crearon solamente discursos necesarios para conseguir los alimentos, sino,
también, para dar respuestas a interrogantes generados por sus mentes, sobre el
origen de la vida y la muerte, de los astros del firmamento, del día y la
noche, de los cambios climáticos, del comportamiento cíclico de animales y
vegetales. Al hablar, los seres humanos adquirieron identidades culturales que
transmitirían de generación en generación, dando origen a la etapa inicial de
la historia de la humanidad.
En las lenguas
primigenias, las palabras discursivas estaban integradas a las expresiones
corporales, a los gestos de las manos y del rostro y al cuerpo que danza, en
tanto el pensamiento lo habita con sus emociones. El baile y los cantos
nacieron en los espacios rituales donde brota la palabra mítica, que fluye en
un eterno presente; los sonidos de las palabras eran imágenes vivas. Una
pintura de un animal en las paredes de una caverna, unos grabados sobre una
piedra, un hueso, un trozo de madera o una roca tallada no eran
representaciones de un discurso abstracto, sino esencias que adquirían una
corporeidad. Las formas mágicas le hablaban al individuo que las observaba;
eran seres o presencias espirituales. Algunas culturas fueron más allá al transformar
estas figuraciones en jeroglifos o símbolos que como sonidos se integraban de
diversas maneras, formando una escritura hermética que se podían leer como un
discurso oral. Los relatos míticos cuando fueron escritos con glifos se
transformaron en textos hieráticos, en signos que por su origen divino
adquirieron un carácter absoluto.
En la época arcaica de
Grecia, la poesía, la danza y la música eran
rituales; el aedo declamaba relatos de dioses y héroes míticos, y los
danzantes, con todo el potencial de movimientos o gestos expresivos de sus
cuerpos, se desplazaban en un espacio-tiempo creado por sonidos musicales. La
invención del alfabeto con vocales y consonantes, a partir de la escritura
fenicia, significó una gran ruptura en la manera de pensar y actuar de los
grupos humanos. Los glifos perdieron su esencia mágica al reducirse a un
conjunto de signos abstractos fijos o alfabeto, con valores fonéticos predeterminados,
que podían articularse entre si conformando palabras con un potencial
polisémico. Las palabras y las cosas fueron separadas por los escribas; el ser
humano se inventó un lenguaje eficaz que lo aisló del mundo en que habitaba. El
lenguaje pasó a ser producto autónomo de la mente, creadora de significantes
que se enlazan de diferentes modos como significados que representan o dan
sentido a las cosas y los hechos que constituyen la realidad. La escritura
alfabética adquirió una objetividad necesaria para las reflexiones o
especulaciones filosóficas; de esta manera se apropió del poder de los
discursos mágicos que fueron descalificados por la razón como lenguas imperfectas
o creaciones fantásticas, por no definir la realidad con ideas o conceptos. La
sabiduría mítica no desapareció pero perdió su fuerza hegemónica, al ser
reemplazada por el soliloquio de un pensador que se mira en un espejo, en el
que proyecta sus pensamientos que pueden interpretar todo lo existente.
Los arquitectos y
artistas clásicos crearon obras armónicas a partir de ideales de belleza, de una
proporción áurea (geométrica y matemática). Los sonidos musicales adquirieron
una escritura propia constituida por signos con tonos acústicos específicos
inscritos en una escala musical matemática y simbólica. En la Grecia clásica,
los danzantes y poetas de los tiempos míticos fueron relevados por los actores
que representaban un papel en el drama trágico de la condición humana.
Prohibido prohibir
Los movimientos
estudiantiles iniciados en la primavera parisina de 1968 confrontaron los
discursos de una sociedad tradicional que se había envejecido y no lo aceptaba.
Los jóvenes de ese entonces se rebelaron contra los valores morales y filosóficos
de sus padres y abuelos que generaron los horrores y la destrucción de dos
guerras mundiales, en las que se bombardearon ciudades y murieron millones de
personas. Además de las confrontaciones políticas inevitables, la juventud
propuso una ruptura con una tradición cultural decadente, que justificaba los
sometimientos coloniales y ni siquiera respetaba las libertades individuales.
Las falacias de los discursos hegemónicos fueron denunciadas públicamente con
el recurso ingenioso de un lenguaje polisémico que permitía decir lo no dicho,
como se aprecia en la frase emblemática: prohibido
prohibir. El lenguaje adquirió de nuevo el poder creativo que juega con los
significados de las palabras, que al mismo tiempo que regulan los
comportamientos de los individuos, les ofrecen la alternativa de expresar sus
sentimientos y deseos.
Los artistas modernos
han pensado que se pueden liberar de los determinantes lingüísticos exhibiendo
obras que han identificado con la frase sin
título. Esta actuación no los ha liberado de la capacidad esencial de
nominar las cosas: sin título es un
nombre indeterminado, es un referente que llama la atención sobre una obra
particular y por lo tanto crea un sentido de realidad específico. Lo que
interesa en estos casos es la intencionalidad que tiene el artista. En primer
lugar, desea liberarse de esa capacidad de apropiación, de identificación, que implica
bautizar o ponerle un nombre literario a una de sus creaciones; en segundo
lugar, esta aparente negación del nombre resalta la importancia que tiene el
lenguaje oral y escrito, al llamar la atención que lo más importante para el
creador es el lenguaje plástico de la obra, conformada por significantes no
gramaticales y por lo tanto con significados no preestablecidos en un diccionario.
En este sentido la obra manifiesta un deseo de independencia del artista, de
liberarse de las ataduras de las palabras escritas.
En realidad, sin título, al colocárselo como
identificación de este texto tiene como sentido resaltar la importancia que tienen
ciertos lenguajes, en los que el autor de los mismos, aunque recurra a las
palabras, tiene conciencia de lo que implica utilizarlas. En la antigüedad
primitiva las imágenes tenían vida espiritual propia, lo que les permitía
interactuar con los seres humanos. A lo largo de la historia, las imágenes como
creaciones subjetivas terminaron subordinadas en su finalidad a comunicar los
pensamientos o discursos alfabéticos, con el recurso de lenguajes plásticos
figurativos. Las artes plásticas fueron fragmentadas de manera análoga a los
discursos alfabéticos, en aspectos formales (significantes) que tienen unos
significados que tienen un papel cultural al generar sentidos de realidad. Por
eso, cuando en la modernidad surge el historiador del arte, éste se ha dedicado
a conocer aspectos formales (signos iconográficos) y sus significados
narrativos (iconológicos). Las imágenes con toda su capacidad creativa
terminaron representando textos; sin éstos, aunque pueden ser percibidas no
tienen mayor sentido, al no poder ser leídas o interpretadas.
Los artistas modernos,
a partir del siglo XIX se rebelaron contra esta subordinación al atreverse a
pintar realidades naturales de manera directa con sus ojos (al aire libre); o
también, de manera más radical, emocional y subjetiva, desfiguraron lo que sus
ojos percibían, creando un arte abstracto y expresionista, en el que no les
importaba narrar una realidad, sino expresar libremente sus emociones y
sensibilidades. Al mismo tiempo se produjo la invención de la fotografía y el
cine en la modernidad que aunque ha permitido la reproducción tecnológica de
las imágenes (fijas o con movimiento), como representación directa de la
realidad, también ha permitido al fotógrafo o cineasta, como a los artistas plásticos,
liberarse del carácter reproductor de la realidad natural y cultural, para
crear realidades virtuales.
El arte del cine ha
sido llamado cinematografía, o sea un arte en el que a una secuencia de
fotografías (imágenes estáticas) se les da un movimiento continuo, de acuerdo con un guion predeterminado, con la intención
de producir un efecto de realidad en las personas que miran su proyección en
una sala de cine. Cuando aparecen las primeras películas, los espectadores las
percibieron como una realidad mágica (virtual), porque en ese entonces el cine
era mudo, no contenía diálogos ni bandas sonoras. Para producir un efecto
realista, los cineastas acompañaron la proyección de la secuencia de imágenes,
con piezas musicales interpretadas simultáneamente por un músico y con ciertos
cuadros intercalados, en los que se contaba, de manera fragmentada (textos
cortos), la historia que interpretaban los actores filmados.
La dependencia del
mundo moderno de los textos narrativos aunque se ha minimizado, aún sigue vigente.
Es paradójico que después de los cambios radicales establecidos por los
movimientos artísticos durante el siglo XX, los artistas de las últimas
generaciones se hayan predispuesto a favor del arte conceptual, en el que, como
su mismo nombre lo dice, las creaciones visuales se subordinan a un concepto o
idea, aunque sea expresado de manera sutil. Volver a los conceptos se puede
interpretar de diversas maneras; lo cierto es que los artistas no están tomando
las posiciones de los teóricos tradicionales. Se puede pensar, al mirar las
obras de arte conceptual, que es una posición de rechazo, que sobrevive desde
cuando fue propuesta a inicios del siglo XX, ante la abrumadora relativización
de las artes plásticas, que por sus radicalismos ha llegado ha extremos en los
que no hay nada nuevo en una sociedad que lo consume todo, bajo la falacia de
lo nuevo. También es posible pensar que se trata de una crisis agudizada por
los acelerados cambios tecnológicos que marcan el inicio de una nueva era, lo
que de hecho ha significado el derrumbe de valores tradicionales, que llevan a
redefinir el importante papel de las imágenes y los lenguajes escritos.
Epílogo
Aunque hoy en día se ha
confirmado el dicho que pregona que una
imagen vale mucho más que mil palabras, las imágenes fijas o en movimiento
necesitan del texto oral o escrito, en mínima proporción. En realidad el mundo
moderno se está alejando de los discursos filosóficos (sagrados y profanos) que
durante siglos tuvieron un papel dominante. Las revoluciones digitales
contemporáneas, en las que dominan las imágenes visuales y sonoras, han
cuestionado el papel hegemónico de los lenguajes escritos, lo que significa que
las personas sin ser muy conscientes de ello, han preferido comunicarse con
medios audiovisuales, que satisfacen sus necesidades emocionales, aunque esto
signifique ejercitar muy poco sus capacidades reflexivas o filosóficas. Como lo
dice el sentido común: Pensar mucho hace
daño.