Arqueólogo Luis Duque Gómez y trabajador en la excavación de escultura femenina, de un cementerio en Quinchana, San Agustín (1946) (Catálogo exposición Espacios míticos y cotidianos, arqueología del alto Magdalena, Bogotá, 1994)
Pensar en que me encontraría con mi maestro me
generaba incertidumbre al mismo tiempo que lo deseaba, porque teníamos mucho de
qué hablar, sobre temas que compartíamos, desde tiempos en que fui auxiliar de su
investigación, vínculo académico que con el pasar de los años se transformó en
admiración por su obra, acompañada de una cordial amistad. Como profesor pude
organizar un ciclo de conferencias en las que los expositores eran destacados colegas
pertenecientes a varias generaciones, que hablarían de la trascendencia de sus
trabajos, vistos en su dimensión histórica. Uno de los asistentes, por
supuesto, era mi apreciado maestro.
Horas antes de su charla decidí invitarlo a mi oficina
para que pudiéramos dialogar sin afanes y sobre todo, sin la interferencia de
otras personas que seguramente estaban interesadas en conocerlo y en hacerle
muchas preguntas sobre su trabajo. Nuestro saludo fue un afectuoso abrazo
acompañado de frases de bienvenida y de agradecimiento de mi parte, por haber
aceptado la invitación. Luego de servirle un buen café, le manifesté:
Profesor (P): Maestro, pienso que esta tarde asistirán muchos
estudiantes y profesores a su conferencia, porque consideran que su trabajo
científico representa la generación de arqueólogos que marcó una época, por
tener una formación profesional, que rebasó los hallazgos de los primeros
exploradores interesados más en las ruinas monumentales y en formalizar y
clasificar culturas con los objetos excavados. Usted bien sabe que a los
más jóvenes les atrae el debate, en el que se cuestiona el
trabajo realizado por los mayores que les antecedieron. Me imagino que en su
exposición hará referencia a estos cambios conceptuales, no sé si de manera
explícita o sobreentendida.
Maestro (M): Mi querido colega, con el transcurrir de los años
uno comprende los cambios que se dan entre las promociones de
investigadores; para mí, hoy en día es normal que los más jóvenes tomen una
posición crítica, si recordamos que nosotros también, a la misma edad, tuvimos las pretensiones de superar a los
mayores. Las diferencias conceptuales no invalidan los aportes que un
científico logra durante décadas, con mucha responsabilidad profesional y
superando muchas dificultades; nuestros proyectos los llevamos a cabo con fines
académicos y pensando en que conocer el pasado aborigen era recuperar un valioso
legado cultural, que con el paso de los siglos terminó bajo tierra. Al final de
cuentas cada nueva generación lo que está buscando, en primer lugar, es
adquirir una identidad con una escuela arqueológica, para luego obtener un
posicionamiento, en el medio científico y académico, que le otorgue un reconocimiento
en la jerarquía profesional, para poder adelantar su trabajo científico.
P.: No tengo dudas en afirmar que la investigación
arqueológica en nuestro país ha sido realizada por profesionales, que sin tener
en mente un ánimo de lucro, se han dedicado a conocer una historia prehispánica,
con el recurso de tecnologías especializadas. Me gustaría saber qué piensa
usted sobre los sentidos de realidad creados por la investigación arqueológica,
o sea introducirnos en el campo ideológico de las ciencias humanas o sociales. Los
más jóvenes han cuestionado el papel que han jugado los arqueólogos mayores en
la creación de un imaginario de identidad cultural nacional, lo que ha
propiciado un espacio de discusión necesario, aunque no veo muy definidas las
propuestas alternativas, que respondan a la pregunta: ¿Para qué investigamos el
pasado aborigen?
M.: Para algunos colegas conocer el pasado prehispánico
es muy importante porque nos da una identidad como americanos. Al respecto, es
bueno recordar que la historia hispanoamericana ha sido escrita de acuerdo con
los intereses políticos y las mentalidades de los vencedores y no de los
vencidos, de los criollos, herederos de la cultura traída e impuesta por los
conquistadores y colonizadores españoles. En la historiografía oficial, los
viajes de Cristóbal Colón han sido un hito fundacional de la historia,
estableciendo una ruptura con el milenario pasado aborigen, que hasta ese
momento tuvo una autonomía continental. Las investigaciones arqueológicas
modernas, desde sus inicios han descubierto que en América existieron
civilizaciones análogas a las del viejo mundo, cuestionando el discurso
colonialista que las calificó como sociedades salvajes y bárbaras, para
justificar su adoctrinamiento o sometimiento a la tradición Occidental. España
construyó un sistema social y cultural colonial durante tres siglos, que no
desapareció con la llegada de la independencia, a comienzos del siglo XIX. Las
identidades culturales de las nuevas sociedades republicanas estaban vinculadas
directamente con el período colonial, y muy poco con la época prehispánica, lo
que ayuda a explicar por qué este pasado ha sido visto como una realidad
distante y aislada de los procesos históricos posteriores.
P.: Lo que usted está diciendo se hace evidente en la
aceptación internacional de una cronología arqueológica moderna que reafirma su
condición judeo cristiana, al establecer dos grandes etapas, a partir del
nacimiento de Cristo; los arqueólogos aceptamos la nomenclatura de las fechas
diciendo antes de Cristo (a.C.) y después de Cristo (d.C.). Los viajes de
Cristóbal Colón integraron el continente americano a la historia Occidental,
separando o fracturando la milenaria historia anterior al descubrimiento de los
europeos; con cierta ironía podríamos decir antes de Colón (a. C.) y después de
Colón (d. C.); por eso hablamos de una historia precolombina o prehispánica,
que algunos arqueólogos mexicanos propusieron llamar precortesiana.
M.: El lenguaje convencional usado por los arqueólogos
parece algo secundario y tiene una apariencia objetiva que encubre una carga
ideológica, que reitera un sentido hegemónico. La arqueología latinoamericana
surge como una ciencia que investiga los asentamientos de culturas indígenas
prehispánicas; los historiadores y no los arqueólogos serán los encargados de
reconstruir la historia a partir de los viajes de Colón, con el recurso de las
fuentes escritas conservadas en archivos y bibliotecas. Situación que cambia
posteriormente cuando se habla de una arqueología prehistórica o precolombina,
diferente a una arqueología histórica o poscolombina. Terminología ambigua que
hemos aceptado sin cuestionar, a pesar de sus implicaciones ideológicas. ¿Por qué se llama historiadores a
los que investigan el descubrimiento y su posterior colonización como si los arqueólogos
que excavan ruinas precolombinas no estuvieran reconstruyendo una historia?; o
será, que con la aceptación de esta división de grandes etapas, mantenemos
prejuicios etnocéntricos que fragmentan la historia de América.
P.: Al escucharlo he recordado otra situación
paradójica que tiene que ver con la manera como percibimos los hispanoamericanos,
posteriormente llamados latinoamericanos, las tradiciones culturales, con las
que nos identificamos, como naciones. En el siglo XIX surgió el cambio republicano
que transformó el nombre de Hispanoamérica en el de Latinoamérica, algo muy
diciente porque implica una diferenciación del mundo colonial español, al mismo
tiempo que reitera que somos naciones que hacemos parte de la tradición latina;
no sobra reiterar que España también hace parte de esta tradición. En nuestro
país, destacados intelectuales criollos propusieron la creación de una república,
en la que se mantenía la discriminación social de las castas y la primacía
cultural española; para los más conservadores, lo más importante era conformar
un estado republicano, que debería mantener el legado cultural de sus
antepasados españoles, y para otros, más liberales, los gobiernos deberían
impulsar la constitución de una sociedad mestiza, en la que el modelo a seguir
era el del progenitor español; ningún partido político planteó la conformación
de una sociedad multiétnica y pluricultural. A diferencia de Latinoamérica, en
Europa, españoles, italianos, ingleses, franceses, alemanes y demás europeos han
considerado que todos ellos, además de sus diferencias culturales y rivalidades
políticas, integran una misma tradición, que hemos llamado Occidental. Para
estos países ha sido muy importante la investigación arqueológica de las
antiguas civilizaciones de Mesopotamia, Egipto, Creta, Micenas, Grecia y Roma,
porque en ellas se encuentran los orígenes civilizados del judeo-cristianismo.
Aunque la crisis del imperio romano y el surgimiento y auge del cristianismo
significó una lucha contra las religiones paganas, por ser idolátricas, bien
sabemos que la antigüedad clásica no desapareció en el Medioevo, claro está que
cristianizada por los padres de la iglesia. Posteriormente, a partir del siglo
XV, en Europa se dio un renacimiento de la filosofía y las artes clásicas,
desde las cuales se desarrolló la modernidad. En Latinoamérica, los gobiernos
republicanos impulsaron una identidad cultural Occidental en la que dominaron
los valores que trasladaron las monarquías española y portuguesa, desde los
viajes de descubrimiento y conquista; los europeos trasladaron y sembraron en
el nuevo mundo, el árbol del bien y el mal, de los textos sagrados del Génesis,
que suplantó el árbol de la vida de los mitos de origen de las cosmovisiones
aborígenes. En América, a diferencia de Europa, no se ha dado un eterno retorno
a los orígenes, un renacimiento del mundo antiguo, de las civilizaciones
prehispánicas, como fundamento de la modernidad.
M.: Mi querido colega, sus reflexiones históricas me
parecen muy acertadas y ayudan a entender las ambigüedades y ambivalencias de
nuestras identidades culturales actuales. Primero, quiero decirle que las
personas se identifican con elementos vivos que hacen parte de su tradición
cultural, que le dan sentido a sus vidas. No sé hasta qué punto el
descubrimiento arqueológico de una historia milenaria precolombina haya
cambiado la mentalidad de la mayoría de los latinoamericanos, que tienen identidades
culturales criollas o mestizas, inscritas en una historia teleológica en la que
han dominado los valores filosóficos y morales del Cristianismo, que durante
quinientos años adoctrinó a las culturas americanas y africanas. Es cierto que
en nuestro país la historia patria incluyó las culturas indígenas del momento
de la conquista, pero como una realidad sometida, como vasallos bárbaros que necesitaban
ser civilizados. Con esto no quiero decir que hayan desaparecido todos los elementos
culturales aborígenes; así como hubo pueblos adoctrinados que perdieron sus
lenguas, otros las conservaron, por resistencia propia, favorecida, en algunas oportunidades, por habitar
territorios de difícil acceso para los colonizadores; pudieron mantener sus ancestrales
tradiciones, hasta tiempos modernos. Por eso, cuando los latinoamericanos de mentalidad criolla o mestiza visitamos exposiciones de museos arqueológicos, vemos las
obras expuestas como cosas exóticas, porque las desconocíamos o subvalorábamos,
por prejuicios etnocéntricos, inculcados en las mismas instituciones educativas
o en los medios masivos de comunicación, que por tradición hegemónica han
promocionado los valores occidentales. Por suerte esta situación empieza a dar
un giro político y jurídico, a partir de la aceptación constitucional que
reconoce que somos países multiculturales y pluriétnicos.
P. Estoy de acuerdo en destacar la importancia del trabajo
de los arqueólogos pioneros en la recuperación de un pasado cultural
prehispánico, que ha sido protegido como un patrimonio histórico nacional, pero
también es necesario decir que su posición ha sido criticada, por su carácter
dominante, que a nombre de una identidad cultural nacional, no ha tenido en
cuenta las miradas de pueblos indígenas, y menos, de los afroamericanos.
Hacia los comienzos del siglo XX se dieron cambios históricos como la
revolución Mexicana, que además de sus implicaciones sociales y políticas,
produjo movimientos literarios y artísticos que enaltecieron las civilizaciones
precolombinas y valoraron los comportamientos culturales de sus descendientes.
Se puede decir, de manera general, que estas reivindicaciones culturales
indígenas trascendieron en Latinoamérica. Se logró construir una historia
patria oficial con un imaginario de identidad nacional constituida por lo
hispánico, lo indígena y lo africano. Este imaginario terminó siendo un
discurso identitario retórico, porque en la realidad social y política se
mantuvo el poder dominante en manos de una clase criolla o mestiza, que
sustentó las grandes desigualdades entre las clases privilegiadas y los pobres,
y las tradicionales discriminaciones raciales; hasta no hace muchos años
decirle a una persona que era indio o negro era una ofensa, un estigma racial;
la realidad prehispánica fue vista a través de imágenes de grandeza americana,
de las civilizaciones mesoamericanas y andinas, imaginario que ayudaron
a construir los arqueólogos pioneros. Paradójicamente se enseñó a los
habitantes de las naciones latinoamericanas que debían sentir el orgullo de ser
descendientes de dichas civilizaciones, sin dejar de ser católicos, y al mismo
tiempo se impulsaron políticas que insistieron en la integración de los pueblos
indígenas tradicionales, a la sociedad mayor, moderna y desarrollista, a través
de las misiones católicas o directamente del mismo estado.
M.: Claro está, que aunque estas discusiones sobre
identidades nacionales han contribuido con el reconocimiento de la autonomía de
las organizaciones indígenas y afroamericanas, que venían defendiendo y reclamando
sus derechos históricos, no me parece apropiada la posición que reduce nuestra
complejidad cultural, a una problemática en la que priman las reivindicaciones
políticas, porque esto sería una manera parcializada de tratar los problemas de
la diversidad étnica en su dimensión histórica. Hay que reconocerle a los
pioneros de la arqueología la inclusión de la época prehispánica como parte de
la historia americana y el trabajo jurídico que impulsaron para proteger sus
obras materiales como patrimonio histórico nacional; gracias a estos esfuerzos
la historia americana no se inició con los viajes de Cristóbal Colón, aunque,
de todas maneras, la problemática no quedó resuelta. Más allá de los debates
que cuestionan la existencia de una identidad nacional, que para bien de todos
los discriminados se dieron, como arqueólogo me sigo preguntando, qué sentido
tiene conocer el pasado prehispánico, no solamente para los espacios académicos,
sino para las mismas organizaciones indígenas y afroamericanas, y para toda la
sociedad mestiza en la que actuamos.
P.: Al respecto puedo decirle que proponer hoy en día,
un volver al pasado, para impulsar una re-etnización, para supuestamente
recuperar identidades del pasado prehispánico, puede ser algo que no va más
allá de una retórica culturalista, o es un discurso político, que se justifica
como reclamo de derechos que fueron negados o desconocidos en siglos
anteriores; pero, no hay que olvidarse de los riesgos políticos que implica la
búsqueda del tiempo perdido, el pregonar un volver a un pasado idealizado, para
recuperar identidades; conocer el pasado es importante porque nos ayuda a
entender lo que hemos sido, a descubrir lo que no nos han permitido ser y por
lo tanto, para saber lo que podemos ser como sociedades, en tiempos actuales.
Las civilizaciones prehispánicas son fundamentales para entender que han
existido otras maneras de interpretar la realidad, otras sabidurías que han
dado respuestas diferentes a las de la tradición Occidental, que ha generado la
sociedad moderna, con su poder homogeneizador y destructivo de la naturaleza y
la diversidad étnica, en la que los recursos naturales fundamentales para la
vida y las creaciones culturales se han deshumanizado.
M.: Pretender volver al pasado para recuperar el mito
del paraíso perdido, por más americano que sea, es una falacia, que se puede
prestar para revivir discursos nacionalistas, que como ya sabemos han sido
utilizados por gobiernos conservadores, que terminan justificando ideales de
superioridad racial y cultural, que discriminan o combaten la diversidad
humana. En las cosmovisiones indígenas el mito de creación no es algo del
pasado, no es un paraíso perdido con su pecado original, sino una realidad que
siempre está presente en el devenir de sus comunidades. Aceptar ahora, algo que
se había negado históricamente, que somos una nación multicultural, no implica
hablar de purismos culturales excluyentes; por lo contrario lleva a reflexiones
complejas y críticas, que no se pueden reducir a intereses políticos
inmediatos.
P.: Los nuevos arqueólogos son categóricos en afirmar
que desconocer los pueblos indígenas actuales, en el proceso de investigación,
es tomar una posición científica colonialista. Algunos de ellos han expresado
que la única manera de descolonizar la arqueología es haciendo una investigación
dialógica con las organizaciones indígenas que habitan los territorios donde se
realizarán los proyectos; otros, más radicales han llegado a proponer que
dichas organizaciones son las que establecen qué clase de investigación se puede
hacer, si es que se debe hacer, al estipular que ese pasado cultural les pertenece
por ser de sus remotos antepasados, después de haber sido adoctrinados y
discriminados durante cinco siglos. El problema se vuelve más complejo, si esta
propuesta no solamente incluye a los indígenas, sino a los otros grupos culturales
mestizos de ancestro africano: ¿Cómo perciben y valoran ellos ese pasado
prehispánico?
M.: Su última pregunta si que agudiza la complejidad de
lo que estamos hablando, sobre todo cuando hace referencia a las comunidades
negras o afroamericanas, que han sufrido una mayor discriminación racial por
ser descendientes de tribus africanas, que fueron esclavizadas por empresarios
europeos. A diferencia de los grupos étnicos aborígenes de América, los de
origen africano, no fueron tema prioritario de la investigación arqueológica,
según parece, porque fueron arrebatados violentamente de sus territorios
originales, trasladados en condiciones inhumanas al llamado Nuevo Mundo,
negándoles todos sus derechos y todas sus identidades culturales. La
arqueología nació como una ciencia que recuperaría una historia americana, sin
pensar mucho que con esta actitud se estaba desconociendo la historia milenaria
de la población de origen africano. Aunque esta situación ha cambiado en las
últimas décadas, todavía, en nuestros países latinoamericanos, los arqueólogos poco
se han planteado esta discriminación cultural, como sí lo hicieron desde los
comienzos de la arqueología, con las culturas nativas de América. Si usted mira
el conjunto de los programas de investigación arqueológica realizados hasta
hoy en día, la gran mayoría se han llevado a cabo en yacimientos indígenas; es
muy raro ver programas de estudio orientados a la excavación de asentamientos
de africanos esclavizados, en reales de minas, en haciendas y en palenques.
P.: A las comunidades afroamericanas todavía se las sigue
marginando científicamente; los arqueólogos, más allá de lo aportado por los
historiadores, pueden contribuir con conocimientos sobre comportamientos
culturales de comunidades afroamericanas, que no se registraron en documentos
escritos, precisamente por la discriminación total a la que fueron sometidas;
en los archivos, como era de esperarse, casi no existen relatos que expresen
los pensamientos y comportamientos de los esclavizados. La arqueología
afroamericana es un campo que está por cultivar, para recoger posteriormente
sus frutos.
M.: Retomando lo que usted decía hace un momento,
considero que los discursos que proponen un diálogo son muy atractivos, pero, no
es fácil establecer un diálogo sobre la manera de hacer investigación
arqueológica y sus significaciones con comunidades multiculturales.
Políticamente es correcto aceptarlo y existen investigadores que para lograrlo,
desde el comienzo de su trabajo, entran en contacto con las autoridades y
organizaciones comunitarias locales para hacerles la propuesta y tener en cuenta sus miradas
culturales y sus intereses políticos. Jurídica y políticamente está aceptado,
pero, ¿Qué conlleva consultar a las comunidades?
P.: En una región donde se piensa adelantar un proyecto
arqueológico, además de las autoridades gubernamentales, existen grupos
sociales con mentalidades e intereses diversos, que también pretenden
beneficios económicos y políticos, en la mayoría de los casos. Para no generar
conflictos, es beneficioso no olvidarse de que la arqueología tiene, en primera
instancia, como objetivo principal, conocer una realidad que ha sido declarada
patrimonio cultural, por intermedio de una legislación nacional que la protege,
en un contexto internacional; por eso, en nuestro país, el patrimonio
arqueológico es jurídicamente inembargable, imprescriptible e inalienable.
Tanto los investigadores, como las autoridades y las comunidades no pueden
desconocer el contexto jurídico que protege el patrimonio arqueológico; esto no
quiere decir que las instituciones que adelantan los trabajos de investigación
desconozcan las organizaciones comunitarias y étnicas, porque la legislación
también ha establecido jurisprudencia sobre su participación en la
investigación, manejo y protección del patrimonio ancestral.
M.: El problema no es jurídico; si no fuera por la
legislación existente, el patrimonio arqueológico seguiría expuesto al saqueo y
comercialización, al que estuvo sometido por varios siglos, por parte de
guaqueros y comerciantes inescrupulosos. En la actualidad, de las autoridades
nacionales, regionales, las organizaciones locales y los científicos dependen
la investigación, preservación y conservación del patrimonio arqueológico
nacional.
P.: Maestro, ahora me gustaría hablar un poco sobre
aspectos más académicos. En principio se podría pensar que los nuevos enfoques constitucionales
de la diversidad étnica traerían un cambio conceptual. Digo, en principio,
porque soy de las personas que todavía acepta que la teoría y la praxis
científicas no están aisladas. No soy muy optimista al respecto; lo que aprecio
es que los colegas más nuevos critican las posiciones teóricas y metodológicas
de los mayores, pero no han analizado en detalle las implicaciones sociales y
culturales de su mundo conceptual y sus respectivos procedimientos de terreno y
laboratorio, que están llevando a cabo; todavía seguimos haciendo una
investigación aferrada a modelos conceptuales renovados de escuelas
antropológicas, propuestos hace varias décadas. Con el auge y dominio de la arqueología
de salvamento o privada, muchos colegas están realizando una investigación
positivista, con análisis tecnológicos avanzados, que producen información muy
valiosa, sin tener tiempo o mayores pretensiones en la interpretación de
procesos sociales históricos o evolutivos. Por el contrario, ciertos
programas de investigación institucional, efectuados a largo plazo y con la
aplicación de estudios tecnológicos especializados, sí han tenido una propuesta
teórica y metodológica, con objetivos precisos, que les han permitido analizar problemáticas culturales e históricas.
M.: En mi generación pudimos hacer programas de
investigación como los que usted menciona, que fueron calificados por colegas
más jóvenes, como culturalistas y colonialistas, por no responder a una
posición dialógica con las organizaciones étnicas. Me parece que en el gremio
se ha hecho más un reclamo político, que un análisis textual de los enfoques teóricos
y de los cambios que produciría una mirada étnica. Si usted observa ciertas
publicaciones, algunos autores han hecho una crítica general y ligera a la
arqueología culturalista, que ellos llaman de los mayores, incluyéndose en esta
palabra, a todos los investigadores que les antecedieron, como si la arqueología
de ellos se pudiera reducir a una sola orientación científica. Casi no hay
estudios monográficos sobre la intertextualidad, de los trabajos de los
investigadores, que expliciten las orientaciones que ha tenido la arqueología
en nuestro país, como lo son el Particularismo histórico, el Difusionismo, el
Materialismo histórico y el Evolucionismo cultural o social. Pareciera que la
arqueología se hubiera liberado de estas escuelas antropológicas.
P.: He leído algunos artículos, que como usted lo dice,
son rápidos y poco intertextuales, aunque entiendo sus intenciones. Una de las
críticas hace referencia al debate que se hizo hace varias décadas, en los
medios académicos norteamericanos, en los que se rechazó la escuela de la
antropología culturalista, por parte de los jóvenes, de ese entonces, que defendían
la que se ha llamado una nueva arqueología, en la que lo más importante son los
procesos evolutivos sociales y la aplicación de leyes matemáticas, con recursos
estadísticos, a los que se les asigna el poder de la causalidad explicativa de
las leyes científicas. En este sentido, los estudios de culturas arqueológicas
locales se descalificaron, porque, aunque se hicieron a largo plazo, por parte
de un científico, se aprecian como una sumatoria de excavaciones de yacimientos
aislados, con los que se reconstruye una historia cultural local, y no son propuestas
territoriales, con un carácter multidisciplinario y con sustentación
estadística regional, propia de leyes demográficas y económicas, que explican
el surgimiento y evolución de las sociedades complejas, en una escala mundial. ¿Será que no se dan
cuenta del carácter universalizante de su posición, al presuponer que existen
leyes de la evolución social? ¿Por qué estas propuestas
arqueológicas del neoevolucionismo social no se han pensado como colonialistas?
M.: Más allá de estos cuestionamientos ideológicos, me
parece importante destacar los estudios medioambientales especializados y
realizados por los arqueólogos modernos, posteriores a los arqueólogos
pioneros. La llamada arqueología medioambiental, que enfatiza los estudios
multidisciplinarios, relacionados con los paleo climas, los suelos y los restos
vegetales y animales, ha sido una apertura conceptual, en tanto los procesos
sociales, económicos, políticos y culturales no se aíslan de los contextos
naturales, como los cambios climáticos, con todas sus significaciones.
P.: Aprovecho lo que estamos diciendo para enfatizar
una alternativa que cambiaría la manera de investigar el pasado. La arqueología
medio ambiental no se puede reducir a obtener una información especializada
sobre los procesos naturales, aislados de las maneras de pensar y actuar
indígenas, de sus complejas cosmovisiones, que son muy diferentes a las de la
tradición Occidental moderna, de la que hacen parte o participan los
científicos. En las culturas aborígenes ancestrales de América, las cosmovisiones
sagradas están presentes en todas las actividades económicas, políticas y
sociales. Aceptar esto, por parte de los arqueólogos, conllevaría un
replanteamiento de su esfera conceptual conformada por categorías universalizantes,
espacio temporales, sobre la realidad social y cultural. Si estamos de acuerdo
con que la arqueología hay que realizarla desde las percepciones indígenas, me parece que es contradictorio seguir aplicando modelos
científicos modernos, en los que el espacio y el tiempo son formalizados como
procesos lineales o cíclicos, y los recursos naturales son definidos como
bienes de intercambio o mercancías, de cuya acumulación, se presupone, depende
el poder de los señores principales y la evolución de las sociedades, sin tener
en cuenta los contenidos simbólicos, que les asignan un poder mágico. Sería
interesante que los arqueólogos conocieran las diferentes maneras como definen
la historia las culturas indígenas.
M. Lo que usted está proponiendo no es un cambio fácil
de lograr, porque el corpus teórico de la arqueología se ha construido en una
tradición científica moderna, propia de Occidente, que define la naturaleza
aparte de las sociedades humanas y para ser aprovechada como recursos
económicos. Habría que conocer otras propuestas cognitivas y perceptivas, como
las cosmovisiones aborígenes ancestrales, que perduraron hasta tiempos
modernos, y desde ellas, intentar construir una nueva conceptualización, de
categorías como tiempo-espacio mítico y cotidiano, naturaleza, territorialidad,
vida, muerte y demás elementos constitutivos de la realidad. Esto sería posible
intentarlo en medios académicos y con la participación directa de las
comunidades indígenas, de ser posible; claro está que sería un trabajo complejo
y a largo plazo.
P.: Es cierto que es una alternativa difícil de lograr,
porque al fin y al cabo los arqueólogos hacemos parte de una tradición cultural
y científica moderna, con la que nos identificamos. Pero, sin caer en
idealismos, es posible experimentarlo y ver qué va resultando en el recorrido
del camino; no olvidemos al poeta Machado que nos dijo: caminante no hay
camino, el camino se hace al andar. No se trata de descalificar maniqueamente
todos los avances tecnológicos de la arqueología, sino de pensar lo que
significaría su aplicación, en contextos étnicos no occidentales.
M.: La arqueología ha desempeñado un papel sobresaliente a escala mundial no solamente en lo referente a los orígenes y transformaciones
de las identidades culturales, que tanto interesan a los latinoamericanos, por
aspectos particulares de sus procesos históricos. Desde la segunda mitad del
siglo XX, en el mundo han surgido movimientos ecologistas preocupados por la
contaminación ambiental con desechos tóxicos, que se ha incrementado con el
crecimiento industrial, para satisfacer una sociedad consumista exagerada, que
como ya sabemos está alterando la atmósfera terrestre. Hoy en día los países
han tomado consciencia de que se está produciendo un cambio climático global,
con consecuencias graves para la vida de la tierra. Según los estudios geológicos
y arqueológicos multidisciplinarios, los cambios climáticos se vienen
presentando a lo largo de la historia de la tierra y de la humanidad. Los
científicos han podido constatar que las crisis de antiguas civilizaciones
están asociadas a desequilibrios naturales causados por modelos económicos y
por cambios climáticos que generaron derrumbes políticos y espirituales.
P.: Maestro, me parece muy atractivo que usted exponga
lo anterior, porque la investigación arqueológica puede ayudar a comprender no
solamente el surgimiento y auge de antiguos sistemas políticos, sociales y
económicos, sino también las complejas causas de sus crisis; la modernidad no
es invulnerable; todas las sociedades humanas generan sus propias crisis, si
desconocen que ellas dependen del inestable equilibrio existente entre todas
las energías de la naturaleza. La arqueología tiene mucho que decirnos sobre
antiguos pensamientos filosóficos, religiosos y científicos relacionados
directamente con el manejo de los recursos naturales.
M.: Mi querido y apreciado amigo, me produce gran
satisfacción oír sus propuestas y veo que hemos dialogado como colegas sobre temas muy importantes, de la arqueología contemporánea. Ojalá
pueda, dentro de un rato, en mi conferencia, expresarle al auditorio, algunos de
los puntos que hemos tratado, porque hemos visto la posibilidad de construir
alternativas de investigación, que pueden ser la respuesta revitalizadora de nuestro campo de acción, que puede contrarrestar la acelerada globalización, no solamente económica, sino también de
todas las maneras de actuar, sentir y pensar.
P.: Maestro, no sabe lo satisfecho que me encuentro por
haber tenido el privilegio de hablar con usted, de manera directa. De nuevo,
mil gracias, por haber aceptado mi invitación y por todas las cosas que me ha
dicho, que son el resultado de su experiencia acumulada a largo de su vida
profesional. Estoy seguro de que su exposición va a generar una reacción en el
público asistente, sobre todo en los jóvenes estudiantes, que como usted bien
lo dijo, están ansiosos por producir un cambio generacional, a partir de
posiciones intelectuales e ideológicas particulares, que les permitan
identificarse para desarrollar su propio trabajo. Definitivamente, aunque no lo
parezca, la arqueología, además de ser un oficio apasionante, sigue teniendo
gran importancia, porque desde sus inicios ha desempeñado un papel con el
pasado, con el arché de nuestras tradiciones culturales, como fundamento de lo
que somos hoy en día, en la atractiva, conflictiva y alienante modernidad.
Excelente ejercicio reflexivo. Maestro Llanos, solo para aclarar dudas, ¿esta entrevista si se dió?, ¿entre quienes? o es una “licencia literaria” para provocar un diálogo intergeneracional en torno a la arqueologia en Colombia? Gracias.
ResponderBorrarApreciado colega
BorrarMe gusta tu percepción de mi mi ensayo porque confirma lo que deseaba cuando lo escribí.Como sabes, tengo dos blogs; uno para publicar artículos históricos y arqueológicos, con base en mis investigaciones; y otro, para ensayos más literarios, en los que expreso experiencias emocionales vividas en mis trabajos de campo, durante años, y que a los llamados científicos no nos permiten publicar en el formalizado mundo académico. En esta ocasión, la entrevista es una licencia literaria que me atreví a hacer, para experimentar la integración de los dos estilos; se me ocurrió hacerlo para rebasar las referencias personales, lo que me da más libertad de opinión, lo mismo que al lector; por eso ni el maestro, ni el profesor tienen nombre propio; en ambos personajes me proyecto y seguramente también mis apreciaciones de mis viejos maestros, de los que tanto aprendí.Como tu lo dices, mi deseo es provocar un diálogo intergeneracional, que tanto nos hace falta en el medio profesional, que considero se ha fragmentado en muchas individualidades. Recibe mis agradecimientos por tu comentario y mi cordial abrazo.