ESPEJO
DE MUNDO: CONOCIMIENTO HISTÓRICO Y “GIROS” INTERPRETATIVOS EN LA HISTORIA, es el nombre con el que el profesor Guido Barona
Becerra ha decidido titular su texto. Dar nombre a una realidad objetiva es
bautizarla, es ratificar el principio de autoría y de pertenencia con el que el
autor la identifica y se identifica él mismo. La titularidad de una obra
intelectual no implica que su contenido sea original
o un acto de creación de la nada, exclusividad de los dioses; es una impronta
subjetiva no arbitraria sino, por el contrario, un acto intencional; es un
enunciado, es una metáfora que en algunas ocasiones el autor transforma en
escritura poética y en otras en narrativa conceptual, de manera explícita.
Al leer dicho título se hace
evidente que el autor no tiene la pretensión de ocultar sus intenciones con un
velo esotérico o escatológico; todas las palabras que lo configuran se resumen
en la atractiva frase ESPEJO DE MUNDO (por eso la singularidad de los dos
puntos y la ausencia del verbo); tanto espejo como mundo son dos sustantivos
que aislados son lugares comunes, pero que al estar unidos por la preposición
de, adquieren una determinación propia, una dinámica poética que motiva al
lector; se trata de una realidad especular, no de cualquier realidad, sino del
conocimiento histórico, aunque se especifica que no es un saber estático, sino
que “gira”, en diversos sentidos lineales o vectoriales, como lo relativizan
las polisémicas comillas, signo que todos comprendemos y aceptamos; lo que sí
es seguro es la aceptación del autor referida al por qué de lo enigmático de la
escritura: que todo acto de escribir es una interpretación, inscrita y circunscrita en la historia; también admite
que el “girar” es un verbo, es una acción que puede significar algo
instantáneo, que no establece ruptura con el antes, pero que si implica
repercusiones con el después.
Una vez leído el texto entendemos
que el protagonista principal del mismo, todo el tiempo, desde la introducción
hasta el epílogo, en la puesta en escena de su escritura, es la historia, o
mejor dicho, son los “giros” históricos interpretados por los (as)
historiadores (as) (actores principales del drama), desde su arché filosófico y mitopoético y a lo
largo de su devenir o Gran cadena del ser
(según Lovejoy) de la tradición Occidental o judeo cristiana (como prefiere
llamarla el autor), para crear horizontes de mundo, sacralizados o
profanalizados, dotados de sentidos teleológicos, de realidades especulares. No
se trata de un espejo de la historia, como el de Alicia (de Lewis Carroll), que
le permite traspasarlo para introducirse en la dimensión fantástica infantil
que atrae a los adultos, sino, por el contrario, de un espejo multifacético,
que de acuerdo con la mirada de los (as) historiadores (as) puede ser plano,
ondulante, cóncavo o convexo, que refleja las creaciones de sus mentes, como interpretaciones
de las realidades históricas. Si aceptamos el presupuesto de la historia como
realidad fenomenológica única, paradójicamente, el espejo que la refleja es
fluido, no produce una sola imagen, sino múltiples configuraciones, cuyo brillo
o aura fantasmagórica se particulariza de acuerdo con las verdades religiosas,
filosóficas o científicas de los intelectuales que, al igual que Narciso, se
proyectan en él para reiterar su propia imagen virtual, como configuración, no
tanto de su belleza física, sino de su sabiduría.
Hablar de historia (con mayúscula o
minúscula) es hablar del tiempo, metáfora multifacética que contiene todo lo
que existe (el Cosmos), porque el tiempo es una entidad natural o mortal
(finitud) o inmortal (infinitud de los dioses creadores y seres espirituales).
Todas las culturas humanas han creado realidades temporales religiosas o
mágicas mitopoéticas (cosmogénesis), o corpus teóricos filosóficos y
científicos llamados cosmologías. En la tradición Occidental la percepción y la
dimensión metafísica del tiempo ha resultado del encuentro de la sabiduría
politeísta y mitopoética de los antiguos aedos griegos, de los tiempos heroicos
de Homero y de los filósofos o amigos de
la verdad generada por el logos, con la tradición teológica judaica,
redefinidas, a partir de la encarnación divina de Jesucristo, el hijo de Yahvé
o único Dios judaico, del Antiguo Testamento, por los que se llamarían
cristianos, que establecerían una patrística en la que la historia de la
humanidad tendría un sentido teleológico, al ser una historia de salvación o
redención de la culpa del pecado cometido por los primeros padres, Adán y Eva,
en el paraíso terrenal. Según el relato sagrado del Génesis, el tiempo
histórico es originado en un acto de castigo divino, por el pecado original,
que determinó el carácter mortal del cuerpo y la redención (pasión,
sufrimiento) que permite la salvación del alma, ente espiritual de los
herederos de la culpa, de los progenitores de la humanidad.
Para los antiguos griegos, en el
principio existía el Caos y la oscuridad; todo era informe, inanimado e
indeterminado; luego, surge Gaia, la Madre Tierra, presencia material que le
dará sentido y orden al Caos. Gaia, para llenar el vacío que estaba sobre ella,
engendró ella sola a Urano (el Cielo). Por intervención de Eros (el Amor), la
Tierra se unió a Urano, su hijo primogénito, para procrear a los Titanes,
Cíclopes y Hecatónquiros, fuerzas de la naturaleza que oponen dificultades y
resistencias al orden. Uno de ellos es el indomable Cronos (El Tiempo), quien
se rebela contra su padre, como solicitud de su madre que deseaba vengarse de
su esposo, porque le había encerrado en la oscuridad de la tierra (su vientre)
a sus hijos y porque estaba cansada de la continua fecundidad que le imponía.
Su rebelión consistió en cortarle los genitales a su padre; de la sangre
derramada que cayó a la tierra nacieron las amenazantes Erinias o Furias
(símbolos de la culpa de Cronos), y del semen y su órgano sexual, que cayeron
al mar, nació Afrodita, la diosa del Amor. Cronos en compañía de Rea, su esposa
y hermana, tuvieron muchos hijos, que al momento de su nacimiento eran
devorados por su padre, ante el temor de que se cumpliera la profecía de su
madre Gaia, en la que le anunciaba que iba a ser destronado por uno de ellos.
Cronos era el implacable tiempo devorador de lo que él mismo engendraba. Su
hijo Zeus, con la ayuda del engaño de su madre, pudo sobrevivir y destronarlo,
como estaba profetizado. De esta manera Zeus se convirtió en el principal dios del
Olimpo, del cielo y la tierra, poder que compartiría con sus hermanos, con
Poseidón que gobernaría los mares y con Hades que reinaría en las profundidades de la tierra, donde todavía moran los muertos.[1]
El nacimiento de la historia tiene
que ver con la inspiración poética y la memoria del poder divino. Zeus, con el
fin de registrar y cantar el triunfo de los dioses, decidió engendrar con la titania
Mnemosine (la Memoria), nueve hijas, las Musas, dedicadas al canto y la poesía,
garantizando de esta manera que nada sería olvidado. Una de las nueve Musas era
Clío (la Historia), nombre que en griego (Kleió) significa gloria y reputación. Con este sentido mítico la historia para los
antiguos griegos no era de finitud o culpabilidad, sino de canto poético a la
grandeza y los triunfos de los dioses, los héroes y los actos de los seres
humanos que merecían ser guardados por la Memoria, que había engendrado la
Historia: Al crecer, Zeus destronó a
Cronos (Saturno), y venció, junto con sus hermanos y con los Ciclopes, a los
otros Titanes y a los Gigantes. Con esa triple victoria se afirmó su poder como
señor absoluto del mundo y cerró el ciclo de las divinidades tenebrosas, de las
fuerzas desordenadas que, como Cronos –el Tiempo- todo lo corrompen y
destruyen. Para los filósofos, su triunfo simboliza la victoria del Orden y la
Razón sobre los instintos y las pasiones.[2]
A diferencia de la tradición
judeocristiana, para los antiguos griegos el tiempo histórico de los mortales
humanos dependió no solo de una divinidad, sino de todos los dioses olímpicos.
Entre ellos sobresale el Destino, poderosa fuerza divina que condicionaba los
comportamientos de las personas; aunque la vida dependía del Destino esto no
implicaba una predestinación inmodificable, porque como lo hicieron los héroes,
los hombres y mujeres podían intervenir en su propio destino y luchar para
alcanzar la gloria, con todas las vicisitudes del drama trágico. Thanatos, (la
Muerte) o finitud de los seres humanos, obedecía las órdenes del Destino, lo
mismo que las Moiras (Parcas) que deberían tejer y cortar el hilo de la vida, y
si el muerto había cometido grandes faltas era arrastrado por las Erinias
(Furias) hacia el Erebo o Infierno.[3]
Un personaje mítico que engañó a la
Muerte fue Sísifo, el rey de Corinto, cuando Zeus se la envió como venganza,
por haberlo delatado por el secuestro de la ninfa Egina. La artimaña de Sísifo
consistió en encerrar a Thanatos en un cuarto, lo que evitó que la gente se
muriera, algo que preocupó a Hades, rey del inframundo, porque dejaron de
llegar almas. Zeus intervino en la crisis y por intermedio de Ares, obligó a
Sísifo a seguir a Thanatos hacia los Infiernos; pero, antes de este viaje,
Sísifo insistió en su engaño al pedirle a su esposa que no lo enterrase y le
realizase honras fúnebres, situación que luego en el mundo de los muertos le
sirvió como pretexto para que le permitieran volver a la superficie de la
Tierra, supuestamente para castigar a su esposa por tan grave negligencia. Así
logró vivir por muchos años más, hasta el día en que le faltaron las fuerzas
para seguir existiendo. El rey de los Infiernos para evitar que se volviese a
fugar le impuso un castigo, que no le permitiese descansar por un sólo momento:
empujar montaña arriba una enorme piedra,
que siempre se le escapa de las manos al llegar cerca de la cima. Y así,
perpetuamente, el condenado que osara engañar a la Muerte desciende por la
ladera para retomar la piedra y recomenzar su tarea sin fin y sin objetivo [4]
Aunque no de manera directa, como se
ha especificado anteriormente, en el texto del profesor Barona subyace el arché de la tradición Occidental,
fundamento de lo que él llama las
poéticas de la temporalidad y el
sentido de duración del tiempo. Este autor elabora una escritura sobre los
giros de la historia, como una reflexión teórica crítica, desde un locus autobiográfico intelectual, desde
su propia experiencia personal, adquirida con el pasar de los años en el
ejercicio del oficio académico, como profesor e investigador. Para poder
alcanzar lo deseado durante años, toma la actitud de un historiador que ejerce
su profesión como si fuera un arqueólogo que indaga los sentidos del tiempo
histórico construidos por sus colegas colombianos y extranjeros, en una
perspectiva genealógica de la historia o las historias, que lo llevan a
encontrar el arché mitopoético, que
como realidad fundacional esencial subyace en el devenir de la tradición
judeocristiana.
El Destino determinó que mi vida
profesional y la del historiador Guido Barona, fueran existencias paralelas,
desde nuestra época de jóvenes estudiantes en la universidad del Valle, lo que
durante muchos años nos ha permitido compartir trabajos e inquietudes intelectuales,
como amigos y colegas. Comprendo, por eso, que el profesor Barona se haya
atrevido a enfrentar el complejo reto que contiene su obra; como él mismo lo
confiesa, en varias oportunidades, y lo reitera subjetivamente en la
introducción de la misma, esto ha sido posible, más allá de sus serios conocimientos
científicos, por su propia experiencia vital que lo llevó a cuestionarse a sí
mismo como historiador; sus críticas a las diégesis
de los (as) historiadores (as) las considera una posición ética
profesional. En el lapso comprendido entre la publicación de su diegético libro La maldición del rey Midas (1995) y su investigación Historia del delito (inédita) o El combate de las morales (2004), toma
consciencia y acepta críticamente sus pretensiones científicas y sus propias
aporías historiográficas y las asumidas por otros, sus colegas: En ese momento supe que ya no podía ser
historiador diegético, que no era más que un narrador como otros muchos y
muchas más, que era un interpretante de mundo, que ensayaba a narrar el pasado
de un mundo sin la pretensión de la “verdad” y una “objetividad” que ya me
estaban negadas. Y, luego, agrega: mi
propósito no es demoler la obra de nadie puesto que tal y como lo he hecho
hasta ahora en este escrito la crítica la ejerzo también sobre los resultados
de mi propia ocupación de historiador; este es mí sentido ético del
cuestionamiento académico y disciplinario. Mi intencionalidad va mucho más
allá: pretendo demostrar que ni siquiera con las proposiciones individuales se
puede tener una referencia denotativa y no connotativa de las realidades
pasadas.
Para el profesor Barona, en la
modernidad, que él llama modernidad
moderna, es importante considerar el arché
mitopoético de la antigüedad. Además de sus disertaciones teóricas sobre la
narración y la diégesis, le interesa
lo relacionado con el arché de los
mitos creacionistas, como fundamento, base o comienzo de todas las cosas que
nos permite explicar la multiplicidad o la diversidad: […] ya
sea como realidad situada al principio de los tiempos, a partir de la cual se
genera todo lo existente, o como constitutivo último de lo real, que es el
elemento que se encuentra en todas las cosas, pero no en la superficie, ni en
lo visible ni en lo experimentable por los sentidos. El arché (arjé) también
fue entendido como el elemento que determina el ser propio de cada ente [...]
Como historiador-arqueólogo me llama
la atención la reflexión básica sobre el comienzo o surgimiento de la historia
humana al tomarse conciencia de la muerte. En un marco de referencia de la
teoría científica de la evolución, algunos historiadores marxistas aceptaron lo
propuesto por Engels, que se podía hablar de historia, a partir del homo habilis, el fabricador de
herramientas de piedra, que daría comienzo a los procesos de producción que
transformarían la naturaleza y por lo tanto generarían el modelo de los modos
de producción (con sus particulares relaciones sociales), desde los cuales se
establecerían las periodizaciones sociales y económicas evolutivas, de la
historiografía marxista. Mientras que para otros arqueólogos (prehistoriadores), los primeros
homínidos fueron aquellos que se diferenciaron de los otros antropoides, por
enterrar a sus muertos en tumbas, ritualizando la muerte, como conciencia de la
finitud de los seres humanos y de la existencia de una parte espiritual que
perdura después del fin biológico del cuerpo. El tiempo histórico nace a partir
de la consciencia de la muerte; consciencia que perdura en la memoria de los
humanos, como un temor y como una dependencia o culto a los antepasados. Los
historiadores (as) (y los (as) arqueólogos (as)) serán los encargados, según
sus preconceptos teóricos, de reconstruir el tiempo pasado que ya no existe o
está muerto. ¿Cómo y para qué se recupera el pasado?, son las preguntas que se
han hecho desde hace muchos siglos, y todavía se hacen los (as) historiadores
(as), dando respuestas diversas, acordes con sus creencias religiosas o modelos
diegéticos, que precisamente, el
profesor Barona analiza críticamente desde su propia mirada especular, a lo
largo y ancho de su libro.
Al respecto, el profesor Barona hace
la siguiente cita: No en balde Michel de
Certeau inició La escritura de la historia con una cita de Jules Michelet sobre
los muertos, que hizo parte del proyecto inédito –El heroísmo del Espíritu- de Prefacio a la Histoire de France. De
Certeau situó el escribir la historia como un “caminar”, con la seguridad de
que “no se puede reavivar lo abandonado por la vida”, con la seguridad de que […]
en el sepulcro en que habita el historiador sólo se encuentra el “vacío”; con
la seguridad de que […] esta “intimidad con el otro mundo” no representa ningún
peligro.
La decisión del Destino que ordena a
la Muerte el fin de la vida de un ser humano es algo inapelable; por eso, el
implacable castigo a Sísifo, que nos recuerda que no podemos evadirla, por más
artilugios que elabore la mente: ¿Qué simboliza la roca que siempre se está
rodando? Para el profesor Barona, la lectura de la bella obra El mito de Sísifo, del entrañable
escritor Albert Camus, lo lleva a encontrar una de las claves para entender el
problema de las interpretaciones, de los giros historiográficos, que le ha
motivado la escritura de dicho texto. En el hermoso fragmento que extrae de
esta pieza literaria, en el que el narrador reflexiona sobre la validez de los
conocimientos científicos, en comparación con las experiencias sensoriales de
su vida, dice: Sin embargo, toda la
ciencia de esta tierra no me dará nada que pueda convencerme de que este mundo
es mío. Vosotros me lo describís y me enseñáis a clasificarlo. Enumeráis sus
leyes, y en mi sed de saber consiento en que sean verdaderas. […] Así esta
ciencia que debía enseñarme todo, acaba en hipótesis; esta lucidez sombría, en
metáfora; esta incertidumbre se resuelve en obra de arte. ¿Para qué necesitaba
tantos esfuerzos? Las líneas suaves de estas colinas y la mano de la tarde
sobre este corazón agitado me enseñan muchísimo más. He vuelto a mi principio,
no por ello puedo aprehender el mundo. […] Y vosotros me das a escoger entre una descripción que es cierta, pero
que no me enseña nada, e hipótesis que pretenden enseñarme, pero que no son
ciertas […]
Guido Barona establece una analogía
entre el castigo de Sísifo y el oficio de los (as) historiadores(as): Por mucho que la ciencia histórica perciba,
describa, enumere y explique los fenómenos del pasado de un mundo de la vida
situado como objeto de la mirada historiadora, su conocimiento, regulado
metodológicamente como expresión propia de todo imperativo científico, no es
aprehensión del mundo de la vida de que se trate, y mucho menos comprensión del
mismo […] Cada vez que un historiador o historiadora llega a la cumbre de la
cima de su hacer se precipitará nuevamente a la sima de donde partió para
reemprender, él o ella y otros que como ellos y ellas tal hacen, la senda
historiográfica pisando territorios yermos, si se quiere nuevas dunas y
arenales, hasta llegar a una nueva cima.
El tiempo, en la dimensión
mitopoética de la mente es una creación
atribuida a los dioses, que para el logos
con el pasar de los siglos se ha transformado en los sentidos de los tiempos
históricos, hasta llegar a la teoría científica del Big bang de la contemporaneidad. La necesidad de explicar el origen
de todo lo existente y del devenir y la finitud natural o tiempo histórico es
la preocupación permanente del autor del ESPEJO DE MUNDO. De manera precisa y
reflexiva lo hace; no con un método lineal sino de manera fluida, como un deseo
y una voluntad de ir y volver al pasado,
para comprender las aporías de los sentidos de tiempo creados por los giros
historiográficos y sus curas ideológicas trascendentales; no a partir de verdades objetivas, sino, siempre desde
los fundamentos filosóficos heideggerianos, de la certeza existencial del aquí y el ahora, que le garantizan un locus en el horizonte de mundo en el que
habita. El profesor Barona puede introducirse en el laberinto historiográfico y
no perderse porque sabe que desde la casa
del aquí y el ahora, localizada en Popayán, puede leer los giros
historiográficos de sus colegas colombianos, latino o hispanoamericanos y de
otros países del mundo.
Guido Barona es un viajero que tiene
la capacidad mental de introducirse en los sentidos temporales, sagrados y
profanos, de los (as) historiadores (as) de la tradición Occidental, contenidos
en los libros de los anaqueles de su biblioteca. En este indagar epistemológico
se encuentra con las poéticas del tiempo y con las diégesis de la Gran cadena del ser occidental, con las
narraciones literarias y los diversos modelos científicos, como el
estructuralismo, que han impuesto horizontes de mundo con verdades científicas universalizantes, con las disecciones objetivas de la realidad histórica y
cultural, como si se tratara de un cuerpo inerte situado intencionalmente en
una mesa de operaciones, cuya existencia depende del cirujano o científico.
A manera de síntesis de este
complejo panorama del manejo del tiempo histórico se puede decir que un hito es
el llamado giro copernicano del siglo
XVI, que transformó el universo ptolemaico, sacralizado por siglos por los
padres de la iglesia cristiana, en una cosmología en la que la tierra dejó de
ser el centro del Universo y el humanismo reivindicó que el ser humano además
de sufrir en un valle de lágrimas,
por ser heredero de la culpa del pecado original, podía con su logos y con su
capacidad artística crear sus propias realidades e interpretaciones de mundo.
Antes del giro copernicano el horizonte Dios-mundo, hegemónico durante siglos,
definió un sentido del tiempo histórico, a su vez teológico y teleológico, como
una historia sagrada o de redención que fundamentaba su poder en la palabra de
Dios revelada a los profetas del Antiguo Testamento, y en la vida pasión y
muerte de Jesucristo consignada en el Nuevo Testamento. A partir del giro copernicano emergió la modernidad
moderna, fundamentada en la recuperación hecha por intelectuales, como Pico de
la Mirandola y Ficino, de la filosofía platónica y de sus seguidores
neoplatónicos y de otros pensadores y poetas latinos, judíos y árabes de la
antigüedad; se institucionalizó en varios Estados europeos el cristianismo
reformado ( luterano y calvinista) lo que debilitó el poder dominante del papado
y fortaleció la praxis moral secular
individual , desde la predestinación
divina, en contra del libre albedrío
de la iglesia de Roma. El giro
copernicano encausó el desarrollo de racionalismos filosóficos y
científicos, la hybris de la modernidad moderna o la llamada muerte de Dios. Podría decirse que el
calendario de la historia de salvación de la humanidad, establecido a partir
del icono divino de Cristo, el hijo de Dios encarnado (a.C. y d. C.), perdió su
carácter hegemónico en la modernidad moderna al poderse hablar hoy en día de un
antes y un después del giro copernicano.
El profesor Barona va analizando
críticamente los diversos sentidos del tiempo histórico elaborados por
pensadores que se remontan al medioevo,
como Joaquín de Fiore, que dividió las eras históricas de acuerdo con
las tres personas del misterio de la Santísima Trinidad, para contrastarlos con
los postulados teóricos de la Ciencia
Nueva de Giambattista Vico, y fundamentalmente concentrarse en las diégesis historiográficas, desde el siglo XIX
cuando surgió el positivismo de la historia y sobre todo en las teorías de las
ciencias sociales del siglo XX, hasta alcanzar las recientes propuestas y las
implicaciones políticas de los (as) historiadores (as), llamadas poscoloniales,
decoloniales o subalternos. Todo esto lo hace, no con un sentido
enciclopédico, sino como ya se explicitó, desde su locus historiográfico, desde su propia mirada internacional
inscrita y circunscrita en y desde Colombia. En su trabajo es evidente su
interés particular por reflexionar críticamente los giros historiográficos
plasmados en libros de colegas colombianos (as), de los llamados tradicionales
y aun locales, y de los inscritos en la llamada Nueva Historia, que interpretaron la historia de Colombia en una perspectiva
heterogénea de las ciencias sociales, desde los tiempos de los cronistas del
descubrimiento de América y hasta el siglo XX.
Del complejo y denso trabajo del
profesor Barona también quiero destacar un elemento de valoración de la
sensibilidad literaria. Llama la atención que en algunos apartes y epígrafes
escribe fragmentos de los poetas J. Milton, J. de Castellanos, F. Hölderlin, S.
Buttler, J. L. Borges y G. Quessep. Los poetas son los líricos o creadores de
la poética del tiempo heredada de los antiguos aedos que en la Grecia arcaica
de los tiempos de Homero, narraban los mitos épicos como los de la Ilíada y la
Odisea, en el espacio sagrado de la danza y el canto. Así como lo hizo el
filósofo Martín Heidegger, con la poesía de Hölderlin, el profesor Barona
reflexiona el lenguaje hermético del poema de G. Quessep, Muerte de Merlín, para encontrar los significados profundos de la
poética del tiempo del trovador colombiano, que se atreve a interpretar desde
su mirada historiográfica existencial del aquí
y el ahora, aunque él bien sabe que
muy seguramente transgrede la intencionalidad de su hacedor; piensa que el
lenguaje metafórico de los poetas expresa verdades sobre la dimensión
existencial integrada al devenir de la condición humana, que en este caso
asocia al derrumbe del reino de la historia ciencia: La muerte de Merlín, del druida hechicero, es, en mi criterio, la
muerte del reino de la historia ciencia tal y como ésta hasta ahora se ha
constituido, por lo tanto de su verdad, de lo que dice fue en un pasado
intencionalmente pergeñado, apodícticamente y totalitariamente enunciado.
Guido Barona es consciente de la
existencia de culturas del pasado y del presente en las que el mito es una
realidad viva que surge en el ritual, la danza y el canto, y de la singularidad
histórica de tradiciones orales como los cuentos y leyendas que tienen una
materialidad cerebral y unas sinapsis, que han permitido la memoria y el
recuerdo, y que luego fueron inscritas en los libros: La materialidad de las narrativas, de los cuentos, de las novelas, así
en algún momento no estén inscritas en algo más duradero que el medio en el que
los sonidos articulados de quienes dicen algo de algo las enuncian, del cerebro
y de sus sinapsis; sin estas materialidades no habría ni memoria ni recuerdo.
El Pentateuco o la Torah, la Biblia y el Corán, son excelentes ejemplos de la
materialidad en que originalmente, antes de ser libros, se inscribieron las
narrativas en ellos contenidas. Lo más seguro es nuestra permanencia de nuestra
imposibilidad de llegar a las formas originarias que tuvieron las narraciones
que luego fueron inscritas en aquello que llamamos libros. Sin embargo y pese a
esta imposibilidad, todavía hoy podemos leer y enterarnos de cuentos y
narraciones, de mitos creacionistas, escuchados hace miles de años.
El profesor Barona no toma la
posición de un antropólogo interesado en investigar la mitología, sino la de un
narrador de la historia que reivindica el
aquí y el ahora de la mitopoesía, la poesía y otras narrativas populares
como poéticas del tiempo que tienen otras
causalidades y lógicas relacionales. Refiriéndose a las llamadas etnohistorias anota: …en mi criterio son mitopoéticas; es decir,
formas narrativas en las que no se hace presente la filosofía de la historia
que caracteriza al judeocristianismo y mucho menos la regulación teleológica de
la trama en la narración en tanto sus poéticas de la temporalidad se
desenvuelven bajo otros regímenes de causalidad y otras lógicas de relación.
Existen también otras narrativas históricas desvalorizadas por el positivismo
epistemológico. Ellas provienen de narradores no expertos, de seres humanos
comunes y corrientes para quienes, las historias que narran, sólo tienen la
intencionalidad de rememorar sus recuerdos, viviéndolos nuevamente. Estas dos
últimas formas narrativas, aunque cargadas de intencionalidades, no tienen la
pretensión de la llamada ciencia histórica y mucho menor de imponer una verdad
hegemónica sobre otras posibles configuraciones poéticas de la temporalidad;
son expresiones situadas por fuera de los ejercicios de poder llámense estos
académicos, científicos o políticos; son el narrar la humanidad de los seres
que somos por parte del que dice algo a través de la poética de la
temporalidad.
Pienso que podría seguir destacando
otras características de la obra ESPEJO DE MUNDO, pero esa no es mi deseo como
prologuista; esa labor le corresponde a los lectores que espero se sientan
motivados para hacerlo, como me ha pasado a mí. Retomando la intencionalidad
del profesor Barona expresada en el título asignado a su obra, como lo destaqué
al comienzo de este escrito, considero que una metáfora que expresa mi
comprensión de la misma, es el título que le he colocado a este Prólogo: EL
LABERINTO DE LOS ESPEJOS FLUIDOS DE LA HISTORIA.
Es un juego de palabras que ha
brotado una vez concluida la primera lectura del libro, antes de ser dado al
público y después de haber compartido con su autor inquietudes durante años.
Guido Barona lo hace explícito, el conocimiento, llámeselo filosófico,
epistemológico, fenomenológico, hermenéutico o científico de la realidad, es
especular, es el resultado de mirar la realidad como un espejo en el que vemos
reflejada nuestra figura corporal y sobre todo lo que guardamos en la memoria,
no solamente nuestras ideas y conceptos sino también las emociones localizadas
en la parte oscura de la mente. La objetividad
del conocimiento de la realidad que producimos a través de nuestros sentidos y
de la capacidad reflexiva de nuestro logos,
está circunscrita por nuestra subjetividad, por los deseos y las emociones de la cámara lúcida de nuestra mente, que
la neurofisiología identifica con el nombre de cerebro. Además, si el cerebro
no estuviera conectado al sistema nervioso de la medula espinal de la columna
vertebral, sería una cosa obsoleta; el sistema nervioso columnar se irradia por
todo el cuerpo, lo que le permite un maravilloso actuar y gesticular. Tanto el
cuerpo como la mente actúan simultáneamente; los seres humanos hacemos la
historia con nuestras capacidades racional e irracional y con nuestros cuerpos.
EL ESPEJO DE MUNDO, al que se
refiere el profesor Barona, es el espejo en el que se refleja nuestra mente y
nuestro cuerpo como realidad de mundo. Si en el espejo solamente se reflejara
nuestra cabeza, el mundo sería una realidad monstruosa al no tener cuerpo y
viceversa. El carácter subjetivo de
la imagen reflejada ha hecho que el espejo que proyecta nuestro conocimiento de
la realidad mundo, sea considerado deformante, porque refleja figuras virtuales
invertidas de izquierda a derecha o monstruosas, o cómicas, si la superficie
del espejo es cóncava, convexa u ondulante; las imágenes reflejadas por el
espejo plano, se supone son las más objetivas,
objetividad especular relativa al
estar siempre impregnada de valores morales o juicios éticos propios del sujeto
que se está mirando, y que llamamos verdades
universales. Las interpretaciones historiográficas son un saber poder
sagrado o profano que puede llegar a tener una posición hegemónica o dominante,
lo que reitera su inteligibilidad narcisista, egocéntrica.
Las personas de mi generación, como
lo es Guido Barona, tuvimos el privilegio infantil de ir al Palacio de los espejos, de los nómades
parques de atracciones mecánicas llamados Rueda
de Chicago, que iban de pueblo en pueblo, en tiempos de ferias. Eran
recintos en los cuales habían sido colocados varios espejos deformantes de la
realidad de nuestro cuerpo, cuando nos parábamos al frente de cada uno, lo que
nos impresionaba y nos hacía reír a carcajadas, burlándonos de nosotros mismos
y de nuestros compañeros allí reflejados. En ese entonces no estábamos
preocupados por dar explicaciones científicas al por qué del poder deformante
de los espejos, algo que años más tarde sería explicado por nuestro profesor de
Física, en el capítulo dedicado a la Óptica.
Una persona excepcional fue el reverendo
Dogson (Lewis Carroll) al no quedar satisfecho con las explicaciones escolares
de la Física; por el contrario, se dejó llevar por el atractivo lógico y
paradójico de las matemáticas proyectado a las realidades especulares del mundo
fantástico de las mentes infantiles. Este fue el caso de la pequeña Alicia que
tenía en la sala de su casa un espejo fluido que no sólo reflejaba los
imaginarios de su mente infantil, sino que los transformaba en realidades
mágicas en un mundo asombroso existente al interior del mismo. Maravilloso país
en el que a diferencia del espejo de la historia, el tiempo es paradójico.
Alicia antes de introducirse en el espejo le dice al pequeño minino negro con
el que dialoga y juega ajedrez, que ese otro mundo es la casa del espejo y que la sala en la que se encuentran, como se
ve en el espejo sobre la chimenea, es una realidad habitable: y por lo que se alcanza a ver desde aquí se
parece mucho al nuestro sólo que, ya se sabe, puede que sea muy diferente allá.[5]
Página del libro Through the Looking-glass, and what Alice found there (1871), ilustración de John Tenniel (es. Wikipedia.org)
Alicia una vez traspasado el espejo
constata la realidad del cuarto del
espejo: Lo primero que hizo fue ver
si había un fuego encendido en su chimenea y con satisfacción, comprobó que,
efectivamente, allí había uno, ardiendo tan brillantemente como el que había
dejado tras de sí […] Entonces empezó
a mirar atentamente a su alrededor y se percató que todo lo que podía verse
desde el antiguo salón era bastante corriente y de poco interés, pero que todo
lo demás era sumamente distinto. Así, por ejemplo, los cuadros que estaban a
uno y otro lado de la chimenea parecían estar llenos de vida y [algo muy
importante] el mismo reloj que estaba
sobre la repisa (precisamente aquel al que en el espejo sólo se le puede ver la
parte de atrás) tenía en la esfera la cara de un viejecillo que la miraba
sonriendo con picardía.[6]
Según parece, este puede ser el duendecillo del tiempo que se ríe, porque
parece anunciarle a Alicia que se encuentra en un mundo donde el tiempo es
diferente al del otro lado del espejo.
Al salir de la casa del espejo, Alicia encuentra el jardín de las flores vivas
en donde siente la curiosidad de subir a una colina: -Veré mucho mejor cómo es el jardín -se dijo Alicia- si puedo subir a
la cumbre de aquella colina; y aquí veo un sendero que conduce derecho allá
arriba …; bueno, lo que es derecho, desde luego no va…-aseguró cuando al andar
unos cuantos metros se encontró con que daba toda clase de vueltas y revueltas-
…pero supongo que llegará allá arriba al final. Pero ¡qué de vueltas no dará
este camino! ¡Ni que fuera un sacacorchos! Bueno, al menos por esta curva
parece que se va en dirección a la colina. Pero no, no es así. ¡Por qué vuelvo
derecho a la casa! Bueno, probaré entonces por el otro lado.[7]
Alicia sigue insistiendo en su propósito de alcanzar la colina, pero, al
caminar por otra curva, vuelve a encontrarse frente a la casa, como si se
tratara de un eterno retornar. La solución a este enigma se la dice la rosa del
jardín, cuando Alicia intenta ir por el sendero, al encuentro con la reina roja
(del juego de ajedrez): -Así no lo
lograrás nunca le señaló la rosa- Si me lo preguntaras a mí, te aconsejaría que
intentases andar en dirección contraria;[8]
o sea, Alicia tenía que caminar en el sentido contrario del que se hallaba la
reina roja, para poder encontrarse con ella; algo que finalmente acepta hacer y
que le permite alcanzar su objetivo.
Alicia terminó comprendiendo que en
la dimensión temporal-espacial de la casa
del espejo el avanzar significaba regresar al punto de partida: para
adelantar había que regresar. Volver al punto de partida es el eterno retornar,
aunque las diégesis historiográficas de la modernidad moderna, después de vueltas y revueltas, postulen
lo contrario; falacia del tiempo pasado, presente y futuro. Los (as)
historiadores (as) piensan que pueden alcanzar la cima de la loma, pero como le
sucedió a Sísifo, al llegar allí, su roca rueda a la sima: es un eterno
retornar, subir para caer, o sea, es permanecer en el espesor del presente; ir
hacia adelante es una falacia (no hay futuro), e ir hacia atrás es estar en el
presente del jardín de las flores vivas
en compañía de la rosa y la reina roja.
Como se aprecia en su ESPEJO DE
MUNDO, definitivamente, el profesor Barona se atrevió a recorrer el laberinto de los espejos fluidos de la
historia, para mirarse en cada uno de ellos y comprender críticamente las
imágenes que desde hace siglos los (as) historiadores (as) han proyectado como
la realidad histórica. El laberinto es el Destino de la humanidad, es el camino
de la historia. El hilo de Ariadna, que lo ha guiado en su intricado recorrido,
es la Gran cadena del ser, que ha
desenrollado por los pasadizos. Para no perderse en sus recodos especulares, el
profesor Barona ha desenvuelto el hilo de Ariadna sin necesidad de volverlo a
enrollar para encontrar la salida del laberinto, porque bien sabe que cada uno
de los espejos fluidos es un eterno retornar, que los mira desde su posición
existencial del aquí y el ahora, como
se aprecia en las poéticas del tiempo que cantan los aedos en sus versos o
relatos mitopoéticos, desde tiempos inmemoriales.
¿Quién es el Minotauro del laberinto
de la historia?: Es el Tiempo, el implacable dios Cronos que todo lo devora,
con la asistencia de los hijos de la Noche, el Destino y sus auxiliares, Thanatos
(la Muerte) y las Moiras (Parcas) que hilan la fibra, miden y cortan el hilo de
la vida, y en compañía de Tyche (la Fortuna o la Suerte) de los seres humanos.
No hay que olvidarse de que las nueve Musas, Kleió (la Historia), Euterpe (la
Música), Thalía (la Comedia), Melpómene (la Tragedia), Terpsícore (la Danza), Erato
(la Poesía), Polimnia (el Teatro), Urania (la Astronomía, la Ciencia exacta) y Calíope (la Poesía) fueron
engendradas por Zeus, el más poderoso de los dioses del Olimpo, y Mnemosine (la
Memoria); ni tampoco que ellas fueron creadas para cantar, celebrar, alabar y
no olvidar las creaciones de los olímpicos, los héroes y el devenir de los
seres humanos.
El profesor Barona sabe que no tiene
sentido matar al Minotauro porque es el Tiempo, el eterno espesor del presente,
a no ser que se trate de la falacia del tiempo teleológico de las diégesis de
los (as) historiadores (as). Finalmente, quiero decir que el ESPEJO DE MUNDO, elaborado,
con sutilezas conceptuales y literarias, por Guido Barona, es una gran
contribución personal que hace al pensamiento de la modernidad moderna, impregnada de reflexión crítica y autocrítica
permanentes, que nos lleva a descubrir el
aquí y el ahora en que nos encontramos todos sus lectores.
Nota: Prólogo del libro de Guido Barona Becerra, Espejo de mundo: conocimiento histórico y "giros" interpretativos en la historia. Aproximaciones. Sello editorial Universidad del Cauca, Maestría en Historia, Popayán, 2011.
[1] Las referencias a la mitología griega han sido tomadas de la
enciclopedia MITOLOGIA, editada por Víctor Civita, Abril S. A. Cultural e
industrial, Sao Pablo, Brasil, 1973, páginas 17-23.
[2] Ídem. página 50.
[3] Ídem. páginas 97-100.
[4] Ídem. página 102.
[5] Lewis Carroll, Alicia a
través del espejo, Alianza Editorial, Madrid, 1980, página 38.
[6] Ídem, página 40.
[7] Ídem, página 51.
[8] Ídem, página 56.