jueves, 21 de agosto de 2014

El laberinto de los espejos fluidos de la historia



ESPEJO DE MUNDO: CONOCIMIENTO HISTÓRICO Y “GIROS” INTERPRETATIVOS EN LA HISTORIA, es el nombre con el que el profesor Guido Barona Becerra ha decidido titular su texto. Dar nombre a una realidad objetiva es bautizarla, es ratificar el principio de autoría y de pertenencia con el que el autor la identifica y se identifica él mismo. La titularidad de una obra intelectual no implica que su contenido sea original o un acto de creación de la nada, exclusividad de los dioses; es una impronta subjetiva no arbitraria sino, por el contrario, un acto intencional; es un enunciado, es una metáfora que en algunas ocasiones el autor transforma en escritura poética y en otras en narrativa conceptual, de manera explícita.

Al leer dicho título se hace evidente que el autor no tiene la pretensión de ocultar sus intenciones con un velo esotérico o escatológico; todas las palabras que lo configuran se resumen en la atractiva frase ESPEJO DE MUNDO (por eso la singularidad de los dos puntos y la ausencia del verbo); tanto espejo como mundo son dos sustantivos que aislados son lugares comunes, pero que al estar unidos por la preposición de, adquieren una determinación propia, una dinámica poética que motiva al lector; se trata de una realidad especular, no de cualquier realidad, sino del conocimiento histórico, aunque se especifica que no es un saber estático, sino que “gira”, en diversos sentidos lineales o vectoriales, como lo relativizan las polisémicas comillas, signo que todos comprendemos y aceptamos; lo que sí es seguro es la aceptación del autor referida al por qué de lo enigmático de la escritura: que todo acto de escribir es una interpretación, inscrita y  circunscrita en la historia; también admite que el “girar” es un verbo, es una acción que puede significar algo instantáneo, que no establece ruptura con el antes, pero que si implica repercusiones con el después.

Una vez leído el texto entendemos que el protagonista principal del mismo, todo el tiempo, desde la introducción hasta el epílogo, en la puesta en escena de su escritura, es la historia, o mejor dicho, son los “giros” históricos interpretados por los (as) historiadores (as) (actores principales del drama), desde su arché filosófico y mitopoético y a lo largo de su devenir o Gran cadena del ser (según Lovejoy) de la tradición Occidental o judeo cristiana (como prefiere llamarla el autor), para crear horizontes de mundo, sacralizados o profanalizados, dotados de sentidos teleológicos, de realidades especulares. No se trata de un espejo de la historia, como el de Alicia (de Lewis Carroll), que le permite traspasarlo para introducirse en la dimensión fantástica infantil que atrae a los adultos, sino, por el contrario, de un espejo multifacético, que de acuerdo con la mirada de los (as) historiadores (as) puede ser plano, ondulante, cóncavo o convexo, que refleja las creaciones de sus mentes, como interpretaciones de las realidades históricas. Si aceptamos el presupuesto de la historia como realidad fenomenológica única, paradójicamente, el espejo que la refleja es fluido, no produce una sola imagen, sino múltiples configuraciones, cuyo brillo o aura fantasmagórica se particulariza de acuerdo con las verdades religiosas, filosóficas o científicas de los intelectuales que, al igual que Narciso, se proyectan en él para reiterar su propia imagen virtual, como configuración, no tanto de su belleza física, sino de su sabiduría.

Hablar de historia (con mayúscula o minúscula) es hablar del tiempo, metáfora multifacética que contiene todo lo que existe (el Cosmos), porque el tiempo es una entidad natural o mortal (finitud) o inmortal (infinitud de los dioses creadores y seres espirituales). Todas las culturas humanas han creado realidades temporales religiosas o mágicas mitopoéticas (cosmogénesis), o corpus teóricos filosóficos y científicos llamados cosmologías. En la tradición Occidental la percepción y la dimensión metafísica del tiempo ha resultado del encuentro de la sabiduría politeísta y mitopoética de los antiguos aedos griegos, de los tiempos heroicos de Homero y de los filósofos o amigos de la verdad generada por el logos, con la tradición teológica judaica, redefinidas, a partir de la encarnación divina de Jesucristo, el hijo de Yahvé o único Dios judaico, del Antiguo Testamento, por los que se llamarían cristianos, que establecerían una patrística en la que la historia de la humanidad tendría un sentido teleológico, al ser una historia de salvación o redención de la culpa del pecado cometido por los primeros padres, Adán y Eva, en el paraíso terrenal. Según el relato sagrado del Génesis, el tiempo histórico es originado en un acto de castigo divino, por el pecado original, que determinó el carácter mortal del cuerpo y la redención (pasión, sufrimiento) que permite la salvación del alma, ente espiritual de los herederos de la culpa, de los progenitores de la humanidad.

Para los antiguos griegos, en el principio existía el Caos y la oscuridad; todo era informe, inanimado e indeterminado; luego, surge Gaia, la Madre Tierra, presencia material que le dará sentido y orden al Caos. Gaia, para llenar el vacío que estaba sobre ella, engendró ella sola a Urano (el Cielo). Por intervención de Eros (el Amor), la Tierra se unió a Urano, su hijo primogénito, para procrear a los Titanes, Cíclopes y Hecatónquiros, fuerzas de la naturaleza que oponen dificultades y resistencias al orden. Uno de ellos es el indomable Cronos (El Tiempo), quien se rebela contra su padre, como solicitud de su madre que deseaba vengarse de su esposo, porque le había encerrado en la oscuridad de la tierra (su vientre) a sus hijos y porque estaba cansada de la continua fecundidad que le imponía. Su rebelión consistió en cortarle los genitales a su padre; de la sangre derramada que cayó a la tierra nacieron las amenazantes Erinias o Furias (símbolos de la culpa de Cronos), y del semen y su órgano sexual, que cayeron al mar, nació Afrodita, la diosa del Amor. Cronos en compañía de Rea, su esposa y hermana, tuvieron muchos hijos, que al momento de su nacimiento eran devorados por su padre, ante el temor de que se cumpliera la profecía de su madre Gaia, en la que le anunciaba que iba a ser destronado por uno de ellos. Cronos era el implacable tiempo devorador de lo que él mismo engendraba. Su hijo Zeus, con la ayuda del engaño de su madre, pudo sobrevivir y destronarlo, como estaba profetizado. De esta manera Zeus se convirtió en el principal dios del Olimpo, del cielo y la tierra, poder que compartiría con sus hermanos, con Poseidón que gobernaría los mares y con Hades que reinaría en las profundidades de la tierra, donde todavía moran los muertos.[1]

El nacimiento de la historia tiene que ver con la inspiración poética y la memoria del poder divino. Zeus, con el fin de registrar y cantar el triunfo de los dioses, decidió engendrar con la titania Mnemosine (la Memoria), nueve hijas, las Musas, dedicadas al canto y la poesía, garantizando de esta manera que nada sería olvidado. Una de las nueve Musas era Clío (la Historia), nombre que en griego (Kleió) significa gloria y reputación. Con este sentido mítico la historia para los antiguos griegos no era de finitud o culpabilidad, sino de canto poético a la grandeza y los triunfos de los dioses, los héroes y los actos de los seres humanos que merecían ser guardados por la Memoria, que había engendrado la Historia: Al crecer, Zeus destronó a Cronos (Saturno), y venció, junto con sus hermanos y con los Ciclopes, a los otros Titanes y a los Gigantes. Con esa triple victoria se afirmó su poder como señor absoluto del mundo y cerró el ciclo de las divinidades tenebrosas, de las fuerzas desordenadas que, como Cronos –el Tiempo- todo lo corrompen y destruyen. Para los filósofos, su triunfo simboliza la victoria del Orden y la Razón sobre los instintos y las pasiones.[2]

A diferencia de la tradición judeocristiana, para los antiguos griegos el tiempo histórico de los mortales humanos dependió no solo de una divinidad, sino de todos los dioses olímpicos. Entre ellos sobresale el Destino, poderosa fuerza divina que condicionaba los comportamientos de las personas; aunque la vida dependía del Destino esto no implicaba una predestinación inmodificable, porque como lo hicieron los héroes, los hombres y mujeres podían intervenir en su propio destino y luchar para alcanzar la gloria, con todas las vicisitudes del drama trágico. Thanatos, (la Muerte) o finitud de los seres humanos, obedecía las órdenes del Destino, lo mismo que las Moiras (Parcas) que deberían tejer y cortar el hilo de la vida, y si el muerto había cometido grandes faltas era arrastrado por las Erinias (Furias) hacia el Erebo o Infierno.[3]

Un personaje mítico que engañó a la Muerte fue Sísifo, el rey de Corinto, cuando Zeus se la envió como venganza, por haberlo delatado por el secuestro de la ninfa Egina. La artimaña de Sísifo consistió en encerrar a Thanatos en un cuarto, lo que evitó que la gente se muriera, algo que preocupó a Hades, rey del inframundo, porque dejaron de llegar almas. Zeus intervino en la crisis y por intermedio de Ares, obligó a Sísifo a seguir a Thanatos hacia los Infiernos; pero, antes de este viaje, Sísifo insistió en su engaño al pedirle a su esposa que no lo enterrase y le realizase honras fúnebres, situación que luego en el mundo de los muertos le sirvió como pretexto para que le permitieran volver a la superficie de la Tierra, supuestamente para castigar a su esposa por tan grave negligencia. Así logró vivir por muchos años más, hasta el día en que le faltaron las fuerzas para seguir existiendo. El rey de los Infiernos para evitar que se volviese a fugar le impuso un castigo, que no le permitiese descansar por un sólo momento: empujar montaña arriba una enorme piedra, que siempre se le escapa de las manos al llegar cerca de la cima. Y así, perpetuamente, el condenado que osara engañar a la Muerte desciende por la ladera para retomar la piedra y recomenzar su tarea sin fin y sin objetivo [4]

Aunque no de manera directa, como se ha especificado anteriormente, en el texto del profesor Barona subyace el arché de la tradición Occidental, fundamento de lo que él llama las poéticas de la temporalidad y el sentido de duración del tiempo. Este autor elabora una escritura sobre los giros de la historia, como una reflexión teórica crítica, desde un locus autobiográfico intelectual, desde su propia experiencia personal, adquirida con el pasar de los años en el ejercicio del oficio académico, como profesor e investigador. Para poder alcanzar lo deseado durante años, toma la actitud de un historiador que ejerce su profesión como si fuera un arqueólogo que indaga los sentidos del tiempo histórico construidos por sus colegas colombianos y extranjeros, en una perspectiva genealógica de la historia o las historias, que lo llevan a encontrar el arché mitopoético, que como realidad fundacional esencial subyace en el devenir de la tradición judeocristiana.

El Destino determinó que mi vida profesional y la del historiador Guido Barona, fueran existencias paralelas, desde nuestra época de jóvenes estudiantes en la universidad del Valle, lo que durante muchos años nos ha permitido compartir trabajos e inquietudes intelectuales, como amigos y colegas. Comprendo, por eso, que el profesor Barona se haya atrevido a enfrentar el complejo reto que contiene su obra; como él mismo lo confiesa, en varias oportunidades, y lo reitera subjetivamente en la introducción de la misma, esto ha sido posible, más allá de sus serios conocimientos científicos, por su propia experiencia vital que lo llevó a cuestionarse a sí mismo como historiador; sus críticas a las diégesis de los (as) historiadores (as) las considera una posición ética profesional. En el lapso comprendido entre la publicación de su diegético libro La maldición del rey Midas (1995) y su investigación Historia del delito (inédita) o El combate de las morales (2004), toma consciencia y acepta críticamente sus pretensiones científicas y sus propias aporías historiográficas y las asumidas por otros, sus colegas: En ese momento supe que ya no podía ser historiador diegético, que no era más que un narrador como otros muchos y muchas más, que era un interpretante de mundo, que ensayaba a narrar el pasado de un mundo sin la pretensión de la “verdad” y una “objetividad” que ya me estaban negadas. Y, luego, agrega: mi propósito no es demoler la obra de nadie puesto que tal y como lo he hecho hasta ahora en este escrito la crítica la ejerzo también sobre los resultados de mi propia ocupación de historiador; este es mí sentido ético del cuestionamiento académico y disciplinario. Mi intencionalidad va mucho más allá: pretendo demostrar que ni siquiera con las proposiciones individuales se puede tener una referencia denotativa y no connotativa de las realidades pasadas.

Para el profesor Barona, en la modernidad, que él llama modernidad moderna, es importante considerar el arché mitopoético de la antigüedad. Además de sus disertaciones teóricas sobre la narración y la diégesis, le interesa lo relacionado con el arché de los mitos creacionistas, como fundamento, base o comienzo de todas las cosas que nos permite explicar la multiplicidad o la diversidad:  […] ya sea como realidad situada al principio de los tiempos, a partir de la cual se genera todo lo existente, o como constitutivo último de lo real, que es el elemento que se encuentra en todas las cosas, pero no en la superficie, ni en lo visible ni en lo experimentable por los sentidos. El arché (arjé) también fue entendido como el elemento que determina el ser propio de cada ente [...] 

Como historiador-arqueólogo me llama la atención la reflexión básica sobre el comienzo o surgimiento de la historia humana al tomarse conciencia de la muerte. En un marco de referencia de la teoría científica de la evolución, algunos historiadores marxistas aceptaron lo propuesto por Engels, que se podía hablar de historia, a partir del homo habilis, el fabricador de herramientas de piedra, que daría comienzo a los procesos de producción que transformarían la naturaleza y por lo tanto generarían el modelo de los modos de producción (con sus particulares relaciones sociales), desde los cuales se establecerían las periodizaciones sociales y económicas evolutivas, de la historiografía marxista. Mientras que para otros arqueólogos (prehistoriadores), los primeros homínidos fueron aquellos que se diferenciaron de los otros antropoides, por enterrar a sus muertos en tumbas, ritualizando la muerte, como conciencia de la finitud de los seres humanos y de la existencia de una parte espiritual que perdura después del fin biológico del cuerpo. El tiempo histórico nace a partir de la consciencia de la muerte; consciencia que perdura en la memoria de los humanos, como un temor y como una dependencia o culto a los antepasados. Los historiadores (as) (y los (as) arqueólogos (as)) serán los encargados, según sus preconceptos teóricos, de reconstruir el tiempo pasado que ya no existe o está muerto. ¿Cómo y para qué se recupera el pasado?, son las preguntas que se han hecho desde hace muchos siglos, y todavía se hacen los (as) historiadores (as), dando respuestas diversas, acordes con sus creencias religiosas o modelos diegéticos, que precisamente, el profesor Barona analiza críticamente desde su propia mirada especular, a lo largo y ancho de su libro.
 
Al respecto, el profesor Barona hace la siguiente cita: No en balde Michel de Certeau inició La escritura de la historia con una cita de Jules Michelet sobre los muertos, que hizo parte del proyecto inédito –El heroísmo del Espíritu-  de Prefacio a la Histoire de France. De Certeau situó el escribir la historia como un “caminar”, con la seguridad de que “no se puede reavivar lo abandonado por la vida”, con la seguridad de que […] en el sepulcro en que habita el historiador sólo se encuentra el “vacío”; con la seguridad de que […] esta “intimidad con el otro mundo” no representa ningún peligro.

La decisión del Destino que ordena a la Muerte el fin de la vida de un ser humano es algo inapelable; por eso, el implacable castigo a Sísifo, que nos recuerda que no podemos evadirla, por más artilugios que elabore la mente: ¿Qué simboliza la roca que siempre se está rodando? Para el profesor Barona, la lectura de la bella obra El mito de Sísifo, del entrañable escritor Albert Camus, lo lleva a encontrar una de las claves para entender el problema de las interpretaciones, de los giros historiográficos, que le ha motivado la escritura de dicho texto. En el hermoso fragmento que extrae de esta pieza literaria, en el que el narrador reflexiona sobre la validez de los conocimientos científicos, en comparación con las experiencias sensoriales de su vida, dice: Sin embargo, toda la ciencia de esta tierra no me dará nada que pueda convencerme de que este mundo es mío. Vosotros me lo describís y me enseñáis a clasificarlo. Enumeráis sus leyes, y en mi sed de saber consiento en que sean verdaderas. […] Así esta ciencia que debía enseñarme todo, acaba en hipótesis; esta lucidez sombría, en metáfora; esta incertidumbre se resuelve en obra de arte. ¿Para qué necesitaba tantos esfuerzos? Las líneas suaves de estas colinas y la mano de la tarde sobre este corazón agitado me enseñan muchísimo más. He vuelto a mi principio, no por ello puedo aprehender el mundo. […] Y vosotros me das a escoger entre una descripción que es cierta, pero que no me enseña nada, e hipótesis que pretenden enseñarme, pero que no son ciertas […]

Guido Barona establece una analogía entre el castigo de Sísifo y el oficio de los (as) historiadores(as): Por mucho que la ciencia histórica perciba, describa, enumere y explique los fenómenos del pasado de un mundo de la vida situado como objeto de la mirada historiadora, su conocimiento, regulado metodológicamente como expresión propia de todo imperativo científico, no es aprehensión del mundo de la vida de que se trate, y mucho menos comprensión del mismo […] Cada vez que un historiador o historiadora llega a la cumbre de la cima de su hacer se precipitará nuevamente a la sima de donde partió para reemprender, él o ella y otros que como ellos y ellas tal hacen, la senda historiográfica pisando territorios yermos, si se quiere nuevas dunas y arenales, hasta llegar a una nueva cima.

El tiempo, en la dimensión mitopoética de la mente es  una creación atribuida a los dioses, que para el logos con el pasar de los siglos se ha transformado en los sentidos de los tiempos históricos, hasta llegar a la teoría científica del Big bang de la contemporaneidad. La necesidad de explicar el origen de todo lo existente y del devenir y la finitud natural o tiempo histórico es la preocupación permanente del autor del ESPEJO DE MUNDO. De manera precisa y reflexiva lo hace; no con un método lineal sino de manera fluida, como un deseo y una voluntad de ir y  volver al pasado, para comprender las aporías de los sentidos de tiempo creados por los giros historiográficos y sus curas ideológicas trascendentales; no a partir de verdades objetivas, sino, siempre desde los fundamentos filosóficos heideggerianos, de la certeza existencial del aquí y el ahora, que le garantizan un locus en el horizonte de mundo en el que habita. El profesor Barona puede introducirse en el laberinto historiográfico y no perderse porque sabe que desde la casa del aquí y el ahora, localizada en Popayán, puede leer los giros historiográficos de sus colegas colombianos, latino o hispanoamericanos y de otros países del mundo.

Guido Barona es un viajero que tiene la capacidad mental de introducirse en los sentidos temporales, sagrados y profanos, de los (as) historiadores (as) de la tradición Occidental, contenidos en los libros de los anaqueles de su biblioteca. En este indagar epistemológico se encuentra con las poéticas del tiempo y con las diégesis de la Gran cadena del ser occidental, con las narraciones literarias y los diversos modelos científicos, como el estructuralismo, que han impuesto horizontes de mundo con verdades científicas universalizantes, con las disecciones objetivas de la realidad histórica y cultural, como si se tratara de un cuerpo inerte situado intencionalmente en una mesa de operaciones, cuya existencia depende del cirujano o científico.

A manera de síntesis de este complejo panorama del manejo del tiempo histórico se puede decir que un hito es el llamado giro copernicano del siglo XVI, que transformó el universo ptolemaico, sacralizado por siglos por los padres de la iglesia cristiana, en una cosmología en la que la tierra dejó de ser el centro del Universo y el humanismo reivindicó que el ser humano además de sufrir en un valle de lágrimas, por ser heredero de la culpa del pecado original, podía con su logos y con su capacidad artística crear sus propias realidades e interpretaciones de mundo. Antes del giro copernicano el horizonte  Dios-mundo, hegemónico durante siglos, definió un sentido del tiempo histórico, a su vez teológico y teleológico, como una historia sagrada o de redención que fundamentaba su poder en la palabra de Dios revelada a los profetas del Antiguo Testamento, y en la vida pasión y muerte de Jesucristo consignada en el Nuevo Testamento. A partir del giro copernicano emergió la modernidad moderna, fundamentada en la recuperación hecha por intelectuales, como Pico de la Mirandola y Ficino, de la filosofía platónica y de sus seguidores neoplatónicos y de otros pensadores y poetas latinos, judíos y árabes de la antigüedad; se institucionalizó en varios Estados europeos el cristianismo reformado ( luterano y calvinista) lo que debilitó el poder dominante del papado y fortaleció la praxis moral secular individual , desde la predestinación divina, en contra del libre albedrío de la iglesia de Roma. El giro copernicano encausó el desarrollo de racionalismos filosóficos y científicos, la hybris de la modernidad moderna o la llamada muerte de Dios. Podría decirse que el calendario de la historia de salvación de la humanidad, establecido a partir del icono divino de Cristo, el hijo de Dios encarnado (a.C. y d. C.), perdió su carácter hegemónico en la modernidad moderna al poderse hablar hoy en día de un antes y un después del giro copernicano.

El profesor Barona va analizando críticamente los diversos sentidos del tiempo histórico elaborados por pensadores que se remontan al medioevo,  como Joaquín de Fiore, que dividió las eras históricas de acuerdo con las tres personas del misterio de la Santísima Trinidad, para contrastarlos con los postulados teóricos de la Ciencia Nueva de Giambattista Vico, y fundamentalmente concentrarse en las diégesis historiográficas, desde el siglo XIX cuando surgió el positivismo de la historia y sobre todo en las teorías de las ciencias sociales del siglo XX, hasta alcanzar las recientes propuestas y las implicaciones políticas de los (as) historiadores (as), llamadas  poscoloniales, decoloniales o subalternos. Todo esto lo hace, no con un sentido enciclopédico, sino como ya se explicitó, desde su locus historiográfico, desde su propia mirada internacional inscrita y circunscrita en y desde Colombia. En su trabajo es evidente su interés particular por reflexionar críticamente los giros historiográficos plasmados en libros de colegas colombianos (as), de los llamados tradicionales y aun locales, y de los inscritos en la llamada Nueva Historia, que interpretaron la historia de Colombia en una perspectiva heterogénea de las ciencias sociales, desde los tiempos de los cronistas del descubrimiento de América y hasta el siglo XX.

Del complejo y denso trabajo del profesor Barona también quiero destacar un elemento de valoración de la sensibilidad literaria. Llama la atención que en algunos apartes y epígrafes escribe fragmentos de los poetas J. Milton, J. de Castellanos, F. Hölderlin, S. Buttler, J. L. Borges y G. Quessep. Los poetas son los líricos o creadores de la poética del tiempo heredada de los antiguos aedos que en la Grecia arcaica de los tiempos de Homero, narraban los mitos épicos como los de la Ilíada y la Odisea, en el espacio sagrado de la danza y el canto. Así como lo hizo el filósofo Martín Heidegger, con la poesía de Hölderlin, el profesor Barona reflexiona el lenguaje hermético del poema de G. Quessep, Muerte de Merlín, para encontrar los significados profundos de la poética del tiempo del trovador colombiano, que se atreve a interpretar desde su mirada historiográfica existencial del aquí y el ahora, aunque él bien sabe que muy seguramente transgrede la intencionalidad de su hacedor; piensa que el lenguaje metafórico de los poetas expresa verdades sobre la dimensión existencial integrada al devenir de la condición humana, que en este caso asocia al derrumbe del reino de la historia ciencia: La muerte de Merlín, del druida hechicero, es, en mi criterio, la muerte del reino de la historia ciencia tal y como ésta hasta ahora se ha constituido, por lo tanto de su verdad, de lo que dice fue en un pasado intencionalmente pergeñado, apodícticamente y totalitariamente enunciado.

Guido Barona es consciente de la existencia de culturas del pasado y del presente en las que el mito es una realidad viva que surge en el ritual, la danza y el canto, y de la singularidad histórica de tradiciones orales como los cuentos y leyendas que tienen una materialidad cerebral y unas sinapsis, que han permitido la memoria y el recuerdo, y que luego fueron inscritas en los libros: La materialidad de las narrativas, de los cuentos, de las novelas, así en algún momento no estén inscritas en algo más duradero que el medio en el que los sonidos articulados de quienes dicen algo de algo las enuncian, del cerebro y de sus sinapsis; sin estas materialidades no habría ni memoria ni recuerdo. El Pentateuco o la Torah, la Biblia y el Corán, son excelentes ejemplos de la materialidad en que originalmente, antes de ser libros, se inscribieron las narrativas en ellos contenidas. Lo más seguro es nuestra permanencia de nuestra imposibilidad de llegar a las formas originarias que tuvieron las narraciones que luego fueron inscritas en aquello que llamamos libros. Sin embargo y pese a esta imposibilidad, todavía hoy podemos leer y enterarnos de cuentos y narraciones, de mitos creacionistas, escuchados hace miles de años.

El profesor Barona no toma la posición de un antropólogo interesado en investigar la mitología, sino la de un narrador de la historia que reivindica el aquí y el ahora de la mitopoesía, la poesía y otras narrativas populares como poéticas del tiempo que tienen otras causalidades y lógicas relacionales. Refiriéndose a las llamadas etnohistorias anota: …en mi criterio son mitopoéticas; es decir, formas narrativas en las que no se hace presente la filosofía de la historia que caracteriza al judeocristianismo y mucho menos la regulación teleológica de la trama en la narración en tanto sus poéticas de la temporalidad se desenvuelven bajo otros regímenes de causalidad y otras lógicas de relación. Existen también otras narrativas históricas desvalorizadas por el positivismo epistemológico. Ellas provienen de narradores no expertos, de seres humanos comunes y corrientes para quienes, las historias que narran, sólo tienen la intencionalidad de rememorar sus recuerdos, viviéndolos nuevamente. Estas dos últimas formas narrativas, aunque cargadas de intencionalidades, no tienen la pretensión de la llamada ciencia histórica y mucho menor de imponer una verdad hegemónica sobre otras posibles configuraciones poéticas de la temporalidad; son expresiones situadas por fuera de los ejercicios de poder llámense estos académicos, científicos o políticos; son el narrar la humanidad de los seres que somos por parte del que dice algo a través de la poética de la temporalidad.

Pienso que podría seguir destacando otras características de la obra ESPEJO DE MUNDO, pero esa no es mi deseo como prologuista; esa labor le corresponde a los lectores que espero se sientan motivados para hacerlo, como me ha pasado a mí. Retomando la intencionalidad del profesor Barona expresada en el título asignado a su obra, como lo destaqué al comienzo de este escrito, considero que una metáfora que expresa mi comprensión de la misma, es el título que le he colocado a este Prólogo: EL LABERINTO DE LOS ESPEJOS FLUIDOS DE LA HISTORIA.

Es un juego de palabras que ha brotado una vez concluida la primera lectura del libro, antes de ser dado al público y después de haber compartido con su autor inquietudes durante años. Guido Barona lo hace explícito, el conocimiento, llámeselo filosófico, epistemológico, fenomenológico, hermenéutico o científico de la realidad, es especular, es el resultado de mirar la realidad como un espejo en el que vemos reflejada nuestra figura corporal y sobre todo lo que guardamos en la memoria, no solamente nuestras ideas y conceptos sino también las emociones localizadas en la parte oscura de la mente. La objetividad del conocimiento de la realidad que producimos a través de nuestros sentidos y de la capacidad reflexiva de nuestro logos, está circunscrita por nuestra subjetividad, por los deseos y las emociones de la cámara lúcida de nuestra mente, que la neurofisiología identifica con el nombre de cerebro. Además, si el cerebro no estuviera conectado al sistema nervioso de la medula espinal de la columna vertebral, sería una cosa obsoleta; el sistema nervioso columnar se irradia por todo el cuerpo, lo que le permite un maravilloso actuar y gesticular. Tanto el cuerpo como la mente actúan simultáneamente; los seres humanos hacemos la historia con nuestras capacidades racional e irracional y con nuestros cuerpos.

EL ESPEJO DE MUNDO, al que se refiere el profesor Barona, es el espejo en el que se refleja nuestra mente y nuestro cuerpo como realidad de mundo. Si en el espejo solamente se reflejara nuestra cabeza, el mundo sería una realidad monstruosa al no tener cuerpo y viceversa. El carácter subjetivo de la imagen reflejada ha hecho que el espejo que proyecta nuestro conocimiento de la realidad mundo, sea considerado deformante, porque refleja figuras virtuales invertidas de izquierda a derecha o monstruosas, o cómicas, si la superficie del espejo es cóncava, convexa u ondulante; las imágenes reflejadas por el espejo plano, se supone son las más objetivas, objetividad especular relativa al estar siempre impregnada de valores morales o juicios éticos propios del sujeto que se está mirando, y que llamamos verdades universales. Las interpretaciones historiográficas son un saber poder sagrado o profano que puede llegar a tener una posición hegemónica o dominante, lo que reitera su inteligibilidad narcisista, egocéntrica.

Las personas de mi generación, como lo es Guido Barona, tuvimos el privilegio infantil de ir al Palacio de los espejos, de los nómades parques de atracciones mecánicas llamados Rueda de Chicago, que iban de pueblo en pueblo, en tiempos de ferias. Eran recintos en los cuales habían sido colocados varios espejos deformantes de la realidad de nuestro cuerpo, cuando nos parábamos al frente de cada uno, lo que nos impresionaba y nos hacía reír a carcajadas, burlándonos de nosotros mismos y de nuestros compañeros allí reflejados. En ese entonces no estábamos preocupados por dar explicaciones científicas al por qué del poder deformante de los espejos, algo que años más tarde sería explicado por nuestro profesor de Física, en el capítulo dedicado a la Óptica.

Una persona excepcional fue el reverendo Dogson (Lewis Carroll) al no quedar satisfecho con las explicaciones escolares de la Física; por el contrario, se dejó llevar por el atractivo lógico y paradójico de las matemáticas proyectado a las realidades especulares del mundo fantástico de las mentes infantiles. Este fue el caso de la pequeña Alicia que tenía en la sala de su casa un espejo fluido que no sólo reflejaba los imaginarios de su mente infantil, sino que los transformaba en realidades mágicas en un mundo asombroso existente al interior del mismo. Maravilloso país en el que a diferencia del espejo de la historia, el tiempo es paradójico. Alicia antes de introducirse en el espejo le dice al pequeño minino negro con el que dialoga y juega ajedrez, que ese otro mundo es la casa del espejo y que la sala en la que se encuentran, como se ve en el espejo sobre la chimenea, es una realidad habitable: y por lo que se alcanza a ver desde aquí se parece mucho al nuestro sólo que, ya se sabe, puede que sea muy diferente allá.[5]


Página del libro Through the Looking-glass, and what Alice found there (1871), ilustración de John Tenniel (es. Wikipedia.org)

Alicia una vez traspasado el espejo constata la realidad del cuarto del espejo: Lo primero que hizo fue ver si había un fuego encendido en su chimenea y con satisfacción, comprobó que, efectivamente, allí había uno, ardiendo tan brillantemente como el que había dejado tras de sí […] Entonces empezó a mirar atentamente a su alrededor y se percató que todo lo que podía verse desde el antiguo salón era bastante corriente y de poco interés, pero que todo lo demás era sumamente distinto. Así, por ejemplo, los cuadros que estaban a uno y otro lado de la chimenea parecían estar llenos de vida y [algo muy importante] el mismo reloj que estaba sobre la repisa (precisamente aquel al que en el espejo sólo se le puede ver la parte de atrás) tenía en la esfera la cara de un viejecillo que la miraba sonriendo con picardía.[6] Según parece, este puede ser el duendecillo del tiempo que se ríe, porque parece anunciarle a Alicia que se encuentra en un mundo donde el tiempo es diferente al del otro lado del espejo.

Al salir de la casa del espejo, Alicia encuentra el jardín  de las flores vivas en donde siente la curiosidad de subir a una colina: -Veré mucho mejor cómo es el jardín -se dijo Alicia- si puedo subir a la cumbre de aquella colina; y aquí veo un sendero que conduce derecho allá arriba …; bueno, lo que es derecho, desde luego no va…-aseguró cuando al andar unos cuantos metros se encontró con que daba toda clase de vueltas y revueltas- …pero supongo que llegará allá arriba al final. Pero ¡qué de vueltas no dará este camino! ¡Ni que fuera un sacacorchos! Bueno, al menos por esta curva parece que se va en dirección a la colina. Pero no, no es así. ¡Por qué vuelvo derecho a la casa! Bueno, probaré entonces por el otro lado.[7] Alicia sigue insistiendo en su propósito de alcanzar la colina, pero, al caminar por otra curva, vuelve a encontrarse frente a la casa, como si se tratara de un eterno retornar. La solución a este enigma se la dice la rosa del jardín, cuando Alicia intenta ir por el sendero, al encuentro con la reina roja (del juego de ajedrez): -Así no lo lograrás nunca le señaló la rosa- Si me lo preguntaras a mí, te aconsejaría que intentases andar en dirección contraria;[8] o sea, Alicia tenía que caminar en el sentido contrario del que se hallaba la reina roja, para poder encontrarse con ella; algo que finalmente acepta hacer y que le permite alcanzar su objetivo.

Alicia terminó comprendiendo que en la dimensión temporal-espacial de la casa del espejo el avanzar significaba regresar al punto de partida: para adelantar había que regresar. Volver al punto de partida es el eterno retornar, aunque las diégesis historiográficas de la modernidad moderna, después de vueltas y revueltas, postulen lo contrario; falacia del tiempo pasado, presente y futuro. Los (as) historiadores (as) piensan que pueden alcanzar la cima de la loma, pero como le sucedió a Sísifo, al llegar allí, su roca rueda a la sima: es un eterno retornar, subir para caer, o sea, es permanecer en el espesor del presente; ir hacia adelante es una falacia (no hay futuro), e ir hacia atrás es estar en el presente del jardín de las flores vivas en compañía de la rosa y la reina roja.

Como se aprecia en su ESPEJO DE MUNDO, definitivamente, el profesor Barona se atrevió a recorrer el laberinto de los espejos fluidos de la historia, para mirarse en cada uno de ellos y comprender críticamente las imágenes que desde hace siglos los (as) historiadores (as) han proyectado como la realidad histórica. El laberinto es el Destino de la humanidad, es el camino de la historia. El hilo de Ariadna, que lo ha guiado en su intricado recorrido, es la Gran cadena del ser, que ha desenrollado por los pasadizos. Para no perderse en sus recodos especulares, el profesor Barona ha desenvuelto el hilo de Ariadna sin necesidad de volverlo a enrollar para encontrar la salida del laberinto, porque bien sabe que cada uno de los espejos fluidos es un eterno retornar, que los mira desde su posición existencial del aquí y el ahora, como se aprecia en las poéticas del tiempo que cantan los aedos en sus versos o relatos mitopoéticos, desde tiempos inmemoriales. 

¿Quién es el Minotauro del laberinto de la historia?: Es el Tiempo, el implacable dios Cronos que todo lo devora, con la asistencia de los hijos de la Noche, el Destino y sus auxiliares, Thanatos (la Muerte) y las Moiras (Parcas) que hilan la fibra, miden y cortan el hilo de la vida, y en compañía de Tyche (la Fortuna o la Suerte) de los seres humanos. No hay que olvidarse de que las nueve Musas, Kleió (la Historia), Euterpe (la Música), Thalía (la Comedia), Melpómene (la Tragedia), Terpsícore (la Danza), Erato (la Poesía), Polimnia (el Teatro), Urania (la Astronomía, la  Ciencia exacta) y Calíope (la Poesía) fueron engendradas por Zeus, el más poderoso de los dioses del Olimpo, y Mnemosine (la Memoria); ni tampoco que ellas fueron creadas para cantar, celebrar, alabar y no olvidar las creaciones de los olímpicos, los héroes y el devenir de los seres humanos.

El profesor Barona sabe que no tiene sentido matar al Minotauro porque es el Tiempo, el eterno espesor del presente, a no ser que se trate de la falacia del tiempo teleológico de las diégesis de los (as) historiadores (as). Finalmente, quiero decir que el ESPEJO DE MUNDO, elaborado, con sutilezas conceptuales y literarias, por Guido Barona, es una gran contribución personal que hace al pensamiento de la modernidad moderna, impregnada de reflexión crítica y autocrítica permanentes, que nos lleva a descubrir el aquí y el ahora en que nos encontramos todos sus lectores.




Nota: Prólogo del libro de Guido Barona Becerra, Espejo de mundo: conocimiento histórico y "giros" interpretativos en la historia. Aproximaciones. Sello editorial Universidad del Cauca, Maestría en Historia, Popayán, 2011.





[1] Las referencias a la mitología griega han sido tomadas de la enciclopedia MITOLOGIA, editada por Víctor Civita, Abril S. A. Cultural e industrial, Sao Pablo, Brasil, 1973, páginas 17-23.
[2] Ídem. página 50.
[3] Ídem. páginas 97-100.
[4] Ídem. página 102.
[5] Lewis Carroll, Alicia a través del espejo, Alianza Editorial, Madrid, 1980, página 38.
[6] Ídem, página 40.
[7] Ídem, página 51.
[8] Ídem, página 56.

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