José Santiago Castillo (atribuido), Plaza Mayor de Bogotá (ca. 1837).
Planteamiento
Entre las muchas falacias de la
Modernidad existe aquella que ha pretendido hacerle creer a las personas que el
mundo contemporáneo alcanzó la utopía homogeneizadora de la sociedad globalizada,
sustentada con los conocimientos científicos y las innovaciones tecnológicas, lo
que supuestamente ha liberado a la Humanidad de su pasado histórico. Por el
contrario, en las últimas décadas se han presentado crisis económicas mundiales
que han generado conflictos sociales como consecuencia del incremento de la
tasa de desempleo, sobre todo para los jóvenes que no ven claro su presente; al
mismo tiempo, el futuro no es muy halagador, ante los cambios climáticos y los conflictos
bélicos internacionales, que amenazan la estabilidad de los poderes políticos a
escala mundial.
Hablar de Modernidad conlleva mirar la
historia en una perspectiva cultural más amplia, en una dimensión temporal de
largo plazo, que llega hasta el presente, que rebasa las periodizaciones
formalistas de la historiografía, en las que los investigadores establecen unos
límites cronológicos convencionales, de acuerdo con sus posiciones teóricas y
discursos ideológicos. La Modernidad, en Europa, es una época que se identifica
por haber cambiado la concepción de Dios-Mundo medieval, por un nuevo modelo humanista
y científico heliocéntrico, cuyo inicio corresponde con los viajes de los
navegantes portugueses y españoles que terminaron circunnavegando el globo
terrestre, y descubriendo y colonizando el que será llamado el Nuevo Mundo o
continente americano. Como lo han demostrado las investigaciones de la
historiografía económica, la explotación esclavista de los metales preciosos
(oro y plata) contribuyó con el desarrollo de la economía mercantilista,
fundamento de la economía moderna del Capitalismo. Al mismo tiempo, por
discursos nacionales decimonónicos se construyó también el imaginario histórico,
en el que el sistema republicano se hace sinónimo de la Modernidad, en tanto
que el triunfo de las guerras de independencia de las colonias españolas, le
permitió a la clase criolla privilegiada establecer gobiernos con
constituciones republicanas, y crear una democracia moderna en la que se
rechazaron los pensamientos filosóficos escolásticos y las mentalidades
culturales dominantes en tiempos coloniales. Aunque la independencia de la
monarquía española fue un hecho de gran trascendencia, esto no significa que el
período colonial, por su carácter absolutista y su espíritu medieval
escolástico, sea visto como una realidad americana aislada, que no participó
del proceso de modernización europeo.
Panorama
histórico
En el medio historiográfico colombiano
suena extraño colocarle un título a un ensayo en el que se vinculan los
conceptos occidentales y por lo tanto universalizantes de Colonia y Modernidad.
El primero es un término que en la historiografía tradicional se usa para
referirse al período comprendido entre los siglos XVI y XVIII. Los historiadores
formales del arte enfatizan para este período el esplendor de las letras y las
artes barrocas, como si la presencia de una cultura Renacentista, fundamento de
la Modernidad europea, hubiera tenido un desarrollo secundario. Inicialmente se
habló de un estilo Barroco hispánico que se trasplantó al continente americano;
luego, al incrementarse las investigaciones con fuentes documentales de
archivos, los historiadores empezaron a enfatizar las particularidades y
decidieron hablar de un Barroco americano, colonial, criollo, mestizo o indoamericano.
En estas disertaciones de académicos se hace evidente el deseo de diferenciar
la realidad cultural americana, de construir imaginarios de identidad nacional
en las nuevas repúblicas que se constituyeron en el siglo XIX. Situación
liminal compleja y difícil de establecer, si se tiene en cuenta que la ruptura
política y económica que se logró con la independencia produjo una interacción
de los discursos republicanos con las maneras de pensar, sentir y actuar dominantes
durante tres siglos de gobierno de la monarquía española, en gran parte del
continente americano.
Modernidad es un concepto con una mayor
cobertura filosófica e ideológica que rebasa el positivismo formalista asumido
por los historiadores, que pueden hablar de un arte moderno pero no de un arte
de la Modernidad, al ser concebida, no como un período, sino como una etapa en
la que se produjeron cambios que confrontaron la cosmología geocéntrica y
sacralizada de Dios mundo medieval, a partir del sistema copernicano que
impulsaría el desarrollo de nuevos pensamientos filosóficos y científicos y por
lo tanto, propiciatorios de una etología moderna.
En términos generales, los
investigadores de la Modernidad se ponen de acuerdo en que esta época, con
todos sus conflictos y cambios, surgió en Europa con el renacimiento de los
saberes del mundo clásico antiguo, hacia el siglo XV y con la expansión de
nuevas rutas marítimas llevadas a cabo, inicialmente, por los reinos de
Portugal y España, que transformaron la planimetría del mapamundi medieval en
el nuevo orbe. Inicialmente, los navegantes portugueses bordearon las costas
occidentales del continente africano. Luego, Cristóbal Colón, en el año de
1492, se atrevió a cruzar el inmenso océano de la mítica Atlántida a la
búsqueda de una ruta occidental para llegar a las Indias, encontrándose con el
mar de los Sargazos y con un ignoto e inmenso continente, que precisamente por
su magnitud, sus habitantes y sus riquezas naturales sería considerado como el
Nuevo Mundo. La redondez de la Tierra quedó definitivamente comprobada en 1522,
por la circunnavegación hecha por Fernando de Magallanes y Sebastián Elcano,
hacia el occidente, a través del canal del extremo sur del nuevo continente y
de regreso del Oriente, por el cabo africano de Buena Esperanza.
Hablar del siglo XV y de la primera
mitad del XVI en Europa, es referirse al auge cultural del Renacimiento, del
resurgimiento de los ideales del mundo clásico como fuente de inspiración de
las artes plásticas, la música, la literatura, la poesía y la arquitectura, en las que el
ser humano fue propuesto como un módulo armónico de la realidad, al
considerárselo no solamente como un pecador condenado al sufrimiento en este
valle de lágrimas, desde su génesis en el Paraíso terrenal, sino, también, como
un individuo racional capaz de inventarse nuevos pensamientos, nuevos lenguajes
y escrituras en prosa y poesía, diseñar nuevas ciudades con espacios públicos y
edificios con una proporción geométrica equilibrada, y crear maravillosas obras
de arte que representan la realidad con un naturalismo poético. Universo
utópico moderno en el que se pueden armonizar la magia de la Alquimia, la
Cábala y la religión cristiana, y así como las virtudes deben luchar contra los
vicios, también se liberan los fantasmas oníricos, los placeres sensuales y las
pasiones del poder con sus crueldades, como lo percibe Erasmo de Rotterdam en
su perdurable Elogio de la Locura.
El renacimiento cultural se expresó de
diversas maneras en los reinos europeos. En el siglo XV fructificó en las
ciudades italianas, para luego expandirse a otros reinos donde adquirió
identidades propias, según sus particularidades históricas. A diferencia de
Italia, el Renacimiento en España afloró hacia finales de esta centuria,
durante el reinado de los Reyes Católicos, como un fenómeno cultural ecléctico,
que en términos artísticos se ha llamado Plateresco. A diferencia de los
italianos, los arquitectos españoles fabricaron nuevos edificios sin tener la
pretensión de recrear el modelo arquitectónico clásico, de acuerdo con los
libros de arquitectura de Vitrubio, porque en su diseño se conservaron el
manejo espacial geométrico y estructural del gótico, con elementos mudéjares y
clásicos (grutescos), a los que se agregaron fachadas en piedra talladas con
profusa decoración, que parecen hechas por manos de hábiles plateros, en las
que integraron en sus diseños motivos de estas tres tradiciones culturales.
En la segunda mitad del cuatrocento, Fernando e Isabel, los
Reyes Católicos, unificaron los reinos medievales de la península en un solo
Estado católico que centralizó el poder político y militar. En su gobierno, los
cristianos adquirieron una autoridad hegemónica sobre los judíos y los
musulmanes, con los que habían coexistido durante siglos anteriores. La
monarquía se declaró defensora del cristianismo con la instauración del tribunal
del Santo Oficio y el establecimiento del Patronato Real con la Santa Sede, que
le retribuyó con un poder en el gobierno eclesiástico.
En 1492 sucedieron grandes
acontecimientos que anunciaban el cambio de la Modernidad en España: La
rendición de Granada o expulsión definitiva de los gobernantes musulmanes que
habían invadido la península durante casi ocho siglos; el descubrimiento del
Nuevo Mundo por el navegante Cristóbal Colón; la expulsión de los judíos; la
conversión obligatoria al cristianismo de judíos y moros residentes; la publicación de la obra Arte de la lengua castellana por el
humanista Antonio de Nebrija y el nacimiento del pensador renacentista, Juan
Luis Vives.
El descubrimiento y conquista del Nuevo
Mundo se llevó a cabo en una época en la que España mantenía viva la tradición
cultural medieval, poblada de seres fantásticos y dominada por los saberes
escolásticos que convivían con los conocimientos cabalísticos judíos y las ciencias
y artes árabes. Las religiones de estos dos últimos pueblos fueron prohibidas
por los Reyes Católicos; sus legados culturales, después de siglos de
convivencia, hacían parte integral de la realidad cultural española. Al mismo tiempo, el espíritu
renovador impulsó la fundación de las universidades de Alcalá de Henares y
Valencia (1499) y la redacción de la primera gramática de la lengua española y
diccionarios de español-latín-español (1492-94) de Antonio de Nebrija, que
consolidó aquella como el idioma del reino; Luis Vives publicó sus obras de
filosofía y teología, elogiadas por los humanistas Tomás Moro y Erasmo de
Rotterdam, por su elocuencia y erudición. Vives propuso una moralidad en obras
como Instrucción de la mujer cristiana,
para enseñar el triunfo de las virtudes sobre los vicios de manera lógica y
directa, en oposición a la intertextualidad y los razonamientos silogísticos,
que dominaban en los medios académicos.
El poder doctrinal de la iglesia de
Roma, en la primera mitad del siglo XVI, se fracturó con la protesta reformista
luterana y calvinista. Protesta inicial en contra del relajamiento moral de la
iglesia y del abuso de la autoridad del papa, que tenía implicaciones
doctrinales y dogmáticas más profundas, al tratarse de una reinterpretación de
los textos sagrados de la Biblia y de su traducción del latín al alemán, lo que
ampliaba su campo de lectura. Lutero más allá de criticar la eficacia del
comercio de las indulgencias, para disminuir las penas del Purgatorio, propuso
una nueva interpretación doctrinal de los sacramentos, cuestionando el de la
Confirmación, el Matrimonio y la Ordenación sacerdotal; además, estableció la
predestinación divina opuesta al libre albedrío: la salvación individual
depende de la gracia de Dios otorgada por intermedio de Jesucristo, que es
recibida por la fe y no requiere necesariamente de la intervención eclesiástica
para la redención de los pecados, del sufrimiento en el Purgatorio, como lo proponían
las indulgencias del papa. También, la Reforma rechazó el culto idolátrico a
las imágenes y reliquias sagradas, que había llegado a extremos paganos.
Las tesis protestantes causaron una ruptura
con el poder absoluto, que favoreció la conformación de iglesias independientes,
que recibieron el apoyo de príncipes que deseaban gobernar con autonomía, sin
depender del papa y el emperador. La Reforma, inspirada en el cristianismo
primitivo, propuso una nueva moralidad, en la que cada persona es un sacerdote,
con una conciencia y unos valores éticos individuales, de responsabilidad
directa con Dios, de quien depende su destino, su bienestar, su condenación o
salvación, y con el Estado, con los organismos de gobierno y con el príncipe
gobernante, cuyo poder también depende directamente de la gracia divina y no de
una autoridad eclesiástica subordinada al papa o al emperador. El triunfo social
y económico de las personas fue visto como una gracia de la Divina Providencia,
lo que impulsó la búsqueda del éxito en el trabajo individual.
Como respuesta inmediata a la Reforma,
el papado convocó el concilio de Trento (1545-1562) para establecer la política
doctrinal de la Contrarreforma. En Trento se ratificó la autoridad suprema del
papa bajo la protección del emperador y se reiteró que la Biblia no es la única
fuente de la fe cristiana, sino que está ligada a la tradición eclesiástica,
desde el tiempo de los apóstoles y a la exégesis de los textos de la
Patrística, que son necesarios para ejercer el magisterio universal de la iglesia.
La salvación de las almas depende de la fe en los textos sagrados y de las
acciones de la iglesia. El misterio de la Eucaristía o transustanciación del
pan en el cuerpo de Cristo y del vino en su sangre, es la renovación mística y
sacramental del sacrificio de Jesucristo en la cruz como rito principal de la
misa. Se estableció la Vulgata latina como único texto bíblico verdadero, se
oficializó el catecismo tridentino y se legislo a favor de las imágenes y las
reliquias sagradas, como recursos didácticos indispensables en el culto de las
iglesias y en los procesos de adoctrinamiento.
El locus
religioso de la Contrarreforma fue apropiado para la renovación de antiguas
órdenes religiosas, como la de los carmelitas, impulsada en España por la madre
Teresa de Jesús y el fraile Juan de la Cruz, quienes proponían el encuentro de
amor místico con Dios, y para la fundación de la Compañía de Jesús, por Ignacio
de Loyola (1540), como un vínculo de servicio al papa. Los jesuitas tendrían
como meta expandir la religión cristiana a través de la educación de los
jóvenes en universidades y colegios, con el recurso de los Ejercicios espirituales y la Prédica
de las pasiones, y por intermedio de las misiones que se encargarían de
catequizar los pueblos nativos del Nuevo Mundo y el Lejano Oriente.
Palacio monasterio El Escorial (siglo XVI) (Fotografía de Héctor Llanos V.).
Durante el reinado del emperador Carlos V, en la
primera mitad del siglo XVI, se puede hablar de un renacimiento en España, bajo
la influencia directa de artistas italianos. Un renacimiento propiamente
español en las artes plásticas, la arquitectura, la música, las letras y
ciencias como la geografía, la cosmografía, las matemáticas se dio en el
reinado de Felipe II (1556-1598), como se aprecia en la construcción del real
palacio y monasterio del Escorial por los arquitectos Juan Bautista Toledo y
Juan de Herrera; monumental fábrica que simboliza la unión del poder absoluto,
terrenal y espiritual, de la corona y la iglesia católica, en los claustros y
dependencias reales. El Escorial fue diseñado como una inmensa y austera
fortaleza rectangular de granito para residencia del rey más poderoso de
Europa, que respaldaba y defendía el poder eclesiástico de la Contrarreforma.
No es una rústica fortaleza medieval, sino un monumental palacio renacentista,
diseñado con la proporción áurea clásica. Felipe II es el prototipo del
príncipe renacentista español que construyó su propio palacio, para gobernar
desde allí su imperio y para atesorar en su biblioteca la más valiosa colección
de manuscritos y libros de su reino, y obras de arte de importantes artistas de
su época, que enaltecen los triunfos militares de la Corona, en su galería de
las batallas y la gloria celestial, en los frescos y retablos de la iglesia de
San Lorenzo. El Escorial fue construido como el gran mausoleo del emperador
Carlos V y sus descendientes; tumbas reales de los triunfos y las derrotas del
poder absoluto de España.
La repartición
del Mundo
A partir de los viajes de Cristóbal
Colón y de los navegantes portugueses que bordearon las costas occidentales de
África, la repartición política del Nuevo Mundo, entre las coronas de Portugal
y España, fue hecha por el papa español Alejandro VI, con las bulas Inter Caetera (1493), y fijada con la
línea meridional acordada en el tratado de Tordesillas, firmado por las dos
monarquías, en 1494. Al reino de Portugal le fueron otorgadas las tierras
orientales del meridiano, entre las que están las del Brasil descubiertas por
Pedro Álvarez Cabral, en 1500; a España, las islas y Tierra Firme descubiertas
y por descubrir hacia el occidente, que corresponden a la mayoría del
territorio americano. En la bula Universalis
Eclesiae Regiminis (1508), el papa Julio II concedió a los reyes de
Portugal y España el derecho total de intervenir en el nombramiento de las
autoridades eclesiásticas, de administrar los diezmos, organizar comunidades,
disponer de ellas y de intervenir en la administración religiosa, bajo la obligación
de instruir en la fe a los indios del Nuevo Mundo; poder que se conoce con el
nombre de Real Patronato.
La apropiación del Nuevo Mundo fue la
gran oportunidad histórica que tuvo la Corona española de crear el más grande
imperio de Europa. Los Reyes Católicos descubrieron y conquistaron América por
intermedio de capitulaciones y contrataciones con empresas particulares. En los
debates políticos, jurídicos y teológicos, motivados por el descubrimiento del
nuevo continente, se discutió el derecho que tenían los indígenas sobre su
territorio, pero se consideró que
necesitaban quedar bajo la protección especial de la Corona y la iglesia
católica, lo que justificó las guerras de conquista y el dominio de sus
territorios, que fueron adscritos a España como provincias de ultramar y de los
indios infieles como vasallos, que necesitaban ser adoctrinados en las verdades
cristianas. El proceso de conquista produjo una serie de ordenanzas reales
especiales o Derecho Indiano, para legalizar y administrar su gobierno con el
recurso de organismos institucionales creados con tal fin (Real Consejo
Superior de Indias y Casa de Contratación de Sevilla). El dominio de América fortaleció
el poder absoluto de los Reyes Católicos, que no solamente habían logrado el
vasallaje de otros reinos peninsulares e italianos, sino también expandido su
territorio a las islas Canarias y al norte de África.
El Nuevo Mundo y
la Modernidad
La Modernidad en América empezó con las
tres carabelas de Cristóbal Colón, el 12 de octubre de 1492. Es una Modernidad
iniciada por los Reyes Católicos y continuada por los monarcas que les
sucedieron. La América precolombina durante miles de años no había tenido
contacto con el Viejo Mundo; tiempo en el que se construyeron sociedades y
cosmovisiones muy diferentes a los de la tradición Occidental. En América
prehispánica no hubo una edad Clásica equivalente a la de Grecia y Roma, ni
tampoco al Medioevo monoteísta, judeo-cristiano y árabe.
América, colección de grabados antiguos Recueil factice historiques Amérique (1638).
España desempeñó el papel histórico de
conquistar la realidad aborigen americana, de arruinar sus culturas, para
implantar y expandir el horizonte de Dios Mundo. Desde las primeras
experiencias en las islas del Caribe y luego, en la Tierra Firme, la monarquía
construyó el dominio político, jurídico, económico, social y cultural del nuevo
continente. Como se trataba de la apropiación de inmensos territorios con una
naturaleza desconocida y del sometimiento de sus aborígenes, la Corona
estableció una conquista y un poblamiento, tanto militar como religioso, en
alianza con el papado, según lo estipulado en el Patronato Regio. La ocupación
espacial se pensó para ser definitiva, se hizo fundando ciudades, teniendo en
cuenta la experiencia vivida por España en la recuperación de su territorio
ocupado por los árabes, aunque paradójicamente se trató de la conquista de un mundo autónomo y no de la reconquista de
los territorios, que les habían sido arrebatos por los musulmanes.
Los Reyes Católicos y sus herederos se
encargaron de crear el Nuevo Mundo, de inscribirlo en la tradición Occidental.
Carlos I y Felipe II conquistaron y colonizaron los territorios, trasladando y
adaptando sus instituciones jurídicas, políticas, educativas, religiosas,
artísticas y demás usos y costumbres. Se fundaron entes territoriales de
gobierno y administración de justicia como virreinatos, gobernaciones,
capitanías, cabildos y audiencias,
subordinados a la autoridad real, con nombres iguales a los de España, a los
que en muchas oportunidades se les agregó el distintivo de nuevo, empezando por
el Nuevo Mundo, Nueva España, Nueva Andalucía y Nuevo Reino de Granada. Lo
mismo sucedió con los nombres de ciudades y villas que recordaban y duplicaban
el lugar donde habían nacido los conquistadores. En otras ocasiones al nombre
español se le agregó el gentilicio americano, como es el caso de Cartagena de
Indias o el nominativo aborigen para diferenciarlo de su homónimo español: San
Sebastián de Urabá, Santafé de Bogotá, Santiago de Cali, San Francisco de
Quito, Guadalajara de Buga. A los indios les borraron sus nombres naturales
simbólicos con el agua del bautismo, para llamarlos con nombres bíblicos y del
santoral.
Anónimo, Castilla de Oro (1594) (Gómez y Bernal, 2010).
Anónimo, Castilla de Oro (1594) (Gómez y Bernal, 2010).
La Modernidad en la que quedó adscrito
el Nuevo Mundo estuvo circunscrita al cristianismo de la Contrarreforma romana y
no al de la Reforma protestante. En la península como en las provincias de
ultramar se establecieron tribunales de la Inquisición para evitar la presencia
de herejes, protestantes, judíos, moros y para combatir las creencias y
rituales religiosos de los indios y los africanos, al ser calificadas como
supercherías e idolatrías. América fue aislada, al prohibirse otros horizontes
de Mundo, otros saberes y artes, que se consideraron sospechosos por no
corresponder con las enseñanzas medievales de Dios arquitecto del Mundo, que dependían
del poder absoluto del rey y el papa, sacralizado por la Gracia de Dios.
El gobierno y la administración
eclesiástica de España también fueron instaurados en América, donde a la par de
la conquista y la fundación de ciudades se crearon arzobispados, obispados, parroquias
y capillas de indios. Las órdenes religiosas regulares y el clero secular,
según el Real Patronato, también establecieron su dominio en provincias y las
nuevas ciudades se poblaron de conventos, monasterios, catedrales, iglesias y capillas.
Los territorios del Nuevo Mundo y sus
habitantes quedaron adscritos a la Corona de España, como provincias de
ultramar y como vasallos, de manera análoga a la de los reinos de la península
ibérica. A diferencia de éstos, en América no se fundaron reinos con casas
gobernantes como las de España, sino entidades de poder político y jurídico
(virreinatos, gobernaciones, capitanías y audiencias) manejadas por
peninsulares dependientes de los organismos centrales del gobierno real,
creados con tal fin, en España.
Cristóbal Colón alza la cruz en el nuevo mundo (1952).
Lo que llegó en
las naves de España
La invención de América fue transportada
en las naves que zarparon de los puertos españoles, desde los primeros viajes
colombinos. En las flotas marítimas se trasladaron a las islas y a la Tierra firme
todas las cosas materiales, intelectuales y espirituales, necesarias para echar
raíces culturales en el nuevo continente; profetas y taumaturgos; seres
sobrenaturales como ángeles y demonios y seres fantásticos como amazonas, unicornios,
sirenas y centauros. Capitanes y soldados con sus armas, con sus fantasías aventureras
y ambiciones de fama y fortuna; misioneros franciscanos, dominicos, agustinos y
jesuitas dispuestos a salvar almas y alcanzar la palma del martirio; monjas
para fundar monasterios y vivir en ellos como las esposas de Cristo; mujeres
para consolidar las familias en hogares cristianos; hidalgos y nobles, como
virreyes, gobernadores, oidores, arzobispos, obispos para gobernar y
administrar la justicia terrenal y divina; médicos, abogados, barberos,
escribanos, alarifes, pintores, escultores y otros dedicados a oficios villanos.
En las naves, como si se tratara del arca de Noé, se transportaron caballos, burros, ovejas,
vacas, toros, cerdos y aves de corral indispensables para la subsistencia de
los colonizadores; recetas de cocina y
alimentos; semillas de trigo para el pan de cada día y para la sagrada forma de la Eucaristía, junto con
botellones de vino, la vid y sus uvas, para extraer el suave licor que alegra
el espíritu y para el ritual de la transustanciación de la sangre de Cristo;
verdes olivos para obtener el aceite de sus frutos, matas de café, caña de
azúcar y recetas de cocina indispensables en la alimentación cotidiana. Además, baúles y arcones con calzados,
telas de lana, brocados, sedas y vestidos profanos y sagrados, acompañados de joyas
y bisuterías; bultos con centenares de libros piadosos, de teología
escolástica, vidas ejemplares, novelas picarescas y de caballería, medicina,
derecho e historia; imágenes sagradas como estampas o trabajadas en metal,
pintadas al óleo o talladas en madera para adoctrinar a los indios y mantener
el culto en los nichos, paredes y retablos de los templos.
El modelo urbano regulado por las cédulas
reales fue el damero romano o retícula, que se aplicó en el trazado de casi
todas las ciudades, localizadas tanto en territorios llanos como en
cordilleras. El plano rectangular será un rasgo distintivo de las nuevas
poblaciones americanas, y aunque era propio de varias ciudades medievales se
diferenciaba de los trazados urbanos árabes y cristianos, caracterizados por
sus plazas y calles estrechas, irregulares y no paralelas, protegidas por
murallas, que respondían más a un patrón orgánico del poder y a la necesidad
defensiva. El plano de las poblaciones fundadas por los españoles se impuso
sobre los diseños de las ciudades indígenas, que respondían a diseños
simbólicos de otros pensamientos políticos, inscritos en cosmovisiones mágicas,
muy diferentes al monoteísmo cristiano, judaico y musulmán.
La elaboración de las leyes y ordenanzas
para la fundación de las ciudades coloniales, reguladas por Felipe II, en 1576,
se basó en tratados de arquitectura italianos inspirados también en los famosos
diez libros de arquitectura de Vitrubio, arquitecto romano del siglo I DC. Los
peninsulares aprovecharon algunos elementos de los poblamientos aborígenes,
como los caminos y los emplazamientos de ciertas ciudades, para construir las
suyas sobre templos y palacios indígenas destruidos, cuyos cimientos y
materiales de construcción fueron aprovechados para beneficio de las nuevas
fábricas.
La ciudad hispanoamericana tuvo una
plaza mayor o axis mundi en el centro
de la retícula urbana. En el perímetro de ella, en sus cuatro lados, se
construyeron los edificios emblemáticos del poder eclesiástico (la catedral),
político y judicial (gobernación, cabildo, audiencia) económico (aduana y
moneda) y la casa solariega del principal capitán de conquista. En las manzanas
contiguas a las de la plaza mayor se asignaron lotes para el hospital,
conventos y monasterios de las órdenes religiosas y para las familias de otros
capitanes transformados en encomenderos y hacendados, que desempeñarían altas
posiciones en los organismos de gobierno municipal. La ciudad fue dividida en
cuarteles o barrios adscritos a parroquias, en donde residieron españoles y
mestizos dedicados a oficios llanos. Los indígenas de servidumbre vivieron en
el perímetro urbano, en ranchos pajizos. Los muertos fueron enterrados en
cementerios adscritos a los templos. En los alrededores de la ciudad se construyeron
otras obras públicas: mataderos, carnicerías, curtiembres, molinos, canteras,
ladrilleras, tejares y hornos de cal.[2]
Los primeros edificios levantados en
América no respondieron propiamente a un estilo renacentista, sino en menor
proporción. Las construcciones con muros de ladrillo y piedra, con cubiertas de
tejas, que reemplazaron a los primitivos edificios de muros de barro, bahareque
y techos de paja, se diseñaron como volúmenes y estructuras góticos y sus
fachadas con portales platerescos, como se usaba en España, en la primera mitad
del siglo XVI. En la isla de Santo Domingo y en México se fabricaron iglesias y
conventos con sólidas mamposterías e imponentes fachadas de piedra, a
diferencia del Nuevo Reino de Granada, donde los edificios fueron de muros de
adobe y menos monumentales. También es sobresaliente en las edificaciones del
Nuevo Mundo, sobre todo en la Nueva Granada, la presencia de diseños
arquitectónicos mudéjares o árabes (arcos y alfices), y de grandes artesonados
de madera a semejanza de palacios, templos y conventos de España. En la
arquitectura eclesiástica también se incluyeron galerías con arcos de medio
punto, sostenidos por columnas monolíticas, algunas con rasgos arcaicos
medievales y otras con elementos clásicos, de fuste liso y capitel toscano o
herreriano, columnillas de balaustre, estípites y grutescos.[3]
Torre mudéjar de la iglesia vieja de San Francisco (capilla de la Inmaculada), Cali (siglo XVIII) (Fotografía de Héctor Llanos V.).
En las naos de España también se
embarcaron artistas acompañados de lienzos, óleos, esculturas y orfebrería para
satisfacer las primeras demandas de iglesias y conventos. Los pintores y
escultores pioneros, lo mismo que las obras traídas, pertenecían más que todo
al estilo de talleres sevillanos. En la segunda mitad del siglo XVI arribó la
influencia de la pintura italiana manierista a Santa Fe de Bogotá y Tunja, con
el pintor romano Angelino Medoro, que luego se trasladó a Lima, y en el Perú
con el hermano jesuita Bernardino Bitti, que sobresale por la calidad de su
obra pictórica.
Los primeros artistas fundaron talleres
con jóvenes aprendices que luego se transformaron en los más destacados
pintores, talladores y orfebres hispanoamericanos. En su condición de artistas
criollos, mestizos o indígenas, no tuvieron la oportunidad de los colegas
peninsulares, para desarrollar sus inventivas plásticas, al verse abocados a seguir o recrear los
ejemplos peninsulares, por intermedio de obras originales, algunos tratados de
arte y láminas grabadas, importados de Italia, Flandes, Francia y Alemania.
Anónimo, San Rafael, Iglesia museo de Santa Clara, Bogotá (siglo XVII), (Instituto Colombiano de Cultura, 1995).
Anónimo, San Rafael, Iglesia museo de Santa Clara, Bogotá (siglo XVII), (Instituto Colombiano de Cultura, 1995).
En el campo literario desembarcaron
algunos conquistadores letrados como Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de la
ciudad de Santafé de Bogotá, que escribió obras como el Antijovio, en la que compagina el espíritu del militar con el arte
de la escritura, propio del ideal humanístico; y el cronista poeta Juan de
Castellanos con sus Elegías de Varones
ilustres de Indias, poema de gran magnitud como La Araucana de Ercila, que narra los hechos de los conquistadores,
a la manera de los antiguos relatos épicos de la antigüedad clásica. Lo
destacado del poema de Castellanos es la forma como expresa la experiencia
americana, que ha vivido en su oficio de conquistador y cronista, sin dejarse
predeterminar por los prototipos literarios de los académicos españoles. En las
crónicas se hallan referencias a escritores clásicos como Aristóteles, Plinio y
Cicerón, que se pueden considerar secundarias, en comparación con los
contenidos fantásticos y moralizantes medievales, que dominan en las
interpretaciones de la compleja realidad natural y cultural del Nuevo Mundo y
en la apologética descripción de los hechos de los conquistadores y misioneros.
Biblioteca de libros antiguos, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá (Ramirez y Giraldo, 2010).
Al lado de las obras de arte, en las
bodegas de los barcos se trasladaron bultos de libros, muy apetecidos por
laicos y órdenes religiosas. Los libros favoritos de los conquistadores fueron
los de caballería de ancestro medieval, seguramente porque sus lectores se
identificaban con sus protagonistas, que eran héroes amantes de las aventuras,
que realizaban hechos increíbles en tierras mágicas (fuente de la eterna
juventud, las siete ciudades míticas) con tesoros, y pobladas de seres
especiales (gigantes, enanos, brujos, princesas). A pesar de que los moralistas
los rechazaron por ser historias
mentirosas que desvirtuaban la realidad, llegaron centenares de ejemplares
a las provincias americanas, convirtiéndose en un lucrativo negocio. Al leer
las crónicas de conquista, se puede pensar que los libros de caballería, como
el popular Amadis de Gaula, publicado
en 1508, avivaron las fantasías y sentimientos y fueron fuente de inspiración o
alimento espiritual de la mente de los conquistadores. Otras obras que tuvieron
gran acogida en las provincias ultramarinas fueron de literatura picaresca como
la Celestina de Fernando de Rojas
(1499) y el Lazarillo de Tormes
(1554), de autor anónimo. Gusto literario que se mantuvo hasta finales del
siglo XVI para culminar con Las aventuras
del ingenioso hidalgo Don Quijote de
la Mancha, del genial Miguel de Cervantes Saavedra, de cuya primera edición
(1605), llegaron centenares de ejemplares a puertos americanos, como Cartagena
de Indias.[4]
Don Quijote de la Mancha, aunque no
posea las ambiciones de un conquistador, es un reflejo de España en el locus de las tierras americanas. Cervantes
expone en los personajes de cada uno de sus capítulos, las idiosincrasias
culturales, las ambiciones, pasiones y locuras de cortesanos, eclesiásticos y
villanos, que vivían en los campos y ciudades de los reinos de España. Como su
título lo indica, el ingenioso hidalgo de provincia, no representa la alta
nobleza, sino los ideales de justicia, los valores éticos y morales del
caballero medieval que posee la voluntad de un hombre moderno, que como
individuo lucha contra viento y manera, con todo lo que se atraviesa en su
camino, sin pensar en las consecuencias, con tal de satisfacer sus obsesiones,
aunque sufra maltratos y desengaños; claro está que con el indispensable soporte
del amor ideal de la bella dama Dulcinea y de su escudero Sancho Panza, de aguda
inteligencia, ingenua picardía y ambiciones de un hombre de campo, no letrado.
Los clérigos se encargaron de traer libros
sagrados, entre los que sobresalen los textos bíblicos y el famoso y perdurable
Catecismo, que tuvo un papel protagónico
en el adoctrinamiento de indios americanos y los africanos esclavizados. Investigaciones
preliminares y recientes sobre las bibliotecas coloniales de dominicos y
jesuitas, muestran que al Nuevo Reino de Granada llegaron ejemplares de libros, la mayoría de
ellos de autores clásicos y medievales, sobre teología, patrística, oratoria,
derecho, medicina, astrología, astronomía, historia romana, sermonarios y
textos bíblicos.
En las primeras bibliotecas conventuales
no hay mayor presencia de tratadistas renacentistas de España o de poetas y
filósofos italianos, como Marsilio Ficcino y Pico della Mirandola. No se han
encontrado libros de humanistas españoles como Luis Vives, pero sí sobre derecho
hispánico, de Rodrigo Suarez y Francisco de Victoria quien sustenta de manera
escolástica que los indios americanos tienen derecho de propiedad sobre
América, aunque legitima la autoridad de España como salvaguarda de un orden
jurídico superior. De Erasmo de Rotterdam se conservan algunas obras, que
físicamente fueron mutiladas, en secciones consideradas heréticas por los
inquisidores. En parte, esta ausencia se puede explicar por el monopolio
oficial ejercido por la corona y la iglesia, manifiesto en los controles de
aduana ejercidos por el tribunal del Santo Oficio, en el mercado de los libros
que se enviaron a América, desde España.[5]
Erasmo de Rotterdam, In Novum Testamentum annotationes (Basilea, 1542). Libro mutilado o censurado por el tribunal de La Inquisición; Biblioteca Pontificia Universidad Javeriana (Ramirez y Giraldo, 2010).
En el campo de la arquitectura y las
artes hay varios elementos estilísticos clásicos, lo que lleva a pensar en la
utilización de algunos libros con grabados renacentistas tardíos o manieristas,
que sirvieron para componer algunos diseños, como los identificados en la
eclética portada de la catedral de Tunja, de volumetría gótica, y en los
frescos de las techumbres de las casas del escribano Juan de Vargas y de Suarez
Rendón, fundador de esta ciudad, pintadas hacia finales del siglo XVI. En
ellas, entre guirnaldas y grutescos hay dioses olímpicos, Júpiter, Minerva,
Diana y Hércules acompañados de animales exóticos y fantásticos como
rinocerontes, elefantes, caballos, monos, un pelícano y grifos, al lado de
frutos y árboles tropicales, todos ellos con significados moralizantes propios
de los bestiarios y dominados por los monogramas de Cristo, la Virgen María y
San José. Sobre las paredes de los templos de indios se narraron con pinturas
murales los principales acontecimientos del Antiguo y el Nuevo Testamento, como
ayudas nemotécnicas en el aprendizaje oral y repetitivo de los catecúmenos.
Fachada ecléctica de la Catedral de Tunja (siglo XVI) (Fotografía de Héctor Llanos V.).
Pintura mural de la techumbre de la Casa de Juan de Vargas, Tunja (siglo XVI)
(Fotografía de Héctor Llanos V.).
(Fotografía de Héctor Llanos V.).
En los galeones también se embarcaron
músicos de capilla con partituras escritas por importantes compositores, por
encargo de las catedrales de México, Santafé de Bogotá, Lima, Cuzco y Sucre. En
la catedral de Bogotá se han encontrado obras sublimes del siglo XVI de los
grandes compositores del Renacimiento español, Cristóbal de Morales, Francisco
Guerrero y Tomás Luis de Victoria, entre otros. El coro de la capilla
catedralicia de Santafé, como el de otras ciudades principales, fue dirigido
por destacados compositores españoles desde el siglo XVI y a lo largo del
período Barroco.[6]
Francisco de Páramo, Libro de Coro, Catedral de Bogotá (1608) (Bermudez, 2000).
En síntesis, se puede decir, que en el
ambiente intelectual y artístico de las recién fundadas ciudades del Nuevo
Reino de Granada coexistieron imaginarios fantásticos y pensamientos
escolásticos medievales (teológicos y moralistas), con referencias literarias
de autores clásicos y con la presencia de rasgos estilísticos manieristas,
sobre todo durante la segunda mitad del siglo XVI. Por eso, los historiadores
del arte no establecen un período renacentista americano, como si lo harán para
referirse a los siglos XVII y XVIII, al auge de la arquitectura, las artes
plásticas, la música y la literatura del Barroco hispanoamericano. Esplendor
cultural que en España corresponde con el llamado Siglo de Oro de las letras y con el Barroco artístico impulsado por
el espíritu doctrinal de la Contrarreforma.
Los campos y mares de las provincias
hispanoamericanas no fueron el escenario de las violentas guerras religiosas de
católicos contra turcos y protestantes, pero sus galeones si fueron objeto de
saqueos, lo mismo que los puertos de Tierra Firme por parte de corsarios de los
reinos de Inglaterra, Francia y Holanda, que compitieron con España por el
dominio de los mares. En las provincias americanas, más allá de la distancia de
la mar Océana que las separaba de Europa,
no se pretendió construir la ciudad utópica renacentista con sus ideales
clásicos neoplatónicos; a ellas se trasladaron en las naos la Contrarreforma,
la ontoteologìa escolástica acompañada de los seres fabulosos de los bestiarios,
el misticismo y los usos y costumbres de
la picaresca del siglo de Oro, a partir de los cuales se construyó el
teatro del Mundo hispanoamericano, del esplendor y decadencia del Trauerspiel o drama barroco, con todos
sus misticismos, pasiones, engaños y desengaños, como experiencia de la
Modernidad.
En las provincias ultramarinas se
produjo una realidad cultural a semejanza de España, pero diferente en su
magnitud e idiosincrasia, producto de la imposición de lo hispánico al mundo
aborigen americano y africano. La arquitectura, la literatura y demás artes americanas
no poseyeron la autonomía del barroco de la metrópoli, pero sí tuvieron la
creatividad y frescura provincianas. A diferencia del Nuevo Reino de Granada, el
Perú y la Nueva España fueron virreinatos desde el siglo XVI, tuvieron una
imprenta y sobre todo en México se construyeron grandes catedrales, iglesias y
conventos con muros de mampostería y suntuosos portales tallados en piedra. Lo
peculiar y atractivo del drama barroco neogranadino, de sus creaciones literarias,
arquitectónicas y artísticas, es precisamente su carácter atemperado o
mesurado.
La sociedad
colonial
España instituyó en sus provincias
americanas un sistema social de castas basado en la limpieza de sangre. En el primer
lugar de la jerarquía estaban los españoles, luego, los de sangre impura, los indígenas,
los africanos y los mestizos resultante de la unión entre estos pueblos y
aquellos. Como lo expone fray Bartolomé de las Casas en su obra Apologética Historia Sumaria, la
sociedad de castas tiene fundamentos filosóficos y teológicos que sustentan una
visión geocéntrica, de acuerdo con las sagradas escrituras del Antiguo
Testamento y autores clásicos como Aristóteles, Tholomeo, Hipócrates, Plinio, y
medievales como Agustín de Hipona, Alberto Magno, Tomás de Aquino, Isidoro de
Sevilla y Avicena.
Fray Bartolomé de las Casas.
En las sagradas escrituras se narra que
las razas de sangre impura son descendientes de Caín, autor del primer
homicidio y de Cam el hijo de Noé, quien lo maldijo al no sentir vergüenza y
respeto cuando lo vio borracho y desnudo en su tienda, por haber ingerido
demasiado vino, a diferencia de sus hermanos Sem y Jafet, cuyos descendientes
constituirán las demás razas de la humanidad, bendecidas por su padre, después
de la catástrofe del Diluvio Universal.
Las causas naturales de las razas
impuras se atribuyen al cielo y al clima del lugar donde viven los seres
humanos: los de climas medios, como los españoles e italianos, poseen mayores
capacidades intelectivas y morales, a diferencia de los habitantes de climas
extremos (fríos y tropicales), como los indios y los etíopes o negros. Al mismo
tiempo, se establece que los pobladores de climas medios tienen la capacidad de
ser civilizados, a diferencia de los otros pueblos que son salvajes y bárbaros.
Estos últimos, por no poseer suficientes cualidades intelectivas y morales, no
pueden gobernarse y necesitan por lo tanto de ser gobernados por aquellos.[7]
A los capitanes de la conquista, como
recompensa, les fueron otorgadas mercedes reales, el título de adelantado o
gobernador, beneficios económicos, un solar para su casa señorial en una de las
manzanas que bordean la plaza principal de la recién fundada ciudad, centenares
de indígenas encomendados para pagarle un tributo en trabajo o en especie,
tierras de estancias o haciendas y los beneficios de ocupar cargos políticos y
administrativos en el gobierno civil,
militar y eclesiástico, de las ciudades. Dichos capitanes o sus hijos
establecieron alianzas matrimoniales entre ellos, configurando un árbol
genealógico señorial, lo que garantizó la permanencia de sus privilegios, de
generación en generación, renovándose esporádicamente con el ingreso de un
español peninsular, recién llegado al Nuevo Mundo. La ley del mayorazgo también
les garantizó la permanencia de su estatus de hidalguía.[8]
Joaquín Gutierrez, Don Jorge Miguel Lozano de Peralta, Marqués de San Jorge, Museo Colonial, Bogotá (siglo XVIII)
En América germinaron los criollos, los
hijos de los conquistadores españoles nacidos en el nuevo continente, aunque
hidalgos y con privilegios, fueron diferenciados, no por cuestiones de sangre,
sino por asuntos políticos, al quedar sujetos a la nobleza peninsular, que
desempeñó los principales cargos en las colonias. La subordinación de los
criollos se justificó por haber nacido en las lejanas provincias ultramarinas,
que la corona necesitaba controlar directamente.
Vicente Albán, Escuela quiteña, Indio Yumbo de las inmediaciones de Quito, Museo de América, Madrid (siglo XVIII).
William Blake, Un negro colgado vivo por los costados, Londres (1796).
Los pueblos indígenas fueron otorgados
por la corona como servidumbre a los capitanes de conquista y sus descendientes
como encomenderos, a quienes debían pagar un tributo dos veces al año, además
de su concurso obligatorio en los trabajos de las mitas, en las minas y obras
públicas. Cada pueblo habitó en tierras de resguardo bajo la jurisdicción de un
cura doctrinero, que se encargaría de adoctrinarlos al son de campana. La casta
de los negros africanos esclavizados no tuvo ningún derecho y estuvo sometida a
la autoridad del amo, que podía disponer de su vida, para beneficio personal. Fueron
obligados a duros trabajos en haciendas y minas.
Anónimo, Escuela andina, Mestizo con india producen cholo, Museo Nacional de Antropología, Madrid (1770).
Los mestizos se clasificaron de acuerdo
con el porcentaje de sangre española que tuvieran, conformándose un detallado cromatismo
racial, que produjo el comportamiento social del blanqueamiento o incremento de
la sangre pura en las uniones de cada generación de mestizos, lo que les
ofreció la posibilidad de ser algún día blancos, o al menos, el imaginario de
sentirse y comportarse como ellos. Por ser poseedores de un porcentaje de
sangre pura tuvieron acceso a ciertos beneficios, al ser reconocidos por sus
progenitores españoles, como estudiar en colegios mayores o universidades y en
algunas oportunidades a ocupar cargos de gobierno; la mayoría se dedicó a
oficios artesanales en las villas y ciudades.
Además de las castas, como ha sucedido
en los procesos de conquista y colonización de pueblos y sus territorios, en el
sometimiento de sus habitantes, también se ha engendrado, además de
resistencias, sincretismos y mestizajes, una mentalidad, un fenómeno cultural
que se ha llamado el ladinismo:
El
ladino surge cuando se presentan realidades sociales y culturales colonizadas.
No se trata de un comportamiento individual aislado, sino que se puede hablar
de ladinismo como un fenómeno social y cultural policlasista que constituye una
manera de pensar y actuar. En la historiografía sobre la Colonia, los
investigadores han preferido hablar del mestizo como el resultado de los
procesos de conquista y colonización. Pero, el mestizaje hace referencia a
connotaciones físicas raciales y al resultado que integra elementos
sociales y culturales del colonizador y
el colonizado, prestándose a interpretaciones que ocultan el carácter
destructivo e impositivo del colonizador. Es importante destacar y diferenciar
el ladinismo como un comportamiento estratégico de ciertos conquistados, que en
lugar de confrontar al colonizador y tratar de defender su identidad cultural
propia, de manera estratégica, como mecanismo de supervivencia y a cambio de un
beneficio personal, le prestan favores serviles muy necesarios al amo, como lo
es el oficio de traductores. En este sentido los ladinos son personas que
generan desconfianza, porque al evitar confrontar la realidad directamente
pueden comportarse como traidores, como oportunistas que actúan a favor del
mejor postor, con tal de lograr un beneficio personal. Se puede decir que el
ladino, al traicionar su identidad cultural original, se transforma en un ser
camaleónico, que de manera oculta cambia de parecer de acuerdo con las
circunstancias. En el fondo el ladino, por ser una persona temerosa, se vuelve
recursivo para crear apariencias con las que puede lograr lo que se propone,
sin necesidad de confrontar la realidad y mucho menos sin pretender cambiarla.
El ladino se puede distinguir por sus comportamientos ingeniosos pero hipócritas,
aduladores, cortesanos y por utilizar un lenguaje eufemístico o retórico.[9]
A excepción de algunos mestizos y
caciques de indios, los españoles peninsulares y los criollos, por ser limpios
de sangre, tuvieron el beneficio de ser letrados, de acceder al mundo de la
educación superior en seminarios, colegios mayores o universidades, regentados
por las órdenes religiosas. Educación profesional orientada por la ontoteologìa
Escolástica con algunas variaciones definidas por el carácter doctrinal propio
de franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas.
Los pueblos indígenas, los africanos y
toda la variedad cromática del mestizaje fueron obligados a recibir las
enseñanzas orales y memorísticas, con ayudas nemotécnicas, del Catecismo de la doctrina Cristiana, que
regularían todos los comportamientos culturales de sus vidas cotidianas, desde
el nacimiento hasta la muerte.
Catecismo del Santo Concilio de Trento, Madrid (1761).
El Catecismo
se puede calificar como un exitoso manual cultural universalizante, como una
pequeña Suma teológica de la doctrina cristiana, lo que explica su eficacia y
que haya perdurado sin cambios estructurales desde la edad Media hasta el
presente, con lógicas adecuaciones lingüísticas, en cada época:
El
Catecismo fue concebido como un texto globalizador y programático, cuyos
contenidos normativos y dogmáticos son las verdades sacralizadas fundacionales
de la constitución de la iglesia católica como el Estado Universal. El Catecismo
es un escrito estructurado que establece un sentido a los comportamientos
culturales por intermedio de los discursos fundamentales e interrelacionados:
el creer y el obrar para poder alcanzar la gracia de Dios y por lo tanto la
meta final, o sea, la salvación del alma.
En
primer lugar, a los indígenas [y demás catecúmenos] se les enseñaba el creer, por intermedio de
los Doce actos de Fe de los Apóstoles o Credo que sustentan el principio de
autoridad de la Trinidad y de la Iglesia (credo: en Dios, en Jesucristo, en el
Espíritu Santo, en la Virgen María y en la Iglesia). En segundo lugar, los
indígenas aprendían el obrar o los códigos morales que regulan los
comportamientos de los cristianos en la sociedad, para poder alcanzar la gracia
de Dios (Mandamientos de Dios, de la iglesia y las Obras de Misericordia Espirituales
y Corporales).
Los
catecúmenos al aceptar los actos de Fe y los códigos morales estaban en la
obligación de recibir los Sacramentos o rituales sagrados que regulan el ciclo
vital de los cristianos: el Bautismo con el nacimiento, la Confirmación en la
edad de la toma de conciencia infantil, la Penitencia a lo largo de toda la
vida y como preparación para la Comunión o Eucaristía, el Orden o definición
por el estado sacerdotal en la juventud o el Matrimonio como base de la
organización social, para finalizar con la Extremaunción, ante la proximidad de
la muerte.[10]
El poder de la Retórica
Las últimas décadas del siglo XVI y las
primeras del XVII fueron un período de estabilidad en las colonias americanas.
La mayoría de las poblaciones indígenas ya habían sido conquistadas, repartidas
en encomiendas y sometidas como servidumbre a un proceso de adoctrinamiento.
Las riquezas acumuladas de oro y plata se invirtieron en la renovación o
construcción de nuevos edificios gubernamentales, conventos, colegios mayores,
catedrales y casas señoriales. En términos generales se puede decir que este bienestar
artístico fue impulsado por el espíritu doctrinal de la Contrarreforma, que en
América tuvo la ocasión de establecerse y desarrollarse con gran esplendor. El
Barroco es el arte de la Contrarreforma, es un arte de vivir, una manera de
pensar, sentir y actuar y por lo tanto el ethos
que floreció en América, durante los siglos XVII y XVIII.
Desde el siglo XVI, los conocimientos
estuvieron, sobre todo, en manos de las órdenes religiosas que habían creado
colegios mayores y universidades con el fin de capacitar los nuevos clérigos y
laicos. La enseñanza de los medios académicos fue orientada por la ontoteologìa
escolástica y renovada por algunos miembros de la Compañía de Jesús. Los
procesos de aprendizaje eran tautológicos en tanto estaban predeterminados por
el razonamiento silogístico de Aristóteles, en el que la premisa inicial que se
propone, se cuestiona con el fin preestablecido de ratificarla, en la
conclusión final.
El lenguaje propio de los escolásticos
fue el arte de la Retórica, recurso propuesto desde la antigüedad romana como
medio educativo de la persuasión, y modernizado por Giambattista Vico, entre la
segunda mitad del siglo XVII y primera del XVIII. El fin primordial de los
retóricos no fue explicar la realidad, como lo habían hecho los filósofos desde
los tiempos de la antigua Grecia, sino hacer invenciones literarias, poéticas
elocuentes con el recurso de los tropos. Un rasgo estilístico de la escritura retórica
fue el uso de las metáforas hiperbólicas, de acuerdo con la poesía de Luis de
Góngora. En algunas ocasiones, los retóricos enfatizaron los contenidos culturales
(culteranismo) y en otras, el manejo conceptual (conceptualismo), aunque es
difícil separar un énfasis del otro. Esta es la situación de los escritores
neogranadinos Pedro de Solís y Valenzuela, Hernando Domínguez Camargo, Juan de
Cueto y Mena, Andrés de San Nicolás y francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla:
Los
retóricos conceptistas y culturalistas más que adoctrinadores y filósofos,
fueron creadores de invenciones metafóricas en las que integraron figuras
clásicas del humanismo renacentista a sus creencias y moralidad cristianas. Con
los tropos se creó un discurso literario en el que se establecieron semejanzas
entre palabras con significados diferentes, entre el efecto y la causa, entre
dos sujetos y entre el todo y la parte, Sus juegos literarios subvirtieron la
rígida metodología del proceso del conocimiento escolástico de la lectio, el
dictatio y la disputatio.[11]
Misticismo y
prédica de las pasiones
En la República de las letras del siglo XVII no todos sus miembros se
dedicaron al arte de la retórica, porque hubo personas que llenaron la soledad
de sus vidas, escribiendo sus experiencias íntimas con Jesucristo, imitando el
ejemplo de la reformadora y mística española, la madre Teresa de Jesús, cuya
influencia se expandió hasta las provincias ultramarinas. Por excelencia, Sor
Juana Inés de la Cruz, ha sido calificada como la máxima poetiza de América, en
tiempos coloniales. En el medio intelectual neogranadino sobresalen Los afectos espirituales de la monja Francisca
Josefa de Castillo, que escribió en la vacía penumbra de su celda, del convento
de Santa Clara la Real, de la ciudad de Tunja. En uno de sus afectos expresa:
[…]
me hallé una noche en sueños con Nuestro Señor crucificado en el aire, sin
estar clavado en cruz, de modo de que yo con mis brazos extendidos tenía y
sustentaba con mis manos las suyas, con mucha fatiga y cansancio, aunque con
grande ánimo y consuelo, porque me parecía que aliviaba la fatiga y trabajo con
que se mostraba nuestro Señor hasta que al cabo de algún tiempo me hallaba
sentada, y que el Señor caía muerto en mi regazo, y yo lo cubría con mi
mantellina, y encubría de las religiosas […][12]
Anónimo, La Piedad, Iglesia museo de Santa Clara, Bogotá (siglo XVII) ( Instituto Colombiano de Cultura, 1995)
Además de las obras místicas, también algunas monjas escribieron autobiografías en la intimidad del convento, por mandato de su confesor o director espiritual, que trascendieron en el medio social como vidas ejemplares, como modelo femenino de sacrificio y santidad, ya sea oralmente o en algunas oportunidades por haber sido editadas.[13]
Una obra más trascendental fueron Los Ejercicios espirituales escritos por
Ignacio de Loyola y la Prédica de las
pasiones, que como un nuevo lenguaje de la modernidad ha jugado un eficiente
papel en la orientación del comportamiento cultural de los católicos, desde los
tiempos coloniales hasta el presente. Desde entonces, el cristiano moderno, de
manera individual, ha podido meditar o hacer su propio examen de conciencia;
sentir con su imaginación los dolores del pecado, para liberarse de ellos, al
aceptar su culpabilidad y de esta manera reencontrarse con la autoridad suprema:
Loyola
consideró que el ejercitante, aislado del mundo de la cotidianidad y con la
ayuda de un director espiritual, podía encausar sus potencialidades
(entendimiento, memoria y voluntad) hacia una compositio loci, que le
permitiría contemplar estados emocionales en los que es posible ver, oír, oler,
gustar y tocar con la imaginación, los dolores de la Pasión de Cristo, los
sufrimientos causados por los pecados que llevan a los horrores del Infierno y
de esta manera lograr un arrepentimiento, para alcanzar un estado espiritual
que lo llevaría, por su propia voluntad, a disfrutar de la plenitud de la
gracia del Cielo. El ejercitante no olvidaría la experiencia vivida y guardará
en su memoria el temor al pecado, a la culpa y al castigo, para alcanzar un verdadero
arrepentimiento que lo llevaría a desear voluntariamente, el amor y la gracia
de Dios.[14]
Los neogranadinos fueron educados con
las enseñanzas doctrinales del Catecismo,
los sermones evangélicos, las vidas ejemplares de santos y mártires y cuentos o
pequeñas historias moralizantes. Una obra sobresaliente, porque aplica la
propuesta ignaciana de la Prédica de las
pasiones, fue escrita por el jesuita misionero Juan de Ribero y publicada
en 1742. Se trata del Theatro de el
desengaño, en que se representan las verdades catholicas, con algunos avisos
espirituales a los estados principales, conviene a saber, Clérigos, Religiosos
y Casados, Y en que se instruye a los mancebos solteros para elegir con acierto
su estado, y para vivir en el interin en costumbres Christianas.
El Teatro
del Desengaño es una puesta en escena, mental y emocional, de muchas
parábolas que son contadas como acontecimientos de la vida real, aunque no lo
parezcan, por el patetismo con que son relatadas. Al leerlas o escucharlas, la
impresión emocional que causan es de miedo o terror al mal personificado en
pecadores, que sufren tormentos demoníacos y la condenación de su alma.
Definitivamente, el padre Ribero tiene una intención educativa moralizante:
El
padre Ribero, al final de su obra, después de haber definido y calificado los
estados (clerical, soltería y matrimonio), se parcializa, como era de
esperarse, para que el joven, ante el desengaño de la vida, siga el ejemplo del
eremita que abandona las vanidades terrenales. El Teatro del Desengaño es un
texto moralizante que de acuerdo con la Prédica de las pasiones jesuítica,
lleva a la mente del lector a contemplar o imaginar como propias las dramáticas
y morbosas historias narradas, para encausar su deseo hacia los estados
espirituales.[15]
El deseo del sufrimiento
En la mente de todos los jóvenes
clérigos que deseaban ser trasladados al Nuevo Mundo o Asia como misioneros estaba
alcanzar la palma del martirio, causada por salvajes o bárbaros. El Nuevo Mundo
fue el espacio apropiado para fomentar el sacrificio de monjas o sacerdotes,
que sometieron sus cuerpos a torturas extremas para liberar el alma de las
pasiones del Mundo, el Demonio y la Carne. Los mártires transformaron sus
acciones en vidas ejemplarizantes, en un medio social, que trascendió más allá
de las fronteras del país en el que habían ofrendado sus cuerpos.
El martirio es uno de los cimientos del
Cristianismo; Jesús (segundo Adán), Dios e hijo de Dios encarnado en la Virgen
María (segunda Eva), aceptará humildemente el destino establecido por su padre
divino, de sufrir como hombre las afrentas y torturas de su pasión y muerte,
crucificado, en el monte del Calvario, donde estaba enterrado Adán, para
redimir la culpa de la humanidad, cerrando así el ciclo cósmico iniciado con el
pecado original en el Paraíso terrenal, de acuerdo con las escrituras sagradas
del Génesis. Esta actitud de sacrificio redentor había sido ratificada por los
primeros mártires del Cristianismo. Todo cristiano, desde su infancia aprende y
acepta que los sufrimientos son inherentes a la vida y que hay que aceptarlos
con resignación para alcanzar la plenitud celestial, siguiendo el ejemplo de
Cristo, los primeros mártires y las vidas de santos.
Anónimo, Martirio de Pedro Ortiz de Zárate, S. J., Iglesia museo de Santa Clara, Bogotá (siglo XVII) (Instituto Colombiano de Cultura, 1995).
Misioneros convencidos de que su
religión era la única universal y verdadera, se introdujeron en los bosques
tropicales con climas ardientes, para adoctrinar y salvar las almas de los
indios salvajes. Varios se enfrentaron con chamanes aborígenes, creando el
espacio apropiado para rituales de vida y muerte, en el que la víctima
propiciatoria para el sacrificio era el misionero, que estaba dispuesto a
entregar su vida:
Definitivamente,
el poder propiciatorio de vida y muerte de los sacrificios humanos practicados
por los aborígenes en tiempos prehispánicos fue sustituido por el ritual
sacralizado de los mártires. Como el fin justica los medios, la muerte atroz de
muchos aborígenes por parte de los colonizadores no fue considerada como un
martirio, sino interpretada como algo innato a la guerra justa impulsada por
Europa católica contra los infieles o idólatras. Para que una persona fuera
considerada mártir necesitaba ser cristiana. Desde entonces surgiría en América
otro hito de la tradición Occidental, la justificación del sometimiento o
destrucción de los infieles o bárbaros y la aceptación apologética del
sacrificio de los mártires, en tanto morían como testimonio de la religión
verdadera.[16]
Otra alternativa de sacrificio que
tuvieron los cristianos fue ingresar en los claustros conventuales para dedicarse
a la oración y combatir los goces materiales. Era una manera de sufrimiento
auto-infligido, como lo hizo Rosa de Santa María, de Lima, siguiendo el modelo
ejemplar de la vida de Catalina de Siena, del siglo XIV, en el que se narran
experiencias extremas de dolor. Rosa de Lima se convirtió en la primera mujer
nacida en América que alcanzó los altares de la santidad, sin necesidad de ser
sacrificada por los nativos:
Rosa
alcanzó sus estados de plenitud mística por intermedio de la permanente oración
y bajo el requisito de torturar su cuerpo y padecer enfermedades. Los medios
utilizados fueron los ayunos a lo largo de su vida, desde la edad de diez años;
desde los quince hizo voto de no volver a consumir carne y se alimentó
parcialmente con algunas semillas y vegetales; los días de comunión se negaba a
comer porque Nuestro Señor le dijo: Yo soy la verdadera comida y bebida.
Además
de negarse permanentemente a comer alimentos, también desde niña se azotó.
Recién tomó el hábito, usó como silicio dos ramales de hierro que luego cambió
por una disciplina de hilo, con la que se azotaba todas las noches; de acuerdo
con su confesor desde sus tiernos años, trajo un silicio de tres dedos de ancho
a manera de rallo (lámina metálica perforada para rallar alimentos), luego usó
unas cadenillas hechas de hierro de alambre con unos garfios, que es riguroso,
lo cual ponía en brazos, muslos y cintura.[17]
El poder de las
imágenes sagradas
Una de las más importantes tradiciones
de la iglesia romana ha sido la veneración y el culto de las imágenes sagradas
y reliquias de Cristo, mártires y santos, establecido a partir del Concilio de
Nicea, en el año 787. La iconodulia ha sido fundamental para la enseñanza de la
doctrina cristiana y la renovación de la fe. En tiempos barrocos las imágenes
adquirieron el valor de ser protagonistas del drama humano:
El
catolicismo consideró la vida como un teatro del desengaño, en el que todas las
efímeras vanidades conducían hacia la muerte, hacia el Juicio Final, en el que
se establecería la eterna condenación o salvación del alma. La cosmovisión
católica barroca se concibió como el teatro del mundo de Calderón de la Barca
para quien la vida es un drama en el que actúa el destino de los seres humanos,
con sus desilusiones y engaños, entre la verdad y el ensueño y ante la certeza
del sueño de la muerte.[18]
En el concilio de Trento se reiteró y fortaleció
el poder de las imágenes como medio indispensable para el adoctrinamiento, lo
que promovió la creatividad en las artes y la arquitectura barrocas en España y
en sus remotas provincias americanas:
Entre
las peculiaridades del arte barroco español de carácter religioso se encuentra
el naturalismo o realismo antropomórfico, con que se representaron y expresaron
los contenidos sagrados de la doctrina católica, de manera dramática o sublime,
que en varias oportunidades alcanzó niveles patéticos. De acuerdo con el dogma
de Cristo, como Hijo de Dios encarnado en la Virgen María, el realismo
antropomórfico, al estar determinado por una metafísica sagrada, creó un arte
en el que lo natural y lo sobrenatural se integraron de manera sublime, para
mover los sentimientos y las pasiones humanas. Los límites entre el dolor y la
alegría, la belleza y el sufrimiento, la grandeza y la pobreza, la gravedad y
el éxtasis se diluyeron en la espiritualidad de los rostros, las manos, las
cabelleras ensortijadas y los pliegues y repliegues de los vestidos que
ondulantes cubrían los sensuales y bellos cuerpos sagrados representados. Los
rostros, cuerpos y manos adultos o juveniles fueron velados con una aureola de
atemporalidad, de eternidad, en una tensión dramática acorde con sus
significados de majestad, pureza, bondad, sacrificio, éxtasis o plenitud.[19]
Al visitar las grandes catedrales, las
iglesias de las órdenes religiosas y los templos doctrineros de los pueblos de
indios de los virreinatos de la Nueva España, el Perú y el Nuevo Reino de
Granada, construidos a partir del siglo XVII, al recorrer sus naves y al mirar
sus altares principales y laterales con sus retablos cubiertos de oro, que
brillan en medio de la penumbra que domina en los espacios sagrados, se viven
experiencias extremas. Los retablos fueron tallados por ebanistas que más
parecen orfebres o plateros, por la maestría con que cubrieron toda la
superficie de madera con relieves de figuraciones geométricas, grutescos,
querubines y plantas y frutos. Los retablos fueron diseñados en planos como
arquitecturas urbanas en las que hay cuerpos y calles, donde habitan en
secuencia programática los seres sagrados, pintados y tallados, en nichos
enmarcados por elegantes columnas, que están ubicadas de manera simétrica; sus exuberantes
formas y decoraciones no tienen límites, rompen la sobriedad de los órdenes clásicos.
Retablo mayor del templo doctrinero de Tópaga, Boyacá (siglo XVII) (Fotografía de Héctor Llanos V.).
Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, El Pecado Original y el misterio de la Inmaculada Concepción de María, Colección Comunidad Agustina, Bogotá (siglo XVII), (Museo Nacional de Colombia, 2002).
Las iglesias barrocas responden a los
mandatos del concilio de Trento, que además de fortalecer la autoridad papal,
buscan enaltecer la gloria doctrinal de los misterios y logros de la iglesia
romana, como recurso propagandístico de la fe, para despertar la espiritualidad
y el pathos de los creyentes. En cada retablo está presente un programa
iconográfico con un contenido narrativo particular, de acuerdo con la
advocación asignada por las órdenes religiosas. Cada retablo es un libro
iconográfico, apologético, cuyos significados simbólicos y alegóricos se pueden
leer en un orden preestablecido. Esto explica la abundancia de imágenes
sagradas en sus respectivos nichos, con expresiones sublimes, en sus rostros y
cuerpos serenos o en éxtasis, que en algunas ocasiones flotan en el vacío,
sostenidos por un viento celestial ascendente.
Detalle del vestido de la Virgen del Rosario, Colección del Convento de Santo Domingo, Bogotá (sin fechar).
En las iglesias barrocas sobresalen los
altares dedicados a promover el culto a la pasión de Cristo, con imágenes
talladas o pintadas, de manera patética, en las que impactan su realismo
dramático, el rostro con sus ojos sangrantes, cargados de dolor y angustia y el
cuerpo flagelado, cubierto de moretones, llagas y chorros de sangre que
descienden por la piel, del condenado a morir en la cruz. El creyente al mirar
estas dolorosas imágenes, incorpora con su imaginación, el dolor y la tristeza
causados a Cristo por culpa de sus pecados.
Cristo flagelado, Colección del Convento de Santo Domingo, Bogotá (sin fechar).
Apariciones
milagrosas
En el Nuevo Reino de Granada, como en
todas las provincias americanas, se produjeron apariciones milagrosas de la
Virgen María y Jesucristo, configurando en el Nuevo Mundo una geografía de
espacios sagrados, en los que surgirán santuarios para la veneración de
imágenes, por parte de miles de peregrinos que acudirán a ellos en romerías, a
la búsqueda de sus prodigios. Entre ellas, sobresale la renovación milagrosa
del cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, en cercanías de la
ciudad de Tunja, las apariciones de Nuestra Señora de la Peña, en los cerros
tutelares de Bogotá y de la mestiza Virgen del Rosario de las Lajas, en tierras
del sur, próxima a la ciudad de Pasto.
Anónimo, Taller Neogranadino, Nuestra Señora de Chiquinquirá, Colección Hernando Santos (siglo XVII) (Banco de la República, 2000-01).
De todos estos hechos prodigiosos se
destaca el caso de Nuestra señora del Rosario de Chiquinquirá, porque su culto
trascendió más allá de las fronteras neogranadinas, adquiriendo un prestigio internacional.[20]
A diferencia de otros lugares, no se trata de la aparición directa de la
Virgen, sino de la renovación milagrosa de un cuadro pintado por Alonso de
Narváez, en el año 1556, para la capilla de los Aposentos de Chiquinquirá. La
fama del cuadro se incrementó por una serie de prodigios, que no sólo trajeron
beneficios a fieles devotos, sino que sirvió para aplacar pestes como la
viruela y calamidades naturales como sequías, en diversas regiones, a donde era
trasladada con tal fin. Hechos milagrosos que fueron recopilados por el padre
Pedro de Tobar y Buendía, perteneciente a la Orden de Predicadores encargada de
la protección y construcción del santuario mariano, publicado en el año 1694.
En una ocasión, cuando la imagen fue llevada en procesión a la ciudad de Tunja,
por segunda vez, en el año 1633, se produjeron fenómenos admirables, al ser
sacada del santuario:
Tres
cosas se observaron muy dignas de reparo en ellos [los animales] y en la región etérea y celestial. La
primera fue haberse puesto el día muy oscuro, lóbrego y triste, ocultándose el
sol y escondiendo sus rayos en una densa nube que causaba temor el verla. La
segunda fue que, al salir de la plaza la Madre de Dios, comenzaron los perros a
dar espantosos y extraordinarios aullidos. La tercera fue que una manada de
ovejas que estaba en un sitio llamado del Calvario, cuatro cuadras distantes
del camino por donde pasaba la procesión, salieron al encuentro, dando
repetidos y tristes balidos; y sin que persona alguna las pudiera detener se
incorporaron en la procesión, no omitiendo de balar hasta que las espantaron
con mucha diligencia, quedando todos con nueva admiración ponderando el
misterioso sentimiento, cual era capaz de demostrar aquel brutal y nuevo
extremo.[21]
Magia y
creencias populares
Debido a una conceptualización
evolucionista se ha pensado que los pensamientos mágicos son exclusivos de las
llamadas culturas primitivas, anteriores a la organización social y política
del Estado, tanto en el pasado como en el presente. Las creencias mágicas han
perdurado a lo largo de los procesos históricos y se encuentran en todas las
sociedades, aún en aquellas en las que los pensamientos religiosos se han
transformado en una doctrina institucionalizada, a cargo de un grupo de poder
sacerdotal jerarquizado, adscrito al culto de deidades en un templo y vinculado
al poder político.
La magia, en términos generales es algo
propio de cada ser humano, es una manera holística de percibir e interpretar la
realidad, en la que los fenómenos naturales son entes espirituales que
interactúan con los seres humanos, y de esta conjunción surgen creencias y modos
de comportamientos culturales que explican y le dan sentido a la realidad. En
todas partes, en las montañas, cuevas, ríos, lagunas y en el cielo existen seres
con energías poderosas de las que depende la existencia de los seres humanos.
José Gumilla, ritual de curación indígena, en El Orinoco Ilustrado (1791).
José Gumilla, ritual de curación indígena, en El Orinoco Ilustrado (1791).
En tiempos coloniales, desde la llegada
de las primeras embarcaciones de Colón, se encontraron los milenarios saberes
religiosos aborígenes de las sociedades americanas y africanas con los
postulados doctrinales cristianos, todos ellos impregnados de creencias
mágicas. En la mente de los colonizadores llegaron al Nuevo Mundo creencias
mágicas de ancestro medieval, que se encontraron con los pensamientos nativos,
de los que surgieron las religiosidades populares. Los andróginos ángeles
combatieron con poderosos jaguares y serpientes tutelares; el apóstol Santiago,
montado en su hermoso corcel blanco, aniquiló miles de indios en los campos de
batalla; los primeros conquistadores españoles, que navegaron el inmenso río
que parecía un mar interior, vieron en sus orillas a las amazonas; en las
selvas, los misioneros dudaron en bautizar una bestia peluda, por ser mitad
animal, mitad humana; el canto de ciertas aves anunciaba las lluvias o
desgracias en los campos; en los claustros de los conventos se aparecieron
almas en pena y en las calles de Tunja muchas personas vieron, en las frías noches,
al Demonio y al judío errante; los caminantes se horrorizaron con visiones de duendes
y seres como la Llorona o la Madre monte en los caminos y selvas.
Frei André Thevet, Fiera que vive del viento, en Cosmographie Universelle, París (1575).
Todo este locus cargado de magia explica la importancia que tuvo el culto a las
reliquias e imágenes sagradas, con su poder protector y curativo. Las
apariciones de la Virgen se dieron por toda América y empezaron a sucederse los
más insólitos prodigios. Elementos naturales como las rocas, el agua, ciertas
plantas y fragmentos de vestidos y huesos de santos sirvieron para curar
enfermedades. Un caso es el poder milagroso del santuario de la imagen renovada
de Nuestra Señora de Chiquinquirá:
El
cristianismo comparte con las mentalidades mágicas indígenas el poder
espiritual asignados a los objetos en las prácticas de curación. La sanación
milagrosa se dio de diversas maneras: por presencia del enfermo en el santuario
o por contacto directo de la sagrada imagen, por intermedio de objetos que la
hayan tocado, por remedio del polvo que la cubría, del aceite de una lámpara
que la iluminaba, de la tierra procedente del sitio donde se dio la Renovación
y del agua tomada de una fuente que brotó cercana a dicho lugar, o por simple
invocación del nombre de Nuestra Señora de Chiquinquirá.[22]
La fe religiosa y las creencias mágicas
se renovaron permanentemente en rituales sagrados y profanos llevados a cabo en
los días de fiesta del calendario, asignados a los principales acontecimientos
de la vida de Jesucristo, la Virgen María y principales mártires y santos. En las
celebraciones religiosas, como la del Corpus
Christi, además del ritual de la Eucaristía, se representaron autos
sacramentales y se hicieron las procesiones o puesta en escena dramática, en
las calles de las ciudades, en la que actuaron las autoridades políticas, religiosas
y gremiales acompañadas de imágenes sagradas, comparsas y carros alegóricos. La
muerte y la entronización de un nuevo rey, el nacimiento del príncipe heredero,
el nombramiento y llegada de una autoridad regia y eclesiástica fueron motivo
de fiestas en las que se representó el poder en arquitecturas teatrales, que
representaban las vanitas y su
carácter efímero, como la vida. En las celebraciones no faltaron las comidas y
bebidas embriagantes, las corridas de toros y caballos, los castillos de
pólvora, y en algunas, como la fiesta de San Juan, se hicieron crueles
sacrificios de gallos, por estar asociados a la lascivia.
El arribo de la nueva filosofía natural de la ilustración
Hacia mediados del siglo XVIII, también
en naves españolas, llegaron al Nuevo Reino de Granada, virreyes y personas
ilustradas con saberes guardados en sus mentes y en valiosas bibliotecas, que
alterarían el orden escolástico establecido en los claustros universitarios de
Santafé de Bogotá.
El XVIII ha sido identificado por los
historiadores como el siglo de las luces
o el siglo de la Ilustración, por el auge de la filosofía racional y las
ciencias experimentales, que iban más allá de la ortodoxia escolástica del
tomismo. De manera particular, en España, la nueva época correspondió con el inicio
de dicho siglo, con el cambio de la tradicional casa gobernante de los Habsburgo
de Austria por el linaje de los ilustrados borbones de Francia, que impulsaron reformas
educativas, mercantiles, urbanas y en el manejo administrativo del poder
absoluto de España y las provincias de ultramar, lo que explica la creación del
Virreinato de la Nueva Granada:
Referirse
a los cambios producidos por la Ilustración significa hablar de una situación
compleja y paradójica. Aunque la Ilustración fue vista en términos generales
como una posición a favor de la filosofía, las ciencias y las artes modernas,
no se la puede considerar como un pensamiento homogéneo. En el Nuevo Reino de Granada,
en términos generales, se consideraba que una persona era ilustrada porque
aceptaba que con el conocimiento de la filosofía natural se desarrollaría la
economía, la agricultura, la industria y el comercio, para que la sociedad
progresara, para que las poblaciones alcanzaran un bienestar material y
espiritual. También se sobreentendía que una persona ilustrada proponía la
creación de un nuevo sistema educativo, racional y científico, con el fin de
sacar a la población de la ignorancia en que se encontraba y para liberarla de
sus creencias vulgares o supersticiones.[23]
La filosofía natural moderna implicaba
ir más allá de las explicaciones o especulaciones metafísicas y teológicas
sobre la Naturaleza; era aceptar que los fenómenos exteriores a la mente se
podían identificar, conocer y explicar con métodos experimentales, con el
recurso de las matemáticas y con leyes de la causalidad y el efecto, como las
planteadas por Newton. Las cosas se pueden conocer de manera positiva, porque
tienen una existencia exterior diferente a la realidad interior del que las
piensa y reflexiona, o las cosas exteriores se pueden conocer por la mente como
realidades objetivas, como lo había propuesto Descartes, en el siglo XVII, cuya
filosofía y proposición de la duda metódica se ha resumido en la máxima cogito ergo sum.
Salvador Rizo (1762-1816), José Celestino Mutis, Observatorio Astronómico Nacional, Universidad Nacional de Colombia (siglo XIX) (Museo Nacional de Colombia, 2008-09).
En el locus intelectual de los tradicionales claustros universitarios del
Nuevo Reino de Granada, en los que dominaba el pensamiento escolástico,
ortodoxo o renovado, se puede hablar de una Ilustración, con ciertas
peculiaridades. Es cierto que varios autores de la élite intelectual, desde el
siglo XVII, tuvieron conocimiento de la revolucionaria teoría heliocéntrica de
Copérnico, pero su aceptación parcial fue tardía, con la llegada al virreinato
del médico y botánico José Celestino Mutis, hacia la segunda mitad del siglo
XVIII. De las obras de filósofos como Rousseau y Voltaire se tuvo conocimiento
pero por haber sido condenadas por la iglesia romana, no fueron aceptadas, a
excepción de la concepción romántica del buen
salvaje de Rousseau. La trascendental filosofía objetiva de Descartes para
explicar la realidad, también fue rechazada o aceptada parcialmente en su
propuesta de la duda metódica, como procedimiento metodológico para encontrar
la verdad:
La
ciencia humana solamente podía conocer, observar y explicar gradualmente los
fenómenos del universo y la naturaleza y no podía ser una filosofía racional
autónoma con la que se pretendía explicar toda la realidad; el conocimiento
científico debía llevar a conocer la naturaleza como obra creada por Dios, que
es la Causa Primera, el Principio y el Fin de todo lo que ha creado: [Para Mutis] No es pues objeto de la filosofía en el
estado en el que nos hallamos emprender de un golpe el conocimiento de todas
las cosas, ni de explicar, ni de comprender con una sola mirada las obras del
universo; ni mucho menos formar un sistema completo de toda la naturaleza […] Pero como se observa muchas veces que
algunos fenómenos, que a primera vista parecían muy diferentes, dependen con
todo eso de la misma causa, y que muchas causas se refieren frecuentemente
después de un maduro examen a un principio más general y como toda la
constitución del universo, a pesar de sus variadas diferencias, conduce
manifiestamente el espíritu del hombre a aquel Supremo y adorable Ser […] Claro está, que como la consideración, aún
la más general de las cosas creadas excita en el hombre la existencia de un
Dios por eso cada descubrimiento en la filosofía natural es una nueva prueba de
la Divinidad […] El Ser Supremo que
creó el universo y que gobierna y dirige todas sus operaciones nos ha dejado ya
conocer una parte del enlace y encadenamiento de las causas.[24]
La empresa científica y artística más
importante de la Ilustración neogranadina fue la Real Expedición Botánica
(1783-1817), dirigida por el médico y botánico José Celestino Mutis. Se
consideraba que conocer los recursos naturales del virreinato era indispensable
para mejorar la economía y el bienestar de los habitantes. La Expedición
Botánica hizo un valioso estudio clasificatorio de la flora, coleccionando
ejemplares y algo muy destacado, haciéndolos dibujar por hábiles artistas que
conformaron una escuela, en la que por primera vez se representaba técnica y
artísticamente la realidad natural, lo cual estaba muy de acuerdo con el
espíritu científico, del siglo XVIII. A diferencia de esta actitud naturalista,
los pintores y escultores siguieron representando temas religiosos
convencionales, aunque se enfatizaron nuevos recursos iconográficos propios de
la moda cortesana del virreinato, como se aprecia en los retratos de virreyes y
aristócratas pintados por Joaquín Gutiérrez.
Los ilustrados de la Nueva Granada
tomaron una posición en la que se establecía que Dios creó al ser humano, con
la capacidad de producir una filosofía natural y un conocimiento científico, que
tendrían como fin explicar las cosas creadas por la Divina Providencia, para
beneficio de los seres humanos; conocimientos que no podían contradecir la autoridad
del papa. La nueva ciencia fue aceptada en tanto no confrontara los postulados
doctrinales de la iglesia romana. En este sentido, José Celestino Mutis y José
Félix de Restrepo, maestros promotores de la Ilustración neogranadina, formaron
a la joven generación conformada por Francisco José de Caldas, Camilo Torres,
Francisco Antonio Zea, Francisco Antonio Ulloa, José María Cabal y los hermanos
Pombo, entre los más destacados:
Si
Mutis fue el pionero de la nueva ciencia, con la creación de la cátedra de
matemáticas, la Real Expedición Botánica y la escuela de Medicina y el fiscal
Moreno y Escandón el promotor oficial de un proyecto de creación de una
Universidad Pública, y autor del nuevo Plan de Estudios de secundaria y de la
universidad, como Director Real de Estudios (1774), [que no se
pudieron realizar], José Félix de
Restrepo se lo puede considerar el principal profesor de la filosofía natural
en el reino neogranadino. Al fin y al cabo Restrepo fue uno de los primeros
beneficiados de los cambios académicos impulsados por Mutis y el oidor Moreno,
cuando ingresó como estudiante de bachillerato al colegio de san Bartolomé
(1773).[25]
En los escritos de los ilustrados, tanto
de los maestros pioneros como de la nueva generación que le correspondió vivir
el conflicto de la Independencia, se aprecia una conjunción de la teología escolástica
renovada (en la que la autoridad filosófica no era solamente Aristóteles y se
rechazaba los abusos peripatéticos), con los estudios científicos empíricos, lo
que permite conocer y clasificar las riquezas naturales y los habitantes del
reino, de acuerdo tanto con el Creacionismo de las sagradas escrituras como con
la teoría climática, que determina la diversidad de la flora y racial de las
gentes. Los postulados de fray Bartolomé de las Casas, con los que se explicaban
en el siglo XVI las razas, según los cielos y el clima, fueron argumentados
empíricamente por los estudios de Caldas. Para los misioneros y otros
ciudadanos ilustrados, que admiraban y defendían las maravillas naturales
tropicales, los indios y los negros no dejaron de ser bárbaros y salvajes, que
necesitaban ser educados o adoctrinados para ser civilizados, como lo eran los
criollos, por cuestiones de sangre o herencia genética.
El racionalismo ilustrado del siglo
XVIII produjo un rechazo a los abusos del ergotismo y por lo tanto a los
excesos de las artes barrocas, e impulsó una creación arquitectónica y
artística que se inspiraba en los ideales románticos y estilos de la antigüedad
clásica. En el Nuevo Reino de Granada, como en otros virreinatos, el estilo Neoclásico
no estableció una ruptura con el Barroco, sino que se fue introduciendo
paulatina y moderadamente entre los últimos años del siglo XVIII y comienzos
del XIX. Las nuevas construcciones neoclásicas conservaron algunos elementos
formales y gustos barrocos suavizados.[26]
El despotismo ilustrado de los Borbones
impulsó la creación de las reales academias de San Fernando, en Madrid (1742) y
San Carlos de Valencia (1742). Los arquitectos y artistas de estas academias
recibieron el poder real de combatir el gusto por lo barroco e imponer los
sobrios cánones clásicos de los tratados de Vitrubio y Vignola, no sólo en la
península, sino en todos los virreinatos americanos. Como ilustrados estaban en
contra de los adornos exuberantes, los excesos dramáticos y las creencias
populares religiosas o supercherías barrocas, por ir en contra de una
racionalidad filosófica y científica.
En América, lo más destacado, en un
sentido profesional, fue la construcción de fortificaciones en las plazas
fuertes de Cartagena de Indias, Santa Marta, Panamá y Portobello, debido a las
grandes sumas de dinero que destinó la corona para su defensa, ante los
permanentes ataques de piratas y corsarios. En el virreinato de la Nueva
Granada lo que más impulso tuvo fue la arquitectura, y en menor proporción, las
artes plásticas, en las que predominó el estilo barroco, con algunas
excepciones figurativas clásicas. Fortalezas, como los castillos de San
Fernando de Bocachica y San Felipe de Barajas, en Cartagena de Indias, fueron
realizadas por importantes ingenieros militares y dibujantes españoles, como
Antonio de Arévalo, formados académicamente en el Real Cuerpo de Ingenieros
Militares de Madrid, creado por la Corona, en 1718.
Otros ingenieros militares adelantaron
obras civiles en la ciudad de Santafé de Bogotá, como Domingo Esquiaqui, Carlos
Francisco Cabrera, Bernardo Fernández de Anillo y Juan Cayetano Chacón, en Santa
Martha. De esta manera, parcialmente, se fue cumpliendo la voluntad de los
virreyes ilustrados que estaban interesados en modernizar el paisaje urbano,
con nuevas construcciones públicas, de las modestas ciudades neogranadinas de
los tiempos de los Austrias, que adolecían de edificios gubernamentales
apropiados, amplias calles, alamedas y necesitaban nuevas obras de salubridad
pública, como acueductos, alcantarillados y cementerios.
La única Academia creada en las
provincias americanas fue la de San Carlos, en México (1781), que también
dependió de la Real de San Fernando, lo que da a entender que el impulso
neoclásico de las colonias fue controlado directamente por esta última, que
tuvo la potestad de rechazar la mayoría de los proyectos arquitectónicos
propuestos por arquitectos o maestros constructores, desde las colonias. A
pesar de este despotismo ilustrado de la Academia de San Fernando, las
autoridades virreinales y eclesiásticas decidieron adelantar nuevas
construcciones, en el nuevo estilo, aunque no tuvieran la aprobación de sus
planos.
Aunque no tuvo una formación académica
de arquitecto, pero sí un buen aprendizaje empírico, el fraile agustino
Domingo Petrés, desde su llegada a Santafé de Bogotá en 1792, realizó nuevos
proyectos de edificios motivados por la destrucción causada por el terremoto de
1785, más que todo eclesiásticas y
varias civiles, entre las que sobresalen la catedral de Bogotá, las
iglesias de Santo Domingo, San Ignacio, San francisco, la Concepción, la
Enseñanza, San Diego, el convento capuchino, el hospital San Juan de Dios, el Observatorio
Astronómico, la pila y acueducto de San Victorino, además de la basílica de
Chiquinquirá, la iglesia de Zipaquirá y la catedral de Santafé de Antioquia.
Anónimo, Fachada del templo de Chiquinquirá (finales siglo XIX).
En la provincia del Cauca, el modesto paisaje
urbano de las ciudades también fue alterado por nuevas construcciones. En Cali,
Antonio García edificó la nueva catedral, lo mismo que la de Popayán. En esta
última ciudad, el padre Marcelino Pérez de Arroyo y Valencia construyó algunas señoriales
residencias privadas, el templo de San francisco, lo mismo que el de Cali.
A la Nueva Granada llegaron nuevas
bibliotecas traídas por los virreyes ilustrados, entre los que sobresale
Antonio caballero y Góngora, y la del médico y botánico José Celestino Mutis,
director de la Real Expedición Botánica. En ese entonces, también se pusieron
de moda en Bogotá las tertulias literarias, al estilo de las europeas, a las
que concurrieron, al calor de un sabroso chocolate, grupos conformados por
autoridades, intelectuales y artistas, para hacer lecturas y veladas
literarias, intercambio de ideas y enterarse de las noticias llegadas en las
gacetas, y comentar libros recién importados sobre la revolución de Francia, la
independencia de los Estados Unidos y la Enciclopedia. El Arcano sublime de la Entropía fue la tertulia de inspiración
clásica organizada por Antonio Nariño y Pedro Fermín de Vargas, heredero aquel
de una gran biblioteca de autores antiguos y modernos. En estas reuniones se
dieron a conocer obras de autores como Locke, Adam Smith, Voltaire, Rousseau y
los Derechos del Hombre de la
revolución francesa, aunque no se tiene referencia sobre la llegada de
ejemplares de los volúmenes de la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert, ni
tampoco de obras de Emmanuel Kant.
Los fondos bibliográficos de las
bibliotecas de laicos y comunidades religiosas, como la Compañía de Jesús[27],
siguieron incrementándose con novedades de ciencias naturales y exactas de Carl
von Linneo, George Cuvier, Isaac Newton,
Joseph Gaertner, Caspar Commelin, Nicolo Martelliel, Noël Antoine Pluche,
Benito Bails, Christian Wolff, Benito Feijoo; libros de historia y Geografía
americanas (Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Alexander von Humboldt, Alonso de
Zamora, Antonio de Solís, Antonio de Herrera, José Cassani, José Gumilla), de
antigüedades griegas y romanas y de autores clásicos (Tucídedes, Demóstenes,
Virgilio, Cicerón, Marcial y Platón),
medicina y el Código de Napoleón I, que indican el gusto de los
ilustrados por ciertos autores de las ciencias modernas y por revivir el mundo
clásico de la antigüedad.
Neele Strand, Ruta de Humboldt en la República de Colombia, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá (1823).
Neele Strand, Ruta de Humboldt en la República de Colombia, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá (1823).
Entre finales del siglo XVIII y
comienzos del XIX, en los colegios y universidades santafereños, los
estudiantes recibieron una formación académica que no estableció ruptura con la
filosofía Escolástica, ni con los métodos memorísticos de aprendizaje, al mismo
tiempo que tuvieron la ocasión de descubrir conocimientos y métodos
experimentales de las ciencias naturales, las matemáticas y la medicina:
Si
este fue el ambiente vivido por la élite de la República de las letras en el
que se formaron los burócratas y adoctrinadores, no se puede esperar que la
gente del común haya recibido alguna influencia del espíritu innovador de la
llamada ciencia moderna. En medio de esta situación académica hubo un grupo de
jóvenes estudiantes de la élite criolla, que sin desprenderse de la hegemónica
filosofía escolástica moralizante de sus maestros, a diferencia de ellos,
encontró atractivas las prácticas de las ciencias naturales y se apropió, de
manera extracurricular, del discurso ideológico, jurídico y político de la
nueva doctrina de los derechos universales del hombre, actitud que los llevó a
tomar consciencia de su dependencia política de un gobierno monárquico que los
gobernaba y controlaba.[28]
Epílogo: El
nacimiento cultural de una nueva República
Desde el 20 de julio de 1810 se dio
inicio al paradójico y difícil proceso de creación de una nueva República, que
reemplazaría el absolutista gobierno virreinal. Más allá de los conocidos
hechos políticos y las batallas que permitieron a los criollos alcanzar la independencia
de la monarquía, conviene hacer algunas proyecciones generales sobre el destino
de las mentalidades y comportamientos culturales de los habitantes del Nuevo
Reino de Granada, incorporados durante los tres siglos anteriores.
Pedro José Figueroa (1770-1830), Simón Bolívar Libertador y Padre de la Patria, Museo Quinta de Bolívar, Bogotá.
Una vez lograda la independencia, los
criollos se vieron abocados a la construcción de una sociedad democrática
burguesa y una economía capitalista, desde las corrientes filosóficas e
ideológicas derivadas de la revolución francesa y la industrial inglesa. A
mediados del siglo XIX se crearon dos partidos políticos; ambos cuestionaron el
despotismo monárquico y sin renegar de su identidad ancestral española,
impulsaron la creación de una sociedad republicana, que como lo dijo el
destacado intelectual conservador, Sergio Arboleda, se trataba de rechazar el
caudillismo militar y político para crear la
República en la América española, de común acuerdo con la tradición latina
y no con la nórdica protestante, porque no hacía falta imitar revoluciones
foráneas como la francesa y la norteamericana.[29]
Los liberales pregonaron el progreso, la libertad de cultos y una educación
pública, en contra del monopolio eclesiástico colonial y los tradicionalistas o
conservadores, defendieron, como algo fundamental de la República, las instituciones
eclesiásticas con sus valores morales y los privilegios establecidos por sus
ancestros, en tiempos coloniales.
En vísperas de la independencia, según
el estudio de la población neogranadina, de Francisco José de Caldas, sustentado
con determinismos climáticos y herencias genéticas, en el virreinato existió
una gran diversidad de razas. Como lo analiza José María Samper, hacia mediados
del siglo XIX, los criollos siguieron diferenciando a los nuevos ciudadanos
hispano-colombianos de acuerdo con las castas coloniales, enfatizándose el
regionalismo determinado por el clima donde viven (habitantes de
tierras frías, temperadas y calientes), asociado, ya sea al espíritu
conservador adscrito a las creencias y prácticas religiosas tradicionales, o al
espíritu defensor de las libertades individuales y el progreso. Al mismo
tiempo, Samper pensaba que la tendencia histórica de la nueva República, desde la
colonia, era el imaginario de transformarse en una sociedad democrática
mestiza.[30]
Las familias de hacendados que
conservaron sus grandes propiedades dedicadas a la producción ganadera y
agrícola, que satisfacía los mercados regionales, se vieron afectadas por los
saqueos de las guerras civiles y la incorporación obligatoria de sus
trabajadores, como soldados. Los comerciantes, después de roto el monopolio
estatal de la monarquía, orientaron sus intereses hacia una economía mercantil
con otros países industrializados, para exportar algunos productos agrícolas
como el tabaco y el café y sobre todo, para
importar novedosas mercancías que satisfacían los nuevos gustos europeos de los
ciudadanos adinerados.
Manuel María Paz, Casanare: Indios guahibos, Comisión Corográfica (1853) (Ardila y Lleras, 1985).
Ramón Torres Méndez, Champám en el río Magdalena, Colombia (1878).
La sociedad republicana mantuvo los
prejuicios de las castas coloniales. Los pueblos indígenas adoctrinados, aunque
dejaron de ser encomendados a un señor, continuaron sobreviviendo en sus
tierras de resguardo o trabajando como terrasgueros, bajo la guía espiritual de
un párroco, y los que habían logrado mantener su autonomía cultural en montañas
y bosques tropicales fueron objeto de misioneros, que todavía consideraban que
era necesario civilizarlos, para incorporarlos a la nueva sociedad de
ciudadanos. Los africanos esclavizados, que solamente lograron su libertad
definitiva hacia mediados del siglo XIX, se establecieron en caseríos en los territorios
de los reales de minas y se vieron impelidos a trabajar como jornaleros en las
grandes haciendas. En las ciudades, la pobreza mendicante o vergonzante
permaneció como uno de los principales problemas, y los mestizos y blancos
pobres siguieron desempeñándose en oficios domésticos y artesanales.
Carmelo Fernández, Soto: Tejedoras y mercaderes de sombreros de nacuma en Bucaramanga. Tipos blanco, mestizo y zambo, Comisión Corográfica (1851) (Ardila y Lleras, 1985).
Los descendientes decimonónicos de la
élite de las familias criollas ilustradas conservaron el privilegio de la
República española de los letrados, de ser literatos, poetas, políticos,
abogados, historiadores, médicos, militares, sacerdotes y artistas que se
encargaron de la invención de un nuevo país, con la conciencia de hacer parte
de una historia que se inició con el descubrimiento de América y se engrandeció
con el martirio de sus parientes, los héroes que sacrificaron sus vidas por la
patria. La literatura y la poesía dejaron de ser un oficio más que todo de
clérigos, y de acuerdo con las tendencias clásicas y románticas europeas se
amplió la cobertura de los ciudadanos letrados, proliferando los escritores que
cantan a los héroes, la naturaleza y las costumbres del país, con un
sentimiento nacional. Los nuevos historiadores se encargaron de construir la
historia patria; además de resaltar los acontecimientos políticos y las
batallas de la independencia, se dedicaron al arte de escribir biografías de
los héroes y a interpretar la historia colonial oficial como una secuencia
genealógica de gobernantes, civiles y eclesiásticos, desde los tiempos de Colón.
La retórica escolástica, dominio de eclesiásticos peninsulares y criollos,
perdió su sentido de realidad, y se fue transformando en la retórica latina de
políticos-poetas, que ocuparon altos cargos en el gobierno.
José Gabriel Tatis, Ciudadanos ilustres de Bogotá, Ensayos de dibujo (1853).
José Gabriel Tatis, Ciudadanos ilustres de Bogotá, Ensayos de dibujo (1853).
La doctrina católica, con sus dogmas y
misterios y las religiosidades populares, con sus creencias fantásticas, siguieron
dominando en el quehacer cotidiano de la mayoría de las poblaciones. Se
conservaron las fiestas religiosas del calendario romano con su boato en misas,
procesiones alegóricas, crueles corridas de toros y sacrificio de gallos, con
castillos de pólvora, comidas y borracheras; lo mismo, el recogimiento de la
Cuaresma, con sus abstinencias de carne y ayunos, como preparación espiritual
para revivir el drama de la pasión y muerte de Jesucristo, en los días santos
de la Semana Mayor. Las romerías populares a los santuarios y las apariciones
prodigiosas adquirieron el sentimiento de republicanas. Las fiestas políticas,
con sus desfiles marciales de poder, en honor de los reyes y demás autoridades
fueron sustituidas por las que conmemoran las batallas que sellaron la
independencia y los onomásticos de los héroes que triunfaron o murieron en los
campos de batalla o en el cadalso.
Anónimo, Monumento a los Mártires, Parque de La Independencia, Bogotá (Consulate General of Colombia, 1896).
Los seminarios, colegios mayores y
universidades eclesiásticas no perdieron su prestigio académico y continuaron
impartiendo sus enseñanzas, claro está que con la incorporación de nuevos
educadores laicos y la competencia de establecimientos públicos creados por el
Estado para mejorar la deplorable situación de atraso y analfabetismo en que se
encontraban la mayoría de los neogranadinos o colombianos, que no sabían más
allá de los contenidos memorísticos del catecismo de la doctrina cristiana. El
debate sobre la nueva educación pública se impulsó, ya sea apoyando (los
liberares) o rechazando (los conservadores) las teorías jurídicas y morales que
definían el Estado moderno republicano, como el utilitarismo de Jeremías
Bentham y la filosofía sensualista de Desttut De Tracy.[31]
Anónimo, Calle Real (carrera 7), Bogotá (finales del siglo XIX).
Desde finales del siglo XVIII y durante
la primera mitad del siglo XIX, la producción de arte religioso barroco
disminuyó y surgió un trabajo menor, no académico, de retratistas de héroes y aristócratas,
miniaturas, cuadros de costumbres populares y temas mitológicos clásicos que
imitaban los modelos europeos. Esto no quiere decir que se haya establecido una
ruptura con el arte colonial, sino una sustitución iconográfica de retratos de las
autoridades políticas y eclesiásticas españolas por las de los héroes,
caudillos y aristócratas criollos, entre los que sobresalen los pintados por Pedro José Figueroa, Lino de Azero, Salvador Rizo, Francisco Javier Matís,
José María Espinosa y Ramón Torres Méndez. Las obras religiosas tampoco se
dejaron de hacer en el estilo tradicional, porque las devociones populares a
las imágenes sagradas se conservaron.[32]
La arquitectura doméstica campesina y urbana mantuvo los cánones españoles
tradicionales. Los desastres fiscales causados por las guerras civiles apenas
permitieron hacer algunos edificios públicos, como el Panóptico y el Capitolio Nacional
diseñados por el arquitecto Thomas Reed y el edificio de las Galerías
patrocinado por el empresario Juan Manuel Arrubla, en la ciudad de Bogotá, con
estilo neoclásico.[33]
Anónimo, Columnata del Capitolio Nacional, Bogotá (comienzos del siglo XX).
El auge del pensamiento científico en
Europa, durante el siglo XVIII, fomentó los viajes alrededor del mundo con
fines políticos y científicos, que transformarían la visión de mundo,
filosófica y moral de ancestro medieval y clásico, plasmada en las crónicas de
la conquista. En el siglo XIX, el territorio colombiano, como lo habían hecho
Humboldt y Bonpland, Mutis y Caldas, fue recorrido por otros viajeros que traían
otros conocimientos científicos e intereses políticos, intelectuales y
económicos de otros países europeos, diferentes a España. Algunos gobernantes como
Tomás Cipriano Mosquera y José Hilario López continuaron el trabajo científico
iniciado por sus antepasados ilustrados, de conocer la geografía y los
habitantes del país, para poder alcanzar el desarrollo, realizando la gran
empresa nacional de la Comisión Corográfica, bajo la dirección del general
Agustín Codazzi.
Anónimo, Mercado de Suaza, Comisión Corográfica (1857) (Ardila y Lleras, 1985).
En la sociedad republicana del siglo XIX
convivieron las tradiciones españolas y las nuevas corrientes filosóficas, lo
que propició un ambiente para debates ideológicos y conflictos entre dos
partidos políticos, que se disputaron el poder, en múltiples guerras civiles.
Al final de cuentas, después de varios intentos fallidos y desastrosos, la
configuración política y jurídica de la República de Colombia (en homenaje al
descubridor Cristóbal Colón), terminó decantándose a finales del siglo XIX, en el
gobierno de la Regeneración de Rafael Núñez, que sancionó una Constitución Nacional
definitiva (1886), en la que el régimen señorial burgués gobernante logró adecuar
(o re-generar), sin radicalismos liberales, los valores culturales ancestrales
hispánicos a los principios constitucionales republicanos. El antiguo Patronato
Regio se transformó en un Concordato con la Santa Sede, en el que el gobierno
civil además de reparar los daños económicos causados a la iglesia por la ley
de desamortización de los bienes de manos
muertas, renovó la alianza de
poder con el Estado del Vaticano, que institucionalizó el catolicismo como la
religión oficial, y por lo tanto, la orientadora moral de los programas educativos
de Colombia. Acuerdos bilaterales que propiciaron el regreso y el
establecimiento definitivo de los jesuitas y otras órdenes religiosas y el renacimiento
de la filosofía escolástica o restauración del neotomismo, unido a la hidalguía
de los próceres de la Independencia, desde los claustros del Colegio Mayor de
Nuestra Señora del Rosario, bajo la dirección intelectual y moral de monseñor
Rafael María Carrasquilla. La república de Colombia fue consagrada al Sagrado
Corazón de Jesús, entronizándose su imagen en todos los hogares.
Anónimo, El Sagrado Corazón de Jesús, Iglesia museo de Santa Clara, Bogotá (siglo XIX) (Instituto Colombiano de Cultura, 1995).
La Regeneración y los gobiernos conservadores
que le sucedieron oficializaron los imaginarios de un ethos nacional, de una República democrática y católica,
fundamentado en tres razas: blanca (española), indígena (americana) y negra
(africana); de las cuales, la primera tendrá una posición dominante, como se
reitera en el establecimiento de la fiesta nacional de la raza, el 12 de
octubre, para celebrar la grandeza cultural hispánica, el día conmemorativo del
descubrimiento de América. Se estableció que los colombianos debían sentirse
orgullosos de su historia patria y de símbolos identitarios como el himno, la
bandera y el escudo nacionales; como dicen versos del himno nacional de
Colombia: Independencia grita el mundo
americano/se baña en sangre de héroes
la tierra de Colón.
Escudo de la República de la Nueva Granada (1854).
El potencial laboral y creativo de los
colombianos fue inscrito oficialmente en la expansión internacional de la economía capitalista, por
una clase social gobernante aristocrática, que fundamentó y justificó su poder
en el orgullo de pertenecer a linajes de ancestro colonial que habían
sacrificado algunos de sus miembros en la emancipación del imperio español. Las
desigualdades y conflictos sociales y étnicos de siglos anteriores fueron
integrados a la vida republicana, inscritos en los dos partidos oficiales
(Liberal y Conservador) que seguirán enfrentándose en su lucha por el poder, ya
sea en guerras civiles o en debates políticos electorales. Situaciones
históricas paradójicas que se han proyectado en el siglo XX, alrededor de
ideales de identidad cultural nacional, y en las que han coexistido paternalismos
y mesianismos, retóricas esperanzadoras, prédicas de las pasiones y
composiciones de lugar, temores de toda clase, comportamientos civiles y
religiosos populistas, festivos, fanáticos, ladinos, y por lo tanto,
generadores de violencia que terminan siendo aceptados como algo cotidiano de
la vida nacional. En la actualidad es difícil cambiar estas paradójicas maneras
de pensar, actuar y sentir mientras no se aclaren o diferencien las falacias de
las identidades culturales históricas, coloniales y republicanas, en tiempos de
la Modernidad.
Anónimo, Hacienda del Señor James M. Eder en Palmira, Valle del Cauca, (Consulate General of Colombia, 1896).
Anónimo, Trabajadores de una Plantación de plátano, Santa Marta (comienzos del siglo XX).
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[1] Este ensayo
es una reflexión general sustentada en las investigaciones del autor: En el nombre del padre, del hijo y el
espíritu santo. Adoctrinamiento de indígenas y religiosidades populares en el Nuevo
Reino de Granada (siglos XVI-XVIII), Bogotá, 2007; El árbol genealógico de nuestras identidades culturales, Bogotá,
2010; el laberinto del eterno retorno,
Bogotá, 2011. Este ensayo, con algunas variaciones, ha sido publicado en el
libro Religiosidad e imagen, con el
título “Barroco y modernidad en el Nuevo Reino de Granada”: Carlos Mario Alzate
M., Fabián Leonardo Benavides S., Andrés Mauricio Escobar H. (Coordinadores),
Vicerrectoría Académica General, Instituto de Estudios Socio-Históricos fray
Alonso de Zamora, Universidad Santo Tomás, Bogotá, 2014. [2] Coronel, Jaime y Uribe, Gabriel,
“El crisol de la nacionalidad”, en El
arquitecto y la nacionalidad, Sociedad Colombiana de Arquitectos, Bogotá,
1975.
[3] Angulo, Diego, Historia del Arte Hispanoamericano, tomo
I, Salvat Editores S. A., Barcelona, 1945.
[5] Constaín, Juan Esteban, “Los
libros antiguos del Rosario”, en Tesoros
del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, 350 años, Villegas
Editores, Bogotá, 2003; Ramírez, Fabio S. J. y Giraldo, Juan David, El libro de los libros. Bibliotecas
Pontificia Universidad Javeriana, Villegas Editores, tomo I, Bogotá, 2010.
[6] Stevenson,
Robert, La música colonial en Colombia,
Instituto Popular de Cultura de Cali, Cali, 1964.
[8] Llanos,
Héctor, “Surgimiento, permanencia y transformaciones históricas de la élite
criolla de Popayán (siglos XVI-XIX)”,
en revista de estudios regionales, Historia,
Economía y Espacio, volumen 1, número 3,
Departamento de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad del
Valle, Cali, 1979.
[13] Borja, Jaime H., “Historiografía
y hagiografía: vidas ejemplares y escritura de la historia en el Nuevo Reino de
Granada”, en revista Fronteras de la
Historia, N° 12, Bogotá, 2007.
[20] El culto
a la Virgen de Chiquinquirá adquirió desde tiempos coloniales un carácter
trascendental: La imagen milagrosa de
Chiquinquirá será objeto de rogativas en varias ocasiones del período colonial,
tradición que se mantendrá en tiempos de la guerra de independencia, cuando sus
joyas contribuyeron con la financiación del ejercito patriota (1815) y fue
llevada por el General en Jefe de las tropas republicanas, Roergas de Serviez,
como patriota del ejercito insurgente que enfrentaría al ejército español, en
el año 1816. De esta manera fue nacionalizada como patrona de Colombia y
posteriormente volverá por cuarta vez a Bogotá, con el fin de traer la paz con
motivo de la guerra civil de 1841. En el año 1919, en ocasión de celebrarse el
centenario de la Independencia, regresaría a Bogotá para las fiestas de su
coronación como reina de Colombia. Estas romerías se harían de nuevo en otras
ocasiones del siglo XX, hasta la actualidad, con motivo de la violencia
que aún se vive en Colombia. (Llanos Héctor, op. cit., 2007, pág. 112)
[25] Ídem., pág. 88.
[26] Información sobre el
Neoclasicismo tomada del libro de Ramón Gutiérrez, Rodolfo Vallín, Verónica
Perfetti, Fray Domingo Petrés y su obra
arquitectónica en Colombia, Banco de la República / El Áncora Editores,
Bogotá, 1999.
[27] Sánchez, Joaquín S. J., El libro de los libros. Bibliotecas
Pontificia Universidad Javeriana, Villegas Editores, tomo II, Bogotá, 2011.
[32]
Borja, Jaime H., “La tradición colonial y la pintura del siglo XIX en Colombia”,
en revista Análisis, Universidad
Santo Tomás, N° 79, Bogotá, 2011.
[33] Corradine, Alberto, Historia del Capitolio Nacional de Colombia,
Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, Bogotá, 1998.
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