Indígenas de la cordillera
Central (s. f.) (Archivo de Héctor Llanos V.).
Preámbulo
No es fácil esclarecer con
precisión el surgimiento de la antropología en Colombia como una dependencia del
Estado, por la complejidad y diversidad de corrientes teóricas que confluyen en
su constitución. Como bien sabemos, antes de la fundación del Instituto
Etnológico Nacional (IEN), en el año 1941, en la historia de Colombia, como en
otros países de Hispanoamérica, se realizaron exploraciones relacionadas con
grupos étnicos y la naturaleza tropical.
En
tiempos coloniales hispánicos, el pensamiento dominante en las instituciones
académicas fue la Escolástica, filosofía silogística de origen medieval en la
que el conocimiento científico de la realidad estuvo subordinado a las verdades
dogmáticas de la onto-teología católica. En la segunda mitad del siglo XVIII se
llevó a cabo la Real Expedición Botánica, bajo la dirección de José Celestino
Mutis, científico que, sin pretender contradecir la Escolástica, introdujo en los
claustros universitarios del virreinato de la Nueva Granada, el pensamiento
matemático y la física de Newton (leyes de la causalidad fundamentadas en la observación
empírica), ciencia aplicada, más que todo, a la descripción y clasificación de las
plantas. En ese entonces, los conocimientos que hoy en día se llaman
etnográficos se deben a cronistas y religiosos que consignaron en sus escritos
las primeras interpretaciones de la naturaleza y las culturas aborígenes, impregnadas
de los principios morales de la monarquía española y la iglesia romana que de
común acuerdo justificaban el sometimiento colonial de unos territorios y sus
habitantes. Se puede decir, con cierta ironía contemporánea, que dichos
misioneros realizaron la primera gran obra cultural, no con objetivos y
procedimientos científicos modernos, sino con una finalidad pragmática:
adoctrinar o “transculturar” los pueblos indígenas del Nuevo Mundo.
A
comienzos del siglo XIX (1799-1804), el viaje de Alexander von Humboldt y
Amadeo Bonpland por los caminos de la América intertropical estableció una mirada
científica de la naturaleza en su dimensión cósmica, en los círculos ilustrados
y científicos de Europa, y dejó una huella profunda que luego fue tenida en
cuenta por otros exploradores europeos que se aventuraron a caminar los mismos
territorios. Después del triunfo de las guerras de independencia, a lo largo
del siglo XIX, dichos viajeros hicieron observaciones y anotaciones empíricas sobre
la diversidad regional con sus respectivos climas, recursos naturales, grupos raciales
y recolectaron especies vegetales y antigüedades que enriquecieron las
colecciones de los principales jardines botánicos y museos de Europa.
Neele Strand, Ruta de Humboldt en la República de Colombia. Biblioteca Luis Ángel Arango (1823).
En
el siglo XIX también se realizaron exploraciones para precisar la cartografía
física y política de las nuevas repúblicas latinoamericanas; comisiones
científicas que incluyeron la geografía humana, como se aprecia en las láminas
de la Comisión Corográfica de la Confederación Granadina, dirigida por Agustín
Codazzi (1850-1859); en ellas se consigna la más completa y pintoresca
clasificación de los tipos raciales de cada región, inscritos en las clases de una sociedad
republicana.
Vista del poblado de
San Agustín y el nevado del Huila, acuarela de Manuel María Paz, Comisión Corográfica (Ardila y
Lleras, 1985).
Teorías
como la propuesta por Charles Darwin, sobre la evolución de las especies, como
una adaptación y lucha por la supervivencia, incluyeron la especie humana vista
con fines paleontológicos y proyectada como un complejo y problemático universo
teórico, en el que los científicos empezaron a preguntarse sobre los orígenes y
la evolución prehistórica de la humanidad, sobre sus posteriores etapas
históricas (civilizaciones antiguas), cristianismo medieval y primera modernidad,
con la intención de encontrar las bases históricas y culturales ancestrales de
los estados nacionales europeos. De esta manera, emergió en el siglo XIX, en
Europa y Norteamérica, la antropología o “ciencia del hombre” interesada por
entender el remoto pasado arqueológico y clasificar con una mirada occidental
(etnocéntrica y universalizante), la gran diversidad racial y lingüística a
escala mundial; de manera peculiar, las llamadas sociedades “primitivas,
naturales o exóticas” que habían perdurado en Asia, África, América y Oceanía.
Este interés antropológico universal se desarrolló en un período histórico en
el que las monarquías de Europa expandieron sus fronteras políticas a los demás
continentes, consolidando un nuevo orden imperial colonial, en tiempos de auge de
la economía capitalista.
Profesores y alumnos de la
Escuela Normal Superior; Paul Rivet está en séptimo lugar (segunda fila de
abajo hacia arriba) y Gregorio Hernández de Alba, en el extremo derecho de la
fila superior (17 de junio de 1941). (Biblioteca ICANH FG 2162).
Pienso,
aunque sea recordado de manera general, que este es el complejo contexto histórico,
científico y político, en el que emergió la antropología en Colombia. La
formación profesional de los antropólogos pioneros es diversa y no corresponde
a una sola escuela teórica. Ellos recibieron, inicialmente, de sus profesores
de la Escuela Normal Superior (1936), influencias conceptuales interdisciplinarias,
procedentes de universidades europeas. Como normalistas, cuando ingresaron al
IEN, a partir de su creación, adoptaron las enseñanzas del profesor Paul Rivet,
como se constata en el plan de estudio y en las expediciones científicas que
organizó como primer director (1941-1943). Los jóvenes profesionales recibieron
las enseñanzas de su maestro, no solamente relacionadas con los trabajos
etnográficos de campo, sino, también, aquellas humanísticas que reivindicaban a
los pueblos indígenas y rechazaban las discriminaciones raciales. Esta
orientación profesional estuvo mediada, desde un principio, por escuelas de
origen norteamericano, culturalistas y funcionalistas, por la llamada
antropología social aplicada, por el indigenismo latinoamericano y de manera
particular, también, por los trabajos de científicos adelantados en décadas
anteriores a la creación del IEN. Entre estos últimos sobresale el etnólogo
alemán Konrad Theodor Preuss, que arribó a Colombia en 1913.
Konrad Th. Preuss, Arte Monumental
Prehistórico: Meseta A, Colina oriental. 1-2. Excavaciones del
templo en el costado norte (1931).
Como
consecuencia de la primera guerra mundial, Preuss permaneció en Colombia hasta 1919,
estadía prolongada que aprovechó para
hacer excavaciones en la región arqueológica de San Agustín y recopilar valiosas
cosmovisiones, mitos y rituales, de los indígenas Uitoto (Murui muinane) del
Caquetá y Kágaba (Kogi), de la Sierra Nevada de Santa Marta. Seguramente, por
haberse traducido rápidamente al español (1931) su obra “Arte monumental
prehistórico” de la cultura de San Agustín, que contiene una propuesta de
interpretación religiosa fundamentada en mitos vivos, perduró como una constante
conceptual en las investigaciones de los arqueólogos posteriores que excavaron
en el sur del alto Magdalena. También, es necesario resaltar que los
precursores de la etnología mantuvieron un estrecho y permanente vínculo de
intercambio con antropólogos y arqueólogos latinoamericanos, en un período
histórico (primera mitad del siglo XX), en el que se consolidó una posición
indigenista que proponía una identidad cultural nacional y americana, cimentada
en la grandeza de las civilizaciones prehispánicas andinas y mesoamericanas, y
en los movimientos sociales y políticos de sus descendientes que luchaban en
contra de la discriminación racial y la pobreza, a la que habían sido sometidos
durante varios siglos.
Los
fundamentos etnológicos enseñados por Paul Rivet a los egresados del IEN no se fortalecieron
debido a que este maestro, después de su viaje a México (1943) y luego a París,
no regresó a Colombia, manteniendo solamente un contacto epistolar de carácter
personal. Durante la dirección de Luis Duque Gómez (1944-1952), el IEN incrementó
su capacidad científica estableciendo intercambios con instituciones extranjeras
que adelantaron proyectos en regiones colombianas: Misión sueca (Henry Wassen y
Nils M. Holmer); Comisión norteamericana del Logan Museum, Beliot College
(Andrew H. Whiteford y Moreau Maxwell); Pál Kelemen y su esposa; Fernando
Cámara y Carlos Margain (INAH, México); y el convenio entre Colombia y los
Estados Unidos con la vinculación de científicos del Instituto de Antropología
Social (Smithsonian Institution), de Washington (1950). Los nexos con
organismos norteamericanos se incrementaron; varios de los pioneros recibieron
becas, como las de la Fundación Guggenheim, para hacer sus proyectos o complementar
sus estudios en universidades de Estados Unidos.
Un
rasgo que identifica a las primeras promociones de etnólogos es un ejercicio
profesional interdisciplinario, en el campo y el laboratorio, de acuerdo con
las enseñanzas de “la ciencia del hombre” de su maestro Rivet; trabajaron como
etnógrafos con pueblos indígenas, al mismo tiempo que adelantaron excavaciones
en diversas regiones colombianas. Por eso,
no es muy acertado afirmar que algunos de ellos, los conservadores, se
dedicaron a la arqueología, a descubrir las culturas precolombinas sin
establecer compromisos con los pueblos indígenas vivos, como sí lo hicieron
otros colegas, que investigaron las sociedades aborígenes, asumiendo una
postura indigenista en un contexto político liberal, progresista o
desarrollista. Mirada maniquea establecida por un sector de la nueva generación
egresada de las primeras carreras de antropología creadas en las universidades
durante la década de los años sesenta, cuando surgieron comportamientos intelectuales
de izquierda inspirados en los triunfos de la revolución cubana (1959), la
china maoista y el partido comunista en Rusia; movimientos políticos
internacionalizados que de manera radical pensaron que el trabajo de los
antropólogos debería realizarse a partir de la teoría Marxista, que implicaba
un compromiso político con las clases sociales explotadas o marginadas. De
manera prejuiciada y ligera, sin mayor análisis crítico, se descalificó la obra
científica de los pioneros por señalarlos de “reaccionarios”, por no tener un
compromiso revolucionario. En ese momento histórico, para el sector
izquierdista, el trabajo de los antropólogos se condicionó, más que todo, a una
causa política indigenista.
Es
bueno no olvidar que en Colombia, hacia la década de los cuarenta, la mayoría
de los ciudadanos estaban afiliados a los partidos tradicionales, Conservador y
Liberal, y en menor porcentaje, al partido Comunista. En este sentido, los pioneros
de las ciencias sociales, con una misma formación profesional, tuvieron una
filiación partidista. No es apropiado hablar de una antropología liberal como
opuesta a una conservadora. Tener una mentalidad liberal (no un interés
clientelista), a diferencia de una conservadora, significaba, entre otras cosas,
no ser un hispanófilo que discriminaba racialmente a los indios y a los negros,
y no estar de acuerdo con el monopolio de la educación por parte de la iglesia
católica, cuya moral escolástica no permitía la implementación de discursos
filosóficos modernos, sobre todo, si ellos eran aceptados por mujeres, como lo
hicieron las primeras etnólogas, actitud calificada de inmoral, por parte de
los sectores con una concepción conservadora de la realidad.
Los partidos tradicionales,
desde el siglo XIX, habían combatido entre ellos, con el recurso de la
violencia armada y con la manipulación del voto ciudadano, para alcanzar una
hegemonía liberal o conservadora, en la que el sistema clientelista gobernante
significaba otorgarle los cargos de gobierno a miembros de su partido. En el
caso específico de las pequeñas instituciones científicas sociales recién
creadas, como el IEN y sus filiales regionales, por estar adscritas al
Ministerio de Educación Nacional no tuvieron una mayor autonomía de poder, al
depender del clientelismo del partido gobernante de turno. El trabajo profesional
de los antropólogos pioneros, liberales y conservadores, como empleados
públicos, así como la subsistencia de sus familias, estuvieron sujetos a un
proceso burocrático que renovaba sus contratos y a la política de los ministros
de Educación Nacional, de quienes dependía la aprobación del presupuesto necesario
para la ejecución de los programas. En los años cuarenta se incrementó la
violencia política impulsada por los partidos Liberal y Conservador, afectando a
toda la sociedad colombiana y de manera particular a los campesinos y los
resguardos indígenas, y por lo tanto, a los proyectos de los etnólogos que
trabajaban con ellos.
La primera generación
profesional de antropólogos, liberales o conservadores, compartieron el discurso
ideológico de una identidad nacional. En términos generales, ellos pensaron que
su trabajo etnográfico y arqueológico respondía a una política oficial que
impulsaba una identidad cultural, nacional y americana, en la que sin rechazar
la herencia hispánica, se integraban y valoraban las culturas indígenas y de
origen africano. Aunque no estuviera establecido en la Constitución nacional
vigente, los pioneros aceptaron que Colombia era una nación multiétnica o
multicultural.
1. Antecedentes de la fundación del IEUC
relacionados con Paul Rivet
1938.
Paul Rivet (1876-1958) fue invitado por Eduardo Santos a los actos de su
posesión como presidente liberal de la República; dictó conferencias en la
Biblioteca Nacional y visitó la región de San Agustín. En compañía de Marcelino
Castelví y Sergio Elías Ortíz recopilaron un vocabulario de la lengua guambiana.
Rivet estaba interesado en sustentar su teoría sobre un poblamiento americano
por diversas rutas, con argumentos etnológicos, geológicos y lingüísticos, como
lo explicita en su obra “Los orígenes del hombre americano” (1943). En 1938, Gregorio
Hernández de Alba (1904-1973) creó el Servicio Arqueológico Nacional del
Departamento de Extensión Cultural y Bellas Artes, del Ministerio de Educación
y el Museo Arqueológico y Etnográfico. Además, con motivo de la celebración del
IV centenario de la fundación de Bogotá, Gregorio Hernández de Alba y Guillermo
Fischer hicieron en el Museo Nacional, una exposición arqueológica y
etnográfica, con la asistencia de grupos indígenas. En esta ocasión, Hernández
de Alba conoció a Paul Rivet.
Paul
Rivet, Los orígenes del hombre americano
(1976).
Catálogo Exposición Arqueológica
y Etnográfica en el Museo Nacional, IV Centenario de la Fundación de Bogotá
(1938).
1939-1941.
Hernández de Alba viajó a París como vicecónsul de la embajada de Colombia y con
el apoyo de Rivet estudió en el Museo del Hombre y en el Instituto Etnológico
de la Universidad de París.
1941.
Fundación del Instituto Etnológico Nacional como filial de la Escuela Normal
Superior, por Paul Rivet (primer director) y Gregorio Hernández de Alba, en el
que se desempeñaron como profesores. Rivet llegó a Colombia como refugiado,
huyendo de la persecución nazi que atentaba contra su vida. Como director obtuvo
auxilios económicos del Comité de Gaulle de Francia Libre para financiar los
primeros números de la “Revista del Instituto Etnológico Nacional” y el “Boletín
de Arqueología”.
1943.
Rivet viajó a México como agregado cultural para América Latina del Comité Francia
libre.
2.
Situación de la Antropología en Colombia (1945):
Influencia etnológica de Paul Rivet;
indigenismo y antropología social
Influencia
de Paul Rivet
Se
puede decir que la formación académica básica de los investigadores pioneros
tuvo una orientación teórica y metodológica procedente de la etnología cultural
francesa, representada en Paul Rivet. Conocer científicamente las sociedades
indígenas del pasado prehispánico y del presente significaba valorar sus
lenguas, usos, costumbres, creencias religiosas y rechazar las discriminaciones
raciales a las que se habían sometido durante varios siglos. La Etnología, como
“ciencia del hombre”, pretendía alcanzar unos conocimientos universales de las
llamadas sociedades “primitivas”, como parte de la historia de la humanidad;
estudios que en el caso americano adquirían, para los etnólogos y
prehistoriadores, un carácter apremiante, al estar expuestas a su desaparición
por el impacto avasallador de una sociedad moderna capitalista. Luis Duque, en
el informe de actividades como director del IEN y el SAN resume las enseñanzas
del profesor Rivet, de la siguiente manera:
“Tres
son los objetivos que se han perseguido en el curso del presente año
[1944-1945] conforme a las necesidades más apremiantes de la Etnología en
Colombia: la investigación entre los grupos indígenas existentes; los estudios
arqueológicos, sincronizados con la labor de preservación y reconstrucción de
los monumentos prehistóricos de las altas culturas; y la preparación y
elaboración de los materiales y colecciones recogidos por las expediciones, con
el fin de estudiarlos y presentarlos en forma adecuada en el Museo Arqueológico
Nacional. De estas tareas, sin dejar de reconocer la trascendencia de las
demás, la más importante y que requiere una inmediata ejecución es la primera
de las enumeradas anteriormente, toda vez que se trata de recoger elementos
culturales que pueden llegar a aclarar problemas que hoy plantean serias
incógnitas a los prehistoriadores americanos. Los grupos indígenas que
constituyen este objetivo, van entrando paulatinamente en contacto con otros
pueblos, racialmente diferentes, con lo cual estos elementos son absorbidos y
terminan por desaparecer definitivamente, privándose así la investigación
etnológica americana de preciosos datos, si antes no se lleva a cabo su
estudio. […]. Razón tenía el profesor Rivet cuando advertía a sus alumnos que una de las tareas más
urgentes para realizar en Colombia en el campo de los estudios americanistas,
era lograr que sus investigadores recurrieran a los lugares donde desaparece
algo, donde hay manifestaciones culturales que mueren sin que se tenga de ellas
noticia alguna”.
Comunidad Páez, Tierradentro,
fotografía de Henri Lehmann (1941-1945). (Biblioteca ICANH caja 9, FG 1442:
1455).
Posición de Gregorio Hernández de Alba
Los lazos de amistad entre
Hernández de Alba y Rivet se disolvieron a causa de una circunstancia política,
en el año1942; el primero asistió a un acto cultural en la Embajada de Francia
(Gobierno colaboracionista de Vichy). Rivet se molestó mucho, como era de
esperarse, y rompió relaciones con su colega colombiano, que tomó la decisión
de renunciar al IEN. Se puede pensar que este incidente hizo evidente las
diferencias teóricas e ideológicas entre los dos investigadores. Aunque es
difícil establecer los aspectos particulares de esta ruptura, podemos conocer
el punto de vista de Hernández de Alba, su posición nacionalista y sus competencias
con Rivet, cinco años después, en 1947, cuando se desempeñaba como director del
IEUC, en carta de septiembre 28, dirigida a su amigo Carlos López Narváez, Jefe
de Extensión Cultural del Ministerio de Educación Nacional:
“[…] Ya no más las viejas
escuelas de la etnología por la etnología, de estudiar orígenes cuando urge
conocer modos presentes o a lo menos no muy remotos, modos que influyen en un
presente que necesita modificaciones. Alguna vez dije que estudiaba al hombre
de ayer para conocer mejor el de hoy y planear el mejoramiento del de mañana. Y
yo pregunto – conmigo muchos – esto: [¿] Está bien que el Instituto Etnológico
Nacional siga teniendo estas directivas con que lo presenta la portada de su
Revista? “Director Paul Rivet. Musée de l’Homme, etc., París. Secretario Josep
de Recasens. La sede aparece en París, los canjes irán allá, desde allá se
instruye sobre lo que se debe o no publicar. Hernández de Alba, a quien muchos
especialistas le han escrito que consideran su nombre unido al de la Etnología
colombiana, está proscrito de sus páginas y de la directiva del Instituto y de
la Revista. [¿] Quién debe ser el Director? Un Colombiano; y los hay con nombre
acatado en el mundo de la Etnología americana. La sede ha de ser Bogotá u otra
ciudad o pueblo colombiano pero no París. La misma Secretaría debe ser
nacionalizada. Esto no es xenofobia. Mis viajes me han enseñado a sentirme un
poquito persona de un mundo. Amo a París. Pero considero que cualquier
especialista notable debe ser en un país que no el suyo Consultor, Técnico,
pero jamás Ministro, ni Jefe de Sección, ni Director de entidad pagada por el
Estado y tan íntimamente ligada con lo regional, como lo debe ser un Instituto
de Etnología. Yo he sabido del mal que nos ha hecho afuera esta y otras
tonterías.”
Hernández
de Alba fortaleció sus afinidades con la antropología norteamericana, cuando,
gracias a los contactos con Julian Steward, recibió una beca de la Fundación
Guggenheim, para estudiar en el Instituto Smitsoniano, en 1944. Hernández de
Alba llamó la atención sobre la necesidad que existía en Colombia de adelantar
investigaciones sociales y aplicadas, que permitieran un progreso nacional. La
Antropología Social norteamericana, para Hernández de Alba serviría: “como
preparación al establecimiento de los institutos cooperativos de Antropología
Social que en la Smithsonian Institution dirige el doctor Julián H. Steward, y
que en breve tendrán su agencia entre nosotros laborando en acuerdo con el
Servicio de Arqueología”. Propuesta
que se hizo realidad con la creación del IEUC a partir de 1946.. Además,
Hernández de Alba estableció intercambios con el Instituto Panamericano de
Geografía e Historia, de la OEA; con el Instituto Interamericano de
Antropología y Geografía, afiliado al Smithsonian, del que era miembro del
Comité Organizador y editor asociado; con el Instituto Indigenista
Interamericano, de México, dirigido por Manuel Gamio.
Indigenismo
En
1940 se llevó a cabo el Primer Congreso Indigenista Interamericano de Pátzcuaro,
México, en el que se aprobó una política continental y la creación de
organismos indigenistas nacionales, en todos los países americanos, para
conocer los problemas económicos, jurídicos, políticos, administrativos y
sociales de las comunidades indígenas; también, para asesorar, planear o
ejecutar políticas oficiales que buscaban integrarlas a la vida nacional,
mejorando la situación social en que se encontraban. Hernández de Alba fue
nombrado representante del Instituto Indigenista Interamericano en Colombia,
dirigido en México, por su amigo Manuel Gamio. Luego, en 1941, en compañía de
Antonio García y otros colegas, fundaron el Instituto Indigenista de Colombia
(IIC), al que se afiliaron los pioneros de la antropología, además de otros
importantes intelectuales y artistas. Este instituto se encargó de promover el
estudio de las comunidades indígenas, en defensa de sus valores culturales y
los resguardos, con la finalidad de alcanzar beneficios en su proceso de
integración a la sociedad colombiana. El IIC publicó trabajos de investigación
en los que se denunciaba el maltrato histórico a las parcialidades indígenas,
el despojo de sus tierras comunitarias y se rechazaba la parcelación de las
mismas, promovida por los gobiernos liberales y conservadores de la época.
Juan Friede, El indio en lucha por la tierra. Historia de los resguardos del Macizo
Central Colombiano (1944).
Bajo
la dirección de Luis Duque (1916-2000) se fusionó el IEN con el SAN (1945), y se crearon institutos análogos, como filiales
regionales, dirigidos por investigadores: Servicio Etnológico de la Universidad
de Antioquia, en Medellín, con Graciliano Arcila (1945); Instituto Etnológico
del Magdalena, en Santa Marta, con Gerardo Reichel y Alicia Dussán de Reichel
(1946); Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca, en Popayán, dirigido
por Gregorio Hernández de Alba (1946) y el Instituto Etnológico de la Universidad
del Atlántico, en Barranquilla, con Aquiles Escalante (1947).
Los etnólogos,
como científicos sociales, al entrar en contacto con los pueblos aborígenes
descubrieron la situación difícil en que se encontraban. Sus estudios
etnográficos, lingüísticos, antropométricos, serológicos y arqueológicos, más
allá de los formalismos clasificatorios de culturas que los llevaron a crear
museos y a proteger el patrimonio aborigen, les permitieron comprender los
atropellos, del pasado y del presente, sufridos por la sociedades indígenas.
Los pioneros de la Antropología tuvieron que afrontar una situación compleja;
sabían que valorar las tradiciones indígenas significaba tomar consciencia de
que estaban abocadas a desaparecer, por el impacto arrollador de la modernidad:
algunas habían conservado sus cosmovisiones ancestrales, marginadas, en sus
entornos naturales, y otras, a pesar de haber recibido un mayor impacto colonizador,
habían logrado mantener una organización comunitaria, cultural, social y
política, en tierras de resguardo, asediadas por hacendados y colonos mestizos.
El compromiso de los etnólogos no se reducía a reconstruir el pasado
prehispánico, sino también a investigar la historia colonial y republicana de
los pueblos indígenas, para entender la situación en que se hallaban en el
presente. Por eso se vieron abocados a proponer e impulsar una política
indigenista, con la que sería posible resolver los problemas de los pueblos
nativos, en un proceso de integración a la sociedad nacional, sin destruir sus
tradiciones y sin perder el carácter comunitario de sus parcialidades.
Día de fiesta en resguardo Páez,
Tierradentro, fotografía de Henri Lehmann (1941-1945). (Biblioteca ICANH caja
9, FG 1442: 1462).
Como
lo analiza Luis Duque Gómez, la situación económica y social de los resguardos
en el occidente de Colombia, hacia la década de los cuarenta, era muy difícil;
además de las tierras que habían perdido en tiempos anteriores, se vieron
asediados por colonos blancos o mestizos, que con engaños jurídicos y con la
complicidad de algunas autoridades municipales, trataron de apoderarse de
ellas. Los comuneros, incluyendo los niños, estaban obligados a pagar terraje
en las haciendas que bordeaban sus tierras comunitarias, para poder satisfacer
sus necesidades familiares básicas.
3.
Creación del Museo Arqueológico de la Universidad del Cauca: Dirección de Henri
Lehmann (1942-1945)
La persona encargada de organizar y
dirigir el nuevo Museo Arqueológico de la Universidad del Cauca (MAUC) fue el
científico Henri Lehmann (1905-1991). Lehmann había realizado estudios de
Historia del Arte y Filosofía en Alemania; en París aprendió Etnología con
Marcel Mauss, en la Escuela de Altos Estudios; trabajó con Paul Rivet en el
nuevo Museo del Hombre, quien lo apoyó para investigar en Colombia, a donde
viajó en 1941, huyendo de la invasión nazi a Francia. En 1942 se trasladó a la
ciudad de Popayán, para trabajar con la Universidad del Cauca; llevó a cabo
estudios etnohistóricos, serológicos, encuestas etnográficas y lingüísticas con
indígenas guambiano-kokonuco y kwaiker, e investigaciones arqueológicas en
Popayán, Corinto, Moscopán, Guachicono y el Valle del Patía. En 1945, Lehmann
se trasladó a México, como profesor del Instituto Francés de América Latina,
invitado por Rivet.
Al crear el museo, Lehmann aplicó
criterios internacionales especializados, fundamentados en la investigación
científica y en técnicas modernas de clasificación de los materiales obtenidos;
las colecciones fueron registradas de acuerdo con el sistema de catalogación
del Museo del Hombre, de la ciudad de París. Su mirada profesional, como la de
su maestro Rivet, se inscribe en el estudio de culturas que se identifican y
clasifican, no solamente con objetos, sino, además con elementos lingüísticos (familias Karib, Chibcha,
Arawac). Los parentescos culturales y la difusión de los mismos se establecen
por analogías de cultura material (arqueológica y etnográfica) y por
afiliaciones lingüísticas; los orígenes de las culturas locales se definen por
intermedio de comparaciones estilísticas y con hipotéticas difusiones
procedentes de Mesoamérica o los Andes Centrales, supuestos núcleos
civilizatorios principales.
Escultura
principal de Moscopán excavada por Henri Lehmann (1943). (Biblioteca ICANH FG 0
978).
4. Fundación del IEUC:
Dirección de Gregorio Hernández de Alba (1946-1950)
El IEUC fue creado por el Consejo
Directivo de la Universidad del Cauca, bajo la dirección de Gregorio Hernández
de Alba, con las siguientes funciones:
“Artículo 5.-Créase el Instituto Etnológico de la Universidad del
Cauca, dedicado a la investigación y a la enseñanza de la Etnología o
Antropología Social, especialmente de América, de Colombia y de las regiones
que formaron la antigua Gobernación de Popayán.
Artículo 6.-El Instituto tendrá a
su cargo la formación y organización del Museo Etnográfico y Arqueológico de la
Universidad. Este Museo será la expresión material de las investigaciones en el
terreno.
Artículo 7.-El Instituto, para el
logro de sus fines, trabajará en conexión con el Ministerio de Educación
Nacional –Instituto Etnológico Nacional y Servicio de Arqueología- y prestará
su colaboración a instituciones similares de Colombia o de países extranjeros.
Los trabajos científicos y de investigación que realice el Instituto se
elaborarán en forma que permita su publicación en la Revista de la Universidad
del Cauca, en la Revista del Instituto Etnológico y Boletín del Servicio de
Arqueología del Ministerio de Educación, o en volúmenes especiales.
Artículo 8.-El Instituto tendrá una
Sección Indigenista, destinada a estudiar sistemáticamente los problemas
sociales de la población indígena y a buscar soluciones justas y convenientes a
los problemas de incorporación nacional del indio a la vida nacional. Esta Sección
desarrollará sus labores en colaboración con la Gobernación del Departamento,
con el Instituto Indigenista de Colombia, el Instituto Indigenista
Interamericano y entidades similares.”
Plan
de estudio del IEUC (1946-1948)
A semejanza del IEN, el Consejo
Directivo de la Universidad del Cauca aprobó un Plan de Estudio, de dos años, para la
formación de etnólogos, que estaba conformado por un conjunto de cursos
básicos, acompañados de prácticas de campo, dirigidas por los profesores. El
interés primordial del currículo académico era el conocimiento general de la
realidad social y cultural americana, más que todo de las poblaciones indígenas,
que se particularizaba en el territorio de la antigua Gobernación de Popayán,
en un contexto colombiano. La orientación teórica de los contenidos de las
materias respondía a una conceptualización internacional de la Etnología, como la
“ciencia del hombre” de Rivet, que estudiaba y clasificaba las culturas, con el
recurso de tres áreas del conocimiento complementarias: la antropología física,
que por intermedio de mediciones antropométricas y de tipos sanguíneos hacía
clasificaciones raciales; la lingüística, que recopilaba vocabularios y su
fonética, y la historia, de la etapa precolombina, con las investigaciones arqueológicas
y del período colonial hispánico, con el recurso de crónicas de la conquista y
documentos de archivo. Para los etnólogos indigenistas era importante conocer
los procesos de transculturación, religiosa (misiones) y civil, coloniales y
modernos, para comprender la situación cultural y política en que se
encontraban los pueblos indígenas; conocimientos que eran indispensables para
resolver la difícil situación en que vivían, si se estaba pensando en una
política de integración al progreso de la modernidad.
Portada
del manuscrito original, Namui Misag,
nuestra gente, de Gregorio Hernández de Alba (1949).
1949.
Hernández de Alba y Francisco Tumiñá Pillimué publicaron el libro “Namuy Misag”.
La realización de un programa
escolar en Guambía le dio la oportunidad a Hernández de Alba de concretar sus
aspiraciones, de hacer una antropología aplicada. Francisco Tumiñá Pillimué, joven
indígena guambiano, había tenido la ocasión de aproximarse, durante tres años,
a los trabajos que hacían los etnólogos; al mismo tiempo, como maestro de
escuela del resguardo, conocía la importancia de la educación para su
comunidad. Además de sus cualidades como educador, Hernández de Alba apreció
las actitudes artísticas de Tumiñá, como dibujante; le propuso hacer algo
inusual en Colombia, exponer sus dibujos, que expresaban contenidos
fundamentales del pensamiento y las costumbres de los guambianos. La exposición
se realizó en Galerías de Arte, en Bogotá, con gran aceptación del público
asistente y por parte de los medios periodísticos; las imágenes fueron
publicadas como libro, acompañadas de textos literarios redactados por
Hernández de Alba, basados en transcripciones de tradiciones culturales de
Guambía, obtenidas con la participación de Tumiñá Pillimué.
Catálogo de la exposición de dibujos de Francisco Tumiñá Pillimué en Galerías de Arte, Bogotá (1949).
Pensamiento
de Francisco Tumiñá Pillimué
Francisco Tumiñá, también tuvo la
oportunidad de expresar sus sentimientos, pensamientos e identidades culturales, en un reportaje hecho
por el profesor Henry Valencia, publicado en el diario El Tiempo, el domingo 22
de enero de 1950. Después de leerlo, sin lugar a dudas, podría decirse que es
un valioso testimonio indígena, sobre el arte, en el que Tumiñá expresa, de
manera sencilla y profunda, la complejidad y fortaleza de su pensamiento:
“[…] Yo no sé nada de arte y no te voy a
hablar de belleza ni de sus leyes. Pero esa es mi gente y por eso cuando me
dijeron en el Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca que hiciera unos
dibujos de la gente, sus costumbres y sus mitos, me puse con amor a ello, con
malicia y con intención, pues por mal dibujados que salgan, el paisaje se ve y
se siente, los ranchos se reconocen en medio del papal y también el Piendamó y sus grandes piedras,
que han habitado, desde la boca de los viejos del pueblo, los duendes,
Bernanuayes y los espíritus de los muertos. […] Es verdad que el arte de un
pueblo indígena es documento necesarísimo para estudiar su vida, sus huellas y
grado de evolución. Pero mirá, primero está el hombre y sobre todo en Colombia
donde nunca se ha mirado hacia el interior de la tierra ni se ha percibido la
belleza de las cosas que se sustentan en el alma y las montañas del país. Vos
sabés que aquí no hay unidad racial y pasará mucho antes de que la haya. Y
nosotros, los indios, solo hemos sido carne de explotación, diversión de
turistas y falsa bandera de nacionalismos llorones que al pasar dejan muy mal
sabor en el alma pues nos hacen sentir mucho más destruidos que en aquellos
tiempos de los viejos conquistadores. […] Si vos sintieras lo que yo siento
cuando los de la ciudad nos insultan llamándonos indios despectivamente, te
darías cuenta que es pa volverse un resentido y un amargado. Vos me conocés y
sabés que no lo soy. Por eso yo quiero saber y me he instruido. […] Es que aquí
en Colombia la gente mira mucho pa Europa y lo nuestro se queda para los locos
que se meten con estas cosas del indigenismo y de la Etnología. Guardada
relación entre el momento de evolución y grado de intercambio; la escultura
sanagustiniana en nada tiene qué avergonzarse de la estatuaria egipcia o
caldea. Pero es que el afán de hablar, largo y mal, de lo de afuera, nos tiene
perdidos. Parece que nuestra vida se alimenta de aires foráneos en un afán de
creerlos más puros. Pero yo no cambio el aire de mis montañas cuando va
amaneciendo sobre el páramo. Vos has visto qué bello es eso; me siento siempre
tan rico y tan grande cuando lo aspiro a grandes bocanadas y la sangre se me
calienta en las venas cuando empiezan a prenderse los fogones en los ranchos. Y
eso, ustedes los blancos, lo han olvidado o no quieren verlo.”
Crisis
del IEUC (1949-1950)
Se inició con una reforma académica impulsada
por el Consejo Directivo de la Universidad del Cauca que proponía eliminar el
plan de estudios de la especialización en Etnología, a cambio de integrarse más
a las diferentes carreras de la universidad. La reforma del IEUC tenía un
trasfondo político: la violencia partidista en Colombia que se agudizó con el
asesinato del líder popular y liberal, Jorge Eliecer Gaitán, el 9 de abril de
1948. La violencia política en el territorio del Cauca afectó directamente al
pueblo de Guambía, con el asesinato de dos autoridades indígenas, y con el
atentado hecho a la casa de Hernández de Alba, en Popayán. Esta situación
insostenible llevó a Hernández de Alba a presentar su carta de renuncia al
rector Jesús María Plaza, el 28 de agosto de 1950 y a regresar a Bogotá, al año
siguiente.
Julio
César Cubillos, fotografía de Héctor Llanos (1975).
5.
Reapertura del IEUC: Dirección de Julio César Cubillos (1955-1960)
Julio César Cubillos (1919-1994) había
egresado de la Escuela Normal Superior (1944) y del IEN (1945). Como
investigador de este instituto había realizado investigaciones arqueológicas
pioneras en Tumaco y en la sabana de Bogotá, en 1950; recibió una beca
Guggenheim para hacer estudios de estratigrafía cultural en la universidad de
Tucson. Durante su dirección del IEUC (1955-1960) hizo investigaciones
arqueológicas y de antropología social en el resguardo de Poblazón y el barrio popular Alfonso López, de la ciudad
de Popayán.
Artículo,
“El Dr. Eduardo Santos elogia la vida y la obra de Paul Rivet”, publicado en el
diario El Tiempo, Bogotá, 30 de marzo, de 1958.
Fallecimiento
de Paul Rivet (1958)
En 1957, en Bogotá, los discípulos
de Paul Rivet se enteraron del delicado estado de salud en que se encontraba,
en la ciudad de París. Por iniciativa de varios de ellos decidieron hacerle un
homenaje con la publicación de un libro especial, en el que se incluyeron
ensayos de sus antiguos estudiantes y una semblanza del maestro. El 21 de marzo
de 1958 falleció Rivet, lamentable noticia que motivó la publicación de varios
artículos, en los principales periódicos capitalinos. De acuerdo con Luis Duque
Gómez: “Su vocación científica estuvo polarizada casi por entero hacia el
estudio de la integración cultural de Hispanoamérica. Así se explica el afecto
entrañable que profesó a estos países, a los cuales vinculó los años más
fructíferos de su labor de investigación.” Incansable actividad americanista
unida a un compromiso político, como lo escribió Gregorio Hernández de Alba: “Si
el profesor Rivet fue un científico, también fue un político que profesó
siempre, con valor desafiante, su interés profundamente democrático y su amor,
su “loco amor” como decía, por la libertad del hombre, por su convivencia y su
paz.”
Crisis
y cierre del IEUC (1960): Presupuesto y limitaciones económicas
La
creación de los institutos etnológicos regionales, como filiales del IEN, en la
década de los cuarenta, se hizo pensando en que serían financiados sus gastos
de funcionamiento e investigación, de manera compartida por el IEN-ICAN
(Ministerio de Educación) y los respectivos organismos de gobierno regional,
departamental y municipal. En el caso de los investigadores extranjeros
visitantes, como los del Smithsonian Institution, sus gastos fueron cubiertos
por el organismo al que pertenecían, de acuerdo con un convenio bilateral
establecido.
Julio
Cesar Cubillos, después de un año de haber sido nombrado director del IEUC, el
30 de octubre de 1956, envió al Consejo Directivo de la Universidad un informe
de los proyectos adelantados y un modesto presupuesto de $ 14.700, necesario
para alcanzar los objetivos programados, para los dos años siguientes
(1957-1958). El presupuesto se aprobó parcialmente. El personal del Instituto
se redujo al director y a un secretario-dibujante; las excavaciones en el Morro
de Tulcán se pudieron hacer, gracias a recursos extraordinarios; la nueva
sala-sótano del Museo Casa Mosquera no se pudo ejecutar; los estudios
socio-económicos en el resguardo de Poblazón y el barrio Alfonso López se
iniciaron, pero no se pudieron continuar, y el carro solicitado, indispensable
para todos los proyectos, no fue adquirido por la Universidad.
Excavación en el Morro de Tulcán.
Escalera de bloques de adobe, fotografía
de Julio Cesar Cubillos (1957-1958). (Archivo Héctor Llanos).
Mercado de
Piendamó (s. f.). (Archivo Héctor Llanos).
Julio César Cubillos, ante la
situación antes planteada, continuó sus labores docentes, sin proponer un nuevo
plan de investigaciones. Puede ser, que, como se lo dijo en carta a Luis Duque:
“Respecto al “aguante”, lo tengo ya en la nuca y esta es la hora en que mis
fuerzas económicas empiezan a fallar.” Al año siguiente, 1960, aceptó la
propuesta de la Universidad del Valle (Cali), que lo vinculó como profesor de
tiempo completo: fundó el Centro de Investigaciones Arqueológicas Regionales
con un museo; realizó prospecciones y excavaciones en el Valle del Cauca, y en
la región arqueológica de San Agustín, con su colega y amigo, Luis Duque,
durante la década de los años setenta.
La
renuncia de Cubillos significó el fin del IEUC y su ingreso a la Universidad del
Valle anunciaba lo que harían otros compañeros de generación, que también se
vincularían como profesores a las nuevas facultades de humanidades o ciencias
sociales, para crear carreras de
antropología en varias universidades colombianas, programas académicos que
reemplazaron el plan de estudios del ICAN. Las universidades les ofrecieron un nuevo
campo de acción profesional y una mejor
situación laboral. A partir de la década de los sesenta se inició la segunda
etapa de la antropología en Colombia, que como bien sabemos se caracterizó por
la implementación de corrientes teóricas como el Estructuralismo, el Marxismo,
el Funcionalismo y la Nueva Arqueología. Paul Rivet perduró en sus condiscípulos,
como un recuerdo de gratitud con su maestro, por las enseñanzas científicas y
humanísticas recibidas; como un arquetipo de la antropología en Colombia.
Nota: Este artículo se sustenta en la
investigación recientemente publicada: Héctor Llanos Vargas y Oscar L. Romero
Alfonso. Memoria recuperada; Instituto
Etnológico de la Universidad del Cauca (1946-1960). Instituto Colombiano de
Antropología e Historia, Bogotá, 2016.
También retoma contenidos del libro: Héctor Llanos Vargas. El árbol genealógico de nuestras identidades
culturales. Bogotá, 2010.
Hard Rock Hotel & Casino - Mapyro
ResponderBorrarFind all information and reviews for Hard Rock Hotel & Casino in El Paso, TX. In case of 과천 출장마사지 a conflict, please contact 영주 출장안마 the local law enforcement office 경상북도 출장마사지 at 725-4400 or by 영천 출장안마 calling 동해 출장샵