Horst Nachtigall, Luis Duque Gómez y Tiberio López Muñoz en la Mesita A, Parque Arqueológico de San Agustín (1961)
El día 5 de septiembre de 1981, con motivo del inicio de mi trabajo como arqueólogo en San Agustín, tuve el privilegio de conocer a don Tiberio López Muñoz. Me reuní con él en su casa del pueblo para entrevistarlo, porque sabía por referencias del investigador Luis Duque Gómez que había sido pionero en referenciar los hallazgos arqueológicos de Quinchana, en 1946. Una visita de saludo se transformó en un prolongado diálogo en el que narró la historia de la arqueología agustiniana. Por suerte, pude grabar este valioso conversatorio y conservar el casete hasta el día de hoy; su contenido adquiere un sentido muy especial al celebrarse el centenario de la investigación arqueológica de San Agustín (1913-2013).
Don Tiberio, como lo llamaban respetuosamente, era una persona muy
cariñosa y amable, dispuesta a colaborar, no solamente con el bienestar social
y cultural del municipio, sino con los visitantes importantes y los arqueólogos
que llegaban a investigar la región. De esta manera se convirtió en un ilustre
intelectual conocedor de la arqueología de San Agustín.
Como muchos de los habitantes de San Agustín, don Tiberio era de
origen caucano; había nacido en la Vega en 1890 y emigrado por el camino del
valle de Las Papas, en compañía de su padre, en el año 1927. Durante su larga
vida trabajó en cargos públicos; ocupó las posiciones de concejal, alcalde,
diputado y director de la Oficina de Turismo; sus continuas lecturas lo
convirtieron en un experto en asuntos judiciales y en temas arqueológicos e
históricos que lo llevaron a ser miembro de la Academia Huilense de Historia y
a vincularse con el Instituto Etnológico Nacional, transformado posteriormente
en el Instituto Colombiano de Antropología.
Don Tiberio fue gran promotor de la arqueología agustiniana. En 1946 publicó
la obra Compilación de apuntes
arqueológicos, etnológicos, geográficos y estadísticos del municipio de San
Agustín, que jugó un importante papel al divulgar apartes de los libros de
arqueólogos pioneros, que años más tarde actualizó con textos de nuevos
arqueólogos e historiadores del arte: Estudios
arqueológicos, antropológicos, etnológicos y artísticos de la cultura
megalítica de San Agustín (1982).
Sin ser un arqueólogo profesional, don Tiberio se interesó por los
monumentos prehispánicos y su protección. En 1946 fue el primero en trasladarse
a Quinchana, cuando recibió información de los importantes hallazgos hechos por
campesinos. De manera inmediata elaboró un informe sobre las ruinas, dirigido a
Luis Duque Gómez, como director del Instituto Etnológico Nacional, que llevó a
este investigador a excavarlos. Precisamente, Quinchana me motivaría a realizar
el primer proyecto del Programa de Investigaciones Arqueológicas del Alto
Magdalena (PIAAM),
como profesor de la Universidad Nacional de Colombia, en 1981. A don Tiberio
López, tanto la comunidad de San Agustín como los arqueólogos, le debemos
gratitud y reconocimiento, por su ejemplar vida en beneficio de la protección y
promoción del patrimonio de la cultura de San Agustín.
La charla con don Tiberio se desarrolló de la siguiente manera:
Héctor Llanos (H. Ll.): Don Tiberio, usted fue uno de los pioneros que
comenzó a darse cuenta de la importancia de San Agustín, ¿en qué año empezó sus
trabajos?
Tiberio López (T. L.): Cuando yo vine a San Agustín en 1927, mi papá
era abogado; vine con el fin de asistir a un pleito en Garzón, pero yo ya había
estado en el Perú muy joven como turista, en el norte de Chile, en Argentina,
Ecuador, Bolivia, conociendo todos los sitios arqueológicos, durante más de un
año. Cuando yo vine aquí, las estatuas estaban aún en la plaza, donde las
encontró Preuss.
H. Ll. ¿Las que estaban en el pedestal de Bolívar?
T. L. No, eso fue después. Las estatuas estaban allí porque, ya
tomando datos, el Padre Aya, en 1912, dijo que había que adornar la plaza, y
que esas piedras estaban muy buenas, y las bajó de Mesitas; las bajaron
amarradas con bueyes y las pusieron alrededor de la plaza. Entonces yo vi esos
monumentos descuidados, allí amarraban las bestias. San Agustín acababa de ser
nombrado municipio en 1926. Entonces yo me interesé, pues después de haber
visto la Cultura Incaica, los grandes monumentos de los Incas y sobre todo
Machu Picchu, Tiahuanaco, Chavín, la Puerta del Sol, toda la región del
Titicaca, yo no tenía noticia de la existencia de la cultura de San Agustín.
Entonces pues, quise informarme. La carretera llegaba hasta Puerto Seco, al
lado de Neiva, y de ahí para acá, todo era a lomo de mula. Aquí ya los amigos
me dijeron que en 1913 y 1914 había estado Preuss, pero poco sabían de él. Y
por referencias de amigos y el cura, dijeron que aquí había estado Codazzi y
Cuervo Márquez en el siglo pasado.
H. Ll. ¡Ah! por tradición oral la gente recordaba eso.
T. L. La gente recordaba eso; pero no se conseguían sus obras, como
quien dice, no se sabía absolutamente nada. Entonces me fui para Bogotá, donde
vivía un amigo de mi papá, el doctor Miguel Jiménez López. Él era ministro de
gobierno cuando vino Preuss; me dio algunos datos y me dijo que acababa de
salir la traducción de Preuss (1931), que hicieron César Uribe Piedrahita y
Walde-Waldegg. Ya pude conseguirla, y también la de Codazzi, que está en una
obra de Felipe Pérez, y la de Cuervo Márquez.
H. Ll. ¿Los Estudios etnográficos y arqueológicos de Cuervo Márquez?
T. L. Sí.
H. Ll. ¿Usted no oyó decir por qué Preuss llegó a San Agustín?
T. L. Preuss se enteró de esto por la conferencia que dio José María
Hernández de Alba en París y en Berlín, que suscitó un gran desplazamiento.
Llamó mucho la atención, porque como él era un abogado distinguidísimo,
revolucionario y un hombre fuerte en conocimientos, su conferencia la publicaron
los diarios, en París, Roma y Berlín.
H. Ll. En esa época era toda una odisea venirse desde Alemania…
T. L. Sobre todo que esto era completamente desconocido en Europa; por
ejemplo Stübel; es decir, tantos que habían estado por acá, pero no publicaron
nada; se llevaron algunas piezas que están en algunos museos de Europa, pero
nunca escribieron.
H. Ll. ¿Preuss duró mucho tiempo?
T. L. Preuss duró solo seis meses; estando acá, lo sorprendió la
primera guerra mundial y no le pudieron mandar dinero. Él era un hombre muy
sabio. Él, conforme a los conocimientos de hoy, no era arqueólogo, era un
etnólogo. Su modo de trabajar era el del etnólogo. Él no descubría, sino que
iba donde se sabía estaban las estatuas; para sacar lo que se había visto.
H. Ll. Su obra le da mucha importancia a la estatuaria; como él mismo
lo llama Arte monumental. ¡Pero le
rindió cantidades! En su libro se aprecia que estuvo en muchos sitios de San
Agustín, que hoy en día se conocen.
T. L. Y hay algunos que se han perdido, como Las Moyas; lo taparon, lo
destruyeron. Y hay otra obra hidráulica en el Alto de las Piedras, que está
perdida; yo soy el único que la conozco; no la conocen ni Duque, ni Cubillos, y
así muchos lugares. Preuss, le decían doctor aquí, él iba y llevaba su varilla.
El procedimiento para los moldes era supremamente diferente; era papel
periódico mojado y pisado sobre la piedra para dar la forma, y después lo
cortaba para sacarlo.
H. Ll. Entonces, él se llevó esos moldes.
T. L. Sí; se pone uno a ver las fotos de la obra de Preuss y muchas
corresponden a vaciados en yeso. Él si llevó 18 estatuas; pero la mayor tenía 1
metro.
H. Ll. Se llevó las pequeñas, por la dificultad del transporte.
T. L. Pero póngase a pensar, a lomo de mula de aquí a Purificación.
H. Ll. Para continuar por el Magdalena.
T. L. Sí. Llevó 200 cargas, entonces, con mucho trabajo. Preuss no
solamente escribió sobre esto. Él tiene un trabajo admirable sobre los uitotos.
H. Ll. ¿Después de San Agustín se fue para el Caquetá?
T. L. Se fue para el Caquetá y estuvo escribiendo un estudio
maravilloso sobre los mitos, y recorrió mucho el país; mientras él pudo
conseguir los papeles para volver a Alemania, en tiempo de guerra, que es por
supuesto trabajoso. Entonces yo, con esos principios que tenía y la gente que
llegaba aquí, había que trochar, había que ser muy conocedor, y aquí esto no
les interesaba. Las estatuas estaban entre rastrojeras, entre el monte y las
tenían para diferentes usos. Por ejemplo, en la Meseta B había un rancho; el que vivía allí decía
que vivía incómodo, porque esos espíritus volvían en los tiempos; eso era como
peligroso, y se oían ruidos.
H. Ll. ¿No guaqueaban?
T. L. Los guaqueros habían saqueado, pero afortunadamente dos cosas
han favorecido a San Agustín; la una, que los españoles en tiempo de la
conquista no vieron las estatuas, porque de lo contrario con la excusa de
destruir los dioses, las habrían destruido, como lo hicieron en otras partes.
H. Ll. Y habrían guaqueado las tumbas y los montículos.
T. L. En la Colonia vinieron más y empezaron a guaquear, pero no
encontraron oro.
H. Ll. Lo cual también fue una ventaja.
T. L. Esa fue la ventaja que salvó esto, de lo contrario se habría
perdido todo.
H. Ll. Sí, es muy curioso que en San Agustín no haya habido una
destrucción como sucedió, por ejemplo, en los montículos funerarios del Sinú,
desde la conquista.
T. L. Como también sucedió con el saqueo del oro de los Tairona.
H. Ll. Pero, entonces, ¿usted se estableció en San Agustín desde el
momento en que llegó por primera vez?
T. L. Iba a devolverme, pero entonces aquí se presentaron trabajos. Me
gustó esto. Por último me casé aquí.
H. Ll. Echó raíces.
T. L. Sí, eché raíces; creció la familia y siempre he sido apegado a
esta tierra. Después vino Rivet; estuve una semana con él, entablamos una buena
amistad; él me ofreció una beca en la Sorbona por cuenta del Museo del Hombre.
Pero, volviendo a Preuss, él sigue siendo una autoridad, sobre todo en sus
descripciones. Se ve que los arqueólogos no han salido de sus descripciones,
aunque ya se está aclarando el misterio generado por la falta de una escritura
jeroglífica; los arqueólogos son los únicos que están dando a la luz lo que van
sacando, con la ayuda de las fechaciones [sic] del Carbono 14. Los datos
científicos más recientes son los que ha sacado el doctor Luis Duque Gómez. Él
vino en el año 1943, como egresado del Instituto Etnológico Nacional fundado
por Rivet; el doctor Duque era su mejor alumno. Yo he entablado una amistad con
él, que ha durado hasta hoy.
H. Ll. Antes de iniciar el doctor Duque sus investigaciones, ¿usted
estaba aquí cuando vino Pérez de Barradas?
T. L. Sí, yo estaba aquí. Antes de Duque, ya habían estado arqueólogos
como Pérez de Barradas; personas que conocían, pero todo disperso. Había que
andar y batallar mucho, trochar, palear. Después llegó Juan Friede.
H. Ll. ¿Friede en qué año llegó y cuándo se estableció en el Alto de
los Ídolos?
T. L. En el 42 llegó y duró dos años. Él vino tal vez para investigar,
era comerciante. Vino y compró propiedades. El Alto de los Ídolos lo compró y
construyó una casa. Y luego, cuando estalló la segunda guerra mundial, entonces
él, por su origen alemán, tuvo dificultades.
H. Ll. Claro, como la guerra era contra Alemania.
T. L. Sí, los alemanes estaban muy controlados, muy vigilados.
H. Ll. Cuando Juan Friede compró el Alto de los Ídolos, ¿se sabía que
había templetes y estatuas?
T. L. Sí, claro.
H. Ll. Pero ¿él no excavó?
T. L. No.
H. Ll. Gregorio Hernández de Alba también estuvo aquí.
T. L. Estuvo aquí con Pérez de Barradas.
H. Ll. Pero ellos pelearon, no se entendieron.
T. L. Eso ha sido una cosa que hemos tenido, eso es un defecto no
solamente de ahora, de apreciar solo lo extranjero. Hernández de Alba ya era un
arqueólogo, había estudiado y trabajado mucho en Tierradentro y en el Cauca, y
entonces lo pusieron dependiente de Pérez de Barradas, un falangista, y
Gregorio era un republicano.
H. Ll. Claro, republicano y con un sentido nacional, indigenista.
T. L. Sí, y Pérez de Barradas era un franquista tremendo. Entonces
pues, en la manera del trato, Gregorio tuvo muchos problemas con él y nosotros
le ayudamos a solucionarlos. Se fue aburridísimo, porque tenía que estar a las
órdenes del otro; y el otro tenía unas maneras muy diferentes. Pérez de
Barradas se levantaba tarde y ordenaba a los trabajadores; el que descubrió
francamente el Lavapatas fue Gregorio, porque según Reinaldo Ordoñez, quien
murió en estos días, un trabajador, un pescador, levantó la tapa y vio unos
hoyos porque allí se le había metido un pescado, y entonces le mostró esto a
Reinaldo Ordóñez, quien le dijo a Gregorio. Este, desde las siete u ocho de la
mañana estuvo allá y cuando le avisaron a Pérez, porque él era el investigador
principal, ya habían sacado bastante, el barranco no era tan alto, ya lo tenía
descubierto Gregorio.
H. Ll. Pero, el que quedó con la gloria fue Pérez de Barradas, porque
ni lo menciona en el libro.
T. L. No, no lo menciona; y sobre todo, la descripción de Gregorio es
mucho mejor que la de Pérez; es muy minucioso. La única parte donde Pérez habla
a fondo, eso ya lo había dicho Preuss; claro que como este no manejaba el
castellano, el otro lo que hizo fue ampliarla; en sí, usted puede ver que
profundamente, nada nuevo dijo.
H. Ll. ¿Usted estaba cuando apareció el famoso sarcófago que dio esa
fecha del siglo VI
antes de Cristo?
T. L. Sí, eso lo sacó Pérez de Barradas.
H. Ll. ¿Estaba en una tumba muy profunda?
T. L. En una tumba no muy profunda, tendría 1 m. Era un dolmen, bien
protegido, y dentro del dolmen estaba el sarcófago.
H. Ll. Por eso se había preservado.
T. L. Sí.
H. Ll. Pérez de Barradas, creo, es el primero que hace una referencia
sobre Quinchana; habla sobre un profesor de escuela que le había traído unos
restos arqueológicos.
T. L. Pérez pasó por allí cuando iba para el Cauca.
H. Ll. ¡Ah!, se fue por el camino del Macizo Colombiano.
T. L. Sí.
H. Ll. Don Tiberio, le quería preguntar una cosa sobre la que siempre
he tenido curiosidad; usted fue el primero en estudiar la región de Quinchana,
lo que usted llama la hacienda Canoas, ¿eso fue en qué año?
T. L. En 1946; eso era montaña.
H. Ll. ¿Fue con el doctor Duque?
T. L. No, solo. Una maestra de Quinchana vino a decirme que ella había
ido a una excursión en la que había encontrado dos estatuas pequeñas y las
había entregado al señor alcalde de San Agustín. Entonces me fui y vi lo que
había y dije algunas cosas que no eran lo que yo creía; de todos modos hice ver
que allí había un gran cementerio. Pero eso era montaña, espesísima, pura selva.
H. Ll. ¿Era muy difícil poder identificar algún sitio?, ¿había que
cortar árboles?
T. L. Sí. Yo ubiqué el sitio donde habían sacado las estatuas; y en mi
informe describí lo que había visto, la planada, la fortaleza natural, en donde
las tallaron; desde entonces voy diciendo que he creído que se fueron hacia el
sur, por esta ruta.
H. Ll. Claro, pero de todas maneras, veo que su tesis tiene algo de
razón, porque según parece, allí existió un gran poblado; usted decía que allí
estaban las ruinas.
T. L. Sí, allí se aseguraron, porque allí eran inexpugnables, no había
quien les entrara.
H. Ll. Es una fortaleza natural.
T. L. Sí, natural. Para ir de San Agustín había que subir una pared,
pues, por las raíces de los árboles era un trabajo difícil; luego, hicieron un
camino de a pie y después camino de herradura. Eso no se podía entrar. Y allí
encontré unos canales; por eso escribí al Instituto de Antropología, que yo ya
sabía que existía. Entonces fue cuando Duque leyó mi informe y decidió sacar
una separata. ¡Cómo sería la selva, que se luchaba contra una parranda de micos
maiceros que se robaban las provisiones, la carne!
H. Ll. ¡Cómo sería la selva!
T. L. Sí, ¡cómo sería la selva tan tremenda!
H. Ll. También había animales peligrosos; debería haber serpientes.
T. L. Sí, todo eso; pero, habían [sic] esos monos que en cualquier
rato, mientras uno estaba conversando, llegaban, echaban a la nuca y se iban
con todo; perseguían la carne, el maíz, lo que ellos pudieran robar. Se hizo un
rancho al que yo le tomé una fotografía, el palacio
nacional de Quinchana.
H. Ll. Usted me la mostró en Bogotá, una foto muy curiosa, muy
simbólica, un rancho hecho con palma, con palmiche.
T. L. Y allí cocinábamos, en fin, de todo se hacía. Nosotros íbamos a
visitarlo a caballo, desde San Agustín a caballo se gastan seis horas.
H. Ll. Y por un camino seguramente peligroso.
T. L. Tremendamente peligroso.
H. Ll. Pero antes de haber ido a Quinchana, usted que conoce la región
de San Agustín, había hecho otras exploraciones en sitios cercanos.
T. L. Sí, sobre todo a la Chaquira, donde casi no había entrado nadie,
después de Preuss.
H. Ll. En donde están los relieves y grabados.
T. L. Sí, no sabemos qué hay de esas rocas hacia abajo, pues no se
puede entrar.
H. Ll. Es un acantilado hacia el Magdalena.
T. L. Sí. Algunos chilenos y peruanos, entre ellos Espejo, dicen que
aquí está el Machu Picchu de nosotros; hay que hacerse a la margen del río y
subir en alguna cosa para ver si esas rocas son puestas, trabajadas. Eso no se
ha hecho.
H. Ll. Pero, la Chaquira no se ha investigado hasta ahora.
T. L. No, no se ha investigado. Es un sitio importantísimo, como usted
ve, porque uno por acá tiene la sensación de que sacaban el bloque y lo
modelaban, y allá tallaban sobre la roca natural.
H. Ll. Cuando el doctor Duque vino a trabajar, ¿usted lo acompañó?
T. L. Yo acompañé mucho al doctor Duque cuando estuvo en Mesitas.
H. Ll. ¿Él llegó primero a Mesitas?
T. L. Sí.
H. Ll. Y luego a Quinchana.
T. L. No, eso fue después, a Mesitas llegó en el año 1943.
H. Ll. ¿Qué trabajos hizo el doctor Duque en ese momento?
T. L. Cuando él estaba trabajando le llegó la noticia de que lo habían
nombrado director del Instituto Etnológico y le tocó regresar a Bogotá. Yo me
acuerdo que le hicimos una fiesta. También, aquí lo sorprendió el nombramiento
como rector de la Universidad Nacional. Nosotros le decíamos: hombre cómo es
que tú te vas a meter a semejante culebrero. Ya después, cuando vimos que era
el presidente Pastrana el que lo había llamado por teléfono para ofrecerle la
rectoría, entonces ya no pudo decirle que no.
H. Ll. Sí, el doctor Cubillos, creo que tampoco estaba muy de acuerdo.
T. L. No, nadie; nosotros lo coronamos y le pusimos unas cuentas de
árboles y con discursos le impusimos la
cruz de Boyacá (risas).
H. Ll. ¿Cuándo se compraron los terrenos del parque arqueológico?
T. L. Ahora voy sacar la historia del primer lote que se compró;
parece que en el 34. Eso fue un lío tremendo para que la dueña vendiera; en el
37 el Lavapatas era de un particular, y a ese señor hubo que hacerle un juicio
de expropiación.
H. Ll. ¿Por qué lo llaman Lavapatas?
T. L. Porque ese nombre es completamente español.
H. Ll. ¿No tiene que ver con que se utilizara para bañar las bestias?
T. L. No. He oído, que generalmente los españoles no decían pies sino
patas; una cosa supremamente española.
H. Ll. Sí, muy española.
T. L. Parece, pues, que hoy ya se determinó que las Mesitas habían
sido un cementerio completo. Descubierto el Lavapatas, la gente allá se
purificaba para entrar al parque, a las Mesitas. Por eso el sitio de las Moyas,
como le dicen ahora, era donde ellos componían las pinturas para pintarse y
entrar en el santuario, es decir al cementerio.
H. Ll. Creo que Preuss menciona las Moyas y tiene una fotografía.
T. L. Sí.
H. Ll. ¿Quién fue el primero que hizo una referencia a la rana que
mira a la fuente de Lavapatas?
T. L. Codazzi.
H. Ll. Codazzi fue el primero que publicó una referencia sobre la
Rana.
T. L. Preuss no la vio. Años después, Barradas la encontró cuando
hacía el camino para bajar al Lavapatas.
H. Ll. Esa es una rana tallada en la roca in situ, natural; así se demuestra que las rocas las encontraban
también cerca.
T. L. Y está mirando a la fuente.
H. Ll. Sí, debe estar asociada.
T. L. La rana está asociada a la lluvia, la muerte y a un poco de
mitos que tienen que ver con la rana.
H. Ll. Don Tiberio, otra cuestión; esos montículos que tienen esas
tumbas tan importantes y otras a su alrededor, ¿qué significarán?
T. L. Ellos hacían el dolmen, donde ponían estatuas. Entonces le
echaban la tierra encima y le dejaban una puerta. Lo que se ve es que el
templete lo ocupaban por tiempos; había determinada época del año en que los
abrían. Eso permanecía cerrado. Esa era la forma como ellos trabajaban los
montículos.
H. Ll. ¿De dónde viene el nombre de Mesitas?
T. L. Preuss dice Mesetas. La gran piedra que está sobre la cubierta
del templete en la Mesita A,
la derribó Preuss; la puso ahí, y entonces la gente dijo que era la mesa de
comer; por eso le pusieron Mesitas.
H. Ll. Decíamos que el doctor Duque estuvo aquí desde el 43 y luego
siguió viniendo por temporadas.
T. L. Sí; lo que va a hacer usted. Por temporadas; cada que podía
venir, pero ya cuando se creó la Fundación de Investigaciones Arqueológicas de
Colombia hizo contratos estables.
H. Ll. ¿El doctor Cubillos vino en la década de los setenta, o ya
había venido antes?
T. L. Él vino al mismo tiempo de Duque; no recuerdo bien. Cubillos
tiene que acordarse. Ellos se reunieron. Iba a haber una conferencia de
antropólogos en Manizales. Ahora le voy a contar esta cosa. Invitaron a Duque y
a Cubillos; Duque estaba en Bogotá y Cubillos en Cali, y ellos se encontraron
en Manizales, antes de la conferencia.
H. Ll. ¿Sin saber que los dos habían sido invitados?
T. L. Eran amigos, pero sin saber que los dos habían sido invitados.
Se ponen a beber y se olvidaron de las conferencias, de lo que iban a decir. Y
eso era al otro día por la noche. Y a Duque se le fue la voz; es decir que
nada. En esa confusión, se pusieron a hacerle remedios a Duque para que le
volviera la voz, y estaban ellos en primera línea para hablar. Cubillos conocía
a San Agustín muy bien. Él había venido como estudiante que sabía mucho;
Cubillos era intocable, era el mandamás. Bueno, lo mandó Duque a que midiera
unas tumbas. “Bueno, ahí está mi trabajo” le dijo Cubillos. Y va Duque a una
tumba y encuentra que allí estaban erradas las medidas. Cubillos quedó tres
días que no sabía si irse o pelear, pero no podía pelear; y hasta los tres días
Cubillos tuvo que admitir, “no, usted tiene la razón”. Y esa lección le sirvió
para toda la vida: de hacer medidas precisas, pues, la única tumba que no había
medido era esa, y a esa fue en la que Duque se embocó.
H. Ll. ¡Qué de malas!
T. L. Pero esa experiencia fue la que le sirvió.
H. Ll. Claro, ahí le sirvió la experiencia.
T. L. En Manizales dijeron, ya como a las 6 o a las 7 de la noche, que
está eso llenito, pues había harta gente. Entonces, dijeron ¿qué hacemos? Y
dijo Cubillos: hagamos esto, como ambos habían estudiado a San Agustín, dijo,
pues, yo voy a decir tal cosa y tú me vas a rebatir. Y cogen allá y se agarran,
dele que esto es así y esto es así. Pues terminó el tiempo que tenían ellos y
el público reclamó que siguieran; y siguieron. Y se interesó ese público; y
ambos decían y el otro volvía y el otro rebatía. Entonces le tocaba a Vélez, y
él dijo que no, pues no había nada más de qué hablar. Habían dicho todo lo que
había de antropología y de arqueología. Desde entonces, ellos hicieron el
acuerdo de trabajar juntos, con la fundación del Banco de la República.
Cualesquier contrato que saliera; ya en el 70 tenía Duque el contrato para irse
a los Ídolos. Todo lo que hicieran con el Banco, lo harían juntos. Esa
conferencia los unió para siempre.
H. Ll. En ese entonces, inicialmente, fue con la Corporación Nacional
de Turismo, antes de la creación de la Fundación de Investigaciones
Arqueológicas del Banco de la República.
T. L. Creo que todavía no existía la Fundación, pero ellos luego
trabajaron con el Banco. Después, Colcultura hace una señalización para los
sitios del parque arqueológico, pero es el Banco el que va a financiar la
investigación.
H. Ll. Ha sido una buena experiencia.
T. L. Desde allí hicieron la llave con Tiberio López, la llave entre
los tres; hemos salido a varias partes y visitado los parques; pero yo no sé
nada de Antropología, solamente lo que he visto.
H. Ll. ¿Cómo no? ¡Con toda esa experiencia que tiene don Tiberio!
T. L. Duque y Cubillos principiaron con la gente; a meterse en la comunidad
a enseñarles, con las juntas de acción comunal, sobre la protección de las
estatuas. Duque, años antes había comprado lotes hasta reunir las 110 hectáreas
que tiene el parque hoy; también protegió los bosques. Ya verá que por aquí el
único bosque que hay, no es solo el Bosque de las Estatuas, sino, este bosque
de aquí tan bello.
H. Ll. ¿El que está frente al parque?
T. L. Sí, eso eran unas rastrojeras y unos yucales; y vea cómo está.
H. Ll. Muy bonito se ve hoy en día.
T. L. Eso está sin explorar todo.
H. Ll. ¿Y la casa del museo?
T. L. Duque empezó a hacer casa; ahí existía la casa del dueño del
terreno al que se le compró, Don Abraham España; era una casa vieja, un rancho.
Estaba como administrador Guillermo Guerrero, que entendía de las cosas; y la
llave que hicieron les permitió empezar a trabajar. Después, cuando sacaron a
Duque de la dirección del Instituto Etnológico y se fue para Estados Unidos,
casi se acaba el Lavapatas, si yo no meto el grito.
H. Ll. ¿Y eso por qué?
T. L. Porque el Lavapatas no estaba protegido, y allá toda la gente
entraba y encima de la fuente hacían fogatas. Ya pues, eso era del Gobierno, y
aquí lo que es del Gobierno, dicen que es de todo el mundo. Entonces, pues, eso
se volvió un vandalaje. Duque desde Estados Unidos reclamando esto y lo otro; y
cuando regresó, como particular, lo hizo cerrar con Guillermo. Después se le
puso el techo. Cuando vino el visitador de la Unesco, Henri Lehmann tenía ideas
tan peregrinas, como hacer un museo para guardar todas las estatuas, por el
hongo.
H. Ll. para conservarlas.
T. L. Cubillos y Duque que lo conocían no quisieron enfrentarse. Se
valieron del menor tono para que yo fuera con él. Cuando lo llevé a la Fuente
del Lavapatas dijo: “sí, esto está muy bien”; entonces, le dije, qué hacemos
doctor. Lehmann comentó que si él fuera director del Instituto Colombiano de
Antropología le pondría una protección y le quitaría el techo, porque en el
pasado no lo tenía; la fuente no estaba cubierta; esto es una fuente ceremonial:
lo cerraría muy bien y pondría gente que lo cuidara y que lo estuviera
limpiando. Entonces le respondí, ¡claro!, es como si llegaran a ponerle un
vendaje al Machu Picchu, por ejemplo; pero esto es moderno por la premura,
porque aquí no se cuidan las cosas, y por eso hay que ponerle vigilancia.
H. Ll. Eso de la vigilancia y de la conservación parece que es un
problema que se agudiza, sobre todo, en los últimos años.
T. L. Sí, cada día más.
H. Ll. Don Tiberio, ¿a qué se debe el robo de las estatuas?; ¿eran
pequeñas?
T. L. Sí, no pesaban más de una arroba.
H. Ll. ¿Del Parque Arqueológico se ha perdido alguna?
T. L. Del Parque dicen; yo no sé. Como esta región es tan grande y hay
mucha gente que ha sacado estatuas; dicen que los americanos vienen y se las
llevan, las echan en un cajón.
H. Ll. ¿Las pueden comprar?
T. L. Cuando yo era concejal, una persona se iba a llevar a la que
llaman la reinita; yo tuve que
sacarla de donde la tenían, junto con otra; se las iban a llevar para Bogotá.
H. Ll. Yo me acuerdo de una escultura que estaba en la vereda El
Rosario, que tenía los brazos invertidos.
T. L. La que describe Pablo Gamboa.
H. Ll. Sí, de la Universidad Nacional; él tiene una fotografía en la
revista de la Universidad. Esa sí se perdió, sin más.
T. L. Porque se abrió una carretera y la pudieron echar en un carro.
Es bastante difícil proteger las estatuas. Yo decía que la mayor vigilancia
debía ser en los puertos.
H. Ll. Sí, y en los retenes, porque las tienen que sacar por
carretera.
T. L. Sin embargo, de Tierradentro se robaron una y la encontraron en
Cali, en el Museo Buenaventura.
H. Ll. Lo raro es que las estatuas de San Agustín no hayan aparecido;
o las tienen muy escondidas o las exportaron.
T. L. Ahora la cantidad de cerámica que se han llevado de aquí, pasan
de veinte mil piezas. Por supuesto que yo creo poco en la antigüedad de la
cerámica que están vendiendo ahora.
H. Ll. ¿falsificaciones?
T. L. No, son tardías; la mayor parte son de la época de la Conquista.
A mí que me ha tocado ayudar a sacar una olla de más de dos mil años de
antigüedad, sé que no es fácil encontrarla en buen estado.
H. Ll. Sí, por la humedad.
T. L. Pues, al sacarlas, el barro está supremamente blandito. Aquí que
no contamos con energía, hay que hacer grandes hogueras para que vuelvan a adquirir
consistencia. Y después para sacar el barro que tienen adentro, se requiere de
una técnica, que no posee un guaquero.
H. Ll. No es tan rápido el proceso de secado.
T. L. Sí, se requiere un proceso de más de quince días; vigilando que
la candela no esté tan cerca a las vasijas, para que no se vayan a dañar los
detalles, ni los grabados que tienen. Por eso poco creo que las que venden sean
antiguas.
H. Ll. Ahora se está guaqueando, por ejemplo en Obando y en Las
Guacas.
T. L. En toda parte. Y uno piensa: ¡Qué pieza de noche van a sacar
bien!
H. Ll. Cómo será la guaquería, que hasta guaquean en el Alto de las
Piedras.
T. L. Por ejemplo, aquí hay muchas estatuas que no las conocen sino
muy pocas personas. ¿Por qué? porque el dueño de la finca, como no tiene más
que ese pedazo de tierra, las entierra, cuando las encuentra, las tapa bien y
siembra yuca encima; porque el día que sale una estatua nadie ataja al turista
y pierde la propiedad. Como no tienen más que ese pedazo de tierra.
H. Ll. No la pueden seguir cultivando.
T. L. Ahora, al comprarles eso, se presenta un gravísimo problema;
dónde se van a comprar hoy, cuando aquí en San Agustín lo que hay es
minifundio. Habría que abrir esta carretera de aquí a Santa Rosa; entonces
tendría tierra buena todo el mundo, porque allá sí; un antropólogo caucano que
hizo un estudio, dice que allá vive una persona por kilómetro cuadrado.
H. Ll. O sea, que está muy despoblado. Aquí el problema económico es
grande; la gente no tiene sino pedacitos de tierra. Ahora que vine a San
Agustín, me pareció que el parque está bien cuidado.
T. L. Después de que sacamos a Álvaro Soto, director del Instituto
Colombiano de Antropología; porque el Parque estaba abandonado.
H. Ll. ¿Hace cuánto sucedió este problema?
T. L. Hace como seis años. El Parque se estaba perdiendo completamente
en los malos tiempos del administrador Londoño.
H. Ll. Don Tiberio, ¿usted cree
que el turismo ha beneficiado a San Agustín?
T. L. Pues, aunque los de aquí no crean, usted ve que esto se ha
cuadruplicado; aquí antes no había ni un hotel, hoy hay como 22 hotelitos; unas
300 camas, que no las tiene Popayán. Aquí había dos o tres caballos, hoy hay
300 de alquiler y 70 familias viven de eso.
H. Ll. Claro, ha favorecido, pues seguramente había familias que no tenían
tierra ni empleo.
T. L. Hoy la vida es más costosa.
H. Ll. Eso es lo negativo del turismo, encarece el costo de la vida;
eleva el costo del transporte, de la comida.
T. L. Sí, pero hay que ver los beneficios que el pueblo ha recibido;
aquí nunca hubieran hecho un edificio como el hotel Yalconia o el Osoguaico.
H. Ll. Don Tiberio, ¿qué se debería hacer ahora, después de todos
estos años de investigación de Duque, Cubillos y los demás?
T. L. Hasta ahora, se está principiando. Usted sabe que nuestros arqueólogos
siempre han buscado las estatuas, pero la investigación arqueológica
verdaderamente está por hacerse.
H. Ll. Todavía hay mucho por encontrar.
T. L. Todo. Mucho por encontrar; es decir, tanto en el terreno de la
estatuaria, del arte, como en las demás cosas.
H. Ll. En los sitios de vivienda, por ejemplo.
T. L. Sí. En los sitios de vivienda y en los campos de cultivo. Cerca
al Alto de las Piedras, hacia el Magdalena hay unos campos de riego y una
cantidad de sarcófagos monolíticos enormes. Cubillos los conoce. Hay muchísimos
sarcófagos que son evidencia de una civilización muy avanzada. Mire usted que
los mexicanos no los tenían, mucho menos los incas, o lo mismo los nazcas, de
donde nació la cultura Inca. Entonces esto todo está por descubrir. En esa
parte que ustedes visitaron de la laguna de la Gaitana o Guaitipía, hay
estatuas, sarcófagos; eso está todo por estudiar íntegramente. Puede que allá
se encuentren jeroglíficos y petroglifos; algo que vaya dando historia.
H. Ll. También hace falta investigar la región de Saladoblanco, en
Morelia, la parte del salto de Bordones.
T. L. Sí, todo eso; inclusive hace falta estudiar todo el Paleoindio.
Solamente se conoce el hallazgo del campesino Milciades Manrique, en Garzón, en
el Cerro de la Cruz, donde encontró unos fósiles de mastodonte y megaterio y
unos xilópalos asociados a huesos humanos; el paleontólogo Hans Bürgl visitó el
sitio del hallazgo e identificó que las piedras habían sido trabajadas por la
mano del hombre, pero no se podían asociar con seguridad a los restos humanos. Entonces
se armó la discusión sobre la antigüedad del hombre americano, porque los
europeos dicen que nosotros somos de ayer, o no sé cuándo. Pues ahí está la
discusión, porque si ese hallazgo es del pleistoceno, entonces esto es tan
viejo como Europa.
H. Ll. Pero aquí en el municipio de San Agustín no ha aparecido un
hallazgo tan antiguo.
T. L. Porque no se ha excavado.
H. Ll. No se ha investigado ese periodo.
T. L. Lo que falta en toda la región es investigación arqueológica.
Les corresponde a ustedes hacer una excavación sistemática, planeada, bien
hecha, para saber cuándo existió el pueblo de Quinchana.
H. Ll. Claro, para saber las fechas precisas y la dimensión aproximada
de cuanta gente pudo haber.
T. L. Le pusieron Quinchana, que quiere decir Fortaleza.
H. Ll. La naturaleza de ahí es una fortaleza.
T. L. Sí. Podría ser un pueblo guerrero que defendía sus contornos.
H. Ll. Ahora que lo menciona, existe la teoría de que la cultura de
san Agustín pudo haber emigrado hacia el río Caquetá. ¿Hay pruebas, hay
evidencias de cerámica o de estatuas?
T. L. No; yo lo que digo es que pudo venir, es decir, creo que la
migración se vino por el Amazonas y luego tomó la vía del Caquetá, buscando
buena tierra que no fuera tan selvática. El trabajo de Lucho Salamanca en el
alto Caquetá demostró que es posible ir de San Agustín al Caquetá, porque
existe una depresión y no hay páramo; la parte más alta de la cordillera
Oriental está a 2.200 m de altura.
H. Ll. En realidad, el paso de la cordillera no es alto.
T. L. Sí, más alto está Bogotá.
H. Ll. Entonces, ¿hacia dónde se dio la migración posterior?
T. L. Se fue extendiendo hacia Tierradentro.
H. Ll. Habrá que investigarlo.
T. L. Ahora usted ve que la estatuaria de Tierradentro es supremamente
primitiva, es decir, no es como la de San Agustín. Allá lo que vale son las
tumbas, que son absolutamente únicas en el continente.
H. Ll. Don Tiberio, ¿usted estaba aquí cuando vino Reichel-Dolmatoff a
hacer las excavaciones?
T. L. Sí.
H. Ll. Él plantea una periodización diferente a la de Duque e
identifica los complejos cerámicos Horqueta, Primavera, Isnos, Potrero y
Sombrerillos, con los que sustenta que no podemos hablar de una sola cultura de
San Agustín, sino de muchas culturas.
T. L. Es una sola cultura, claro, se nota en la misma estatuaria y en
la cerámica. Además la estadía de él ha sido poca.
H. Ll. Sí, él estuvo solamente en una temporada y no volvió a
investigar más.
T. L. No volvió. Ustedes, por ejemplo, pueden descubrir cerámicas más
antiguas o más recientes. Lo que hace falta es más investigación; hacerla con
paciencia y con plata.
H. Ll. Que haya financiación, porque esto es en grande.
T. L. No hacer como yo; porque, lo que es a mí, la arqueología jamás
me ha dado un peso; me ha dado es gastos (risas).
H. Ll. Ahora existe la posibilidad de financiar proyectos a largo
plazo.
T. L. Como debe ser.
H. Ll. Sí, porque una sola vez que uno venga, no tiene mucho sentido.
T. L. No tiene sentido, pues, apenas que lo dejen a usted un ratico
allí, y después se va, ¡no! Y creo que hay que hacer un gran desarrollo de la
investigación.
H. Ll. Empezar a investigar nuevos sitios.
T. L. Sí, que son la mayoría. Por ejemplo, según los datos que uno tiene,
no se ha sacado ni la tercera parte de la estatuaria que hay.
H. Ll. Bueno, don Tiberio, creo que hemos charlado de cosas muy
interesantes. Le agradezco mucho el tiempo que me ha dedicado.
T. L. Por el contrario, muchas gracias a usted.
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