Maternidad (fotografía de Héctor Llanos V., 1972)
La curaduría y el guion de la exposición El silencio de los ídolos: una evocación de
la estatuaria agustiniana son el resultado de años de contacto directo con
las ruinas megalíticas y el arte escultórico monumental de la cultura de San
Agustín. Como arqueólogo he tenido la oportunidad de introducirme en el pasado
milenario del pueblo escultor; de excavar sitios de vivienda, campos con eras y
surcos agrícolas, caminos y cementerios familiares construidos por los
aborígenes en la diversidad de paisajes que conforman el sur del valle alto del
río Magdalena[1].
La primera vez que tuve la ocasión de mirar las
estatuas, me sentí desconcertado, al percibirlas como seres extraños de un
mundo desconocido; esa sensación perturbadora me llevó a tomar la decisión de
investigar el pueblo aborigen que talló en la roca sus herméticos pensamientos.
En los viajes a la región agustiniana descubrí que el
Bosque de las Estatuas, del Parque Arqueológico de Mesitas, me atraía de manera
particular, porque percibía el follaje de los árboles y el movimiento de los
rayos solares que se introducían entre las frondosas ramas; escuchaba el sonido
de aves e insectos; y cuando miraba cada una de las silenciosas esculturas,
ubicadas a lo largo del sendero que recorre de manera ondulante el bosque, me
hacía preguntas sobre el significado de sus rasgos y prendas corporales;
interrogantes a los que daba respuestas que no me satisfacían porque eran un
soliloquio, sin mayor sentido. Un día, parado frente a una de las esculturas,
tuve la sensación de que me miraba como un ser vivo, lo que me planteó la
posibilidad de un diálogo. Aceptar que las esculturas podían comunicarse conmigo
no fue suficiente para entender sus significados, porque hablábamos lenguas
diferentes.
Chamán jaguar, Bosque de las estatuas (fotografía de Carlos Zárrate y Camilo Zambrano, 2013)
Tratando de encontrar una salida a la dificultad
idiomática, me acordé que Konrad Theodor Preuss, hace cien años (1913-2013),
había propuesto que la alternativa que tenía para acercarme a la comprensión de
los misteriosos sentidos de realidad de las estatuas era establecer paralelismos
con los relatos de sociedades indígenas vivas, que habían logrado mantener
rituales y tradiciones orales, en sus propias lenguas. Alternativa que me llevó
a encontrar que podía aproximarme a su lenguaje silencioso, si aceptaba las
maneras míticas de pensar de comunidades aborígenes; al fin y al cabo, eran
descendientes y herederas de culturas arqueológicas, como la agustiniana.
Mirar el pasado desde el presente indígena ha sido una
tarea compleja y difícil: ha significado relativizar el saber de la arqueología
como ciencia moderna; percibir el espacio geográfico donde se localizan las
ruinas como un territorio cósmico, en el que habitó un pueblo que construyó
tumbas sencillas para la gente del común y grandes centros funerarios para
enterrar a los señores principales. Los ídolos me empezaron a narrar historias
míticas relacionadas con la Madre o el Padre creadores del universo, la naturaleza
y la gente. Los extraños personajes de piedra con rasgos de animales se
transformaron en chamanes, en seres humanos de una dimensión espacial y
temporal mítica, en sabios que dirigieron comunidades agrícolas.
Mujer embarazada (fotografía de Carlos Zárrate y Camilo Zambrano, 2013)
Las evidencias y los objetos obtenidos en las
excavaciones arqueológicas quedaron inscritos en espacios domésticos y
rituales. Los huecos de los postes de vivienda se transformaron en bohíos donde
habitaron familias con sus vajillas de barro y sus instrumentos de piedra
utilizados en labores diarias; los canales y las eras de cultivo en huertas
donde cultivaron maíz y frijol; los análisis de suelos y restos palinológicos en
paisajes con climas lluviosos, cálidos y fríos; los fragmentos de cerámica en
vasijas modeladas por mujeres en sus casas; los centenares de artefactos y
desechos de talla en lugares donde los hombres fabricaron sus instrumentos de
trabajo; los montículos funerarios y los cementerios en lugares rituales, en
los que desfilaron y danzaron cortejos funerarios, hombres y mujeres, algunos con
máscaras de animales y otros tocando instrumentos musicales; las estatuas y las
buzardas en talleres de escultores, de maestros y aprendices, especializados en
su oficio.
En temporadas de campo, desde la cima de montañas
sagradas, durante el día pude observar el comportamiento de la luz y las
sombras sobre las ruinas, y en la noche, percibir los misterios insondables de
la Luna, la dimensión infinita de la Vía Láctea y múltiples constelaciones.
Situaciones que me recordaron la importancia que ha tenido el sol y la luna
para las culturas indígenas; el fluir del tiempo entre el día y la noche; la
permanencia de la vida en la tierra.
Adorante del sol, La Chaquira (fotografía de Carlos Zárrate y Camilo Zambrano, 2013)
En el acantilado de la Chaquira pude observar que los
seres tallados en las rocas miraban hacia el oriente, y de manera particular,
que las tres figuras humanas de pie, talladas en un monolito, dirigían sus
rostros y cuerpos, en actitud de adoración, hacia el profundo río Magdalena y
hacia los respectivos puntos por donde nace el sol, en su recorrido anual; algo
que me permitió identificar los días de solsticio y equinoccio de un calendario
solar. De acuerdo con estas observaciones comprobé que el pueblo escultor había
construido sus obras megalíticas, los montículos con sus templetes, esculturas,
sarcófagos y tumbas, de acuerdo con una orientación solar. Posteriormente, los
pensamientos míticos de pueblos amazónicos del presente me llevaron a
comprender el río Magdalena como un eje territorial cósmico, que nace en las
altas cumbres andinas occidentales y corre hacia el oriente, como lo hacen el
río Caquetá y el Vaupés. Por sus caudalosas aguas pudo nadar la boa-canoa como
la Madre creadora que llevaba en su vientre a los primeros habitantes, que
darían origen a la gente.
Todas estas experiencias arqueológicas son el sustento
de la curaduría y el guion de la exposición. Los protagonistas son los seres de
piedra, con sus rasgos y atributos simbólicos, pensando en la dimensión
espacial y temporal en la que fueron concebidos y localizados. No consideramos
las estatuas como una colección de obras de arte atesoradas por un museo,
porque no hay que olvidar que ellas han sido excavadas en su contexto original[2].
Inicialmente, la selección de las esculturas no podía
ser aleatoria; establecimos varios criterios para hacerla. En primer lugar, la
responsabilidad máxima de protegerlas y cuidarlas, en el proceso de embalaje y
traslado desde San Agustín al Museo Nacional de Colombia, al ser valoradas como
patrimonio de la humanidad por la Unesco. Además de sus atributos simbólicos
particulares, consideramos el estado de conservación de cada una de ellas y el
lugar donde se encontraban. Tomamos la decisión de no transportar esculturas
que procedieran de sitios poco accesibles para su transporte, o que presentaran
fragilidades físicas, de acuerdo con los criterios profesionales de conservación
del Instituto Colombiano de Antropología e Historia.
Esta exposición no pretende mostrar objetos
arqueológicos aislados, sino recrear en un espacio museográfico, una
experiencia mágica. Las diversas estatuas fueron seleccionadas de acuerdo con
sus rasgos simbólicos, vistos como parte integral de un pensamiento, plasmado
en todo el arte escultórico; no como una agregación de fragmentos, sino como
una realidad holística, en la que el tiempo y el espacio míticos fluyen en su
dimensión cósmica. En su conjunto cada una de ellas es una presencia
espiritual, de acuerdo con los relatos, e interactúa con las demás, en una
dimensión sin coordenadas cartesianas.
Chamán con máscara ritual (fotografía de Carlos Zárrate y Camilo Zambrano, 2013)
Los complejos pensamientos indígenas son realidades
que perduran en el tiempo, en un eterno presente, al regenerarse en los
rituales, de manera constante; son creaciones humanas integradas al transcurrir
de la naturaleza y la vida cotidiana. Los mitos tienen una naturaleza cósmica y
poseen un lenguaje corporal y oral en los bailes y cantos, y también se
materializan en objetos y en una escritura jeroglífica, perdurables. Por eso, uno de los retos de esta exposición
ha sido crear una atmósfera especial en la que la evocación de los seres de
piedra pueda interpelar al visitante. El ambiente cultural original en el que
fueron concebidas y ubicadas las estatuas es una realidad del pasado, ya no existe.
Pero, con el recurso de una arqueología simbólica y una museografía
contemporánea, que incluye las instalaciones audiovisuales, es posible
recrearlo como una experiencia cultural, que motive a los visitantes a
introducirse en el conocimiento y valoración de las maneras de pensar, sentir y
actuar de las comunidades indígenas del pasado y el presente. Las esculturas
están en una dimensión virtual, como una huella de su presencia material y en
una dimensión audiovisual, de grandes proporciones, como sombras mágicas que
fluyen entre la luz solar y la oscuridad lunar de un bosque mitopoético,
creaciones artísticas concebidas a partir de cosmovisiones aborígenes.
La intención es recrear una vivencia ritual que recuerda
la experiencia de Aby Warburg en el altiplano de las Montañas Rocosas, donde
habitan los indios pueblo en caseríos
cercanos a los edificios arqueológicos, con casas de varios pisos, incrustados
en grandes rocas donde vivieron sus antepasados. Allí, Warburg tuvo la
oportunidad de presenciar danzas con máscaras, danzas de animales y árboles,
propiciatorias de la agricultura y la caza. Entre ellas le impresionó mucho el
registro fotográfico de la danza de las serpientes vivas, de los indios mokis,
propiciatorias de los rayos de la tormenta que trae la lluvia que fertiliza la
tierra desértica. Muchos años después, recordar estas experiencias primitivas
lo llevó a liberarse de sus estados emocionales e intelectuales de
incertidumbre que lo oprimían, y a elaborar una propuesta inacabada, su Atlas Mnemosyne, para la comprensión de
la permanencia de símbolos artísticos presentes tanto en occidente como en los
pueblos primitivos:
A nosotros esta combinación de magia fantástica y
sensata funcionalidad nos parece un síntoma de escisión; para el indio, sin
embargo, esto no resulta para nada esquizofrénico: es la experiencia liberadora
de poder establecer una relación sin límites entre el ser humano y el mundo
circundante.[3]
Los chamanes jaguares de San Agustín
Los significados simbólicos del territorio y de la
iconografía del arte escultórico agustiniano corresponden a una realidad
chamánica. Como se aprecia o se puede vivir en los rituales de comunidades
indígenas que han conservado sus tradiciones ancestrales, los chamanes, mamos, payés, curacas,
jaibanás o abuelos sabedores se introducen
más allá del tiempo y del espacio conocidos, lo que les permite crear relatos
en una dimensión mítica, en la que se comunican con los espíritus de la
naturaleza y el universo, que habitan en todas partes, en la claridad del día o
la oscuridad de la noche. De sus conocimientos y experiencias depende la vida y
la muerte; las tensiones propias de las energías favorables y las
desfavorables; el bienestar social y político. Los chamanes son responsables de
la seguridad cósmica y terrenal; favorecen la multiplicación de la gente,
controlan los malos espíritus, previenen y curan las enfermedades. Ellos
conocen los comportamientos de los animales y los vegetales; observan el cielo,
los movimientos de las constelaciones, del sol y la luna, con los que
establecen calendarios rituales, necesarios para identificar los ciclos anuales
de invierno y verano, apropiados para la recolección de frutos, la caza, la
siembra y cosecha de las plantas.
Chamán jaguar que coge con sus manos un caracol y un palillo para mambear coca (fotografía de Carlos Zárrate y Camilo Zambrano, 2013)
Al establecer
paralelos del conjunto iconográfico de la estatuaria de San Agustín con las
cosmovisiones indígenas que habitan los territorios colombianos, encontramos
que los relatos míticos amazónicos son los que más se aproximan al pensamiento
del pueblo escultor. Para los murui-muinanes del Caquetá el creador del cosmos
es el Padre universal:
Era la nada, no había cosa alguna. Allí
el Padre palpaba lo imaginario, lo misterioso. No había nada. ¿Qué cosa habría?
Naainuema, el Padre, en estado de trance, se concentró, buscaba dentro de sí
mismo (…) Ahora el Padre buscaba aquello que es nuestra vida, el comienzo de
nuestra historia, pero sólo había un vacío. Intentaba palpar el fondo de la
nada, atarlo con ayuda del hilo soñado, pero todo era vacío. En su estado de
trance obtuvo las substancias mágicas arebaiki e izeiki, con las cuales sujetó
el fondo a la nada. Tomó posesión de la nada, para luego sentarse en aquel
plano, que es nuestra tierra, e intentar extenderlo.[4]
Para los payés
desanas, en un principio existieron el sol y la luna, hermanos gemelos; el
primero tuvo una hija con la que vivía como su mujer a quien su hermano luna
trató de enamorar, por lo que el sol se vengó, quitándole la corona de plumas
que era igual a la suya y le colocó una más pequeña con un brillo menor, después
de lo cual se separaron, el uno en el día y el otro en la noche.
Los lugares de la sala de exposición donde ahora se
localizan las huellas de las estatuas y el sendero que permite mirarlas al
recorrerlo, simbolizan el territorio de la cultura de San Agustín, en su
dimensión cotidiana y sagrada. El sendero representa el río Magdalena, como un
eje territorial cósmico. En
el mundo amazónico es un río que corre de occidente a oriente. Para los desanas
del Vaupés, el sol, que nace al Este y se oculta por el Oeste, es el Padre
creador del universo, la tierra, la gente, las selvas, los ríos, los animales y
las plantas; es el primer sabedor que enseña los conocimientos a los chamanes,
que los transmiten de generación en generación. Según la palabra mítica, el
Padre sol creó la boa-canoa que lleva a los primeros hombres en su vientre y
los va depositando a las orillas del gran río, al unirse con la trucha ellos
engendran a los desanas. Los hombres son los hijos del sol y viven en la tierra
y sus mujeres son los peces que viven en el agua, donde también habita la boa,
la Madre creadora.
Ser mítico que sostiene un niño (fotografía de Carlos Zárrate y Camilo Zambrano, 2013)
La maloca o casa
multifamiliar de los murui-muinanes está orientada de Oriente a Occidente y
corresponde al cuerpo de la Madre creadora en posición de parto. Es un
microcosmos que encierra el universo conocido por el ser humano. La Madre es la
boa de los nombres o naturaleza pura capturada por un gavilán y despedazada y
repartida por los primeros jefes principales, que dan origen a los nombres de sus
comunidades.
Águila o gavilán que agarra una serpiente (fotografía de Carlos Zárrate y Camilo Zambrano, 2013)
Los chamanes de
piedra de San Agustín son hombres o mujeres que poseen atributos de seres
míticos. Una boca con cuatro grandes colmillos como los del jaguar y el mono;
ojos humanos o de otros animales; llevan máscaras, coronas de plumas, cintas
bordeando la cabeza y anudadas en la parte posterior, gorros, brazaletes y
collares; están desnudos o vestidos con cubre sexo, túnica o falda corta; cogen
con sus manos niños, bastones rituales, pescados, una serpiente, un mono,
cuchillos ceremoniales, un martillo y un cincel, un caracol con un palillo o
una bolsa, elementos relacionados con la actividad de mambear hojas de coca.
Chamán con bastones ceremoniales (fotografía de Carlos Zárrate y Camilo Zambrano, 2013)
Los chamanes, en
posición sentada, adquieren sabiduría en espacios rituales, en los que consumen
sustancias obtenidas de plantas sagradas como el yagé, la coca y el tabaco, que
modifican su consciencia, para introducirse en el devenir de los mitos, en
donde se transforman en animales poderosos de la naturaleza.
Chamán sentado que agarra una serpiente (fotografía de Carlos Zárrate y Camilo Zambrano, 2013)
Desde hace mucho
tiempo, pueblos indígenas americanos tienen al jaguar como un ser que engendra
chamanes poderosos. Los murui-muinanes piensan que un chamán, en vida o cuando
muere, se transforma en un jaguar que puede matar o causar daños. Al ponerse la
piel de un tigre adquiere el espíritu de este depredador. El murciélago y la
serpiente también están relacionados con la muerte, la destrucción y el
canibalismo ritual.
Chamán jaguar (fotografía de Carlos Zárrate y Camilo Zambrano, 2013)
En síntesis,
podemos decir que la exposición El
silencio de los ídolos: una evocación de la estatuaria agustiniana es la
ocasión, a pesar de su ausencia material, para descubrir los admirables saberes
de los chamanes de piedra de San Agustín, como una valiosa herencia cultural,
recreada de generación en generación, por los pueblos indígenas. Exploradores y
arqueólogos han indagado las misteriosas ruinas megalíticas y los espacios
cotidianos milenarios del Alto Magdalena, para recuperarlos como un bien
imprescindible de la humanidad.
[1]La
información que a continuación se presenta tiene como referencia bibliográfica:
Héctor Llanos. Los chamanes jaguares de
San Agustín. Génesis de un pensamiento mitopoético. Bogotá, 1995. Este artículo fue publicado en el catálogo de la exposición El silencio de los ídolos, una evocación de la estatuaria agustiniana, realizada en el Museo Nacional de Colombia, con motivo de la celebración del centenario de la investigación arqueológica en San Agustín (1913-2013), organizada por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (noviembre de 2013).
[2] Por motivos ajenos a los
organizadores de la exposición, las esculturas de piedra ya no estarán
presentes en la sala, como se había establecido. Esta no presencia material no
significa una ausencia simbólica de los seres sagrados. Ellas siguen como una
evocación de la sabiduría agustiniana.
[3]Aby
Warburg. El ritual de la serpiente.
Editorial Sexto Piso, S. A., Madrid, 2008: 12; Atlas Mnemosyne. Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2010.
[4] Konrad Theodor Preuss. Religión y mitología de los uitotos.
Editorial Universidad Nacional, Segunda parte, Bogotá, 1994: 19.
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ResponderBorrarHola! Me llama la atención su investigación, tratándose de figuras antropomorfas y zoomorfas de la cultura San Agustín, sitio que tuve la oportunidad de conocer en mi época de estudiante de derecho al parque de dicho nombre. He visto figuras en piedra bastante inquietantes como una figura de una mujer embarazada tallada en piedra que parece en homenaje a una diosa de la fertilidad; me gustaría contactarme con usted y enviarle una fotografía de dicha piedra.
ResponderBorrarJosé Libar
BorrarGracias por su comentario; me puede escribir a mi correo electrónico: hllanosv@yahoo.com
Que buena información, me fué muy útil. Gracias
ResponderBorrarSandra Liliana
BorrarMe satisface saber que mi artículo le ha sido útil. Esto es lo que uno espera cuando escribe un texto y lo publica, pensando en los lectores. No sé si conoce otros artículos de mi blog relacionados con el pensamiento mitopoético de San Agustín; entre ellos hay uno, El espacio tiempo de los chamanes (2014), que amplía el tema contenido en El silencio de los ídolos. Muchas gracias por su comentario; reciba mi cordial saludo
Héctor