Plancha 72 de la obra Arte Monumental Prehistórico: Alto de los Ídolos, 1-2 sepulcro E con un sarcófago de piedra. (Preuss, 1931).
Misioneros y guaqueros
Bien
se conoce hoy en día que las esculturas y la arquitectura funerarias fueron
hechas por una cultura aborigen, varios siglos antes de que los primeros
capitanes y soldados españoles llegaran a someter los indígenas, hacia la
tercera década del siglo XVI. Las crónicas y relaciones de conquista no hacen
referencia a las obras megalíticas, porque se encontraban bajo tierra, como las
había dejado el pueblo que las construyó en un largo período de mil años
(siglos II a. C.-VIII d. C.).
En
el siglo XVI, de acuerdo con las investigaciones historiográficas, la región
estaba ocupada por comunidades de agricultores y alfareros yalcones. En ese
entonces habitaban los diversos paisajes, en poblados principales en los que
residían sus caciques y en viviendas dispersas en los valles de afluentes del
río Magdalena. Los Yalcón, como sus vecinos los Andakí (alto Caquetá), Pijao y
los Páez (Cordillera Central) fueron sociedades de guerreros que defendieron
sus territorios, ofreciendo fuerte resistencia a la monarquía española, en el
transcurrir de dicha centuria.
A
pesar de la disminución de la población en las cruentas batallas de conquista,
hubo sitios inaccesibles para los conquistadores, donde los indígenas lograron
perdurar. De todas maneras, los Yalcón fueron dominados por las autoridades
españolas que los redujeron a pueblos de adoctrinamiento y los repartieron como
tributarios de encomenderos; sus tierras se otorgaron como mercedes reales,
como grandes latifundios a los conquistadores y sus descendientes.[2]
Como
una paradoja que expresa la historia colonial, San Agustín es el nombre con el
que se identifica la cultura arqueológica, nombre dado al pueblo doctrinero en
homenaje al obispo de Hipona, del siglo
IV de nuestra era[3].
En 1609, Miguel de Lozada es el dueño de las tierras de San Agustín y encomendero
de sus indígenas, además de otros pueblos[4].
En un informe de Pedro Sáenz de la Guía especifica que funda la reducción de
San Agustín, entre los años 1608 y 1612, con yalcones identificados localmente
como Mulale y la Culata. En 1628 todavía no se hace alusión alguna a las ruinas
arqueológicas y el caserío está constituido por una sencilla capilla de
bahareque con techo de paja y unas pocas viviendas de indios, como lo declara
el cacique Juan Vichal:
[…]
que el dicho sitio de San Agustín, donde están poblados, es muy bueno y de
tierra fría, y los indios se han criado allí y están hechos a su temple, y
tienen muy buenas tierras fértiles, mucha leña y buena agua; y las tierras
tienen muy buenos pastos para sus caballos y yeguas; y por los daños que
reciben de los Chapetones y pasajeros se despoblaron de junto a la iglesia y
desviaron a los amagamientos y quebradas donde están y tienen sus rozas y
labranzas […] de maíz, papas, arracachas, zapallos, frijoles y otras legumbres
[…][5]
En
1711 la Corona le otorga a los indios de San Agustín las tierras que habitaban.
A comienzos del siglo XVIII, la Monarquía también le dona a Mauricio de
Valderrama la hacienda Laboyos, gran latifundio que incluía a San Agustín e
Isnos. Valderrama desconoce el derecho que tienen los indios sobre sus tierras,
situación que inicia un conflicto de reclamaciones que perdura hasta comienzos
del siglo XX[6].
La
aldea de San Agustín es destruida por los Andakí en la primera mitad del siglo
XVIII; posteriormente (1749-53) los indígenas catequizados vuelven a construir
una capilla con techo de paja, chozas como vivienda y solicitan al virrey José
Alfonso Pizarro la creación formal del pueblo y el nombramiento de un cura[7]. En
el año 1790 el pueblo de San Agustín es repoblado con indígenas de la provincia
de Almaguer, de los resguardos de Caqueona, Pansitará, Guachicono y Yanaconas,
que emigran por situaciones de pobreza y por el maltrato recibido de los
encomenderos.
El
misionero franciscano Juan de Santa Gertrudis visita el poblado de San Agustín
en 1757, como escala de su viaje desde el Putumayo, donde ejerce su labor
pastoral de adoctrinador de indios. Allí, tiene la oportunidad de registrar por
primera vez el arte escultórico. El poblamiento no tenía más de cinco casas de
indios y la de un clérigo franciscano recién llegado de Popayán: […] con seis
mestizos popayanejos, con instrumentos a cavar guacas; pero no fue su suerte
tan infeliz, que llevando ya diez y nueve de cavadas no encontró oro ninguno,
sino un zarcillo muy chico, y lo demás tiestos, muñecos y chucherías de indios
antiguos.[8]
La
práctica de la guaquería, como es de esperarse en un contexto colonial, es la
primera fuente de información que existe sobre el arte escultórico. Lo
interesante es la descripción e interpretación que hace Santa Gertrudis de las
esculturas descubiertas por los buscadores de tesoros; en ella afloran todos
los prejuicios morales y fantasías de un misionero, poseedor de un espíritu
aventurero y una mente crédula en la que integra las creencias religiosas con
las mágicas, para explicar las maravillas de la naturaleza y las cosas curiosas,
que tanto le impresionan en su largo recorrido por el Virreinato de la Nueva
Granada. Los españoles de ese entonces, consideran los lugares indígenas
sagrados y sus esculturas como idolatría, que debía ser combatida por ser
superchería inducida por el Demonio; claro está que también para apoderarse de
los idolillos y adornos de oro, que son destruidos por el fuego de las casas
reales de fundición. La mirada especular de Santa Gertrudis lo lleva a reflejar
su obsesión religiosa, a transformar las esculturas en obispos con mitras y anillos
con imaginarias piedras preciosas, y en frailes mendicantes, aunados al apóstol
Tomás, que de acuerdo con creencias cristianas, así como el Demonio, se habían
trasladado del Viejo Mundo al Nuevo, antes de su descubrimiento por el
navegante Cristóbal Colón. Las obras del pueblo escultor son extraídas por
primera vez del subsuelo, no como una creación aborigen americana sino como
obras demoníacas; de todas maneras llama la atención que Santa Gertrudis percibe
en ellas un carácter y atributos simbólicos propios de una jerarquía religiosa:
Fuimos
de allí al otro monumento, y hay tres obispos de medio cuerpo hasta la rodilla,
de piedra, con su mitra y la mitra alrededor con su galón labrado, y en medio
de las mitras de un lado y otro un engaste en donde estarían tal vez engastadas
algunas piedras preciosas, como esmeraldas o amatistas. Revestidos están con su
roquete, y remata con un encaje muy bien labrado y hermoso. Sólo uno tiene los
brazos, y en la mano izquierda se le conoce que empuñaba báculo pastoral, y con
la derecha daba la bendición. En el dedo índice su sortija sin piedra, y en el pecho su venera, también sin piedras,
pero con los hoyos de las engastaduras, que supongo que éstas serían piedras
preciosas, y quien pudo se las quitaría como las de las mitras. A unos quince
pasos están otros dos descabezados, y la cabeza del uno casi sólo es un
tolondrón, y poco menos es la del otro, también sin brazos […]
De
aquí fuimos al otro monumento. Son cinco frailes franciscanos observantes de
las rodillas para arriba labrados de la misma piedra que los obispos. Dos están
con las manos plegadas y puestas dentro las mangas, y por la boca de las mangas
que no están del todo juntas, se les ve un pedazo de las manos y dedos, y esto
fue lo que yo más admiré, cómo se pudo labrar. Los otros dos están en ademán de
quien predica, y algo la cabeza y el pelo tienen aplastado, que con el tiempo y
lluvias se habrá comido. El otro está con la capilla puesta, y el cabello
delantero está labrado tan fino, como si en realidad fuera verdadero.
[…]
Y preguntara yo a cualquiera en dónde habían visto los indios antiguos antes de
la conquista obispos vestidos de pontifical, o frailes franciscanos
observantes, cuando en toda la Europa no se tenía noticia de tal parte del
mundo, y según demuestra la antigüedad de esta obra, el abuelo, ni bisabuelo
del Padre San Francisco no habían nacido, y ya estas estatuas estaban allí.
Cuanto, a las de los obispos algunos dirán que en la Etiopía y la China se han
hallado vestigios del apóstol Santo Tomás, y que por aquí querer decir que se
fabricarían a honor de algunos obispos que Santo Tomás apóstol consagraría […]
[…]
Yo sólo me persuado que el demonio los fabricaría, y me fundo en que en la
India los indios no tenían fierro, y por consiguiente tampoco instrumentos para
poderlos fabricar. Ellos tenían noticia por los oráculos e ídolos que habían de
venir los hijos del Sol, esto es del Oriente, y habían de conquistar aquella
tierra; y así creo que el demonio les fabricaría aquellas estatuas y les diría:
Hombres como éstos, o de este traje, serán los que gobernarán esta tierra. Y
esto me parece que es lo más verosímil[9].
En
el año 1771 se da la primera apreciación de un artista, de Francisco Rodríguez,
vecino de Neiva y pintor de profesión, después de visitar San Agustín, como
consta en su informe, en el que también percibe el carácter religioso de los
personajes tallados en piedra de acuerdo con su mentalidad cristiana:
Hay
muchas curiosidades, labradas piedras, muchas damas pintadas y hay muchas mesas
de piedra fina con sus cuatro chinas que las tienen, todo de piedra. Hay un
obispo pintado de piedra; hay un fraile pintado en otra piedra; hay muchas
calaveras pintadas o labradas, todo en piedra fina; y fuera de estas muchas más
curiosidades; todo obra de los primeros indios que vivieron en dicho pueblo[10].
Viajeros ilustrados
En
el siglo XVIII las regiones neogranadinas son recorridas por exploradores
españoles, criollos y extranjeros con intereses diplomáticos y naturalistas. No
es de extrañar su presencia porque ellos son el resultado de los avances
alcanzados por las ciencias naturales europeas. Jorge Juan y Antonio de Ulloa
participan como miembros de una Misión, organizada por la Academia de Ciencias
de Francia, con el fin de medir el arco de un meridiano en cercanías de Quito
(1735)[11].
En
el siglo XVIII, la Prehistoria es una ciencia que nace adscrita a las Ciencias
Naturales, a la Geología que estudia la historia de la Tierra. Al mismo tiempo
que se encuentran fósiles de megafauna extinguida también empiezan a
descubrirse curiosos artefactos de piedra tallados por seres humanos en épocas
muy antiguas. La historia tanto de la Tierra como de las sociedades humanas se
profundiza mucho más allá del relato de la Historia Sagrada. Emerge el mundo
antediluviano que será objeto de estudio de investigadores, como geólogos,
paleontólogos y prehistoriadores o arqueólogos. El mundo europeo de la revolución
industrial se fascina con el descubrimiento de las sociedades primitivas
prehistóricas o modernas que no han evolucionado, porque les permite justificar
y explicar el grado de progreso alcanzado por la civilización moderna europea.
Los
viajeros de la primera mitad del siglo XIX siguen el ejemplo del exitoso viaje
por tierras americanas de Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland, entre 1799 y
1804. La obra de Humboldt, que tiene gran trascendencia y acogida en el medio
científico europeo, plantea una concepción armónica del Cosmos que incluye la Naturaleza,
al mismo tiempo que una mirada romántica de la misma, en la que es admirable su
grandeza y belleza, como una realidad sublime y libre que conmueve al espíritu
no solo del naturalista sino también del artista que transforma su rusticidad
en algo pintoresco.
Humboldt
es un hombre moderno fruto del Siglo de las Luces; tiene un interés multidisciplinario
que integra los ideales filosóficos, las Ciencias Naturales y Políticas, la Antropología,
la Arqueología y las Artes. Desde el siglo XVIII y durante el XIX, las
academias, sociedades científicas y los grandes museos imperiales son los
mecenas de hombres ilustrados que viajan por todo el mundo para investigar más
que todo, los recursos naturales, los climas, las plantas y los minerales;
piensan en su utilidad comercial e industrial como algo fundamental para
alcanzar el progreso económico y el bienestar social de las naciones. En sus
recorridos se encuentran con pueblos nativos (salvajes o bárbaros), y con ruinas
de antiguas civilizaciones, que llaman su atención y miran como algo exótico o
distante a su civilización, y de los cuales hacen registros escritos y
gráficos, en sus diarios de viaje, que posteriormente publican. Algunos de
ellos tienen como encargo de sus patrocinadores adquirir, por compra u
apropiación en el sitio, objetos arqueológicos y etnográficos, destinados a
incrementar las colecciones de gabinetes reales, que luego dan origen a los
museos de Ciencias Naturales y Etnología.
En
la segunda mitad del siglo XVIII, en el Virreinato de la Nueva Granada
coexisten los pensamientos escolásticos de ancestro medieval, con los de la Ilustración
que valora la nueva Ciencia Natural, o el conocimiento de las leyes mecánicas y
positivas de la Naturaleza, como fundamento del progreso económico y social.
Las enseñanzas de José Celestino Mutis en el Colegio Mayor del Rosario de
Santafé de Bogotá, de José Félix Restrepo en el Colegio Seminario de Popayán y
la visita del científico Alexander von Humboldt forman una generación de
jóvenes ilustrados, entre los que se encuentra el payanés Francisco José de
Caldas, que se dedica a investigar la influencia del clima en las plantas y las
poblaciones, en tierras tropicales. A diferencia de Santa Gertrudis, la élite
de los intelectuales ilustrados aprecia los objetos arqueológicos, no como
obras del Demonio, sino como curiosidades científicas y artísticas que merecen
ser investigadas y preservadas[12].
Caldas,
en uno de sus viajes de estudio de la Geografía (1797), tiene la ocasión de
visitar la región de San Agustín y de conocer las ruinas arqueológicas; hace
una valoración artística de las obras y propone, por primera vez, el estudio y
conservación de las mismas, para conocer el culto religioso y la organización
política del pueblo escultor. Así lo expresa en un artículo publicado en el
Semanario del Nuevo Reino de Granada, en el año 1808:
San
Agustín, el primer pueblo que baña [el río Magdalena), está habitado de pocas
familias de indios, y en sus cercanías se hallan vestigios de una nación
artística y laboriosa que ya no existe. Estatuas, columnas, adoratorios, mesas,
animales, y una imagen del sol desmesurada, todo de piedra, en número prodigioso,
nos indican el carácter y las fuerzas del gran pueblo que habitó las cabeceras
del Magdalena. En 1797 visité estos lugares, y vi con admiración el producto de
las artes de esta nación sedentaria, de que nuestros historiadores no nos han
transmitido la menor noticia. Sería bien interesante recoger y diseñar todas
las piezas que se hallan esparcidas en los alrededores de San Agustín. Ellas
nos harán conocer el punto a que llevaron la escultura los habitantes de estas
regiones y nos manifestarán algunos rasgos de su culto y de su policía[13].
Exploradores de la naturaleza en
tiempos republicanos
Después
del amotinamiento en contra del mal gobierno español, en la ciudad de Santafé
de Bogotá, el 20 de julio de 1810, que inicia el proceso de independencia, el
general Antonio Nariño emprende la Campaña del Sur para contener los ejércitos
realistas al mando del brigadier Juan Sámano, en 1813. En su ejército va como alférez
abanderado el joven José María Espinosa, que además de soldado posee las dotes
de un aficionado al dibujo y la pintura, cualidades que años más tarde lo
transforman en uno de los principales artistas del siglo XIX. Circunstancias
del destino determinan que fuera puesto prisionero en la batalla de la Cuchilla
del Tambo y llevado a la ciudad de Popayán; allí le otorgan un pasaporte para
ser confinado en la ciudad de la Plata, en el año 1816. De esta población lo
trasladan a Timaná, en donde en una fiesta, por gritar vivas a la patria, de
nuevo es detenido y enviado a la cárcel del pueblo de San Agustín (1817). De
esta insegura prisión, custodiada por dos indígenas, una noche logra fugarse;
algo que le permite encontrarse al otro día con algunas de las ruinas
arqueológicas, cuyas impresiones cuenta de la siguiente manera, en su libro de
memorias, escrito hacia finales del siglo XIX:
Aunque
no soy arqueólogo ni anticuario, de buena gana consignaría aquí algunas
noticias sobre esas ruinas de que nos hablan los viajeros. Solo referiré lo
poco que a mi paso pude ver y de que apenas conservo recuerdo. La casualidad me
condujo a un terreno bajo y limpio rodeado de tupida maleza. Allí vi una enorme
piedra medio cubierta por un cerro que probablemente se había derrumbado en
otro tiempo, cayendo encima: esta piedra llena de esculturas caprichosas,
inscripciones y jeroglíficos, estaba levantada en alto y sostenida por varias
estatuas formadas de la misma, y que representaban figuras humanas
principalmente de mujer, a la manera de las cariátides de la arquitectura
griega. No recuerdo su número, pero no serían menos de diez las que quedaban
descubiertas, y bastante perfectas. En un vallecito contiguo, rodeado de
árboles, había otras dos estatuas colosales de hombre y mujer, que
probablemente eran los ídolos de aquel que a mí me pareció templo. Confieso que
aunque soldado, joven, y un tanto despreocupado, no pude menos de apartar la
vista de aquel grupo que ofendía el pudor y la decencia[14].
Más
allá de su reato moral cristiano con la sexualidad, es evidente que la
percepción que hace Espinosa de las ruinas es la de un ilustrado que sabe lo
que es un arqueólogo y un anticuario, y que lo lleva a interpretarlas como
templos con esculturas semejantes a las cariátides griegas. Su descripción
parece corresponder a uno de los montículos funerarios del Parque Arqueológico
de Mesitas, con su templete y esculturas de dos guardias, que con la figura principal
sostienen la gran laja de la estructura dolménica, en la que se encuentran.
Recién
logrado el triunfo de los criollos republicanos en las guerras de independencia
y constituida la nueva República de Colombia, existe la preocupación del general
Simón Bolívar por fortalecer los estudios científicos iniciados por los
ilustrados del siglo XVIII. Bolívar, en 1820, designa, en calidad de
vicepresidente de la república, a Francisco Antonio Zea como ministro en misión
diplomática a Inglaterra, Francia y España, para que logre el reconocimiento de
la nueva república, consiga empréstitos y contrate un grupo de científicos con
la intención de crear un Museo de Ciencias Naturales y una Escuela de Minería,
con la asesoría de Humboldt. Como director de dicho museo y de la escuela llega
a Bogotá el naturalista e ingeniero químico Mariano Eduardo de Rivero, además de
los científicos Jean Baptiste Boussingault, Francois-Désiré Roulin, Justin
Marie Goudot y Jacques Bourdon[15].
Un
año después, Rivero decide regresar al Perú, a su tierra natal, para desempeñar
una importante labor científica. El regreso lo hace por tierra acompañado del
presbítero naturalista Juan María Céspedes y de su amigo Francisco Javier
Matiz, destacado miembro de la Real Expedición Botánica; los tres han sido
comisionados por el gobierno para investigar la flora y los monumentos
arqueológicos en la región de San Agustín, circunscrita a la provincia de
Timaná, en el año 1825: […] exploración que dio por resultado una colección de
las plantas más notables y la copia y mesura de los diversos monumentos de
piedra representando ídolos, mesas de sacrificio y varios animales, como
tigres, micos, etc. que existen en aquella localidad […][16]
Desafortunadamente,
de esta comisión solamente se han encontrado unos fragmentos del diario de
Céspedes, en los que describe las ruinas de una construcción colonial, cercana
al pueblo de San Agustín y conocida con el nombre de las Tapias: A poco trecho
comenzamos a hallar eras, y zanjas muy bien formadas y ahilados dormimos en la
aguada, donde hallamos fragmentos de ollas de los indígenas antiguos. [17].
De
su experiencia en San Agustín, Rivero, años más tarde (1851), en compañía del
naturalista y lingüista suizo, Johann Jakob von Tschudi, publica algunas
láminas de los monumentos de piedra, con textos explicativos de las mismas:
Lámina
XXXIX. A primera vista se conoce en estas estatuas un tipo muy extraño y
distinto del Incano; llevan un carácter señalado, y la expresión de las caras,
y las proporciones de los cuerpos indican no pequeño grado de cultura artística
entre los Muyscas. Los ídolos que van dibujados se encuentran en las cabeceras
del valle del río Magdalena, cerca de Timaná. Estas ruinas de las que existen
grandes escombros y otros muchos restos, están en el interior de un bosque
espeso. Es de sentir que ni las tradiciones den algunos aclarecimientos sobre
la significación de las estatuas.
Lámina XXXIX de la obra Antigüedades peruanas (Rivero y Tschudi, 1851).
A
pesar de su atribución equivocada con los Muisca, que es entendible para la
época[18],
y de los supuestos sacrificios humanos que son imaginados por la presencia de
las grandes lajas de piedra relativamente planas (mesas), lo más destacado de
Rivero es la primera reconstrucción volumétrica que hace de uno de los
templetes del Parque Arqueológico de Mesitas, con sus piedras a manera de columnas,
dos de las cuales (guardianes) asocia arbitrariamente al Sol y la Luna, y con la
localización de la estatua principal, en la mitad de la estructura dolménica.
Lámina
LIII. Esta lámina representa el diseño de una mesa cuadrada formada de
arenisca, y cuyos pies son cuatro columnas de la misma sustancia en las cuatro
extremidades: y una en el centro que no es enteramente cilíndrica como las
demás, y se distingue por algunas labores en la parte superior…En las dos
columnas de la fachada principal, se ven figurados el sol y la luna. Esta mesa,
parece haber sido destinada por los antiguos Muyscas, para sacrificios
ofrecidos a sus deidades, y existe entre las ruinas cerca de Timaná[19].
Agustín Codazzi: La civilización de
San Agustín
A
mediados del siglo XIX el sitio de San Agustín conserva su modesto templo de
bahareque y techo de paja, lo mismo que las rústicas casas de los indios. El
auge de la explotación de la quina produce un cambio económico liderado por los
hacendados, ahora transformados en empresarios, y una nueva emigración de
indígenas de resguardos del Cauca y Nariño, como jornaleros que se necesitan
para la extracción de la valiosa planta medicinal, abundante en los bosques
regionales[20].
El
general Codazzi, como director de la Comisión Corográfica, llega a la región de
San Agustín, en 1857. Se puede deducir, que le impresiona tanto el misterioso
arte, que sin ser arqueólogo, decide investigarlo, registrarlo en dibujos
aproximados (hechos por el pintor Manuel María Paz) y hacer el primer
levantamiento topográfico, en el que localiza las esculturas hasta ese momento
conocidas por los habitantes de la región.
Vista del poblado de San Agustín y el nevado del
Huila, acuarela de Manuel María Paz (Ardila y Lleras, 1985).
Codazzi
tiene una formación logística militar que incluye los estudios cartográficos.
En sus recorridos por los abruptos y peligrosos caminos de la Confederación
Granadina, además de sus trabajos corográficos, se interesa por los habitantes
con sus diversidades raciales (blancos criollos, mestizos, negros, mulatos e
indios), por los edificios de pueblos y ciudades y por las antigüedades
indígenas, que hace dibujar por artistas que lo acompañan. Cuando llega a San
Agustín es una persona experimentada que posee un conocimiento sobre la
historia de la conquista de las culturas aborígenes. Para él, las tribus del
territorio colombiano, que en ese tiempo, se encontraban entre la barbarie y la
civilización, son arrasadas por la monarquía española, que coarta su proceso de
transformación cultural. Codazzi cambia la concepción colonial de las
sociedades indígenas, valora las antigüedades como testimonio del grado de
civilización que han alcanzado. Es un ilustrado que en lugar de marginarlas,
las integra a la república y las define como naciones.[21]
Dibujos de esculturas de Manuel María Paz (Ardila y Lleras, 1985).
Acuarela de Manuel María Paz (Paz, 2011).
Codazzi
ordena al pintor Paz hacer las siguientes láminas: Dibujos de 33 esculturas (6
acuarelas de algunas de ellas), 2 sarcófagos, 2 rocas que interpreta como
altares para ofrendas y sacrificios humanos, una acuarela del pueblo de San
Agustín en el que se aprecia el nevado del Huila, una acuarela de las ruinas de
un antiguo santuario en medio del bosque y un dibujo en el que reconstruye un
adoratorio. Todas estas gráficas y el plano topográfico en que ubica las esculturas
y ruinas le sirven a Codazzi para hacer la siguiente interpretación, en la que
no se imagina las ruinas de una ciudad sino de un gran santuario, en el que sacerdotes
en rituales enseñan misteriosos conocimientos a los iniciados, contenidos en
los ídolos de piedra:
No
era aquello las ruinas de una ciudad, como algunos lo creyeron; era tan solo un
lugar sagrado o grande oratorio en que únicamente los sacerdotes y su séquito
pudieron habitar, puesto que en él se descubren, además de los caracteres de
oratorio, fuertes indicios de haber sido también un lugar de iniciación misteriosa.
Lo secuestrado y silencioso del valle, oculto al común de los viandantes y sin
más puntos de ingreso a él, que un desfiladero al S. y otro al N., lo hacían
muy apropiado para dar importancia sobrenatural al culto de los ídolos y para
la celebración de ceremonias secretas, asuntos que han constituido, siempre a
los ojos del vulgo, la superioridad y majestad de los sacerdotes[22].
En
el plano topográfico, Codazzi traza una ruta que une los sitios arqueológicos
con esculturas y adoratorios (Uyumbe, Parque Arqueológico de Mesitas, Cerro de
la Pelota y Alto de la Cruz). Supone que los neófitos hacen una peregrinación
por dicho sendero, para ser bautizados y recibir una iniciación misteriosa, guardada
en esculturas y adoratorios de cada uno de los sitios: el deber de amar y
cuidar los hijos, la música y los cantos que acompañan el ritual, la sabiduría
teológica, las prédicas y sacrificios humanos, la veneración de la ancianidad, el
dios de la medicina y las artes adivinatorias, los dioses de la pesca, el
trabajo y la muerte, el poder de los sacerdotes para descifrar ensueños y aun
dar oráculos cuando fueran consultados sobre casos graves y el mandato de
guardar silencio sobre los misterios aprendidos so pena de ser decapitado quien
lo quebrantara.
Plano topográfico de San Agustín levantado por Agustín
Codazzi (Ardila y lleras, 1985).
En
la mente de Codazzi hay elementos de la moral cristiana aunados a la percepción
occidental que tiene de la realidad indígena, en el contexto universalizante de
las sociedades (salvajismo, barbarie y civilización). Codazzi introduce en el
arte escultórico y las ruinas de San Agustín categorías antropológicas
universales como: Nación, religión, sabiduría teológica, dios, bautismo,
templo, adoratorio, sacerdote, hechicero, agorero, oráculo, sacrificio humano,
culto a la vejez, la sexualidad y la muerte.
Codazzi
interpreta la cultura de San Agustín a partir de un mundo conceptual e
ideológico occidental, que más adelante es tenido en cuenta por exploradores
como Carlos Cuervo Márquez y arqueólogos de la primera mitad del siglo XX, como
Konrad Theodor Preuss, Gregorio Hernández de Alba, José Pérez de Barradas y
Luis Duque Gómez, como ellos mismos lo reconocen en sus publicaciones. Más allá
de su invención fantástica de una insostenible ruta de iniciación de neófitos y
de un lugar de ceremonias secretas, Codazzi establece que los ídolos y los
adoratorios de San Agustín fueron hechos por una misteriosa cultura, dominada
por sacerdotes que adoraban dioses (ídolos) y rendían culto a los muertos.
A
partir del estudio monográfico de Codazzi, la cultura de San Agustín llamará la
atención en el mundo científico occidental, por haber elaborado un complejo
pensamiento religioso de deidades plasmado en una arquitectura monumental y un arte
escultórico de gran calidad, lo que la distingue
como una civilización estacionaria o de lento desarrollo, sin haber construido
ciudades ni desarrollado la metalurgia del hierro y el bronce, como lo habían
hecho otras antiguas civilizaciones.
Exploradores extranjeros de paso
por San Agustín
Después
de Codazzi, en el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX se incrementan
los viajeros extranjeros que transitan los territorios neogranadinos y
suramericanos. En su itinerario incluyen a San Agustín, como un lugar atractivo
por sus misteriosas ruinas y esculturas megalíticas. La mayoría son científicos
que vienen a investigar los fenómenos y los recursos naturales americanos.
Entre
1868 y 1876 los naturalistas alemanes Alphons Stübel y Wilhelm Reiss recorren
los países suramericanos con el fin de conocer sus volcanes, minas, otros
fenómenos naturales y sitios arqueológicos. Son científicos positivistas, que
ya no están de acuerdo con la posición científica de Humboldt, porque la
consideran imprecisa o poco objetiva. En Colombia, Stübel en su recorrido entre
Neiva y Popayán reconoce las ruinas de San Agustín. En una carta escrita en
Popayán el 13 de febrero de 1869 anota su admiración por la calidad del arte
escultórico:
San
Agustín es el único sitio de toda Colombia en donde se encuentran restos de
arte precolombino; hasta ahora ha sido descrito una sola vez por un geógrafo
colombiano y, por cierto, de una manera muy deficiente. Lo que allí encontré
sobrepasó ampliamente mis expectativas. No existen construcciones, pero hay un
número grande de estatuas sumamente interesantes, algunas de las cuales están
hermosamente trabajadas y hacen recordar el arte egipcio. El material que fue
utilizado por los indígenas es una lava dura en extremo. El manejo de este
material, que sólo era posible con herramientas muy perfeccionadas, prueba que
los españoles no hubieran sido capaces de conquistar esta parte de América, si
el pueblo escultor hubiera vivido aún. Esta época artística está, en todo caso,
a cientos, si no a miles, de años atrás.
Vimos
la cabeza de una estatua que sobresalía del piso. Creímos que no era tan grande
y decidimos desenterrarla. Después de tres días de trabajo se dio con la base,
y fueron necesarios 23 indígenas para levantar la columna de 15 pies de alto.
El tiempo fue menos favorable, pues llovió diariamente, pese a que estábamos en
la mejor época del año. Y en esta selva, donde habitan los dioses astrales,
había tantos bichos chupasangre que fuimos casi literalmente devorados. Logré
hacer unos dibujos, con las manos ampolladas. Después de pasar, emprendí el
regreso y me detuve un domingo […] [23]
El geógrafo colombiano al que hace referencia, parece ser el italiano Agustín Codazzi, que había estado en San Agustín en 1857. A diferencia de Codazzi, que supuso erróneamente que las obras megalíticas de San Agustín las habían hecho los Andakí del tiempo de la conquista española, Stübel deduce una antigüedad de miles de años, como lo confirmará luego la investigación arqueológica del siglo XX.
El poeta, dramaturgo y dibujante español, José María Gutiérrez de Alba, es contratado por el gobierno español para ir a Colombia en comisión diplomática, entre 1870 y 1873. Su estadía tiene como finalidad conocer las opiniones de las autoridades y la sociedad colombianas para saber su predisposición a establecer relaciones diplomáticas con España, al ser la única antigua colonia que no las ha establecido. Además de integrarse a círculos literarios y periodísticos en Bogotá, recorre el país en varias expediciones, experiencia que registra en diarios o libretas de apuntes con dibujos y acuarelas tomados del natural, además de incluir también fotografías, grabados, cuadros de costumbres y láminas de la Comisión Corográfica[24].
Cuando
recorre el sur de Colombia llega a San Agustín (1873), sitio en el que
permanece varios días, dedicados a encontrar ruinas y esculturas. Gutiérrez de
Alba rechaza lo propuesto por Codazzi y utiliza los dibujos hechos por Manuel
María Paz para hacer sus propios bocetos, cuando no está de acuerdo con ellos.
Piensa que hubo una arquitectura perfeccionada, como la que observa en el arte
escultórico, que todavía no se ha descubierto, por estar cubierta por la selva
y por grandes sedimentos producidos por un tremendo cataclismo, por una gran
inundación:
No
bien hubimos penetrado en los primeros grupos de árboles, ofreciéronse a
nuestras miradas atónitas, entre excavaciones más o menos recientes, numerosos
grupos de estatuas, casi todos de tamaño colosal, medio enterradas las unas,
caídas las otras sobre las enormes piedras que acaso les sirvieron de
pedestales; envueltas las más entre las raíces y hojarasca del bosque, más o
menos próximas al hoyo de que fueron desenterradas […]
Al
lado de estas excavaciones veíanse asomar por doquiera nuevos grupos de
figuras, que hasta ahora nadie se ha tomado el trabajo de descubrir; socavones
hechos por los buscadores de guacas o tesoros, muchos de los cuales se
comunican con huecos subterráneos, formados naturalmente, al caer una sobre
otras aquellas enormes masas en el más completo desorden […] Ante aquellos
monumentos, de una época tan remota como desconocida, y tan desconocida como la
raza que dejó en pos de si tan admirable huella, la imaginación asombrada se
confunde; se interroga en vano a aquellas simbólicas y gigantescas figuras, qué
pensamiento precedió la ejecución de sus fantásticas formas, a qué orden de
ideas pertenecen los atributos singulares de que se ven adornadas, o qué papel
desempeñaron en la atrevida arquitectura de que sus inmensas moles fueron la
base o complemento […]
La
circunstancia de encontrarse estos monumentos sepultados todos, y muchos de
ellos a una profundidad muy considerable, induce a creer que el cataclismo no
pudo ser otro que una inundación de un inmenso volumen de aguas, que
permaneciendo durante un largo período en el valle, depositó sobre él, y por
consiguiente, sobre las ruinas que por todas partes se descubren, la cantidad
suficiente de materiales para formar una densa capa sedimentosa […]
En
un pueblo en que la estatuaria había llegado a una perfección tan relativamente
tan notable, la arquitectura no podía permanecer en su estado rudimentario, ni
por consiguiente más atrasada que el arte llamado siempre a ser su complemento
[…]
[…]
se hayan todavía en ciertos parajes fragmentos de loza o barro cocido, en tan
gran abundancia, que forman montecillos de centenares de metros de extensión,
en que las capas son de una densidad muy considerable, prueba del larguísimo
período en que los trabajos de alfarería existieron allí en muy grande escala[25].
M. Ed. André en costume de voyage (André, 1877).
Años
más tarde se presenta una situación similar a la de André, con el explorador
francés Jean Chaffanjon, quien estuvo en San Agustín en 1885. En su obra no hay
un texto dedicado a la visita y solamente publica una fotografía de las
esculturas de dos guardias pertenecientes al montículo oriental de la Mesita A,
del parque arqueológico de San Agustín[28].
Otro
importante científico que viene a Colombia (1855) es el geógrafo francés de
ideas anarquistas, Élisée Reclus; aunque no se desplaza a la región de San
Agustín, destaca su importancia y publica un grabado, en su monumental obra
Geografía Universal (1895), basado en la fotografía de Chaffanjon, antes
mencionada[29].
Grabado
de esculturas de guerreros (Reclus, 1895).
El
museo Británico entre 1899 y 1902 patrocina una expedición científica. Según
Karl Theodor Stoepel, desafortunadamente, gran parte de la colección y las
fotografías se perdieron en un naufragio en el río Patía, hacia Tumaco.
Solamente una de las esculturas originales se conserva, por haber sido enviada
por el curso del río Magdalena y trasladada al Museo Británico, por el
Vicealmirante Dowding, en 1899[30].
Carlos Cuervo Márquez: Origen universal
del arte escultórico
Carlos
Cuervo Márquez es un destacado personaje colombiano de la segunda mitad del
siglo XIX y primeras décadas del XX. Su multifacética y compleja personalidad
lo lleva a desempeñarse en altos cargos políticos y diplomáticos, como miembro
del partido Conservador; es un militar e intelectual que posee una formación en
ciencias naturales; se desempeña como periodista, historiador, educador y
jurista. Su interés científico no se satisface solamente con descripciones de
las tribus indígenas. Se puede decir que es uno de los primeros etnólogos colombianos,
al interesarse por ofrecer una visión de conjunto de las razas
latinoamericanas, Caribe, Chibcha y Quichua, que habitaban el territorio de
Colombia en el momento de la conquista española, su historia colonial y la
situación en que viven en el presente; sobre su origen, migraciones, idiomas y
otros usos y costumbres.
A
la manera de los expedicionarios extranjeros decimonónicos recorre varias
regiones de Colombia, registrando en su diario informaciones sobre la
naturaleza, las tribus, los hallazgos de guaquería y las ruinas arqueológicas.
En el año 1892, en San Agustín, además de describir e interpretar las
esculturas y adoratorios propone hipótesis que puedan explicar el origen del
pueblo escultor. Sus teorías, aunque posteriormente son criticadas por no estar
sustentadas con excavaciones, tienen una influencia conceptual, directa o
indirecta, en los arqueólogos de la primera mitad del siglo XX.
Dibujo
de estatua de Carlos Cuervo Márquez (Cuervo, 1920).
Cuervo
es un investigador que conoce las teorías antropológicas de finales del siglo
XIX y comienzos del XX, cuando los arqueólogos pioneros a escala internacional
empiezan a descubrir y excavar las ruinas de antiguas civilizaciones
mediterráneas, Egipto, Próximo Oriente, México y el Perú. En ese entonces
existe la preocupación científica por aclarar el origen universal de la civilización,
proponiéndose la teoría del difusionismo cultural, que supone la existencia de
núcleos o centros donde se producen las creaciones o innovaciones, que luego se
irradian a otros territorios continentales, bajo el supuesto de grandes
migraciones. Los parentescos se establecen por intermedio de analogías de
rasgos formales; la mayor presencia de un elemento en un área cultural favorece
la interpretación de que allí se produjo la innovación. Dichos centros
corresponden con las grandes civilizaciones que darán origen a otras
civilizaciones secundarias.
Los
difusionistas americanistas están interesados por explicar el origen de las
civilizaciones mesoamericanas y de los Andes centrales a partir de hipotéticas
migraciones interoceánicas, procedentes de los centros civilizatorios del viejo
mundo. En América, los primeros arqueólogos piensan que México y los Andes del
Perú y Bolivia son núcleos de civilización que originan las demás culturas
locales. La búsqueda de culturas madres es algo que obsesiona a los primeros
estudiosos de la arqueología, inscritos en un discurso que busca sustentar la
existencia de dichos núcleos en sus territorios republicanos, lo que favorece
la construcción de un imaginario de identidad nacional, que da prestigio en el
contexto mundial.
Hacia
los últimos años del siglo XIX, el pueblo de San Agustín mantiene el aspecto de
un caserío:
Dos
kilómetros, poco más o menos, al occidente de la colina de Uyumbe, está la aldea
de San Agustín, de escaso y miserable caserío pajizo, como ya se ha dicho. La
plaza, de regular tamaño, es bien cuadrada, y en el centro del frente
occidental se encuentra la pequeña y ruinosa capilla, también pajiza.
En
el pueblo se ven hoy tres estatuas y una gran canoa, tallada igualmente en un
gran bloque de piedra. Estos objetos fueron con gran trabajo trasladados en
1859, desde el sitio en donde primitivamente se encontraban, por algunos
empresarios de extracción de quinas, en los tiempos en que en este lugar había
tanta abundancia de trabajadores empleados en la explotación de los ricos
bosques quiníferos de los alrededores.
De
las estatuas, una de gran tamaño, fue colocada en el centro de la plaza, y las
otras dos, que son bustos de menores dimensiones, sirven de zócalos a dos de
las columnas que sostienen el cobertizo antemural de la pequeña capilla.
La
estatua que se ve hoy en la plaza de San Agustín, tallada en una gran loza
granítica, es una de las más dignas de llamar la atención, tanto por el esmero
del trabajo como por los importantes detalles que la adornan[31].
Escultura
en el Parque de la Independencia, Bogotá, 1936 (Archivo fotográfico de Gregorio
Hernández de Alba).
Es
importante destacar el traslado de las primeras esculturas a la plaza del
pueblo, porque su presencia simboliza el temprano inicio de una apropiación del
arte escultórico por parte de las autoridades y las comunidades locales. Según
se deduce, su traslado en 1859 fue motivado por la visita de Agustín Codazzi,
dos años antes. Las dos esculturas usadas como base de los pilares de la
entrada a la capilla todavía no indican una conciencia proteccionista del arte
indígena y expresan la permanencia de la concepción cristiana de sometimiento
de los ídolos de piedra[32].
Cuervo,
aunque tiene en cuenta las descripciones de las esculturas hechas por Codazzi,
no está de acuerdo con que hayan sido hechas por los Andakí, del tiempo de la
conquista española. Interpreta las estatuas como retratos de reyes, guerreros,
deidades, seres míticos, letrados y funcionarios públicos, y cuando describe
sus rasgos toma una posición hiperdifusionista por intermedio de analogías con
deidades egipcias, fenicias, caldeas, griegas, mexicanas, peruanas y
colombianas. También enfatiza su mentalidad occidental al establecer el
carácter religioso del pueblo escultor, pero en esta ocasión, como un culto
tenebroso, con ceremonias terribles oficiadas por sacerdotes sanguinarios:
La
organización social de este pueblo, que debía ser muy complicada, y el grado de
desarrollo que en él había alcanzado la escultura, implican necesariamente
variados conocimientos en las industrias y en las artes correlativas. Como
todos los pueblos que se encuentran en estado de análogo desarrollo, el pueblo
escultor de San Agustín debió de ser esencialmente religioso y todo el
mecanismo de la vida civil estaría subordinado a las ceremonias de culto. Su
teogonía, muy complicada, tenía, sin duda, un Olimpo poblado por numerosas
divinidades, según se deduce de las estatuas que las representaban: unas,
crueles y sanguinarias; otras, derivación del primitivo culto phallico, como
las de las figuras 4 y 19, en las cuales se veneraba la potencia generadora de
la Naturaleza en sus diversas formas; oscilando entre estos dos extremos,
sangre y lascivia, religión tan sombría como sanguinaria.
El
Sol, representado en la gigantesca cara de la figura 16, constituiría objeto
principal de adoración, alrededor del cual se agrupaban las otras divinidades;
de éstas, las representadas en las figuras 2, 12 y 21, que parecen devorar el
cadáver de un niño, tienen grandes semejanzas con la antigua deidad que los
quitus llamaban Supay y a la cual sacrificaban por millares niños inocentes.
El
águila y la lechuza y la serpiente eran consideradas como símbolos religiosos;
esta última, sobre todo, tenía alta importancia simbólica, y relacionada con el
pescado debía representar para este pueblo el mito relativo a los orígenes de
la humanidad (1).
Además,
al igual de los antiguos peruanos y de todos los pueblos primitivos debían
tener dioses particulares y domésticos que, como los lares y penates de griegos
y de romanos, se fabricaba cada cual a su antojo...
Los
sacerdotes serían también los agoreros, exhortarían al pueblo y harían públicos
los augures desde la plataforma o azotea que servía de techumbre a los templos
subterráneos, en los cuales se depositarían también ofrendas de los devotos.
Terribles
a la vez que imponentes serían las ceremonias de este culto sanguinario, con
sus grandes sacerdotes vestidos con trajes extravagantes, oficiando en
tenebrosos templos subterráneos, a los cuales se llegaba por oscuros pasillos,
que eran fosos cubiertos, y con sus sacrificios humanos ofrecidos a ídolos
sombríos y deformes en medio de estatuas de caras horribles y de vengativos
ademanes[33].
Finalmente,
Cuervo considera que el pueblo escultor no se desarrolló aislado y
espontáneamente en el reducido valle de San Agustín; tuvo que tener un origen y
debió expandirse a otras regiones. Con el recurso de crónicas de la conquista
española y de comparaciones estilísticas y del culto religioso de su arte
escultórico establece vínculos con otras culturas de territorios colombianos,
americanos y de otros continentes. Se interroga sobre si el origen de San
Agustín está vinculado a las migraciones de civilizaciones de México, Perú,
Polinesia, Asia, negroides y del desaparecido continente de la Atlántida. De
esta manera, al finalizar el siglo XIX, la cultura de San Agustín adquiere el
estatus occidental de una civilización universal, por haber desarrollado un
culto religioso contenido herméticamente en enigmáticas y admirables estatuas y
en misteriosas construcciones megalíticas; algo insólito para el medio
científico, por no haber construido ciudades como lo hicieron otras
civilizaciones del antiguo y el nuevo mundo.
La llegada del nuevo siglo y la
modernidad
Entre
las últimas décadas del siglo XIX y las iniciales del siglo XX se realizan los
primeros proyectos de arqueología moderna en México, Bolivia, Perú y en
Colombia, en la región de San Agustín. Ya no se trata de visitas rápidas de
exploradores de la naturaleza, que especulan sobre las ruinas y el arte, sino
de excavaciones que realizan profesionales de la etnología y la arqueología, en
ruinas monumentales, con el propósito de identificar y clasificar culturas con
evidencias materiales, acumuladas y superpuestas en capas o estratos, con el
paso de los siglos. Tienen la pretensión de explicar el origen y las transformaciones
de las culturas humanas, a partir de modelos universales; por analogía con la
teoría de la evolución, suponen que las sociedades humanas evolucionan del
salvajismo a la barbarie y a la civilización. Piensan que los cambios
culturales históricos se producen por supuestas migraciones, que sustentan con
el recurso metodológico de las analogías o comparaciones formales, de las
ruinas arquitectónicas y los objetos hallados en sus excavaciones. Un arte
escultórico, como el de San Agustín, se puede explicar por analogías con otras
culturas americanas, bajo el supuesto de que todas ellas hacen parte de un
mismo proceso evolutivo. Para los primeros arqueólogos del siglo XX, San
Agustín, como ya lo habían percibido los exploradores del siglo XIX, es un
lugar especial por encontrarse allí un arte escultórico que desconcierta porque
puede ser inscrito tanto en la barbarie como en la civilización.
Preuss: Pionero de la investigación
arqueológica del siglo XX
En
el año 1913, Konrad Theodor Preuss se traslada de Alemania a Colombia y de
manera particular al lugar de San Agustín. La subida al vallecito donde estaba
el caserío se hace desde la llanura de Matanzas, por un peligroso camino
tallado en la roca de las montañas que bordean el Sombrerillos, río que se
cruza en ese entonces por un rústico puente hecho con gruesos troncos de
árboles. El corregidor del pueblo es Gustavo Muñoz y como lo recuerda Preuss: “[…]
hallábase aquí uno perdido como en un callejón sin salida, y se siente en los
confines del mundo. Quizá a esto se deba el olvido en que han estado las
antigüedades de este sitio.”[34]
Los habitantes conservan sus tradiciones religiosas, fiestas de matachines y
mojigangas, y serenatas de tiple, bandola y guitarra de ancestro hispánico
colonial.
En
1909, la aldea de San Agustín consta de 24 casas de bahareque y techo pajizo;
en 1913, no se presentan mayores cambios; algo que llama la atención es la
presencia de 12 estatuas que se encuentran alineadas en la plaza y mirando
hacia la modesta capilla, en reemplazo de las que habían sido trasladadas a
Bogotá. Las nuevas estatuas proceden de Ullumbe y de las ruinas arqueológicas
de la finca la Meseta, de don Sixto Ortiz, por iniciativa del padre, Ángel
María Aya, que se desempeña como párroco, entre 1899-1904 y entre 1909-1911[35].
Preuss
tiene un propósito definido, descubrir y conocer el arte escultórico, del que
tiene referencias concretas por exploradores que le antecedieron, como Codazzi
y Stoepel[36].
Es un investigador del Museo Etnológico de Berlín, con una formación
profesional interdisciplinaria (Etnología, Filología, Arqueología, Historia)
que valora el análisis filológico de los textos rituales de la tradición oral,
en lenguas nativas, porque son el fundamento de toda investigación sobre la
religión y el pensamiento de los grupos culturales.
Tiene experiencias profesionales en México, donde ha estudiado las tradiciones
orales religiosas de culturas indígenas de la Sierra Occidental.
Para él, los ritos y creencias religiosas vivos tienen una relación directa con
las culturas arqueológicas[37].
Reconstrucción
de templete funerario de K. Th. Stoepel (Duque y Cubillos, 1983).
Plancha
15 de la obra Arte Monumental
Prehistórico: Meseta A, Colina
oriental. 1-2. Excavaciones del templo en el costado norte (Preuss, 1931).
Preuss
es un arqueólogo con la mirada y los intereses de un etnólogo. En San Agustín
se dedica durante varios meses a localizar las ruinas y las esculturas que se
encuentran dispersas en los bosques, guiado por los campesinos, para excavarlas
con la intención de fotografiarlas y sacar moldes de ellas. Aunque conoce la
importancia de las excavaciones estratigráficas, no las hace, porque lo domina
su interés por registrar e interpretar el pensamiento religioso contenido en el
arte monumental:
Las
figuras representan seres ultraterrenos, de un mundo irracional místico,
íntimamente unido a la tribu, para señalarle su destino. Gracias a los textos
que poseemos de algunos pueblos suramericanos en su propia lengua, reconocemos
hoy lo difícil que es penetrar en el fondo de sus creencias, que comprenden
toda su vida profana. Sabemos que sus cantos y tradiciones, recuerdos de
tiempos arcaicos, son para ellos un bien inestimable, una revelación y en
cierto modo una biblia. Por lo consiguiente no podemos acercarnos sino
discretamente al arte de este pueblo antiguo, de cuya religión, fuera de las
estatuas, no tenemos ningún documento, lo que puede saberse de su mundo ideal y
de sus sentimientos, se transparenta en ese arte monumental y pertenece a la
investigación religiosa […]
El
estudio artístico tiene pues que limitarse en primer término al desarrollo de
las formas, como en general lo exige la etnología. Debido a una investigación
profunda y mucho más extensa que únicamente la de las formas artísticas, la
etnología tiene que dar luz al conocimiento espiritual del pueblo para después
ocuparse del arte, en un sentido más amplio[38].
Plano
topográfico de San Agustín hecho por K. Th. Preuss (Preuss, 1931).
Preuss
es claro en su posición conceptual para aproximarse con cautela al significado
religioso de la estatuaria. En varias oportunidades, cuando interpreta rasgos
formales de las esculturas, establece analogías con creencias de pueblos
americanos. Para ellos las almas de los muertos pasan a animales como el tigre
y la serpiente; el doble yo o figura con rasgos míticos que está encima de
otra, se encuentra en relatos de los Huitoto, del río Caquetá, y se relaciona
con el nagual de México; los rostros de personajes con bocas con grandes colmillos
son máscaras de jaguar, como las que usan los Kágaba (Kogi), de la Sierra Nevada
de Santa Marta; elemento ritual que sirve para desterrar las enfermedades
porque los seres de piedra poseen un poder mágico:
Es
probable que en las figuras y grupos se hayan simbolizado así mismo ceremonias
de culto y leyendas míticas, que obedecen a una misma base psíquica y que no
solamente representan conocimientos o recuerdos sino que ejercen un influjo
mágico sobre los acontecimientos[39].
Los
sepulcros megalíticos y sobre todo los sarcófagos significan que fueron hechos
para personas de rango. Preuss clasifica las estatuas de acuerdo con el género
masculino y femenino, y aunque es consciente de la dificultad que existe para
diferenciarlas, se atreve a proponer que en la región oriental la mayoría de
ellas son femeninas, a diferencia de la parte occidental. Propuesta, que
posteriormente, con el descubrimiento de más esculturas, no se podrá sustentar,
pero es interesante porque tiene una connotación cultural: […] los distintos
clanes a los cuales pertenecen los lugares, no tenían las mismas divinidades,
sino que algunos pocos veneraban casi únicamente deidades femeninas. [40] Las
estatuas son divinidades de la tribu; las masculinas son el dios Sol y las femeninas
son deidades del agua, la Luna y la Tierra, de la fertilidad, de la renovación
continua, de la vida y la muerte[41].
Finalmente,
Preuss tiene una posición cultural difusionista; establece un parentesco entre
San Agustín y otras culturas americanas, por intermedio de las semejanzas de
los símbolos de las esculturas; a manera de conclusión final escribe:
De
lo dicho podemos concluir que varios elementos de la cultura de San Agustín han
pasado a los territorios meridionales. A esto debe agregarse el carácter arcaico
especial de toda la cultura, con sus templos y adoratorios y su cerámica
rudimentaria. Estas características, unidas a la riqueza de las formas y la
estabilidad del tipo, nos hace pensar que la civilización de San Agustín fue
más bien la que influyó sobre las demás civilizaciones y que no fue la que
recibió influencias de ellas […]
A
pesar de que en estos parecidos se trata más bien de ensayos que no dan
seguridad alguna de encontrar un nexo efectivo, creo que esta corta exposición
será suficiente para que nos demos cuenta de la inmensa importancia de la
cultura de San Agustín para la historia primitiva de América. Ojalá ulteriores
exploraciones, que se hagan en aquel lugar, tan fecundo para la arqueología, lo
mismo que otras comparaciones que se lleven a cabo, puedan aumentar y darle
mayor incremento a este estudio que hemos querido iniciar.[42]
Lo
que Preuss está deseando es tenido en cuenta por los siguientes científicos que
investigan la región de San Agustín, durante la primera mitad del siglo XX. Para
ellos la obra de Preuss es el punto de partida de sus interpretaciones; por
supuesto que con los desarrollos teóricos y las innovaciones tecnológicas
propios de los avances de la arqueología.
Repercusiones del viaje de Preuss
Las
exploraciones de Preuss no solamente divulgan el misterioso arte de la estatuaria
en el mundo científico europeo, sino, también impactan a la comunidad de
campesinos con los que ha compartido varios meses. Los habitantes quedan sorprendidos
que un extranjero otorgue tanta importancia a las estatuas, al trasladar varias
de ellas y moldes de otras, como carga a lomo de mula, por caminos tan
difíciles. Esto motiva una reacción proteccionista como lo expresa el informe
del corregidor de San Agustín, José María Burbano, del 1 de septiembre de 1914,
presentado al director del Museo Nacional, entidad encargada de investigar y
proteger los bienes arqueológicos e históricos; en él le manifiesta lo
siguiente:
[…]
de febrero a mayo del año próximo pasado estuvo en este corregimiento el
Profesor Dr. Teodoro Preuss (alemán) fotografiando y sacando moldes en papel de
todas las estatuas de piedra que encontró haciendo excavaciones para sacar las
que estaban enterradas y las figuras pequeñas que encontró se las llevó con
licencia del Administrador de la Hacienda de Laboyos, Sixto Ortiz. Otras sacó
de la hacienda de Isno, dos de unas ocho arrobas de peso cada una y otras
figuras pequeñas. No tengo conocimiento con permiso de quien sacaría esas
estatuas. Aquí en este corregimiento los dueños de terreno dicen ser dueños de
las estatuas que se encuentran en sus predios y convendría que el gobierno
declarara ser dueño de ellas y ordenar recogerlas en la cabecera del
corregimiento haciendo un edificio para guardarlas y con tal fin ofrezco
coadyuvar esa importante obra[43].
Con
esta conciencia nacional, el señor Burbano se convierte en uno de los pioneros
en buscar la protección del patrimonio arqueológico de San Agustín y de Colombia,
ante las autoridades competentes; actitud que motiva la creación de nuevas leyes
nacionales proteccionistas del patrimonio arqueológico:
Pocos
días después de recibir esta denuncia, fechada el primero de septiembre de 1915
[sic], el Director del Museo Nacional dio traslado de ella al Ministro de
Instrucción Pública de entonces, quien respondió diciendo que se estaban
tomando las providencias del caso para evitar estos saqueos. Efectivamente
pocos años después, el Congreso Nacional aprobó la Ley 48 de 1918, la 119 de
1919 y la 47 de 1920, que son los antecedentes legislativos que tenemos acerca
de la defensa del patrimonio arqueológico de Colombia[44].
La
ley 48 del 20 de noviembre de 1918 declara como material perteneciente a la Historia Patria, los monumentos
precolombinos y bajo la acción del gobierno; salvo los derechos de los
propietarios o legítimos poseedores, se prohíbe la destrucción, reparación,
ornamentación y destino de las reliquias sin previa autorización del Ministerio
de Instrucción Pública. En la ley 47 de octubre 30 de 1920 se establecen
disposiciones que prohíben sacar del país, sin previo permiso del gobierno
nacional, todos aquellos objetos de propiedad pública o privada, de interés
para la historia; para hacerlo y para salvaguarda de los edificios y monumentos
públicos, se encarga a la Academia Colombiana de Historia[45].
De
manera particular se expiden leyes que protegen los monumentos de San Agustín.
En el artículo 2 de la ley 103 del 30 de septiembre de 1931 se ordena: “Los
templetes, sepulcros y su contenido, estelas y piedras labradas, así como los
objetos de oro, alfarería y demás utensilios indígenas que pueden ser
utilizados para estudios arqueológicos y etnológicos, se declaran
pertenecientes al Monumento Nacional del Alto Magdalena”. También, se sanciona
con multas a las personas que destruyan total o parcialmente dichos monumentos;
se asigna una partida presupuestal para contratar a un arqueólogo para hacer
excavaciones en el Alto Magdalena, San Agustín y Pitalito, y para adquirir
objetos para el Museo Nacional de San Agustín; se prohíbe la venta y
exportación de los objetos arqueológicos y finalmente se autoriza al gobierno nacional
para comprar los terrenos arqueológicos con el fin de transformarlos en Parque
Nacional[46].
En
la década del treinta, San Agustín hace parte de los valores culturales de
carácter oficial y regional. En el estudio de la Comisión de cultura aldeana
correspondiente al departamento del Huila (1935) se incluyen dos informes
relativos a la importancia del arte escultórico de San Agustín, escritos por
destacados intelectuales que no son arqueólogos, pero que como éstos, después
de conocer las obras monumentales expresan sus opiniones en un medio oficial.
En el primero, Ricardo Olano, quien conoce el trabajo de Preuss y las leyes
expedidas que protegen el patrimonio arqueológico, considera que se deben
comprar los terrenos donde se encuentran las estatuas, para crear el Parque
Nacional de las Mesitas; además, el nombramiento de un Inspector o guardián
especial de los monumentos (propone el nombre de Tiberio López) y la
construcción de un hotel de turismo[47].
En
el segundo informe, el historiador de Pitalito, Miguel A. Cabrera, expresa sus
propias impresiones de la estatuaria megalítica y critica a personas que divulgan
en artículos hipótesis equivocadas, al no tener un fundamento científico; se
basa en el trabajo de Preuss y en su experiencia de terreno como acompañante
del marqués de Wavrin, en sus exploraciones de Isnos:
Que
la civilización que pobló de monumentos admirables estas regiones desapareció
cuando había llegado ya a un avanzado estado de perfección en las industrias y
las artes, se puede leer como en un libro en cada una de las estatuas que se
encuentran por doquiera. La caza, la pesca, están representadas con plétora de
detalles. La escultura, la astrología y las industrias textiles, tienen sus
páginas claras y precisas. Los ritos de su religión, sus creencias más
arraigadas, sus dioses y sus demonios o espíritus del mal, se pueden ver sin
ser un perito en la materia, en las respectivas estatuas que los simbolizan[48].
Modernización del pueblo de San
Agustín
El
antiguo corregimiento de San Agustín se convierte en municipio en el año 1926.
Su población es mayor con la llegada, desde comienzos del siglo, de nuevos
migrantes procedentes de Nariño, Cauca, norte y centro del Huila, atraídos por
el clima, la feracidad de sus tierras y sus bajos precios. Las viejas casas de
techo pajizo empiezan a ser sustituidas por casas de muros de ladrillo y
cubiertas de teja de barro; la vieja capilla de techo de paja se reemplaza por
una nueva iglesia con muros de ladrillos de adobe y torre con reloj, empresa
que dirige el párroco Arsenio Repizo y ejecutan los habitantes del caserío, entre
1919 y 1930. Por iniciativa de dicho padre y los maestros, las desoladas esculturas
de la plaza del pueblo, colocadas a la intemperie, a sol y agua y en hilera, son
recreadas en un parque, como un pequeño bosque de las estatuas, en 1921:
Escolares
y vecinos hicieron en 1921, un cercado con pindos, de forma cuadrada el
contorno, y arreglaron parcelitas con plantas de hermosas inflorescencias. Se
colocaron algunas estatuas dentro del parque y las otras fueron distribuidas en
las esquinas. Los niños de las escuelas debían cultivar las plantas. Tiempo
después se sustituyó el cerco de pindos por un alambrado sostenido por postes
cuadrangulares sobre cimientos de cal y canto; hermosos eucaliptos se elevaban
al cenit y sus hojas susurraban con el viento y aromaban el ambiente[49].
Con
motivo de la celebración patriótica del centenario de la muerte de Simón
Bolívar, en 1930, como acontece en toda Colombia, las autoridades municipales
de San Agustín deciden remodelar el parque, en homenaje al Libertador. Las
estatuas aborígenes son consagradas a la historia patria:
Llegó
diciembre. El programa tenía actos festivos desde el día 16, como encuentros
deportivos y vísperas solemnes. El día 17 hubo misa cantada, por el alma del
Libertador y pasado medio día, se efectuó el acto consagratorio. Se descubrió
el monumento que era un prisma rectangular con molduras, en cuyo cuerpo se
adosaron tres estatuas en tres flancos y en la faceta occidental una placa de
mármol ostentaba esta inscripción: ‘SAN AGUSTÍN AL LIBERTADOR Y PADRE DE COLOMBIA
17 DE DICIEMBRE DE 1930’.
Sobre
los frisos del pedestal surgía el busto de Bolívar, labrado en mármol de la
región de Ahorcados, por un obrero vernáculo –Ismael Salamanca- dirigido por el
párroco. El padre Arsenio Repizo bendijo la obra, luego el doctor Agredo
pronunció un emocionado discurso alusivo al Libertador y al rememorar la
muerte, hora una de la tarde, hubo un instante de majestuoso y grave silencio.
También realizaron declamaciones sobre temas patrios y otros actos más. En esta
forma, la plazuela se denominó plaza de Bolívar.
Tiempo
después un irreverente y atrevido antipatriota, en horas de tinieblas, ordenó
arrancar el busto, lo desfiguraron con barras y lo soterraron en lugar distante.
Así quedó incompleto el monumento, sin espíritu el acto votivo de un pueblo,
con su prócer máximo.
Más
tarde, las demás estatuas de la plaza fueron trasladadas a Mesitas, para
arreglo del bosque y parque arqueológico[50].
El Estado colombiano como
patrocinador de la investigación arqueológica
Durante
los años treinta, la zona de San Agustín todavía es visitada por investigadores
extranjeros de paso, al estilo de los viajeros del siglo XIX. En 1931 llega monseñor
Federico Lunardi, diplomático del Vaticano, interesado por los habitantes, la
naturaleza y las ruinas arqueológicas del Macizo Colombiano, en una perspectiva
general. No realiza excavaciones y a pesar de esto especula sobre el
significado de las estatuas y las tumbas, en copiosas publicaciones, lo que hoy
en día nos parecen anotaciones curiosas[51].
En
el mismo año, 1931, en su recorrido por el territorio de Tierradentro, Nariño y
San Agustín, Comte Robert de Wavrin Villiers-au-Tertre encuentra varias
estatuas; una procedente del Putumayo en la colección del doctor López Álvarez
(Pasto); también hace alusión a estatuas procedentes del valle del Chimayoy, la
meseta de San Pablo, el Tambo y Briceño (Nariño); Morales y Tierradentro (Cauca).
Sobre las esculturas de San Agustín establece una sucesión estilística y traza
una periodización para Tierradentro y San Agustín, con el recurso del modelo
difusionista de las invasiones: Después de la nación de los talladores de
piedra, se estableció otra, antes de la de los orfebres, y la que habitaba allí
en el momento de la Conquista española vino posteriormente, desalojando la
nación civilizada y artista y aunque menos guerrera[52].
Tipos diversos de indígenas,
territorio de San Agustín, fotografía
de Federico Lunardi (Lunardi, 1934)
En
1936, San Agustín es investigado por el antropólogo Hermann Walde-Waldegg, del
Boston College; realiza 2 visitas a los yacimientos y según Pérez de Barradas
ejecuta excavaciones desdichadas: en su breve escrito hay erratas en el manejo
de la información, se inventa un calendario, piensa que hay esculturas
modeladas en barro y recubiertas de piedra,
y supone la existencia de dos culturas (una más antigua que la otra)[53].
La
década de los años treinta es favorable para el incremento de la investigación
arqueológica en Colombia, no solamente a escala jurídica, sino también por el
patrocinio oficial. Del mandato legal se cumple lo referente a la adquisición
de terrenos para crear un Parque Arqueológico Nacional; los primeros terrenos
comprados corresponden a las Mesitas (70 hectáreas), por iniciativa del director
de Instrucción Pública del Huila, Eugenio Salas T. [54].
Cumpliendo
con el mandato de la ley 103 de 1931, el Ministerio de Educación Nacional
invita al arqueólogo español José Pérez de Barradas para dictar unos cursos
académicos, actividad que transforma en una contratación para hacer trabajos de
investigación en la regiones de Tierradentro y San Agustín, en los años 1936 y
1937, respectivamente[55].
En compañía del investigador colombiano Gregorio Hernández de Alba se trasladan
a San Agustín para adelantar nuevas excavaciones[56].
Excavaciones de José Pérez de
Barradas
A
José Pérez de Barradas lo que más le atrae es la excavación de sitios
megalíticos y descubrir nuevas estatuas. A diferencia de Preuss, excava
técnicamente tumbas y le da importancia a los instrumentos líticos, la cerámica
y las piedras pintadas y grabadas, como se aprecia en los excelentes dibujos de
su texto, ejecutados por Luis Alfonso Sánchez. No realiza excavaciones
estratigráficas en sitios de vivienda, porque no está interesado en establecer
una periodización a partir de complejos cerámicos.
Lámina 9 de la obra Arqueología agustiniana: A. Estatua del dios del Sol, Mesita C,
rodeada de los pobladores actuales de San Agustín, en un día de mercado; B. Estatua del dios con un pescado en las
manos, procedente de la Mesita B, hoy empotrada en el monumento a Bolívar, en
la plaza de San Agustín (Pérez de Barradas, 1943).
Hace
grandes cortes controlados estratigráficamente (zanjas o trincheras), en los montículos
funerarios artificiales, septentrional y noroeste, de la Mesita B, del parque
arqueológico, en donde a pesar de lo alterados que están por la acción de
guaqueros y arqueólogos que le antecedieron, logra hacer una reconstrucción
aproximada de sus construcciones originales[57].
Pérez
de Barradas desarrolla un elaborado discurso conceptual sobre el arte
escultórico. Escribe que no se puede mirar con conceptos modernos occidentales,
por eso no se lo puede calificar de feo u horrible. Considera que las estatuas
estuvieron pintadas y propone una teoría sobre la percepción de los colores en
los pueblos primitivos; no está de acuerdo con los autores que afirman que
estos pueblos no han evolucionado y por eso no perciben el color verde y el
azul; los colores tienen significados culturales que varían de pueblo en pueblo.
Como Preuss, interpreta la estatuaria como un arte religioso:
En
los pueblos americanos la plástica y la decoración se entrecruzan y se
confunden con el simbolismo religioso. Los conceptos estéticos se confunden con
la magia, pero no como sucedió en las primeras manifestaciones artísticas, sino
a consecuencia de la decadencia moral originada por el desarrollo
extraordinario de la magia […]
En
el caso concreto de la cultura Agustiniana, hay que tener presente que la
religión –como en los pueblos del mismo grado de cultura- domina toda la vida,
que no hay un mundo profano, ni un quehacer, ni una acción cualquiera, aún de
la mayor inviabilidad, que no esté impregnado de espíritu religioso[58].
También
está de acuerdo con Preuss en interpretar las esculturas como deidades lunares
y solares, que se superponen en el tiempo. El problema de los cambios
históricos, Pérez de Barradas lo resuelve desde postulados difusionistas
(invasiones de pueblos de familias lingüísticas) y una hipotética evolución
estilística de la estatuaria. Propone una complicada periodización, y sin el
recurso arqueológico de la estratigrafía cerámica de sitios de vivienda, puntualiza
una secuencia cronológica.
Después
de un supuesto período arcaico, del que no hay evidencias, sigue una fase que
corresponde a las estatuas cilíndricas con colmillos salientes; luego viene un
período clásico en el que se construyen los primeros templos, canceles,
sarcófagos y esculturas de plástica redonda que son deidades lunares, relacionadas
con la cultura Chavín (150 - 300 a. C.). Antes del 400 d. C., la cultura de San
Agustín se extiende por el valle del río Granates, Plata Vieja, Tierradentro y
el valle del Suaza, que hacia el 800 d. C. es desplazada por una cultura Arawac,
del Cauca. Debido a esta presión de los caucanos y de los Andakí, los
agustinianos se ven obligados a dejar su territorio y a refugiarse en el valle
de las Papas y Pasto, donde habitan los Quillacinga, posibles descendientes de
los agustinianos.
En
la fase posterior al período clásico, pueblos tupí-guaraníes invaden el
territorio (300 d. C.), destruyen el culto lunar e imponen la religión solar;
su arte escultórico es barroco y construyen nuevos templos, tumbas de pozo con
cámara lateral que se relacionan con la cultura Tiahuanaco (400 – 700 d. C.)[59].
El legado arqueológico de Gregorio
Hernández de Alba
Gregorio
Hernández de Alba se puede considerar como el primer arqueólogo colombiano, que
excava en Tierradentro (1936) y en San Agustín (1937). En un comienzo, aunque
no tiene una formación académica como arqueólogo o antropólogo, es poseedor de
conocimientos científicos, de una convicción y una voluntad política,
necesarios para salir adelante con sus empresas profesionales.
En
la región de San Agustín excava algunos sitios monumentales. El hallazgo más
trascendental es la fuente ceremonial de Lavapatas, que comparte con Pérez de
Barradas[60].
Hernández de Alba estudia la arquitectura (templos, sepulturas, monumentos
hidráulicos), clasifica y analiza el uso de la cerámica (doméstica y ritual) y
los artefactos líticos (piedras de moler, cuchillos, cinceles, pulidores), y le
da mucha importancia a las rocas con grabados. La ausencia de una arquitectura
monumental como palacios, templos y pirámides, como existen en México, Perú y
la América Central, lo lleva a plantear:
Este
hecho coloca a San Agustín como el lugar de emplazamiento de una cultura
precolombina típica y única, a la que se le puede aplicar el concepto del
arqueólogo y exdirector de antigüedades de Egipto, J. de Morgan, al referirse
al continente americano: ‘Allí nos encontramos en presencia de un mundo aparte,
sin relación con el resto del universo, evolucionando sobre sí mismo.’[61]
Fuente
de Lavapatas recién excavada, 1937 (Archivo fotográfico de Gregorio Hernández
de Alba).
Hernández
de Alba analiza el proceso de tallado de las estatuas y las clasifica desde el
punto de vista formal y estilístico: zoomorfas, antropomorfas (humanas) y extrahumanas
(divinidades). Valora la pintura de las tumbas y las esculturas y no acepta la
hipótesis de que los indios no perciben todos los colores. Está de acuerdo con
muchas de las propuestas de Preuss en relación con la estatuaria; en ellas se
puede obtener una información etnográfica (vestidos, adornos, armas);
representan divinidades solares, lunares, de la tierra y el agua; también está
simbolizado el nagualismo mexicano (doble yo). Con un manejo evolucionista del
tiempo propone una periodización del arte escultórico. Primero, hay un período
arcaico en el que se tallan figuras en relieve y esculturas columnares, sin
mayores detalles anatómicos; luego viene el clásico, en el que las esculturas
son talladas por tres lados, con detalles anatómicos y adornos. El último
período es el decadente, en el que las esculturas poseen una anatomía más
humana; en esta etapa la cultura agustiniana se expande a otras regiones
vecinas[62].
Relieve
de La Chaquira, 1937 (Archivo fotográfico de Gregorio Hernández de Alba).
Hernández
de Alba no acepta que la cultura de San Agustín haya tenido un proceso
histórico independiente y regional, desde su origen hasta su desaparición.
Piensa que está relacionada con otras culturas andinas (Chavín, Tiahuanaco,
Cuzco), de América Central y la isla de Pascua. Retoma la teoría de Paul Rivet
sobre focos originales de culturas americanas y sus rutas de migración que
permitieron el surgimiento de las demás culturas; estos núcleos son: las
llanuras orientales del Amazonas y el Orinoco; América Central que se expande a
Suramérica; el lago de Titicaca (Tiahuanaco) que se desplaza hacia el oeste de
Suramérica; y la polinesia de donde, por rutas marítimas, llegan pueblos o
elementos culturales a América que originan las culturas megalíticas de
Colombia, el Perú y América Central. Las argumentaciones de Rivet son
antropológicas, lingüísticas y etnográficas, y se pueden establecer por
comparaciones formales tipológicas de la cerámica, los instrumentos de piedra,
la arquitectura y las tumbas[63].
En
síntesis, Hernández de Alba concluye que San Agustín es una cultura arcaica
andina, que de acuerdo con Preuss, le pudo dar origen a otras civilizaciones andinas
y mesoamericanas (Chavín, Tiahuanaco, Inca, Maya, Azteca). Es arcaica por no
tener una arquitectura de palacios, templos y pirámides; por tener una estatuaria
rústica, aunque de calidad; y por haber levantado una arquitectura dolménica
monumental (templetes), como la construida por las culturas prehistóricas de
Europa. En pocas palabras San Agustín es una civilización arcaica que pudo influir
a otras culturas clásicas[64].
Trabajos de Luis Duque Gómez
La
investigación arqueológica en Colombia se consolida en los años cuarenta.
Primero, el Estado establece en 1935 la oficina del Servicio de Arqueología a
cargo de Gregorio Hernández de Alba y luego, en 1941, el Instituto Etnológico
Nacional, bajo la dirección de Paul Rivet. Esta institución tiene como fin la
formación académica profesional de etnólogos y arqueólogos colombianos, para
que se dediquen a investigar la realidad cultural del país, del presente y el
pasado aborigen.
Uno
de los egresados del Instituto Etnológico Nacional es Luis Duque Gómez, que
además de investigador ocupa el cargo de Director de esta institución, en varias
oportunidades. Se interesa por trabajar la región arqueológica de San Agustín,
lo que hace durante los años cuarenta y cincuenta. Es el primer arqueólogo que
excava de manera continua y a largo plazo diferentes yacimientos, sobre todo
cementerios y algunos sitios de vivienda, que logra fechar parcialmente y por
primera vez con muestras de C. 14[65]. También,
por primera vez, hace un completo análisis estratigráfico y tipológico de la
cerámica, con el que establece la secuencia cronológica que llama complejo
Mesitas (Inferior, Medio y Superior), y con los centenares de tumbas excavadas
define una tipología formal de las pautas funerarias.
Excavaciones
en el montículo nor-occidental de la Mesita B, Parque arqueológico de San
Agustín (Duque, 1964).
En
la posición conceptual de Duque es evidente el particularismo histórico que
enfatiza la reconstrucción regional de la cultura de San Agustín, aunque
también es evolucionista y difusionista, al establecer comparaciones de los
hallazgos de San Agustín con otras regiones arqueológicas americanas, pensando
en posibles parentescos y rutas de migraciones. Interpreta sus hallazgos
estableciendo analogías con culturas de la conquista española y con estudios
etnográficos de culturas indígenas del presente. Considera que la ubicación de
Colombia en el área intermedia americana, hace que San Agustín tenga relaciones
con elementos culturales procedentes de Mesoamérica y de los Andes centrales.
Acepta la existencia de centros donde se originan creaciones culturales que
luego se expanden a otras regiones, produciendo un cambio evolutivo.
Luis
Duque Gómez y trabajador de San Agustín, excavación de Quinchana, 1946 (Archivo
fotográfico de Luis Duque Gómez).
Como
hasta ahora ha sido la tradición arqueológica a partir de Preuss, Duque otorga
gran importancia al arte escultórico, como la expresión de un pensamiento
religioso dominante en el pueblo escultor; San Agustín fue una necrópolis, un
territorio sagrado dedicado al culto de los muertos y las divinidades solares y
lunares; un centro de peregrinaciones, de frecuentes cortejos fúnebres y de
permanente culto a la memoria de los antepasados:
Hemos
sugerido la tesis de que en el período Mesitas Medio, cuando en la cultura
agustiniana florecía el arte escultórico monumental y se intensificaba el culto
a los muertos y a las deidades solares, es decir, a partir del siglo V de la
era cristiana y quizás algunas décadas antes, esta zona constituía un centro
ceremonial y que posiblemente hasta este lugar sagrado llegaron muchos pueblos
avecindados, para depositar allí los despojos mortales de sus jefes y
familiares, dejándolos al cuidado de un grupo que parece haber estado
consagrado a una permanente comunicación con el mundo de los espíritus y de las
divinidades de la tribu[66].
La
estatuaria de San Agustín expresa un complejo mundo simbólico, propio de una
sociedad dedicada a la agricultura, con una jerarquía de sacerdotes y
guerreros:
La
religión de los primitivos pobladores de San Agustín estuvo en íntima relación
con su principal base de sustentación económica, la agricultura. De ahí de que
en la estatuaria aparezcan representadas deidades y ritos de la fertilidad y de
la germinación, asociados a su cosmogonía. El sol, la luna, el rayo, la lluvia,
se personifican y se expresan en ciertos símbolos. Los dioses aparecen
antropomorfizados y en muchos casos están estrechamente vinculados con los
ritos de la muerte. En sus representaciones figuran ciertos animales, como
serpientes, lagartos, ranas, salamandras, felinos, zorros, arditas, monos, aves
rapaces, roedores y otros, los cuales tuvieron una profunda significación en su
ideología mágico-religiosa. El sol y la luna presidieron el panteón de sus
deidades, tal como sucedió en casi todas las culturas andinas y en las de
Mesoamérica[67].
Luis
Duque, además de su trabajo de investigación, desempeña una importante labor
como director de la dependencia del Servicio de Arqueología, en reemplazo de
Gregorio Hernández de Alba, y como director del Instituto Etnológico Nacional
(1944-1952). Desde un comienzo, con escasos recursos oficiales, recupera los
terrenos del Parque Arqueológico de San Agustín que estaban abandonados y
ejecuta obras de protección y adecuación de los monumentos, con la colaboración
de Eduardo Unda, Alberto Ceballos, Tiberio López y Carlos Criollo[68]. Entre
1945 y 1947 ordena levantar una sala-museo con vitrinas para exhibir los
materiales excavados, una biblioteca, cobertizos para la protección de los
sitios monumentales, la fuente de Lavapatas y trazar caminos para que el
visitante pueda recorrer el parque. También recupera y protege el sitio Alto de
Lavapatas, con sus esculturas que estaban descuidadas[69].
En 1945, la mayoría de las esculturas que se hallaban en el parque del pueblo
de San Agustín, se trasladan al parque arqueológico y luego al Bosque de las Estatuas
(en el parque del pueblo se conservan cuatro).
En
la década de los cuarenta, un personaje que tiene que ver con la promoción y la
protección de los sitios arqueológicos es el historiador Juan Friede. En un
viaje de vacaciones a la región de San Agustín (1941), realiza la primera
filmación de los sitios monumentales (duración de 12 minutos, en 8 mm.). Se
estable allí y como propietario de la finca el Alto de los Ídolos dona a la
nación los lotes donde se encuentran los montículos, tumbas y esculturas de
este importante yacimiento, en el año 1944[70].
De
izquierda a derecha, Juan Friede, Eliécer Silva, Luis Eduardo Unda y Carlos
Margain, en el Alto de los Ídolos, 1946 (Archivo fotográfico de Gregorio
Hernández de Alba).
Luis
Duque continúa su labor científica y de proyección social como director del
Instituto Colombiano de Antropología (1956-1963). Adelanta la construcción de
la casa-museo, del Bosque de las Estatuas y la escuela de niños en terrenos del
Parque Arqueológico de Mesitas; también participa en la elaboración del texto
de la ley 163 de 1959 en defensa del patrimonio histórico y artístico de
Colombia.[71]
Desde
la década de los sesenta el pueblo de San Agustín empieza a tomar la fisonomía
urbana moderna, que se aprecia hoy en día. En el año 1961, Duque participa con
Guillermo Guerrero, Administrador del parque arqueológico, en la Asociación de
Amigos de San Agustín, encargada de remodelar el parque Bolívar, con el auxilio
económico de la comunidad. Además del nuevo monumento a Bolívar, en el nuevo
trazado del parque, se colocan cuatro esculturas originales, en cada una de las
esquinas del mismo[72].
Luis
Duque Gómez y su esposa Leonor Acosta en medio de las comparsas del carnaval de
San Agustín (Archivo fotográfico de Luis Duque Gómez).
Los aportes de Gerardo Reichel-Dolmatoff
En
los años sesenta, los asentamientos arqueológicos de San Agustín son objeto de
investigación de Gerardo Reichel-Dolmatoff. En 1966 selecciona yacimientos con
abundantes restos culturales (basureros de vivienda), con el fin de establecer
una estratigrafía natural y cultural en su contexto cronológico. Identifica una
secuencia de cinco complejos cerámicos desde el más antiguo al más tardío
(Horqueta, Primavera, Isnos, Potrero, Sombrerillos), con la intención de
cambiar el sentido interpretativo de científicos que le antecedieron y que
enfatizan el aspecto mágico-religioso de los constructores de los monumentales
centros funerarios; le interesa conocer aspectos sociales y económicos de la
vida cotidiana. No está de acuerdo con los autores que hablan de una cultura de
San Agustín, sino con la ocupación del territorio por parte múltiples
sociedades:
Todo
esto indica que en San Agustín no se trata tanto de un ‘centro ceremonial’ sino
más bien de una extensa zona antiguamente poblada por numerosos grupos
sedentarios; de una zona donde hubo aldeas, y campos de cultivo, caminos de
comunicación, obras de ingeniería y tantas otras manifestaciones más de una
vida en comunidad. Tampoco se puede poner en duda que estas obras hayan sido
ejecutadas en muy diversas épocas. No fue una sola cultura la que, en
determinado momento de su evolución, llevo a cabo esta transformación del
terreno, sino fueron generaciones, y eso a través de siglos, tal vez de
milenios.[73]
Además,
incluye el proceso histórico regional de San Agustín en la etapa de los
cacicazgos de su modelo evolutivo y difusionista de la historia precolombina de
Colombia; los cambios culturales los explica por invasiones:
Fue
tal vez a mitades del segundo milenio antes de Cristo cuando algunos grupos
selváticos se establecieron en las lomas y vegas del alto Magdalena y sentaron
allí las bases para una larga y muy variada sucesión de culturas. Este último
punto merece ser destacado: no se puede hablar de una cultura de San Agustín;
se trata de una región en la cual se encuentran superpuestos los vestigios de
muchas diferentes culturas, algunas de las cuales se desarrollaron en el mismo
lugar, a través de fases sucesivas, pero otras llegaron desde zonas alejadas,
sea como invasores o sea en forma de una lenta penetración pacífica.[74]
En la parte
superior, Gerardo Reichel-Dolmatoff; a la izquierda Joaquín Parra (de pie) y
Jorge Morales; a la derecha, Álvaro Soto, 1966 (fotografía, cortesía de Jorge
Morales).
Reichel-Dolmatoff,
como buen etnólogo experto en mitologías indígenas, también se interesa por la
simbología de la estatuaria agustiniana, que interpreta como un pensamiento
mágico-religioso, en el que sobresale el chamán jaguar, que está presente en
varias tribus indígenas americanas, del pasado y el presente. Los relatos
míticos se crean en rituales en los que los chamanes utilizan drogas
alucinógenas, como el yagé.[75]
Reconstrucción de las obras
monumentales
Agustín
Codazzi fue el primer científico en proponer una reconstrucción hipotética de
los templetes megalíticos con sus esculturas, en 1857. Sus dibujos son el
fundamento de otras reconstrucciones posteriores similares hechas por otros
exploradores. Solamente en el comienzo de la década de los setenta del siglo
pasado, los arqueólogos Luis Duque y Julio Cesar Cubillos se atreven a
reconstruirlos físicamente, con base en un estudio sistemático de dichos
modelos hipotéticos, confrontados con sus excavaciones en montículos funerarios
del Alto de los Ídolos y las Mesitas A y B, del Parque Arqueológico de San
Agustín. Desde entonces, estos titánicos esfuerzos cambian la percepción que
tiene el visitante de los centros funerarios monumentales[76].
Reconstrucción del
montículo funerario N.° 3, Alto de los Ídolos (Duque y Cubillos, 1979).
En esta
misma década Julio Cesar Cubillos tiene la oportunidad de hacer proyectos de
manera independiente. De ellos sobresale la excavación de un montículo
artificial con dos templetes, con respectivas esculturas que habían conservado
su pintura corporal original, en el Alto El Purutal[77].
Tanto Duque como Cubillos reiteran la posición asumida por el primero con
anterioridad, sobre la continuidad del proceso histórico de la cultura de San
Agustín, que ratifican con un balance de todas las fechas de C 14 por ellos
obtenidas, en su contexto cultural e inscrito en la periodización propuesta por
Duque Gómez: Arcaico (3300-1000 a. C.); Formativo (1000 a. C.-300 d. C.);
Clásico Regional (300-800 d. C.); Reciente (900-1600 d. C.)[78].
Julio
César Cubillos, montículo Oriental, Mesita B, Parque Arqueológico de San
Agustín, 1972 (Archivo fotográfico de Luis Duque Gómez).
Excavación
de planta de vivienda en La Estación, Parque Arqueológico de San Agustín, 1976
(Duque y Cubillos, 1981).
En el
inicio de la década de los ochenta se producen cambios en la orientación
conceptual y metodológica de la investigación en la región arqueológica de San
Agustín. Cambios propuestos y aplicados por el Programa de Investigaciones
Arqueológicas del Alto Magdalena (PIAAM)[79]
y el Programa de Arqueología Regional del Alto Magdalena (PARAM)[80].
En el
PIAAM experimentamos en sus diferentes etapas una arqueología histórica que
investiga los asentamientos aborígenes a escala regional e inscritos en la
micro-verticalidad andina, con sus respectivos paisajes ecológicos (control de
recursos naturales de pisos climáticos inmediatos). El punto de partida del
PIAAM es un balance crítico de las propuestas teóricas de los investigadores
que le antecedieron, para retomar sus aportes y cuestionar la permanencia de
sus interpretaciones. El concepto de pautas de asentamiento lo entendemos como
la integración de los espacios cotidianos de la vida doméstica con los espacios
rituales de los cementerios principales y secundarios, con su arquitectura y
arte escultórico monumentales[81].
La
delimitación territorial (áreas de frontera) de la problemática cultural
regional la establecemos con el recurso de prospecciones y excavaciones, teniendo como eje territorial el río
Magdalena. Enfatizamos las pautas de vivienda,
al comprender que existe menos información sobre ellas, porque los arqueólogos
pioneros han excavado, sobre todo, los yacimientos megalíticos con sus tumbas y
esculturas. Inicialmente trabajamos ocupaciones localizadas en los pisos
térmicos templado y frío, en paisajes coluvio-aluviales, en los que
identificamos modelos de asentamiento del período Reciente, disperso y seminucleado,
en el valle inferior del río Quinchana (región occidental)[82],
y un poblado constituido por terrazas de vivienda, caminos, drenajes y campos
de cultivo, en el valle medio del río Granates (región norte)[83].
Terraza
de habitación, poblado prehispánico de Morelia, Saladoblanco (Llanos, 1984).
Con la
intención de aclarar por primera vez si el poblamiento también se había dado en
los paisajes del clima cálido, en el PIAAM adelantamos dos proyectos, en el
valle de Laboyos (región oriental)[84]
y en el valle de Guacanas y terrazas aluviales del Magdalena, del municipio de
Garzón (región norte)[85].
Encontramos que la tierra caliente también había sido habitada, de manera
simultánea, que las zonas templada y fría, durante el proceso histórico
regional. Hallazgo que cambia la interpretación que solo circunscribe la ocupación
cultural a los bosques húmedos, templados y fríos. El aprovechamiento de los
recursos naturales de los tres pisos térmicos consolidó una economía regional,
desde el período Formativo, que permitió el esplendor cultural y social del
pueblo escultor en el Clásico Regional, y del pueblo Yalcón, en el Reciente.
Otro de
los objetivos del PIAAM es confirmar los hipotéticos vínculos del mundo
amazónico con el proceso histórico del sur del alto Magdalena. Por eso, trabajamos
sitios de vivienda y tumbas en los Altos de Lavaderos, localizados en el valle
del río Granadillos (región sur), en la línea divisoria entre la hoya
hidrográfica del Magdalena y la del Caquetá, con hallazgos que sustentan
vínculos culturales entre estas dos regiones[86].
Luego, pensando en el mismo objetivo llevamos a cabo, por primera vez, una
prospección arqueológica en el curso alto del río Caquetá (entre el valle de
las Papas y la ciudad de Mocoa), con resultados que integran en un mismo
proceso histórico, el poblamiento del Alto Magdalena y la Alta Amazonia.
Propuesta que refuerza la presencia de un pensamiento chamánico amazónico, en
el arte escultórico de San Agustín[87].
Lo
referente a las pautas funerarias también es investigado por el PIAAM, como una
geografía de los espacios sagrados. Con motivo de un rescate arqueológico de un
cementerio que había sido objeto de una antigua guaquería, localizado en el Alto
de Betania, efectuamos, por primera vez, un estudio sistemático de la
construcción y los contenidos rituales de la mayoría de las tumbas excavadas
con anterioridad, con su respectiva ubicación espacial y temporal, pensando en
su dimensión cósmica[88].
De igual
manera, como se había hecho con los sistemas alfareros del proceso histórico
regional, clasificamos las industrias líticas, los centenares de artefactos
obtenidos en las excavaciones del PIAAM; la gran diversidad de rocas aprovechadas
como materia prima y los cambios tecnológicos en la manufactura y utilización
de los mismos[89].
La Llanura
de Matanzas de la margen derecha del Magdalena ha llamado la atención por su
ubicación en la parte central del territorio. Está conformada por tres antiguas
terrazas de origen aluvial y fluvio volcánico, con suelos apropiados para la
agricultura. La llanura está rodeada de altas montañas, lo que la convierte en
un importante sector de cruce de caminos, en las cuatro direcciones cardinales,
por lo cual decidimos explorarla. Los sitios de vivienda, caminos y tumbas excavados
se inscriben en los patrones de poblamiento del proceso histórico del sur del
alto Magdalena, que reajustamos de la siguiente manera:
Arcaico (3300-1100 a. C.), Formativo (1100-200 a. C.), Clásico Regional (200 a.
C.-700 d. C.), Reciente (700-1550 d. C.)[90].
Desde el
inicio, en el PIAAM se han hecho reflexiones sobre la conceptualización de la Arqueología
como ciencia moderna, desde las sabidurías indígenas, de sus cosmovisiones
míticas. Experiencia compleja y difícil de abordar que ha propiciado el espacio
de una Arqueología Simbólica, en la que los poblamientos se inscriben en una
dimensión territorial cósmica, como lo han hecho desde hace miles de años y lo
siguen haciendo los pueblos indígenas. Los pensamientos aborígenes vivos son la
alternativa apropiada para romper con el
silencio de los herméticos seres de piedra de San Agustín[91].
Alineamiento
territorial cósmico de centros funerarios monumentales: La Estación y el Alto
de las Guacas desde el cerro La Horqueta, 1994 (Fotografía de Héctor Llanos).
Una
nueva perspectiva arqueológica es aplicada por el Proyecto del Valle de la
Plata, extendida al territorio de San Agustín e Isnos, como el PARAM. En este
programa se ha investigado la evolución del poblamiento de las sociedades
complejas o cacicazgos en el territorio del Alto Magdalena[92].
El poblamiento se ha trabajado a escala individual, comunitaria y regional.
Sondeo
estratigráfico, Valle de la Plata (Fotografía de Robert Drennan).
En el
PARAM se efectúan estudios interdisciplinarios regionales: paleoclimáticos, de
suelos y los relacionados con unidades de vivienda y la distribución y producción
de la cerámica. Se hacen reconocimientos sistemáticos regionales, con registros
estadísticos en terreno de los fragmentos cerámicos, como recurso para hacer,
por primera vez, una cartografía de la distribución, densidad y cambios de la
población en su dimensión temporal. Demografía que ha sido superpuesta a los
mapas de suelos para establecer su uso de acuerdo con su potencialidad
agrícola. Al mismo tiempo se analizan otros aspectos económicos relativos a las
unidades de vivienda, a la posesión, control e intercambio de recursos como
elementos diferenciadores de una jerarquía social.
A manera
de conclusión preliminar, los análisis arqueológicos del PARAM señalan que al
no existir evidencias arqueológicas de carácter económico suficientes que
justifiquen la existencia de una élite social, hay que pensar en una jerarquía
fundamentada en aspectos espirituales o religiosos, como se aprecia en los
monumentales centros funerarios, del período Clásico Regional, donde señores
principales fueron enterrados en montículos con templetes, tumbas y una
estatuaria megalíticas. Interesante valoración si se tiene en cuenta que se llega
a ella después de un largo y riguroso programa de investigación arqueológica, con
registros cuantitativos sistemáticos, de aspectos demográficos, sociales y
económicos, como posibles factores explicativos de una jerarquía, en las
sociedades complejas del Alto Magdalena.
Finalmente,
después de cien años de investigación arqueológica, los resultados científicos
más recientes reiteran la importancia que tuvo el pensamiento mágico en el
proceso histórico regional, como una manera holística de percibir la realidad.
Apreciación que lleva a replantear el mundo conceptual aplicado por la Arqueología
como ciencia moderna, puesto que de
aceptarse las percepciones del espacio y el tiempo de las cosmovisiones
aborígenes, los investigadores se verán abocados a elaborar otras estrategias
metodológicas en sus prospecciones y excavaciones, que de hecho producirán
otros sentidos de realidad. Este es el reto que nos ha legado el pueblo que
talló centenares de esculturas y construyó las estructuras funerarias
megalíticas, que tanto han atraído a los científicos y visitantes del
territorio sur del Alto Magdalena. De acuerdo con la Unesco, la sabiduría de la
cultura de San Agustín es un bien imprescindible de la Humanidad.
[1] Preuss, Konrad, Arte monumental prehistórico, Dirección
de Divulgación Cultural, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1974. A la
Memoria de mis maestros, los arqueólogos Luis Duque Gómez (1916-2000) y Julio
Cesar Cubillos Chaparro (1919-1998). Texto de la conferencia dictada en el
Seminario Internacional San Agustín: Materia y memoria viva hoy, realizado con
motivo del centenario de la investigación arqueológica en San Agustín
(1913-2013), en el Museo Nacional de Colombia, diciembre 3 al 5 de 2013.
[2] Llanos, Héctor, Arqueología de San Agustín. Pautas de
asentamiento en el cañón del río Granates-Saladoblanco. Fundación de
Investigaciones Arqueológicas Nacionales, Banco de la República, Bogotá, 1988,
107.
[3] Carlos Cuervo Marquez cuando
visitó la región en el año 1892, anota lo siguiente, antes de llegar al pequeño
valle donde se encuentra el pueblo de San Agustín: “Después de trasmontar el
alto cerro del Obispo, nombre que recuerda quizás el paso por esos lugares del
virtuosos obispo de Popayán fray Agustín de la Coruña, se desciende bruscamente
hasta el profundo Sombrerillos […]” (Estudios
arqueológicos y etnográficos, Madrid, 1920, tomo 1, 173). Aunque Cuervo no
aclara de donde obtuvo esta información, no se puede descartar que el obispo
haya visitado el sitio y establecido la doctrina, o que su nombre, San Agustín,
haya sido colocado como homenaje a su labor pastoral. Agustín de la Coruña,
además de fraile agustino y de tener el nombre del obispo de Hipona, se
desempeñó como segundo obispo de la recién fundada ciudad de Popayán
(1566-1589). Se sabe que visitó los pueblos indígenas de su diócesis, que
incluían los de Timaná y por lo tanto, puede haber estado en San Agustín.
[4] Friede, Juan, Los indios del alto Magdalena (vida, luchas
y exterminio) 1609-1931. Ediciones de divulgación indigenista; Editorial
Centro S. A., Bogotá, 1943, 11.
[5] Friede, Juan, Los Andakí 1538-1947. Fondo de Cultura
Económica, México, 1974 , 81, 265.
[6] Friede, Los indios del Alto, 1943.
[7] Repizo, Carlos Ramón, Historia sintética del pueblo de San Agustín
capital arqueológica de Colombia. Bogotá, 1990, 9.
[8] Santa Gertrudis, Juan, Maravillas de la Naturaleza. Biblioteca
Banco Popular, tomo II, Bogotá, 1970, 97. En esta obra se encuentran las
primeras alusiones a las esculturas de San Agustín; aunque por cuestiones del
destino se mantienen inéditas 200 años, cuando fueron publicadas por primera
vez (1956).
[9] Santa Gertrudis, Maravillas de, tomo II, 99.
[10] Friede, Los Andakí, 1974, 117.
[11] Juan, Jorge y Ulloa, Antonio, Noticias secretas de América sobre el Estado
naval, militar y político de los reynos del Perú y provincias de Quito, costas
de Nueva granada y Chile, Biblioteca Banco Popular, Bogotá, 1983.
[12] Llanos, Héctor, El árbol genealógico de nuestras identidades
culturales. Grafiweb Impresores & Publicistas, Bogotá, 2010.
[13] Caldas, Francisco José de, Estado de la Geografía del Virreinato de
Santa Fe de Bogotá con relación a la Economía y el Comercio, Semanario del
Nuevo Reino de Granada. En Obras de
Caldas, Imprenta Nacional, Bogotá, 1912, 260.
[14] Espinosa, José María. Memorias de un abanderado, Academia
Colombiana de Historia. Plaza & Janes, Bogotá, 1983, 133.
[15] Botero, Clara Isabel, El redescubrimiento del pasado prehispánico
de Colombia: viajeros, arqueólogos y coleccionistas 1820-1945, Instituto
Colombiano de Antropología e Historia, Universidad de los Andes, Bogotá, 2006,
101.
[16] Vezga, Florentino, La Expedición Botánica. Biblioteca
aldeana de Colombia, Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, 1936, 183.
[17] Andrade, Gerardo, Juan María Céspedes y su obra, biografía,
Nueva Serie de Cultura Hispánica, Bogotá, 1989, 61.
[18] Langebaek, Carl., Los herederos del pasado, indígenas y
pensamiento criollo en Colombia y Venezuela, Universidad de los Andes, tomo
I, Bogotá, 2009, 226.
[19] Rivero, Mariano de y Tschudi,
Johann von, Antigüedades Peruanas,
Viena, 1851.
[20] Friede, Los Andakí, 1974, 200.
[21] Llanos, Héctor. Surgimiento del complejo de “identidad
nacional” de ser indio en la Colombia del siglo XIX. En: Geografía Física y Política de la
Confederación Granadina. Estado de Cundinamarca y Bogotá. Antiguas provincias
de Bogotá, Mariquita, Neiva y San Martín. Obra dirigida por el General Agustín Codazzi, Universidad Nacional
y Universidad del Cauca, Alcaldía de Bogotá y Gobernación de Cundinamarca,
Bogotá, 2003.
[22] Codazzi, Agustín. Antigüedades indígenas, 2003, 273. La
obra de Codazzi fue divulgada inicialmente por: Pérez,
Felipe, Geografía física y política de
los Estados Unidos de Colombia, primera edición en 1862 y segunda edición,
Imprenta de Echavarría hermanos, Bogotá, 1883. Por fortuna se conservó la
libreta de apuntes del pintor Paz, que incluye los bocetos originales hechos en
San Agustín y que ha sido publicada en edición facsimilar: Mejía, Juan Luis, Libreta de apuntes de Manuel María Paz,
Ediciones Universidad de Caldas y Fondo Editorial Universidad Eafit, Medellín,
2011.
[23] Stübel, Alphons, Cartas de Alphons Stübel: Colombia,
Boletín Cultural y Bibliográfico, Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la
República, volumen XXXI, número 35, Bogotá, 1994, 69. Stübel hizo varios
dibujos de estatuas y como novedad, tomó las primeras fotografías, que se
encuentran el Museo Etnográfico de Leipzig: Stübel, Alphons, Die Vulkanberge von Columbia, Dresden,
1906.
[24] Este diplomático español divulgó
notas de su viaje a San Agustín en: Congrès International des Américanistes,
Bruxelles, 1879; posteriormente, el texto sobre San Agustín fue publicado por
Gabriel Giraldo Jaramillo: Viaje a San
Agustín de Don José María Gutiérrez de Alba. En Temas de Antropología e Indigenismo, publicaciones de la Sociedad
Colombiana de Etnología, número 2, Editorial “Los Andes”, Bogotá, 1954. Los
diarios con sus valiosas ilustraciones, de sus recorridos en Colombia, han sido
transcritos y editados recientemente por Efraín Sánchez: José María Gutiérrez de Alba. Impresiones de un viaje a América. Diario
ilustrado de viajes por Colombia, 1871-1873, Villegas Editores, Bogotá,
2012.
[25] Gutiérrez de Alba, José María, 2012, 266-271. Como aparece
en las obras de otros intelectuales y exploradores del siglo XIX, la
catastrófica inundación no tiene fundamentos científicos, sino está sustentada
en la creencia del diluvio universal de los textos sagrados bíblicos del
Antiguo Testamento.
[26] André, Edouard, L’ Amérique équinoxiale, Colombie, Equateur,
Pérou, Le tour de Monde, París,
1877, 79.
[27] Preuss, Arte monumental, 1974, 33.
[28] Chaffanjon, Jean, Du Cauca à l’Orinoque, Le tour de Monde,
Paris, 1885.
[29]
Reclus, Élisée, Nouvelle Géographie
Universelle. La terre et les hommes. Amérique
du Sud. Les regions Andines,
Libraire Hachette, tomo XVIII, Paris, 1895, 318.
[30] Lunardi, Federico, El Macizo Colombiano en la prehistoria de
Sur América, Imprenta Nacional, Río de Janeiro, 1934, 57.
[31]
Cuervo, Carlos, Prehistoria y
viajes. Estudios arqueológicos y etnográficos, Editorial América, tomo I,
Madrid, 1920, 183. La monumental escultura es un personaje que coge un cincel y
un martillo y tiene en relieve un elaborado cordón que bordea la cabeza y se
anuda tanto en la frente como en la parte posterior (Sotomayor y Uribe, # 15,
1987, 37). Según Codazzi fue encontrada en el Montículo Oriental de la Mesita A
del parque arqueológico de San Agustín. Por orden del Presidente Rafael Reyes
fue trasladada a Bogotá en compañía de otra escultura, procedente de la Mesita C (Sotomayor y Uribe, # 112, 1987,78) y exhibidas en 1907 en el parque San Diego o bosque Reyes, con motivo de la exposición Agrícola e Industrial; posteriormente, también fueron expuestas en el parque de la Independencia, con motivo de la gran exposición que se hizo para conmemorar la
fecha patriótica (1810-1910). De esta manera el misterioso arte monumental de
la cultura de San Agustín fue incorporado a la historia oficial, como lo
reitera la obra ganadora del concurso organizado por la Academia Nacional de
Historia, también con motivo del Centenario, escrita por dos académicos de
número: Henao, Jesús María y Arrubla, Gerardo, Historia de Colombia para la enseñanza secundaria, Escuela
Tipográfica Salesiana, Bogotá, 1911, 54. Texto escolar oficial utilizado en los
colegios durante la primera mitad del siglo XX. Las dos esculturas exhibidas en
el parque de la Independencia se encuentran hoy en día, en el Museo del Oro de
Bogotá. Dos esculturas más, de origen desconocido, también se trasladaron a
Bogotá, al Museo Nacional, donde se encuentran en la actualidad (Sotomayor y
Uribe, #. 324 y 325, 1987, 200).
Siguiendo el ejemplo del presidente Reyes, el primer
gobernador del departamento del Huila (creado en 1905), Rafael Puyo, también
ordenó hacer un parque en el patio de la Gobernación de Neiva, donde fueron
colocadas estatuas traídas de San Agustín, en el año 1907: Tovar, Bernardo, Historia General del Huila, Academia
Huilense de Historia, volumen 3, Bogotá, 1996, 86.
[32]
De las dos esculturas que
servían de base a los pilares de madera del pórtico de la capilla, de una no se
conoce referencia alguna, y de la otra se sabe por Codazzi que procedía del
Montículo Sur de la Mesita B de dicho parque arqueológico; posteriormente, en 1930,
fue colocada con otras dos esculturas, en uno de los lados del pedestal del monumento
a Bolívar, en la plaza del pueblo (Sotomayor y Uribe, # 46, 1987, 57); hace
pocos años fue trasladada al parque arqueológico.
[33] Cuervo, Prehistoria y viajes, 1920, 235. Es interesante la cita (1) que
hace Cuervo en este texto, porque en ella manifiesta su pensamiento cristiano
que subyace, de manera prejuiciada, en su discurso científico universalizante: (1) No estará por demás recordar que para
muchos pueblos la serpiente es el símbolo de la caída del hombre, y el pescado
el de la redención.
[34] Preuss, Arte monumental, 1974, 38.
[35] Repizo,
Carlos Ramón, Reseña histórica del pueblo
de San Agustín, Editorial A B C, Bogotá, 1990, 26.
[36]
Stoepel, Karl Th. Suedamerikanische
praehistorische Tempel und Gottheiten, Frankfurt a/M. 1902; Proceeding of the XVIII sessions,
London, 1912, International Congress of
Americanists, London, 1913. El
cartógrafo alemán Karl Theodor Stoepel, del Museo Etnológico de Berlín, había
visitado San Agustín en 1911 y durante su estadía de cuatro semanas realizó
moldes de 18 estatuas.
[37]
Alcocer, Paulina, www.dimensionantropológica.inah-gob.mx.,
Dimensión Antropológica, Revista en
línea, vol. 34, Agosto, 2004; Fischer, Manuela, Dossier: Reconstrucción de colecciones históricas de las Américas. La
materialidad de un legado: El viaje de Konrad Theodor Preuss a Colombia
(1913-1919), Braessler-Arch, Band 55, 2007.
[38] Preuss, Arte monumental, 1974, 151.
[39] Preuss, Arte monumental, 1974, 163.
[40] Preuss, Arte monumental, 1974, 169.
[41] Preuss, Arte monumental, 1974, 168.
[42] Preuss, Arte monumental, 1974, 208.
[43] Segura,
Martha, Itinerario del museo nacional de
Colombia 1823-1994, Museo Nacional de Colombia, tomo 1 cronología, Bogotá,
1995, 244. Si se tiene en cuenta el momento histórico, la actitud
proteccionista del corregidor Burbano es admirable; en Colombia ya existía el
Decreto legislativo N° 21 del 8 de marzo de 1906, del gobierno de Rafael Reyes,
que prohibía sacar al extranjero piezas arqueológicas, sin el permiso de las
autoridades nacionales. A pesar de existir esta prohibición legal, Preuss pudo
enviar esculturas y otros materiales al Museo Etnológico de Berlín. Se
desconoce el procedimiento de aduana que hizo con tal fin. En el fichero del
Museo Etnológico de Berlín se encuentra el siguiente material escultórico
llevado por Preuss, de Colombia: 21 esculturas de San Agustín (VA. 61806,
61815-61824, 61892, 61919, 61922, 61923, 61970, 61973, 61987, 61996, 62755,
62756, 62778); 4 esculturas de San Agustín/Kágaba (VA. 62463-64, 62587-88); 1
de origen desconocido (VA. 62586) y 38 moldes (VA. 62043-80) (fichero
facilitado por Manuela Fischer).
[44] Duque,
Luis, Defensa del patrimonio histórico y
artístico de Colombia, legislación. En Boletín
de Arqueología, Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales,
Banco de la República, año 11, número 3, Santafé de Bogotá, 1996, 43. El año de
la carta es 1914.
[45] Duque,
Luis, Colombia: Monumentos históricos y arqueológicos, Instituto Panamericano de
Geografía e Historia, Comisión de Historia, libro primero, México, 1955, 21.
[46] Duque, Colombia: Monumentos, 1955, 165. Como lo analiza Duque, esta ley y su decreto
reglamentario N° 904 de 1941, se cumplen parcialmente, por varias razones. Por
desconocimiento de la legislación patrimonial, los funcionarios públicos
otorgan licencias para explotar guacas o sepulturas de indios, de acuerdo con
el código de minas; no se prohíbe el libre comercio de objetos arqueológicos en
el interior del país; existe la creencia de que los propietarios de los
terrenos también son dueños de los objetos arqueológicos que contienen, y
también debido al reducido número de arqueólogos para cubrir la investigación
de todo el territorio nacional.
[47] Olano,
Ricardo. Informe, que presenta como
miembro de la Comisión de cultura aldeana a Luis López de Mesa, ministro de
Educación Nacional: Estudio de la
comisión de cultura aldeana, Departamento del Huila, Imprenta Nacional,
Bogotá, 1935, 264.
[48] Cabrera,
Miguel A. Anexo, carta del 25 de
noviembre de 1933, dirigida al presbítero Octavio Hernández de Neiva. En Estudio de la comisión de cultura aldeana,
Departamento del Huila, Imprenta Nacional, Bogotá, 1935, 277.
[49] Repizo, Reseña histórica, 1990, 52.
[50] Repizo, Reseña
histórica, 1990, 53. Por
fortuna, el bárbaro iconoclasta no estaba en contra del patrimonio aborigen y
no destruyó las silenciosas estatuas aborígenes, preservando su misterio a la
posteridad, sin saber que décadas
posteriores serían declaradas como patrimonio de la humanidad.
[51] Lunardi, Federico, El Macizo Colombiano en la prehistoria de Sur América: arqueología y
prehistoria del nudo andino de Colombia, Rio de Janeiro, 1934; La vida en las tumbas: arqueología del
Macizo Colombiano, Río de Janeiro, 1935; Costumbres mortuorias del Macizo Colombiano, Río de Janeiro, 1935; Estatuas prehistóricas pintadas,
Santiago de Chile, 1934.
[52] Pérez de Barradas, Arqueología agustiniana, 1943, 5. Wavrin, Comte R. de, Apport aux connaissances de la civilisation
dite “de San Agustín” et à l`archéologie du Sud de la Colombie, Bulletin de
la Société des Américanistes de Belgique, número 21, Bruxeles, 1936. El marqués de Wavrin Villiers-au-Tertre es
pionero en registrar estatuas de la región del Macizo Colombiano, lo que le da
al arte escultórico de San Agustín una dimensión territorial más amplia.
[53] Pérez de
Barradas, Arqueología agustiniana,
1943, 6. Walde-Waldegg,
Hermann, Preliminary report of the
expedition to San Agustín (Colombia), Chestnut Hill, Boston College Press,
University Heights, 1937. Walde-Waldegg
excavó sin solicitar autorización del gobierno nacional, aunque recibió el
permiso de la comunidad de San Agustín para hacerlo. Intentó sacar del país una
colección de objetos etnográficos y arqueológicos de manera ilegal, pero el
gobierno nacional no se lo permitió. En compañía del escritor Cesar Uribe
Piedrahita realizó la primera traducción al español de la obra de Konrad
Theodor Preuss (1931).
[54] Repizo,
Carlos Ramón, Historia sintética de San
Agustín capital arqueológica de Colombia, Bogotá, 1990, 20. Este dato le
fue suministrado por Inocente Guerrero, en el año 1975. De acuerdo con José
Pérez de Barradas, en el año 1937 ya se habían comprado los terrenos (Mesitas A
y B) por parte del Ministerio de Educación; en ellos habían dos casas, en una
de las cuales se instaló: “[…] con el fin de que sirvieran más adelante para el
Museo que determina la Ley 103 de 1931 y para depósito de materiales, moldes,
etc. También hice cercar con alambre espinoso la mayor parte del perímetro del
Parque e hice poner puertas en sus entradas principales […]”: Arqueología agustiniana, 1943, 8.
[55] Pérez de
Barradas, Arqueología agustiniana,
1943, 3. En los meses de octubre y noviembre de 1936 este investigador fue
comisionado para informar sobre las investigaciones arqueológicas hechas en
Tierradentro por el geólogo George Bürg y continuadas por Gregorio Hernández de
Alba.
[56] Según parece, por competencias personales y
diferencias profesionales e ideológicas, los dos investigadores terminan
haciendo trabajos separados, lo mismo que escribiendo informes independientes,
que serán publicados en fechas diferentes. Situación analizada por Carl
Langebaek : Diarios de campo
extranjeros y diarios de campo nacionales. Infidencias de José Pérez de
Barradas y de Gregorio Hernández de Alba en Tierradentro y San Agustín. En Antípoda, Revista de Antropología y
Arqueología, número 11, Universidad de los Andes, Bogotá, 2010.
[57] Pérez de Barradas, Arqueología agustiniana, 1943, 50-67. Es
admirable el esfuerzo de Pérez de Barradas en estas excavaciones de sitios tan
alterados. Los planos que reconstruyen las construcciones megalíticas serán
fundamentales para excavaciones y reconstrucciones posteriores. Su interpretación
de que en el montículo noroeste se superponen dos templos es equivocada.
[58] Pérez de Barradas, Arqueología agustiniana, 1943,
142, 147.
[59] Pérez de Barradas, Arqueología agustiniana, 1943,
148. Es desconcertante la recursividad conceptual de este arqueólogo para
establecer una periodización agustiniana. Posición que se inscribe en el
evolucionismo y el difusionismo, que es confrontada por la escuela fundada por
Franz Boas, del relativismo cultural y el particularismo histórico. Posterior a
Pérez de Barradas, sobre todo, después de la aplicación del método de la
clasificación cerámica tipológica, para identificar períodos, delimitados con
mayor precisión, a partir de dataciones del C. 14, desde los años cincuenta,
estas invenciones cronológicas exageradas, pierden su vigencia explicativa de
los cambios históricos, aunque no necesariamente desaparecen, sino que son
renovadas por los investigadores.
[60] Pérez de Barradas, Arqueología agustiniana, 1943, 60. Los
dos arqueólogos le atribuyen el descubrimiento inicial de la fuente a uno de
sus trabajadores. Ambos hacen un registro fotográfico y una descripción
detallada de sus relieves y piletas. Luis Alfonso Sánchez ejecuta un excelente
plano a escala de la fuente, con todos sus relieves, bajo la dirección de Pérez
de Barradas.
[61] Hernández
de Alba, Gregorio, La cultura
arqueológica de San Agustín, Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1979, 89.
Hernández de alba escribió este texto en francés, en el año de 1940, residiendo
en París, en donde hizo estudios comparativos de culturas americanas, en el
Museo del Hombre, bajo la dirección de Paul Rivet, y en la Universidad de
París, de Marcel Mauss. A pesar de su importancia, decidió no publicarlo; se
mantuvo inédito hasta el año 1978, cuando años después de su muerte (1973), su
hijo Gonzalo decidió publicarlo. Una explicación a este hecho puede ser la
respuesta que le escucharon decir en más de una ocasión: “Los restos de los
indígenas del pasado bien pueden continuar durmiendo; la desolación, angustia y
soledad del indio moribundo no da espera” (página 13).
[62] Hernández
de Alba, La cultura arqueológica,
1979, 119.
[63] Hernández
de Alba, La cultura arqueológica,
1979, 153.
[64] Hernández
de Alba, La cultura arqueológica,
1979, 186.
[65] Duque,
Luis, Exploraciones arqueológicas en San
Agustí,. Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá, 1966. Este
voluminoso libro contiene en una primera parte los resultados parciales de sus
excavaciones en diferentes sitios, y en una segunda parte, la interpretación de
la cultura de San Agustín.
[66] Duque, Exploraciones arqueológicas, 1966, 418.
[67] Duque, Exploraciones arqueológicas, 1966, 423.
[68] Fog, Lizbeth, Luis Duque Gómez, Premio Nacional al Mérito
Científico, 1996, Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia,
Granahorrar, Bogotá, 1996, 58.
[69] Duque,
Luis, Informe del jefe del Servicio de
Arqueología y del Instituto Etnológico Nacional, sobre las labores desde junio
de 1946 a junio de 1947. En Boletín
de Arqueología, volumen II, número 3, Ministerio de Educación, Bogotá,
1946.
[70] Rueda,
José E., Juan Friede, 1901-1990: vida y
obras de un caballero andante en el trópico, Instituto Colombiano de
Antropología e Historia, Bogotá, 2008, pág. 141.
[71]
En el año 1952 llega a Colombia el investigador alemán Horst Nachtigall y se
desempeña como Jefe de Arqueología del Instituto Colombiano de Antropología,
hasta 1953. Durante su estadía visita las regiones de Tierradentro y San
Agustín y registra la colección arqueológica del Museo Nacional. Nachtigall
se interesa por el estudio antropológico de las religiones, el chamanismo y las
culturas megalíticas americanas, temas que publica en varios libros: Die Americanischen Megalithkulturen,
Dietrich Reimer Verlag, Berlin, 1958; Indianerkunst
der Nord-Anden, Dietrich Reimer Verlag, Berlin,1961; Alt-Kolumbien, vorgeschichtliche indiannerkulturen, Dietrich Reimer
Verlag, Berlin,1961; Zur Chronologie del
Tierradentro und San Agustin Kultur, Zeitchrift für Ethnologie, volumen. 89, N° 1, Braunschweig, 1964,
78-81.
[72] Repizo, Reseña histórica, 1990, 54. Hace unos
años, dichas esculturas fueron trasladas al parque arqueológico y reemplazadas
por cuatro copias hechas por artesanos del pueblo.
[73] Reichel-Dolmatoff, Gerardo, Estratigrafía cerámica de San Agustín,
Colombia, Biblioteca Banco Popular,, Bogotá, 1975, 10. La nueva tipología
de los cinco complejos cerámicos de Reichel-Dolmatoff no tiene en cuenta la
definida por Duque en los tres complejos Mesitas (Inferior, Medio y Superior),
lo que genera la impresión de tratarse de ocupaciones culturales diferentes.
Luego, los cinco complejos, Reichel-Dolmatoff los reduce a tres (Horqueta,
Isnos, Sombrerillos), que sí tienen una correspondencia con los de Duque, como
tuvimos la oportunidad de constatarlo empíricamente, en nuestras excavaciones
posteriores.
[74] Reichel-Dolmatoff, Gerardo, Colombia indígena- período prehispánico.
En Manual de historia de Colombia,
Instituto colombiano de cultura, tomo 1, Bogotá, 1978, 73.
[75]
Reichel-Dolmatoff, Gerardo. San Agustín a
culture of Colombia. Praeger Publishers, New York-Washington, 1972. Es importante señalar que este
investigador, a diferencia de los arqueólogos anteriores, al proponer el
chamanismo, se aleja de las recurrentes comparaciones formales de las estatuas
de San Agustín con las de otras culturas americanas, para conocer su origen e
interpretaciones, porque considera que dicho pensamiento mágico es algo
universal, que se ha transmitido desde el paleolítico del viejo mundo hasta el
neolítico americano: Reichel-Dolmatoff, Gerardo, Orfebrería y chamanismo. Editorial Colina, Bogotá, 1988.
[76] Duque, Luis y Cubillos, Julio C.,
Arqueología de San Agustín. Alto de los
ídolos, montículos y tumbas, Fundación de Investigaciones Arqueológica
Nacionales, FIAN, Banco de la República, Bogotá, 1979; Arqueología de San Agustín. Exploraciones y trabajos de reconstrucción
en las Mesitas A y B, FIAN, Banco de la República, Bogotá, 1983; Arqueología de San Agustín. Exploraciones
arqueológicas realizadas en el Alto de las Piedras (1975-1976), FIAN, Banco
de la República, Santafé de Bogotá, 1993.
[77] Cubillos, Julio Cesar, Arqueología de San Agustín, Alto El Purutal,
FIAN, Banco de la República, Bogotá, 1986; Arqueología
de San Agustín, El Estrecho, El Parador y Mesita C, FIAN, Banco de la
República, Bogotá, 1980; Excavación y
reconstrucción del montículo artificial del sitio de Ullumbe, Boletín de Arqueología, FIAN, Banco de
la República, año 6, número 1, Santafé de Bogotá, enero, 1991.
[78] Duque Gómez, Luis y Cubillos,
Julio Cesar, Arqueología de San Agustín,
Alto de Lavapatas, FIAN, Banco de la República, Bogotá, 1988.
[79] Este programa se inicia en el
año 1981 bajo la dirección científica del profesor Héctor Llanos Vargas, del
Departamento de Antropología, de la Universidad Nacional de Colombia. En él han
colaborado diversos especialistas y
promociones de estudiantes de la Carrera de Antropología, como
auxiliares de investigación.
[80] El PARAM surge en 1993 para dar
continuidad al Proyecto Arqueológico Valle de la Plata iniciado en 1984, bajo
la dirección científica del profesor Robert D. Drennan, de la Universidad de
Pittsburg (E. U. A.), según convenio establecido con el Instituto Colombiano de
Antropología e Historia y la Universidad de los Andes (Bogotá). En estos
proyectos han participado un equipo multidisciplinario de investigadores y
estudiantes de universidades colombianas y norteamericanas, que han realizado
sus trabajos académicos de pregrado y posgrado: Drennan, Robert D., Taft, Mary
M. y Uribe, Carlos A. (editores), Cacicazgos
Prehispánicos del Valle de la Plata, Deparment of Anthropology University
of Pittsburg y Departamento de Antropología Universidad de los Andes, tomo 2,
Pittsburg-Santafé de Bogotá, 1993.
[81] Llanos, Héctor, Espacios míticos y cotidianos en el sur del
alto Magdalena agustiniano. En Ingenierías
prehispánicas, Fondo Fen Colombia, Instituto Colombiano de Antropología –
Colcultura, Bogotá, 1990.
[82] Llanos, Héctor y Durán,
Anabella, Asentamientos prehispánicos de
Quinchana, San Agustín, FIAN, Banco de la República, Bogotá, 1983.
[83] Llanos, Héctor, Arqueología de San Agustín, Pautas de
asentamiento en el cañón del río Granates – Saladoblanco, FIAN, Banco de la
República, Bogotá, 1988.
[84]
Llanos, Héctor, Proceso histórico
prehispánico de San Agustín en el valle de Laboyos (Pitalito – Huila),
FIAN, Banco de la República, Bogotá, 1990.
[85] Llanos, Héctor, Presencia de la cultura de San Agustín en la
depresión cálida del valle del río Magdalena, Garzón – Huila, FIAN, Banco
de la República, Bogotá, 1993.
[86] Llanos, Héctor y Ordoñez, Hernán, Viviendas y tumbas en los Altos de
Lavaderos del valle del río Granadillos, San Agustín (EL Rosario), FIAN,
Banco de la República, Santafé de Bogotá, 1998.
[87] Llanos, Héctor y Alarcón, Jorge,
Por los caminos del alto Caquetá, Boletín de Arqueología, FIAN, Banco de
la República, número 15, Santafé de Bogotá, enero, 2000.
[88] Llanos, Héctor, Montículo funerario del alto de Betania
(Isnos), Territorialidad y espacio de
los muertos en la cultura de San Agustín, FIAN, Banco de la República,
Santafé de Bogotá, 1995; Territorialidad
y chamanismo de la cultura de San Agustín en el sur del Alto Magdalena de
Colombia. En Religión y etnicidad,
memorias del VI Congreso latinoamericano de religión y etnicidad y II Encuentro
de la diversidad del hecho religioso en Colombia, tomo 1, Bogotá, 1996.
[89] Pinto, María y Llanos, Héctor, Las industrias líticas de San Agustín.
FIAN, Banco de la República, Santafé de Bogotá, 1997.
[90] Llanos, Héctor, Asentamientos aborígenes en la llanura de
Matanzas, tierra fértil de San Agustín, FIAN, Banco de la República,
Santafé de Bogotá, 1999.
[91] Llanos, Héctor, Los chamanes jaguares de San Agustín.
Génesis de un pensamiento mitopoético, Bogotá, 1995.
[92] El PARAM ha publicado una
propuesta de interpretación del poblamiento social del territorio del Alto
Magdalena, sustentada en más de 15 años de investigación. En ella se resumen
los resultados obtenidos por el equipo de colaboradores, tanto en el Valle de
la Plata como en la región de San Agustín-Isnos: Drennan, Robert D., Las sociedades prehispánicas del Alto
Magdalena, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH, Bogotá,
2000.
Muchas Gracias!!!,Excelente publicación sobre nuestros antiguos artistas Huilenses, y es maravilloso poder viajar en el pasado arqueológico.
ResponderBorrarMuchas Gracias!!!,Excelente publicación sobre nuestros antiguos artistas Huilenses, y es maravilloso poder viajar en el pasado arqueológico.
ResponderBorrarExcelente escrito, Héctor, muchas gracias. E. Londoño
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ResponderBorrarlol
ResponderBorrartrolololo
ResponderBorrarBuen ejercicio de investigación: perspectivas nuevas; imágenes para mí, desconocidas, reconocimiento del trabajo arqueológico adelantado por Friede y un equipo pionero dedicado al rescate de nuestra memoria ancestral.
ResponderBorrarExcelente muy bien documentada
ResponderBorrarProfesor buen dia mi nombre es Juan nicolas Landazabal B. soy estudiante de ciencias de la unal sede medellin, ante mi visita al parque arqueologico de San agustin el razonamiento me llevo a cierta conclusion no registrada sobre la "cultura agustiniana"; me comunico porque no encontre contacto tuyo en la web y no me respondieron en el ICANH, al ver su trayectoria con el tema me gustaria compartir esta proposicion.
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